Edwin Ortega Estaba preparado para el ablandamiento pero nunca

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Edwin Ortega
Estaba preparado para el ablandamiento pero nunca creí que el
cuerpo iba a acalambrarse tan rápidamente. El dolor apenas era perceptible en partes puntuales del cuerpo. El camión nueve catorce
Mercedes Benz estaba a unos treinta metros de nuestra posición.
Nos hicieron tomar de las manos y en saltos de sapito llegamos a
ellos. –¡Mándalos, mándalos, píntales el número en la espalda! -decía el
verdugo que se encontraba en el balde del camión. Entre dos instructores tomaban a cada comando y lo lanzaban al balde. Para esa época no
era problema, pues, cada comando no pesaba más de ciento cincuenta
libras. Estábamos flacos, muy flacos, producto del duro entrenamiento.
Nos tenían vendados los ojos. Había un verdugo que cada vez que
“acariciaba” a los comandos, nos sacaba casi chispas de la espalda.
Nunca supimos qué era lo que cargaba, realmente, en sus manos
el sargento Juez, pero hacía mucho daño. Cuando nos quitaron las
vendas, arrodillados, abrimos los ojos. El espectáculo era sobrecogedor. Tal como alguien alguna vez nos lo describió, era todo un parque
de diversiones. El único ruido que escuchábamos al momento era del
generador. Eran las ocho de la noche. Nos dieron nuevamente la
orden de bajar la mirada.
–¡Cerdos, muy pronto tendrán el honor de conocer al gran Jefe,
mientras tanto vista al suelo! ¡Son prisioneros de guerra, perdedores!
-decía una voz ronca en los altos parlantes.
Lo único que sentíamos en esos instantes era que detrás de nosotros estaban no menos de cuatro verdugos. Cargaban en sus manos
palos y mangueras. Después del ablandamiento no hubo más castigo
físico para los prisioneros.
–¡Camarada Charro, ubique a todos los prisioneros en dos filas.
Es hora de hacerles conocer quién manda aquí y cuáles son ahora las
reglas que tendrán que seguir, con el único fin de mantenerse vivos,
vivos, vivos! -sentenciaba el Comandante, Mariscal de Campo.
Nos hicieron levantar la mirada. Había más de diez verdugos, todos con las insignias del grupo rebelde al que representaban. Llevaban cubiertos sus cabezas con pasamontañas. Unos se habían dejado
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