ASOCIACIÓN ARGENTINA DE HISTORIA ECONÓMICA UNIVERSIDAD NACIONAL DE RÍO CUARTO XXII JORNADAS DE HISTORIA ECONÓMICA Río Cuarto (Córdoba) 21-24 de septiembre de 2010 ISSN 1853-2543 Respuestas a la Gran Depresión. Un Estado de la cuestión sobre las nuevas modalidades de intervención del Estado en la economía, 1930-1943 Damián López UBA/Conicet [email protected] Existe un notable consenso entre los historiadores de la economía argentina en señalar a la década del ‘30 como un momento de importantes cambios y novedades para el país. Este consenso se debe en gran parte a que, si como también sostienen la mayoría de los estudios, todo el periodo de entreguerras —enmarcado entre los primeros indicadores de creciente inestabilidad y vulnerabilidad del modelo agroexportador y el ascenso peronista que supondría una clara reestructuración económico-social en general y de las políticas económicas en particular— evidencia tanto una tendencia de largo plazo al cambio como a la recurrencia de ciertos problemas, en rigor fue la crisis internacional abierta en 1929, de gran impacto para un país dependiente de sus exportaciones de bienes primarios como la Argentina de aquellos años, la que terminó por definir un cambio en el modelo de acumulación y, por otra parte, obligó a que los gobiernos debieran ensayar inéditas políticas de intervención económica, objetivo que sólo podía cumplirse mediante la reestructuración y ampliación institucional. De esta manera, si ya a partir de los ‘20 puede advertirse la progresiva transformación de la economía a partir por ejemplo del desarrollo de una industria dirigida al mercado interno, la cual con el tiempo llegaría a ocupar un lugar inusitado como impulsora de un moderado crecimiento antes prácticamente monopolizado por las exportaciones primarias, fueron en verdad más bien las consecuencias inmediatas de la crisis, antes que aquellos datos de una evolución que sólo podría quedar clara para evaluaciones retrospectivas de largo plazo, las que volvieron concientes al menos a una parte de los actores sociales y políticos de la urgencia de ensayar respuestas ante una situación que, si en principio podía parecer pasajera, rápidamente se mostraría como de alcances mucho más profundos y universales de lo esperado. 1 Fue así que, a partir del gobierno de facto de Uriburu primero, y sobre todo durante los gobiernos conservadores de 1932 a 1943, se aplicaron una serie de medidas y conformaron instituciones que mostraron un pragmático desplazamiento con respecto a los principios liberales que habían dominado hasta aquel momento la actuación de las administraciones en política económica. En aquel periodo, por ejemplo, se produjo la primera aplicación de un impuesto a los réditos, se llevó adelante una muy particular política cambiaria bajo diversas modalidades, se crearon Juntas Reguladoras de la Producción, se organizó el Banco Central, se firmaron numerosos acuerdos bilaterales de comercio, etc. Ahora bien, el objetivo del presente trabajo es recorrer las principales interpretaciones historiográficas en torno a este novedoso intervencionismo estatal, prestando especial atención a las diversas perspectivas y enfoques desde los cuales ha sido abordado. Con este fin, presentaremos en diferentes secciones distintos momentos de esta producción en la historiografía económica. Sin embargo, como se verá, aún dándose en cada caso cierto nivel de coincidencia en el planteamiento de las principales problemáticas, los temas de interés y los tipos de abordaje, desde un principio existieron grandes divergencias en el posicionamiento tanto desde el punto de vista teórico y político, como en las interpretaciones. No nos encontramos por tanto ante una historia lineal en la cual una corriente de interpretación dominante viene a criticar a la anterior y es suplantada posteriormente, sino más bien con un recorrido complejo, en el cual diversas posiciones en pugna retoman y confrontan a las precedentes. Por otra parte, en nuestra exposición aprovecharemos el mayor énfasis puesto en la bibliografía de cierto periodo en algunos problemas particulares para recorrerlos con mayor detenimiento. Por ejemplo, en la tercer sección ampliaremos ciertos aspectos sobre la política cambiaria y el pacto Roca-Runciman, y en la cuarta sobre la política monetaria del periodo. En la quinta y última, incluso, aunque presentaremos algunos de los desarrollos historiográficos más recientes, nos apartaremos relativamente de la exposición por etapas en la bibliografía especializada a fin de tratar los últimos años del régimen conservador, concluyendo con el golpe de 1943. En síntesis, se trata de una presentación temporal y temáticamente entrelazada, por lo cual algunos argumentos y problemas presentados sintéticamente en un primer momento se amplían posteriormente. I. Los primeros análisis Aunque no nos detendremos en el examen de esta literatura, nos parece significativo señalar en primer lugar que ya parte del mismo equipo económico que llevó adelante las principales medidas de intervención durante la década del ´30 produjo una importante serie de obras en que evaluaba lo actuado en aquel momento. Así, por ejemplo, pueden destacarse entre otros 2 trabajos al respecto los de los ministros de Hacienda Alberto Hueyo (en el cargo entre febrero de 1932 y agosto de 1933) y Federico Pinedo (quien ocupó ese lugar en el periodo en dos oportunidades, entre agosto de 1933 y diciembre de 1935, y entre septiembre de 1940 y enero de 1941), como los de Raúl Prebisch, quien desde distintos cargos públicos intervino activamente en el diseño de la mayor parte de las nuevas disposiciones e instituciones. 1 Por otra parte, algunos economistas del periodo analizaron las medidas, produciéndose una interesante discusión en torno fundamentalmente al nuevo rol asumido por el Estado, debate que también fue importante a nivel político en general y en los debates parlamentarios en particular.2 Finalmente, como es bien sabido, aparecieron en aquel momento una serie de trabajos que, desde un nacionalismo antidemocrático u otro de vertiente más progresista, plantearon severas críticas a la orientación económica llevada adelante por los gobiernos conservadores, interpretando que la misma se basaba en la defensa de los intereses de un estrecho grupo dominante y del imperialismo británico. En esta línea, deben destacarse sobre todo los escritos de los hermanos Irazusta y el grupo FORJA, que tuvieron como principal objeto de ataque al Pacto Roca-Runciman de 1933, e iniciaron una influyente corriente de interpretación sobre la historia económica argentina.3 Ahora bien, si como sostiene sardónicamente Halperin Donghi, los aportes historiográficos de esta corriente contrastan con su éxito y perdurabilidad,4 debe reconocerse al menos que en el contexto de su nacimiento no sólo coincidían con una amplia desconfianza respecto al gobierno, sino que contaban con la ayuda de éste último para aportar un sinnúmero de irregularidades que no tardaron en detectar. Por eso, y con respecto a la crítica forjista en particular, nos parece acertada la aclaración de Cristián Buchrucker de que si bien “el lenguaje de FORJA era el de la agitación política, […] los polémicos planteos que el grupo lanzó a la calle no carecían de una base documental, a menudo nada despreciable. Gran parte de ese material pudo resistir la respuesta del otro bando y pudo ser luego integrado a la investigación científica de este periodo de nuestro pasado.”5 Además, como señala el mismo autor, muchas denuncias coincidían por otra parte con las realizadas en el parlamento por destacados políticos de muy distinta posición, como Lisandro de la Torre, Benjamín Villafañe y Alfredo Palacios, conformándose 1 Hueyo (1938); Pinedo (1943). En cuanto a Prebisch, quien se desempeñó como Subscretario de Hacienda y Agricultura entre 1930 y 1932, y como Director General del BCRA desde su creación en 1935 hasta 1943, siendo además asesor o estando involucrado en gran parte de las innovaciones, se cuenta con una gran cantidad de informes y artículos escritos en el periodo que se han recopilado en Prebisch (1991). Para una defensa muy posterior de éste último en relación con lo actuado en aquel momento, véase Prebisch (1986). 2 Puede verse una sintética aproximación a los mismos en Halperin Donghi (2004). 3 Irazusta e Irazusta (1933). En cuanto a FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Nueva Argentina), algunas de sus principales figuras fueron Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz y Manuel Ortiz Pereyra, y sus opiniones vertidas en los Cuadernos de FORJA aparecidos en 1936. Al respecto puede consultarse el libro de Scenna (1983). 4 Halperin Donghi (2005). 5 Buchrucker (1987), p. 267. 