ensayo sobre las comunicaciones sonoras en la liturgia

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GINO STEFANI
ENSAYO SOBRE LAS COMUNICACIONES
SONORAS EN LA LITURGIA
A pesar de la longitud del trabajo de G. STEFANI, hemos creído oportuna su
condensación pues constituye una de las pocas publicaciones que aborda el tema de las
comunicaciones litúrgicas desde una vertiente semiológica, inspirada en la actual
investigación lingüística. Al hacerlo así el autor, consciente de la urgencia de una
liturgia viva, analiza y determina la funcionalidad pastoral de la palabra, el canto y la
música en la asamblea litúrgica. A decir verdad, el autor presenta su trabajo como
«notas» que han tenido su origen en diversas ciudades y abadías (Bruges,
Bellefontaine, Maredsous...) y en sus cursos de los Institutos litúrgicos de París y
Roma.
Essai sur les communications sonores dans la liturgia, Paroisse et Liturge, 52 (1970)
99-106 ; 232-242 ; 319-336
INTRODUCCIÓN
Liturgia y semiología
La liturgia es un conjunto de signos, de acciones cuyo valor dominante se sitúa en el
orden de la significación. Por esto, podemos considerar la liturgia como una rama de la
semiología o ciencia general de los signos. En realidad, esta ciencia no existe como tal,
a pesar de los esfuerzos por elaborar sus estatutos; existen, con todo, principios y
técnicas de investigación por medio de las cuales los semiólogos estudian la
comunicación humana. Es, por tanto, normal que la reflexión semiológica ilumine la
liturgia en cuanto comunicación humana; así como es normal recurrir a la teología para
iluminar los fines o contenidos de la liturgia en cuanto acción sagrada; o a la psicosociología a fin de analizar la celebración en cuanto acción humana.
Es evidente que la reflexión sobre la comunicación se refiere a todos los niveles de la
liturgia: el de la investigación o programación, el de la creación de repertorios, el de la
acción o celebración.
El experto en comunicación tiene una palabra que decir sobre los problemas de la
investigación: la estructura del símbolo, las disfunciones semiológicas de ciertos
símbolos litúrgicos, el éxito que pueda tener una sustitución de símbolos... En los
diferentes aspectos materiales de la comunicación litúrgica (visual, sonoro... ) el experto
en comunicación considerará las diferentes funciones lingüísticas a desarrollar en tal o
cual rito, las estructuras verbales-orales y los géneros literarios requeridos, lo exigido a
los intérpretes por estas estructuras, etc.
Este proyecto de comunicación interviene a la hora de la creación de los repertorios. El
poeta que quiera componer oraciones apreciará las reflexiones del semiólogo acerca de
las relaciones entre los gestos orales de la oración y las estructuras verbales o géneros
literarios en función de los gestos. En el mismo nivel se sitúa el contacto entre la
reflexión semiológica y la actividad litúrgica de un arquitecto o un compositor.
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En el nivel de la celebración, el sacerdote deberá ser consciente del significado de su
comportamiento e intervenciones en el marco de la asamblea. Hablar para tomar
contacto con la asamblea o para anunciar un mensaje bíblico son dos comunicaciones
diferentes cuya significación puede quedar totalmente empañada por el modo de hablar
o presentarse. El canto de la asamblea, por ejemplo, es una noble finalidad, pero se
convierte en una penosa realidad si no son respetadas las leyes del mensaje sonoro.
En este trabajo no pretendemos elaborar una semiología sistemática de la liturgia -para
ello se necesitaría un gran trabajo en colaboración apenas iniciado. Nos limitaremos a
reagrupar en tres capítulos algunas indicaciones no-sistemáticas -pero de orden más o
menos semiológico- sobre los tres tipos generales de comunicaciones sonoras en la
liturgia: palabra, canto y música. Y a fin de tener los instrumentos precisos para nuestra
reflexión, esbozaremos unas notas técnicas sobre las nociones básicas imprescindibles.
Lenguaje, sistema, sintagma
La liturgia no puede ser calificada correctamente como lenguaje, pues éste es un sistema
homogéneo de significantes (sistema verbal, musical, tonal... ). A pesar de todo, se ha
hablado del "lenguaje de la liturgia". La expresión -teniendo en cuenta su valor
analógico- denota la dimensión simbólica de la liturgia (lenguaje de signos) al mismo
tiempo que connota una cierta situación histórica de esta liturgia.
La literatura piadosa describe el lenguaje de los signos litúrgicos como un lenguaje
misterioso, hierático, celeste, místico; los liturgistas arqueologizantes lo describen, a su
vez, como un lenguaje sobrio, austero, escueto. Consecuentemente, el conjunto de los
signos era entendido como un todo homogéneo y unitario. Pero si se mira más
detenidamente, se da uno cuenta de que tal unidad está constituida por el estilo, término
que no es sino sinónimo analógico de "lenguaje".
El examen de los significados corrobora este análisis, pues al tratarse en la liturgia de
una lengua muerta, de un canto recitativo, de vestiduras, gestos, objetos, etc, se constata
que todos estos significantes, tienen una tendencia muy acusada a renunciar a su función
específica (hablar, cantar... ) para converger hacia una significación unívoca, igua l para
todos: la presencia de lo trascendente o "situación sagrada". Lo sagrado se convierte,
así, en el super-signo que devora la multiplicidad de los signos litúrgicos. "Esta" liturgia
aparece como "lenguaje de lo sagrado", en donde "lo sagrado" es lo denotado, directa y
principalmente, por este "lenguaje".
Una perspectiva más moderna concibe la liturgia como un "sistema de signos". Al
hacerlo así, queda respetada la diferencia específica entre significantes y signos y lo
sagrado regresa a su modesto rango de una connotación entre otras. Esta fórmula es una
síntesis entre la unidad (sistema) y la variedad (signos). El acento cae sobre lo
directamente denotado: la unidad, que se encuentra reforzada por la constancia de los
signos, sin excluir la variedad. Pero esta constancia comienza a vacilar, si en los signos
miramos los significantes, que varían según las culturas. Entonces la fórmula "sistema
de signos" corre el riesgo de reducirse a una teorización de la liturgia que, en lugar de
describir las estructuras históricas reales, se constituye de modo autónomo en una lógica
formal que excluye la intervención constitutiva de los celebrantes.
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Por esta razón, otra perspectiva más actual no considera el conjunto de los significantes
empleados en la liturgia en un momento dado como un sistema, sino como un repertorio
de fórmulas entre las cuales debe elegirse, siguiendo leyes muy generales, aquellas que
sirvan actualmente para una celebración concreta. Esta prioridad de la celebración sobre
la "liturgia", implica un cambio de orden semiológico: si la liturgia es un sistema, lo es
por relación a la celebración, que es un sintagma. El sistema es algo dado de antemano,
mientras que el sintagma debe ser elaborado cada vez. La elaboración de un sintagma
(por ejemplo, mi "menú" en el restaurante) a partir de un sistema (la "carta") implica
una elección. La consecuencia es clara: prescindiendo del valor de las leyes generales de
la celebración cristiana (sistema) que deben informar la elaboración de nuestra
celebración local (sintagma), es claro que las leyes de ésta no existen ya dadas de
antemano, sino que resultan de las tendencias intrínsecas del material que se escoge y de
nuestra "lectura del montaje" de ese material.
