EXHORTACION AL CLERO CATOLICO S S PIO X

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COLECCION ECCLESTA N.o 11
EXHORTACION
AL CLERO CATOLICO
DE
S S PIO X
SANTIAGO
AÑO
DE
CHILE
DEL SEÑOR
1934
A D VOS, 0 SACERDOTES.
La Colección "Ecclesia" nacida del anhelo de d i fundir el conocimiento y amor de Nuestra Santa Madre Iglesia, dedica la undécima de sus publicaciones
a los ministros del Señor, editando la hermosa "Exhortación al Clero Católico" de S, S. Pío X , verdadero Código de vida y santidad Sacerdotal.
En los momentos en que el mundo católico celebra el centenario del nacimiento del gran Pontífice,
nada mejor podía hacerse que poner su figura ejemplar
de sacerdote, ante aquellos " q u e por su ministerio están destinados a formar a Cristo en los demás".
El llamado que el Apóstol hacía a los sacerdotes
de su tiempo " u t digne ambuletis vocatione qua vocati estis" (Ephes IV-1) nos la repite el santo Pontífice en su "Exhortación al Clero" que hoy nuevamente editanrtos.
A los que esforzadamente trabajan " i n vinea Dom i n i " llevando el peso del día y del calor, y a los jó-,
venes "quae in spe Ecclesiae adolescunt" formando
sus espíritus para la divina misión, estas páginas serán
como murmullo suave de una voz del cielo que les repetirá las palabras del libro Santo: "vos estis presbyteri in populo Dei, et ex vobis pendent animas eorum".
— (Judith V I I I - 2 1 ) .
Reciban los venerables sacerdotes y seminaristas
estas páginas escritas por un gran Pontífice al cumplir sus cincuenta años de sacerdocio, y publicadas en
su memoria al conmemorarse los cien de su nacimien-
— 2 (i —
to, con el deseo que movió a El a redactarlas y a nosotros a editarlas:
" u t perfectas sít homo Dei, et ad omite opus bonum
ínstructus.
La Colección "Ecclesia"
Si sacerdotium integrum fuerit, toda Ecclesis
floreret. Cum ergo videris populum indisciplinatum et
irreligiosum, sine dubio cognosces, quia sacerdotium
ejus non est sanus.— (S. Joan. Chrys).
Intelligant, se non ad propia conmoda, non ad d¡
vitiás aut luxum, sed ad labores et sollicitudinem pro
Dei gloria vocatos esse. Nec enim dubitandum est et
fideles reliquos ad religionem innocentiamque facilius
inflammandos, si praepcs'tos suos viderint, non ea quae
mundi sunt, sed anirr«arum salutem ac caelestem Patriam cogitantes (Conc. Trid, sess. 25 de Ref. e l ) .
EXHORTACION
de Nuestro Santísimo Padre el Papa Pío X al Clero
Católico, en el quincuagésimo aniversario de su
ordenación sacerdotal
Amados Hijos,
Salud y Bendición Apostólica!
Los Ministros de Dios sean lo que deben ser por su
cargo
Profundamente grabadas en nuestro espíritu, llenándonos de espanto, están aquellas palabras que dirigía a los Hebreos el Apóstol de las naciones, cuando,
instruyéndolos acerca de la obediencia debida a los superiores, decía en términos tan graves: "Por que ellos
están siempre vigilantes, como quienes tienen que dar
cuenta de vuestras almas" (1 ).
Si esta advertencia se refiere, en efecto, a todos
los que tienen autoridad en la Iglesia, se refiere en
primer lugar a Nos que, a pesar de nuestra insuficiencia, ejercemos en la Iglesia, por permisión de
Dios, la autoridad suprema. Así, pues, en nuestra solicitud incesante, de noche y de día, Nos no dejamos
de pensar en el rebaño del Señor, y de procurar conservarlo y acrecentarlo. Un punto sobre todos Nos
preocupa, y es que los Ministros de Dios sean lo que
(1) Heb. X I I I - 1 T .
deben ser por su cargo. Estamos persuadidos, en efecto, de que es éste el camino por donde p r i n c i p a l m e n t e
debe esperarse el buen estado y progreso de la »Religión. Por eso, desde que fuimos Nos investidos del
Pontificado, aunque, considerando el c o n j u n t o def
Clero, sus méritos nos fueran patentes, sin embargo»
juzgamos nuestro deber exhortar particularmente a
nuestros hermanos los Obispos, para que ellos nada
tuviesen más en el corazón ni juzgasen más ú t i l , que
formar a Cristo en aquellos que, por su ministerio, están llamados a formar a C r i s t o en los demás. Nos hemos visto cuál ha sido el celo de los Pontíf ; ces en
el desempeño de este cargo. Hemos visto con qué vigilancia y solicitud se han ap'icado asiduamente a
formar su clero en la v i r t u d , y por esto nos place no
sólo haber tenido mot'vos para felicitarlos por ello,
sino también para darle., públicamente, las gracias.
Pero, si, por una parte. Nos tenemos que regocijarnos de que, como crnsecuenc'a de esta acción de los
Obispos, el fuego d ' v ' n o se haya encendido en muchos
sacerdotes y los haya hecho recobrar, y vivificar en
ellos, la-gracia de Dios rec ; b ; da en su ordenación sacerdotal ; por otra parte. Nos tenemos todavía que deplorar que no poces, en a ' f u n o s países, no se muestren ta'es, que el pueblo cristiano, mirándoles con razón como un espejo, pueda ver en ellos virtudes que
imitar. A estos queremos abrir, en esta carta que les
dirigimos, nuestro corazón, que es el corazón de un
padre que palpita con un amor lleno de angustia, a la
vista de un hijo enfermo. Queremos Nos agregar nuestras exhortaciones a las del ep : scopado, y aunque t e n gan por principal objeto volver al bien a los descarriados y a los tibios. Nos queremos también que sean u n
estimulante para los demás. Mostraremos el camino
que cada uno dsbe esforzarse en seguir cada vez con
más empeño, para ser verdaderamente, según la her-
— 2 (i —
mosa expresión del Apóstol, el hombre de Dios ( 2 ) , y
corresponder a las justas esperanzas de la Iglesia.
No os diremos nada que sea desconocido ni nuevo
para nadie, pero sí. verdades que a cada uno le conviene recordar. Y Dios nos da la esperanza de que
nuestra palabra producirá abundantes frutos. Todo
nuestro deseo se expresa en este pensamiento. "Renovaos en vuestro espíritu y revestios del hombre nuevo
que ha sido creado según Dios, en la justicia y en la
verdadera santidad" i ) . Y éste será para Nos el más
hermoso y el más agradable obsequio que podáis ofrecernos en este 50.o aniversario de nuestro sacerdocio;
y por lo que a Nos toca, cuando repasemos bajo la
mirada de Dios, con corazón contrito y con espíritu
de humildad ( 4 ) , estos cincuenta años transcurridos,
creemos que, en cierto modo, expiamos todo lo que
puede haber de humano que borrar, con recomendaros y exhortaros "a andar dignamente ^gradando a
Dios en todo ( 5 ) . Pero en esta exhortación, Nos no
tendremos solamente en vista vuestro bien particular,
sino el bien general de las naciones católicas, porque
el uno no puede separarse del otro. Pues tal es la
condición del sacerdote, que no puede ser bueno p
malo únicamente para sí, sino que su manera de ser
influye necesariamente sobre el pueblo.—¡Cuántos y
cuán grandes bienes no produce, en realidad, un buen
sacerdote, donde quiera que se encuentre!
La santidad de vida
Por eso, pues, queridos hijos, comenzaremos nuestra exhortación, animándoos a la santidad de vida que
requiere vuestra dignidad.
(2)
(3)
(4)
15)
I T i m V I - 1 1,
Eph. IV-23-24.
Dan. 111-39.
Coloss 1-10.
8
—
En efecto, cualquiera que ejerza e! sacerdocio,
no lo ejerce solamente para sí, sino tamb ; én para !os
otros. "Pues todo Pontífice elegido entre los hombres
es constituido para los hombres, en las cosas que son
de Dios" ( 6 ) . Jesucristo ha expresado el mismo pensamiento, cuando, para mostrar a lo que debe tender
la acción de los sacerdotes. El los compara a la sal y
j la luz. El sacerdote es, pues, la luz y la sal de la
"ierra. Nadie ignora que esto consiste sobre todo en
ía enseñanza de la verdad cristiana; pero ¿se puede
ignorar acaso que este ministerio .es vano, si el sacerdote no confirma con su ejemplo lo que enseña con
su palabra? Aquellos que lo escuchan podrían decir
entonces, injuriosamente es cierto, pero con razón:
"Profesan a Dios con sus palabras pero lo niegan con
sus actos" ( 7 ) , y éstos entonces rechazarán la doctrina y no aprovecharán la luz del sacerdote. Por esto,
Jesucristo mismo, constituido modelo de los sacerdotes, enseñó primero con sus ejemplos y en seguida
con sus palabras: "Jesús principió obrando y luego
enseñando" ( 8 ) .
