Un poema inédito de José Ángel Valente

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Un poema inédito de
José Ángel Valente
Andrés Sánchez Robayna
En 1956, José Ángel Valente se encontraba en Oxford como
lecturer de español vinculado al Wadham College, dirigido por
C. M. Bowra. Había publicado un año antes su primer libro, A
modo de esperanza, con el que había obtenido el premio Adonais.
No sin ciertas dudas e inseguridades, estaba ya embarcado, desde
1955, en la redacción del que sería su segundo libro, Poemas a
Lázaro, que habría de ver la luz en 1960. En el archivo del poeta
-hoy en la Universidad de Santiago de Compostela- se conservan
distintos poemas de este período que su autor decidió no integrar
en ese segundo libro, algunos de los cuales se reproducen en el
Apéndice al primer volumen de sus Obras completas, publicado
en 2006 por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores en edición a
mi cuidado. Esos poemas dan buena idea de las pruebas y tentativas poéticas realizadas por Valente en esta fase precisa de su evolución, ensayos con los que -rechazados unos, aceptados otros- iba
consolidándose poco a poco un muy personal mundo lírico.
El 5 de julio de 1956 aparecía en el diario madrileño Abe el
suelto siguiente:
El Jurado designado por el Ayuntamiento de Orense para discernir los premios correspondientes a los Juegos Florales organizados con motivo de las fiestas del Corpus, acordó por unanimidad otorgar el primero, consistente en la flor natural y 5.000
pesetas en metálico, al poema titulado «Amor a Orense en lejanía», de don Carlos Rivero. Otros premios han sido concedidos en el mismo certamen a los poetas don Angel Valente, señor
Prado Nogueira y don Leopoldo de Luis.
En los primeros días de julio de 1956, también el diario orensano
La Región daba noticia aún más concreta y detallada del certamen
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y de su fallo. Por esas informaciones sabemos, además de lo que ya
comunicaba el Abe, que el segundo premio, el obtenido por Valente,
fue de 4.000 pesetas, y el tercero, el de José Luis Prado Nogueira, de
3.000; con menor cuantía económica, obtuvieron un accésit -amén
del ya citado Leopoldo de Luis-, Antonio Tovar y Alfonso Alcaraz.
No puede extrañar en modo alguno el hecho de que el primer premio recayera en un significado falangista de la época, Carlos Rivero.
El poema con el que, bajo el lema «Entre dos agonías», Valente
concurrió al certamen lleva por título «El Cristo, la ciudad y el tiempo. (Pie para un canto, ante Orense y su Cristo)». El manuscrito
autógrafo de la composición se ha conservado entre los papeles del
autor, y el poema, que sepamos, ha permanecido inédito hasta hoy.
Valente no lo recogió en su libro Poemas a Lázaro, ya mencionado,
en el que pudo quedar inserto por razones de cronología. Las causas
de esa exclusión son fácilmente explicables, sobre todo por las características externas del poema mismo, centrado en una muy directa
imagen crística. Sin embargo, «El Cristo, la ciudad y el tiempo» es
un poema muy significativo del Valente de esos años. Por un lado,
sus versos enlazan con motivos diversos de la poética del autor correspondiente a ese período; por otro, responden cabalmente a los
datos que poseemos acerca de lo que el propio poeta denominó el
«mundo de espiritualidad» que era el suyo en ese preciso momento.
En cuanto a lo primero, se observará que «El Cristo, la ciudad y el tiempo» es ante todo un poema sobre la memoria y la
temporalidad, ya presente desde su mismo título. «Recuerdo la
ciudad...», «Evoco ahora tu figura entera...», «También recuerdo las colinas...»: la memoria hace aquí un viaje a los días de la
infancia y centra su reflexión en la imagen del Cristo de Orense. Dejando aparte alguna que otra expresión coincidente («Tú
eras para mí / como una montaña / de pena y tiempo», leemos
aquí; «Banderas / de pena y tiempo arrastraba la noche», dicen
dos versos del poema «El muro», de Poemas a Lázaro), no debe
olvidarse que este último libro está presidido por una imagen bíblica, la figura de Lázaro, identificada con el hombre contemporáneo y su conciencia. La necesaria «resurrección de cada día» de
esa conciencia está presente, por ejemplo, en composiciones de
Poemas a Lázaro como «El alma» o «Cae la noche», de temática
explícitamente religiosa.
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En cuanto al «mundo de espiritualidad» de Valente en estos años,
habría que remontarse, para una precisa comprensión de este aspecto, a su época de estudiante universitario en Santiago de Compostela. Allí, a través de su relación con Maximino Romero de Lema,
toma contacto con un universo religioso muy distinto al integrista
del «nacional-catolicismo». Dejemos hablar al propio Valente: «La
aparición del perfil sacerdotal de Maximino Romero de Lema en
aquellos años oscuros de finales del decenio de 1940 era un hecho
tan luminoso como absolutamente insólito. La Iglesia española, uno
de los más firmes apoyos del largo régimen cruento impuesto por
la dictadura militar, hablaba un lenguaje totalitario, brutal y reivindicativo; un lenguaje en el que toda espiritualidad quedaba anegada
en un eticismo autoritario y burdo. [...] En ese contexto, Romero de
Lema representaba el hecho insólito de una religiosidad abierta y dialogante que remitía sobre todo -frente al rígido dogmatismo de unos
y el interesado pragmatismo de otros- a contenidos profundamente
evangélicos. Diálogo, el que con él se mantenía, exento de presiones
o de reflejos impositivos, en el que se iban operando, a la vez y como
por mutuo condicionamiento, la liberación y el enriquecimiento de
la experiencia interior» («Una breve memoria», 1987). En lo que se
refiere a la personal experiencia de Valente, convendría, a mi juicio,
ver el poema «El Cristo, la ciudad y el tiempo» en la precisa órbita de
las palabras que acaban de transcribirse.
Por lo demás, no extrañará la referencia a San Juan de la Cruz
(«Porque bien sé la fuente»...) en un poeta que en fechas aún próximas escribía «El desvelado (Homenaje a San Juan de la Cruz en
Segovia)», publicado en 1955. El poema de Valente que aquí presentamos hace pensar de inmediato a cualquier lector tanto en el conocido poema de Unamuno sobre el Cristo de Velázquez como en el
Antonio Machado -tan decisivo para Valente ya desde la década de
1950- que, interrogándose acerca de la dialéctica marxista, escribía:
«Hay otra forma de universalidad, que no la expresa el pensamiento
abstracto, que no es hija de la dialéctica sino del amor, que no es de
fuente helénica sino cristiana: se llama fraternidad humana, y fue la
gran revelación de Cristo». Equidistante, sin embargo, de uno y de
otro, el Cristo de Valente es una figura interiorizada que permite al
poeta, en la aventura del vivir, meditar sobre su infancia y sobre la
experiencia agónica de la temporalidad G
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