Actualidad litúrgica del símbolo
La liturgia experimenta hoy la tensión entre las dos concepciones opuestas del rito. Por
una parte, el rito como acontecimiento excepcional que nos arranca del orden de un
mundo que camina hacia la muerte, el rito- fiesta donde se desencadenan las energías
vitales ordinariamente reprimidas: es el rito-acontecimiento. Por otra parte, el rito como
elemento ordenador que nos viene a salvar del caos mortal de las oscuras fuerzas
inconscientes o irracionales, el rito como repetición exacta de las ceremonias prescritas
de una vez para siempre, cuya exactitud nos garantiza la justicia; el total-control
ritualista.
Para los cristianos falta, en ambas perspectivas, la función mediadora del mito, del
símbolo. No es el rito el que nos salva, sino el más allá presente en el rito y que
constituye el símbolo. El poder de la fórmula constituye una realidad cristiana si la
inteligencia y la fe nos dejan ver que el poder divino no queda aprisionado en la fórmula
simbólica, sino que ésta se limita a indicar discretamente la presencia de ese poder
ofrecido al hombre en su hoy, con tal de que éste se disponga a aceptarlo. En nuestra
liturgia, el símbolo es la estructura fundamental. Constituye, al nivel del conocimiento,
el "ya sí pero todavía no" que expresa, de modo general, la perspectiva cristiana de la
presencia escatológica.
Significante y significado
La hostia que no llega a significar el pan, las gotas de agua que apenas mojan la cabeza
del bebé... son disfunciones del, simbolismo litúrgico que reducen los signos al rango de
útiles o degradan el signo en señal. En una perspectiva semiológica más rigurosa se
puede hablar de insuficiencia del significante, en cuyo origen se encuentra una
disociación entre el significante y el significado.
Para los liturgistas-rubricistas de los cuatro últimos siglos, los significantes litúrgicos (
textos, ritos, vestidos... ) tienen un valor de objeto a los que se puede -si se quiereaplicar ad libitum las consideraciones piadosas más diversas. Respecto a los problemas
de la comunicación, la cultura eclesiástica de esa época sólo nos ofrece breves notas
sobre el "signo" en los tratados escolásticos de lógica menor. Esta disociación en el
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interior del signo denota, y causa a la vez, la convencionalización del significante y,
consecuentemente, su minimización. Al ser convencional y arbitrario, cualquier cosa incluso la más banal- puede ser significante. Es claro que el ocasionalismo de Occam
constituye la base filosófica más adecuada de esta concepción.
En esta disociación ha influido también el dualismo natural-sobrenatural. Si los
"invisibilia" son trascendentes en relación a los "visibilia", del mismo modo en el
símbolo litúrgico lo significado podía darse sin relación con el significante. De este
modo se destruía el signo, pues aunque lo significado pueda ser trascendente en el plano
ontológico, en la estructura comunicacional es inmanente al significante.
Denotación y connotación
El símbolo constituye un mensaje de varios niveles. El primero es el de la denotación;
los demás se incluyen en la perspectiva de la connotación.
La historia de Abraham, tal como la cuenta el Génesis (denotación), puede ser sugerente
para todo hombre culto o lector occidental. Sólo es un mito cristiano para quien ve en,
detrás o más allá de esa historia los acontecimientos de Cristo o los suyos propios
(connotación). Esta segunda lectura, aunque exacta, no es obligatoria, pues depende de
todo un mundo de conocimiento y experiencia que entra en resonancia al contacto con
la imagen bíblica, cuyos símbolos y mitos son más bien el producto espontáneo de una
situación cultural que el resultado de una intervención voluntaria.
Esto impone una cierta prudencia cuando se quieren "traducir" mitos bíblicos o
símbolos litúrgicos con repertorios de imágenes o acciones procedentes de la
civilización moderna. Se llegaría, sin duda, a una mayor claridad en la denotación, pero
habría que construir de nuevo la dimensión simbólica (connotación) ; y dado que no se
puede garantizar de antemano -ni improvisar- esta dimensión, se corre el riesgo de
quedarse mientras tanto -quizá por mucho tiempo- con una mera señal-útil. De aquí que
la reflexión sobre la denotación y connotación de la comunicación, en particular en el
símbolo, esté en la base de toda catequesis litúrgica seria.
Metalenguaje y mistagogia
Frente a los significantes insuficientes se ha creído encontrar un remedio en las
intervenciones explicativas del comentador.
El comentario puede referirse al significante a fin de iluminar lo que es (antes de decir
lo que significa). En este caso tenemos una disfunción en la comunicación que los
lingüistas llaman metalenguaje; las palabras duplican -o mejor, reemplazan- la
significación primera del significante. En efecto: si necesito decir con palabras que la
hostia es pan, es claro que la hostia no es como debería ser y en este caso la
intervención verbal deja intacto y sin resolver el problema del signo-símbolo, pues las
palabras no pueden sustituir a las cosas. Hablar de pan es bien distinto a tener pan ante
los ojos. Para que tengamos un símbolo falta, en este caso, el punto de partida: el
sentido "natural", físico de la cosa sensible.
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La segunda dirección que puede tomar el comentario es la catequesis mistagógica. En
este caso, la intervención verbal se sitúa en el segundo nivel del símbolo: hacer explícita
una perfección virtual de lo significado. Esta intervención, fundada en el papel normal
de la palabra, es legítima y hasta puede ser necesaria y ha sido practicada ampliamente
por la mejor tradición cristiana. Por ejemplo: yo sé quién es el Abraham del Génesis, el
hombre que escuchó fielmente la palabra de Dios y para quien esa palabra fue fiel. Pero
esto se convierte para mí en una revelación cuando el comentador-catequista me ayuda
a reconocer que en la lectura de la misa este "mito" se convierte en rito: soy yo el
Abraham que escucha la palabra de Dios; es Dios quien me habla y testimonia, a través
de este simbolorito, que es fiel para conmigo si yo soy fiel a su palabra.
LA PALABRA
Actualidad de la comunicación oral
La civilización actual del libro cree más en la palabra escrita que en la palabra hablada,
pues piensa que el ojo está mejor dotado que el oído para la crítica. En la edad moderna,
el adagio "ver es creer" ha sustituido al "fides ex auditu". Pero la civilización del libro
empieza a dejar de ser satisfactoria. El modelo de la nueva comunicación lo constituyen
los medios audiovisuales en los que la comunicación tiende a ser instantánea, inmediata
y total, aproximándose a la comunicación oral personal. La palabra escrita, por el
contrario, defo rma, desarticula y limita de modo artificial la comunicación humana;
constituye una ayuda indispensable, pero la primacía corresponde a la palabra viva y
personal que me atrae hacia el que habla, mucho más que las palabras escritas. La
palabra viva se reve la como forma completa y satisfactoria de comunicación, sobre todo
cuando se trata de una palabra originalmente oral y comunitaria.
Liturgia verbal
¿Está justificada la acusación de que en nuestra liturgia "se habla demasiado"? Para
responder hay que acla rar las ideas sobre el estatuto verbal de la liturgia cristiana.
Nacida en una civilización del logos guarda como tradición esencial una primacía de la
palabra sobre cualquier otro signo, pues la palabra es el sacramento de los hombres por
excelencia, se revela como insustituible por ser comunicación humana primordial y,
como tal, ha sido asumida por los acontecimientos de la revelación.