Además, descuidando la santidad, el sacerdote
no podrá en ninguna cosa ser la sal de la tierra, pues
lo que está corrompido y contaminado no es de ningún modo adecuado para conservar las cosas y ahí
donde la falta de santidad es inevitable que penetre
la corrupción: y así Jesucristo, continuando esta comparación, llama a tales sacerdotes sal insípida, "que
no es buena sino para ser arrojada fuera, y, por tanto,
para ser pisoteada por los hombres ( 9 ) .
Estas verdades se evidencian más aún, si consideramos que nosotros, sacerdotes, no ejercemos el
(6)
(7)
(8)
(9)
Hebr. V, 1.
T i t . I, 16.
Joan. X V , 15, 16.
Math. V , 13.
ministerio sacerdotal en nuestro nombre, sino en nombre de Jesucristo. Y así, dice el Apóstol, "que los
hombres nos consideran como los Ministros de Cristo
y dispensadores de ios misterios de Düos", (10) ; puet
somos los "lugartenientes de Cristo" ( 1 1 ) . También
por esta razón, Jesucristo -mismo nos ha colocado en el
número de sus amigos y no de sus servidores. "Yo
no os llamaré siervos, sino mis amigos, porque
todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer a vosotros. . . yo os he elegido y constituido para
que vayáis por el mundo y produzcáis mucho fruto" ( 1 2 ) .
Nosotros tenemos, pues, que desempeñar el papel de Cristo; la misión »que nos ha dado, debemos
cumplirla, tomando por f i n el que El se ha propuesr
to. Y como "tener un mismo querer y un mismo no
querer es lo propio ide una sólida amistad", estamos
obligados, en nuestra calidad de amigos, a comportarnos como Jesucristo, que es "Santo, Inocente e In-'
maculado" ( 1 3 ) . Como legados suyos, debemos ganar
el espíritu de los hombres a su doctrina y a su leycomenzando por observarlas nosotros mismos; como
participantes de su poder, estamos obligados, para librar las almas de los lazos del pecado, a esforzarnos
valerosamente por no andar enredados en ellos nosotros mismos. Pero, sobre todo, como ministros suyos
en la oblación del sacrificio por excelencia, debemos
ponernos en las mismas disposiciones con que El se
ofreció a Dios e nel ara de la Cruz, como hostia inmaculada. Pues, si antes, cuando no se trataba sino
íde apariencias y figuras, se requerí'a tan gran santidad
en los sacerdotes, ¿cuál habrá de ser la nuestra, cuan(10) II Cor. IV. 1.
(11) II Cor. V, 20.
12) Joan X V , 15. 16.
(13) Hebr. V I I . 26.
—
1 0 -
do la v í c t i m a es Cristo? "¿Cuánto más puro debe ser
e! que ofrece tai sacrificio? ¿Qué esplendor, más radiante que el de un rayo de sol, debe tener la mano
que reparte esa carne preciosísima? ¿Cuál debe ser
la, boca que se inflama en tal fuego espiritual, y la lengua que se t i ñ e con sangre tan venerable?" ( 1 4 ) .
M u y justamente San Carlos Borromeo insistía,
en los discursos a su clero, en estos términos: "Si consideráramos, mis m u y q j s r i d o s hermanos, cuan grandes y cuán santas cosas son iss que el Señor Dios ha
puesto en nuestras manos, ¡qué fuerzas no sacaríamos
CJ esta consideración para movernos a llevar una vida
digna de sacerdotes! ¿Qué más, que haber puesto en
nuestras manos a su propio Hijo, único, coelerno y
sustancial con El? Puso en mis manos todos sus tesoros, sus sacramentos, sus gracias; las almas, que son
lo que hay de más qtierido para El, y que las ha adquirido para Sí en su amor, y rescatado con su sangre; y
puso en mis manes el cielo, que pi:edo abrir y cerrar
para los demás. . . ¿Cómo, pues, podría ser ingrato a
tantas honras y a t a n t o amor, hasta el punto da pecar
contra El? hasta el punto de ofender en mí a Su M a jestad? hasta el punto de contaminar un cuerpo que
es suyo? hasta el punto da mancillar esta dignidad,
esta vida consagrada a su servicio?"
A esta misma santidad de v i d a — d e que hablaremos más e x t e n s a m e n t e — t i e n d e n los mayores y más
constantes cuidados de la Iglesia: a elío obedece la
i n s t i t u c i ó n de los Seminarios, donde se han de inculcar la ciencia y la doctrina en los que aspiran al clero,
se les ha de formar también, y principalmente, en la
piedad, desde sus tiernos años. Además, a! mismo
tiempo va la Iglesia promoviéndoos gradualmente, durante cuyos intervalos, nunca cesa, como madre solícita, de exhortarlos a la consecución de la santidad.
(14) Chrisót. Horn. L X X X I I , n o 5.
—
Ii
—
¡Cuan grato es recordar este espíritu dei Seminario!
Apenas nos afilió por primera vez en la milicia sagrada, quiso la Iglesia que hiciéramos esta profesión:
"Tú, Señor, eres la parte de mi heredad y de mi cáHz;
Tú el que me restituirás mi herencia" (15) : palabras
con las cuales— dice San jerónimo—se advierte al
clérigo que, puesto que él mismo es parte del Señor,
o tiene al Señor como parte, de tal manera debe conducirse, que posea él mismo al Señor y sea por el Señor poseído.— Con cuánta gravedad habla la misma
Iglesia a los que han de ser promovidos al subdiaconado! Una y otra vez debéis considerar atentamente
qué obligación es la que hoy libremente aceptáis! Que
una vez recibida esta orden, ya no podéis volver atrás,
sino que debéis servir perpetuamente a Dios y con su
auxilio guardar la castidad. Y finalmente: si hasta hoy
fuisteis tardos en el servicio de la Iglesia, desde ahora
debéis ser asiduos; si hasta hoy soñolientos, desde
ahora vigilantes; si hasta hoy deshonestos, desde ahoa castos. ¡Mirad, pues, qué ministerio se os confía!—
Y en cuanto a los diáconos, de esta manera ruega a
Dios por ellos: Abunde en ellos toda clase de virtudes,
autoridad modesta, pudor constante, inocente pureza
y cb;ervancia de la disciplina espiritual. Brillen en sus
costumbres tus preceptos y en el ejemplo de su castidad tenga el pueblo cristiano una santa imitcciósí.—
Pero es más severa todavía la amonestación hecha a
los que van a iniciarse en el sacerdocio: Gon gran temor se ha de ascender a tan alto grado y procurar que
la celestial sabiduría, las sanas costumbres y la constante observancia de la justicia sean la recomendación
de estes elegidos. . . Que el perfume de vuestra vida
sea el deleite de la Iglesia de Cristo, a fin de que por
la predicación y el ejemplo, edifiquéis la casa, es decir, la femilia del Señor.—Y más que todo rige aquella
(15) Ps. X V , 5.
—
2
(i
—
gravísima advertencia: Imitad lo que lleváis entre manos; lo cual concuerda ciertamente con el precepto de
San PabJo: que nos mostremos perfectos <3 ntoda nuestra persona, en Cristo Jesús. ( 1 6 ) .
Siendo, pues, esta la mente de la Iglesia sobre la
vida de los sacerdotes, a nadie parecerá extraño que
los Santos Padres y Doctores estén todos tan de acuerdo en este punto, que alguien podrá creerlos casi exagerados; sin embargo, un estudio prudente nos enseña que sólo han dicho lo justo y lo verdadero. La esencia de su doctrina se reduce a la siguiente proposición:
Debe haber tanta diferencia entre el sacerdote y cualquier hombre probo, como entre e( cielo y ía tierra;
por consiguiente, la v i r t u d sacerdotal debe estar muy
lejos, no sólo de los más graves crímenes sino aún de
(as faltas leves. Este juicio de los Padres quedó sancionado por el Concilio de Trento, al preceptuar a los
clérigos que eviten aún les pecados veniales, que en;
ellos serían gravísimos ( 1 7 ) , no por cierto, gravísimos
en sí mismos, sino respecto del sujeto, a quien, con
más razón que a los templos materiales, pueden aplicarse las palabras del salmista: A tu casa ctfnvse^e b
santidad ( 1 8 ) .
