BLASCO IBÁÑEZ: LA VOLUNTAD DE VIVIR Y CONTAR

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BLASCO
IBÁÑEZ
BLASCO IBÁÑEZ:
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LA VOLUNTAD DE VIVIR Y CONTAR
Vicente Blasco Ibáñez nació en Valencia, en la calle de la Jabonería Nueva,
número 2, llamada luego Flor de Mayo y hoy en día Barón de Cárcer, el 27 de
Enero de 1867, no el 28, como se había señalado siempre. Tomamos este dato de
Pigmalión, quien asegura haberlo recogido de los labios del propio novelista, el
cual estaba orgulloso de tal fecha, puesto que un 27 de enero había nacido también Mozart.
Nació en las inmediaciones del Mercado Central, barrio destacado en la acción
narrativa de Arroz y tartana (1894) y en Flor de mayo (1895) —las dos primeras
novelas de las que se siente satisfecho el autor— quien relega al olvido una vasta
producción anterior con certero criterio ya que, si desde su más temprana infancia brotó incontenible un venero de imaginación, el novelista no había encontrado aún su estilo inconfundible, y su lenguaje —salvo chispazos aislados— era
demasiado discursivo y grandilocuente.
Sus padres —don Gaspar Blasco Teruel y doña Ramona Ibáñez Martínez— eran
oriundos de la provincia de Teruel, de cuyas tierras áridas y frías tantos aragoneses emigraron en busca del grato clima y de la riqueza floreciente de Valencia.
Gran parte del comercio —sobre todo el del ramo de la alimentación y del vestido, así como el de la servidumbre— era desempeñado por aragoneses, “churros”
en la terminología entre compasiva y despectiva de los oriundos levantinos1.
La situación económica de los padres de Blasco no era tan precaria como la de
la mayoría de aragoneses que, temporal o definitivamente, tenían que dejar sus
tierras de origen. El futuro novelista sintetizaría como las dos notas más destacadas de su carácter la valentía y la gallardía, propias del valenciano, y la tozudez, típica del aragonés.
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Esta denominación, aunque más atenuada, vive aún en algunos pueblos valencianoparlantes, quienes la hacen extensible a
los que no hablan valenciano.
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Pronto el pequeño Vicente dio a conocer entre los niños del barrio sus dotes de
líder, tanto en la acción de los juegos como en el hechizo de su palabra, que inmovilizaba a sus compañeros contándoles historias leídas o inventadas. Por tanto,
desde sus primeros años la personalidad de Blasco —escindida entre la acción y
la meditación— germina con la velocidad de lo precoz. Julio Just refiere una
anécdota que quizás no sea cierta, pero que tiene sabor de vida y por ello merecería ser verdadera. Cuando Blasco contaría dos años de edad, Valencia era una
ciudad agitada por los milicianos, que hacían en las calles frecuentes barricadas;
en momentos de tregua, Esparza —que tenía su farmacia junto a la tiendecita
de los padres de Blasco— le preguntaba al niño, que apenas sabía hablar, por su
identidad política: “Tú, ¿qué eres, Vicentín? Yo, cano fino (republicano fino)”.
Esta anécdota apócrifa nos da el perfil ideológico de alguien que, como Blasco,
consagró toda su vida a defender la república como la mejor forma de gobierno.
Tres personajes influyeron decisivamente en la gestación de su carácter: su tío
abuelo, Mosén Francisco, —guerrillero carlista que disfrutaba contándole al
niño las aventuras de la juventud— (estos recuerdos dan sabor de autenticidad al capítulo II de La catedral); el editor Mariano Cabrerizo, quien había
estado encerrado en la cárcel de las torres de Cuarte por atacar la monarquía,
que lo colmaba de golosinas y libros, y se lo llevaba muchas veces a un huerto
suyo de la Alameda para jugar; y el propio don Gaspar, a quien Mosén
Francisco le había enseñado latín e imbuido el amor a los libros cuando quería hacerlo sacerdote.
