CURIOSIDADES EN LA CABALLERÍA ¿Sable o Lanza? Esa era la cuestión Por el Cnl (R) Alberto A. Lucchesi No existe fuente doctrinaria autóctona, desde la Revolución de Mayo y hasta finales del siglo XIX, que respalde las respuestas sobre las preferencias que concitaron el sable y la lanza. El corte revolucionario en todas las áreas y un lapso en que se combatió mucho y se prescribió poco, son las causales principales de la carencia señalada. Sólo el desarrollo de los mismos episodios bélicos y unos pocos escritos testimoniales, permiten sopesar las adhesiones que acumularon estas dos armas emblemáticas de la Caballería Argentina. Para tener un basamento más sólido, antes de remitirme a estas fuentes fácticas, he creído conveniente retrotraerme al pensamiento europeo de la época, reflejado por tres tratadistas de fuste, un francés y dos españoles. El contenido de sus tratados, al proporcionar las razones que antecedieron a la norma (siempre escueta e imperativa), no sólo clarificarán en qué condiciones fue preferible una u otra arma, sino que ambientarán al lector con el contexto de la época, con las prácticas de caballería que más influyeron sobre la propia y con los conocimientos profesionales que el General San Martín ya poseía, antes de dictar cátedra militar en nuestra Patria. Para ser breve al incursionar en nuestra historia, centraré la masa de las consideraciones en el empleo de la caballería entre fuerzas regulares, dejando en un segundo plano los que estuvieron más alejados de los parámetros clásicos: contra el indio y en la guerra civil. Desde el punto de vista militar, este enfoque será más enriquecedor y ceñido a lo que hubiese correspondido hacer y no a lo que se hizo. En este sentido, no está de más recordar que una cosa fueron las cargas y otra las atropelladas; que una cosa fue intentar llevarse por delante a tropa experta en el manejo de los mosquetones y fe en su bayoneta acodada y, otra, a milicianos recién equipados con la misma arma; que una cosa fue cargar contra una posición enemiga ocupada correctamente y, otra, sorprender una tropa marchando o sin desplegar…. Contra fuerzas emboscadas o carentes de profesionalismo u organizadas a la buena de Dios, la atropellada más impetuosa o los guerreros más diestros podían alzarse con los laureles de la victoria. Para esos casos (los más frecuentes) poco podía importar si la carga debía hacerse a lanza o a sable. Lo cierto es que la efectividad en esta suerte de combates de encuentro, sustentada en el coraje y la destreza, provocó innumerables y graves distorsiones, como la que llevó a decir a Lavalle que con quinientos coraceros (entonces armados con lanzas) podía resolver el problema de las montoneras (también con lanzas) SABLE O LANZA, EN LA CABALLERÍA EUROPEA (Francia y España, especialmente) Atenuados los atractivos despertados por las armas de fuego durante los siglos XVII y XVIII, en las caballerías europeas la lanza volvió a recuperar parte del espacio cedido a pistolones, tercerolas, carabinas y al mismo sable (siempre protagonista) Esta tendencia fue más palpable en el ejército francés, prueba de ello es que varios regimientos de dragones fueron reconvertidos en unidades de lanceros durante las guerras napoleónicas. Los éxitos de sus cargas a lanza despertaron el interés en Europa por esa arma, menos en España. En esa nación, hasta fines del siglo XVIII, la confianza en sus excelentes armas de fuego (fueron pioneros en la fabricación), continuó bloqueando el uso de la lanza, no así del sable. Francia, quien llegó contar con 60000 jinetes durante las guerras napoleónicas, tuvo las más variada gama de regimientos de montados: a) Dragones (no se los consideraba caballería ni en España ni en Francia), instruidos para combatir a pie por el fuego y cargar a sable y; b) Caballería ligera: Húsares, ulanos, granaderos, lanceros y cazadores, …instruidos para combatir a caballo, sableando o lanceando; c) Caballería de línea o pesada, coraceros, distinguibles por caballos de mucha alzada y jinetes de gran porte, protegidos con casco y coraza, armados indistintamente con sables o lanzas. 