EN QUE CONSISTE ESTA S A N T I D A D
Veamos ahora en qué consiste esta santidad que
en el sacerdote es indispensable; porque gran peligro
corre el que la ignore o la aprecie erróneamente.
Hay quienes piensan, y hasta afirman, que la gloria del sacerdote debe consistir toda entera en la completa consagración a la utilidad de los demás. Por eso,
dejando casi todo el cuidado de las otras v i r t u d e s —
que ellos llaman "pasivas"—por las cuales el hombro
(16) Coloss. 1-28.
(17) Sess X X I I I - D e Reform. C. (.
(18) Ps. X C I I - 5 .
—
2
(i
—
se perfecciona a si mismo, dicen que toda la fuerza y
todo el cuidado deben emplearse por cada cual en la
adquisición y en el ejercicio de las virtudes "activas".
Nunca se señalarán demasiado los gérmenes de
engaño y de perdición contenidos en esta doctrina. De
ella nuestro predecesor, de feliz memoria, escribió con
su sabiduría (19) : ''Sólo aquel que no se acuerde de
las palabras del Apóstol: "Los que El conoció en su
presciencia, también ios predestinó para ser hechos
conformes a h imagen de su H i i o " (20, sólo aquél, pretenderá que las virtudes cristianas varíen según los
tiempos a que deben acomodarse. Cristo es el Maestro y el ejemplo de toda santidad, y es necesario que
todo el que pretenda ocupar un lugar entre los bienaventurados, se adapte a la regla de Cristo. Pero Cristo
no varía a medida que los siglos pasan, sino que es
ei mismo ayer y hoy, y será el mismo en todos los siglos 2 1 ) . Por tanto, es a los hombres de todas las
edades a quienes se dirige esto: "Aprended de Mí, que
soy manso y humilde de corazón (22) ; y no hay ninguna época en que Cristo no se nos muestre obediente
hasía la muerte ( 2 3 ) , y ias palabras del Apóstol: "Los
que son de Cristo han sacrificado su carne con los
vicios y las concupiscencias" ( 2 4 ) , están en vigor en
todos los tiempos".
Es verdad que estas enseñanzas se aplican a todos los fieles; pero tienen más íntima relación con los
sacerdotes; y es preciso que éstos reciban como dicho
para ellos, antes que para los demás, lo que nuestro
(19) Ep. "Testern benevolentiae". ad Archiep, Baltimor., 22 Jan. 1899.
(20) Rom. V I I I , 29.
(21 ) Hebr. X I I I , 8.
(22) Math. X I , 29.
(23) Philipp, II, 8.
(24) Gal. V, 24.
-
14
—
predecesor añadía en su apostólico ardor: " O j a l á que
estas virtudes estuviesen honradas ahora por mayor
número de hombres y practicadas por ellos como lo
fueron por tantos santos personajes de los tiempos pasados, que en sumisión del corazón, en obediencia y
abstinencia, fueron poderosos por las obras y la palabra, para el mayor provecho de las instituciones, no
sólo religiosas, sino hasta públicas y civiles".
N o estará fuera de lugar recordar aquí que el sapientísimo Pontífice hacía mención particularísima de
esta v i r t u d de abstinencia que, en lenguaje evangélico,
llamamos abnegación de sí mismo. Y es que en esta
v i r t u d , queridos hijos míos, están contenidas la fuerza,
la eficacia y todo el f r u t o del ministerio sacerdotal:
y.de su negligencia procede todo lo que, en Jas costumbres del sacerdote, puede ofender los ojos de los fieles.
En efecto, si se obra por vergonzoso afán de lucro; si se e n t r o m e t e en negocios temporales; si se ambicionan los primeros puestos, despreciando los otros;
si se complace a la carne y a la sangre; si se procura
agradar a los hombres; si se confía en las palabras persuasivas de la sabiduría humana, todo esto proviene de
la negligencia del precepto de Cristo y del desprecio
de la condición por El establecida: "Si alguno quiere
venir en pos de M í , niéguese a sí mismo". ( 2 5 ) .
EL SACERDOTE DEBE S A N T I F I C A R S E
PARA SI
NO
SOLO
Sin embargo, mientras Nos inculcamos estas cosas, no dejamps de advertir que el sacerdote no es sófo
para sí para quien debe santificarse; es, en efecto, e!
obrero que Cristo salió. . . a tomar para trabajar en
su viña ( 2 6 ) . A él toca, pues, arrancar las malas yerbas,
sembrar las útiles, regarlas y velar para impedir que
el hombre enemigo siembre sobre ellas la cizaña.
(25)
(26)
M a t h . X V I , 24.
M a t h . X X , 1.
—
15
—
Pör esta razón el sacerdote debe poner cuidado
en no dejarse llevar por un afán desmedido de perfección interior, que le haga desatender alguna de las
obligaciones de su ministerio que se refieren al bien
de los fieles. A esta clase de obligaciones pertenecen
el predicar la palabra d:vlna, el oír fielmente las confesiones, ei asistir a los enfermes, y, sobre todo, a los
moribundos; enseñar la fe a los que la ignoran, consolar a los ofíigidos, reconciliar a los extraviados por el
error y, para decirlo en una palabra, imitar a Cristo,
" q u e pasó haciendo el bien y cucando a los que habían
caído en las garras del diablo ( 2 7 ) . Pero, al practicar
todas estas obras, el sacerdote debe tener profundamente grabada en su pensamiento la observación solemne de San Pablo: "Ns el que p!anla ni el que riega
v h n nada: siró Dios, que da el crecimiento" ( 2 8 ) .
Arrójese fen buena hora, caminando y llorando,
la semilla sebre el campo; trabájese con todo empeño
en su cultivo; pero recuérdese que sólo al auxilio todopoderoso de Dios se debe el que la simiente germine y produzca los anhelados frutos. Porque es preciso
considerar que, en las manos de Dios; los hombres no
son otra cosa que instrumentos para ¡a salvación de
las almas, y que, como tales, deben hacerse aptos para que Dios se sirva de ellos. ¿Cómo se obtiene esta
aptitud? ¿Acaso moverán a Dios, para valerse de nosotros en provecho de su gloria, nuestros méritos naturales o adquiridos? De ninguna manera; porque escrito está: "Dios ha elegido lo que ante el mundo es
necio, para confundir a los sabios; y ha elegido lo que
ante el mundo es débil, para confundir a los fuertes;
y lo vulgar y lo despreciable del mundo, y lo que no
es, para destruir lo que es" ( 2 9 ) .
(27) Act. X, 38.
(28) I Cor. I I I , 7.
(29) Cor. I, 27, 28.
—
2
(i
—
Porque una sola cosa hay que ligue al hombre
con Dios; una sola que lo haga grato a sus divinos ojos
y ministro no indigno de su misericordia, a saber, l¿y
santidad de vida y de costumbres. Si ésta que es, al
fin y al cabo, la más alta ciencia de Cristo falta al sacerdote, todo le falta. Sin ella, en efecto, la misma
abundancia de la más elevada ciencia (que Nos mismo procuraremos fomentar en el clero), la misma actividad y destreza en el obrar, si bien pudieran ser
de algún provecho para la Iglesia o para algunos, son
frecuentemente, sin embargo, la fuente de lamentables perjuicios. ¡Cuántos, en cambio, y cuan admirables frutos de salvación produce en el pueb'o de Dios
el sacerdote santo, por ínfimo que sea, como lo prueban elocuentes testimonios de todos los tiempos! Sin
ir más lejos, ahí tenemos a Juan Bautista Vianney, ese
ilustre modelo de pastor de almas, a quien Nos mismo tuvimos el placer de decretar los honores de los
Bienaventurados. —Es la santidad lo único que nos
hace como la vocación divina nos quiere: hombres
crucificados para e ! mundo y para quienes el mundo
mismo está crucificado; hombres que marchan hacia
la renovación de la vida y que, como enseña San Pablo,
por su trabajo, por su castidad, por la ciencia, por la
paciencia, por la suavidad, por el Espíritu Santo, por
la caridad no fingida, por ta palabra de verdad, se
muestran como Ministros de Dios ( 3 0 ) , que tienden
exclusivamente a las ccsss relestÉales y ponen todo su
esfuerzo en llevar al cielo a los demás con ellos
V I D A DE ORACION
Pero, por lo mismo que. como nadie ignora, la
santidad de la vida es f r u t o de nuestra voluntad, en
tanto que sea fortificada por Dios con el subsidio de
la gracia, Dios mismo ha previsto abundantemente
(30)
II Cor. V I , 5 — 7 .