3 de esta forma una relevante corriente de opinión adversa a la política económica llevada adelante por aquellos gobiernos. Nos interesa destacar aquí, sin embargo, a un grupo de trabajos mucho menos célebres que, mediante una muy profunda y metódica investigación, intentaron abordar desde la disciplina económica una de las más importantes innovaciones de la década del ´30, como lo fue la intervención en la política cambiaria a partir de una serie de disposiciones sobre el control de cambios. Este énfasis por parte de distintos investigadores nos permite vislumbrar también hasta que punto, al menos desde la óptica disciplinar, estas medidas eran percibidas de algún modo como el núcleo del nuevo rol del estado y el lugar estratégico desde el cual se dirimió gran parte de la orientación de la política económica. Dentro de esta perspectiva cabe nombrar en primer lugar al pionero libro de Virgil Salera Exchange Control and the argentine market,6 que en fecha tan temprana como 1941 estudió al conjunto de las medidas cambiarias. Vale aclarar además que en su caso, dado que se trata de un investigador de los Estados Unidos, la experiencia argentina merecía especial atención no sólo por sus aspectos novedosos, sino también por sus efectos negativos para los intereses de su país. De hecho, el meticuloso análisis de Salera de las distintas etapas del control de cambios (septiembre de 1931, noviembre de 1933, noviembre de 1938) intenta evaluar hasta que punto, sobre todo a partir del tratado Roca-Runciman de mayo de 1933, y las nuevas disposiciones cambiarias a partir de 1933, se consolidó una política preferencial en la otorgación de divisas para las importaciones y envíos de divididendos de empresas británicas frente a una clara discriminación de las estadounidenses. El resultado, tal cual queda demostrado en su estudio, fue una reversión en el origen de la mayor parte de las importaciones favorable a Gran Bretaña, y por tanto un desplazamiento relativo de la estructura claramente triangular del comercio exterior hacia una profundización del bilateralismo con este último país. Otros dos trabajos que también prestaron especial atención al estudio de la política cambiaria fueron los de Jesús Prados Arrarte (1944) y Walter Beveraggi Allende (1954), 7 que desde una concepción liberal neoclásica en el primer caso, y heterodoxa en el segundo, intentan demostrar tesis contrarias: lo acertado o no de la aplicación de las medidas en el caso argentino y la conveniencia de que el Estado intervenga en general. Así, no resulta sorprendente que las conclusiones a las cuales arribaron fuesen perfectamente contradictorias; como es bien sabido, en términos generales en los estudios económicos las posiciones en torno a los requerimientos y modalidades de intervención estatal es un tema sumamente controversial que divide a diferentes corrientes de pensamiento. De aquí que en estos casos — así como también de forma recurrente en toda una serie de investigaciones posteriores que 6 Salera (1941). Prados Arrarte (1944); Beveraggi Allende (1954). 7 4 trataron aspectos específicos sobre la política económica de los ´30—, nos encontramos con una tendencia a la mixtura entre el análisis de caso y un posicionamiento normativo nada equilibrado, más aún cuando se intenta sostener la argumentación en base a construcciones contrafácticas que, aunque podrían ayudar a comprender la orientación de determinadas políticas, no terminan por concluir en explicaciones convincentes, sobre todo cuando olvidan incorporar al modelo elementos centrales desde el punto de vista de enfoques contrarios. Así, mientras para Prados Arrarte la intervención cambiaria habría producido más inconvenientes que ventajas, para Beveraggi Allende eran imprescindibles, al menos temporalmente, en un país dependiente de las inversiones externas y del pago de obligaciones en divisas como Argentina. Quisiéramos aclarar aquí que, más allá de lo contrastante de sus conclusiones, lo cual se deriva no sólo de sus distintas perspectivas teóricas sino también de su específico contexto de producción —ya que al menos para el caso de Prados Arrarte, parece acertado pensar que si hubiese escrito ya con el peronismo en el gobierno, no hubiese sido tan severo con una política económica conservadora mucho menos firme que éste en sus tan temidas orientaciones “estatistas”— ambos libros aportaron una gran cantidad de relevantes informaciones y desarrollaron argumentos que serían utilizados posteriormente, siendo junto a Salera verdaderos clásicos de imprescindible lectura para abordar en profundidad la política cambiaria del periodo. Puede decirse, sin embargo, que si la perspectiva de Prados Arrarte se centraba sobre la necesidad de mantener el equilibrio para una economía saludable, el énfasis de Beveraggi Allende diez años después sobre el vinculo entre la política económica y el peso del endeudamiento externo con una posible estrategia de industrialización, se hallaba mucho más cerca de las preguntas propias de una forma de análisis que se convertiría justamente, a partir de los ´50, en la dominante en los estudios de historia económica. II. Las aproximaciones desarrollistas y sus críticos Resulta imprescindible a fines de continuar con nuestro recorrido reconocer la temprana consolidación de una problemática central en la literatura sobre la historia económica argentina. Así, como analiza de forma concisa Colin Lewis, la pregunta sobre el proceso de declinación económica de Argentina luego de una etapa de crecimiento comparable al de países que continuaron por sendas muy diferentes, como Australia o Canadá, ha determinado de manera muy clara investigaciones de muy diversa orientación teórica, dando lugar a respuestas disímiles, he incluso contrapuestas.8 En esta pregunta común existía, sin embargo, otra cuestión de fondo debatida largamente por la historiografía económica, que se orientaba a 8 Lewis (1999). En este texto se encuentra un sintético estado de la cuestión sobre el tema. 5 caracterizar las inconsistencias de un desarrollo industrial incompleto, visto como clave para explicar el desaceleramiento y recurrentes crisis que llevarían a un notable retraso en comparación con aquellos países que servían de estándares de una evolución mucho más lograda. En este sentido fue notable la influencia de la teoría del desarrollo elaborada por la CEPAL, la cual destacaba la posición subalterna de las economías latinoamericanas periféricas en tanto productoras de bienes primarios amenazados por una tendencia secular a la declinación de los términos de intercambio. La consecución de una industrialización lograda resultaba entonces el factor determinante para superar un posicionamiento subordinado, estableciéndose una propuesta de desarrollo integral sólo posible mediante la enérgica intervención del estado, ya que la estructura productiva no tendía por mecanismos meramente económicos a seguir este rumbo. El trabajo más importante de esta corriente para el caso argentino fue sin dudas La economía argentina de Aldo Ferrer, publicado en 1963.9 Y si bien es evidente que este trabajo hundía sus raíces en cierta literatura anterior, ya que allí se recogían ciertas críticas al modelo liberal presentes en precursores como Alejandro Bunge y su Revista de Economía Argentina (favorable desde su fundación en 1918 a la protección de las industrias “naturales” y a la intervención estatal para dar lugar a un desarrollo nacional), y al tiempo se continuaba la senda trazada por estudios clásicos como los de Adolfo Dorfman y Ricardo Ortiz en la investigación sistemática de la economía y la industria en particular, 10 lo cierto es que también se establecían por primera vez de manera acabada los marcos fundamentales a partir de los cuales una importante cantidad de estudios posteriores evaluarían el desempeño económico argentino. Variables macroeconómicas como demanda global, producto bruto interno, distribución del ingreso y, sobre todo, inversión, que para Ferrer era la variable fundamental para que pudiera transitarse hacía una economía “integrada”, se transformaron entonces en los elementos claves que discutirían, incluso desde enfoques e interpretaciones muy diferentes, la mayor parte de las investigaciones en historia económica. Como bien señalan Hilda Sabato y Juan Carlos Korol para los debates sobre la industrialización entre 1880 y 1930, las preocupaciones y preguntas comunes se correspondieron así con informaciones e instrumentales que limitaban el campo de indagación a una serie de puntos comunes, como “la evolución del sector manufacturero en términos de estructura interna, peso relativo en la economía y ritmo de crecimiento; características económico sociales de los empresarios o del sector de la burguesía vinculado a la producción manufacturera, según la terminología que se adopte; y políticas estatales que pueden haber afectado el desarrollo estatal.” 11 En este último 9 Ferrer (1963). Dorfman (1942); Ortiz (1955). 11 Korol y Sabato (1997), p. 23. 