la denegacion de recursos extraordinarios que versan sobre

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LA DENEGACION DE RECURSOS EXTRAORDINARIOS QUE VERSAN
SOBRE CUESTIONES INSUSTANCIALES O CARENTES DE
TRASCENDENCIA.
Eduardo Néstor de Lázzari
1. Pretendo instalar el debate en la consideración de lo que sucede
en el extremo final, en las postrimerías del proceso, cuando luego de sustanciado en su
totalidad y habiendo recaído sentencia final, una de las partes interpone un recurso
extraordinario. Allí se dan cita un conjunto de elementos. Haré simplemente la
enunciación de esos datos sin abordarlos en exhaustividad porque son por todos
conocidos.
En primer lugar, hay un estado de ánimo generalizado en los
litigantes y sus abogados, conforme al cual corresponde agotar, a cualquier precio, las
posibilidades recursivas. Se alimenta la ilusión de una justicia perfecta, como si tan sólo
el último juzgamiento de la última instancia fuese el único guardián de los derechos
comprometidos. Sea que este fenómeno responda a sinceras discrepancias con las
soluciones de las instancias ordinarias, sea que se deba cuanto menos al afán de dilatar
el desenlace, la realidad demuestra el inequívoco y generalizado propósito de recorrer
todos los caminos posibles hasta obtener un pronunciamiento del órgano que se
encuentra en la cima de la estructura jurisdiccional.
El segundo factor a considerar viene dado por la función que
constitucional y legalmente ha sido atribuída a los tribunales superiores. No creo
necesario abundar aquí en extensos desarrollos. Alcanza con señalar la regla general
diseñada por el ordenamiento: los juicios deben concluir, en principio, en las instancias
ordinarias, y la Corte federal y los superiores tribunales de provincias han sido
concebidos para revisar determinadas cuestiones ajenas a lo ordinario o corriente, de allí
que los caminos delineados para posibilitar su intervención son recursos extraordinarios.
1
El tercer ingrediente se refleja en la paulatina evolución que ha
padecido este esquema. La combinación de aquel insaciable afán de revisión con la
existencia de frecuentes falencias en los juzgamientos de las instancias ordinarias
hicieron estallar el modelo. Por la vía de arbitrios tales como la doctrina de la
arbitrariedad o el absurdo, en el legítimo afán de hacer justicia lo que fuera ideado como
recurso extraordinario terminó por convertirse en una verdadera tercera instancia
ordinaria.
En la confluencia de todo ello emerge el cuarto protagonista de
este drama: la Corte Suprema de la Nación y los tribunales superiores de provincia
resultaron abarrotados de causas, con una sobrecarga de trabajo que desborda toda
posibilidad de resolver satisfactoriamente, y ello desde dos perspectivas diversas:
primeramente, en lo que hace al tiempo razonable en que debe emerger la decisión. En
segundo término, en cuanto a la calidad intrínseca del pronunciamiento, porque las
montañas de pleitos que se acumulan conspiran o van en detrimento de la profundidad y
serenidad que se requiere, dato objetivo que destaco más allá de los esfuerzos ímprobos
de los jueces, que son seres humanos y no máquinas.
El resultado es que la incesante atención de casos sin ninguna
relevancia social, cuyos efectos se limitan y circunscriben exclusivamente a los
intereses particulares y que no constituyen terreno idóneo para fijar la interpretación del
derecho, de algún modo opaca, posterga, dificulta o menoscaba el tratamiento de otros
que sí pueden ser caracterizados como de trascendencia institucional, de interés público
o de repercusión general, o en que es necesario fijar la doctrina legal.
2. En esa encrucijada se han instalado arbitrios tendientes a
superar el problema. Y así, han sido concebidos diversos instrumentos tendientes a
poner límites a la accesibilidad a la instancia extraordinaria. Por ejemplo, la existencia
de tribunales intermedios como la Casación Penal en el orden federal, o las
reglamentaciones que las leyes procesales estatuyen en orden a la cuantía del juicio o
monto de la pena, las cargas económicas para recurrir, etc.- De esas herramientas voy a
detenerme en una de ellas, el denominado certiorari negativo (art. 280 del Código
Procesal de la Nación o art. 31 bis de la ley 5827 de la Provincia de Buenos Aires),
analizando solamente uno de sus supuestos, el que permite desestimar el recurso
2
extraordinario cuando la cuestión que se somete a conocimiento es insustancial o carece
de trascendencia.