— 2 (i —
para que no careciésemos jamás, si lo queremos, del
auxilio de su gracia; y este auxilio nos lo aseguraremos,
en primer lugar, con el celo de la oración.—Entre la
santidad y la oración existe una relación tan estrecha
y necesaria, que no puede de ninguna manera, existir
la una sin la otra. Es perfectamente verdadera, al respecto, aquella sentencia de San Juan Crisóstomo:
"Creo será evidente para todos que es sencillamente
imposible llevar vida virtuosa sin el auxilio de la oración" (31) ; y concluye agudamente San Agustín: Verdaderamente sabe vivir bien, quien sabe orar bien".
Y Cristo en persona nos persuadió de estas enseñanzas con la exhortación constante de su palabra, y más
todavía con su ejemplo. Para orar se retiraba a los desiertos, o subía solo a las montañas; se absorbía noches enteras en esta ocupación, a la que se entregaba
todo entero; iba frecuentemente al templo, y aún a
la vista de las multitudes admiradas, oraba en público
con los ojos alzados al cielo; en fin, abrazado a la cruz,
en medio de los dolores de la muerte, todavía suplicó
a su Padre con lágrimas y fuerte clamor.
Tengamos, por tanto, como cierto y probado que
el sacerdote, para sostener con dignidad su categoría
y oficio, necesita entregarse profundamente a la oración. Con demasiada frecuencia hay que deplorar que
más reza por costumbre que por fervor de corazón;
que salmodia sin atención las horas prescritas, añadiendo, tal vez, unas pocas oraciones, y que después
ya no se acuerda en ningún otro momento del día de
ofrecer a Dios, con sus piadosas aspiraciones, el tributo de su oración. Y, sin embargo, el sacerdote mucho más que cualquier otro, debería obedecer el precepto de Cristo: "Es preciso orar siempre" ( 3 2 ) , precepto sobre el cual San Pablo insistía con tanto celo:
(31) De precatione, orat. 1.
(32) Luc. X V I I I , 1.
-
18
—
"Perseverad en la oración, velando en ella con hacím i e n í o de gracias ( 3 j ) . " O r a d " sin i n t e r m i s i ó n ( 3 4 ) .
V ¡cuántas ocasiones se presentan durante el día de
elevarse hacia Dios, a toda alma poseída por el deseo
de su propia santificación y de la salvación de las
otras almas! Las angustias íntimas, la debilidad en las
virtudes, el relajamiento y la esterilidad de las obras,
las ofensas y las negligencias innumerables, en fin, el
t e m o r a !os juicios de Dios; todss estas cosas nos incitan con fuerza a llorar ante el Señor y a enriquecernos con méritos fáciles, cuyo beneficio se añade para
nosotros al auxilio obtenido de El. Y no sólo debemos
llorar nuestros pecados propios. En este diluvio de crímenes que por todas partes se extiende y se esparce
sin cesar, a nosotros, sobre todo, corresponde implorar
con nuestras súplicas la divina clemencia; a nosotros
insistir ante Cristo, pródigo de toda gracia en su inmensa bondad en el admirable Sacramento, exclamand o : "Perdonad, Señor, perdonad a vuestro p u e b l o " .
MEDITACION
Es de capital importancia, en esta parte, el consagrar diariamente un tiempo determinado
a la meditación de las cosas eternas. N i n g ú n sacerdote puede
descuidar este p u n t o sin grave nota de negligencia v
p e r j u i c i o para su alma. Escrb'endó el abad S. Bernardo a Eugenio I I I , en otro tiempo su alumno y entonces Romano Pontífice, lo exhortaba con toda libertad
y encarecimiento, a no dejar jamás la meditación diaria, ni aún en medio de las muchas y gravísimas ocupaciones del supremo pontificado. Y aseguraba tener
derecho a exigírselo. enumerando de esta manera las
ventajas de dicho ejercicio: La meditación purifica la
fuente de que nace, es decir, la monte. Gobierna, ade(33) Coloss. V I 2.
(34) Thes, V. 17.
—
17
—
más, los afectos, dirige las acciones, corrige los exceses" ende/eza (as costumbres, morigera y ordena la
vida; y, finamente, da la ciencia de las cosas divinas
y b a m e n r « Es ella la que aclsra lo dudoso, une lo descf'nesrtac'c, coordina lo diseminado, escudriña los secretos, i m s t i g a lo verdadero, examina lo probable y
esrafers ¡e ficticio y a p a r e a s . Es ella la qua prepara lo
rs3 de hacerse y pondera lo ya hecho, para que nod i qyc¿e incorrecto o digno de corrección. Es ella la
que t n la prosperidad presiente la desgracia, y en la
aoversidau sabe sufrirla; uniendo así la fortaleza y la
prudencia (35).—Esta misma suma, de las grandes utilidades que la meditación está llamada a producir, nos
enseña también a nosotros no sólo su grande utilidad,
sino también su absoluta necesidad.
NECESIDAD DE LA M E D I T A C I O N PARA EL RECTO
EJERCICIO DEL MINISTERIO SACERDOTAL
En efecto, aunque los diversos oficios del sacerdocio sean augustos y llenos de veneración, sucede, sin
embargo, que, por la misma frecuencia de su ordinario trato, no siempre son ejercidos con el respeto y veneración que merecen. De aquí, entibiándose sensiblemente el espíritu, se pasa fácilmente a la desidia v
aún al fastidio por las cosas más sagradas. Añádese a
esto que el sacerdote vive por necesidad y cotidiano
trato como en medio de un pueblo malo; y así, muchas veces, en el mismo ejercicio de su caridad pastoral debe temer que no esté poniéndole asechanza
"la serpiente infernal. ¡Qué raro, pues, que en medio
de este torbellino envuelva el polvo del mundo aún
a los corazones religiosos! Es, por consiguiente, de toda evidencia la urgente y absoluta necesidad de volver diariamente a la contemplación de las cosas eter(35)
" D é Consid"., I, I, cap. 7.
rías, a f i n de que la inteligencia y la voluntad, renovando así sus fuerzas, permanezcan inquebrantables
contra todos ios peligros.—Además, es preciso que el
sacerdote esté dotado de cierta facilidad para elevarse y tender hacia las cosas celestiales, puesto que son
las cosas celestiales lo que ante todo debe conocer,
predicar y persuadir, y puesto que debe conformar
su
vida tan por encima de las cosas humanas, que cuanto
haga en su sagrado ministerio, lo haga según Dios, i m pulsado y guiado por la fe. Ahora bien, este hábito
del alma, esta como nativa unión con Dios, sólo se
consigue y se conserva por medio de la meditación cot i d i a n a : verdad, por lo demás, tan clara, que es sup e r f l u o insistir en e l l a . — C o n f i r m a c i ó n de estas v e r dades, aunque ciertamente bien triste, es la vida de
aquellos sacerdotes que dan poca importancia a la
meditación espiritual, o que del todo la descuidan.
Son, en efecto, hombres en quienes el sentido de
Cristo, ese bien tan precioso, languidece ya; entregados por completo a las cosas terrenas, dominados por
las vanidades y preocupados en futilezas, desempeñan
los sagrados oficios con tibieza, con frialdad y acaso
con absoluta indignidad. Y son los mismos que en
o t r o tiempo, recién ungidos con el crisma de la unción sacerdotal, preparaban d i l i g e n t e m e n t e su alma a
la oración, para no hacerse semejantes a los que t i e n tan a Dios; buscaban las horas más oportunas y los
lugares más alejados del mundanal t u m u l t o ; procuraban escrutar los pensamientos divinos; alababan, gemían, se alegraban; en una palabra, confundían su esp í r i t u con el espíritu del Salmista. Y ahora, en cambio, ¡qué diferencia tan g r a n d e ! . . . Apenas queda ya
en d i o s una leve, huella del antiguo y d ; l i g e n t e fervor con que trataban los divinos misterios. ¡Cuan
amados eran entonces aquellos tabernáculos!