A los once años fue expulsado de las Escuelas Pías como castigo por su apartamiento de las ceremonias religiosas y su despego hacia las vidas de los santos.
Sólo san Ignacio de Loyola, especialmente en su faceta educativa, parece que llamaba su atención. En El intruso y en La bodega serán lúcidos y acerados los ataques a los jesuitas.
Tras los castigos de la madre, amenizados con golpes y encierros en el cuarto
oscuro, el niño se sentía un mártir de la incomprensión, y doña Ramona y los
maestros consideraban la conducta infantil como dictada por el propio Lucifer.
No fue nunca un buen estudiante, ni en su etapa de instituto ni en su época de universitario. Prefería deambular por la huerta o por las inmediaciones del mar embebiendo su espíritu con el colorido y el bullir de la vida de labriegos y de pescadores.
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Pese a las desviaciones apuntadas, hasta los doce años tuvo una formación religiosa y una cierta propensión visionaria que le llevó a la creencia propia de los
iluminados de haber visto a los santos y a Dios. Pero de repente dos libros le
cambiaron su visión del mundo: la Vida de Jesús, de Renan, y los estudios sobre
la Edad Media del que sería ya para siempre su maestro en política: Pi y
Margall. Precozmente se hizo librepensador y revolucionario, partidario ferviente de un republicanismo federalista. A los dieciséis años tuvieron lugar dos
hechos importantes en la vida de Blasco: la composición de un soneto en el que
se invitaba a degollar a todos los monarcas de Europa y la fuga del domicilio
paterno para instalarse en Madrid, ciudad en la que era más fácil seguir su vocación de novelista2. El poema contra la realeza le acarreó un proceso que al final
fue sobreseído teniendo en cuenta la juventud del poeta. (A no ser que le absolvieran, como con gracejo irónico comentó más tarde el propio Blasco, por la escasa calidad del soneto en cuestión). Su escapatoria a Madrid duró casi dos meses
y durante este período trabajó como amanuense de un novelista de fecundidad
torrencial y talento malogrado: Fernández y González, a la sazón casi ciego y con
la vena de la inspiración casi exhausta. El bueno de don Manuel acostumbraba
a dictarle al discípulo noches enteras, pero mermado ya en sus fuerzas se quedaba dormido en medio de un pasaje y, mientras tanto, la pluma del joven escritor no se paraba y llenaba con su fantasía la ancha laguna de los silencios. Pero
una noche Blasco no acudió a la cita, puesto que la policía lo detuvo, no por acaudillar un mitin, como él creyera en principio, sino por ser reclamado por sus
padres desde Valencia. Pero aunque las vicisitudes iban a ser muchas, ya nadie
podría detener el impulso de su pluma, ni acallar la voz de un hombre valiente
que expuso su vida en aras de un ideal que hiciera a los pobres, dignos y merecedores de unos derechos que habían sido secularmente ignorados y pisoteados.
13
En 1890, por liderar un motín contra la toma de gobierno del conservador
Cánovas del Castillo, se vio obligado a exiliarse en París donde residiría año y
medio en la plaza del Panteón en el hotel “Les Grands Hommes”. Sus artículos
literarios, junto al dinero que sus padres le enviaban, le suponían una suma de
2
Gascó Contell sitúa entre el 8 de diciembre de 1883 y el 2 de febrero de 1884 la fuga y regreso del aprendiz de escritor; en
cambio, Blasco coloca su escapada a los catorce años, haciendo durar su estancia en Madrid seis meses.
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trescientos francos, lo que entonces era reputado por la bohemia parisiense como
una verdadera fortuna3. Recuerdos autobiográficos teñidos de una cierta ironía
aparecerán en La voluntad de vivir, libro escrito en 1907 y mandado quemar por
el propio escritor a instancias de su amigo Luis Morote, un día antes de su aparición. El consejo de Morote era bienintencionado, ya que muchos de los personajes retratados eran fácilmente detectables y podrían haberse sentido molestos. Menos mal que se salvaron del incendio algunos ejemplares que servirían de
base años más tarde para la publicación de la novela.
