A propósito de esto

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Palabras e imágenes. Un recorrido por el trabajo de Iñigo Royo El presente texto lo escribí a petición de mi amigo Santiago Eraso para una exposición que finalmente no parece que vaya a realizarse. Fue Santiago quien me sugirió que, con el fin de encontrar una línea argumental a la exposición, lo titulara provisionalmente “Palabra e Imágenes”. Me dice Iñigo Royo que este título no le gusta, que lo cambie. Le contesto diciéndole que sólo es un primer acercamiento, al igual que el conjunto del texto que voy a escribir. A Royo siempre le han preocupado los títulos; es de los que piensa que el hecho de no encontrar el título exacto para un proyecto significa que probablemente no se tenga claro lo que se pretende hacer. Eso de “palabra e imágenes” tiene, a su parecer, un tufillo a sacristía, a verdad revelada. Algo que siempre ha estado lejos de sus intenciones y del tono general, o eso cree, de los trabajos que en el transcurso de los años ha ido realizando. Porque aunque en muchas de sus propuestas ha tratado de ponerse serio, es de los que piensa que todo funciona mejor si se permite que una fina corriente de humor empape las paredes de aquello que se pretende contar. Reconoce que no siempre lo consigue. De hecho cada vez entiende menos lo que pasa por la cabeza de las personas que la vida le hace conocer. Y a modo de ejemplo me cuenta riendo que con frecuencia denota con estupor que le toman a broma cuando dice algo en serio, y que le toman en serio cuando bromea. Más allá de sus dificultades de comunicación con los otros, ‐que haremos mejor en pasar por alto por ser un mal cada vez más extendido y cuyo aumento, en opinión de quien escribe, es directamente proporcional a los medios supuestamente disponibles para tal fin‐, si se le pusiera a Royo en el brete de tener que explicar las razones por las que las palabras están tan presentes en sus imágenes, probablemente diría que se debe a un doble motivo. Uno, porque su llegada a la fotografía fue una consecuencia inesperada y casi involuntaria de su adicción al cine, en donde las imágenes han sido generalmente ligadas a una narración, a un relato, a un guión previo. Dos, por su enfermiza, contradictoria y totalmente incomprensible falta de fe en las imágenes. O al menos en muchas de las que ahora se hacen. Es verdad que en sus momentos de zozobra acostumbra a aferrarse al consuelo de que en breve desaparecerán sin dejar rastro. Además, sus referencias o lugares en los que se fue sujetando para construir sus propuestas rara vez eran las propias imágenes, ni por lo general los trabajos que otros fotógrafos o artistas proponían. Tampoco acostumbra a tildarse a sí mismo de artista y recela de los que alegremente así lo hacen. No digamos de los que se definen como “poetas visuales”. Se denomina a sí mismo “fotógrafo” porque hace tiempo ha comprobado que es la mejor manera de evitarse explicaciones. Pero en realidad siempre ha creído ser un fotógrafo equivocado, torcido, despistado. Un tipo por ejemplo al que el hecho de que las imágenes vayan ganando sitio en detrimento de las palabras le parece sencillamente un despropósito. Cree que las ideas se configuran con palabras; que esa y no otra es la materia con la que se tejen los conceptos, los pensamientos abstractos, las ideas. El resto le parece algo así como jugar a la Wii o hacer amigos del alma en Facebook. A veces le pregunto que por qué no escribe. “Hago lo único que sé hacer”, me responde tajante. En cualquier caso, y sea por las razones que sean (siempre habrá un psicoanalista que lo achaque a un Edipo no resuelto), lo cierto es que las palabras se fueron instalando de una manera natural en sus proyectos. Porque sus referencias, sobre todo en un principio, fueron básicamente literarias: Samuel Beckett, Cortázar, Georges Perec, Albert Camus, El Quijote... Antes solía contar que su método de trabajo pasaba por estar leyendo preferentemente en un tren con ventana al lado. Ahora sin embargo emula a San Juan de la Cruz y prefiere encerrarse en un pequeño y atiborrado estudio, sin ventanas, que tiene en su casa. A veces piensa que se está convirtiendo en un misántropo, quizás es que sin más se está haciendo mayor. Su mujer y su hija comienzan a preocuparse. Fíjense por ejemplo en la felicitación navideña que ha enviado este año a sus amigos. Por otra parte, es un tipo que nunca ha sabido trabajar sin guión. Nunca ha podido dejarse llevar por el “a ver qué pasa”. En