Con todo, subsiste la impresión de que en nuestra liturgia se habla demasiado. La
primacía de la palabra no consiste en el verbalismo. Hay que indicar que existe un cierto
desequilibrio entre la cantidad de acciones verbales y la pobreza de gestos o técnicas
vocales diferenciadas de que dispone nuestro culto para la oración, lectura, aclamación,
bendición, etc. Sin embargo, es más fácil para nosotros que para los antiguos encontrar
nuevos medios de expresión, ya que disponemos de los recursos de la sonorización
electrónica.
El problema de la palabra no es, en definitiva, una cuestión de cantidad sino de
semiología. Por eso, nos preguntaremos qué funciones y significados tiene la palabra en
las situaciones típicas del culto cristiano. Antes, con todo, pasemos revista a uno de los
lastres del pasado.
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Liturgia del libro
El concilio de Trento impuso una decidida fijación y codificación de nuestra liturgia
hasta convertirla en una "liturgia del libro". Celebrar la misa era decirla o, más
exactamente, leer los textos prescritos. De ahí, la misa leída. Esta mentalidad ha
implicado tres deformaciones en la práctica litúrgica actual: el culto atribuido al misal
como libro que encierra los textos litúrgicos, la recitación uniforme que ahoga en una
igualdad rubricista toda significación y función de los textos, la reducción de la acción
personal del sacerdote a una ejecución impersonal.
El texto queda convertido en el objeto de la celebración, en el ídolo al que se sacrifica la
persona y sus valores. Del mismo culto por la palabra escrita depende el régimen
silábico que todavía domina en el canto de la iglesia. La idea de considerar el canto
como un modo de ejecutar las palabras lleva a la misa cantada como ejecución cantada
de todos los textos del misal. Pero esta perspectiva está muy alejada de la auténtica
experiencia del canto, al ser el texto, en su consistencia física como serie de sílabas, el
objeto del rito.
La liturgia del libro operó un cambio de sentido en el sistema de los signos orales
litúrgicos ya que anunciar, aclamar, orar, cantar, queda reducido a "recitar un texto" con
o sin notas musicales. El tránsito del latín a la lengua vulgar ha sacudido el formalismo
pagano que había originado la autonomía del texto, pero todavía queda mucho por hacer
para recobrar la palabra viva en la liturgia.
Situaciones litúrgicas y funciones lingüísticas
Todas las funciones del lenguaje encuentran una correspondencia privilegiada en las
diferentes situaciones litúrgicas. Vamos a indicar esta correspondencia antes de abordar,
en detalle, las funciones-situaciones dominantes.
El contacto, que establece la comunicación, es una función típica de los diálogos
litúrgicos. En la dimensión vertical, el contacto constituye también el diálogo simbólico
de la oración.
La comunicación informativa es la función dominante del lenguaje en el sentido
ordinario de "decir algo a alguien". Así aparece, típicamente, en las proclamaciones
litúrgicas.
La función emocional del lenguaje, que expresa lo subjetivo del que habla, debe
recuperar su importancia en la liturgia. Su lugar privilegiado lo constituyen,
tradicionalmente, las aclamaciones que deberían ser reacciones vocales inmediatas o
"gritos".
La función conativa, que representa el esfuerzo que el emisor hace sobre el destinatario
(persuadir, imponer... ), tiene un papel en la palabra litúrgica especialmente en las
invitaciones (también en la "verticalidad" de la oración de petición).
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La función poética es difícil de individualizar en la celebración, pues las cumbres líricas
son múltiples: el salmo en la liturgia de la palabra, el prefacio y, sobre todo, el himno
que aparece en diversos ritos.
La función de metalenguaje, como facultad del lenguaje de analizarse a sí mismo, se
encuentra claramente en la liturgia en los comentarios sobre los ritos. Pero, dado que la
liturgia es esencialmente un "hacer mítico" que se basta a sí mismo, sobra el análisis
didáctico del comentario y la función del comentarista debe desaparecer lo más pronto
posible.
Para una correcta celebración, el ritmo de las intervenciones orales debe desarrollarse
respetando las leyes de equilibrio entre estos diversos aspectos de la palabra. Si
acontece así, es muy probable que desaparezca la acusación de que se habla demasiado
en la liturgia.
1. Constituir la asamblea
Para hablar es necesario establecer un contacto, sin el cual no existe la comunicación.
Si el destinatario está lejos de mí, entro en contacto con él llamándole; si está ante mí,
le saludo. Esta toma de contacto, asegurada por la respuesta, inicia el diálogo. Pero
todavía no se da mensaje informativo, tan solo preparación y signos de que se quiere
comunicar. La toma de contacto es fundamental en la celebración litúrgica. Existen
fórmulas expresas como son los saludos-diálogos del comienzo de la misa -símbolo
típico de la toma de contacto entre los miembros de la asamblea que deberían
constituir formalmente la asamblea celebrante.
En toda comunicación oral litúrgica el modo de establecerse el contacto condiciona la
constitución de la asamblea. En una misa en latín, en la que todos los textos son leídos
por el sacerdote, el contacto es totalmente desdeñado (incluso las rúbricas no hablan
para nada de la asamblea). Esta perspectiva puede seguir perdurando en las misas en
lengua vulgar cuando domine una recitación conjunta y uniforme de los textos por
parte de todos los miembros de la asamblea. Este modo de proceder relega al mínimo
las relaciones interpersonales, al aparecer como meros ejecutores de los textos
aquellos que forman parte de la asamblea.
El efecto de contacto del diálogo no es el mismo si es "cantado" en un tono hierático, o
si es "dicho" como un saludo personal y familiar. Especialmente, en la homilía, el modo
de establecer el contacto -para lo cual tiene mucha importancia el tono de la vozrevela las relaciones entre el predicador y los oyentes. Incluso, en el canto dialogado,
el cambio de actores establece un contacto en el interior de la asamblea.
2. Proclamación
La palabra humana ejerce su poder comunicativo en la transmisión de un contenido. Si
esta función es débil en relación a lo que se espera, el oyente concluye que el orador
habla sin decir nada. La asamblea no tiene simplemente por fin el constituirse a sí
misma, sino que se reúne para escuchar y reconocer la palabra de Dios proclamada.