Inundábase de gozo el alma asistiendo a ¡a mesa
del Señor y convidando a ella a otros muchos piado-
- - 21
—
sos. ¡Qué limpieza de alma y qué oraciones tan fervorosas antes de la Misa! Y durante ella, ¡con qué reverencia y con qué decoro se hacían íntegramente las
augustas ceremonias! ¡Qué espontáneas y generosas
acciones de gracias! Trascendía entonces felizmente al
pueblo el buen olor de Cristo. . —Recordad, os lo rogamos, queridísimos hijos, recordad los pasados días
(36) ; aquellos en que se abrasaba el alma al calor de
la santa meditación.
N A D A -HAY MAS NECESARIO PARA TODOS
ECLESIASTICOS QUE LA ORACION
LOS
Entre-aquellos a quienes se hace pesada la meditación o que la descuidan, hay algunos que no ocultan
su consiguiente pobreza de alma, y la excusan con
que se han consagrado por completo a las agitaciones
propias de! ministerio, con gran provecho de los demás. Pero se engañan miserablemente; porque, no
acostumbrados al trato con Dios, cuando hablan de El
a 'os hombres o dan consejos sobre la vida cristiana,
carecen en absoluto de la unción divina y la palabra
evangélica aparece en ellos como amortecida. Su voz,
aunque brille con todos los dones de la habilidad y de
la facundia, no es el eco de la voz del Buen Pastor,
que oigan saludablemente las ovejas; resuena y se diluye vanamente y, muchas veces, sirviendo de pernicioso ejemplo, no sin desdoro de la religión y ofensa
de los buenos. Lo mismo sucede en las demás esferas
de su actividad; porque o no consigue con ella ningún
provecho sólido o éste es apenas momentáneo, como
que le falta el rocío celestial, que sólo es atraído en
abundancia por la oración del que se humilla.—Y aquí
no podemos menos de lamentar profundamente que
haya quienes, arrastrados de pestíferas novedades, no
(36) Hebr. X , 32.
22
se averg«ericen de creer que es tiempo casi perdido el
que se emplea en la meditación y oración. ¡Oh funestísima ceguedad! ¡Oh, si comprendieran alguna vez,
estudiándose mejor a sí mismos, hasta dónde lleva este desprecio y negligencia de la oración! Porque es de
aquí de donde nacen la soberbia y la contumacia, que
produjeron aquellos amargos frutes que nuestro ánimo de padre no quisiera recordar y deseara ver para
siempre exterminados. Escuche Dios nuestros votos y,
echando, sobre los extraviados una mirada de misericordia, derrame sobre ellos el espíritu de gracia y oración, en tanta abundancia, que, llorando su error,
vue'van de nuevo con c o m ú n gozo al camino en mala
hora abandonado, y síganlo en adelante con - mayor
cautela. ¡ A l mismo D:os Donemos también Nos por
testigo, como.en otro tiempo el Apóstol, del amer que
hacia todos ellos profesamos en el corazón de Jesucristo!
En ellos pues y en vosotros todos, queridos hijos,
arráiguese p r o f u n d a m e n t e nuestra exhortación, que es
ía misma de C r i s t o Señor nuestro: Mirad, vigilad y
orad ( 3 7 ) . — S e a cada uno industrioso en ia práctica de
la m e d i t a c i ó n ; medite con confianza de alma y repita
muchas veces al Señor: Señor, enséñanos a orar ( 3 8 ) ,
Y hay además una razón especial que debe inducirnos
muy particularmente a la meditación; a saber: el gran
acopio de prudencia y de fuerza que de allí sacamos,
para la recta dirección de las almas, que es la más ardua de nuestras empresas.—Viene aquí de propósito
y merecen recordarse a,quellas palabras de San Carlos
a su Clero. "Entended, hermanos, que nada hay tan
necesario para todos los eclesiásticos como !a oración
(37) Marc. X I I I , 33.
(38) Luc. X I , 1.
(39) Ps. C. 2.
(40) Ex orationib, ad Clerum.
— 2 (i —
mental, que debe preceder, acompañar y seguir a todas nuestras acciones: Salmodiaré, dice el profeta, y
entenderé ( 3 9 ) . Si adm rustras los Sacramentos, medita, he rmano, en lo que haces; si celebras la Misa, medita en lo que ofreces; si cantas o rezas los salmos,
medita en lo que dices y a quien lo dices; si diriges
almas, medita con qué sangre fueron lavadas ( 4 0 ) " .
Por eso con razón y con verdad nos manda la Iglesia
repetir frecuentemente aquella sentencia de David:
Feliz el hombre que medita en la ley del Señor; su voluntad es constante día y noche, y todo lo que hace
prosperará.— Finalmente, y sea éste el más noble de
nuestros estímulos: Si el sacerdote se llama y es en
en realidad otro Cristo, por la comunicación de la potestad, ¿no debe también ser y llamarse tal por la imitación de sus obras?. . . Sea, pues, nuestra más importante ocupación meditar en la vida de Jesucristo (41 ).
LECTURA
ESPIRITUAL.
A !a cuotidiana consideración de las cosas divinas es preciso que el sacerdote una la asidua lectura
de los libros piadosos, y, en primer lugar, de los divinamente inspirados. Atiende a la lectura ( 4 2 ) , preceptuaba San Pablo a Timoteo, y San Jerónimo escribía a
Nepociano, instruyéndolo sobre la vida sacerdotal:
Nu«:c » dejes de la rv?no los libros sagrados: v le daba
esta razón: aprende lo que has de enseñar; consigue
aqueüa palabra fie!, que está de acuerdo con la doctrina, a fin de que puedas predicar la doctrina sana y redargüir a sus contradictores.
¡Qué provecho, en efecto, no consiguen los sacerdotes que proceden as! con constancia en todos los
instantes de su vida! ¡Con qué delicioso sabor predi (41) De Imít. Christi, I, 1.
(42) I Tim. IV, 13.
(43) Ep L V I I ad Paulinum, n. 6.
— Z4 —
Can a Cristo, cómo impulsan hacia lo mejor, cómo elevan hacia los anhelas de lo alto,—en vez de debilitarles y lisonjearles — l o s espíritus y las almas de sus
oyentes?
Pero el frustuoso precepto del mismo Jerónimo:
"Que los libros sagrados estén siempre en tus manos"
( 4 3 ) , tiene otro aspecto, queridos hijos, en lo que os
atañe. ¿Quién ignora que la mayor fuerza que puede
obrar sobre el corazón de un amigo, es la voz del amigo que le advierte lealmente, le ayuda con su consejo,
le reprende, le despierta y le aparta del error? "Dichoso aquel que encuentra un amigo verdadero" (44) .
"El que lo ha encontrado, ha encontrado un tesoro"
( 4 5 ) . Ahora bien, en el número de nuestros amigos,
verdaderamente fieles, debemos inscribir libros piadosos. Ellos nos hacen gravemente recordar nuestros deberes y las prescripciones de la disciplina legítima;
despiertan en-nuestros corazones las voces celestiales
dormidas; castigan el abandono de nuestros buenos
propósitos; perturban nuestras punibles indolencias;
acusan nuestras inconvenientes afecciones secretas y
disimuladas; nos' descubren los peligros que con frecuencia acechan nuestra imprudencia. Y todos estos
buenos oficios nos los prestan con tal benevolencia
y de un modo tan discreto, que se nos muestran, no
sólo como amigos, sino como los mejores, y con mucho, de los amigos.
Los tenemos, cuando nos place, como afectos a
nuestro lado, dispuestos a todas horas a subvenir a
nuestras necesidades íntimas, y su voz jamás es amarga, sus advertencias jamás son interesadas, su palabra
jamás es tímida ni falsa. Ejemplos numerosos e insignes demuestran la eficacia saludable de los libros piadosos; pero, donde más patente aparece, es en el ejem(44) Eccli. X X V , 12.
(45) Ib. V I , 14.
—
2
(i
—
p o de San Agustín, cuyos grandes méritos dentro de
la Iglesia comenzaron de allí: "Toma y lee; toma y
lee. . . Yo tenté (las epístolas de San Pablo), las abrí
y h í en r <"tncio. . . Como si 1a luz de la seguridad se
hubiese esparcido en mi corazón, todas las tinieblas de
mis dudas se disiparon" ( 4 6 ) .