su trabajo no cree en la improvisación y por tanto casi siempre se ha puesto manos a la obra cuando ya en su cabeza habitaba un desarrollo más o menos claro de lo que quería hacer. Es el caso evidente de dos de los trabajos que hizo en los años noventa: “Historia de una colección frustrada” y “Relato de una estrategia”. El primero es un frustrado intento por parte de Royo de convertirse en un coleccionista. Quizás un intento de emular a Rafael Tous, un conocido coleccionista de arte contemporáneo a quien conoció por aquel entonces y del que guarda un grato recuerdo. Quizás una manera de aproximarse al libro de Georges Perec “El gabinete de un aficionado”… En cualquier caso Royo no quería ser un coleccionista de sellos, de vajilla inglesa, de estampas toreras o de algo que tuviera un marchamo de respetabilidad, no. Se empeñó en querer coleccionar fotografías que él mismo pensaba obtener de los objetos decorativos que se encontraban a la vista del público en las sucursales de Bancaixa en la ciudad de Valencia. El buen juicio de los dirigentes de Bancaixa quebrantó sus deseos. Ocupados como estaban en el negocio del ladrillo, de la especulación y del buen gusto, no pudieron entender, lógicamente, cómo alguien podía estar interesado en las obras sin valor que colgaban de las paredes de sus sucursales. “¡Porque ellos organizaban exposiciones prestigiosas como la dedicada a Sorolla o la que en esos momentos –“Pintores Españoles durante el reinado de Felipe IV”‐ ocupaba sus salas!”, decían. El caso es que le denegaron el permiso. Yo ya le dije: “menos mal que todavía queda gente sensata en el mundo”. Pero como pueden imaginar, Royo se encabezonó y realizó finalmente un trabajo compuesto por una imagen de su frustrado gabinete de coleccionista y 99 fichas que describían de una manera muy libre las andanzas y extravíos de él y su mujer (lo que es el amor) por 99 sucursales de Bancaixa con el objetivo de fotografiar y describir sus elementos decorativos. ¡Pero qué bien lo pasamos! El segundo, “Relato de una estrategia”, es un trabajo en el que un texto va describiendo los pormenores de unas acciones que se van produciendo a lo largo de una serie de días mediante el empleo de unos dados y papel fotográfico (quizás sea necesario recordar que hubo un tiempo en el que la fotografía se construía con luz). Dichas acciones dieron como resultado una serie de imágenes en las que sobre un fondo negro asomaban unos puntos blancos. Con el fin de que sigan pensando que el autor es un tipo respetable omitiré los detalles de dichas acciones. Para obtener más información de cada uno de los proyectos que aquí se van a citar u otros puede visitarse la página web: www.royoyarantegui.com Es esta una época en la que desarrolla un conjunto de propuestas que requieren de la puesta en marcha de un trabajoso y minucioso repertorio de actos que las personas sensatas calificarían con razón de absurdos. En realidad a Royo le ha pasado con los actos como con las bromas, que nunca ha sabido hasta qué punto van a ser enjuiciados como irracionales o no; esto le crea problemas en su vida cotidiana porque tiende a pensar que por lo general, y a diferencia de lo que a él le ocurre, las personas que le rodean distinguen perfectamente aquellos actos que tienen sentido de aquellos que no lo tienen. El tipo del que hablo y a quien tengo a mi lado mientras escribo estas líneas protesta y me dice que cualquiera que lea este texto va a pensar que es un tarado. “¿Y qué quieres que piensen?”, le contesto. En cualquier caso y como iba diciendo, son acciones que pretenden hablar de dos asuntos: uno, de la futilidad y arbitrariedad de cualquier acto humano; y dos, de las imágenes como perfecta materia para reflejar esa inanidad. Una actitud a medio camino entre el Bartlebooth al que Georges Perec describe en su novela “La vida instrucciones de uso” (un personaje que guía su vida entera a partir del deseo de poner en práctica un plan de características detalladas y profundamente arbitrarias) y el Bartleby de Melville (aquel personaje que rehusaba hacer nada con un escueto: “Preferiría no hacerlo”). Aunque con matices, es en esta lógica en la que Royo inscribe un vídeo realizado con Óscar Currás. Su título es “Muro de aguas” y su sinopsis es la siguiente: En un paraje desértico arrasado por el sol alguien se aproxima hacia un lugar en el que se yergue un poste. Va cargado con unos bultos que deposita en el suelo. De entre los bultos saca una pantalla que engancha al poste y después