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Esta función de la, palabra es más esencial que la del contacto, que podría llevarse a
cabo por otros medios.
a) Lectura. La lectura es el modo ejemplar de proclamación de la palabra de Dios a la
asamblea. Dado que el testimonio directo de la revelación ha sido redactado en un libro,
la presencia de ese libro en la proclamación adquiere un valor simbólico que supera la
mera funcionalidad técnica. El libro no es un útil para la lectura, sino el objeto de la
misma. La percepción de la Palabra sería muy distinta si en lugar de leer la biblia el
lector recitase de memoria una perícopa, lo cual constituiría una apropiación demasiado
personal; el lector se transformaría en actor y el objeto de interés dejaría de ser el texto
bíblico y pasaría a ser la acción del lector. Tomando las cosas en serio, la biblia es el
único libro de la liturgia. Todos los demás (misal, libros de cantos... ) son instrumentos
para una acción. Por ello, es aconsejable prescindir, al menos en cierta medida, de estos
libros a fin de recuperar más claramente el sentido fuerte de la lectura bíblica y, a su
vez, el sentido propio de las demás acciones vocales. La lectura del libro significa la
iniciativa de Dios en la comunicación, signo evidente de lo "vertical" que funda la
comunicación en la asamblea. Sólo a partir de la lectura de la biblia se puede concebir
una "circulación" de la Palabra, por ejemplo en una homilía colectiva.
b) Relatos. Junto a los libros sagrados, las religiones conocen la práctica del relato
sagrado. En la tradición cristiana muchos salmos son relatos de la historia de la
salvación; la misma estructura se halla en el "Exultet" y en algunos prefacios. No es raro
que, en grupos cristianos de liturgia espontánea, la celebración comience por un relato
en el cual un miembro de la asamblea cuenta lo que Jesús ha hecho por él. Basta pensar
en la tradición oral que precede a la redacción del NT para darse cuenta del significado
del relato: testimoniar que la Iglesia conserva siempre un margen de "estado
primigenio". El relato elabora cl mensaje de la revelación, gracias a una apropiación
personal más intensa que la de la lectura, logrando una proclamación más emocional y
poética.
c) Homilía. Aunque, en el fondo, es una comunicación de tipo informativo, está
sensiblemente cargada de otras funciones. En la lectura lo importante es que la palabra
llegue a los oyentes. En el relato se atiende a los valores personales de testimonio o a la
elaboración formal del mensaje. En la homilía, lo importante es establecer un justo
contacto con el auditorio. El predicador -sobre todo si preside la celebración- se hace
consciente de constituir un centro de unidad de la asamblea. La homilía, al ser anuncio
de la palabra de Dios y testimonio personal del compromiso con ella, se convierte en
expresión de una situación colectiva. Se establece una corriente de "feed-back" entre el
predicador y su público con objeto de condicionar su comportamiento. El homileta no
es un profeta, sino más bien un catequista, cuya adaptación al auditorio es el aspecto
esencial que especifica su "proclamación".
d) Profesionales. La proclamación conduce a la confesión. La voz que ha anunciado en
las lecturas las maravillas de Dios se convierte en los relatos y en la homilía en nuestra
propia voz, que ahora surge de nosotros para repetir fielmente lo que hemos escuchado
y aceptado. La importancia de la "confessio" (profesión-testimonio) era muy grande en
la antigüedad y calificaba a los "confessores" como mártires (testigos) de la fe. El credo
guarda todavía este sentido original a pesar de su carácter seco, intelectual y didáctico,
que sugiere la mnemotecnia más bien que la admiración ante la historia de la salvación.
Al recitar el credo, se proclama para sí mismo y para los demás la fe en esta historia.
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Esta declaración ejerce un poder autoconativo que viene acentuado por el carácter
perentorio del texto y por la recitación colectiva, que refuerza la percepción del texto.
Entre las confesiones se coloca también el confiteor, los compromisos orales del
bautismo y de otros sacramentos...
3. Oración
Orar es hablar con Dios. En cuanto acción humana (hablar), la oración es una técnica
religiosa, pero en cuanto a su término (con Dios) es un gesto simbólico, pues la
comunión con Dios no se realiza en el plano del lenguaje. Es probable que cierta crisis
actual de la oración pueda reducirse a una disminución de su valor como técnica
religiosa, si bien esto tiene como contrapartida una profundización en su dimensión
simbólica, que originará una interiorización de la fe al mismo tiempo que una
sensibilización hermenéutica.
La doble dimensión del lenguaje (comunicación y expresión) origina en la liturgia
dimensiones simbólicas. La oración es, al mismo tiempo, expresión de lo interior e
intento de comunicar con el Trascendente. Para los cristianos, lo que funda la
posibilidad de llegar al Padre (al nivel de la oración) es la inmanencia- interioridad de
Cristo en nosotros. La función de contacto se hace explícita y directa en la perspectiva
tradicional de las oraciones cristianas que se dirigen al Padre, en las que el acento sobre
el "tú" subraya la dirección vertical. Pero la perspectiva cristiana de la oración se abre
también a una dimensión que podríamos llamar circular.
En reuniones espontáneas de oración, la atención se centra a veces en el Cristo-que-estáentre-nosotros, más bien que en el Dios-que-está-antre-nosotros. La oración se
convierte así en una especie de autoconciencia colectiva. El hecho de hablar con los que
constituyen para mí la presencia de Cristo es un modo de representar nuestra
comunicación con él, o mejor, nuestra comunión con él y en él. Este hablar juntos de
Cristo puede ser no sólo una búsqueda que precede al encuentro, sino una verdadera
presencia de oración. En esta perspectiva circular la expresión personal (función
emocional) es muy importante. No se trata de "hablar a" Dios con más autenticidad,
sino de posibilitar, con la personalización de la oración, que Cristo se encarne en
nosotros, para que se manifieste en nuestra palabra.
a) Oración pascual. La acción de gracias u oración pascual constituye la situación típica
de la oración cristiana. A partir del AT, de la tradición litúrgica y de las improvisaciones
carismáticas de ciertas iglesias, se puede trazar el esquema siguiente: 1) Se parte de la
historia recordando (anámnesis) las maravillas de Dios: "El hizo...". No se habla a o con
Dios sino de Dios. Con todo, no se trata de una simple descripción, sino de una
celebración, pues la historia nos compromete y nos entusiasma (pregón pascual,
prefacio...). 2) La conciencia de este compromiso se hace explícita y nos impulsa a
testimoniarlo ante nuestros hermanos, a quienes se invita a la alabanza: "Por tanto
nosotros...". Queda subrayado el paso de la tercera persona (Él) a la primera (nosotros,
yo) como proceso de interiorización que precede a la oración pura. 3) El itinerario
termina en el contacto inmediato: "Tú eres..." (segunda persona). En este momento uno
sale de sí, abismado en la admiración que se expresa por la alabanza y la bendición.
Pero también el discurso puede quedar superado para alcanzar la intensidad emocional
de la aclamación o el éxtasis poético del himno (sanctus).
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b) Petición. Cayendo en la cuenta de la estructura simbólica de la oración se evita el
peligro de la magia. La oración de petición no hace sino explicitar nuestra situación de
salvación todavía no terminada y nuestra voluntad de depender de Dios. He aquí su
estructura típica: 1) El punto de partida no lo constituye el relato de las maravillas de
Dios, sino la constatación de lo que falta en este estadio de salvación. Se subraya esta
necesidad de los hombres y se comunica a los demás de un modo sobrio, como
conviene a una simple información-proposición: es la intención. 2) La intención
conduce a la invitación que es el nexo entre el discurso de información y el "grito" de
invocación. El relieve que puede adoptar depende de los diferentes contextos. 3) La
invocación cierra el ciclo de las personas (él- nosotros-tú) llegando al contacto-diálogo
directo. La fórmula clásica "Kyrie eleison! " realiza de una manera ejemplar y sin
resquicios, el doble trayecto de nosotros a Dios (Kyrie) y de Dios a nosotros (eleison!).