10 6 punto, de especial interés en nuestro trabajo, lo central era entonces, ante todo, el análisis de la política arancelaria, y algo de la fiscal y cambiaria, en cuanto hubiesen alentado o no el desarrollo industrial. De hecho la lectura de los tramos del texto de Ferrer donde se discute la evolución económica durante los ‘30 muestra como para éste se trataba de un periodo de sustitución “fácil” de importaciones debida más bien a la coyuntura internacional desfavorable que a las políticas del gobierno, que en verdad habría tomado medidas de intervención por razones coyunturales y no por un fin industrializador. Ahora bien, lo acertado de esta aseveración no quita su carácter demasiado general ni la falta de análisis concreto sobre este cambio con respecto a los ‘20; tampoco la evaluación en conjunto y sin demasiados matices de una etapa de “economía industrial no integrada” que incluye también al periodo peronista permite un reconocimiento más pormenorizado sobre las especificidades de la etapa anterior. Como ya se dijo, la influencia de este tipo de trabajo entre los ´50 y ´70 fue enorme, produciéndose una coincidencia en el planteamiento de problemáticas ligadas al desarrollo y la industrialización como claves para comprender las características de la evolución económica argentina, tanto desde la teoría del desarrollo de la CEPAL como desde enfoques de la modernización e incluso diversas variantes del marxismo.12 Así por ejemplo el libro publicado en 1967 por Guido Di Tella y Manuel Zymelman sobre Las etapas del desarrollo económico argentino, que tomaba explícitamente el esquema sobre la modernización y el take-off de Rostow, generó una acalorada polémica en torno a la existencia de un gravoso desajuste estructural debido a una “gran demora” (del periodo 1914-1933) en el proceso de sustitución de importaciones.13 En este caso, aunque los autores establecen una periodización distinta y una evaluación más favorable sobre las políticas de intervención económica de los ´30 en relación a la industrialización, al igual que en Ferrer nos encontramos con un tratamiento muy general de las medidas, y sólo en función de la cuestión industrial. Hasta aquí hemos esbozado la existencia de un corpus general que entre las décadas de los ´50 y ´70 discutiría desde perspectivas a veces encontradas un problema en común, el del retraso del desarrollo argentino en general, y el de su industrialización en particular y, como dijéramos anteriormente, en la mayor parte de los casos, aunque con importantes excepciones, el examen de las políticas de intervención en los ´30 resulta bastante superficial y encaminado tan sólo a ilustrar la interpretación general. Sin embargo, a partir de 1970, y junto a la paralelamente rápida y progresiva erosión del modelo desarrollista, aunque no en todos los 12 En este último caso, por ejemplo los trabajos de Milcíades Peña escritos entre mediados de los ´50 y mediados de los ´60, recopilados en Peña (1973, 1974 y 1986) 13 Di Tella y Zymelman (1967). 7 casos abiertamente críticos al mismo, comenzaron a aparecer algunas investigaciones que encararon efectivamente el estudio de determinados aspectos de esas políticas. Y así, aunque el problema del crecimiento industrial y el papel cumplido por las políticas gubernamentales en el mismo continuaría siendo centro de atención de nuevas investigaciones,14 también se produjo una relativa diversificación en el tratamiento de problemas que iban más allá del análisis de las políticas arancelarias. Por ejemplo, aunque desde una mirada muy sesgada y aparentemente encubierta por una pericia técnica como la de Adolfo Diz 15 (quien sería Director del BCRA a partir de 1976) los resultados pueden muy bien despertar ciertas sospechas, su investigación sobre política monetaria da muestras de un esmerado esfuerzo en la construcción de series estadísticas no disponibles anteriormente. También debe citarse al libro de 1976 de Rafael Olarra Jiménez dedicado a la evolución de la política monetaria en Argentina,16 donde se describen los pormenores de la creación y política posterior del BCRA y el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias, órgano este último que cumplió una labor de saneamiento del sistema bancario y rescate de aquellos bancos en dificultades —lo cual generó numerosas sospechas y críticas de la oposición al gobierno en aquel momento—, obteniendo lo principal de sus fondos a partir de una famosa operación en la cual la reevaluación del oro conllevó a una ganancia contable de activos, sin acarrear sin embargo efectos inflacionarios. También se destacan en esta serie las investigaciones de Roger Gravil sobre la política agraria y el papel jugado por la Juntas Reguladoras de Granos y Carnes, por un lado, y sobre los pormenores del acuerdo D’Abernon de 1929 (acuerdo tomado en general como precedente de Roca-Runciman, y que debe su nombre al negociador británico), por otro. 17 Nos interesa remarcar en este caso que, para el primer tema, este autor elaboró un pormenorizado estudio de las medidas tomadas ya desde 1932 con Antonio De Tomaso como Ministro de Agricultura, destacado la importancia que tuvo la intervención estatal para la recuperación de la producción rural. Veremos más adelante el modo en que esta interpretación fue tanto criticada como defendida por diversas investigaciones posteriores, generando una notable divergencia. 14 Puede destacarse aquí el libro de Jorge (1971), y el clásico de Murmis y Portantiero (1971). Una inmediata e importante crítica a estos trabajos, por su infravaloración del peso del capital extranjero como hegemónico en la estructura económica que viene delineándose desde los ´20, puede encontrarse en la reseña a ambos libros de Llach (1972). Este autor remarca también la considerable fusión entre los sectores industriales más concentrados y los intereses terratenientes e imperialistas, línea de interpretación ya sostenida anteriormente por Peña (1973, 1974 y 1986), y que cuenta con continuidad hasta la actualidad a partir de trabajos como los de Schvarzer (1996). 15 Diz (1970). 16 Olarra Jiménez (1976). 17 Gravil (1970) y Gravil (1975). 8 Por último, cabe nombrar casos en los cuales el intento por responder al problema general del estancamiento argentino no implicó un aplazamiento de un profundo estudio sobre las modalidades de intervención. Así, por ejemplo, puede destacarse el atento examen que en el libro Crisis y retraso de 1978 realizó Vicente Vázquez Presedo sobre la política monetaria y de control de cambios, prestando especial atención a su vinculo con los intereses de los sectores exportadores y las importaciones británicas, aunque matizando el beneficio que significaron para las empresas de este origen radicadas en el país. 18 El autor también analizó y destacó la enorme novedad de las políticas anticíclicas llevadas adelante por el recién creado BCRA (1935). Lo mismo puede decirse a propósito del muy conocido y controversial libro Ensayos sobre la historia económica argentina publicado unos años antes por Carlos Díaz Alejandro, en donde encontramos un intento de evaluación de la intervención estatal con un análisis más pormenorizado de las medidas.19 Este último trabajo, de enorme relevancia historiográfica, fue por otra parte la punta de lanza de la crítica a la teoría de la “gran demora”, por un lado, y el iniciador de una persistente responsabilización del retraso argentino al “desquiciamiento y estatismo” peronista. Se trata así de un texto que si bien continuaba intentando explicar el problema que a partir de los ´50 había concitado los principales esfuerzos, partía de una concepción sumamente divergente al de las diversas modalidades de interpretación hegemónicas hasta aquel momento, dando por resultado, respecto al tema que nos interesa, una profunda crítica de las apreciaciones negativas respecto a la política económica de los gobiernos conservadores. De esta manera, a partir de su abierto ataque contra la interpretación de la “gran demora”, Díaz Alejandro señalaba que no habría existido una contradicción entre el desarrollo agrario y el crecimiento industrial; más bien al contrario, lo fundamental para el desarrollo de la industria habría sido la expansión de la demanda, posibilitada justamente por el aumento de ingresos provenientes del sector exportador.20 Sin embargo, a partir de la crisis del ´30 se conformaría una situación diferente, ya que la caída en las exportaciones (en volumen y/o precios) generaba una menor entrada de divisas, que si bien era favorable a la industrialización “fácil” debido a la necesaria contracción de las importaciones y la política cambiaria y tarifaria de un gobierno interesado en equilibrar la balanza de pagos, encontraría un cuello de botella en la medida en que no se obtuvieran divisas para canalizar a la inversión en maquinaria y la capitalización. Este último argumento, similar por ejemplo al de Ferrer, se terminaba de cerrar sin embargo con una crítica mucho más fuerte a las políticas peronistas, 18 Vázquez Presedo (1978). Díaz Alejandro (1975). La versión original del libro, publicado en inglés, es de 1970. 20 Como en este caso, la tesis de la gran demora fue criticada por una gran cantidad de trabajos en la década de 1970, señalando sobre todo la importancia de la industrialización durante los ´20. Un trabajo muy importante en este sentido fue el de Villanueva (1972). 