coloca frente a esta un proyector de Super 8 que pone en marcha. El individuo se sienta frente a la pantalla a mirar las imágenes que la máquina proyecta. Pero en la superficie de la pantalla iluminada por el sol, ninguna de las imágenes proyectadas se hace visible. Se diría que el individuo permanece mirando a la pantalla con la fe que caracteriza por ejemplo a un hincha del Atlético de Madrid o a un visitante de Arco. A “Muro de aguas” siguieron dos cortometrajes en cine a partir de sendos cuentos de Benedetti y Borges que supusieron una especie de paréntesis. Y después vino “Providencia”, un vídeo de 75 minutos que Royo considera como un reverso de “Muro de aguas”. En “Providencia” un individuo sentado una noche junto a la luz de un faro, va describiendo una serie de imágenes que está proyectando; imágenes que no se sabe si se están haciendo tangibles en algún sitio pero que en todo caso quedan fuera de campo y por tanto al margen de la visión del espectador. Un vídeo que nunca hubiera podido realizarse sin el verbo fluido, la lúcida cabeza y la amistad generosa de José Luis Arántegui, un amigo de Royo con el que éste ha colaborado en varios proyectos. De similares intenciones beben otros trabajos de esa época. Es el caso de “Naturaleza de El Coyote o la animosa lectura en orden alfabético de los pies de foto de las imágenes publicadas en algunos de los periódicos que desde hace unos años se amontonan en mi casa”. Es este un proyecto sonoro de más de dos horas en el que Royo relaciona los pies de foto de cientos de imágenes con la inútil y siempre fallida caza del correcaminos por parte del coyote, ese Sísifo de los dibujos animados de su niñez. Royo sonríe al recordar las más de dos horas que pasó leyendo pies de foto a la manera en que lo haría un periodista deportivo durante la retransmisión de algún partido del siglo. Las palabras, aunque de manera muy diferente, se encuentran igualmente en otro trabajo, “La voz humana”. Aquí también la realización de las imágenes se circunscribe lo más fielmente posible a un proceso concreto: En compañía de varias personas me dirijo a un paraje amplio, solitario y lo más silencioso posible. Una vez allí ubico en un punto cualquiera de ese espacio a las personas que me acompañan y les invito a que hablen entre sí. Mientras conversan, me alejo de ellas en una dirección que determino al azar y no me detengo hasta llegar a otro punto en que ya no puedo percibir ni el más mínimo vestigio de sus voces. A continuación me limito a buscar un tercer lugar equidistante de ambos puntos desde el que poder fotografiar, lo más exactamente posible, la distancia que los separa. Me dice aquí el autor que no olvide señalar que el resultado es un conjunto de imágenes de paisajes más o menos hermosos en las que por sí solas no queda ni rastro de los hechos que las generaron. Imágenes mudas, incapaces de mostrar otra cosa que no sea la rotundidad de su misma presencia. La imagen como fetiche a la que podemos aplicar, sobre las aparentes certezas que muestra su máscara, mil y una cualidades, mil y una lecturas. Todas igualmente ciertas o igualmente falsas. A veces me parece que el individuo de cuyo trabajo me estoy ocupando podría haber titulado todas sus propuestas con el mismo título: “Reportaje I”, “Reportaje II”, “Reportaje III”… Vuelve a protestar, quiere que le deje escribir a él y después sin venir a cuento me dice que nunca ha querido tener un estilo, que desearía que todos sus trabajos fueran diferentes, que la lectura que estoy haciendo es puramente epidérmica, que qué sé yo de lo que él piensa… Le ruego que me deje solo, que entiendo que este repaso no le esté sentando bien, que se vaya a tomar una cerveza, que no exagere con la profundidad de sus pensamientos.... Por fortuna me hace caso y se va refunfuñando. A ver si hay suerte y tarda en volver. Pero estábamos con las palabras… Estas también se encuentran en “Donde se cuenta lo que en ellas se ve”. Era natural que un individuo como Royo confundido por el sentido de las acciones humanas y por la apariencia y la realidad de las cosas llegara a “El Quijote”. No fue fácil, tuvo que olvidar el odio que le había cogido al libro durante su larga etapa de escolarización. Aquí Royo echó mano de una caligrafía que guardaba desde la infancia para escribir, sobre un muro próximo a su casa, fragmentos de este libro relacionados con las diferentes manera de leer “lo real”, a los que acompañó de una infantil camarita de feria. Luego fotografió el conjunto con