Fiesta del SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS e INICIO del “AÑO SACERDOTAL” Río Gallegos, 19 de junio de 2009 Queridos hermanos todos: 1. Con la alegría que nos produce una verdadera fiesta, hoy estamos convocados en este hermoso templo de nuestra ciudad para celebrar al Sagrado Corazón de Jesús. Agradezco al P. Humberto y a la comunidad parroquial por habernos invitado y haber preparado este acontecimiento tan significativo para la vida de la Iglesia de nuestra Diócesis. Una bienvenida afectuosa también a todos los devotos de San Expedito, que se acercan a la Iglesia para rezar con fe y confianza en el Dios de la Providencia. 2. Hoy ponemos nuestra mirada en el corazón de Dios. Es por eso que la fiesta de este día tiene para nosotros una importancia y un significado particular. En la Sagrada Escritura, el corazón es el punto donde el hombre se encuentra con Dios, encuentro que se da plenamente en el corazón humano de Jesús, el Hijo de Dios. Todos tenemos necesidad de encontrarnos con Dios. Cada uno lo busca de distintas maneras, pero todos tenemos esa sed espiritual que sólo el corazón de Jesús puede saciar. 3. Podemos preguntarnos, una vez más, ¿qué imagen tengo de Dios? ¿qué significa para mí el “corazón de Jesús”? En la lectura bíblica de la profecía de Oseas, Dios se nos presenta con la ternura de una madre que alza a su bebé para darle de comer y lo acompaña en sus pasos vacilantes. El corazón de Dios mira detenidamente a cada uno de sus hijos y de sus hijas. “Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer...” (Oseas 11,4) ¡Qué hermosa imagen de Dios nos da la Palabra de Dios de este día! Así es nuestro Dios. Es amor de misericordia que se traduce en compasión y en perdón, en fidelidad y en clemencia. Es cariño y ternura que se traducen en actos, gestos, actitudes de amor, de caridad, de caminar al lado nuestro como una mamá que nos quiere y nos cuida. 4. San Pablo nos enseña a pedir a Dios el don de la fortaleza “para que crezca en ustedes (en nosotros) el hombre interior. Que Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el amor.”(Ef 3,16) No podemos vivir en la mediocridad o en la superficialidad espiritual. Siempre buscamos algo superador, el “hombre interior”. Estamos llamados a ser santos, a ser felices, para poder conocer, con nuestro amor, el amor de Jesús. Si aprendemos a amar verdaderamente, será el mismo Dios quien ame a través de nosotros. 5. La página del Evangelio que hoy se ha proclamado, nos sitúa en el momento mismo de la pasión y crucifixión de Jesús. Escribe San Juan: “Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.” (Jn 19, 31-37) En la cruz el Señor entrega su Espíritu. En ese momento en que el soldado le atraviesa el costado con la lanza y del costado abierto salen sangre y agua, nace el nuevo Pueblo de Dios, brotan los sacramentos. El Corazón de Dios atravesado se hace cavidad, se hace espacio de vida. Allí nacemos nosotros, nace la Iglesia, esposa de Cristo, en ese costado traspasado. Por eso, cada vez que nos acercamos al corazón abierto de Jesús, todos “podemos beber con gozo de la fuente de la salvación”. (del Prefacio del día). ¡Cuánto para pensar, meditar y contemplar! 6. Pero hoy también tenemos una celebración especial, que tiene mucho que ver con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. El pasado 16 de marzo, el Papa Benedicto XVI convocó un “Año sacerdotal” especial, que comienza en el día de hoy y termina el 19 de junio del año que viene. Se conmemoran los 150 años de la muerte del santo cura de Ars, San Juan María Vianney, verdadero ejemplo de párroco-pastor al servicio del rebaño de Cristo. Será un año, nos dice el Papa, para redescubrir la belleza y la importancia del sacerdocio y de cada sacerdote. El lema que eligió el Santo Padre para el Año Sacerdotal, camina en esta dirección: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”, y quiere indicar que nosotros amamos porque Dios nos amó primero (1 Jn 4,19) y, al mismo tiempo, indica la indispensable y cordial respuesta de parte de cada uno de los sacerdotes. Se trata de un acontecimiento no espectacular, pero con la intención de que se viva como renovación interior de la Diócesis. Se invita a redescubrir alegremente la identidad y espiritualidad sacerdotal, la fraternidad en el propio presbiterio, la relación sacramental con el propio Obispo. Y en este marco, el Papa pide una particular atención a la indispensable y prioritaria promoción de las vocaciones al sacerdocio, al servicio ministerial, conferido por la imposición de las manos. 