En 1891, el día 18 de Noviembre, se casó con doña María Blasco del Cacho. En
el otoño de 1893 y con motivo de una multitudinaria peregrinación católica a
Roma encabezada por diez obispos, Blasco Ibáñez promovió un motín que tuvo
como consecuencia el ser prendido en Sabadell y trasladado a Barcelona, donde
la gente lo apedreó por confundirlo con un anarquista francés al que se le imputaba el haber hecho estallar un mes atrás una bomba en el teatro del Liceo.
El año 1894 es clave en la vida y en la obra de Blasco. En el teatro Apolo de
Valencia se estrenó su única obra teatral, El juez, en la que hizo el papel de
segundo galán Fernando Díaz de Mendoza, quien más tarde formaría compañía
con la célebre María Guerrero4. La noche del estreno le comunicaron a Blasco la
triste noticia del fallecimiento de su madre.
En ese mismo año, el 12 de noviembre apareció el primer número del diario de
oposición El Pueblo con dibujos de su amigo Joaquín Sorolla. En él se insertaba
la primera entrega de Arroz y tartana, la que Blasco consideró su primera novela. Fue también en El Pueblo —confeccionado casi en su integridad por el propio
director— donde aparecieron sus Cuentos valencianos, Flor de mayo, En el país
del arte, La barraca y La condenada. Cuando no era suspendido el periódico y
su director detenido, Blasco Ibáñez trabajaba desde las seis de la tarde hasta la
madrugada con intervalos de mítines —donde a veces se producían tiroteos— y
3
A título de ejemplo ilustrativo del poder pecuniario del escritor podemos dar tres muestras: una gran comida costaba un fran-
co y medio, un libro de éxito como Salambó, tres y medio, y un ramo de flores capaz de hacer enloquecer de amor a una
Margarita Gautier, cincuenta.
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Aunque algunas de las novelas de Blasco se adaptaron al teatro cuando su fama de novelista era ya internacional, él siem-
pre prefirió el cine por la variedad de sus escenas y su libertad de creación.
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un epílogo creador, donde el novelista, casi en estado sonambúlico y de extremo
cansancio iba dando voz y sangre a sus personajes inolvidables.
Desde la tribuna de El Pueblo Blasco tronó contra la guerra de Cuba y, según
sus recuerdos, tuvo que huir de la persecución policial tras una colisión entre la
masa y las fuerzas del orden en 1895; y embarcado en el vapor Sagunto llegó a
Italia, donde escribió En el país del arte. León Roca corrige la fecha que da
Blasco situando el motín el día ocho de marzo del 96 y detalla a continuación los
pasos seguidos por éste en su fuga: primeramente se refugió en una barraca de
Almácera, desde donde se abismó su mirada en la contemplación cromática y
vivificante de la huerta. Luego halló un escondite seguro en una taberna del
Cabañal, en cuyo desván escribió un cuento, “Venganza moruna”, que es el esbozo de La barraca. Dos años más tarde y con motivo de un mitin para ser elegido
diputado, uno de los asistentes le devolvió el manuscrito perdido que, convenientemente desarrollado, daría lugar a una de las mejores novelas de la época.