diferentes luces y un trocito de cielo. Alguna vez le he oído decir que fue una forma de superar, si es que algo se supera en esta vida, la crisis de los cuarenta que por cierto a él le llegó a los treinta y siete. Sé que disfrutó bastante haciendo este trabajo. Lo digo porque me consta que en muchas ocasiones lo que a Royo le gusta es pensar el trabajo, imaginarlo. Y aunque sabe que en este asunto, y quizás en todos, la forma lo es todo, en algunas ocasiones la posterior realización y no digamos su impresión en papel, su enmarcación y demás, le resulta farragosa, aburrida, prescindible. No así su posible venta que ya sé yo que le ilusiona. A partir del año 2003 se opera, yo creo que involuntariamente, un cierto cambio en las preocupaciones que motivan sus trabajos. Sus propuestas se vuelven más sociales, probablemente menos artísticas en la medida en que deja en un segundo plano las consideraciones sobre la naturaleza de las imágenes y se centra más en un cierto retrato de la sociedad en que vive; en una descripción de los desasosiegos e inquietudes que le generan la trama social, económica y política en la que se desenvuelve este comienzo de siglo. Este cambio no es ajeno al hecho de que en ese momento las imágenes son ya definitivamente digitales e Internet ha adquirido una presencia notable. Los haluros de plata han dejado paso a los píxeles y las imágenes han mutado. No ya sólo en lo que respecta a su manera de reproducirse o propagarse, sino también en la esencia básica de lo que hasta entonces la fotografía había sido: huella con luz. Faltaría a la verdad si dijera que Royo es un tipo nostálgico, en cierto modo está encantado de haber abandonado los procesos anteriores, aunque desde luego no se puede decir de él que sea un optimista tecnológico. Cuando tiene ganas de discutir, afirma sin tapujos que por fin sabemos lo que es la realidad: lo que vemos en las pantallas. Unas pantallas que constituyen el centro de nuestras relaciones, de nuestros conocimientos, de nuestro entretenimiento… para proseguir irónico: “luego está eso de morirse y tal. Pero no me rayes y descárgate algo”. Quizás aquí se halle la razón de que desde hace un tiempo vaya con una camarita en su chaqueta recopilando una colección de imágenes de pantallas apagadas. Dice que no le resulta fácil; que casi siempre están encendidas. No es la única colección que hace. También colecciona desde hace años los décimos de lotería que sus padres juegan todas las semanas con escaso éxito económico. Anima a sus padres a seguir jugando (debe de ser que secretamente confía en que algún día toque) y dice que algún día hará algo con esos décimos. Ya en 1998 Royo había trabajado con imágenes obtenidas de Internet en la realización de un trabajo al que llamó “Colaboración”. Un trabajo en que para su elaboración se rigió de las siguientes normas: “Por medio de un ordenador conectado a Internet accedo a una página web cuya dirección he encontrado previamente por azar. A partir de ese momento intento establecer con la pantalla de mi ordenador una estricta relación de estímulo – respuesta; esto es, dirijo sistemáticamente la flecha a aquellas zonas de la pantalla que por un motivo u otro, su color, su forma, su movimiento…, atraen mi atención. Y pulso en ellas. Trato de no leer nada. De este modo, múltiples y variadas páginas web se suceden en la pantalla y cuando alguna de ellas me gusta, la imprimo sobre la única hoja que he colocado en la impresora. El proceso se alarga durante horas y concluye cuando me siento cansado o ningún elemento de la pantalla logra seducirme”. Las imágenes que así obtuvo se acompañaban de otras realizadas con las mismas normas por los propios espectadores durante la exposición del proyecto que tuvo lugar en el Museo de la Ciencia de San Sebastián. Generalmente niños y adolescentes que con su colegio visitaban la muestra. Se produjeron bastantes colaboraciones entusiastas. El hecho de que Royo no fuera detenido por corrupción de menores indica a las claras la oscuridad del tiempo en que vivimos. Esta práctica de utilizar Internet como fuente de sus imágenes se convirtió, como ya he dicho, en habitual a partir del año 2003. Una práctica que por un lado pone en entredicho el concepto de autoría tradicionalmente entendido y, por otro, responde a preocupaciones que siempre le han acompañado. De hecho, en esos días que tiene malos, mientras come un plátano acostumbra a preguntarse: “¿tiene sentido seguir haciendo imágenes a la manera tradicional?, ¿no es preferible pensar y proponer a partir de las miles de imágenes que nos rodean por todos lados?, ¿o sería mejor no hacer nada?”