Desgraciadamente, por el contrario, en nuestros
días ocurre con excesiva frecuencia que los miembros
de! Clero son poco a poco dominados por las tinieblas
de la duda y l ! egan a seguir las tortuosas sendas del
siglo, principalmente por el hecho de que, a los libros
piadosos y divinos, prefieren otros libros de todas clase? y hasta la turbamulta de periódicos inyectados de
un error sutil y maligno. Tened mucho cuidado, mis
queridos'hijos; no os fiéis de vuestra edad adulta, ni
siquiera de vuestra edad avanzada; no os dejéis arrastrar por la esperanra ilusoria de que así os emplearéis
más útilmente en el bien común. Observad las reglas
ciertas, que las leyes de la Iglesia han trazado y que
vuestra prudencia y vuestra caridad para con vosotros
mismos os harán ver; pues es muy raro que aquel que
una vez empezó por dejar que su alma se empapara
en esos venenos, pueda escapar a sus fatales consecuencias.
EXAMEN DE C O N C I E N C I A
El provecho que el sacerdote obtenga, tanto de
sus lecturas piadosas como de la meditación de las cosas celestiales, será mucho más abundante, si se propone un estudio particular para reconocer si verdaderamente aplica a la práctica de su vida lo que le enseñan sus lecturas y meditaciones. Hay para esto un
medio excelente, recomendado sobre todo al sacerdote
por San Juan Crisóstomo: "Todas las noches, antes que
venga el sueño, haz examen de tu conciencia, pídele
(46) Conf., Lib. V I I I , c. 12.
—
2 (i
—
severamente cuenta, y los malos pensamientos que
hayas podido tener durante el día. . . arráncalos, destrózalos y haz por ellos penitencia ( 4 7 ) . Cuán conveniente y provechoso para la v i r t u d cristiana sea este
ejercicio, lo prueban los maestros más autorizados de
la vida espiritual, con admirables razones y consideraciones. Plácenos citar aquí este notable precepto de la
regla de San Bernardo: "Como investigador diligente
de tu pureza de alma, ríndete cuenta de tu vida en un
examen de cada día. Averigua con cuidado en qué hss
ganado y en qué perdido. . . Aplícate a conocerte a tí
mismo. Pon todas tus faltas delante de tus ojos. Ponte
frente a tí mismo, como si estuvieras delante de un
extraño,'y así lloras tus propias culpas ( 4 8 ) .
Sería una gran vergüenza que en este punto se
cumplieran las palabras de Cristo: "Los hijos del siglo
son más avisados que ios hijos de la iuz" ( 4 9 ) . Ved con
qué cuidado administran sus asuntos, cómo con frecuencia confrontan sus gastos y sus ingresos; con qué
atención y con qué rigor hacen sus cuentas, cómo lamentan sus pérdidas y cómo se desviven para resarcirse. Y nosotros sacerdotes, que no pensamos quizá más
que en recoger honores, en aumentar nuestro patrimonio, en adquirir renombre y gloria.por la ciencia,
tratamos con descuido y negligencia el asunto más
elevado y más difícil, a saber: el de nuestra propia
santificación.
Apenas de tarde en tarde nos recogemos y examinamos nuestra alma, que, por este motivo, vegeta
trabajosamente como la viña del perezoso, de la cuai
está escrito: " H e pasado por las tierras del perezoso y
por el viñero del idiota, y he visto que los habían invadido las ortigas por completo, que las espinas habían
(47) Esposit. in Ps. IV, n. 8.
(48) Medit. piis. C. V.
(49) Luc. X V I , 8.
—
27-
Cubierto toda su superficie y que sa muro ds piedras
estaba destruido" (50) Y el daño es t a n t o mayor cuanto que los malos ejemplos, tan perjudiciales a la v i r t u d del mismo sacerdote, se m u l t i p l i c a n a su alrededos, por lo cual es preciso que Sada día redoble la v i gilancia y los esfuerzos sobre sí m'ismo. La experiencia demuestra que el que se entrega con frecuencia
a un severo examen de sus pensamientos, de sus palabras y de sus actos, tiene más valor para odiar y huir
el mal, y también más ardor y celo para el bien.
EL T R I B U N A L DE LA
PENITENCIA
A s i m i s m o demuestra la experiencia a cuántos inconvenientes y peligros está expuesto el que se abs
tiene de acudir a este t r i b u n a l en que se asienta la
justicia para juzgar y ante el cual comparece la conciencia como reo y acusadora. En vano buscaríais en él
esa circunspección tan necesaria al cristiano, que hace evitar hasta los más leves pecados, ese pudor del
alma, que es el que conviene al sacerdote y que se
asusta de la más pequeña falta contra Dios.
Es más, esta injuria y esta negligencia se convierten a menudo en un abandono más grave todavía del
sacramento de la Penitencia, por medio del cual ha
provisto tan o p o r t u n a m e n t e Nuestro Señor en su inf i n i t a misericordia, a la debilidad humana.
N o se puede negar, pero sí hay que depíorarlo
amargamente, que no es raro ver sacerdotes que apart a n a los demás del pecado con inflamada elocuencia,
mientras ellos sin reparo alguno incurren en las mismas faltas; que exhortan y apremian a los demás a que
se apresuren a lavar en las fuentes sacramentales, las
manchas de s u alma, mientras de su parte se nota la
más lastimosa negligencia para lo mismo, dejando pasar meses enteros sin'confesarse; que son hábiles para
( 5 0 ! Prov. X X I V , 30, 31.
— 2 (i —
aplicar el aceite y el vino saludables sobre las llagas
ajenas, mientras ellos permanecen heridos sin reclamar
el auxilio de una mano fraternal que se les tiende tan
cerca. ¡ A y ! ¡cuántas «indignidades han resultado y resultan todavía, de este proceder, para Dios y su Igle
sia! ¡cuántos males para el pueblo cristiano y cuántas
vergüenzas para el sacerdocio!
Y nos, queridos hijos, mientras hacemos, por deber de conciencia, estas observaciones, sentimos el alma desbordante de amargura, y nuestra voz estalla entre sollozos. ¡Desgraciado el sacerdote que no sabe
honrar su puesto, y que mancha con su infidelidad el
nombre de Dios santo, a quien debiera estar consagrado! La corrupción de los de arriba es la peor de las
corrupciones: "Grande es la dignidad de los sacerdotes; pero grande es también su ruina, si pecan; alegrémonos por nuestra elevación, pero temblemos por
nuestra caída; no es tan grande la alegría de haberse
elevado como el dolor de haber caído desde las alturas" ( 5 1 ) .
¡ Desgraciado, pues, el sacerdote que, olvidándose
de sí mismo, pierde el celo de la oración y el gusto por
las lecturas piadosas; que no entra jamás dentro de sí
para escuchar la voz de su conciencia acusadora! Ni
las llagas de su alma ni los gemidos de la Iglesia, su
Madre, conmoverán al desdichado hasta que le hieran
estas terribles amenazas del Profeta: "Endurece el co
razón de este pueblo, tápale los oídos, ciérrale los ojcs,
a fin de que no oiga, ni vea, ni comprenda en su corazón, y se convierta y yo Je salve ( 5 2 ) . — Q u e el Dios
rico en misericordias, aparte de cada uno de vosotros,
hijos queridos, este triste vaticinio. D os, que ve e!
fondo de nuestro corazón, sabe bien que está libre de
acritud hacia quien quiera que sea, antes al contrario,
.(51) S. Hieran, in Ezecq. I. ¡3, cap. 44, 40.
(52) Is. V I , 10.
-
29
—
rebosante de amor de pastor y padre para con todos: "Por que ¿cuál es nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra corona de gloria? ¿No sois vosotros delante de Jesucristo Nuestro Señor?" ( 5 3 ) .
VIRTUDES SACERDOTALES
Pero vosotros mismos, quienes quiera que seáis,
podéis ver en qué desdichados tiempos se halla la
Iglesia, por secretos designios de Dios. Considerad
también y meditad cuan sagrado es el deber que os liga, a f i n de que, ya que habéis sido dotados por ella
de una tan alta dignidad, os esforcéis también por estar a su lado y asistirla en sus tribulaciones. Por esto,
en estos tiempos más que en otros, se necesita una
gran v i r t u d en el Clero; una v i r t u d ejemplar ardiente,
activa, pronta a hacer cosas grandes y a soportar cargas pesadas en honor de Jesucristo. Nada deseamos
tanto, ni nada pedimos con tanto ardor para todos vosotros.—Que en vosotros brille, pues, con esplendor inalterable la castidad, el mejor ornato de nuestro orden
sacerdotal. Por el brillo de esta virtud, al propio tiempo que el sacerdote se Race semejante a los ángeles,
aparece más venerable ante el pueblo cristiano y consigue más abundante frutos de salvación.—Que el respeto y la obediencia prometidos a los que el Espíritu
Santo ha puesto para regir la Iglesia, aumenten continuamente, y, sobre todo, que los espíritus y los corazones estén unidos por lazos cada día más estrechos
de la fidelidad, con la sumisión tan justamente debida
a esta Silla Apostólica.—Que en todos vosotros domi.ne también una caridad que no busque nunca las propias conveniencias, a f i n de que, después de haber
ahogado dentro de vosotros los estímulos de la envidia y de la ambición propios de la naturaleza humana,
53) I Thess, II, 19.