Recordemos el texto del art. 280 del Código Procesal de la
Nación, en lo pertinente: “La Corte, según su sana discreción, y con la sola invocación
de esta norma, podrá rechazar el recurso extraordinario…cuando las cuestiones
planteadas resultaren insustanciales o carentes de trascendencia”. Y el art. 31 bis de la
Provincia de Buenos Aires establece que en cualquier estado de la tramitación de los
recursos extraordinarios, si la Suprema Corte de Justicia considerare que la cuestión
que se somete a su conocimiento es insustancial o carece de trascendencia, podrá
rechazarlos con la sola invocación de la presente norma, haciendo referencia a tal
circunstancia.
Mi propósito consiste en examinar este mecanismo y
especialmente su constitucionalidad, desde la perspectiva de que según la ley basta con
la sola invocación del supuesto y la cita de la norma, lo que a primera vista colisiona
con el deber de motivación y fundamentación de las sentencias. Entiendo necesario, en
este sentido, incorporar algunos conceptos que apoyen la compatibilidad del certiorari
con el orden constitucional.1
3. Vayamos por partes. Tratemos previamente de identificar los
conceptos de insustancialidad y carencia de trascendencia. Resulta ilustrativo, a este
respecto, el debate suscitado en relación al Código nacional, destacándose la labor
doctrinaria tendiente a identificar cada uno de los supuestos que comprende.2
Se sostiene que cuestiones insustanciales son aquellas sobre las
cuales la Corte ha mantenido una jurisprudencia uniforme que la presentación no está en
condiciones de variar.3 Se atribuye al propio alto tribunal difundir que una cuestión es
1
En ocasión del XXII Congreso Nacional de Derecho Procesal (junio de 2003), sostuve que el art. 280
del Código Procesal de la Nación, en cuanto autoriza la desestimación con la sola cita de dicho texto, era
incompatible con el sistema constitucional. Los años transcurridos y, fundamentalmente, mi experiencia
como Juez de un tribunal superior, han rectificado ese criterio.
2
Cfr. Carlos Tribiño, “Aspectos sustanciales y formales del certiorari en el recurso extraordinario”, J.A.
2005-III-1358; Santiago Legarre, “Una puesta al día en materia de certiorari”, La Ley, 2004-A-1267;
Jorge Reinaldo Vanossi, “La extensión jurisprudencial del control de constitucionalidad por obra de la
corte Suprema de la Argentina (Balance de una década de certiorari criollo”, publicado en Academia
Nacional de Derecho, 2000, p. 228 y sgts.; Eduardo Oteiza, “El certiorari o el uso de la discrecionalidad
por la corte Suprema de justicia de la Nación sin un rumbo preciso”, en Revista Jurídica de la Universidad
de Palermo, año 3, nº 1, p. 71 y sgts.3
Oteiza, cit., con mención de la opinión de Lugones y Sagues, p. 75.
3
insustancial cuando una reiterada y clara jurisprudencia de la Corte Suprema impida
cualquier controversia seria respecto de su solución. Y que siempre que no sea dudosa
la aplicación de la doctrina sentada por la Corte en precedentes repetidos, ni se
adelanten argumentos que puedan inducir seriamente a considerar la conveniencia de
modificarla, el recurso extraordinario debe denegarse, porque la cuestión federal en que
se lo funda resulta notoriamente ineficaz para la modificación del pronunciamiento
recurrido.4 Con otras palabra, insuficiente equivale a baladí, abarcando aquellas
hipótesis que una reiterada e inequívoca jurisprudencia del alto tribunal ha resuelto en
sentido adverso al planteo formulado por el recurrente, sin que éste aporte argumentos
que, en razón de su seriedad, sean susceptibles de modificar la doctrina resultante de es
jurisprudencia.5
La trascendencia depara mayores problemas. Desde una
perspectiva puramente teórica se la identifica con la doctrina de la gravedad
institucional, vinculada con cuestiones de gran repercusión social.6 Sin embargo, no se
equipara pacíficamente con ella. Un importante sector de la doctrina entiende que la
primera es más abarcativa e involucra a la segunda. Todas las cuestiones de gravedad o
interés institucional serían trascendentes mas existen cuestiones igualmente
trascendentes que no alcanzan a revestir el carácter de gravedad o interés institucional.7
De su lado, el examen de los precedentes del mas alto tribunal
permite exhibir serias indefiniciones al respecto. No hay categorizaciones precisas y en
muchas ocasiones se percibe la recepción de recursos sobre cuestiones de hecho o
derecho común que no reflejan verdadera trascendencia.8
El Tribunal Constitucional de España, aunque sin carácter
exhaustivo, ha señalado que existe trascendencia en estas hipótesis: a) las que
constituyen un caso novedoso; b) aquellas que den la posibilidad de cambiar de doctrina
al Tribunal (bien por un proceso de elaboración interna o por cambios sociales,
normativos o de instituciones internacionales); c) los asuntos en que la vulneración
denunciada tenga su origen en una ley u otra norma de carácter general; d) supuestos en
los que la vulneración se produzca por una interpretación de la ley contraria a la
4
Legarre, cit., nota 13.
