RESEÑAS Rafael Montesinos (2002). Las rutas de la masculinidad

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ENSEÑANZA E INVESTIGACIÓN EN PSICOLOGÍA
VOL. 12, NUM. 1: 211-214
ENERO-JUNIO, 2007
RESEÑAS
Rafael Montesinos (2002). Las rutas de la masculinidad. Ensayos
sobre el cambio cultural y el mundo moderno. Barcelona: Gedisa.
El libro de Rafael Montesinos Las rutas de la masculinidad se inscribe en el contexto
de los estudios aún recientes en este campo. El autor recoge y analiza una serie de
aspectos vinculados con este tema, que ha sido erigido como objeto de estudio por
las ciencias sociales dada su impronta en la sociedad contemporánea. Si bien la
interrogante sobre el ser hombre o ser mujer y sus oposiciones sobre lo masculino y
lo femenino ha sido una preocupación presente prácticamente desde que existen
hombres y mujeres, es en el marco de la sociedad patriarcal moderna, y sobre todo
de la crisis que la caracteriza desde fines del siglo XIX, que la historia de la lucha de
los sexos ha escrito uno de los capítulos más contundentes en cuanto a la reivindicación de las mujeres y el consecuente debilitamiento de la supremacía masculina.
Esta constatación constituye el punto de partida del libro de Montesinos, que comienza reconociendo la deuda que los estudios sobre la masculinidad tienen con los hechos sobre la mujer y, en general, con los de género, considerando incluso que la novedad de los trabajos sobre este terreno lo es en tanto línea de investigación concreta, pues,
teniendo como sustento una concepción relacional del género, el tema sobre el hombre y
lo masculino ha sido indiscutiblemente recurrente desde los primeros trabajos sobre las
mujeres, vinculados más estrechamente con el movimiento feminista originario.
Si bien Rafael Montesinos reflexiona sobre diferentes asuntos relacionados
con la masculinidad (juventud y masculinidad, masculinidades vs. masculinidad,
paternidad, erotismo, etc.), el eje central en torno al cual borda los diferentes problemas es el de la identidad. Tema caro a los estudios de la mujer y de género, ocupa un lugar central en las deliberaciones del autor, y quizás también, en este periodo, en las investigaciones sobre ese novel objeto de estudio: la masculinidad.
Con el doble propósito, según creo, de rendir tributo a los estudios de género
y a los estudios sobre la mujer y de tomarlos como plataforma de lanzamiento del
problema central de su texto, Montesinos desarrolla un capítulo ciertamente insuficiente ―dada la vastedad del campo sobre el estado general que guardan tales estudios―, hilando acerca de los principales conceptos, tendencias de investigación, autores más destacados en el campo y demás.
El autor presenta y suscribe tres supuestos que pueden pensarse como paradigmáticos en este ámbito dado el consenso general que suscitan: 1) Lo masculino y lo
femenino no remiten a esencia alguna y, por lo tanto, son construcciones transhistóricas; 2) La subordinación femenina ha estado presente en las diferentes formas de
organización patriarcal de la cultura en las distintas épocas y lugares, y 3) La crisis
de la estructura patriarcal de las sociedades occidentales durante los siglos XIX y XX,
impulsada en buena medida por el movimiento feminista, ha propiciado la paulatina
construcción de nuevas identidades femeninas que impugnan la identidad de la mujer tradicional y hacen estallar los fundamentos de la identidad masculina tradicional.
Conjugados, estos supuestos abonan la tesis fundamental que atraviesa
en toda su extensión el libro de Montesinos: los cambios culturales operados en los
últimos treinta o cuarenta años en las sociedades modernas han tenido como consecuencia una mayor participación de las mujeres en el espacio público, cuestionando su milenaria reclusión al espacio privado; con ello, se ha producido un em-
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LAS RUTAS DE LA MASCULINIDAD. ENSAYOS SOBRE EL CAMBIO CULTURAL…
bate letal a las condiciones que propician la emergencia y reproducción de la identidad tradicional masculina, aquélla que está basada en el hecho de que, en tanto
proveedor económico principal, el hombre tiene una posición de dominio.
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Es interesante destacar que para Montesinos este tercer gran supuesto es aún
polémico en el ámbito de los estudios de género, donde aparecen posturas escépticas
acerca del supuesto avance de las mujeres en los puestos claves del espacio público
que les confieran poder y que, por ende, ponen en crisis los basamentos de la identidad masculina patriarcal. Ante esto, su postura es indubitable, alineándose en la
posición que plantea que, aunque pueda no ser estadísticamente representativa, es
central la tendencia que ubica a la mujer en la circunstancia de compartir cada vez
más el poder con el hombre. En otras palabras, de acuerdo con el autor, la crisis de
los estereotipos masculinos tradicionales es una realidad evidente ―aunque no
comprenda a ciertos grupos marginales de la sociedad occidental― que avanza universalizándose. Fermentada en las condiciones estructurales del sistema capitalista y
catalizada por el movimiento social de las mujeres, es indiscutible la orientación que
pone en crisis la posición de los hombres como detentadores únicos del espacio público y, por lo tanto, del poder que esta posición propicia en lo público y en lo privado.
