From the SelectedWorks of Jose Luis Sardon Spring 2004 Partidos, orden democrático y crecimiento José Luis Sardón, Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas Available at: http://works.bepress.com/jose_luis_sardon/9/ Y PARTIDOS, ORDEN DEMOCRÁTICO Y CRECIMIENTO* JOSÉ LUIS SARDÓN** Las funciones de los partidos políticos en una sociedad incluyen el expresar el pluralismo ideológico y social, pero también el estructurar la competencia política. En este sentido, los partidos son indispensables, pues ningún otro tipo de organización social tiene este doble compromiso. Los grupos de presión, específicamente, expresan también el pluralismo, pero se desentienden del orden político. Por tanto, la democracia puede servir como base de un proceso de crecimiento económico sostenido solo en la medida que esté sustentada por un sistema de partidos. Este sistema es la infraestructura institucional de la democracia. 1. SOCIEDAD CIVIL Y ASOCIACIONES CIVILES Martin Heidegger decía que toda pregunta esboza una respuesta. Las preguntas que los organizadores de esta conferencia formulan a este panel –dedicado a la infraestructura institucional de la democracia– no son la excepción a esta regla. Levemente, ellas insinúan que esta depende más de la existencia de una sociedad civil fuerte que de la existencia de partidos. En la medida en que la sociedad civil sea concebida a la manera de Alexis de Tocqueville, esta afirmación tiene un germen de verdad. Como se sabe, en su clásica obra La democracia en América, de Tocqueville brindó una sugestiva interpretación de la democracia, basada en una concepción vigorosa de las asociaciones u organizaciones civiles1. De Tocqueville enfatizó la importancia de las organizaciones sociales intermedias –aquellas que están entre el individuo y el Estado– para efectos del fortalecimiento de la democracia. Sin estas instituciones, la democracia está condenada al fracaso, por cuanto el gobierno tenderá a desbordarse, al no encontrar contrapesos institucionales. Cuando visitó Estados Unidos, en 1831, una de las cosas que más le sorprendió fue la gran cantidad de asociaciones civiles. Cada estadounidense estaba afiliado a numerosas y variadas asociaciones. Estas incluían iglesias, gremios empresariales y profesionales, clubes deportivos y culturales, etcétera. Para Tocqueville, la vitalidad de estas asociaciones civiles hacía posible mantener a raya al gobierno, pues estas asociaciones defendían las libertades civiles y económicas de una manera más eficaz que lo que podían lograr los individuos actuando aisladamente, como ocurría en la Europa de su tiempo. Por cierto, esta teoría ha sido replanteada en nuestro tiempo por autores como Robert D. Putnam, desde la izquierda, y Peter L. Berger, Richard John Neuhaus y Michael Novak, desde la derecha2. Ellos enfatizan la importancia de la sociedad civil, entendida como asociaciones civiles, para el fortalecimiento de la democracia, entendida como “gobierno limitado”. Revista de Economía y Derecho, Vol. 1, Nº 4 (Primavera 2004). Copyright © Sociedad de Economía y Derecho UPC. Todos los derechos reservados. *Ponencia presentada en el Seminario en Latinoamérica de Teoría Constitucional y Política (SELA) 2004, organizado por la Yale Law School y realizado en Oaxaca, México, del l0 al 12 de junio de 2004. Este trabajo se discutió en el panel dedicado a la “Infraestructura institucional de la democracia”, en el cual se abordaron los temas de partidos políticos, grupos de presión y sistema educativo. **Director Ejecutivo de la Sociedad de Economía y Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). REVISTA DE ECONOMÍA Y DERECHO PRIMAVERA 2004 / 13 Y 2. GRUPOS DE PRESIÓN Y PARTIDOS POLÍTICOS Los grupos de presión y las ONG son canales de expresión de las ideas e intereses de diversos grupos sociales. En ese sentido, expresan también un deseable pluralismo. Sin embargo, ellos no contribuyen a configurar un orden político, que es el otro requerimiento esencial del desarrollo económico. Por esto, finalmente, no podrán sustituir nunca a los partidos políticos3. Sin embargo, ocurre también que el término “sociedad civil” no es entendido siempre como sinónimo de asociaciones civiles sino que muchas veces es utilizado como sinónimo de grupos de presión o, peor todavía, de organizaciones no gubernamentales (ONG). En este caso, resultaría un grave error pretender que ella sustituya a los partidos políticos. Tanto los partidos como los grupos de presión son estructuras políticas, tal como lo afirma el estructural-funcionalismo. Sin