1. CONDE DE LA ROCHÉ AIMON (general de caballería francés, el mayor referente en doctrina tropas ligeras de Europa, conductor de caballería en todas la campañas napoleónicas, asesor del Rey de Prusia en la reforma de su caballería) En sus REFLEXIONES SObRE La ORGaNIZaCIÓN, INSTRUCCIÓN Y TÁCTICa DE La INFaNTERÍa Y La CabaLLERÍa LIGERa (Traducido al español en 1818), además de proponer soluciones al desafió que representaban los “cuadrilongos de infantería”, trató de corregir los errores cometidos en el empleo de la caballería napoleónica y sus aliados. Para anticiparse a otra contienda, instaba a la estandarización de las organizaciones y a la conformación de brigadas de caballería agrupando en ellas componentes de todas las armas, un concepto que sigue vigente. Para él, en la guerra, no deberían operar más que dos tipos de caballería: la ligera y la pesada. La primera (los agrupados en a) y b)), debería estar capacitada para cumplir todas las operaciones de combate. La segunda (la de c)), debería destinarse, exclusivamente, a lograr la decisión en la batalla, chocando (cargando) al enemigo en forma compacta, frontalmente y por única vez. Cada regimiento de caballería pesada, debería contar con dos escuadrones de caballería ligera, a efectos de protegerlo y liberarlo de cualquiera otra operación táctica que degradase su potencia. En la carga, los escuadrones constituían la segunda línea, pronta sablear lo dejado en pié por la caballería pesada. De la Roché Aimon, dejó claramente establecidos los principales motivos de su preferencia por el sable y los casos en que, la lanza, podía llegar a ser un arma “formidable”. También, aclaraba que los aspectos abordados en su tratado habían sido conocidos durante las campañas napoleónicas, sólo que su aplicación, al no estar reglada, quedaba en manos de cada conductor. Con respecto al interrogante que nos ocupa expresaba: “El proyecto de suprimir los lanceros de la caballería ligera encontrará probablemente mayores dificultades. Me dirán que la lanza es un arma terrible, es verdad, pocas hay tan formidables. Montecuculi y el mariscal de Sajoniala la llamaron la reina de las armas. Pero esta arma formidable, tal vez irresistible, en manos de un soldado ágil y robusto montado en un caballo vigoroso, no pasa de mediana cuando la falta de destreza del jinete y de movilidad del caballo hacen desaparecer toda la utilidad de que es susceptible. Todos los hombres con poco más o menos de ejercicio son capaces de llegar a ser buenos lanceros, pero no todos los caballos son susceptibles de adquirir las calidades indispensables para que con ellos se haga buen uso de la lanza. Todos los habitantes civilizados de Europa tienen sin duda igual grado de inteligencia pero la naturaleza no ha distribuido indiferentemente la misma fuerza y vigor a todas las castas de caballos. La situación topográfica y el clima influyen más en la calidad de los caballos que en la parte moral del hombre. Sin un caballo que tenga toda la fuerza y elasticidad de músculos, necesaria para resolverse prontamente a todos lados, la defensa y el ataque del lancero serán de muy poca importancia. Tal vez ninguna, si se exceptúa el golpe de frente, que en el combate cuerpo a cuerpo se para con facilidad. Por otra parte debiendo la caballería ligera maniobrar en toda especie de terreno ¿será oportuno darle un arma que la inhabilite para los bosques, terrenos cubiertos o donde se puedan formar emboscadas? Me dirá que la lanza es muy ventajosa cuando se persigue al enemigo, pero en este caso el lancero no puede herir sino con golpe de frente. Es menester saber si este golpe, que no puede ser muy esforzado por el riesgo que tendría el jinete de caer de la silla, equivaldrá a los sablazos redoblados de los cazadores y húsares que tendidos sobre el cuello del caballo acuchillarán en una pasada con la misma facilidad a los hombres que se hubiesen tirado a tierra o se encuentren de pie. Las heridas de sable hacen más terrible el efecto que las de la lanza, porque ésta, al tiempo de herir debe retirar el brazo casi simultáneamente para no abandonarla. De este modo, aunque sea mayor la gravedad de sus