Tribiño, cit., ap. III.
6
Oteiza, cit., p. 75 y sgts., en donde refleja las opiniones de Palacio y Bianchi.
7
Triiño, cit., ap. III y IV, quien recoge las opiniones de Morello, Guastavino, Sagües y otros.
8
Oteiza, cit., p. 85.
5
4
Constitución y que el Tribunal considera que se debe corregir; e) cuando la doctrina
aplicable al caso concreto está siendo incumplida con carácter general, o existan
resoluciones judiciales contradictorias sobre ese derecho; f) los casos donde un órgano
judicial se niegue de modo manifiesto a acatar la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional; g) los asuntos que trasciendan del caso concreto. El propio Tribunal
advierte que no es un listado de supuestos cerrados, sino que puede ampliarse e incluir
algún criterio subjetivo, por ejemplo, por el grave perjuicio derivado de una vulneración
concreta.9
En mi opinión, los conceptos jurídicos indeterminados que nos
ocupan –“insustancialidad” o “carencia de trascendencia”- no son entidades
independientes, autónomas o diversas, no siendo posible su tratamiento por separado.
Contrariamente, reflejan los dos platillos de una misma balanza. Lo que es insustancial
no puede ser trascendente. Y lo que es trascendente jamás será insustancial.
Si el asunto que se plantea es baladí, naturalmente carece de
trascendencia, relevancia, incidencia en el mundo del derecho o como se quiera calificar
su insignificancia. Esta nota de menudencia que define su imposibilidad de ser tratado
emerge de la propia naturaleza del asunto y no de la eventual contingencia de haber sido
o no resuelto en casos anteriores. Es un dato del propio ser inoficioso y vacuo de la
temática que se plantea y que se descarta por no reflejar interés suficiente para ser
abordado por un tribunal superior. No creo posible tampoco identificar lo insustancial
con supuestos que ya registran reiterados precedentes negativos del propio tribunal,
pues de otro modo quedaría sin sustento la tercera de las causales del certiorari de la
Provincia de Buenos Aires (recursos que plantean agravios desestimados por el mismo
Tribunal en otros casos análogos).
En definitiva, insustancialidad o carencia de trascendencia
denota ausencia de importancia y esencialidad de la cuestión planteada, una situación de
la que se desprende falta de entidad, gravitación o peso y que no arroja consecuencias
de interés. Resultan útiles, en este sentido, las precisiones de Vanossi, quien señala que
por trascendencia institucional la Corte entiende no sólo la gravedad del caso sino
también la trascendencia del mismo respecto a lo que pueda ser una afectación del
9
Ana Espinosa Díaz, “El recurso de amparo, problemas antes y después de la reforma”, en InDret,
Revista para el análisis del Derecho, 2/2010, Barcelona, marzo 2010, con referencia al fallo del pleno del
Tribunal del 25 de junio de 2009.
5
interés general, ya sea porque ese caso va a tener repercusión, o porque ese caso puede
repetirse, o reiterarse, o por reflejo producir secuelas en un ámbito social más allá del
actor y demandado, porque repercute allende las partes que han compuesto la relación
procesal.10 Adviértase, finalmente, que el propio art. 31 bis de la ley 5827 de la
Provincia de Buenos Aires autoriza el certiorari con sentido positivo cuando se esté en
presencia de gravedad institucional o notorio interés público, premisa que
indudablemente puede constituirse en parámetro valioso al momento de apreciar la
sustancialidad o trascendencia desde la perspectiva denegatoria. Puede decirse, por
tanto, que contendrá suficiente entidad el alzamiento que se articule contra una decisión
que aparezca como problemática, quizás perturbadora, o en donde se trascienda el mero
interés de las partes o que permita establecer prioridades en cuestiones legales y
constitucionales.
