La Rioja conserva un portentoso legado arquitectónico, artístico y cultural, y produce algunos de los mejores vinos del mundo. Entre los ocho ríos que bañan La Rioja, uno de ellos, el Oja, tiene un matiz especial al dar nombre a esta tierra. La región ocupa un territorio de unos 120 kilómetros de longitud y 50 de ancho, y dispone de un ingente patrimonio artístico que nos retrotrae a la época de los dinosaurios, que dejaron impresos sus huellas en la cuenca del Cidacos y la sierra de Cameros. La Rioja también esconde restos romanos, joyas del arte mozárabe y del románico, majestuosos ejemplos del gótico más puro y loables monumentos barrocos. Logroño Los orígenes de Logroño están tan unidos al Ebro como la región lo está al vino. Éste ha configurado el trazado de la ciudad, ya que sus calles más antiguas son paralelas al río y han crecido siguiendo esa línea. Pese a ello, Logroño ha vivido siempre de espaldas al Ebro, aunque el río continúa siendo hoy parte importante de la ciudad. La capital riojana presenta en la actualidad dos ejes principales: la Gran Vía del Rey Juan Carlos I y la calle General Vara de Rey. La primera corta la ciudad en horizontal mientras que la segunda lo hace en vertical. El centro histórico, que se halla flanqueado a un lado por el paseo del Espolón y a otro por el parque del Ebro, es donde se alzan los monumentos más interesantes: la concatedral, las iglesias de Santiago y de Palacio o la mítica puerta de Revellín. Las calles de Portales y Laurel son los mejores rincones para comer y picotear algo mientras se proyecta alguna otra visita, como puede ser el paseo por las calles peatonales de Calvo Sotelo, Ciriaco Garrido o Doctores Castroviejo. La concatedral de la Redonda, como se la conoce popularmente por su forma, se levantó en el siglo XVI sobre la primitiva iglesia románica de San Lucas. El templo alza sus dos torres barrocas construidas a mediados del siglo XVIII en estilo churrigueresco y guarda en su interior el sepulcro y panteón del militar Baldomero Espartero. Entre sus muros presenta dos sorprendentes naves góticas, así como un sobresaliente retablo mayor barroco y la portada de los Ángeles, además de un importante número de valiosos retablos en las capillas laterales. Una de las joyas del templo es un lienzo que se atribuye a Miguel Ángel. Pero no sólo eso. La concatedral también tiene el privilegio de albergar tallas de Gregorio Fernández y de su escuela castellana, trípticos flamencos, obras de autores como Navarrete el Mudo y Pantoja de la Cruz, y una extensa muestra de la orfebrería litúrgica. Si se accede al casco viejo de la ciudad por su sector más oriental, el viajero topará con el palacio de los Chapiteles. En su visita descubrirá un singular edificio de arquitectura civil del siglo XVI, sede del Instituto de Estudios Riojanos y antiguo Ayuntamiento de Logroño. La sede actual del consistorio se construyó sobre el solar de un antiguo cuartel cuadrado de notables dimensiones y fue proyectada por Rafael Moneo en la década de los 70. Detrás del palacio de los Chapiteles está la iglesia de San Bartolomé, del que destaca su portada gótica de finales del siglo XIII, y algo más apartada la iglesia de Santa María del Palacio. El templo se comenzó a levantar con piedra de sillería en el siglo XII. Actualmente cuenta con una torre octogonal de estilo gótico, a la que los logroñeses han llamado la Aguja. En el interior merece la pena ver el retablo mayor del maestro flamenco Arnaut de Bruselas, el coro de reja forjada, los sepulcros y la imagen gótica del siglo XIII de Nuestra Señora de la Antigua. En el palacio de Espartero, un edificio barroco del siglo XVIII, se ubica el Museo de La Rioja, con pinturas y esculturas de los siglos XII al XIX, y dos secciones dedicadas a etnografía y arte contemporáneo. Después de permanecer cerrado nueve años, en octubre de 2013 reabrió sus puertas, ampliado y con notables mejoras. Ruta de los Monasterios Al margen del lógico interés que despiertan los monumentos edificados en la capital, el patrimonio artístico riojano más sugestivo son sus monasterios. La mayoría se concentran en el Valle de Najerilla, entre la Sierra de la Demanda y el Camino de Santiago. La Ruta de los Monasterios es como se conoce al