heridas, menos serán los inutilizados. Los hombres que se echen a tierra evitarán más fácilmente un lanzazo que las cuchilladas de los cazadores y húsares que pasen al galope. No será, pues, realmente temible la lanza sino cuando reunidos en línea los lanceros carguen en muralla, entonces no es posible negar sus ventajas. Pero si estas se reducen absolutamente al caso propuesto ¿no es evidente que las bajas propias serán mucho menores con los hombres cubiertos de corazas, montados en caballos de mayor alzada y más vigorosos?” “El deseo de dar a la lanza toda la fuerza de que es susceptible me induce a proponer quitarla a la caballería ligera para darla exclusivamente a los coraceros. La pujanza de sus caballos y la única posición que le deberán dar a la lanza, que es la enristre, permitirá que tenga mayores dimensiones que las que ordinariamente se dan a las de los lanceros. El peso y longitud de la actual guarda relación con la velocidad y multitud de movimientos ofensivos y defensivos que deben hacerse con ella durante el combate. De mantenerla en la caballería ligera debería acortase. Fácil es de concebir cuán grande será el impulso de los coraceros armados de una lanza de doce (3, 65m) a quince pies (4,57 m) de largo… ¿cuánto más rápida habría sido su victoria cargando con lanzas que sobresaliesen ocho (2, 43 m) o diez pies (3, 48 m) del frente de los caballos? Los infelices infantes, con un arma que juntamente con la bayoneta solo tiene de cinco (1,52 m) a seis (1,82 m) pies de largo, no hubieran tenido otro remedio que echarse a tierra….Pero este último recurso que muchas veces ha servido a la infantería y que los rusos han empleado con tanta regularidad como valor, para hacer fuego por la espalda sobre la caballería que penetraba su línea, tampoco podría tener lugar cuando aquella cargue en la disposición que yo propongo (se refiere a los dos escuadrones de caballería ligera que agregados a cada regimiento de caballería pesada) La caballería ligera, que seguirá en segunda línea a los coraceros, acuchillará a la infantería, la cual no teniendo tiempo para ponerse en orden, no podrá defenderse o se defenderá mal...” 2. GARCÍA RAMÍREZ DE ARELLANO (coronel de dragones español, el más encumbrado en cuestiones doctrinarias de tropas montadas. Su minucioso TRaTaDO DE INSTRUCCIÓN METÓDICa paRa La TÁCTICa, MaNEjO Y DISCIpLINa DE La CabaLLERÍa Y DRaGONES (Dos tomos, publicados en 1767) fue volcado, casi textualmente, en las Reales Ordenanzas de Carlos III que entraron en vigencia en 1768. Ambas publicaciones tuvieron una incidencia preponderante en la formación y perfeccionamiento de muchísimos oficiales españoles y de todo aquel, patriota, que como San Martín se profesionalizó con ellos. Cabe aclarar que españoles y británicos no tuvieron caballería pesada. Según este tratadista, la caballería española, carecía de reglas que la ordenen y disciplinen. Por dejar todo “librado a su impetuosidad…se ha privado de los efectos que le producirían el orden y la disciplina…” Partiendo de esa idea central Arellano abordaba distintos problemas y llegaba a sus soluciones, la mayoría de ellas sostenidas con cálculos matemáticos, argumentos geométricos, costos y medidas de alta precisión. Para tener una idea más acabada de lo que preconizaba, expondré unos ejemplos: a) Se oponía a las formaciones profundas en la caballería (“monstruoso fondo”), fundando su opinión en que los caballos no podían, como los infantes, recibir fuerza de las filas de retaguardia. Su dispositivo ideal en las cargas era de dos filas (medio escuadrón por fila, 60 jinetes en cada una) y a sable (por lo que se verá más adelante) Para determinar el poder de combate necesario de la caballería contra la infantería, cuantificaba esa formación de la siguiente manera: establecía el frente y la profundidad de un jinete montado (tres pié por siete), fijaba el intervalo entre estribos (dos pulgadas), multiplicaba todo por 60 y, en función de esa distancia determinaba el lugar de la segunda (la profundidad óptima) Según sus cálculos (extensivos a la infantería), en el frente de un escuadrón no podía oponérsele más