embargo, existen diferencias esenciales entre ellos. Por lo pronto, los grupos de presión pretenden influir en el contenido de las políticas públicas pero no ser gobierno ellos mismos, mientras que los partidos sí pretenden serlo. Por esta razón, la actuación de los partidos políticos es más democrática que la de los grupos de presión, en el sentido de transparencia y abierta al escrutinio público. Inevitablemente, la actuación de los grupos de presión resulta hasta cierto punto sospechosa, pues ellos no se la juegan por la conducción directa de los asuntos públicos. De esta misma diferencia de estrategias deriva el que los grupos de presión estén condenados a representar siempre intereses particulares, mientras que los partidos políticos puedan tener una representatividad más amplia, según como les vaya en las elecciones. Es importante notar que los partidos políticos están hechos por y para los rigores de la competencia electoral. Apertrechados en la esfera privada, los grupos de presión y las ONG, por el contrario, no se exponen a los mismos. Ellos actúan antes de las elecciones o después de ellas, pero no durante las elecciones. Los grupos de presión y las ONG quieren ser influyentes; los partidos, poderosos. En todo caso, la diferencia entre los partidos políticos y los grupos de presión no radica solo en sus objetivos y estrategias sino también, y quizá aún más decisivamente, en su relación con el “orden político”. Allí donde existen, los partidos no solo expresan el pluralismo democrático sino también configuran el orden político. A través de los partidos políticos, las sociedades pueden ser pluralistas y, al mismo tiempo, políticamente ordenadas. La experiencia comparada de los procesos de desarrollo económico contemporáneos indican que esta combinación resulta fundamental, pues a través de ella se logra tener “gobierno limitado” durante amplios periodos de tiempo. 3. LATINOAMÉRICA Y ESTADOS UNIDOS Por tanto, considero correcto afirmar que los problemas de la democracia en Latinoamérica derivan de la falta de organizaciones sociales vigorosas, pero mejor todavía señalar que lo que falta aquí, propiamente, son partidos políticos. Aunque existen algunas diferencias entre los diversos países de la región, puede afirmarse que lo que se tiene aquí son facciones más que partidos. La razón por la cual en Latinoamérica no puede hablarse de partidos políticos radica en la ausencia de sistemas de partidos. Como explica Giovanni Sartori, la existencia de partidos depende de la existencia de sistemas de partidos, entendiéndose por estos la situación en la que existe una interdependencia entre los diversos partidos que actúan en el escenario político4. Solo allí donde hay sistemas de partidos puede operar la peculiar transformación que caracteriza al juego democrático: los partidos, que representan a una parte de la sociedad, al obtener el triunfo electoral, pasan a representar a toda la sociedad. Donde hay facciones, por el contrario, estas, llegadas al poder, impondrán las ideas e intereses de solo una parte de la sociedad5. Latinoamérica no ha logrado remontar todavía la situación que existió durante siglos en Europa, en que la vida política estuvo dominada por la lucha de facciones. En realidad, el primer país que superó tal situación, consiguiendo un orden político superior, fue Estados Unidos, según Sartori. Los padres fundadores de Estados Unidos tuvieron un gran temor a la lucha entre facciones y de manera deliberada dispusieron las instituciones políticas para que se redujera este riesgo. Por ello, a diferencia de lo que ocurriría luego en tantos otros lugares, la Constitución de ese país fue concebida como “reglas de juego político”6. El Bill of Rights –aspecto dogmático de tal Constitución– fue un añadido de 1791 a los artículos originales de 1789, los cuales se centraban en la descripción de las funciones y, sobre todo, en los mecanismos de elección de los poderes federales. Y REVISTA DE ECONOMÍA Y DERECHO PRIMAVERA 2004 / 14 Y A través de estos mecanismos, lo que pretendieron sus autores no fue tanto establecer una democracia como una república. En El Federalista, número 10, James Madison definió la república como un “esquema de representación”7. Enérgicamente, Madison abominó de la democracia pura, que condenaría a la naciente Unión a la lucha de facciones. La manera de evitarlo fue establecer un sistema político estructurado en torno a tres principios: el federalismo, el presidencialismo (la división de poderes) y la representación de mayorías en distritos electorales uninominales. Los