El 4 de junio de 1896 se presentó Blasco Ibáñez ante las autoridades militares,
quienes le otorgaron la libertad provisional; tal situación de precariedad no arredró al periodista, quien siguió publicando en El Pueblo vibrantes artículos contra la guerra colonial y contra una ley injusta que permitía comprar por mil quinientas pesetas la exención del servicio militar. Transcribamos el comienzo del
artículo “Carne de pobres” aparecido el día 19 de agosto:
... Y cuando el hijo es ya un hombre que contribuye con su jornal al mantenimiento de la que tanto se sacrificó por él, cuando en el mismo hogar comienza a acariciarse la esperanza de una mayor comodidad, se presenta el Estado con sus absurdos privilegios de clase para decirle a la madre:
—¿Tienes mil quinientas pesetas? ¿No? Pues dame a tu hijo. Sois pobres y esto
basta. Lleváis sobre vuestra frente ese sello de maldición social que os hace eternos esclavos del dolor. En la paz, debéis sufrir resignados y agotar vuestro cuerpo
poco a poco para que una minoría viva tranquila y placenteramente sin hacer nada;
en la guerra, debéis morir para que los demás, que por el dinero están libres de tal
peligro, puedan ser belicosos desde su casa. Resignaos: siempre ha habido un rebaño explotado para bien y tranquilidad de los de arriba5.
5
El Pueblo, 19-8-1896.
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Estas palabras incendiarias, que aparentemente tienen un sello naturalista de
fatalismo, son todo lo contrario: un acicate a la rebeldía. Al conocer la noticia de
la bendición papal dada a los soldados a petición de la reina, escribe con profundo sarcasmo: “¡Pobres soldados que peleáis en Cuba! En adelante, las balas
que os dirijan los filibusteros, los tremendos machetazos que desgarran vuestras
carnes, los crueles espasmos que os producen las fiebres y el insano clima, todas
las penalidades que sufráis en el suelo de Cuba, tierra ingrata que si os teje laureles antes os abre la tumba, en adelante, por amor de vuestra reina y señora,
no amenguarán vuestros sufrimientos, pero disfrutaréis el último consuelo, la
inmensa satisfacción de expirar en gracia de Dios, bendecidos por el jefe de la
iglesia católica”. El poder agitador de Blasco no podía dejar indiferentes a los
militares, que le juzgaron en consejo de guerra:
La escena pasó en un dormitorio, en 1896, pidiendo para mí el fiscal —un coronel—
una condena de catorce años de presidio. Dicha escena tuvo una teatralidad que no
olvidaré nunca. Después de larguísimo debate, me fue leída la sentencia, por la
noche, en medio del patio, entre bayonetas y a la luz de un candil. Se había rebajado la pena a cuatro años de presidio, de los que pasé catorce meses encerrado en
uno de los dos penales que tenía entonces Valencia, un convento viejo, situado en
el centro de la ciudad y con capacidad para trescientos penados, si bien estaban
más de mil. Allí perdí hasta el nombre, sustituido por un número (...) Una parte de
mi reclusión la pude pasar, por especial y secreto favor de los empleados, en la
enfermería del establecimiento, entre tísicos y cadáveres. Allí compuse un cuento:
“El despertar del Buda”6.
En el 98, siendo ya diputado, tomó partido en su periódico por los que se amotinaban contra Touchet, que quería privar a la ciudad del alumbrado gratuito que
durante años había disfrutado.
Varios de los artículos, a partir del 28 de septiembre, aparecen totalmente censurados, reducidos al título y la firma, con el espacio reservado al texto en blanco; entre los artículos prohibidos figuran: “El pueblo valenciano” del mismo 28 de
septiembre y el del 4 de octubre con el sugestivo título de “Ladrones”. Tal vez en
6
De la carta enviada en 1925 a Isidro López Lapuya.
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estos casos lo más elocuente sea el silencio que, no obstante, no es una novedad
expresiva, pues ya le había sucedido lo mismo a Larra en tiempos del absolutismo. Si quisiéramos agrupar estos artículos bajo un rótulo modernista cuyo objetivo, sin embargo, no es la belleza, podríamos hacerlo con éste: artículos en blanco mayor de cárcel. Y, en efecto, a la cárcel le arrastraron —pese a su condición
de diputado— aunque por muy pocos días, ya que se produjo un enorme clamor
popular.