19 9 ya que en su opinión no había sido la falta de industrialización, sino la baja de exportaciones en general, por el haber orientado recursos a la producción de bienes internos (tampoco competitivos de las importaciones), lo que llevó a la escasez de divisas y por tanto a la baja productividad y competitividad de la industria, sumada a un retroceso en el mismo sentido del agro. Y así, en comparación con el peronismo, la política económica llevada adelante por los conservadores durante los ‘30 se considera dando lugar a una utilización “bastante eficiente” de los recursos; en cuanto a la industrialización, si bien las autoridades no habían tenido una política concientemente industrializadota per se, “en el terreno puramente económico, su aproximación pragmática hacia la industrialización fue preferible a cualquier otro sistema que favoreciera a priori cualquier proyecto de índole industrial a expensas de la agricultura y la ganadería.”21 De esta manera, y en contra de la tradicional crítica a la política económica conservadora, sea por su ligazón con los sectores rurales dominantes y el capital extranjero, o por su sostenimiento en la monopolización fraudulenta del poder, Díaz Alejandro sostenía que “… con frecuencia la historia política y social de la Argentina designa la década de 1930 como “década infame”. Sin duda, desde 1930 hasta 1943 los gobiernos se mantuvieron en el poder mediante fraudes y otras prácticas antidemocráticas. La corrupción estaba muy extendida. No obstante, aquellos gobiernos confiaban en un equipo de técnicos competentes, capaces de conducir con acierto la política económica. Sobre todo desde 1933, dicho equipo inspiró políticas más atinadas que las que siguieron países más prósperos. Determinaron también la creación, en el ámbito de la política económica, de nuevas instituciones (como el BCRA y los organismos reguladores de la comercialización de productos rurales) y nuevos instrumentos (como el impuesto al ingreso), que podían utilizarse para estimular y encauzar el crecimiento, así como para conciliar las metas de eficiencia económica con una mejor distribución del ingreso.”22 Así, según el autor, mientras que una serie de medidas alentaron las exportaciones, el incremento de los derechos de importación y el sistema de cambios múltiples habrían alentado a la industria, al tiempo que se tomaron políticas expansionistas en materia fiscal y crediticia. Es preciso remarcar la importancia que tendrían este tipo de argumentos para toda una serie de trabajos posteriores que, en general alineados en una perspectiva de síntesis neoclásica, realizaron una suerte de reivindicación del equipo económico que trabajó durante los gobiernos conservadores, defendiendo incluso hechos tan criticados como el famoso pacto Roca-Runcimann de 1933, constituyendo hasta la actualidad una consistente línea de 21 Ibíd., p. 110. Ibíd., pp. 108-109. Hacia el final de este trabajo podrá apreciarse la importancia de esta evaluación positiva de las medidas económicas en cuanto aplicadas por “técnicos competentes” 22 1 interpretación, que al igual que Díaz Alejandro es sumamente crítica con el peronismo posterior y el desquiciamiento económico que significó, llegando a decirse incluso explícitamente, en sus casos más extremos, que el problema central de la evolución argentina fue el “afán redistribuitivo” que ese régimen encarnó y que determinaría el desenvolvimiento posterior durante décadas.23 Esta interpretación de Díaz Alejandro sería sin embargo también debatida posteriormente por diversos autores, aunque parece fundamental nombrar aquí, tanto por su detenido examen de las medidas de intervención en los ‘30 como por su relevancia historiográfica, el artículo publicado en 1984 por Arturo O’Connel “La Argentina en la depresión: los problemas de una economía abierta.”24 En la sección siguiente, por lo tanto, presentaremos en primer lugar la interpretación propuesta por O’Connel en ese artículo, lo cual nos servirá a su vez para examinar más detenidamente algunas de las medidas, vistas hasta aquí de modo muy general. A continuación, y en conexión con lo anterior, analizaremos el relevante debate producido tan sólo un año después de aquella publicación en relación con el pacto Roca-Runciman a partir de la aparición de un trabajo que a contrapelo de una larga tradición historiográfica, proponía la consideración de nuevos aspectos para concluir en una apreciación mucho más positiva. Como veremos, esto produjo una inmediata respuesta crítica por parte del mismo O’Connel, reactualizando la polémica sobre un acuerdo que aún continúa contando con sus fervientes defensores y detractores. III. La respuesta estructuralista y el debate en torno al Pacto Roca-Runciman En su artículo de 1984, O’Connel destaca la imperiosa necesidad que tenían los gobiernos de los ´30 de crear los instrumentos imprescindibles para atacar un ciclo propio de una economía abierta como la Argentina, en el cual la inestabilidad de las exportaciones y el ingreso de capitales se transmitía inmediatamente a través de un sistema monetario y fiscal vinculado al nivel de exportaciones. La crisis, que según se demuestra en este trabajo comenzó en el país aún un año antes del crack de 1929, debido a la cuantiosa salida de capitales primero, y la caída de los precios de exportación después, obligó entonces a volver a la inconvertibilidad en diciembre de 1929 a fin de evitar un drenaje del oro. La instauración del control de cambios implementada durante el gobierno de facto de Uriburu en septiembre de 1931 era una medida defensiva ante la inconvertibilidad de la libra y la necesidad de impedir una excesiva depreciación del peso que aumentaría las obligaciones del Estado con el exterior y generaría 23 Gerchunoff y Llach (2004). Una interpretación sumamente positiva de las medidas tomadas en este periodo puede verse en Alhadeff (1985, 1986a, 1986b); Della Paolera y Taylor (1999, 2003); Ortiz (1998, 2001); Cortés Conde (2005); y con mayores matices, en Halperin Donghi (2004). 24 O’Connel (1984). 1 inflación. Por eso, según O’ Connel, al menos en esta primera etapa el control de cambios no habría beneficiado de manera sustancial la sustitución de importaciones, ya que un tipo de cambio bajo volvía a estas últimas más competitivas. Por otra parte, la política fiscal y monetaria durante esta primera etapa no habría sido nada heterodoxa, resultando además un objetivo fundamental para el gobierno recortar el gasto público —cuyo aumento desmedido había sido una de las críticas fundamentales al gobierno radical— y aumentar la recaudación, a fines de lo cual se fijó un nivel más alto de aforos y aranceles a la importación y se crearon nuevos impuestos, siendo el más importante el inédito impuesto a las ganancias. De todas maneras, estas políticas siguieron para O’ Connel un lineamiento ortodoxo (a excepción de medidas relativamente expansionistas como la primera aplicación de redescuentos en 1931 y el lanzamiento del Empréstito Patriótico en 1932),25 y el aumento de derechos de importación habría tenido un muy relativo impacto a favor de la industria local. Dada la improvisación en la instrumentación del control de cambios, surgieron diversos problemas, siendo el más acuciante la acumulación de una deuda privada en libras por parte de importadores de productos británicos que no podían hacerse con las divisas para girar al exterior. De allí que una de las primeras medidas del nuevo Ministro de Hacienda Federico Pinedo haya sido instrumentar un nuevo sistema en noviembre de 1933 en el cual, junto al cambio oficial se permitía uno libre que funcionaría como válvula de escape para pagar las importaciones no prioritarias. Mientras tanto, el cambio oficial funcionaba con un margen entre el tipo comprador y vendedor que sería utilizado por el gobierno para mantener un precio mínimo para producciones locales afectadas por el deterioro de los valores internacionales. A este fin se crearon las Juntas Reguladoras, órganos que oficiaban de compradores a un precio sostén, para luego vender a los exportadores a precio de mercado. Ahora bien, según O’ Connel, estas políticas tuvieron rápidamente un impacto negativo, ya que en 1934 los precios internacionales mejoraron, y por ejemplo la Junta de Granos comenzó a obtener ganancias, resultando finalmente una medida que gravaba a los productores rurales. Por otra parte, el autor insiste en que esta política cambiaria constituyó, tal como vimos señalaba Salera, un sistema preferencial para Gran Bretaña. De hecho, cuando en 1935 las cotizaciones oficial y libre comenzaron a acercarse, presiones británicas llevaron a que el gobierno decretara un aumento del 20% en este último. Lo más importante, en todo caso, es que todas estas medidas no tuvieron en definitiva un papel importante para la recuperación, debiéndose ésta última, en realidad, a los factores externos. El aumento de los precios 25 En 1932 el gobierno lanzó el “Empréstito Patriótico” por 500 millones de pesos. Un artículo de la ley que lo promulgó permitió que la Caja de Conversión emitiera dinero por el monto de los títulos no colocados del empréstito, cifra que ascendió a poco más de 160 millones de pesos. En cuanto a los redescuentos llevados adelante por la Caja, comenzaron en abril de 1931. Se verá más adelante la importancia que adquiere esta medida en la interpretación de otros autores. 