trayecto que incluye la visita del monasterio de Valvanera, localizado a mil metros de altura debajo de las nieves invernales de los montes Pancrudos; el monasterio de Suso o de arriba y el monasterio de Yuso o de abajo, declarados Patrimonio de la Humanidad en 1997; el monasterio de San Salvador de Cañas, cisterciense, y el histórico monasterio de Santa María la Real de Nájera. En torno al siglo VI, un anacoreta recaló en los bosques que envuelven al actual San Millán de la Cogolla, donde se levantan hoy en día los monasterios de Suso y Yuso. Su nombre era Emiliano o Millán. Pasó su vida en un cenobio que dio origen al monasterio de Suso, y su fama fue de tal calibre que atrajo a una comunidad de monjes que, con el paso de los años, transformaron el monasterio en un prestigioso centro cultural. Aquellos monjes copistas elaboraron una importante colección de códices y manuscritos. A finales del siglo XI, uno de ellos escribió unas pequeñas anotaciones en los márgenes y entre líneas del Códice Emilianense 46, redactado en latín. Dichas notas están hechas en varias lenguas, entre ellas la vernácula que se hablaba entonces por la zona, una forma arcaica de lo que sería el español. Esas glosas constituyen, por tanto, uno de los testimonios escritos más tempranos en lengua castellana de los que tenemos noticia. San Millán de la Cogolla ha sido considerado, por este motivo, “cuna del castellano”, honor que le disputan los monasterios de Santa María de Valpuesta, en Burgos, y el de los santos Justo y Pastor, en León. Un tiempo después, y en el mismo valle de San Millán, otro monje, Gonzalo de Berceo, se convirtió, con el paso de los siglos, en el primer poeta de nombre conocido en lengua castellana. El monasterio de Yuso es resultado de una mezcla de plateresco, barroco y rococó. El conjunto incluye la iglesia, el claustro y la biblioteca. No obstante, la pieza más reconocida del monasterio está en la sacristía, en donde se guardan dos joyas de relieve románico: las arquetas cubiertas de plaquetas de marfil en las que se conservan los restos de San Millán y su maestro San Felices. Las 24 placas de marfil labradas con pasajes de la vida de San Millán están en magnífico estado de conservación, excepto las expoliadas en 1809 por las tropas napoleónicas, que también arrasaron con las piedras preciosas y las placas de oro que decoraban la arqueta. Por su parte, en las cuatro plaquetas de la arqueta de San Felices se recogen episodios de la vida de Jesús. La abadía cisterciense de Cañas representa la muestra de estilo gótico cisterciense más puro y noble de toda La Rioja. Su interés artístico radica en su magnífica iglesia gótica, que sobresale por su gran luminosidad, su estilo austero y su esbeltez; el Retablo Mayor renacentista; la Sala Capitular, centro de reunión del Capítulo de Monjas y posterior cementerio; el sepulcro de Doña Urraca, magnífica obra de la escultura gótica funeraria que esconde el cuerpo incorrupto de la beata y, por último, el claustro. A 60 km de Logroño se encuentra otro de los monasterios incluidos en esta ruta, el de Valvanera, regido por monjes benedictinos. El conjunto, que también funciona como hospedería y restaurante, custodia la imagen de la Virgen de Valvanera, patrona de La Rioja y considerada una de las esculturas marianas más antiguas de España. Cabe destacar asimismo la torre románica y la iglesia, los edificios más antiguos, además de la portada y la bella galería exterior. El último de los conjuntos es el de Santa María la Real de Nájera, que presenta una típica arquitectura gótica del siglo XV. La parte más interesante es el Claustro de los Caballeros, en donde se funden el gótico florido y los pilares y las bóvedas con el incipiente plateresco de las mallas de los ventanales. Como es habitual en las épocas en las que se levantaron estos edificios, la razón del emplazamiento de Santa María la Real responde a una leyenda de carácter milagroso. El dicho narra que don García Sánchez III, rey de Pamplona y de Nájera, salió una mañana a cazar y que, tras un tiempo de infructuosa búsqueda, se detuvo frente a un río para dar de beber a su caballo. En ese momento una perdiz salió de la vegetación y se adentró en la espesura, perseguida por su halcón. El rey la