La dimensión emocional depende del modo de apropiación. La invocación repetida da
lugar a una letanía, cuya forma simétrica -binaria o ternaria- modera el impulso
emocional, pero sin conceder demasiado a la instancia poética, pues entonces
llegaríamos al canto en el que se pierde el sentido de la invocación.
c) Meditación y salmodia. Tanto la oración pascual como la de petición tienden a llegar
a un característico Tú final. Pero existe otra manera clásica de orar vocalmente en la que
no se llega a este Tú: la meditación. Lo típico de esta forma es una especie de contacto
"oblicuo", un balanceo entre el yo y el Él, que nos llevaría a definir la meditación como
una apropiación interiorizante del contacto de la oración. Lo que constituye la
meditación no es el texto, sino la actitud interior y el gesto vocal. Cualquier texto puede
servir con tal que se dé una apropiación interiorizante. Con todo, los salmos se adaptan
admirablemente a esta apropiación por su estructura poética, su ritmo, sus imágenes y
su paralelismo. Esta meditación nos conduce a la salmodia en sentido estricto, en la que
el texto no es sino un soporte de la meditación y, por así decir, el objeto inmediato de la
oración. La salmodia es una apropiación interiorizante del medio que establece el
contacto de la oración. El acento sobre el medio -el mensaje verbal en su realidad físicaconduce a poner de relieve la función poética de la salmodia y llegar así al canto. Pero
el desarrollo lírico permanece ambiguo: por una parte, favorece la concentración sobre
el gesto de meditación; por otra, rarifica la atención al texto del salmo. La elección de
una fórmula de equilibrio depende de la calidad de la ejecución musical y de la actitud
personal del que salmodia.
EL CANTO
Relación del canto con la palabra
El tránsito de la palabra litúrgica al canto se realiza, en general, gracias a la función
poética del lenguaje. Esto no significa, directamente, que la palabra por su factura
retórica, rítmica o métrica se haga más musical, como si el tránsito de la palabra al canto
fuese una simple cuestión de grado. No; el tránsito estriba en la función semiológica.
Para el poeta, que elabora el mensaje como un objeto, se trata más de hacer que de
decir, y el sonido, la estructura, el acento, el sentido de las palabras, el ritmo, la
sonoridad... adquieren la misma importancia. En este retoque de funciones, la
información nocional queda alterada en función de la totalidad de la percepción, se
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convierte en un elemento más de la "composición" y pierde la importancia que
habitualmente tiene en el mensaje ordinario.
Lo dicho acontece de modo ejemplar a propósito del himno que engloba palabra y
música. Existen en la liturgia muchas cumbres poéticas o situaciones hímnicas como el
salmo, el prefacio, la doxología, etc. La misma vigilia pascual puede ser considerada
como la situación hímnica del año litúrgico. De hecho, constituyen situaciones
privilegiadas para el canto, aunque en rigor pueda prescindirse de él. La situación
hímnica puede constituirse también en rito autónomo bien localizado, como el gloria de
la misa. En el interior de cada hora del oficio divino existe también un himno autónomo.
En estos casos, la evidencia formal y el relieve institucional dado a la función poética
nos llevan a exigir el canto con mayor urgencia, al menos si permanecemos en el marco
de los ritos establecidos.
El paso de la aclamación al canto es algo común en la vida ordinaria. Una frase rítmica
repetida por un niño, o un slogan insistentemente "gritado" por una muchedumbre,
tienden a adoptar alturas melódicas relativamente constantes que conducen al canto. El
canto, como la aclamación, es una comunicación más subjetiva que objetiva. Con todo,
la aclamación insiste más bien en los sentimientos, mientras que el canto desarrolla la
expresión como tal. Nada más natural que la aclamación cantada cuando se trata de fijar
una fórmula para la asamblea ritual. Pero hay que tener presente que el desplazamiento
del acento de lo inmediato a lo "elaborado" puede implicar un cambio de función, es
decir: la pérdida de lo emocional.
En ciertos mensajes de proclamación existe un plus de comunicación que desborda la
información nocional y apunta hacia lo poético. En ciertas lecturas (textos de los
profetas y sapienciales, bienaventuranzas... ), el género literario se aleja de la narraciónparenesis habitual y experimentamos el carácter inadecuado de nuestro modo ordinario
de leer. Se puede resolver el problema adoptando una lectura lírica, que se limite a dar
el justo relieve al género literario del texto insistiendo en la información semántica, pero
el contexto puede sugerir también el canto. En este caso hay que tener presente que en
el canto cambia la función: la connotación (lo poético) se apodera de la denotación (el
mensaje directo y explícito). La proclamación de la Palabra se transforma así en una
celebración de la Palabra.
Aproximaciones semiológicas
La perspectiva básica para la evolución simbólica del canto litúrgico debe centrarse
sobre el canto en cuanto comunicación. Es, por tanto, necesaria una reflexión de orden
semiológico al abordar el canto en cuanto mensaje significante. Tomaremos como
campo de observación las diversas manifestaciones del canto en la experiencia ordinaria
de un occidental del siglo XX.
1. Mensaje múltiple
En la canción "beat", la palabra inglesa "sound" expresa la percepción global que se
tiene de una canción. Hace falta encuadrar todo problema concerniente al canto, incluso
en la iglesia, en esta perspectiva "sound". El canto es un mensaje múltiple, un sintagma
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compuesto de diferentes elementos: texto, esquema melódico, composición musical,
interpretación y sonorización. ¿Cuáles son las leyes de los mensajes múltiples válidos
para el canto?
Lo esencial es que los mensajes sean inteligibles. Y como el receptor tiene un cierto
umbral de saturación, los mensajes parciales, que constituyen en su contrapunto el
mensaje múltiple, deberán ser más simples, menos ricos en información, más
redundantes que si fuesen el objeto único de la atención. Esto explica por qué los poetas
o músicos cultivados apenas nos proporcionan buenos textos o buenas melodías para
cantar. Por otra parte, cuanto más numerosos son los elementos de un mensaje múltiple,
más aumenta la posibilidad de diferentes síntesis. En principio, se podrían obtener
tantos "géneros" de canto cuantas síntesis entre sus componentes. Como la evolución
histórica de los mensajes múltiples es más rápida que la de los mensajes simples, ciertos
tipos de canto del pasado (el recitativo litúrgico, por ejemplo) ya no son actuales. Sin
embargo, surgen otras fórmulas (los diálogos cantados, por ejemplo) que se encuentran
en las culturas primitivas. Además, las posibilidades ofrecidas al canto litúrgico por la
introducción de la sonorización electrónica son más amplias que las que ofrecía la
antigua combinación canto-órgano.
En fin, cada componente de un mensaje múltiple determina la significación global del
mensaje. La amplificación de la voz y de los instrumentos hace que cambie
radicalmente la percepción de la factura texto- melodía que estábamos acostumbrados a
escuchar con el órgano. De ahí, también, la improbabilidad teórica y práctica de que un
elemento del canto (el texto, por ejemplo) tenga la primacía sobre los otros. Se
comprende el interés por orientar la experiencia del canto en el sentido del logos; pero
un cierto dualismo subyacente ha conducido, a menudo, a destruir el canto a fuerza de
querer salvaguardar la primacía del texto.
2. Denotación y connotación
La pregunta sobre el significado de tal canto concreto puede responderse al nivel de la
denotación (el significado directo del texto) o al nivel de la connotación (el sentido
global del canto).
Siendo el canto un mensaje poético compuesto, los "sentidos segundos" que suscite, por
asociación o sugestión, van más allá de lo enunciado en el texto. La connotación es
mucho más fuerte que la denotación, e incluso puede llegar a contradecirla o anularla.