1 internacionales debido a un catastrófico ciclo de sequías en países productores de granos como estados Unidos, Canadá y Australia revirtió la situación, y enseguida el capital privado comenzó también a ingresar al país, reiniciando un ciclo expansivo que duraría hasta 1937. De tal forma que, según O`Connel, sólo la política llevada adelante por el recién creado Banco Central mostró una verdadera innovación beneficiosa, ya que la venta de títulos para absorber la expansión de la masa monetaria que producía la entrada de dinero especulativo durante el ciclo ascendente, evitaba una expansión excesiva del crédito, produciéndose una inédita política anticíclica que actuaría en sentido contrario ante la contracción posterior. Todo esto según el autor “Constituía un ensayo de política de estabilización del ciclo clásico de la economía argentina, algo ajeno a las preocupaciones de una era de depresión.”26 Para O’Connel, en síntesis, a excepción de estas últimas prácticas anticíclicas del Banco Central, las medidas de intervención llevadas adelante durante los ´30 eran en gran medida coyunturales y reactivas, dudosamente heterodoxas, y sobre todo poco relevantes para la rápida recuperación económica del país. Esta última, más bien, habría dependido fundamentalmente de factores externos, vía aumento de los precios agrarios internacionales. Quisiéramos concluir con el examen de este importante artículo diciendo algo sobre su posición en relación a un tema tratado muy brevemente allí, pero que nos servirá para comprender la intervención posterior del autor en contra de una interpretación historiográfica revisionista que presentó argumentos recogidos posteriormente por diversos autores. Nos referimos a la importancia que adquirió luego de la crisis el establecimiento de acuerdos bilaterales con distintos países, y sobre todo aquel que como ya dijéramos produjo acaloradas críticas desde que se concretó: el tratado Roca-Runciman. En el artículo que venimos comentando, O’ Connel destaca el hecho de que efectivamente, frente al mantenimiento de una cuota de importación a la carne enfriada, las concesiones otorgadas a los británicos fueron desproporcionadas, sobre todo si se considera que, como es bien sabido, Argentina acordó que todas las divisas provenientes de las ventas a Gran Bretaña se utilizarían para comprar productos de aquel origen y que además se aprobaron reducciones de aforos y aranceles para productos en los que los británicos tenían especial interés. Dicho esto, la cuestión a evaluar sería en su opinión si efectivamente el financiamiento de los saldos bloqueados puede considerarse un contrapeso que matizaría la asimetría. Y dado que la respuesta de O´Connel al respecto es tajantemente negativa, en su opinión no pueden quedar dudas de que el pacto habría sido claramente desfavorable para el país. En contraste con estas conclusiones, en un artículo publicado solo un año después Peter Alhadeff defendía las condiciones del pacto, criticando fundamentalmente los argumentos 26 O’ Connel (1984), p. 509. 1 esgrimidos por O’Connel en un trabajo bastante anterior (escrito con Jorge Fodor) y en otro texto producido por Gravil junto a Timothy Rooth, 27 aunque habría que decir que en verdad se oponía a toda una tradición historiográfica respecto al carácter que este pacto tuvo para Argentina. Desplazando el análisis hacia un tema poco tratado anteriormente, Alhadeff destacaba que el acuerdo había permitido el desbloqueo de las libras, mediante una brillante maniobra por la cual el gobierno convertía la importante deuda privada en aquella moneda en una deuda pública (obteniendo así una masa de recursos en un momento en el que era muy difícil obtener prestamos) y absorbiéndola mediante bonos pagaderos a largo plazo y bajo interés, en una compleja operación financiera que mostraba por otra parte la pericia de las autoridades argentinas. Ahora bien, sin esta conversión de desbloqueo, se habría producido según este autor una transferencia de remesas al extranjero de tal magnitud que hubiese llevado sin dudas a una drástica devaluación del peso, impactando negativamente sobre el mercado de dinero, el pago de la deuda externa y el crédito público. Y dado que la resolución al problema de las libras bloqueadas y la consolidación de las cuentas nacionales eran condición de posibilidad para las nuevas medidas sobre el control de cambios tomadas en noviembre de 1933, y con ellas la obtención de recursos para el financiamiento de la Junta Reguladora de Granos que para el autor fueron uno de los principales motores de la recuperación gracias a los precios sostén al agro, se sigue que el Pacto fue fundamental para conseguir estos objetivos. Vale detenerse aquí a comentar la contundente respuesta que mereció este trabajo por parte de Fodor y O’ Connel.28 En primer lugar, indicaban con razón estos autores, Alhadeff no había analizado la totalidad del pacto, lo cual no le impedía afirmar que el mismo había sido positivo, sin ponderar una multitud de desventajas bien conocidas. Pero en segundo lugar, se demuestra que la misma operación de conversión encubrió una maniobra ampliamente beneficiosa para los británicos, al asegurar la consolidación de la deuda no sólo a una tasa de cambio con un peso sobrevaluado, sino incluso muy por encima de aquella en la cual se habían generado las obligaciones en 1931-32. La devaluación del peso, que era inminente, se realizó entonces recién un mes después (cuando incluso para Fodor y O’Connel podría haber sido utilizada como un elemento de presión a favor de Argentina). En tercer lugar, queda demostrado que de ninguna manera una operación de desbloqueo mediante un empréstito como el suscrito por Argentina se encontraba atada a un tratado comercial como el RocaRunciman, ya que Brasil realizó algo similar sin otorgar concesión alguna a Gran Bretaña. En cuarto lugar, y muy significativo, los autores señalan, siguiendo aquello que ya dijéramos con respecto al artículo de O’Connel, que de ninguna manera el precio sostén de la Junta 27 28 Alhadeff (1985); Fodor y O’Connel (1973); Gravil y Rooth (1978). Fodor y O’Connel (1985). 1 Reguladora de Granos fue sustancial para la recuperación, ya que inmediatamente a su puesta en funcionamiento comenzó a obtener ganancias, resultando finalmente al contrario que el control de cambios pasó a constituir un impuesto a las actividades agropecuarias. Importa remarcar, por último, que Fodor y O’Connel rechazan el posicionamiento teórico del autor, diciendo que al menos puede dudarse que “el primer paso de una política de combate contra la caída de la actividad económica, acompañada de caída significativa de precios, no podía ser —como opinaba Hueyo— la eliminación del déficit fiscal…Algo similar ocurre con la importancia que concede a la rebaja de las tasas de interés. Otra vez más, tema de aguda controversia que, a Alhadeff, parece dejarlo indiferente.”29 Cabe destacar, pese a lo categórico de esta respuesta, que diversos autores no sólo acompañaron posteriormente a Alhadeff en su posicionamiento teórico en relación con aquello que según su opinión tampoco es materia de controversia, sino también en la defensa del acuerdo, a partir en primer lugar del poco elaborado argumento de que era imprescindible en términos comerciales, y luego sosteniendo al igual que aquel la brillantez de la operación financiera de desbloqueo. Más matizadamente, de todas maneras, en general se reconoce que se otorgaron una gran cantidad de concesiones a los británicos, y el carácter negativo que tuvo en diversos aspectos económicos el trato preferencial que se le dio a una potencia en declive. También que en verdad el bloqueo de las libras, que precisó de una operación de gran envergadura para evitar un shock por su salida, fue una situación creada por el enorme error técnico del primer control de cambios, que permitía las operaciones de importación sin la obtención concreta de las divisas para pagarlas.30 IV. Nuevos aportes y perspectivas Antes de continuar analizando la producción historiográfica en torno a la intervención en los ´30, querríamos detenernos a señalar dos rasgos sobresalientes de una importante parte de las investigaciones aparecidas a partir de la década de 1980, y específicamente luego de la vuelta a la democracia en 1983. En primer lugar, el considerable aumento de estudios dedicados a temáticas delimitadas, lo cual permitió sumar una cuantiosa cantidad de nuevas informaciones y mayor grado de especificidad en relación a determinados problemas. En segundo lugar, destacar que una buena parte de estos estudios fue realizada ya no principalmente por economistas, sino también por historiadores o miembros de otras especialidades que realizaron su posgrado en historia. Ejemplo de esto son los trabajos de Norberto Álvarez, 29 30 Ibid, p. 461. Gerchunoff y Llach (1998); Cortés Conde (2005); Halperin Donghi (2004). 