tres aspectos están consagrados en la Constitución: el primero en la última enmienda del Bill of Rights (añadido en 1791); el segundo y el tercero, en los tres artículos iniciales del texto original de la Constitución (escritos en 1787). En Latinoamérica, durante el siglo XX, ha predominado la representación proporcional. Como en Europa a fines del siglo XIX, este sistema fue introducido aquí con el argumento de favorecer el pluralismo ideológico, particularmente a aquellos partidos que querían representar una “tercera vía”, es decir, ni capitalista ni comunista. El primer país en utilizar este sistema fue Chile en 1925. El Perú dio los primeros pasos en tal dirección en 1931, utilizando una fórmula moderada de representación proporcional, como la lista incompleta. Por este sistema, el partido que obtenía la primera mayoría se llevaba dos tercios de las curules en juego, mientras que el que obtenía la segunda, se llevaba el tercio restante8. Sin embargo, en las décadas finales del siglo XX algunos países latinoamericanos –como Ecuador y el Perú– llegaron al paroxismo de la proporcionalidad, al establecer la elección de los congresistas en distrito nacional único. En todo caso, el sistema de mayorías favorece la rendición de cuentas –la accountability–, al hacer que exista un vínculo directo entre el congresista y su constituency. Por el contrario, en la elección por listas, el vínculo de representación es indirecto y confuso, incrementándose esto conforme aumenta la magnitud de los distritos electorales. En este sentido, el sistema de representación de mayorías es más democrático que el proporcional, pues la elección por listas determina que las cúpulas partidarias tengan mayor gravitación en el proceso político, relegando a un segundo plano la relación entre los congresistas y sus bases electorales. 4. REPRESENTACIÓN DE MAYORÍAS Y REPRESENTACIÓN PROPORCIONAL Como se sabe, el sistema de representación estadounidense es el de representación plural, o de mayoría simple, basado en distritos electorales uninominales. Este sistema –al igual que su contrario: el de representación proporcional basado en distritos plurinominales– tiene importantes consecuencias políticas. La representación de mayorías es el criterio de asignación de curules según el cual las curules en juego en cada distrito electoral se las llevan los candidatos del partido que obtiene la mayor votación. Este criterio se contrapone a la representación proporcional, mediante el cual las curules se distribuyen entre los diversos partidos en competencia, en relación con la votación obtenida. La representación de mayorías puede ser aplicada en distritos uninominales o plurinominales; sin embargo, está más naturalmente asociada a los primeros. En cambio, la representación proporcional solo puede utilizarse en distritos plurinominales. El tipo de distrito electoral y el criterio de asignación de curules suelen ir de la mano, pero no necesariamente lo hacen. Además, cabe indicar que la representación de mayorías puede establecerse en dos variantes: la de mayoría simple y la de mayoría absoluta. La primera, utilizada en Estados Unidos e Inglaterra, se le llama también representación plural; la segunda, utilizada en Francia y Australia, se le conoce también como representación de mayorías (a secas). 5. BIPARTIDISMO Y MULTIPARTIDISMO Así, los sistemas de representación afectan el aspecto cualitativo de la representación política. Al acercar a los congresistas a sus bases electorales o alejarlos de ellas, el comportamiento de estos será más o menos responsable. La elección individual incentiva conductas diligentes; la elección por lista, conductas negligentes. Sin embargo, los sistemas de representación afectan también la dimensión cuantitativa de los sistemas de partidos. Según han observado innumerables autores –desde Condorcet hasta Maurice Duverger y Bernard Owen, entre muchos otros–, la representación proporcional fomenta el multipartidismo, mientras que la de mayorías, el bipartidismo9. Si fuera necesario señalar ejemplos claros bastaría observar lo ocurrido en el Perú en particular y en Latinoamérica en general. En el Y REVISTA DE ECONOMÍA Y DERECHO PRIMAVERA 2004 / 15 Y Perú, debido a la representación proporcional, el número promedio de partidos en el Congreso, desde 1978 hasta la actualidad, es de diez. De hecho, el actual Parlamento peruano (2001-2006) lo integran ¡once! partidos. En Latinoamérica, durante el siglo XX, el número de partidos políticos que se han tenido en los congresos de los nueve países más grandes, según