Tal sería el caso de un canto cuyo texto enuncie el tema de la resurrección pero cuyo
"sound" sugiera asociaciones fúnebres. En el halo de la connotación entra además el
contexto litúrgico que rodea al canto. La mistagogia moderna, al fundar las funciones
del canto litúrgico en los valores de la connotación, más que en las significaciones
denotativas, ha comprendido bien el paso de la connotación. "El canto hace la fiesta; el
canto hace la comunidad": recuperando estos principios antropológicos, se han
recuperado las relaciones fundamentales entre canto y culto.
Cantar en grupo
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Se impone la distinción entre la acción de cantar y la audición de un canto. La exigencia
de calidad técnica y artística es muy diferente-según se trate de una cosa o de otra. Si
escucho, el objeto sonoro tiende a situarse ante mí con una consistencia autónoma; me
convierto en espectador y juez y exijo que se respeten las leyes del objeto musical y,
aun sin quererlo, comparo esta audición de iglesia con otros modelos de audición
musical. Pero si yo mismo canto, la cosa varía. Me convierto en actor del
acontecimiento; no objetivo la materia sonora, puesto que la asumo como un medio
activo de expresión. Al cantar no escucho el canto, no soy juez, el canto es una
prolongación de mí mismo; no busco en él una experiencia artística. A lo sumo, lo que
pido al objeto sonoro es que sea para mí un útil manejable del que me pueda adueñar,
inmediatamente y sin esfuerzo, y pueda emplear según leyes elementales.
De aquí que los repertorios y técnicas preferidas en el canto-acción sean los que más se
aproximan a los modelos comunicacionales elementales inventariados por la
informática: los esquemas simples de la repetición, del crescendo; los esquemas
binarios de espera-respuesta, tensión-reposo...; los juegos de alternancia, el diálogo... En
las llamadas culturas primitivas estas estructuras pre-musicales inspiran de una manera
evidente las acciones expresivas. Lo que para los occidentales es una "simplicidad" de
composición, constituye, en las culturas integrales, estructuras que corresponden a las
articulaciones del grupo que se expresa por medio de ellas. Estas mismas estructuras
premusicales son la s que ofrecen al canto litúrgico una base técnica cuya dimensión
simbólica se encuentra en la representación y animación de las actitudes y ritos de la
asamblea celebrante.
1. Los grupos cantores
En nuestra civilización occidental los pocos que cantan en grupo lo hacen por
diferentes motivos. A partir de este pluralismo es difícil desarrollar una simbólica del
canto litúrgico. De los diversos grupos cantores dependerá la elección del repertorio,
la relación entre el canto y la celebración, la probabilidad de tener o no un canto de
"asamblea".
a) El canto, como todo, es para los niños un juego. Al necesitar estructuras premusicales, la percepción de las funciones simbólicas se hace en ellos más inmediata.
Esto deberá ser tenido en cuenta cuando se pretenda integrar grupos de niños en la
asamblea. Por lo mismo parece dudosa la concepción de "pueri cantores" que reduce a
los niños a meros ejecutores de un repertorio a gusto de los adultos.
b) Con los "mass media" ha terminado la creación folklórica. La noción "popular" ha
tomado dos significados muy distintos: folklórico y de masas. El gusto por lo folklórico
se intelectualiza. Al pueblo, a la masa, no le gusta lo folklórico, sino la música "ligera",
producto de una sociedad de consumo. Con todo, existen todavía fieles que continúan
cantando en la iglesia según impulsos folklóricos y costumbres arcaicas. Sería un error
que estas supervivencias anacrónicas sirvieran de base al canto de la asamblea, pues
transformarían la iglesia en un museo. Por el contrario, un camino verdaderamente
tradicional lo constituye el "rewriting" o adaptación de los modelos antiguos a las
nuevas asambleas.
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c) La conexión escuela-iglesia, donde exista, podría significar que el canto coral es un
instrumento del orden establecido, algo que viene de arriba en lugar de surgir de abajo.
¿Cómo restituir entonces al canto litúrgico su verdadera espontaneidad? La práctica
escolar del canto, transferida sin más a la iglesia, podría ser tenida como una regresión
de lo religioso a lo infantil. Otra serie de condicionamientos del canto proviene de la
civilización del libro. El invitar en la iglesia a repetir un breve refrán es tenido como
provocación u ofensa a la dignidad cultural del fiel, que rechaza sobre todo la
aclamación, pues la escuela, los libros, la educación le han prohibido expresamente
gritar. La liturgia es, para este hombre, la ejecución de un repertorio escrito, fijado;
clasificado ya como cultura. No acepta que se le proponga la creación actual y
comunitaria de una acción, de una nue va experiencia.
d) Los jóvenes forman otro tipo de grupo cantor. Están cada vez menos condicionados
que los adultos por las estructuras escolares, no tienden a continuar las tradiciones
folklóricas y se hallan más dispuestos a la invención expresiva. El canto es para ellos un
modo privilegiado de constituirse en grupo, de crear la fiesta, de reaccionar contra las
coacciones inhibitorias de nuestra civilización. No es difícil de ver cómo estas
motivaciones entran directamente en las dimensiones simbólicas del canto litúrgico. Los
jóvenes constituyen, por tanto, un grupo privilegiado para el canto comunitario en la
iglesia.
2. Un grupo en el grupo
Después de considerar los diferentes grupos que cantan en la asamblea podemos
analizar cómo se inserta en ella un grupo que canta. Proponemos un análisis del grupo
cantor "jóvenes" de tipo "beat", que fue presentado en la reunión de 1968 de Universa
laus en Neustadt.
a) Una acción, un estilo de tipo juvenil que corresponde a una tendencia general de
nuestra cultura en la que todos los modelos de vida están orientados hacia lo juvenil. La
liturgia tiene necesidad de rejuvenecer y apartarse de lo senil.
b) Una acción de grupo de tipo elemental que pueda ser realizada por todo el mundo,
sin que esto impida una diferenciación primaria de papeles: un solista, muchas voces,
una guitarra...
c) Un modelo activo que estimule la acción física y no sólo la audición; que anime y no
sólo represente; que llame a la participación.
d) Una acción espontánea no desfigurada por pantallas artísticas, culturales... que no
vele la inmediatez de una acción personal, tal como lo exige la celebración.
e) Un gesto serio que corresponde al estilo de vida en el que uno está integrado. Pero, al
mismo tiempo, un clima de fiesta sin formalismos ni aburrimientos. Los ritos no están
concebidos como algo que hay que "repetir", sino como algo que hay que "crear" en
cada situación. El margen de invención personal está ahí suficientemente asegurado.
f) Unos medios de expresión típicos de nuestro tiempo. Una vocalización descuidada,
elemental, antiartística. Vivimos en una cultura vocal opuesta a la del "bel canto" o del
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melodrama. Además, la tecnología nos ofrece poderosos medios de sonorización que
nos liberan del esfuerzo biológico y suplen nuestras debilidades rodeándonos de un
espacio sonoro electrizante, estimulante y catártico. ¿No existen ahí condiciones muy
favorables para un gesto vocal de aclamación?
g) Estas técnicas elementales permiten una relación óptima entre la uniformidad del
standard y la variedad de la individuación. Esto quiere decir que la animación musical
de una asamblea por jóvenes y por su música favorece la creación de comunidades
vocales al mismo tiempo que proporciona esquemas constantes (de repertorio,
comportamiento...) que obran como factores de unidad entre las iglesias.
h) La noción de "sound", a la que son muy sensibles los jóvenes, hace justicia a la
totalidad del acontecimiento sonoro. No se trata de yuxtaponer palabras y sonidos, sino
de realizar una acción humana unitaria. El hombre y su gesto guardan aquí la primacía
sobre los repertorios y sobre los útiles del culto.
