Por ello, si podemos desearte algo para esta “Navidad” y siempre, es que puedas descubrir personalmente el propósito por el cual Jesús vino a este mundo. Fue más que un hecho histórico, fue algo que tiene que ver contigo y conmigo, y que hoy en día sigue salvando las vidas de personas que se entregan a Él por lo que Él ha hecho por ellas. Espero que tú seas una. ¡¡No lo desaproveches!! [email protected] ealmente, cuando pensamos en la palabra “Navidad” y en esta época del año, inmediatamente, lo primero que nos viene a la cabeza son los adornos navideños, las compras, los regalos, las grandes cenas... Las casas, las calles y las ciudades se decoran porque el tiempo de Navidad ha llegado. Casi todo el mundo pien-sa de este tiem-po como algo especial, aun cuando su verdadero propósito está muy lejos de ser lo que, por tradición, celebramos. En estas fechas las familias intentan reunirse para, a pesar de las diferencias, poder pasar unos días juntos. Es un tiempo del año en el que abundan las buenas obras y en el que, incluso el incrédulo, puede llegar a ser un buen religioso; lleno de bondad y generosidad. Pero todo esto resulta un tanto irónico, ya que, pasado este tiempo de supuesta “paz”, uno vuelve a ser quien era; las felicitaciones, los brindis y los buenos deseos de paz y felicidad se acaban. Las personas vuelven a la rutina de la vida sin que nada haya cambiado; continúan siendo las mismas personas, con las mismas incertidumbres y los mismos problemas (económicos, familiares, personales...). Rápidamente, todas las emociones que han experimentado durante este tiempo desaparecen, y vuelven al vacio que todo esto ofrece. Si queremos ver el verdadero significado de la Navidad tenemos que ir a la palabra “nacimiento”. En este caso, lo que le da una connotación muy especial es el hecho de tratarse, no del nacimiento de cualquier ser humano, sino del nacimiento del mismo Hijo de Dios. Aún a pesar de la dificultad para el hombre de aceptar este hecho y la manera milagrosa en que fue concebido, es una verdad que no puede negarse. Fue preparado de antemano y tenía un solo propósito; salvar a una humanidad perdida por el pecado y reconciliarla con Dios. Los sacrificios, la penitencia, las buenas obras, etc., nunca pudieron, ni podrán quitar la mancha de pecado en el corazón del hombre. Estos esfuerzos humanos son sólo remedios temporales con los que el hombre puede disfrazar y tapar su pecado, pero nunca quitarlo. Juan Bautista dijo de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que “quita” el pecado del mundo” (Juan 1:29). El mismo Dios que hizo el universo y todo lo que en él hay, que formó al hombre con Su mano y sopló sobre él aliento de vida, vino en carne y hueso, haciéndose visible en la persona de Jesús. En todo, excepto en que no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca (1Pedro 2:22) , Él se hizo semejante a los hombres, no estimando el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Filipenses 2:6-7). Nació en la más absoluta pobreza; fue acostado en un pesebre (comedero o lugar donde se guardaba el ganado), ya que ni siquiera había lugar para Él en el mesón. Como cualquier bebé, tuvo que aprender a comer, a hablar y a caminar; y como joven aprendió un oficio y estuvo sujeto a sus padres. Sintió el hambre y la sed, e incluso el dolor; lloraba y también podía sentir gozo. Vivió y caminó sencilla y humildemente entre los hombres, amándoles y conociendo sus sufrimientos y debilidades. No le importaban las clases sociales porque Él se fijaba en la necesidad espiritual del corazón, así es que estuvo tanto entre los pobres, ladrones, prostitutas..., como entre los ricos y gente reconocida de aquel tiempo, ofreciéndoles un cambio de vida y corazón; dando cumplimiento a lo que ya había sido profetizado acerca de Él por Isaías, 700 años antes de su nacimiento. Se presentó a ellos como la esperanza para el desesperanzado, como la luz para los que andan en oscuridad, como el consuelo para los abatidos, como la sanidad para los quebrantados de corazón, como la libertad para los oprimidos y cautivos, como el camino para los perdidos… Jesús fue, es y será la única respuesta de Dios para el ser humano y la única esperanza para poderse poner en paz con Él; y el único lugar y hecho donde puede tener lugar esta reconciliación está en la Cruz. La muerte de Jesús en la Cruz no fue un acto simbólico; fue un acto real y necesario de la perfecta justicia de Dios para una raza humana que justamente merecía la sentencia de muerte que Cristo pagó. ¿Quién le crucificó? Sorprendentemente, no fueron los judíos ni Pilato con sus soldados romanos, sino que Dios, el Padre, por su voluntad, envió a Su Hijo al mundo con el fin de que Él muriera, cumpliendo en sí mismo la sentencia que, de no haber sido así, tú y yo tendríamos que pagar con un sufrimiento eterno. Pero… ¿qué si despreciamos el remedio que Dios, con su infinita sabiduría, ha llevado a cabo? Pues la espantosa verdad es, que si rechazamos al Hijo y lo que Él ha hecho, no quedará más remedio que pagar la sentencia con nuestra propia vida. Para concluir, una última reflexión. Ya que era necesario cumplir con la justicia divina, ¿por qué crees que el Padre mandó a Su Hijo para cumplirla en nuestro lugar, y por qué el Hijo estuvo dispuesto a hacerlo? Me gustaría que tomaras una pequeña pausa para meditar bien en ello. Lo que motivó a Dios y a su Hijo es un amor tan maravilloso que ni tú ni yo podemos entender. Se trata del amor más sublime que jamás ha sido manifestado a este mundo. Es el amor infinito de Dios, salvando a una creación que desde el principio se ha rebelado en su contra, pero a la que Él quiere atraer a sí mismo, y restaurar así la relación perdida.