. Yo entonces le digo que deje de llorar y que lo tiene fácil. Que se dedique a la numismática y punto. Entonces se pone en plan profeta y me espeta: “Ese día está próximo”. No le creo. Para continuar y aprovechando que Royo sigue sin aparecer me voy a permitir la libertad de proponer unos títulos alternativos a los siguientes trabajos que voy a describir. Dudo que él esté de acuerdo, pero qué más da. La palabra humana No olvida Royo aquella mañana en el que abrió el periódico y encontró las imágenes que Collin Powell había mostrado el día anterior en la ONU para demostrar la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. No podía creérselo. En aquellas fotografías, producto de la tecnología más ultramoderna, se habían insertado unos grotescos bocadillos de tosca apariencia que especificaban los lugares en que se encontraba el supuesto arsenal militar iraquí. ¡Cómo se parecía a “Mortadelo y Filemón”. Su trabajo con esas imágenes fue sencillo, junto a los bocadillos ya existentes colocó otros que reflejaban su deseo de la presencia, en algún lugar de nuestro mundo, de hombres con aspecto, piel, recuerdos, razón y costumbres de hombres: “un hombre que mira una nube”, “un hombre que se sienta en el suelo”, “alguien que recuerda su infancia”… El resultado es un trabajo al que tituló “Satélites”. La palabra arrojadiza En esa misma época realizó “Glosa”, una sola imagen que forma parte de los trabajos en los que ha decidido liarse la manta a la cabeza con los asuntos políticos del trozo de tierra donde vive. Los otros han sido “Variaciones”, Tribulaciones y mudanzas”, “Tiro en la cabeza”, la película de Jaime Rosales en la que trabajó de actor y foto‐fija y, de alguna manera, los vídeos y exposiciones que ha realizado en los últimos años con la oficina de proyectos “Okupgraf”. En este caso utilizó una reproducción fotográfica de los folios 67v y 68v de las glosas emilianenses, los dos folios que contienen conjuntamente glosas escritas en euskera y también en romance. Las glosas son textos aclaratorios, traducciones que los monjes hacían de las oraciones escritas originalmente en latín en los libros monásticos. En las glosas emilianenses se combinan glosas escritas en romance y euskera, constituyendo uno de los primeros vestigios conocidos de escritura tanto en uno como en otro idioma. Sobre ellos Royo escribió otra glosa con el lema que se distribuyó durante el Alderdi Eguna o “Día del Partido” del Partido Nacionalista Vasco en el año 2004: “Good Bye Spain”. La palabra fingida Durante algunos días de invierno y haciendo caso omiso al temor que le manifestaban su mujer y su hija acerca del posible peligro que entrañaban los lugares en que sin duda iba a meterse (no se engañen, no se trata de que nuestro individuo sea intrépido, sino más bien inconsciente), Royo recorrió solo buena parte de los muchos pueblos que se han ido abandonando en los últimos 75 años en la provincia de Burgos. Pueblos silenciados, arrasados por la historia y las torcidas lógicas del progreso y en los que sólo suena el sonido del viento al correr por sus olvidadas piedras. Y allí, se subía a una sillita que llevaba consigo y se autorretrataba en actitud de estar diciendo algo importante, de estar pontificando sobre algo. De tener sin duda respuestas a preguntas que ya ni tan siquiera nadie puede formular, en aquellas ruinas que nadie recuerda, entre los restos de esas calles por las que nadie transita. Y así realizó las imágenes que componen “Este individuo opina”. El autor recuerda que le sobrecogió profundamente una de las historias que se contaban en el libro “Burgos. Los Pueblos del silencio” de Elías Rubio Marcos. Un libro que repasa la historia de los 64 pueblos que en la provincia de Burgos se despoblaron entre 1940 y 2000. “Preguntada Casilda, una antigua habitante de un pueblo abandonado que se llamó Cuzcurrita de Aranda, por las sensaciones que experimenta al ver la nada en que se ha convertido su pueblo confiesa: “Cada vez que vengo al pueblo hablo con el eco. Me pongo en el camino de las bodegas, de espaldas a la iglesia, y mirando hacia Las Cerradas y al Pico Misal, grito con todas mis fuerzas el nombre de todos los vecinos que conocí en el pueblo para que los responda el eco…” La palabra amorosa Voy a referirme a este proyecto de la manera en que Royo suele hacerlo. “En aquellos meses me ocurrió con frecuencia que cuando