que un batallón, tropa ligeramente insuficiente para aguantar su carga. b) Arellano era partidario de cargar exclusivamente a sable (inclusive con los dragones), eliminando, por inútiles, los disparos de carabina o tercerola montados. Llegaba esta afirmación luego de establecer el tiempo en que un jinete recorre 300 metros al galope y la cantidad de disparos que podían hacer los dos bandos (comenzando por un hombre hasta llegar al nivel unidad) A la infantería, le daba tres disparos apuntados por hombre, a la caballería uno de dudosa trayectoria por efectuarse al galope. Como la formación más débil de la infantería no era inferior a las tres filas, concluía que, como mínimo, la relación de volumen de fuego sería de 9 a 1. c) Con el mismo detalle en sus razonamientos determinaba las distancias óptimas para iniciar una carga a sable: contra tropa montada (150 m) o contra infantería (300 m) Son abrumadores sus cálculos (en segundos, minutos, pulgadas, pié y otras medidas) aplicados a movimientos (conversiones, despliegues, cambios de formación…) velocidad y volumen de fuegos de cada una de las organizaciones (sección, compañía, batallón…) Para García Arellano los Dragones debían ser instruidos principalmente como fuerzas de Caballería: “…me bastan, para fortalecer mi dictamen, más de treinta y tres años de servicio en los Dragones y haber hecho ocho Campañas. En todo ese tiempo dos veces han desmontado los Dragones, para llevarlos a el ataque de los Enemigos; luego, si solo dos veces han obrado como Infantería (estando montados) es evidente, que este servicio es accidental, y el de Caballería cotidiano”. Arellano, fue más allá, se mostró partidario de sancionar severamente cualquiera apertura del fuego sin desmontar, por haber sido causante de la desorganización de las formaciones de ataque montadas. La influencia doctrinaria del tratadista español y de otros como él consolidaron el uso del sable en la caballería española y abrieron cauces para el mayor uso de lanzas. Esto quedó plasmado en Bailén, con el eficaz desempeño de los regimientos montados de “Farnecio”, “Burgos” y los “Garrochistas” 3. JÓSEF DE SAN JUAN (teniente coronel español, autor de una valiosa adaptación de las ordenanzas citadas, destinada al perfeccionamiento de “jóvenes oficiales de caballería”) En su bREvE TRaTaDO DE LaS ObLIGaCIONES DE UN jOvEN OFICIaL DE CabaLLERÍa LIGERa… (Publicado en 1806), además adaptar y ampliar las Reales Ordenanzas que estaban vigentes sobre la temática, nos remite frecuentemente a su venerado Coronel de Dragones García Ramírez de Arellano. De su tratado he rescatado cuatro conceptos (hay muchos más) vinculados con el tema: - Cuando la caballería“…ataque a caballería hacerlo en batalla (desplegado), a distancia de mitad de frente, tomando instruida la segunda fila para reemplazar las fallas de la primera, y para arrojarse si conviene, sobre los flancos del enemigo…” - “… contra la infantería ha de observar lo siguiente: siempre que se le presente en campo raso, sin que tenga asegurados sus costados por caballería, o artillería, o terreno quebrado, que esté en formación de batalla (desplegado), cuadro vacío, a tres de fondo, o cualquiera otro que no sea el cuadrilongo lleno, o columna sólida, la atacará con la seguridad de conseguir completa victoria; pero si la infantería recurre a esta última, y única posición que tiene para libertarse de la caballería, esta le respetará...” “…Los fuegos de la Infantería los ha de distinguir para contrarrestarlos, o evitarlos. El fuego por pelotones, compañías, o divisiones, es el menos temido de la caballería por razón de que su ataque principal recae sobre tropa indefensa. El fuego continuo, o graneado es muy temible, porque por todas partes está el enemigo ofendiendo, y preparado; no obstante este fuego es muy difícil de sostener igual por largo tiempo. El fuego por filas es también respetable, pues aún en la débil formación de a tres de fondo consigue la infantería tener dos tercios de fuego prevenidos contra la caballería para el momento en que ésta se arroje sobre ella, y con el otro tercio está molestándola sin cesar…” - “…El