4. Delimitados los conceptos precedentes queda por resolver el
problema que constituye el punto esencial de este análisis, esto es, si cuenta con
motivación constitucional suficiente una decisión que rechaza un recurso extraordinario
con base en la insustancialidad o carencia de trascendencia de la cuestión planteada,
para lo cual se limita a mencionar que se ha constatado dicho supuesto,
complementándose la resolución con la cita de la norma que así lo dispone.
Recordemos, a esta altura, que forma parte de la garantía de la
tutela judicial efectiva el derecho a obtener una sentencia sustentada en la verdad
jurídico-objetiva, suficientemente motivada, exenta de excesivo rigor formal y dictada
en un plazo razonable. La obligatoriedad de la motivación de las sentencias constituye
requisito ineludible de validez constitucional. Nadie puede ser privado de sus derechos
sin previa sentencia legal del juez competente. Y la Constitución de Buenos Aires es
más explícita: impone que las sentencias sean fundadas en el texto expreso de la ley y a
falta de éste en los principios generales, teniendo en consideración las circunstancias del
caso. Ello equivale no sólo a la cita de la norma aplicable sino, además, al desarrollo
pormenorizado de las razones por las cuales es aplicable dicha norma o sea la
motivación. En otras palabras, los fundamentos son la motivación, la explicación
razonada que, empalmando con el derecho aplicable, justifica la decisión. Dicho de otro
10
Cit., ap. V.
6
modo, hay un derecho constitucional a obtener una sentencia que no sea arbitraria, y
para no ser arbitraria debe ser la conclusión razonada del derecho vigente con particular
arreglo a las circunstancias de la causa.
Imaginemos una sentencia que resuelva una pretensión de
daños y perjuicios que se limitara exclusivamente a disponer su andamiento señalando
que hay responsabilidad extracontractual con mas la sola cita del art. 1113 del Código
Civil. Claramente no resistiría el test de compatibilidad constitucional en tanto carecería
de toda apoyatura en las circunstancias del caso, al prescindir de la consideración de los
elementos propios tales como el daño, la relación de causalidad, etc.Aquí estamos analizando una decisión que desestima un
recurso diciendo que la cuestión planteada es insustancial o carente de trascendencia,
limitándose a la sola exposición de esa circunstancia acompañada con la cita del art. 280
del Código Procesal de la Nación o el pertinente de la Provincia. ¿Podemos decir que
cuenta con motivación suficiente, desde la perspectiva constitucional antedicha?.
Si creemos que esa decisión es una sentencia definitiva, que
resuelve a cabalidad las pretensiones deducidas en el juicio pronunciándose en el
mérito, indudablemente la respuesta será negativa. Sólo habría motivación en tanto se
desarrollen pormenorizadamente las razones por las cuales esa cuestión es
intrascendente o insustancial. Debería incorporar las referencias explícitas, puntuales y
concretas que así lo determinan.
Pero esa decisión es cosa distinta. No aborda la sustancia de la
causa. El hecho de no contener motivación –en el sentido precedentemente indicado-,
¿depara su invalidez constitucional?
La respuesta de este interrogante es el objetivo final que nos
ocupa. Para desentrañarlo, se hace necesario indagar acerca de la naturaleza misma de la
providencia que emerge en esas condiciones rechazando el recurso.
Cuando la Corte actúa este tipo de potestad no está
confirmando ni afirmando la justicia o el acierto de la decisión recurrida. Se abstiene
absolutamente de introducirse en ese debate. Solamente está diciendo que el recurso
deducido no ha superado el examen que la ley le faculta a efectuar para seleccionar los
casos en los que habrá de entender. El hecho de inadmitir el recurso no significa, por
7
tanto, asumir como propio el criterio sentado en el fallo cuya revisión se ha procurado11,
ni sienta precedente alguno.
En otras palabras, no es una decisión sobre el fondo o mérito de
la causa. Es una decisión que despeja un interrogante previo y anterior al tratamiento del
mérito, que consiste en verificar si el caso planteado cuenta con la relevancia necesaria
como para ser susceptible de examen.