iba por la calle observaba que algunas personas con las que me cruzaba iban recitando en voz alta fragmentos de poemas amorosos de autores del siglo de oro español. La primera vez que me ocurrió no lo tuve en cuenta. Pensé que era alguien que se había vuelto loco. Pero al día siguiente, al salir de mi casa, vi a un tipo que recitaba en mitad de la acera un tierno poema de amor de Sor Juana Inés de la Cruz. Curiosamente nadie le prestaba atención. Esa misma tarde me topé con una mujer que mientras miraba unos escaparates recitaba a San Juan de la Cruz: ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, Habiéndome herido; Salí tras ti clamando, y eras ido. En días sucesivos el fenómeno se fue repitiendo ante la indiferencia general. Así que modestamente traté de hacer unas imágenes que reflejaran lo que estaba ocurriendo. Logré hacer sólo una docena de imágenes porque a los pocos días el fenómeno se fue apagando y desapareció. Hasta hace una semana, que al cruzar una esquina me encontré con un tipo que corría mientras recitaba un poema de Lope de Vega. No llevaba la cámara encima y se me escapó sin que pudiera retratarle. Si ustedes son testigos de alguno de estos casos les ruego me informen y en ningún caso se les ocurra denunciarlo a la autoridad competente. La palabra anestesiada En marzo de 2008 Royo abrió una cuenta en el correo electrónico que ofrece Google. Al principio no se percató pero un día, al recibir un correo de José Luis Arántegui en el que escuetamente se incluía una cita de Planck a propósito de la manera en que se construyen las verdades científicas, de pronto lo vio. A la derecha del mensaje, en un apartado al que Google llama “Enlaces patrocinados”, Google había incluido entre otras cosas un anuncio de depuradoras, una invitación a convertirse en preparador físico, así como una publicidad de un instituto de ¡constelaciones familiares!... Se puso a indagar y descubrió que Google aplicaba sistemáticamente en los correos estos “enlaces”, publicidad realmente, de manera automática y con contenidos diversos en función de las palabras que detecta en el correo que se ha enviado o recibido. Y pensó, ¿qué “enlaces patrocinados” le habrían aparecido a Don Quijote si hubiese utilizado el correo de Google para escribir a Dulcinea su famosa carta de amor? Y probó. Así por ejemplo, al caballero de la triste figura el sistema automático le adjudicó, entre otros, un anuncio de palos de golf o una información sobre una bronca en TV3 en la víspera de la Diada. A la Carta de las Naciones Unidas, servicios de limusinas y coches para bodas. A una carta de Hitler a Mussolini, ofertas extraordinarias para viajar a Moscú. Resulta curioso observar que, por ejemplo, dichos enlaces patrocinados no asoman cuando se envían cartas a Franco o cuando en el contenido de la carta aparece la muerte de por medio. Se envió a sí mismo más de 150 cartas y después decidió, tras una conversación con José Luis Arántegui, realizar una segunda versión del trabajo. Así, se envió mediante el correo de Google los 98 capítulos que componen la versión castellana del libro “Ejercicios de Estilo” de Raymond Queneau. Este libro, escrito por Queneau entre 1942 y 1945, contiene en sus diferentes capítulos el mismo asunto ‐un incidente trivial en un autobús‐ de casi un centenar de maneras o de estilos de escritura diferentes. Los enlaces patrocinados y las noticias de Google no fueron ajenos a estos cambios formales y reaccionaron a su manera en función de los estilos empleados. La palabra implacable En la biografía que Gómez de la Serna hace de Valle‐Inclán detalla cómo a éste, con su imponente presencia, sus largas barbas y su característico ceceo le gustaba contar historias como la siguiente: “… una vez, en tierraz de América, o como zi dijéramoz en Indiaz, zalí de la ciudad pazeando por el campo. Como yo me trago laz leguaz, me zorprendió la noche lejoz del poblado, a la orilla de un lago, ya en territorio de loz zalvajez. Allí me zenté a dezcanzar zobre un tronco verdozo, como lleno de muzgo. Pero al poco rato noté que el tronco ze movía. Otro cualquiera ze hubieze azuztado. Yo, no. Me fijé y vi que me había zentado zobre un caimán. Y como yo conozco laz coztumbrez del zaurio le puze un dedo zobre un ojo, que ez la manera de guiarlez, y azí montado en él me condujo hasta laz puertaz de la ciudad”. Y si alguno de los oyentes protestaba convencido de que le estaba tomando el pelo, Valle replicaba: “Uztez ez un idiota. Uztez no zabe lo que ez un zaurio”. Y