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Aunque el día 2 de octubre, El Pueblo anuncia la inminente publicación de La
barraca, la primera entrega no se producirá hasta el 6 de noviembre, y el 16 del
mismo mes ya se publica como volumen independiente.
Del alto nivel de intensidad de la vida de Blasco Ibáñez en unos tiempos de permanente revuelta callejera, dan fe su prodigiosa fiebre creadora y su dinamismo
político-social que le hizo participar en mítines y desafíos; el propio novelista
confiesa haber sido herido de muerte tres veces antes de escribir La barraca, y
hasta 1909, año en que renunció a su acta de diputado, participó en unos quince duelos, uno de los cuales —el celebrado con el teniente Alestuei— estuvo a
punto de costarle la vida a no ser por una estratagema: no se quitó el cinturón,
según era preceptivo en estos lances, que quedó traspasado por la bala del rival.
Los padrinos de Blasco no consintieron, según pretendían los padrinos del
teniente, en invalidar el reto7.
En una especie de paréntesis donde se hermanan la sed de aventuras, el riesgo
y el testimonio literario, hay que reseñar su viaje de 1907 a través de los
Balcanes hasta Turquía. Países, ciudades, costumbres y gentes, con paradas
importantes en Munich —la Atenas alemana— Salzburgo y Turquía, fueron percibidos y expresados con lucidez realista en su libro Oriente. El viaje terminó en
tragedia que, una vez más, rozó a Blasco, pero de la que salió ileso. Cerca de
Budapest, a la confortable hora del desayuno, un tren, debido a un fallo de un
jefe de estación, chocó contra el Orient Express, quedando dos vagones reducidos a astillas:
7
Citado por Emilio Gascó Contell, Genio y figura de Vicente Blasco Ibáñez, Murta, Fundación Cañada Blanch, 1996, pág.76.
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De pronto, un choque, un tropezón gigantesco contra un obstáculo. Luego, la milésima de un segundo, que nos parece un siglo, y durante este espacio nos contemplamos todos con los ojos desmesuradamente abiertos y en ellos una expresión loca
de espanto. (...) Me levanto. Un pie se me hunde en una cosa blanda y elástica
envuelta en un paño azul con botones de oro. Es el camarero que nos servía momentos antes. Está de espaldas, con los brazos en cruz, los ojos agrandados por el
espanto, y no se mueve del suelo a pesar de mi pisotón.
Después de seguir enumerando los restos de la catástrofe con la perplejidad de
un sonámbulo, anota patéticamente:
Cuerpos en el suelo, mesas caídas, manteles rasgados, líquidos que chorrean, no
sabiéndose ciertamente lo que es café, lo que es licor y lo que es sangre8.
Tras describir su fuga y la desbandada de los sobrevivientes, alarmados por el
incendio del puente de madera y por el rumor de que el tren contenía dinamita,
entra el novelista en Budapest, dándole a su entrada el típico sabor blasquiano
de una estampa medieval:
Y así entro en la verdadera Europa, a pie, a través de los campos, llevando mi hato
al hombro, lo mismo que un invasor oriental de hace siglos atraído por los esplendores de Occidente9.
En 1909 realizó durante nueve meses una campaña triunfal como conferenciante por Argentina, Paraguay y Chile. La ciudad de Buenos Aires se le entregó
espontáneamente custodiando al novelista desde el puerto a la Avenida de Mayo;
desde el balcón de su hotel tuvo que hablar a la multitud, que lo aguardaba entusiasmada. En esta gira pronunció unos cien discursos sobre los más variados
aspectos, basados en su elocuencia innata y en su poder de improvisación; igual
hablaba de Cervantes o de Wagner, que de los pintores del Renacimiento, la
Revolución Francesa o cualquier tema de interés puramente local.