siguió y, cuando estaba perdido, oyó una música celestial que le condujo hasta una gruta escondida entre la maleza. Al entrar halló una Virgen morena con el Niño en brazos; a sus pies, un jarrón de azucenas, una lámpara y una campana, y a sus costados, el halcón y la perdiz en apacible hermanamiento. Ante tal milagroso descubrimiento, don García decidió erigir en las proximidades de la cueva un templo con monasterio y hospital de peregrinos, que fue consagrado con gran boato en 1052. A la solemne ceremonia asistieron sus hermanos los reyes Fernando I de León y Ramiro I de Aragón, así como el conde Berenguer I de Barcelona. Don García ordenó también trasladar a Santa María la Real las principales reliquias del reino. Trasladó primero los cuerpos de San Prudencio y San Vicente Mártir desde el monasterio de Laturce. Lo intentó después con los restos de San Felices de Bilbios, pero una fuerza irresistible salió de la tumba y los caballeros encargados del traslado, encabezados por el obispo de Araba, tuvieron que salir huyendo. Don García no se arredró: si no podía traer a San Felices, transportaría a su discípulo San Millán desde el monasterio de Suso. El mismo don García supervisó la apertura de la sepultura y encabezó la comitiva que debía trasladar las reliquias en un carromato. Todo iba bien hasta que, al alcanzar el llano, los bueyes se frenaron en seco y no hubo forma humana de hacerlos avanzar. Impresionado por aquel nuevo milagro, don García ordenó construir otro monasterio, al que denominó Yuso (abajo), para albergar en él los restos de San Millán. Camino de Santiago El Camino de Santiago tiene en La Rioja alguna de sus paradas ineludibles. Éste se adentra en tierras riojanas a través de Logroño, desde donde continúa hasta Navarrete. Sigue hasta Nájera y la siguiente parada la hace en Santo Domingo de la Calzada, para finalmente recalar en Grañón, donde culmina el recorrido. El espíritu netamente jacobeo que impregna todas estas localidades está más presente aún en Santo Domingo de la Calzada, ya que este santo riojano dedicó su vida a una organización del territorio que hiciera más fácil el traslado de los peregrinos hacia Santiago. Domingo abrió una calzada, construyó un puente sobre el río Oja, levantó un templo y edificó un hospital para cobijar a los peregrinos. La catedral es el gran atractivo de la villa. Está localizada en el corazón del casco urbano, junto a una esbelta torre barroca. Su existencia se la debemos al propio Santo Domingo, que recibió del rey Alfonso VI la donación de unos terrenos para su construcción en 1098. Los siglos venideros fueron dejando su huella en el templo hasta llegar a su cenit en el XVII con la edificación de la torre barroca. De otras épocas conserva, por ejemplo, la cabecera y el sepulcro del santo, de estilo románico. Frente al sepulcro se sitúa una hornacina que guarda un gallo y una gallina. Sus cacareos recuerdan una divertida y curiosa leyenda, que narra la historia de un matrimonio germano que viajaba con su hijo hacia Santiago. Hospedados en un mesón del lugar, la hija del mesonero se enamoró del muchacho, pero éste la rechazó. La joven en represalia extrajo una valiosa copa de los bienes de sus padres y la escondió entre las pertenencias del alemán, por lo que el muchacho fue castigado a la horca. Sus progenitores continuaron camino hacia Santiago y a su regreso fueron a orar bajo el cuerpo de su hijo, que continuaba colgado en la horca. Asombrados, comprobaron que su hijo hablaba y contaba cómo Santo Domingo le había mantenido con vida. El matrimonio fue a revelar el suceso al corregidor, quien estaba a punto de trinchar dos aves recién asadas. Al oír a los padres exclamó: Vuestro hijo está tan muerto como estas aves que voy a trocear. Al momento el gallo y la gallina dorados se levantaron y el gallo comenzó a cantar. Para no olvidar el suceso, el cacareo del gallo y la gallina recuerdan la leyenda al viajero cada vez que éste accede al templo. Espacios naturales La naturaleza riojana no se explica sin la Reserva de la Biosfera de los valles del Jubera, Leza, Cidacos y Alhama, ya que casi una cuarta parte del territorio de La Rioja y 40 municipios quedan comprendidos en ella. Debido a su amplitud, es un buen ejemplo de los