La música
El canto conduce a la música, ya sea porque es música en cuanto "sound", ya sea porque
la audición tiende a reducir la música coral y la instrument al al denominador común
"música".
Los "mass media", como difusores de música, constituyen un inmenso caleidoscopio en
el que se mezclan tanto los repertorios asimilables por el gran público, como los objetos
sonoros más extraños, exóticos o de vanguardia. Así se lleva a cabo una nivelación en
los repertorios, pues incluso no lo directamente apetecible se ingiere casi sin darse uno
cuenta, convirtiéndose toda música en "música de consumo". Una música que el hombre
de iglesia considera como de baile se encuentra en programas y situaciones bien
diversas. Por lo mismo, no existen en la cultura occidental músicas "profanas": todo gira
mezclado en el caleidoscopio. Consiguientemente, se le abren a la liturgia las puertas de
los más variados repertorios.
Podemos constatar que existe una notable correspondencia entre las funciones litúrgicas
y los modos de audición musical: la audición directa o música que constituye un rito, la
audición indirecta o música que acompaña un rito (por ejemplo, una procesión), la
audició n distraída o música durante un rito (por ejemplo, la incensación). Estos
esquemas de la percepción no alteran nuestra perspectiva ritual, sino que se revelan
como un intento adecuado de análisis con tal de que los apliquemos correctamente.
En general, el oído, incluso en la iglesia, tiende a la sinestesia, a ligar lo sonoro a lo
visual, a la experiencia total. Esta unión significa que la elección de acontecimientos
sonoros para la celebración obedece a criterios de "dirección" general, más bien que a
criterios musicales.
Audición directa (música que constituye un rito)
La audición directa, típica del concierto, es cada vez más rara, pues toda audición tiende
a encuadrarse en una percepción global en que intervenga lo visual, cinético... La
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música permanece, con todo, como un fenómeno artístico, como un bien cultural al que
se consagra, de tarde en tarde, una cierta atención directa.
La audición directa es, sobre todo, individualista: cada uno escucha por su cuenta, las
relaciones entre los oyentes son paralelas, pues la atención de todos está centrada en la
fuente sonora, constituida de ordinario por los músicos que interpretan la obra. Con
todo, puede haber en esta audición un halo o connotación comunitaria, una conciencia
de que se trata de una especie de celebración del "bien común" de la cultura (repertorios
clásicos) o de un acontecimiento social que se vive conjuntamente (primera audición de
una obra).
¿Qué se puede esperar de la audición directa en la iglesia? Hablar sin más de
espectáculo sería arriesgado, pues la percepción es muy diferenciada según las actitudes
que se toman ante el rito, los repertorios, la relación entre el culto y la música en
general. El repertorio, por ejemplo, puede diferenciar la experiencia en la dirección de la
pertenencia socio-religiosa (música clásica) o en la de la "contestación" de las
instituciones socio-religiosas (música ligera, de vanguardia... ). En la medida en que el
repertorio se ajuste perfectamente a la situación, se integra en la percepción global y se
convierte en una simple sonorización del espacio (audición distraída) o de la imagenacción (audición indirecta), volatilizándose la atención directa.
Audición indirecta (música para un rito)
La cantidad de música que nos invade por medio de la imagen fílmica y televisiva es
muy superior a la que escuchamos en una audición directa. El objeto sonoro, acoplado a
la imagen visual, se somete a las leyes de éste: en un mensaje sonido- imagen lo que
domina es lo visual. Si algo contradice en la liturgia esta experienc ia ordinaria, se debe
al exceso de importancia que se atribuye a ciertos repertorios de música "sagrada" y, en
general, a que se ha perdido el sentido de las "funciones" de la música en la celebración.
La relación entre el valor intrínseco y el valor funcional de una pieza musical ha sido
una conquista progresiva, incluso en el cine. Los primeros films se sonorizaban con
músicas de grandes compositores (Wagner, Rossini, Tchaikowsky... ), pero la
experiencia mostró que un mensaje válido en sí mismo no lo es tanto en un mensaje
múltiple, y los compositores de música de films renunciaron a una composición musical
autónoma y se alejaron, de ordinario, de las "regiones del arte" musical.
Toda "sonorización de un rito" debe tener en cuenta las leyes del mensaje múltiple
audiovisual. El músico que compone música para acompañar un rito se parece más de lo
que se cree al músico del film. Deberá sonorizar la situación ritual tal cual es; o bien
podrá contribuir, gracias a su aportación personal, a la re-creación de un rito, solución
excepcional que supone en él un carisma y unas circunstancias exteriores favorables.
Puede darse también el caso de que la sonorización de un rito no exija la intervención
directa del músico, si bien siempre será deseable al menos su consejo técnico en la
elección de las músicas ya existentes. En principio, no puede excluirse la legitimidad de
semejante "dirección sonora" de la misa.
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Audición distraída (música durante un rito)
La música que se oye en unos grandes almacenes no está hecha para ser escuchada
atentamente, ni tiene relación con los objetos que se venden, sino que se limita a
sonorizar el espacio, condicionar el ambiente, aliviar la fatiga de los empleados, crear
una atmósfera eufórica que eleve el tono vital, suscite el optimismo y, por tanto, las
compras.
Del mismo modo, la música interpretada poco antes de la celebración no está compuesta
para que la escuchemos atentamente, ni está en función de ningún rito. Pertenece más
bien a la arquitectura, al ambiente, que a la asamblea y su acción. Con todo, es
innegable que nos dispone a celebrar de un cierto modo. Dicho de otra manera:
desarrolla una dimensión simbólica, aunque la percepción que tengamos de ella sea, a
menudo, poco consciente. La "dirección sonora" de la celebración debe conceder a la
audición distraída, y a los repertorios escogidos a este efecto, la misma atención que a
las otras situaciones. En cuanto sonorización del espacio, la música nos afecta tanto
como la arquitectura misma. En cuanto sonorización del tiempo no se limita a "llenar
los espacios", sino que da al tiempo un carácter, un ritmo, una significación.
Disco y magnetofón en la iglesia
En las últimas décadas se consideraba el acontecimiento musical sobre todo en cuanto a
acción y, consiguientemente, se llegó a la prohibición de los medios de reproducción
sonora por parecer sustitutivos mecánicos de una acción humana personal. La reforma
litúrgica pareció, incluso, endurecer esta prohibición, pues se decía que estos aparatos
impedirían la participación activa. Pero ya hemos visto que la música es algo bien
distinto que el canto-acción. Además, los problemas de la música no se pueden abordar
correctamente sino en la perspectiva de la audición.