1 Graciela Malgesini, Raúl García Las Heras, Adriana Montequín y Virginia Persello, de los cuales será preciso que digamos algo. En el caso de Norberto Álvarez, trató en un artículo 31 la enorme expansión de la red caminera entre 1933 y 1943, luego de la aprobación de la Ley Nacional de Vialidad y la creación de la Dirección Nacional de Vialidad, en vínculo con el enfrentamiento entre los intereses británicos y estadounidenses. En opinión de este autor, la necesidad de abaratar los costos de los fletes, en primer lugar, y de generar actividades que amortiguarán la desocupación, en segundo, muestran como el gobierno actuó en este caso en contra de los ferrocarriles británicos, que hasta el momento monopolizaban el transporte nacional. En el mismo sentido, Raúl García Las Heras sostuvo en diversos trabajos 32 que tanto para el caso de los ferrocarriles como para el de la empresa Anglo Argentina de tranvías, debe matizarse la concepción que señala un trato preferencial, destacándose que si bien es indudable que se produjo en los ´30 un estrechamiento en los vínculos con Gran Bretaña, en todo caso las empresas de transporte de ese origen no obtuvieron grandes logros en sus reclamos, ni tampoco un importante apoyo por parte de los grupos de poder locales. Por su parte, Adriana Montequín analizó los antecedentes de 1918 y 1924 a la sanción definitiva, en 1932 del primer impuesto a los réditos en Argentina. 33 La autora sostiene que los fracasos en los intentos radicales no deben ser interpretados por una mera negativa de los sectores dominantes, sino también en una importante medida por una oposición política conservadora contra el aumento de recursos estatales que se creía podrían ser utilizados para aumentar el “patronazgo”. En contraste, ya superado este peligro luego del golpe de 1930, y en un contexto de asfixia fiscal, se encontraría necesario contar con un impuesto que permitiría aumentar la recaudación, pero que también redundaría en el desarrollo de nuevas funciones del poder central. En un penetrante trabajo, Graciela Malgesini discutió los argumentos de Díaz Alejandro y O’Connel con respecto al supuesto desincentivo o directa discriminación de las medidas cambiarias y Juntas Reguladoras en contra de la actividad agrícola. 34 Según esta autora, es preciso realizar una distinción entre los distintos sectores sociales rurales. Desde este punto de vista, los pequeños productores, que no contaban con el capital para pasar a otras actividades como la ganadería, y que habían sido hasta entonces víctimas de las grandes comercializadoras que especulaban para comprar a un precio deprimido (por lo cual cuando los precios internacionales aumentaban veían engrosar ampliamente sus ganancias, sin que 31 Álvarez (1986). García Las Heras (1990) y García Las Heras (1994). 33 Montequín (1995). 34 Malgesini (1986). 32 1 este aumento llegase al pequeño productor), se vieron sumamente beneficiados por las políticas posteriores a 1933, y sobre todo por acción de la Junta Reguladora de Granos. Ésta les habría asegurado un piso de rentabilidad, desestruructurando parte de la especulación de las comercializadoras al “acercar” los precios a los productores. Así, en continuidad con el trabajo de Gravil que nombrásemos anteriormente, la autora arriba a la conclusión de que la reducción de los márgenes de intermediación, sumada a la labor de construcción de elevadores de granos, el aumento del crédito agrario, etc., significó una verdadera “protección” a la producción agraria que explica, por otra parte, el aumento de la producción entre 1934 y 1939. En cuanto al último trabajo que quisiéramos citar en esta serie, Virginia Persello presenta una interesante problematización en torno a la articulación entre intervención, redimensionamiento del aparato estatal y representación que se pone en juego a partir de la novedosa creación de numerosas instituciones (las mismas Juntas Reguladoras así como diversas Comisiones, subcomisiones y direcciones de producción).35 En una primera aproximación a este tema, la autora se centra en tres cuestiones. En primer lugar, las diversas formas de representación sectorial en cada una de las Juntas (Carnes, Granos, Vino, Yerba, etc.). En segundo término, las posiciones políticas y discusiones parlamentarias entre socialistas, radicales y conservadores sobre este tema. Por último, y lo que nos parece más interesante, se documenta un importante avance de la legitimidad que adquiere la representación corporativa en tanto serían los mismos interesados (en verdad, sobre todo los sectores dominantes en cada actividad), quienes poseerían la experiencia y “conocimiento técnico” imprescindible para que estas nuevas instituciones lleven adelante sus tareas de forma eficiente. Veremos más adelante, sin embargo, que este estrechamiento de vínculos entre los sectores corporativos dominantes y la empresa de intervención estatal comenzaría a sufrir mayores tensiones hacia el fin del periodo conservador. Pese a la importancia que adquirieron este tipo de aportes producidos por historiadores, debe reconocerse que, incluso después de los ´80, las principales investigaciones sobre la evolución de largo plazo de las dimensiones más significativas de la historia económica argentina continuaron siendo producidas en su mayor parte por economistas. De esta manera, fueron miembros de esa disciplina quienes analizaron con mayor profundidad algunos elementos clave de la política económica del periodo que nos ocupa. Cabe destacar por ejemplo los trabajos de Javier Ortiz sobre política bancaria, desde un enfoque comparativo con América 35 Persello (2005). 1 Latina en general,36 la investigación de Jorge Schvarzer en relación con la industria,37 y el análisis de las finanzas realizado por Aldo Arnaudo. 38 Lo mismo ha ocurrido en general con las más importantes síntesis sobre historia económica, que aunque se posicionan dentro de los lineamientos básicos de la literatura anterior, se sirven de los avances más puntuales, en muchos casos propios, para avanzar en una interpretación de conjunto sobre los principales problemas del periodo, dentro de los cuales por supuesto la intervención estatal ocupa un importante lugar. Entre estos trabajos, sumamente influyentes y muchas veces con posiciones encontradas, cabe nombrar a El ciclo de la ilusión y el desencanto de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach,39 Historia económica, social y política de la Argentina de Mario Rapoport40 y La economía política de la Argentina en el siglo XX, de Cortés Conde.41 Aquí nos interesaría detenernos, sin embargo, para analizar los principales argumentos de un trabajo que, nos parece, resultó crucial para redefinir uno de los principales puntos de controversia en torno a la problemática que nos ocupa. Nos referimos a la investigación llevada adelante por Alan Taylor y Gerardo Della Paolera en relación con el papel jugado por la política monetaria para la recuperación argentina de la depresión.42 Según la perspectiva de Taylor y Della Paolera, gran parte del crecimiento obtenido por la economía Argentina en la etapa de 1891 a 1914 se debió a su éxito en la consolidación de instituciones y compromisos para mantener políticas monetarias y fiscales estables. Este hecho, crucial para una pequeña economía abierta, pudo lograrse sin embargo mediante un sistema monetario inflexible, que los autores caracterizan como una especie de “ancla nominal”, en el cual la rigidez cambiaria (que se mantendría por un sistema de convertibilidad fija entre el peso y el oro entre 1899-1914 y 1927-1929), se mantenía gracias a la existencia de una Caja de Conversión que debía contar con una importante cantidad de reservas, lo cual por supuesto se volvía muy difícil en las coyunturas de desequilibrio en la balanza de pagos, generándose una enorme presión. Lo mismo ocurría en relación con la emisión de dinero, que incluso bajo regímenes de inconvertibilidad (como de 1914 a 1927) se mantuvo relacionada con la cantidad de reservas en la Caja. Por último, dadas las reglas del sistema, tampoco existía un prestamista en última instancia para asegurar la liquidez de los bancos. El resultado era, en síntesis, una situación en la cual la ausencia de autonomía para la política monetaria se establecía sin embargo a través de un sistema muy claro que, en la medida en que se cumplió, 36 Ortiz, Javier (1998 y 2001). Schvarzer (1996). 38 Arnaudo (1987). 39 Gerchunoff y Llach (1998). 40 Rapoport (2000), 41 Cortés Conde (2005). 42 Della Paolera y Taylor (1999 y 2003). 