El éxito alcanzado en Santiago de Chile fue elaborado a base de intrepidez, ya
que se había orquestado contra él desde algunos periódicos reaccionarios una
campaña hostil por las ideas religiosas del escritor. Una vez más Blasco Ibáñez
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9
Oriente, O.C., tomo II, Madrid, Aguilar, 1969, pág.115.
Ibid., cit., pág. 117.
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no se dejó ganar por el miedo o la prudencia y anunció una conferencia gratuita
en el Teatro Municipal. Tras un intento por parte del público de hacer fracasar
el acto, la elocuencia del orador, unida a su ademán aguerrido, le permitió adueñarse del auditorio, cosechando un triunfo que no se hubieran atrevido a vaticinar ni sus más entusiastas partidarios.
Aunque su designio era visitar, dando charlas, casi todos los países hispanoamericanos, a los nueve meses de gira se cansó del éxito y cambiaron sus planes:
con la ayuda del presidente argentino, José Figueras, decidió hacerse colonizador. Primero fundó en Río Negro —en plena zona desértica de la Patagonia— la
colonia Cervantes y poco más tarde, la denominada Nueva Valencia en
Corrientes, en el extremo opuesto del país.
El denodado esfuerzo de roturar y poblar unas tierras vírgenes se veía duplicado o más bien multiplicado al tener que enfrentarse con dos climas tan diversos
y dos zonas tan alejadas la una de la otra: cuatro días con sus noches separaban
en tren ambos territorios que don Vicente tenía que visitar con frecuencia. A
menudo le sucedía bajarse del tren en Cervantes por la mañana —después de
cuatro días de viaje— para por la tarde del mismo día reemprender el camino de
regreso a Nueva Valencia.
En 1913 hubo una quiebra financiera en Argentina y un desaliento en la vida de
un hombre de acción que, después de un largo letargo, volvía a sentir en su espíritu la permanente llamada de la literatura.
Una nueva etapa se iniciaba en la vida y en la obra de Blasco: Los cuatro jinetes
del Apocalipsis le abrieron el mercado editorial de Estados Unidos y luego las
puertas de Hollywood y el novelista se hizo internacionalmente famoso y millonario.
Cuando nadie conocía aún a Blasco Ibáñez en Estados Unidos, Charlotte
Brewster le pidió permiso al novelista para traducir sus Cuatro jinetes; no suponiendo, ni siquiera de lejos, el éxito que la obra llegaría a tener, el escritor le vendió a la traductora por tan solo trescientos dólares todos los derechos de la edición y posibles futuras ediciones. Dado, no obstante, que en pocos años la novela alcanzó un récord de ventas —dos millones de ejemplares— el editor le giró al
novelista veinte mil dólares indicando que el hecho no sentaba ningún precedente. Doscientos mil dólares, nada menos, percibió el escritor por autorizar la
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adaptación al cine de su novela. Este triunfo inesperado y multitudinario lo
animó a viajar a Estados Unidos, donde pronunció discursos siempre en español
y donde se dispensaron numerosos homenajes, el más importante de los cuales
fue el nombramiento de Doctor Honoris Causa por la Universidad de
Washington.
Un año después de tales honores, en 1921, la ciudad de Valencia en su conjunto
le dedicó una serie de homenajes que duraron una semana entera. De tales
homenajes hay que mencionar los tres días destinados a la rememoración de sus
más famosas novelas valencianas: el día dedicado a Mare nostrum, con la fundación de un grupo escolar y un paseo en barco, el consagrado a Cañas y barro
con un viaje a la Albufera en medio de una lluvia torrencial, pero compensado
por un fuego aromático y un suculento guiso de anguilas en El Palmar, y el día
de La barraca, donde los personajes tomaron carne y voz ante su creador en una
barraca de los poblados marítimos.