7. Me permito, entonces, subrayar algunos breves pensamientos que comencemos juntos a reflexionar y a rezar por nuestros sacerdotes: a) Primero, el Corazón de Jesús es el modelo y la fuente de vida de todo bautizado, pero lo es de una manera esencial, para el sacerdote. En la misión a la que ha sido llamado y consagrado, Cristo es el centro de todo. Y Cristo que está vivo y presente en nuestra Iglesia a través del sacerdote que celebra, que predica, que guía y anima a los hermanos “en su misma persona”. Tener un sacerdote como pastor es de fundamental importancia para una comunidad. Todo sacerdote nos recuerda a diario que somos el Pueblo de Dios y nos convoca a vivirlo así, en comunidad. b) Segundo, por esto mismo, el sacerdote es discípulo y misionero de Jesús de una manera radical y totalitaria. La elección y la llamada del Maestro le pide oídos de discípulo (Is 50,4), es decir, oídos atentos para escuchar en su corazón la voz que lo invita a seguirlo más de cerca y a estar dispuesto a servir a su comunidad hasta el extremo de estar dispuesto a dar la vida, como el Buen Pastor, que, conociendo a sus ovejas, “da la vida por ellas”.. c) Tercero, el sacerdote sabe que este seguimiento implica necesariamente el camino de la cruz. “El que no carga con su cruz y no viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,27). Todos en la vida tenemos momentos fáciles y otros difíciles, momentos de alegrías y momentos de dolor y de prueba; el sacerdote también. Sin embargo, desde la fe y desde una firme esperanza, sabe seguir caminando, incluso en la oscuridad, por el camino que Jesús le va indicando. El misterio del sacerdocio se comprende sólo desde el misterio de la cruz. d) Finalmente, en cuarto lugar, como les recordaba en la Misa Crismal de este año, el sacerdote es un “hombre de comunión”. La fraternidad sacerdotal es el soporte genuino y eficaz que los lleva, como presbiterio, a buscarse y encontrarse. Recordemos que el sacerdocio nació en la última Cena, que tiene su máxima expresión en el partir y el compartir el Pan de la Eucaristía. En esa cena Jesús nos llama “amigos” y pide al Padre “que seamos uno”. (Jn 17,11) 8. Habría mucho más para compartir, pero lo dejamos para que a lo largo de este año eucarístico que nos acerca al Jubileo Diocesano, podamos seguir reflexionando y viviendo de tal manera el mandamiento del amor, que la presencia de Jesús en medio nuestro sea una realidad y, por tanto, un motivo de alegría, de paz y de amistad. En la visita que los Obispos de Argentina hemos tenido este año con el Papa, hemos palpado muy de cerca el interés del Santo Padre por destacar y revalorizar el ministerio sacerdotal, ante tantos escándalos y situaciones que ponen al sacerdocio en tela de juicio ante la sociedad, sobre todo, por los medios de comunicación social. También insistió el Papa, en la necesidad que tienen los sacerdotes de saberse valorados y queridos por sus obispos y por todo el pueblo de Dios. Nos invitó a cuidar, animar y apoyar a nuestros sacerdotes. 9. Mañana celebramos al Inmaculado Corazón de María. Si el corazón es, según la concepción bíblica, el punto donde el hombre se encuentra con Dios, ¿qué decir del corazón de María, del corazón de la madre? María vivió estrechamente unida a Dios toda su vida, y lo llevó en su interior, tanto en su cuerpo como en su corazón, es decir, en su sentir, en su voluntad, en su amor. Es justamente Ella la que nos debe acompañar, como madre y como modelo, para poder descubrir, valorar y comunicar el amor misericordioso del Corazón de Jesús en cada momento de nuestras vidas. Que así sea. + Juan Carlos, padre obispo de Río Gallegos