Escrito en un estilo claro y sencillo, en el que destacan los emplazamientos
personales al lado de la referencia a autores prestigiados en el campo de las ciencias sociales, el libro de Montesinos analiza pormenorizadamente los efectos de los
cambios culturales sobre la identidad de los sujetos masculinos.
Las representaciones simbólicas que sobre lo masculino y lo femenino pueblan el imaginario colectivo en nuestras sociedades se han visto trastocadas por esta
incorporación de la mujer en el espacio público a resultas de la dinámica misma del
capitalismo y del movimiento feminista. ¿Cómo vivimos los hombres este movimiento
en el que estamos incluidos, querámoslo o no? ¿Con placer o con angustia?, se pregunta
Montesinos, y se inclina por lo segundo, aunque nos invita a asumirlo con el primero.
Porque hay angustia es que hablamos de crisis; la angustia inherente a los
hombres ante la posibilidad de no incorporar las insignias de la virilidad, de la masculinidad ―entendidas tradicionalmente―, se ve redoblada porque las circunstancias
sociales dificultan aún más la asunción de esa identidad. Como ejemplo, la asertividad,
proveeduría, éxito, fortaleza, poder y otros emblemas dejan paulatinamente de ser un
ideal masculino en cuanto que cada vez más mujeres los poseen; tales ideales son
puestos en entredicho como efecto del cambio cultural, y de ahí la crisis de identidad.
No se trata de una desaparición de esos ideales, sino más bien del trastocamiento de
los límites genéricos que imponían: se pierden las fronteras entre lo masculino y lo
femenino, germinándose en muchos el anhelo por la desaparición de la bipolaridad de
los géneros, de la diferencia sexual que está en el núcleo de la organización social.
La referencia al polémico punto sobre la diferencia de los sexos permite puntualizar, coincidiendo con Montesinos, que la identidad de género y la diferencia
sexual son problemas no sólo inherentes sino capitales en el campo de los estudios de
género, por lo que han convocado a diferentes discursos a terciar en el debate suscitado por estos dos grandes temas. Ese es el caso del psicoanálisis.
La relación ya antigua y característicamente conflictiva entre el psicoanálisis
y los estudios de género ha transcurrido fundamentalmente alrededor de dichos problemas. Tanto en el capítulo dedicado a los estudios de género como en aquel otro
consagrado a los enfoques teóricos de la masculinidad, Montesinos reconoce el pa-
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pel que desempeña y puede desempeñar el psicoanálisis en la explicación de estos
fenómenos y en las tomas de posición a las que convocan.
Si la relación entre el psicoanálisis y los estudios de género ha sido característicamente de amor y odio, de acercamiento y rechazo, ha sido porque ciertamente
hay puntos de encuentro y puntos de desencuentro, pero también, sin duda, posicionamientos dogmáticos que recusan una posición u otra. Me parece que el mérito de Montesinos con relación al psicoanálisis ―que es el que a mí me convoca, pero
que también lo tiene con respecto a otros discursos― es el de su posición respetuosa y abierta hacia las ideas provenientes de esta área de la investigación.
Como lo demuestra el autor en su libro, el terreno de los estudios sobre la
masculinidad se nutre con las aportaciones de diferentes disciplinas, como la antropología, la sociología, la historia, la psicología y el psicoanálisis, entre otras. Los
diferentes tópicos trabajados por el autor en su relación con la masculinidad (crisis
identitaria, vida cotidiana, familia y masculinidad, juventud y masculinidad, paternidad, sexualidad, erotismo y masculinidad) son abordados desde un emplazamiento
teórico múltiple, pero en el que se le confiere un lugar destacado al psicoanálisis.
Indiscutiblemente, el poderío explicativo de la teoría psicoanalítica puede arrojar luces sobre la identidad y todo lo relacionado con ella en tanto que domina el
fenómeno psíquico de la identificación que se halla en la base de todo proceso identitario; aún más, la concepción psicoanalítica de la identidad como un fenómeno
atravesado por las dimensiones de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario, de acuerdo
a la tripartición introducida por Lacan, puede resultar potencialmente heurística en
el terreno general de los estudios de género y podría contribuir quizás a despejar
el que para mí es un dilema un tanto falso entre constructivismo y esencialismo.