empezaba la gresca. Entre los escritores españoles del Siglo XX, Royo siempre ha tenido una especial debilidad por Valle‐Inclán. El retrato que hizo en “Luces de Bohemia” de la España que conoció es implacable. Es una obra en la que se dan cita un conjunto de personajes rotos, sin meta ni futuro, en una sociedad mezquina y cruel. En una España desmoronada, grotesca, ruinosa. Al leer Royo la obra y tras los más de noventa años transcurridos, se preguntaba cuánto de eso que describía Valle permanece, corregido y aumentado, en la sociedad de nuestros días. De esa pregunta surgió “Esperpento”, un trabajo que combina imágenes de la geografía española obtenidas por medio de Google Earth y pequeños fragmentos de diálogos extraídos directamente de “Luces de Bohemia”. El resultado es un conjunto de setenta imágenes que colocadas en la pared conforman un particular mapa de España. Sé que Royo me agradecerá si cito aquí un trabajo al que tituló “El hombre que ríe”. Es un proyecto por el que tiene una especial debilidad y, aunque no está directamente relacionado con las palabras, para él supone una especie de segunda parte de “Esperpento”. La palabra vana, la palabra imposible, la palabra necesaria “Tres Paisajes” son tres propuestas que Royo realizó simultáneamente y que le permitieron no tener que salir de su estudio (ya dije antes que sufre lo que un psicólogo denominaría “déficit de habilidades sociales”) porque para su ejecución utilizó de nuevo imágenes obtenidas por medio de páginas web y de Google Earth. En el primer paisaje se limitó a recoger lo que fueron durante cuarenta días las noticias más leídas en la edición digital de un periódico nacional. Dice el recopilador que a su parecer el conjunto no tiene desperdicio. En el segundo paisaje Royo utilizó el traductor de Google para traducir un texto de Rafael Sánchez Ferlosio del castellano al estonio, del estonio al euskera, del euskera al finlandés, del finlandés al francés, del francés al galés, del galés al gallego, del gallego al georgiano, del georgiano al griego, del griego al gujarati, del gujarati al hebreo, del hebreo al hindi, del hindi al holandés, del holandés al húngaro, del húngaro al indonesio, del indonesio al inglés, del inglés al irlandés, del irlandés al islandés, del islandés al italiano, del italiano al japonés, del japonés al kanada, del kanada al latín, del latín al letón, del letón al lituano, del lituano al macedonio, del macedonio al malayo, del malayo al maltés, del maltés al noruego, del noruego al persa, del persa al polaco, del polaco al portugués, del portugués al rumano, del rumano al ruso, del ruso al serbio, del serbio al suajili, del suajili al sueco, del sueco al tagalo, del tagalo al tailandés, del tailandés al tamil, del tamil al telugu, del telugu al turco, del turco al ucraniano, del ucraniano al urdu, del urdu al vietnamita, del vietnamita al yiddish, del yiddish al afrikaans, del afrikaans al albanés, del albanés al alemán, del alemán al árabe, del árabe al armenio, del armenio al azerbaijani, del azerbaijani al bengalés, del bengalés al bielorruso, del bielorruso al búlgaro, del búlgaro al catalán, del catalán al checo, del checo al chino, del chino al chino tradicional, del chino tradicional al coreano, del coreano al criollo haitiano, del criollo haitiano al croata, del croata al danés, del danés al eslovaco, del eslovaco al esloveno, del esloveno al español. Pueden imaginarse que la distancia entre el texto original en castellano y el resultado final tras haber pasado por el filtro de unos setenta idiomas es algo así como una versión moderna de la torre de Babel. En el tercer paisaje capturó los paisajes a los que Google Earth automáticamente le condujo cuando en el buscador del programa introdujo las palabras: comprensión, coraje, cordura, decencia, bondad, dignidad, equidad, esperanza, felicidad, generosidad, honestidad, humildad, júbilo, libertad, serenidad, templanza y verdad. Royo, que ha vuelto más sereno después de varias cervezas y está leyendo lo que he escrito por encima de mi hombro, me hace un gesto para indicarme que a su juicio el asunto no requiere de mayor explicación. Y hablando de explicaciones, la temible pregunta que más le descoloca y a la que ha tenido que enfrentarse en varias ocasiones es aquella de: “Y esto, ¿por qué lo haces?”