fuego general, o de una descarga es más estrepitoso, aterra más a la caballería, le disminuye sus fuerzas en un golpe, y la desordena; pero a pesar de todo esto cualquiera caballería que conozca sus fuerzas, y ventajas se arrojará sobre la infantería al momento de recibir su descarga, con la seguridad de que aunque haya perdido en ella los dos tercios de gente, conseguirá el otro restante la completa destrucción de su enemiga…” fuego de artillería y otros recaudos. Veamos estos dos ejemplos. En las Guerras Napoleónicas quedó demostrado que esta última afirmación del tratadista español, además de temeraria y costosa, tuvo poca sustentación y que, un cuadro de infantería bien plantado, era invulnerable a cargas de caballería que no fuesen precedidas por el El primero, proviene de la Batalla de Arapiles (España, 1812) “…Irónicamente, lo que en principio debía ser más perjudicial para los alemanes, se convirtió por una casualidad en la destrucción de los franceses. El mismo Von der Decken, que había sido herido en la primera descarga, se las arregló para mantenerse sobre la silla de montar. La segunda descarga hirió de muerte a Von der Decken, cuyo caballo se precipitó violentamente contra el cuadro francés, llevándose por delante todo lo que encontró. El resultado fue un hueco en el cuadro francés, …, por el cual los dragones pudieron penetrar en el cuadro y cargar con sus temibles espadas largas de hoja recta…” (WIKIPEDIA) El segundo, fue extraído de la Batalla de Waterloo (1815) y pertenece al Cap Fortune Brack, perteneciente al Rgto Lanceros de la Guardia: “…Así es como se produjo la carga de la caballería imperial, …Luego estaban los cuadros de la infantería de línea, …, y después cuadros similares de infantería ligera hannoveriana; …Dimos la vuelta y acometimos contra los cuadros,…Algunos de ellos se mostraban tan impertérritos que seguían disparando salvas sucesivas ordenadamente por hileras…pero fueron los daños que la artillería nos estaban causando, en ausencia de todo apoyo de la infantería y la artillería a nuestro ataque, lo que determinó nuestra retirada…Cinco veces repetimos la carga; pero….” En aquella batalla, la caballería napoleónica, integrada por 5000 jinetes, se desangró por impericia táctica. SABLE O LANZA, EN LA CABALLERÍA PATRIOTA Presumo, que lo tratado hasta aquí, no estará siendo inocuo para un lector medianamente informado con nuestra propia Historia Militar. En mi caso, la lectura completa de los tres tratados activó nuevas inquietudes y averiguaciones, cuya sola enunciación excedería los alcances de este trabajo. -Si de sables se trata, aún a costa de recorrer caminos trillados, no puedo pasar por alto al corvo del General San Martín . Tengo la convicción que, el prócer, hubiese adquirido su shamshir costase lo que costase, con tal de poseer el mejor sable de caballería del momento. Aquel acto, a mi entender meramente profesional y propio de un experto, nada tuvo que ver con la modestia, sobriedad o costumbres espartanas que lo caracterizaban, tres virtudes que han resaltado muchos después de observar las características del arma. Hace un tiempo, admirando la famosa pintura de Jacques Luis David de 1801 (Una de las cinco versiones de “Napoleón cruzando los Alpes”), detecté las similitudes del sable del emperador con las del adquirido en Londres por nuestro general. Mis sospechas terminaron por ratificarse gracias a nuestro afamado artesano Juan Carlos Pallarols, quien, después de estudiar hasta el mínimo detalle el corvo original para hacer su facsímil, aseguró en tono coloquial: “Es un sable persa, de una calidad increíble. En aquella época, fines del 1700, todos los militares de alto rango lo tenían. Era la Ferrari del momento. Napoleón tenía este sable en la Campaña de Egipto. Es lo mejor que se ha hecho en la historia. Es como la katana japonesa, con la que podés cortar hierro en el aire” -En sintonía con su pasada formación militar y lo registrado por los que investigaron el tema (Orstein, Piccinali, Anschutz, Pascuali, entre ellos), la preferencia de San Martín por el sable parece indiscutible. El mismo prócer lo dio a entender por