— ÖU —
La grande y desgraciada multitud de enfermos,
de ciegos, de cojos, de mancos, aguardan los beneficios de vuestra caridad; los aguardan, sobre todo, esas
masas de jóvenes, esperanza de la Sociedad y de la Religión, rodeados como están por todas partes de m e n t i ras y de corrupción. Aplicaos con ardor, no sólo a enseñarles el catecismo, cosa que Nos os recomendamos
de nuevo y con mejor empeño todavía, sino también
a haceros apreciar de ellos por todos los medios que
todos vuestros esfuerzos acudan, en fraternal emulación, al aumento de la gloria d i v i n a . . .
sugiera vuestro celo. Obras.de asistencia, de patronato
de corrección, de paz: por todos estos medios buscad
y procurad ganar o conservar almas para Jesucristo.
; A h ! ¡cómo trabajan cómo se esfuerzan, cómo
se ajotan sus e n e m g o s para la pérdida, hoy tan enorme, de las almas! Por esta g l o r a de lá caridad es por
lo que 'a Igles's Católica se alegra y se glorifica en su
Clero, que propaga la paz cristiana, que lleva la salud
y la civilización hasta el seno de los pueblos bárbaros,
en los cuales, a costa de inmensos trabajos y, con frecuencia, de su sangre, el reino de Cristo se extiende}
más cada día y la fe cristiana se ve consagrada por
nuevas victorias.—Si la envidia, la maledicencia, la calumnia contestan, como es frecuente, a los oficios exteriores de vuestra caridad, no vayáis por esto a sucumbir de tristeza en la tarea, "no desmayéis en hacer e!
bien" ( 5 4 ) . Tened delante de los ojos esas falanges de
mártires, tan eminentes en número como en méritos,
que, a i m i t a c i ó n de los apóstoles, en medio de los oprobios más crueles, soportados en nombre de Jesucristo,
"iban contentos, y, maldecidos, bendecían"; puesto
que nosotros somos los hijos y los hermanos de los
santos, cuyos nombres brillan en el libro de la vida, y
(54) II Thess, I I I , 13.
—
Sí
—
cuyos méritos celebra la Iglesia. " N o manchemos con
un crimen nuestra gloria ( 5 5 ) .
RETIROS ESPIRITUALES
Restaurado y asegurado en el orden sacerdotal el
espíritu de la gracia, nuestros restantes proyectos de
reforma tendrán mayor eficacia, con el auxilio divino.
Por esto nos parece conveniente añadir algunos consejos a lo que hemos dicho-más arriba, a propósito de
los medios propios para conservar y aumentar esta
gracia. Hay uno, por lo pronto, conocido y recomendado por todos, pero que no todos practican igualmente; se trata de los llamados retiros o Ejercicios espirituales. Estos deben tenerse, siempre que sea posible, una vez cada año, ya en privado, ya en unión con
otros, y es mucho mejor, para que el f r u t o sea más
abundante; salvas siempre las prescripciones episcopales. Nos hemos ya hecho resaltar las ventajas de esta
institución, cuando hablamos de algunos puntos semejantes, relacionados con la disciplina del Clero roman o ( 5 6 ) . Y no será menos útil para las almas que los
retiros de este género tengan lugar cada mes, durante
algunas horas, ya en privado, ya en común. Nos vemos
con gran satisfacción que estos retiros mensuales se
establecen en muchas diócesis, con la recomendación
de los Obispos y, a veces, bajo su propia presidencia.
FRATERNIDAD
SACERDOTAL
Tenemos empeño también en recomendaros que
establezcáis entre vosotros estrechas uniones de sacerdotes, como conviene entre hermanos, bajo la sanción y dirección de la autoridad episcopal. Es ciertamente recomendable, que se unan en sociedades, ya
(55) I Mach. IX, 10.
(56) Ep "Experiendo", ad Card, in Urbe Vicarium,
27. Dec. 1907.
—
2
(i
—
para asegurar socorros mutuos contra las desgracias,
ya para defender la integridad de su honor y de sus
funciones contra los ataques enemigos, o para cualquier otro objeto de este género. Pero importa, sobre
todo, formar sociedades para el cultivo de las ciencias
sagradas, y, sobre todo para la n>ás eficaz conservación
de los fines de nuestra santa vocación, para la salvaguardia de los intereses de las almas, haciendo comunes los pensamientos y los esfuerzos. Los anales de la
Iglesia atestiguan, en los. tiempos en que los sacerdotes, en ciertos países, vivían en comunidad, qué felices resultados daba este género de asociación. ¿Quién
impediría en nuestros tiempos el restablecerlo, con ¡a
debida oportunidad y garantía, en ciertos lugares? ¿No'
se podrían esperar con razón, en beneficio de la Iglesia, los mismos frutos que en otro tiempo?—En realidad, no faltan sociedades de este género, provistas de
la autorización de los Obispos, y son tanto más útiles
cuanto más temprano se forme parte de ellas, ojalá
en el principio del sacerdocio. Nos mismo, en la época
en que desempeñábamos la misión episcopal, funda«
mos una, cuyas ventajas Nos demostró la experiencia,
y Nos continuamos dispensándola, así como a otras semejantes, nuestra especial benevolencia. Estas auxiliares de la gracia sacerdotal, y otras que la ilustrada prudencia de los Obispos podría inspirarles, según las circunstancias, apreciadlas y empleadlas vosotros, queridos hijos, a f i n de que de día en día "marchéis más
dignamente por el camino de la vocación a que habéis
sido llamados", (57) honrando vuestro ministerio y haliando en vosotros digno perfeccionamiento la voluntad de Dios, que es "vuestra santificación".
Estos son nuestros sentimientos más habituales
y nuestras más constantes solicitudes: por.eso, con los
ojos elevados al cielo renovamos frecuentemente para
(57) Ephes. IV, 1.
33 —
todo ei Clero la súplica misma de Jesucristo: "Padre)
S a n t o . . . santifícalos" ( 5 8 ) . Nos es gratísimo saber
que un gran número de fieles de toda condición, cuidadosos de vuestro bien y del de la Iglesia, se asocian
a Nos en esta súplica; y aún tenemos la dicha de que
muchas almas generosas, no sólo en los claustros, sino
en medio de la vida del siglo, se ofrecen continuamente como víctimas a Dios con este mismo objeto. Que
Dios acepte como un suave perfume sus puras y sublimes oraciones, y que no desdeñe tampoco nuestras humildísimas súplicas. Nos le suplicamos que en su bondad y su providencia Nos ayude, y que del Santísimo
Corazón de su hijo esparza sobre todo el Clero los tesoros de la caridad, de la gracia y de todas las virtudes.
— E n fin, Nos es dulce, queridos hijos, manifestaros
todo nuestro reconocimiento por los votos y felicitaciones que Nos habéis ofrecido, bajo todas las formas
de la piedad, con ocasión del quincuagésimo aniversario de nuestro sacerdocio, y a f i n de que en correspondencia nuestros votos os lleguen también y sean más
eficazmente escuchados, Nos queremos confiarlos a la
Augusta Virgen Madre, Reina de los Apóstoles.
En efecto, ella ilustró con su ejemplo aquella dichosas primicias del sacerdocio, mostrándoles cómo
debían perseverar en la oración hasta ser revestidos
de las virtudes de lo alto, y estas virtudes se las obtuvo seguramente más amplias, a la vez que las aumentó
y f o r t i f i c ó con sus consejos, para el feliz éxito de sus
trabajos. Y ahora Nos deseamos, queridos hijos, que
la paz de Cristo rebose en vuestros corazones con la
alegría del espíritu Santo; y sírvaos de feliz auspicio
la bendición apostólica que Nos os concedemos a todos con todo nuestro amor.