37 1 ayudó a mantener la confiabilidad del país como solvente frente a sus dos principales pasivos (bonos de deuda pública y dinero). Debe destacarse, entonces, la importancia otorgada por estos autores al mantenimiento de una política monetaria (y también fiscal) seria por parte del gobierno para asegurarle una reputación que le brindara acceso al crédito externo bajando sus costos, y alentase también la inversión externa, dos elementos esenciales para una economía abierta como la Argentina. De aquí se sigue la opinión favorable que les merece que ante la crisis del ´30 el gobierno haya mantenido su compromiso de pago de sus obligaciones externas, evitando el default. Lo más relevante aquí sería, sin embargo, el temprano e inédito uso de redescuentos que comienza a hacer la Caja de Conversión a partir de abril de 1931 a fin de esterilizar las salidas de oro. 43 Esto implica, según Taylor y Della Paolera, un verdadero cambio en el modelo monetario y macroeconómico que se alejaba de esta forma de la política ortodoxa anterior. Sin embargo, esta innovación sólo se habría dado en materia monetaria, porque en el terreno fiscal se realizó un gran esfuerzo por seguir la tradicional receta de ajustar el presupuesto en tiempos de retracción. El resultado, en todo caso, habría sido el de un mantenimiento de la base monetaria, en un contexto de salida de oro, que permitió contrarrestar la tendencia deflacionaria44 y así evitó un gran aumento de las tasas de interés, lo cual hubiese enfriado aún más la economía.45 La política monetaria anticíclica habría entonces anticipado en cuatro años a la creación del Banco Central y, aún más sorprendente, a su aplicación en países centrales. De allí el éxito argentino en una temprana salida de la crisis, que para los autores ya es clara para 1933. Resulta imprescindible destacar la relevancia que tuvieron este tipo de interpretaciones a partir sobre todo de la década de 1990, dándose una convergencia con un contexto en el cual el gobierno llevaba adelante una política de apertura y liberalización económica, concediendo enorme importancia a la confiabilidad que el país debía recuperar en materia monetaria. Un nuevo tipo de ortodoxia, marcada ahora no por un rechazo a cualquier tipo de intervención económica (a la manera de Prados Arrarte en los ´40), sino de aquella recomendada por el keynesianismo (un comportamiento contracíclico a través del gasto público a fin de aumentar la demanda), venía ahora a destacar la importancia de la política monetaria, y del acceso al crédito externo, mediante un comportamiento “confiable”. Desde tal punto de vista, las 43 La ley que permitía estas operaciones había sido sancionada en 1914, pero no se hizo uso de ella hasta abril de 1931, exceptuando tres meses de 1925. Vale aclarar que en cambio el Banco Nación tuvo una importante política contracíclica inyectando liquidez en los Bancos a partir de redescuentos, desde 1914. 44 Como se encargan de matizar los autores, las esterilizaciones buscaban compensar la salida de oro, y no inyectar liquidez para reducir las tasas de interés y aumentar la demanda agregada (lo que denominan “efecto Keynes”). El cambio del régimen monetario funcionó entonces quebrando las expectativas deflacionarias, con favorables implicancias para la actividad económica a través de una reducción de las tasas de interés ex ante (“efecto Mundell”). Véase Della Paolera y Taylor (2003), p. 210. 45 En Cortés Conde (2005) se encuentra una explicación coincidente con este punto de vista. 1 medidas tomadas durante los primeros años de la crisis habrían sido casi optimas: mantenimiento de una política ortodoxa en materia fiscal y de los compromisos de pago de las obligaciones externas como precondición para que se pudieran utilizar medidas más expansivas a partir de 1933; cambio del régimen monetario consecuente con esta decisión, sin recaer en emisionismo inflacionario (algo que se le criticará al “dirigismo” peronista posterior).46 En contraste con una posición de este tipo, es preciso destacar, como lo hicieron otros investigadores anteriormente, que la ortodoxia fiscal tuvo un carácter contractivo, acentuando más bien el enfriamiento de la economía. Podría dudarse, por otra parte, que la política monetaria haya sido el principal factor para la recuperación, siendo ésta en cambio fundamentalmente una consecuencia de factores externos (aumento de los precios agrarios). Por otra parte, como Taylor y Della Paolera reconocen, fue la operación de revalorización contable del oro de 1935 la que realmente implicó una inyección de liquidez, pero como también se señalara, la misma sirvió fundamentalmente para una turbia operación de rescate bancario con beneficio para un reducido sector enriquecido de la sociedad. 47 Por último, puede discutirse si el mantenimiento en el pago de deuda pública era imprescindible, ya que de hecho la mayoría de los países latinoamericanos decretaron el default, sin que este comportamiento asegurara a la Argentina un mejor posicionamiento a mediano plazo para recibir créditos, en comparación con aquellos que incumplieron. 48 En el corto plazo, en tanto, el compromiso implicó la obligación de mantener una disciplina fiscal con los costos ya señalados, difícilmente compensable con los exiguos créditos obtenidos. V. Segunda Guerra y Plan Pinedo. Intervención y estrategias en el ocaso del régimen conservador Hacia el fin de la década del ´30, el inicio de la Segunda Guerra implicaba una seria amenaza para la economía argentina por la posible caída de las exportaciones primarias. En este contexto, y con Federico Pinedo nuevamente al frente del Ministerio de Hacienda, el ejecutivo presentó un “Programa de reactivación de la economía nacional” (más conocido como Plan Pinedo, de 1940) que implicaba no sólo un aumento en la intervención estatal para asegurar el crecimiento, sino también, y por primera vez, una estrategia de desarrollo que tomaba explícitamente en cuenta la importancia del desarrollo industrial. El Plan finalmente quedó descartado por la oposición radical en la Cámara de Diputados, lo cual no impidió que, como 46 Javier Ortiz (2001); Cortés Conde (2005). Sector que se benefició en 1935, según sostienen los mismos Taylor y Della Paolera (2003, pp. 256-257), con un 4 % del PBI de aquel año gracias a la operación del IMFB. 48 Marichal (1988). 47 2 indica el clásico trabajo de Llach sobre el tema, entre 1940 y 1943 se adoptaran diversas medidas, muchas inspiradas en el mismo Plan, que beneficiaban a la industria. 49 Debe precisarse, de todas maneras, que este intento finalmente fallido por establecer un desplazamiento en el eje de desarrollo, no implicaba un reposicionamiento en relación con el papel central que continuarían teniendo para el país las exportaciones agropecuarias. La novedad consistía en cambio en el reconocimiento de que junto a esta actividad central debía estimularse a la industria (pero no a cualquiera, sino a las denominadas “industrias naturales”, o sea aquellas en las cuales se podrían obtener ventajas comparativas en tanto se encontraban ligadas a las actividades tradicionales), y especialmente a las exportaciones en general. Al mismo tiempo, se establecía la necesidad de apoyar el financiamiento de la construcción, dinamizadora de la economía en su conjunto y arma contra el crecimiento del desempleo. Con este fin, se planeaba una reforma financiera que diese más elementos al Banco Central para intervenir en política monetaria y, muy importante, crear un mercado de capitales a partir del otorgamiento de créditos a largo plazo para la industria y construcción, hecho inédito en el país. Finalmente, y algo que ha sido destacado por diversos investigadores que analizaron el Plan, se pretendía equilibrar el tradicional esquema triangular sumamente deficitario con los Estados Unidos, aumentando las exportaciones industriales que otorgarían divisas “libres”, permitiendo en un futuro acrecentar a su vez los insumos industriales, provenientes principalmente de aquel país. Ahora bien, si como se dijo, el Plan nunca llegó a ponerse en marcha, queda claro de todas maneras que resulta una importante prueba de que al menos desde un sector del conservadurismo se evaluaba cada vez con mayor firmeza la importancia del papel del Estado como garante del desenvolvimiento económico, estableciéndose de acuerdo con esto la necesidad de ampliar sus funciones e instituciones a fines de intervenir en distintas esferas. De hecho, en esta última etapa del conservadurismo, y sobre todo a partir de la asunción de Ramón Castillo como presidente, se consolidó esta actitud tendiente a aumentar la capacidad de intervención. En una difícil situación debido al aumento del déficit y del endeudamiento público, el gobierno avanzó sobre una serie de reformas impositivas que resultaron firmemente rechazadas por parte de la dirigencia de los sectores dominantes rurales e industriales. Se presentaba ahora con claridad una progresiva tensión entre la dirigencia política y una parte de los grupos empresariales que criticaban el intento conservador por aumentar sus recursos con fines clientelísticos y, lo que aquí más nos interesa destacar, por la 49 Disposiciones cambiarias de promoción de las exportaciones industriales, creación de la Corporación para la Promoción del Intercambio, fundación del Comité de Exportación y Estímulo Industrial y Comercial, creación de la Flota Mercante del Estado, Ley de Fabricaciones Militares, leyes de promoción industrial provinciales y municipales, proyecto de crédito industrial que se legaliza en septiembre de 1943. Llach (1984), p. 540. 