Hemos visto que la motivación exhaustiva es requisito
indispensable de las sentencias. ¿De qué sentencias? El deber de fundar, inserto en la
Constitución, surge reglamentado en los arts. 163 y 34 inc. 4 del Código procesal:
fundar toda sentencia definitiva e interlocutoria, bajo pena de nulidad, respetando la
jerarquía de las normas vigentes y el principio de congruencia.
La inadmisión de un recurso extraordinario en los términos que
venimos considerando no constituye una sentencia definitiva en el sentido dispuesto en
el art. 163 del Código Procesal, aplicable a las de segunda o ulterior instancia según el
art. 164, porque no contiene la decisión expresa, positiva y precisa, de conformidad con
las pretensiones deducidas en el juicio, ni declara el derecho de los litigantes
condenando o absolviendo de la demanda y reconvención en su caso. Consiste
solamente en la comprobación de la inexistencia de determinado presupuesto de
admisibilidad del recurso. Tampoco es pasible de ser encuadrada en la categoría de
sentencias interlocutorias, entendidas como aquellas resoluciones que resuelven
cuestiones conflictivas, planteadas durante el curso del proceso, que requieren una
tramitación previa con intervención de las partes del conflicto.12 Por cierto que en el
tránsito de la admisibilidad no hay sustanciación alguna.
No es entonces una sentencia definitiva ni una interlocutoria.
Es la respuesta jurisdiccional al derecho que posee el recurrente a obtener un
pronunciamiento en el plano preliminar de la recurribilidad, en el sentido de que
determinado recurso reúne o no reúne las condiciones legalmente establecidas para ser
tratado. Ni más ni menos que el examen acerca de los presupuestos de admisibilidad,
como la interposición en término, o la constatación de si determinada providencia es
susceptible de revisión o cualquiera de los restantes extremos previstos.
Cuando se formula el examen de admisibilidad de un recurso y
se comprueba la ausencia de alguno de sus presupuestos, se denegará mediante el
11
12
C.S., L.L. 1998-B-568; L.L. 1995-A-447, entre muchos otros.
Falcón, Tratado de Derecho Procesal Civil y Comercial, t. I, p. 573.
8
señalamiento de esa carencia. Algo similar ocurre en la materia que nos ocupa. Por la
propia funcionalidad de los tribunales superiores y por el sentido mismo del
pronunciamiento de que se trata, estimo que en el caso de falta de sustancialidad o
trascendencia la ley ha podido autorizar la repulsa con la mera verificación de que se
dan las notas aludidas y la cita del texto legal autorizante, sin óbice constitucional. Ha
permitido que para denotar la futilidad o la irrelevancia de determinado asunto, el
tribunal superior pueda limitarse a señalar precisamente que es fútil o irrelevante. La
exigencia de justificar los motivos en que se sustentan las decisiones, válida para las
sentencias definitivas y las interlocutorias, puede entenderse cumplimentada en este tipo
de providencias con la indicación de encontrarse presentes los presupuestos de hecho
que la ley contempla para deparar determinada consecuencia. No otra cosa sucede en
infinidad de parcelas del derecho. Desde lo procesal, podemos contabilizar gran
cantidad de hipótesis en las que pacíficamente se sigue igual camino. La declaración de
rebeldía exige solamente comprobar que la parte debidamente citada no compareció en
el plazo establecido. La falta de presentación del recurso de apelación en tiempo propio,
generadora de la deserción, requiere simplemente señalar la carencia incurrida. En la
prueba confesional, si la parte que pidió las posiciones no compareciere sin justa causa a
la audiencia ni hubiese dejado pliego, y compareciese el citado, perderá el derecho de
exigirlas. Y así sucesivamente. En todos ellos, la exposición de los motivos en que se
funda la decisión, su justificación racional, resulta suficientemente cumplimentada con
la constatación de hallarse reunidos los presupuestos legalmente establecidos, sin que
esa labor quede resentida por la parquedad, la moderación o ahorro en el lenguaje.
Podrá decirse que todos estos ejemplos remiten a
consideraciones de tipo objetivo, y que en la delimitación de lo trascendente o lo
relevante existe preponderante ingrediente subjetivo. Sin embargo, las razones que
expone el tribunal cuando hace uso del certiorari pueden entenderse como
proporcionadas y congruentes con el problema que se está resolviendo, que es el
indicado al comienzo del agobio y el colapso.