En cuanto a lo anterior ―y a riesgo de equivocarme―, detecto una dificultad no
resuelta en el texto reseñado: la aparente contradicción existente entre suscribir una
concepción constructivista respecto de la identidad de género y, a la vez, utilizar términos que pueden remitir a un esencialismo biológico. En contraste con los múltiples posicionamientos constructivistas del autor con relación a la paternidad a lo
largo de su trabajo, y más frecuentemente en el ensayo final sobre erotismo y género,
desliza en varias ocasiones el binomio terminológico “animalidad humana”; por ejemplo, en la página 246, Montesinos dice que ha “explicado cómo el erotismo es la
recuperación de la naturaleza, de la animalidad humana”; de manera similar, en la
180 señala: “Por ello la paternidad, lo mismo que la maternidad, se sitúa en los
significados más profundos de la naturaleza humana, de su esencia animal”, cita en
la que, si bien no aparecen unidos el par de términos, sí el sentido que conllevan.
Aparte del carácter sistematizador de los problemas de la identidad masculina y de la crisis que vive como producto de los más recientes cambios culturales, Las rutas de la masculinidad, además de ser un libro muy didáctico que cuenta
con un importante respaldo empírico, tiene además la virtud de invitar a la polémica,
de convocar a generar otros textos que lo tomen como pretexto, a producir más significantes en el contexto de este novedoso campo científico que, como cualquier otro,
independientemente de su edad, no puede pensarse como clausurado o agotado; es
ese el sentido del comentario en el párrafo anterior.
En ese mismo tenor y con relación a la diferencia de los sexos, la postura de
Montesinos pareciera oscilar entre una coincidencia con una postura identificada
como postestructuralista, que apuntaría al borramiento de la diferencia sexual, y
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otra, la del psicoanálisis, que insiste en la diferencia, aunque impugnando la supremacía de un género sobre otro.
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De una manera un tanto similar, pareciera haber un vaivén, una cierta lucha en el autor, entre cómo están las cosas con respecto a la crisis de la identidad
masculina ―sobre todo en México― y cómo él quisiera que estuvieran; un cierto
conflicto quizá entre la posición racional del científico social y la posición ideológica
del militante, la que, por cierto, no tiene por qué estar ausente en aquél. En abono
de esta percepción, podrían referirse algunos párrafos polémicos con interlocutores
del campo feminista que recusarían, en términos de su generalidad, la implantación
de aspectos de una nueva identidad masculina a partir de la presencia de mujeres
con poder que insisten en las demandas feministas de los años setenta del pasado
siglo, como sería la del fenecimiento de la división sexual del trabajo, por citar sólo
una. Puedo estar equivocado, pero pienso que es posible que en las sociedades industrializadas las demandas de este tipo sean anacrónicas, pero no en muchos espacios de nuestra sociedad. Más aún, vinculado con lo dicho, hay un punto señalado por el autor que es relevante a la temática trabajada, aunque no explorado como
sería deseable. Me refiero a la descripción de un nuevo conservadurismo en las generaciones actuales de jóvenes en las que, de acuerdo con el autor, “se advierte
cierta revitalización del vínculo matrimonial y la virginidad”. Esta vuelta de los jóvenes, si es tal ―es decir, si es comprobable―, implicaría un fenómeno social adverso
al diagnóstico de avanzada de Montesinos de una nueva identidad genérica, lo que
requeriría una mayor reflexión, más allá de su simple delimitación “dentro del
mismo carácter inestable y cambiante de la modernización cultural”.
Finalmente, la lectura del libro que ahora presentamos parece ser de considerable importancia para los interesados en el tema, quienes obviamente no son sólo
los estudiosos de la masculinidad y del género, sino prácticamente todos, los hombres
y mujeres que ineludiblemente nos interrogamos sobre el ser hombre o ser mujer.
Cerraré estos comentarios con una breve referencia a un tema central en el texto: la paternidad. El psicoanálisis, con su concepción de lo que es un padre, puede
abonar algo a la superación de la paradoja destacada por Montesinos entre la necesidad de conciliar la asunción de una autoridad conferida por la cultura a los padres con
la impugnación del autoritarismo que encierra una concepción tradicional de la paternidad. Para el psicoanálisis, ser padre es una función que puede o no encarnar en un
hombre; se trata de una función de corte, de separación, que puede residir, sí, en un
hombre, pero también en una mujer o en alguna otra forma que suscite el interés libidinal de la madre, uno de los polos a los que va dirigida dicha función. La posibilidad
de un hombre de ser padre (algo que no ocurre nunca sin fallas), es decir, de poner en
juego la función, depende de que sea el objeto de deseo para la mujer, para la madre;
poder advenir a la función a partir de ser deseado por las mujeres-madres de estos
tiempos, como nos lo ilustra el libro de Montesinos, implica en buena medida que dejemos de lado la posesividad, la supremacía, la frialdad emotiva, el autoritarismo y
demás; es decir, que incorporemos rasgos de esa nueva identidad masculina que ha
sido moldeada, en una buena proporción, por las mujeres mismas.
Juan Capetillo Hernández1
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Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad Veracruzana, Dr. Luis Castelazo
Ayala s/n, Col. Industrial Ánimas, 91190 Xalapa, Ver., México, tel. (228)812-57-40, correo
electrónico: [email protected].
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