un militante de la causa nacional - Universidad Tecnológica Nacional

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Cultura
HOMERO MANZI:
UN MILITANTE DE LA
CAUSA NACIONAL
(primera parte)
Por Daniel Eduardo Galasso (docente, escritor)
“Nos dicen que hay una cosa intocable
entre los distintos eslabones de la
economía: el gran capital,
especialmente cuando se trata de
accionistas extranjeros, y por eso es
necesario crear la mentalidad opuesta,
la mentalidad nacional, que frente a
ese argumento diga sencillamente esto:
¡que se vayan a la puta que los parió
esos accionistas!”
H. M.
S
eguramente las expresiones
transcriptas no formarán parte de
antología alguna referida a este santiagueño de Añatuya que se llamó
Homero Nicolás Manzione Prestera,
más conocido como Homero Manzi.
El costado más difundido a nivel
popular dirá que aún vive entre
nosotros cuando alguien silba la
melodía de “Malena”, de “Ninguna” o de “Sur”.
Y si bien es cierto que sus creaciones residen en el bagaje colectivo
que contribuyera a consolidar una
identidad porteña a través de su
poética, no resulta menos certero
afirmar que el mundo creativo de
Manzi descansa sobre una sensibilidad traída desde el origen de sus
días, a partir de la cual las letras de
tango han sido el canal expresivo
más conocido por la sociedad.
Los hombres sensibles suelen no
descuidar las reflexiones que su ser
y estar les motiva, y el ser y estar de
Manzi fue el país que habitaba y su
destino. Dispuesto a dar batalla en
ese terreno, funda a los diecisiete
28 - UTN - La tela de la araña
años un Ateneo de la Unión Cívica
Radical (1924), por ese entonces,
partido gobernante bajo la gestión
del Dr. Marcelo T. de Alvear que
sucediera a Hipólito Yrigoyen en el
e j e r c i c io de la P rime ra Magis tratura.
Las crónicas más difundidas dirán
que, en aquellos tiempos, Homero
se compenetraba cada vez más con
los paisajes de Boedo y Pompeya,
cercanos a su casa de Danel y Av.
Garay y que ya había compuesto su
primera obra, el vals Por qué no me
besas, musicalizado por Francisco
Caso. No obstante, a la par del descubrimiento de las vivencias urba-
nas de los barrios con “la luna chapaleando sobre el fango”, el sentimiento yrigoyenista y la conciencia
política corrían paralelas en el intelecto y el sentir de ese joven que cursaba estudios en la Facultad de
Derecho de la Universidad de
Buenos Aires y dictaba las cátedras
de Castellano e Historia en los
Colegios Domingo Faustino Sarmiento y Mariano Moreno.
El yrigoyenismo de Manzi no fue
una simple simpatía política. Fue un
compromiso militante que irá desarrollando progresivamente a lo largo
de su vida. A tal punto que Arturo
Jauretche, el creador de una “socio-
Arriba, izquierda: Homero Manzi con José Constantino Barros, quien llegaría a ser ministro de Industria y
Comercio de Perón. Abajo:Luis Dellepiane, político de FORJA y Antonio Martino, cuñado de Homero.
Cultura
logía nacional” y el desmitificador
de las “zonceras argentinas”, expresará que “mucho de mi yrigoyenismo
se lo debo a Homero Manzi, que
tenía 20 años por esos días. Él me
dio una de las explicaciones más
orgánicas y tal vez más poéticas del
caudillo y de lo que significó”.
El golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, que diera por tierra
con el gobierno de Yrigoyen e inaugurara el lamentable ciclo de intervenciones militares sobre gobiernos
constitucionales, lo encuentra ideológicamente erguido para saber
qué vereda debe ocupar ante tal circunstancia histórica. Así, participa
de la resistencia yrigoyenista contra
la dictadura del General Uriburu y
contra el gobierno ilegal del general
Agustín P. Justo.
Su militancia por la causa nacional y popular lo lleva a conspirar, a
fabricar explosivos caseros y a dar
con sus huesos en la Penitenciaría
Nacional de la Avenida Las Heras,
lugar que años después también
albergará al general Juan José Valle
por intentar oponerse a otra dictadura militar. Su casa de Garay y
Danel se convertirá en un espacio
clandestino no sólo de oposición a la
dictadura gobernante, sino de debate acerca del rol que el yrigoyenismo
debía adoptar ante la desviación
ideológico-política que el alvearismo había impuesto al radicalismo.
Mientras tanto, la recomposición
del movimiento nacional y el retorno a la legalidad institucional pasa
por las armas: las fallidas intentonas radicales encabezadas por los
tenientes coroneles Gregorio
Pomar en enero de 1932 y Roberto
Bosch en diciembre de 1933 así lo
aseveran. De ambas, resulta de
mayor importancia esta última, de
la cual no participa Manzi, mientras que sí lo hace su amigo Arturo
Jauretche.
La revuelta radical del 29 de
diciembre de 1933 se centra en las
ciudades de Paso de los Libres y
Santo Tomé en la provincia de
Corrientes y culmina con la derrota
de las fuerzas populares. Jauretche
termina preso en una cárcel correntina, sitio desde el cual escribe su
poema gauchesco “Paso de los Libres”,
destinado a exaltar la gesta reivindicativa. El posterior exilio de
Jauretche en el Uruguay y la estadía
de Jorge Luis Borges, para entonces
coincidentes de ambos compartiendo su adhesión al yrigoyenismo, se
bifurquen definitivamente.
Homero sabe muy bien qué destino les aguarda a los hombres con
convicciones profundas como las
suyas. Sin embargo, nunca bajará
los brazos. Por el contrario, volcará
toda su inteligencia y su accionar
en desentrañar los mecanismos de
dominación extranjera que inmovilizan la Nación. Expulsado de la
Facultad de Derecho, marginado
Manzi saludando afectuosamente a Azucena Maizani en su camarín
en el país vecino, confluyeron en
una de las tantas paradojas de la
historia argentina: será Borges
quien, a pedido del autor de E l
medio pelo en la sociedad argentina,
prologue la primera edición aparecida en 1934 y juzgue como “excelente” la obra de Jauretche. El devenir
histórico argentino y la aparición
del peronismo en el escenario político nacional, hará que los rumbos
en el seno del radicalismo oficial
por su rebeldía y exonerado de sus
cátedras de Castellano e Historia,
su convencimiento interior no lo
hace claudicar. De manera lúcida,
elegirá “no ser un hombre de letras
y sí hacer letras para los hombres”,
arrancándole al sistema la posibilidad de decidir sobre su propia
vida, y ganándole, así, una batalla
decisiva.
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