un estudio de Michael Coppedge, supera los 1.200. Por lo tanto, puede afirmarse que toda Latinoamérica se ha visto plagada por el multipartidismo y la volatilidad de los partidos10. Por el contrario, los casos de Estados Unidos e Inglaterra acreditan cómo la representación de mayorías ayuda a consolidar el bipartidismo. En Inglaterra, por ejemplo, durante el siglo XX, un tercer partido, el liberal, pese a conseguir alguna vez el 17% de la votación, solo ha alcanzado el 3% de las curules de la Cámara de los Comunes11. La importancia del bipartidismo radica en que permite el surgimiento de lo que Madison llamó república y que ahora quizá deberíamos llamar democracia constitucional, a la que cabe contrastar con la democracia de masas. La característica central de una democracia constitucional viene a ser “la alternancia ordenada de partidos en el poder”12. Una democracia así definida sí es consistente con el crecimiento económico, pues genera un pluralismo ordenado, articulado o estructurado, gracias al cual las facciones se transforman en partidos. Gracias a este esquema político, el partido de gobierno sabe con certeza que luego puede pasar a la oposición, pero también que más adelante puede volver al gobierno. Por el contrario, el multipartidismo genera una visión de corto plazo –de “comamos y bebamos, que mañana moriremos”, como decía Calderón de la Barca–. En el multipartidismo, los partidos (facciones, en realidad) no tienen claro sus posibilidades de llegar al gobierno; si lo consiguen, por tanto, tratan de aprovecharlo al máximo, ya que luego pasarán no a la oposición sino a la cárcel. Las explicaciones que suelen dar los economistas en relación con esta diferencia de resultados se concentran, claro, en las políticas económicas. Así, mientras que en el Este asiático se habrían tenido políticas monetarias sanas, apertura comercial y respeto a los derechos de propiedad, en Latinoamérica se habría seguido el camino opuesto14. Sin duda, tales explicaciones tienen mucho de válidas. Las políticas monetarias inflacionarias, el proteccionismo y la falta de respeto a los derechos de propiedad –a través de impuestos excesivos y sobrerregulaciones, y de una muy deficiente administración de justicia– han afectado las perspectivas de desarrollo latinoamericano. Sin embargo, ello no es todo lo que cabe observar. Resulta indudable que otra parte de la explicación –acaso más profunda y decisiva– radica en las diferencias respecto al orden político. Es cierto que en el Este asiático se han tenido regímenes políticos poco pluralistas, pero en Latinoamérica nos hemos ido al otro extremo, sacrificando el orden político a los pluralismos más desenfrenados. Como se ha dicho en anteriores SELA, en Latinoamérica se ha tenido un péndulo político, que ha hecho oscilar a los países entre las dictaduras y el desgobierno. No hemos encontrado todavía las fórmulas adecuadas de combinación de poder y control del poder15. Sin duda, ello tiene que ver con el diseño de nuestras instituciones políticas, particularmente de nuestros sistemas de representación. Sería, pues, un grave error pretender solucionar los problemas de las democracias latinoamericanas por el ángulo de un mayor activismo de las ONG. Fundamentalmente, lo que se requiere es una reforma profunda de los sistemas de representación, de manera que puedan brotar sistemas de partidos en los que haya una alternancia ordenada de partidos en el poder. Por fortuna, las reformas electorales latinoamericanas están en camino. En diversos países se ha introducido ya la elección uninominal de una parte de los diputados. Sin embargo, más adecuada hasta el momento parecería la apuesta de Chile, mediante la cual el íntegro de los congresistas es elegido en distritos binominales, que brindan una representación proporcional muy moderada. En el Perú, a la caída de Fujimori, en diciembre de 2000, el Congreso aprobó el retorno a la elección por departamentos. Aunque esto suponía orientarse en la buena dirección, al dejar atrás el distrito nacional único, resulta claro que no ha sido suficiente. Las perspectivas políticas del país son todavía sumamente inciertas, dada la virtual inexistencia de un sistema de partidos. 