Los últimos años de su vida los pasó Blasco Ibáñez en Mentón, en su espléndida mansión de Fontana Rosa, con Elena Ortúzar, la mujer que amaba
desde hacía muchos años, con quien contraería matrimonio civil en 1925, al
morir la esposa. Gascó Contell en la página 192 relata la agonía delirante y
lírica de Blasco Ibáñez producida el 29 de enero de 192810. Tras una alucinación en la que se le presentó su admirado Víctor Hugo, reclinando la cabeza
en el hombro de su mujer, dijo sus últimas palabras: “Mi jardín, mi jardín”.
Si la estampa es verdadera, la muerte fue el mejor triunfo de Vicente Blasco
Ibáñez.
BLASCO IBÁÑÉZ, AUTOR DEL 98
Cada vez desconfiamos más del término “generación” que, en el mejor de los
casos, no pasa de ser un referente didáctico. Muy frecuentemente son puntos de
vista ideológicos o personales —entendiendo aquí por personal un amplio abanico de intereses, simpatías y fobias— los que definen los caracteres de una
generación y cierran la nómina de sus componentes.
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Según Pigmalión, Blasco no murió el 29, sino el 28 de enero.
BLASCO
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Fue Azorín el que acuñó el término “generación del 98” en 1913, tras dos tentativas fallidas de fechar el grupo de autores en el 96 y 97. Siempre se señala como
rasgo distintivo de esta generación la preocupación por España y su desastre
colonial.
Pero la preocupación por España es sentida de muy diversas formas y con distinto grado de compromiso por los integrantes del 98. Quien se jugó el tipo
denunciando injusticias políticas cometidas por el Estado en connivencia con la
Iglesia, que culminarían en el desastre colonial del 98 fue Blasco Ibáñez, que fue
encarcelado varias veces, incluso siendo ya diputado. En el año 1898 Pío Baroja
pasaba totalmente desapercibido, mientras Azorín recibía una carta de felicitación de Emilia Pardo Bazán por su artículo sobre Santa Teresa, y Unamuno se
niega a leer la prensa.
También será en este mismo año cuando Blasco consigue un apoyo de miles de
lectores para defender a su maestro Emilio Zola, con motivo de su carta
“J´accuse” que tanta importancia revistió en el “affair Dreyfus”.
Mientras en la primera guerra mundial Blasco Ibáñez dedicó todas sus energías, las creativas y las difusoras, al servicio de la causa de los aliados, los
noventayochistas se manifestaban como germanófilos. En 1915 se prohibió a
Blasco dar mitin alguno en España y, paradoja del destino, tuvo que ser protegido por la guardia civil en Barcelona de las iras de los defensores de
Alemania.
Tres años antes de morir, abandona nuestro escritor su cómodo refugio en la
Costa Azul para trasladarse a París, donde se reúne con Unamuno para hacer
frente común contra la dictadura de Primo de Rivera y contra Alfonso XIII. Por
sus panfletos combativos publicados en “España con honra” colección que él dirigía, fue encarcelado en Valencia su hijo Sigfrido.
Otro motivo que los críticos literarios —generalmente desinformados— aducían
para excluir a Blasco del elenco noventayochista, es la consideración de ser un
autor rezagado, calco del naturalismo zolesco, cuando la literatura iba por otros
derroteros. Aunque Blasco Ibáñez tenga en algunas obras influencias de Zola,
sabe despegarse de su modelo y dejar constancia de un estilo muy personal que
se nutre de otras corrientes, como el impresionismo o realismo e incluso del
esperpento antes que lo inventara Valle-Inclán. Más adelante, al hablar de las
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aportaciones estilísticas, señalaremos sus avances más significativos, aquellos
que no han sido nunca destacados por la crítica y que son evidentes.
Para ver lo que le diferencia de Zola fijémonos en algunos postulados del genial
escritor francés:
J´ai choisi des personnages souverainement dominés par leurs nerfs et leur sang,
dépourvus de libre arbitre, entraînés à chaque acte de leur vie par les fatalités de
leur chair [...] J´ai simplement fait sur des corps vivants le travail analytique que
les chirurgiens font sur des cadavres11.