Dado en Roma, en San Pedro, el 4 de Agosto de
1908, al principio del sexto año de nuestro Pontificado.—Pío X , Papa.
(58) Joan. X V I I , II, 17.
PIO
X
Párrafos de la encíclica, "E. Supremi Apostolatus"
(4 de Octubre de 1903)
. . " N o s , preferiremos siempre a aquellos que, sin
descuidar las ciencias eclesiásticas y profanas, se consagran más especialmente al bien de las almas en el
ejercicio de los diversos ministerios que son propios
de un sacerdote animado del celo por la gloria d i v i n a " .
Es para nuestro "corazón una gran tristeza y un dolor c o n t i n u o " (Rom. IX, 2 ) , el ver que se puede aplicar a nuestros días aquella lamentación de Jeremías:
"Los pequeños reclamaban el pan, y no había quien
se los distribuyera" (Thren, IV, 4 ) . Porque no f a l t a n
en el clero quienes, cediendo a sus gustos personales,
se aplican a cosas de una utilidad más bien aparente
que real; mientras que son menos numerosos los que,
a imitación de Jesucristo, toman para sí mismos las
palabras del Profeta: "El Espíritu del Señor me ungió
y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los de
corazón contrito, a anunciar a los cautivos la libertad
y a los ciegos, la l u z " . (Luc. IV, 1 8 - 1 9 ) . Y sin embargo, ¿quién ignora, Venerables Hermanos, que, siendo
guiado el hombre principalmente por la razón y la libertad, el medio más apto para restablecer el imperio
de Dios sobre las almas, es la enseñanza religiosa? . . .
Mas para que con tal celo por la enseñanza se obtengan los frutos que de él se esperan y en todos "se
forme Cristo", nunca debemos olvidar, Venerables
—
2
(i
—
Hermanos, que no hay medio más eficaz que la caridad. Porque "el Señor no está en la conmoción" (3
Reg. X I X , 2 ) . En vano se esperará atraer a las almas
por medio de un celo impregnado de amargura: reprochar duramente los errores y reprender con aspereza
los. vicios es, muchas veces, más perjudicial que de
provecho. Es cierto que el Apóstol exhortaba a T i m o teo diciéndole (2 Tim., IV, 2) : "Arguye, suplica, increpa", pero añadía, "con toda paciencia". Y nunca es
más conforme a los ejemplos que Cristo nos ha dejado, El nos dirige esta invitación: " V e n i d a M í todos los
que estáis cansados y oprimidos, que Yo os aliviaré"
(Math. X I , 2 8 ) . Y en su mente, estos fatigados y oprimidos no eran otros que lös esclavos del error y del
pecado. ¡Qué mansedumbre, en efecto, en este divino
maestro! Qué ternura, qué compasión para con todos
los desgraciados! Isaías nos describe admirablemente
su corazón en estos términos: "Pondré mi espíritu sobre él; no contenderá ni levantará la voz; jamás acabará de romper la caña doblegada, ni apagará la mecha aún humeante" (Is. X L I I , 1 y sig.) Debemos mostrar esta caridad "paciente y benigna" (1 Cor., X I I I ,
4 ) , a los que nos odian y nos persiguen". "Ellos nos
maldicen", decía S. Pablo de sí mismo, "nosotros bendecimos; ellos nos persiguen, nosotros soportamos;
ellos blasfeman contra nosotros; nosotros oramos" (1
Cor. 4, 12). Puede ser que aparezcan peores de lo que
son en realidad. El contacto con los otros, los prejuicios, la influencia de la doctrina y de los ejemplos, y,
finalmente, el respeto humano, funesto consejero, los
han arrastrado a! camino de la impiedad; pero en el
fondo, su voluntad no está tan depravada como ellos
mismos quieren hacerlo creer. ¿Por qué, pues, no esperar que la llama de la caridad disipe las tinieblas de
sus almas, y haga reinar en ellas, juntamente con la
luz, la paz de Dios? Más de alguna vez se hará esperar el f r u t o de nuestro trabajo, pero no por eso la ca-
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ridad debe extinguirse, recordando que Dios no proporciona la recompensa en la medida de los resultados sino de la buena voluntad
Que Dios, "rico en misericordia" (Efhes. II 4)
apresure, en su bondad, esta renovación del género
humano en Jesucristo ya que la obra " n o es ni del que
quiere ni del que corre, sino del Dios de las misericordias" (Rom. IX, 16). Y nosotros, Venerables Hermanos, pidámosle esta gracia " e n espíritu de humildad"
(Dan. I I I , 3 9 ) , con plegarias incesantes e interponiendo los méritos de Jesucristo. Recurramos asimismo a la intercesión poderosísima de la Madre de Dios;
y para obtenerla más copiosamente, tomando ocasión
de este día en que os dirigimos esta carta y que ha
sido instituido para solemnizar el Santo Rosario. Nos
confirmamos todas las disposiciones por las cuales
Nuestro Predecesor ha consagrado el mes de Octubre
a la Santísima Virgen y ha prescrito que en todas las
iglesias se recite públicamente el Rosario. Nos, os exhortamos además, a pedir la intercesión del castísimo
Esposo de María, Patrono de Iglesia universal, y la de
los príncipes de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo.
PIO X
Párrafo de la encíclica "Jiscunda Sane" sobre S. Gregorio el Grande. (12 Marzo 1904)
" H e aquí cómo describe S. Gregorio al sacerdote
ejemplar". " A q u e l que, muerto a todas las pasiones
de la carne, vive espiritualmente; el que no teme la
adversidad y sólo desea los bienes del alma; el que
lejos de codiciar las riquezas de ios otros, distribuye
las propias; el que, con un corazón . misericordioso
siempre se inclina a perdonar, pero jamás, sin embar-
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go, una piedad inmoderada lo aparta de la rectitud de
la justicia; el que no solamente no comete ningún acto ilícito, sino que también deplora las faltas ajenas
como si fuesen propias; el que compadece con verdadera caridad las debilidades del prójimo; y se alegra
de los bienes de sus hermanos como si fuese de su pro*
pia f o r t u n a ; puede ser propuesto, en todos sus actos,
como modelo a los demás y nada tiene, en su vida pasada, de qué avergonzarse; se esfuerza por vivir de tal
manera que pueda regar con las aguas de su doctrina
los corazones secos de los cristianos; y, por el uso y la
práctica de la oración, ya sabe que obtendrá del Señor
todo lo que le pida" (Reg. Past., I. 10).
Todas esas grandes funciones del sagrado minis
terio reclaman la caridad como compañera. Animados
por ella, nosotros levantaremos al caído, consolaremos
al que llora, socorreremos todas las necesidades de
nuestros hermanos. Consagrémonos del todo a este deber de la caridad, que él ocupe el primer lugar entre
nuestras ocupaciones, y que a él cedan el lugar, nuestros intereses y nuestras comodidades. "Hagámonos
todo a todos", trabajemos por la salvación de todos,
aún a costa de nuestra vida según el ejemplo de Jesucristo que dirige a los pastores de la Iglesia esta recomendación: "El buen pastor da su vida por sus ovejas". Estas importantes enseñanzas abundan en los escritos de S. Gregorio, y los múltiples ejemplos de st^
vida admirable son un comentario más elocuente que
cualquiera palabra".
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"ORATIO
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SACERDOTALES"
ad servandam Castitatem
Domine Jesu Christe, Sponse animae meae, delicias cordis mei, imo cor meum et anima mea, ante
conspectum T u u m genibus me provolvo ac máximo
animo ardore Te oro atque obtestor, ut mihi des servare fidem a me Tibi solemniter datam in receptione
Subdiaconatus. Ideo, o duicissime Jesu, abnegem omnem impietatem, sim semper alienus a carnalibus desideriis et terrenis concupiscentiis, quae m i l i t a n t adversus animan (I ED. Petri, 2) et castitatem Te adjuvante intermerate servem.
O SS. et Inmaculata María, Virgo V i r g i n u m et
Mater nostra amantissima, munda in dies cor meum
et animam meam; impetra mihi timorem Domini et
singularem mei d i f f i d e n t i a m .
Sánete Joseph, custos virginitatis Mariae. custodi
animan meam ab omni peccato.
Omnes Sanctae Virgines, divinum A g n u m quocumque sequentes, estote mei peccatöris Semper sollicitae, ne cogitatione, verbo aut opere delinquam et
a castissimo Corde Jesu unquam discedam. Amén.
(Indulg. 300 dier. S. P. Leo X I I I . 16 Mart. 1889).
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