2 intromisión del Estado en las actividades privadas, importante precedente del negativo “dirigismo” que muchos endilgarían al peronismo. Más allá de lo excesivo de estas críticas, debidas en mayor medida a una exaltación discursiva ante un conflicto particular y coyuntural, lo central aquí no es sobreestimar tensión que de todas maneras no pone en discusión la estrechez de vínculos entre los intereses empresariales y la política económica llevada adelante por los gobiernos conservadores, sino más bien que efectivamente la intervención estatal en economía fue aumentando crecientemente a partir de la Segunda Guerra, sentando un importante antecedente a la orientación seguida a partir de 1943, aún reconociendo el cambio cualitativo que tuvo a partir de aquel momento. Por esta razón, en nuestra evaluación sobre la historiografía en torno a la intervención estatal en economía durante la década del ´30, resulta más relevante destacar el consenso existente en relación con esta progresiva ampliación, profundizada a partir de la Segunda Guerra incluso por el gobierno conservador, que las notables discrepancias en torno a la caracterización del Plan Pinedo y, especialmente, sobre su factibilidad como estrategia de desarrollo finalmente derrotada frente a la orientación industrial mercadointernista que se impondría a partir del ascenso del peronismo.50 Similar consenso historiográfico suscita la evaluación sobre el progresivo pasaje de las acciones de gobierno desde una concepción económica claramente ortodoxa a principios de los ‘30 hacia una cada vez más heterodoxa, e incluso con elementos keynesianos, hacia el fin de la década. Existen en este punto, sin embargo, algunas diferencias de apreciación en relación con el carácter de las medidas de intervención desplegadas durante el plan de reactivación económica de 1933-35, aunque todos los autores tienden a destacar la distancia con la ortodoxia anterior.51 En vínculo con esto, puede apreciarse la aparición de investigaciones que estudian la evolución del pensamiento económico en Argentina, prestando especial atención a cuestiones como la institucionalización de la carrera de Economía y el impacto de las teorías más importantes a nivel internacional.52 Más importante aún, diversos trabajos han avanzado en el 50 Las principales críticas al clásico artículo de Llach, quien de todas maneras establecía una compleja explicación sobre la evolución hacia el mercadointernismo, se centran fundamentalmente en la imposibilidad estructural a largo plazo, en términos económicos, y su inviabilidad en términos políticos, para que se diera un desarrollo industrial exportador. Lejos estuvo de ser por tanto, al decir de Díaz Alejandro, una “oportunidad pérdida”, y el relativo aumento de las exportaciones industriales durante la guerra obedeció a razones coyunturales que de ninguna manera podrían mantenerse después del conflicto. Véase Cramer (1998) y Arceo (2003). 51 Para Díaz Alejandro (1975) se aplicaron claramente “medidas expansionistas” vía aumento del gasto; Graciela Malgesini (1986) sostiene que se trató de un “inestable sincretismo liberal-(proto) keynesiano-corporativo”; para Fernandez López (2001) fue un “programa de estabilización keynesiano”; González y Pollock (1991) señalan que se utilizaron instrumentos keynesianos, aunque matizan el balance señalando que fueron coyunturales, bastante tibios y en relación con el mantenimiento de otros ortodoxos; un matiz aún mayor es propuesto por Gerchunoff y Llach (1998), quienes sostienen que a lo sumo, y sólo a partir de 1935, podría hablarse de un “keynesianismo pasivo”. 52 Fernández López (2001). 2 examen del grupo que diseñó gran parte de las medidas innovadoras durante todo el periodo, o de algunas de sus figuras más importantes en particular. 53 Estas investigaciones resultan de especial interés, ya que se trató de hecho de un muy singular grupo, conformado por políticos provenientes del socialismo independiente, como Antonio De Tomaso y Federico Pinedo, y por jóvenes con formación técnica como Raúl Prebisch, Ernesto Malaccorto, Máximo Alemann y Walter Klein, entre otros. Este “grupo burocrático neo-conservador aliado a la dirigencia política y a los grupos de interés”, tal cual lo define Louro de Ortiz, se caracterizaba efectivamente por contar con una nueva camada de economistas de enorme pericia técnica que asesoraban a Pinedo y desplegaron funciones burocráticas clave. Se trataba de nuevos tecnócratas que, tal cual describe excepcionalmente Halperin Donghi, se veían a sí mismos como provistos de un saber universal que, en cuanto tal, podía ponerse al servicio de gobiernos como el de Uriburu o la Justo sin que debiera dudarse de su neutralidad política. 54 De hecho posteriormente Raúl Prebisch, uno de los economistas más brillantes de la historia argentina, y quien colaboró en el diseño de las medidas más relevantes del periodo, diría restropectivamente: “yo tenía la visión de un tecnócrata. Creía que, si yo hacía las cosas bien, estaba libre de responsabilidad política. Pero las cosas no eran así. En consecuencia, he sido clasificado como un hombre de derecha, algo que nunca me he considerado ser.” 55 Y en efecto, a la caída del conservadurismo en 1943 el grupo se disolvió, siguiendo sus miembros diversos caminos que en algunos casos, como los de Pinedo y Prebisch, serían claramente divergentes. A modo de conclusión En nuestro recorrido por la historiografía que trató diversos aspectos de la intervención estatal en economía durante el periodo 1930-1943 nos encontramos con una miríada de interpretaciones que, determinadas por su particular contexto de enunciación y el posicionamiento teórico y político de quienes las produjeron, conforman un intricado campo de disputas que se reactualizan hasta el presente. De esta manera, si no es precisa demasiada agudeza para advertir los vínculos entre la emergencia de aquella “nueva ortodoxia” a la que hacíamos alusión en la cuarta sección de este trabajo y las políticas económicas llevadas adelante a partir de los ´90, tampoco resulta demasiado difícil comprender su relativa pérdida de peso después de que Argentina sufriera una tremenda crisis que venía a poner en primer plano las inconsistencias de recetas económicas anteriormente presentadas como 53 Louro de Ortiz (1992); Cirigliano (1986); González y Pollock (1991); Dosman (2008). Halperin Donghi (2004), pp. 140-143. 55 Ciado en González y Pollock (1991), p. 469. 54 2 indiscutibles. La apertura de una nueva etapa en la cual parecía que se superaba milagrosamente tan estrepitosa caída, y donde el Estado parecía ocupar nuevamente un papel determinante, conllevó a una revalorización de tradiciones historiográficas que, como las del revisionismo, parecían condenadas a la marginación. Pero así como las voces críticas no dejaron de existir en los ´90, tampoco el fracaso de aquel modelo impide que argumentos hegemónicos en aquel contexto vuelvan a aflorar ante un presente que se percibe como una peligrosa actualización de lo peor del pasado (aunque habría que decir que aquí pesa más lo político que lo económico). En realidad, tensiones sociales y económicas muy complejas y cambiantes interactúan con culturas políticas que retrabajan tradiciones profundamente arraigadas. Y es preciso reconocer que aún cuando los trabajos de investigación de ninguna manera responden automáticamente a estas fluctuantes situaciones, se hallan insertos en un campo relacionado con lo que ocurre a nivel macrosocial. Dicho esto, no puede resultar sorprendente que la interpretación de un tema como la intervención estatal en la década del ´30, aparezca como un complejo campo de disputa, resignificado en un contexto muy particular. Finalmente, y a pesar de que este contexto lo vuelva un tema sumamente significativo, toda historia se halla tensionada en el entrecruzamiento entre dos horizontes temporales. Pero por supuesto, es mucho más sencillo reconocer esto que, explicitando los presupuestos teóricos y el posicionamiento en la disputa, conseguir un equilibrio para historizar nuestro presente, en lugar de amoldar el pasado a sus necesidades. Bibliografía -Alhadeff, Peter, (1985) “Dependencia, Historiografía y objeciones al Pacto Roca”, en Desarrollo Económico, vol. 25, nº 99. -Alhadeff, Peter (1986a), Política, economía y banca central en la Argentina, 1935-1929, Salta, Universidad Nacional de Salta. -Alhadeff, Peter (1986b), “The economic formula of the 1930s: a reassessment, en Guido Di Tella y D. M. C. Platt (eds.), The political Economy of Argentina, 1880-1946, Nueva York, St. Martin’s Press. -Álvarez, Norberto (1986), “Crisis y caminos. 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