6. DEMOCRACIA Y CRECIMIENTO Cuando se analizan las estadísticas de crecimiento de las economías latinoamericanas durante el siglo XX, los resultados son deprimentes. En los últimos cincuenta años, en promedio, los países latinoamericanos han duplicado su producto bruto interno per cápita. Ello contrasta con los resultados obtenidos en el Este asiático, que ha multiplicado por ocho este indicador13. Y REVISTA DE ECONOMÍA Y DERECHO PRIMAVERA 2004 / 16 Y NOTAS 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Alexis de Tocqueville, La democracia en América, edición en español, México: Fondo de Cultura Económica, 1996 (versión original en francés de 1835). Robert D. Putnam, Making Democracy Work, Princeton: Princeton University Press, 1994, y Peter L. Berger y Richard John Neuhaus, To Empower People: From State to Civil Society, second edition, Washington DC: American Enterprise Institute, 1996 (edición a cargo de Michael Novak). Seymour Martin Lipset, “The Indispensability of Political Parties”, Journal of Democracy, Volume 11, Number 1, January 2000, pp. 48-55. También James Q. Wilson, “No Substitute for Parties”, New York Sun, September 29, 2003. Giovanni Sartori, Partidos y sistemas de partidos: marco para un análisis, segunda edición en español, Madrid: Alianza Editorial, 1992. Mancur Olson, Poder y prosperidad: la superación de las dictaduras comunistas y capitalistas, edición en español, Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 2001 (edición original en inglés de 2000). Para una explicación del enfoque estructuralista de la Constitución de Estados Unidos: John S. Baker, “La libertad de comercio y el derecho constitucional de Estados Unidos”, en: Marta Morineau y Sergio López Ayllón (editores), El derecho de Estados Unidos en torno al comercio y la inversión, edición en español, México: National Law Center for Inter-American Free Trade / Universidad Nacional Autónoma de México, 1999. Desde el ángulo de la teoría económica, se encuentra una explicación similar en: Robert Cooter, The Strategic Constitution, Princeton: Princeton University Press, 2000. Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, The Federalist Papers, New York: Mentor, 1961 (edición original de 1787). Desarrollo estas ideas en mi libro La Constitución incompleta: reforma institucional para la estabilidad democrática, Lima: Apoyo, 1999. También en mis artículos “Democracia constitucional y democracia de masas en el Perú”, en: Werner Böhler y Stefan Hofmann (compiladores), ¿Quo vadis, América Latina?, Buenos Aires: Konrad Adenauer Stiftung, 2003, pp. 229-256, y “El Congreso, el sistema de partidos y la estabilidad democrática”, Revista de Economía y Derecho, número 1, Lima, Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2004, pp. 25-30. Un enfoque parcialmente coincidente con mis puntos de vista se expresa en Henry Pease García, Electores, partidos y representantes: sistema electoral, sistema de partidos y sistema de gobierno en el Perú, Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1999. Maurice Duverger, Los partidos políticos, México: Fondo de Cultura Económica (edición original en francés de 1950), y Bernard Owen, Le Système Electoral et son Effet 10 11 12 13 14 15 Sur la Représentation Parlementaire des Partis: Le Cas Européen, Paris: LGDJ, 2002. Michael Coppedge, “Latin American Parties: Political Darwinism in the Lost Decade”, en: Larry Diamond y Richard Gunther (editores), Political Parties and Democracy, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2001. David M. Farrell, Comparing Electoral Systems, Hertfordshire: Simon & Schuster, 1997. También Donald L. Horowitz, “Electoral Systems: A Primer For Decisión Makers”, Journal of Democracy, Volume 14, Number 4, 2003, pp. 115-128. Y Rein Taagepera y Matthew Soberg Shugart, Seats and Votes: The Effects and Determinants of Electoral Systems, New Haven: Yale University Press, 1989. Dennis Mueller, Constitutional Democracy, New York: Oxford University Press, 1996. También Giovanni Sartori, Ingeniería constitucional comparada: una investigación de estructuras, incentivos y resultados, edición en español, México: Fondo de Cultura Económica, 1994. Pedro Pablo Kuczynski y John Williamson (editores), Después del consenso de Washington: relanzando el crecimiento y las reformas en América Latina, edición en español, Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2003. También José Piñera, “Una salida para América Latina”, El Mercurio, Santiago de Chile, 8 de junio de 2003. The World Bank, The East Asian Miracle: Economic Growth and Public Policy, Washington DC: The World Bank, 1993. También Fareed Zakaria, “La diferencia entre libertad y democracia y por qué importa”, versión en español de la conferencia pronunciada en el Cato Institute, Washington DC, 21 de noviembre de 2003. La observación fue realizada por Daniel Markowitz. Y REVISTA DE ECONOMÍA Y DERECHO PRIMAVERA 2004 / 17