Por lo que concierne a la audición directa en la iglesia, ya hemos señalado su
problematicidad. Si, a pesar de ello, se decide establecer esta situación, se verá que tanto
la exigencia de calidad técnica como la dificultad económica de poder contar con una
orquesta, son razones para recomendar el uso del disco y el magnetofón. Por otra parte,
el recurso a estos aparatos puede evitar la situación "espectáculo", al no existir unos
intérpretes a quienes dirigir la atención. Si, además, se recuerda que hoy día el
magnetofón no es sólo un aparato de reproducción sino que entra también como
instrumento en la composición, no se ve ninguna razón que se oponga o nos haga
renunciar a su uso.
Respecto a la audición indirecta, la cosa está clara. Puesto que se pide a esta música
sonorizar lo mejor posible una imagen-acción-situación en la que no nos interesa la
presencia física de los músicos, los medios de reproducción sonora pueden prestar
notables servicios.
El disco y el magnetofón encuentran, su lugar privilegiado en la audición distraída. En
esta sonorización del espacio, el papel de la música aparece de modo más evidente si las
fuentes sonoras están despersonalizadas, lo cual acontece con los aparatos de
reproducción. Por otra parte, la presencia de los músicos constituiría un peligro al atraer
sobre ellos la atención de los oyentes, con lo cual la sonorización objetiva se
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transformaría en una audición indirecta, quedando alterados los programas de las
"dirección sonora" de la celebración.
Pluralismo de percepciones
En el interior de los diferentes tipos de audición los matices de percepción son infinitos.
He aquí algunos ejemplos:
Las mujeres, por ejemplo, escuchan más que los hombres. Por otra parte, la tendencia a
la audición, que estimula una actividad imaginativa y emotiva, parece conforme a la
psicología femenina. Los jóvenes prefieren sonoridades agudas, volúmenes fuertes,
apoyaturas rápidas, modalidades de tipo mayor, relaciones tensión-reposo fuertemente
articuladas... La dinámica fuerte tiene un sentido de afirmación, de nitidez, de decisión,
de importancia... elementos suficientes para no ver en las "músicas de jóvenes" una
voluntad perversa de desacralización, ni una demostración de brutalidad. Por el
contrario, basta recordar el "adaggio religioso" tradicional para ver en él un sentimiento
religioso decididamente senil.
La presencia simultánea de elementos del pasado y del presente en la música de iglesia
puede ser percibida de dos modos diferentes. Por una parte, la percepción diacrónica o
tradicional, que da la impresión de la continuidad histórica. Por otra, la percepción que
ve en los diferentes objetos una simple variedad sincrónica, que se ve favorecida por los
"miss media". Las dos percepciones se admiten en la liturgia. Pero si los oyentes
sincrónicos (ordinariamente jóvenes) quieren celebrar una liturgia de grupo, no les
interesa una variedad derivada de un criterio sincrónico pues carecen de aprecio por la
historia de la música y prefieren su propia música. Los oyentes diacrónicos no deben
escandalizarse por esta actitud ni tomarla como una intolerable desacralizacion.
En una melodía el no-músico experimenta una armonía derivada de las relaciones
tonales. Por esto, ni el canto gregoriano ni los acompañamientos "complicados" fueron
nunca populares. En la polifonía el músico prefiere la estructura temática de tipo
clásico. El no- músico, por el contrario, prefiere las estructuras elementales o la
homoritmia, pues le resulta difícil distinguir las líneas sonoras y superar la percepción
elemental figura-fondo, melodía-acompañamiento. El músico percibe las sonoridades de
los instrumentos en sí mismas y en función de la composición. El no- músico es más
sensible a las imágenes evocadas por los instrumentos como tales (así, por ejemplo, para
los metales asocia imágenes de guerra, victoria...). Así, el órgano, asociado a la idea de
iglesia, se ha convertido en un instrumento "religioso" aunque interprete en la iglesia para el no- músico- música de cámara, orquestal e incluso de ópera, con gran escándalo
de los músicos.
Como ha hecho notar T. W. Adorno, la mayoría de los oyentes occidentales escuchan la
música de un modo premusical: se percibe en la música, sobre todo, analogías con el
discurso verbal, con ritmos biológicos, físicos o mecánicos, con las imágenes, los
colores, los movimientos y con muchas situaciones y emociones. Sin embargo, esto no
se debe a una pretendida ignorancia invencible, sino a la misma naturaleza humana que,
salvo en especializadas orientaciones, tiene una tendencia irreductible a la percepción
global.
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Música electrónica
La música electrónica tiene tendencia a constituirse en espacio continente y modelante
total que arrastra a los oyentes a insertarse en él. En efecto, esta música es percibida
como acontecimiento o estructura más bien que como mensaje que se escucha. Por otra
parte, su percepción es esenc ialmente estereofónica y su sonoridad no se halla ligada a
una fuente personalizada o instrumental en el sentido tradicional. Esta música se
convierte en una imagen sonora de la asamblea en la que ésta toma conciencia de sí
misma. La dirección de esta imagen-proyección podrá reforzar la identidad de la
asamblea o ser, por el contrario, contestataria. Los teóricos, los compositores y sus
obras han demostrado, ampliamente, que considerar la música electrónica como
"musica ex machina" es un prejuicio infundado, pues siempre es el hombre quien hace
la música. En cuanto al pretendido carácter "experimental" de la música electrónica, la
mayoría de las composiciones electrónicas revelan un espíritu de orden decididamente
superior al de la media de la música habitua l.
Música no-litúrgica para la liturgia
Recordemos el principio de que las intencionalidades funcionales que se exigen a una
música para la liturgia no competen necesariamente al compositor; pueden incumbir al
que guía la "dirección sonora" de la celebración. Así las cosas, existen razones para
animar la introducción de una música "no litúrgica" (en el sentido de no-sagrada y de no
intencionalizada para la liturgia) en la liturgia.
Entre estas razones sugerimos algunas especialmente válidas para la música
contemporánea en sentido estricto, a pesar de estar muy alejada de lo que normalmente
se considera como "música litúrgica".
El "estilo de iglesia" se ha presentado siempre como "stile antico": lo "sagrado" que se
le reconocía es un sagrado estilizado, codificado y -por tanto- viejo. Una música
concebida en este estilo no es testimonio del Espíritu creador que hace que lo sagrado
sea siempre una experiencia nueva. Es necesario que la Iglesia testimonie su adhesión al
Espíritu por medio de músicas verdaderame nte "nuevas".
La música de vanguardia posee un poder de contestación ya que tiende a romper toda
connivencia con el poder cultural dominante, incluso en la iglesia. En cuanto
experiencia inusitada y desconcertante, sacude a los fieles del sopor de la religión
codificada, y los proyecta fuera de sí mismos disponiéndolos a caer en la cuenta de la
dimensión escatológica del culto cristiano.
En la religión de la encarnación, la experiencia humana quiere ser asumida hasta el
límite. Pero la música tradicional de iglesia pone a sus autores al abrigo de lo
imprevisto, limita su responsabilidad entregándolos a costumbres rituales y estilísticas,
preservándolos así de la verdadera creación. Por el contrario, lo que interesa al músico,
que vive hasta el fondo su experiencia musical, es justamente lo desconocido y la
aventura.
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Pero si se quiere llevar la aventura hasta el límite es muy probable que la experiencia
expresiva musical no acepte yuxtaponerse a situaciones ya codificadas en textos y ritos,
pues los nuevos gestos expresivos dan lugar a nuevos ritos.
Tradujo y condensó: CARLOS MARÍA SANCHO
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