propósitos de la UNESCO de otorgar su reconocimiento no sólo a zonas de grandes valores naturales, sino a aquellas donde la convivencia del hombre sea un modelo de crecimiento sostenible. El matorral mediterráneo y los bosques de encinas, roble y, minoritariamente, haya, cubren el terreno, definido por numerosos roquedos localizados, sobre todo, en el valle de Iregua, las Peñas de Arnedillo y la sierra del Tormo, y muy visitados por aves rupícolas como el buitre leonado y el alimoche. En Arnedillo existe un Centro de Interpretación del buitre leonado donde no es difícil observar con prismáticos y cámaras la evolución de estas aves en los farallones cercanos. También los buitres sobrevuelan el cielo de otro privilegiado rincón riojano: la Reserva Regional de Caza de Cameros-Demanda. Estamos ante una zona montañosa con una relevante meseta caliza con sobresalientes formaciones cársticas. En los bosques de quejigos, encinas, pinos, acebos y otras especies habitan el ciervo, el jabalí y el corzo, mientras que en el cielo aparecen buitres, halcones y quebrantahuesos. Precisamente en la Sierra de Cameros es donde se halla otro importante espacio natural: el Coto Nacional de Ezcaray. Sus ondulantes montañas se transforman los meses de invierno en variadas pistas para esquiar. Los alrededores están repletos de bosques de acebos, hayas, chopos, cerezos, etc., y vegetación de ribera de gran importancia biológica. Vino y enoturismo Mencionar a La Rioja es hablar de sus vinos, motor de la sociedad, de la economía y de las tradiciones. De hecho, la imagen más emblemática y que más se ha exportado de la región es todo lo que gira en torno al vino y sus viñas, que son parte fundamental de la región. Una buena comida lo es más si está acompañada de un buen vino riojano. La mayoría de los vinos de La Rioja surgen como resultado de conjugar, de manera armónica, diversas proporciones de las distintas variedades de uvas que se cultivan en la región. La uva que tiene más presencia en sus vinos es la tempranillo, la más apreciada de cuantas se cultivan en La Rioja. El resto de variedades tintas de uva que también crecen aquí son la mazuelo, que aporta taninos, y la graciano, muy aromática. Entre las uvas blancas sobresale la viura, con la que se elabora la gran mayoría de los vinos blancos riojanos, además de la garnacha blanca y la malvasía. El prestigio internacional del que gozan los caldos riojanos es resultado de un arduo proceso de elaboración. En función del tiempo de envejecimiento del vino se marcan las categorías siguientes: los vinos jóvenes son los que están en su primer o segundo año, no han pasado por barrica de roble y mantienen sus características de frescura y frutosidad; los de crianza están como mínimo en su tercer año y han pasado al menos uno en barrica y algunos meses en botella; los vinos de reserva deben provenir de una selección de las mejores uvas de una añada excelente, envejecen durante tres años, de los cuales uno como mínimo han tenido que estar en barrica; los últimos y más apreciados, los de gran reserva, también pertenecen a una muy buena añada y han de estar al menos dos años en barrica y tres en botella. El viajero puede empaparse del vino y su cultura en un apasionante recorrido , donde disfrutará de cursos de cata, hoteles-bodega, museos, paseos por viñedos, spas con vinoterapias, etc. Y es que La Rioja se esfuerza día tras día para ofrecer a los amantes del vino nuevas experiencias, aunque su gran éxito reside en una materia prima privilegiada y el buen hacer de los bodegueros de la zona que convierten el mundo del vino en una forma de vida. Los caldos riojanos consiguen atraer aquí a miles de turistas al año por la excelente oferta de alojamientos y bodegas que presentan todo tipo de actividades relacionadas con el vino y su cultura, como las Bodegas Vinícola Real y su hotel La Casa del Cofrade, situados en Albelda de Iregua. Son 18 habitaciones y tres plantas que recuerdan el estilo de un monasterio medieval en el que los huéspedes tienen la posibilidad de adquirir el vino durante su crianza. Junto al comedor, una vinoteca ofrece catas y cursos de enología. A 10 minutos en coche de Logroño, en Estremera, a los pies de la sierra de Montalvillo, se encuentra la