5. Para poder compartir estos conceptos es necesario despojarse
de cierta instalación ya perimida e insertarse en otras concepciones.
Los tribunales superiores ya no pueden ser vistos desde la
perspectiva tradicional. No son ahora órganos receptores pasivos a la espera de que
9
alguien plantee una causa, caso o controversia en el que tienen el deber de resolver. Esa
visión saltó en pedazos. Contrariamente, la atribución legalmente establecida que les
posibilita escoger y seleccionar los casos los convierte en protagonistas activos.
Convencidos de que su necesaria intervención en los asuntos relevantes no puede ser
distraída por el agobio de los fútiles, legítimamente pueden descartar estos últimos a su
sana discreción, lo que es sinónimo de mesura, sensatez, prudencia y moderación
aunque no equivalente a arbitrariedad.
Paralelamente, ingresa con la misma finalidad y sentido otra
idea confluyente: frente a un conflicto y en el marco de un ordenamiento jurídico
determinado no hay –no puede haber necesariamente- una sola conclusión posible. El
juez no es más la boca que pronuncia las palabras de la ley. En el derecho no hay una
derivación única e indiscutible hacia determinado sentido. El fallo judicial no es la
mecánica resultante de un silogismo, sino siempre una decisión que presupone la
posibilidad de optar por alguna de varias soluciones. Cómo justificar sino los cambios
jurisprudenciales que emergen sin que medie cambio normativo alguno, y cómo
justificar que un mismo pronunciamiento contenga opiniones mayoritarias y
minoritarias sobre un mismo asunto. Esto debe ser potenciado con la necesidad de
abandonar la desconfianza en los pronunciamientos de las instancias inferiores,
partiendo de la base que se supone la validez y ajuste a derecho de los mismos.
En esas condiciones, la ley ha dotado a los tribunales superiores
de un marco de discrecionalidad. Los diccionarios nos dicen que la palabra
discrecionalidad alude a la calidad de discrecional, o sea, a aquello que se hace libre y
prudencialmente. La prudencia consiste en discernir, distinguir lo que es bueno de lo
que es malo, implica moderación, buen juicio, razonabilidad –lo opuesto a la
arbitrariedad, capricho o la sola voluntad-.
Ese margen discrecional para verificar si una cuestión es o no
relevante no ha de ser ejercida de manera arbitraria. La razonabilidad es el criterio
demarcatorio de la discrecionalidad frente a la arbitrariedad. Lo razonable posee un
contenido variable, es un estandar o concepto jurídico indeterminado que depende de
circunstancias temporales y espaciales. Y son los tribunales superiores, precisamente,
los indicados para detectar esas circunstancias temporales y espaciales, porque ellos
perciben en forma directa las vivencias, las exigencias, las presiones, las necesidades y
10
las circunstancias todas del mundo de lo jurídico. Hay infinidad de situaciones en que la
ley consagra esta discrecionalidad técnica: la falta de justificación del monto de los
perjuicios no es obstáculo para que el juez los evalúe (art. 165 del Código Procesal).
Para evitar daños innecesarios al afectado, el juez puede disponer una medida
precautoria distinta de la solicitada o limitarla (art. 204). En Derecho de Familia se
atribuye al Juez, dentro de ciertos márgenes, la decisión sobre la tenencia de los hijos, o
en Derecho Penal la graduación de la pena a aplicar al delincuente. Existe así, en el caso
del certiorari, una libertad de elección o determinación, dentro de los límites de la ley,
que se corresponde con el panorama trazado al comienzo, esto es, el colapso de los
tribunales superiores por la sobrecarga de asuntos insustanciales.
Esa atribución otorgada por las leyes procesales es congruente
con el marco constitucional. Recordemos que según el art. 117 de la Constitución
Nacional la Corte Suprema ejercerá su jurisdicción por apelación según las reglas y
excepciones que prescriba el Congreso. En la Provincia de Buenos Aires, la Suprema
Corte conoce y resuelve en grado de apelación, de la aplicabilidad de la ley en que los
tribunales de justicia en última instancia funden su sentencia sobre la cuestión que por
ella deciden, con las restricciones que las leyes de procedimientos establezcan a esta
clase de recursos (art. 161).
Sobre tal base constitucional el legislador ha podido, válidamente
entonces, dotar a los tribunales superiores de esta potestad, con la finalidad de preservar
la eficacia y funcionalidad de sus roles.
11
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