Sobre el pensamiento de Zola influyen las ideas deterministas y positivistas de
Darwin, Compte y Taine, además del método experimental del doctor Claude
Bernard.
El naturalismo zolesco se articula en torno a un triple determinismo: fisiológico,
hereditario y ambiental.
Zola pretendía con su método experimental eliminar la imaginación del arte y
convertir la literatura en ciencia.
Salvo el determinismo ambiental de algunas novelas de Blasco y la observación
exacta y exhaustiva de la realidad novelada, poco más —a no ser la amistad—
vincula a ambos escritores.
Seguidamente entresacamos algunas de las ideas principales que sostenía
Blasco Ibáñez acerca del arte de novelar, de su famosa carta a Cejador:
Yo acepto la conocida definición de que “la novela es la realidad vista a través de
un temperamento”. También creo, como Stendhal, que “una novela es un espejo
paseado a lo largo de un camino”. Pero claro está que el temperamento modifica la
realidad y que el espejo no reproduce exactamente las cosas con su dureza material, pues da a la imagen esa fluidez ligera y azulada que parece nadar en el fondo
de los cristales venecianos. El novelista reproduce la realidad a su modo, conforme
a su temperamento, escogiendo en esa realidad lo que es saliente y despreciando,
por inútil, lo mediocre y lo monótono. Lo mismo hace el pintor, por realista que sea.
11
Citado por José Manuel González Herrán, La cuestión palpitante, Emilia Pardo Bazán, Barcelona, Antropos, en coedición
con el Servicio de Publicación e Intercambio Científico de la Universidad de Santiago de Compostela, 1989.
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Velázquez reproduce como nadie la vida. Sus personajes viven. Pero si estos perso-
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najes hubiesen sido fotografiados directamente, tal vez serían más exactos y “vivirían mucho menos”. Entre la realidad y la obra que reproduce esta realidad existe
un prisma luminoso que desfigura las cosas, concentrando su esencia, su alma y
agrandándolas: el temperamento del autor12.
Después de aceptar la influencia de Zola en sus primeras novelas matiza así sus
divergencias:
En la actualidad, por más que busco, encuentro muy escasas relaciones con el que fue
considerado como mi padre literario. Ni por el método de trabajo, ni por el estilo, tenemos la menor semejanza: Zola era un reflexivo en literatura, y yo soy un impulsivo. Él
llegaba al resultado final lentamente, por perforación. Yo procedo por explosión, violenta y ruidosamente. Él escribía un libro en un año, pacientemente, con una labor
lenta e igual, como la del arado; yo llevo una novela en la cabeza mucho tiempo (algunas veces son dos o tres); pero cuando llega el momento de exteriorizarla me acomete
una fiebre de actividad, vivo una existencia que puede llamarse subconsciente, y escribo el libro en el tiempo que emplearía un simple escribiente para copiarlo13.
Esta facilidad de escritura no implica en modo alguno concesión al gran público;
su río creador es de corriente impetuosa, pero la intuición del artista sabe trazar las riberas estructuradoras y elegir el adecuado cauce para que las aguas fluyan veloces o se ralenticen.
EL MUNDO NARRATIVO DE BLASCO IBÁÑEZ
Los temas principales que configuran el orbe narrativo de nuestro escritor son:
el amor, la música, el mar y la lucha por la vida —que más que un tema propiamente dicho— es una constelación temática formada por tres temas: el de la religión, el de la política y el de la guerra.
También podría considerarse el paisaje como un tema de singular importancia,
pero como quiera que su presencia se halla ligada al estado de ánimo de los per-
12
De una carta dirigida a Cejador en 1918 y reproducida en una “Nota biobibliográfica” en el tomo I de las Obras Completas,
pág 14.
13
Ibid., págs 15-16.
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