Finca de los Arandinos, en la que se fusionan, en perfecta armonía, la bodega, el hotel, el restaurante y el spa. El hotel cuenta con 14 habitaciones, de las cuales 10 han sido diseñadas por el diseñador de moda David Delfín. Un lugar perfecto para disfrutar de una buena experiencia enoturística. Para bucear más en los aspectos técnicos, sociales y culturales del cultivo y la elaboración del vino, lo más acertado es acercarse al Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco, en Briones, con una colección de 3.000 sacacorchos, un sinfín de piezas etnográficas, arqueológicas y artísticas, además de bodega, centro de documentación, tienda y restaurante. Por su tradicional forma de elaborar el vino, tampoco sería acertado dejar de visitar Muga y López de Heredia, ambas en el barrio de La Estación de Haro. La primera es una de las pocas bodegas de España que cuenta con un tonelero y un cubero que trabajan la madera de roble para sus vinos. López de Heredia, por su parte, ya va por la cuarta generación de viticultores. Una de sus actuales propietarias encargó a la premio Pritzker de arquitectura, la iraquí Zaha Hadid, el diseño del espacio reservado a la cata y venta. Lo bautizaron como La Frasca por su forma de decantador. Su interés arquitectónico se merece que le dediquemos unos minutos de nuestro tiempo. No menos ilustres son las Bodegas Bilbaínas -con tradición, herrumbre y magníficos viñedos-, Martínez Lacuesta, Gómez Cruzado o Roda. Y es que Haro es una población abierta al turista porque de la veintena de bodegas existentes, la mitad admite visitas. Otra localidad imprescindible en este recorrido vinícola es Ábalos, salpicado de bodegas centenarias como Puelles, con un siglo de historia a sus espaldas y asentada junto a un molino del siglo XVII. El hotel construido en sus instalaciones ofrece relajantes sesiones de enomasaje, es decir masajes de espalda con aceite de pepita de semilla de uva, y envolturas de lodo vinoterapéutico. También en Ábalos está Bodegas Solana de Ramírez, una explotación familiar con restaurante que se ha sumado al turismo enológico abriendo las puertas de su bodega al viajero todos los días, ofreciendo vinos con la calidad y reputación que caracteriza a todos los caldos comercializados bajo la Denominación de Origen La Rioja. La ruta de la verdura Además del vino, La Rioja genera otros productos menos conocidos pero igual de sabrosos. Alfaro y Calahorra son dos de las ciudades con más historia de la comunidad y centro de la industria conservera vegetal de nuestro país. Calahorra tiene, según la zona elegida, aire de capital o de pueblo hortícola. Da la sensación de que todos los caminos en la villa conducen al paseo del Mercadal, desde donde se puede ir hasta la catedral de Santa María, en donde conviven tres estilos: gótico, renacimiento y barroco. En las salas del Museo Municipal hay vestigios de las civilizaciones que han pasado por Calahorra, por lo que su visita resulta interesante para entender algo mejor la ciudad. Antes de abandonar definitivamente la villa es conveniente acercarse hasta el convento de Carmelitas Descalzas, donde está una talla de Cristo del maestro Gregorio Fernández. En la plaza del Ayuntamiento de Alfaro, por su parte, se levanta la mayor iglesia de La Rioja, la de San Miguel. Es una gran construcción de finales del siglo XVI y principios del XVII que tardó en edificarse unos 100 años y ocupa 3.000 metros cuadrados. Curiosamente está edificada en un ladrillo amasado a mano que varía de color a lo largo del día, según le dé la luz del sol. En su interior sobresale un colosal relicario plateresco de Gregorio Fernández. Sin embargo, lo más impresionante del edificio es que acoge una de las mayores comunidades urbanas de cigüeñas del mundo. De hecho se calcula que sus techos y torres soportan unos 80 nidos ocupados por 400 aves. En Alfaro también llama la atención el palacio Abacial, justo delante de la iglesia de San Francisco, la iglesia de Santa María del Burgo y la ermita de San Roque. Punto y aparte se merecen el palacio de los Sáenz de Heredia y la casa de los Orovio. Los restos romanos más relevantes, declarados Monumento Nacional, están conformados por el nínfeo, del que la fuente es el único elemento conservado.