. Y Royo se queda sin respuesta. ¿Por dónde empieza? No le cabe duda de que la pregunta implícitamente significa: “vaya manera de perder el tiempo”. Y quizás tengan razón. ¡Vaya, es seguro que la tienen! Ya dije antes que él nunca ha poseído, a diferencia de la mayor parte de la humanidad, la capacidad de distinguir de manera diáfana aquello que tiene un sentido indudable de aquello que no lo tiene. Para tranquilizarle le digo que los que eso le preguntan no albergan duda alguna acerca del inmenso sentido de actividades como por ejemplo la natación sincronizada o el viajar a Nueva York. La palabra ojalá Cuando vi este trabajo y observé que lo había titulado “Tribulaciones y mudanzas” le dije sarcástico: “Para ser un ateo te pasas la vida con referencias a Dios, la iglesia y las palabras de los santos”. Comprobé regocijado que le había pillado porque él sólo pudo responder con la conocida cita de Buñuel: “Soy ateo por la gracia de Dios”. Más allá de estas bromas que tanto me gusta hacerle, en este caso transcribiré lo que escribió a propósito de este trabajo. “Es obvio que la existencia de la organización terrorista ETA ha marcado desgraciadamente durante largos años una parte importante de la vida social y política de este país. Para los que nacimos en la década de los sesenta, y probablemente aún más para los que hemos vivido en el País Vasco, la existencia de la ETA nos ha acompañado tristemente durante toda nuestra vida. Siempre hemos vivido junto a noticias de bombas, asesinatos, amenazas, actuaciones policiales de más que dudosa justicia…, el triunfo de la imbecilidad en suma, y con una cierta impresión de que esa situación no iba a acabar nunca. Sin embargo, el pasado 21 de octubre las portadas de todos los periódicos estaban ocupadas por la misma noticia: la ETA anunciaba su renuncia a la violencia. A pesar de las lógicas cautelas muchos sentimos aquella mañana que esa noticia constituía el comienzo del fin de este largo y desgraciado asunto. Me pedía el cuerpo hacer algo con esa buena nueva que, ojalá, se convierta en el primer paso en el definitivo fin de esta desgracia. También pensé que debía intentar hacer un trabajo que huyera de los maniqueísmos en los que es fácil entrar con estos temas y que, sin desdeñar una cierta ironía, reflejara un cierto atisbo de esperanza. Así que compré todos los periódicos que encontré de ese día y con sus portadas fui construyendo pequeñas, frágiles y un poco desarboladas figuritas de papel. Y fui componiendo con los titulares y con las fotografías de aquellos tres patéticos etarras encapuchados, una pajarita, un avioncito, un molinete, un corazón, una flor… El resultado es un conjunto de siete imágenes a las que he titulado “Tribulaciones y mudanzas”. Y aquí concluye el listado de aquellos trabajos más relacionados con la palabra que Royo ha realizado hasta ahora. Me consta, no porque él me lo haya dicho sino porque el otro día hurgué en sus papeles mientras estaba distraído con un episodio de “Los Simpsons”, que tiene en la cabeza otros dos proyectos que también podrían inscribirse en esta línea. El primero de ellos parece que va a tratar sobre las palabras de la economía y de la crisis. Del segundo creo que sólo sabe que se va a titular “Preposiciones”; pero lo tiene verde, duda incluso de si utilizar la lista que aprendió en el colegio o de si va a incluir también algunas preposiciones nuevas que recientemente han incorporado los académicos como “versus” o “vía”. Ya ven, en esas cosas se entretiene. Por lo demás, sé que Royo no me perdonaría que pasara por alto algunos de los trabajos que ha realizado con Marian Larzabal e Iñigo Fdez. Ostolaza en una oficina de proyectos llamada “Okupgraf”. Trabajos en los que ha compartido momentos y reflexiones con decenas de personas y que han dado como fruto toda una galería de vídeos en torno a diferentes asuntos. Así, en 2004‐2005 correalizó “Esperientziak”, un recorrido por la memoria de casi cincuenta personas mayores residentes en Gipuzkoa. En el 2007 hizo por encargo de “Tabakalera” la exposición “Egiatik”, un repaso por la relación entre la antigua fábrica de tabacos de San Sebastián y el barrio de Egia. En “Añorgatarrak” correalizó un vídeo por encargo del “Museum Cementos Rezola” sobre el particular funcionamiento de la vida social y laboral durante el Siglo XX del barrio de Añorga de San Sebastián y la Fábrica de Cementos Rezola. Y en 2011 se embarcó, por encargo del Ayuntamiento de San Sebastián, en la realización de ocho vídeos que repasaban las problemáticas y peculiaridades de una amplia zona del extrarradio de San Sebastián. Y vale. Iñigo Royo Tolosa, mayo de 2012 
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