escrito el 19 de junio de 1813: “…la falta absoluta de sables y espadas para la caballería, hace indispensable su remplazos con lanzas” A pesar de ello, no dejó de armar sus escuadrones en forma equilibrada, la primera fila de granaderos con lanzas (de madera dura, largo 2, 5 m) y la segunda con sables. Ésta, a mi entender, fue una sabia adaptación de la experiencia acumulada, medios disponibles y necesidades operacionales. Así, nuestro prócer aseguraba para sus cargas la esencia de las enseñanzas recogidas y las que seguían surgiendo de las guerras napoleónicas (entonces en desarrollo): chocar a lanza y sablear de inmediato. -El Regimiento de Granaderos a Caballo y algunas unidades montadas que lo precedieron o sucedieron, además de ajustarse a los cánones napoleónicos propios de la caballería ligera cumplieron las funciones explicitadas para los dragones españoles. Según afirma el coronel de infantería José María Gárate Córdoba (Historia de la Caballería Argentina-Tomo I), “fueron más que descendientes hijos legítimos de los dragones” Esta enfática cita no se condice con lo ocurrido en la mayoría de los combates de los granaderos ni con su equipamiento, en donde la lanza nunca fue descartada, tal como ocurría con los dragones. En cuanto a los coraceros, aún en los casos en que estuvieron dotados con lanzas, se puede afirmar que nunca alcanzaron la dimensión operacional de caballería pesada francesa, mucho menos en los términos especificados por Conde de la Roché Aimon. -De más está recordar que, durante la primera década post revolucionaria, fue muchísimo más difícil equiparse con sables que con lanzas, por lo que no quedó más opción que combatir con las armas de filo que se tuvieron a mano (machetes, facones, dagas, desjarretadores…) De aquellas carencias no se salvaron ni los Granaderos, cuyos dos primeros escuadrones completaron su provisión de sables “de gauchada” y a horas de cargar en “San Lorenzo” La temprana fabricación de armas blancas (en Caroya especialmente), si bien fue un importante paliativo para las urgencias militares, nunca cubrió las necesidades de sables, arma blanca de producción más costosa y sofisticada que una lanza. Para tener una idea aproximada sobre cuál pudo ser el punto de partida en el equipamiento de sables sirve recordar que antes de la Revolución, en la fragata “Seaton”, ingresó al Virreynato un número indeterminado de sables ingleses modelo 1796 en 27 cajones (Cnl Lionel O. Dufaurd) y que, al rendirse Beresford se recuperaron “1208 espadas” ( Cnl Beverina) La forma de los sables ingleses (corvos como los franceses), con distintas modificaciones y con vaina de latón, se extendió hasta finales de la Campaña del Desierto en 1884. -El General Belgrano, en una carta que le dirigió al General San Martín desde Lagunillas (25 de septiembre de de 1813), coincidía con él en no menospreciar la lanza: “…convengo con V. en cuanto a la caballería, respecto de la espada y lanza, pero habiendo de propósito marchado cuando recién llegué a este ejército, más de 30 leguas hacia el enemigo con una escolta de 8 hombres con lanzas, y sin ninguna otra arma, para darles el ejemplo, aun así no he podido convencer, lo conozco, a nuestros paisanos de su utilidad; sólo gustan del arma de fuego y la espada; sin embargo, saliendo de esta acción, he de promover, sea del modo que fuese, un cuerpo de lanceros y adoptaré el modelo que V. me remite.” El mismo prócer no concebía el uniforme militar sin un sable (o espada) “…una vergüenza, es un desdoro que los Oficiales de este Ejército ni los Sargentos tengan un espadín, una espada o sable. Porque no hay donde comprarlas. Y es indispensable que V.E. se sirva a la mayor brevedad se remitan 200 de estas armas…” (Nota dirigida al Gobierno Superior Provisional de las Provincias Unidas-Campo Santo, 5 de mayo de 1812) Mucho de razón tenía el General Belgrano, basta con recordar que Venturas, el esclavo negro denunciante de la sublevación de Martín de Álzaga, además de la libertad y un escudo honorífico por ese servicio, recibió un uniforme completo, con sable por supuesto. -El General Paz en sus “Memorias”, refiriéndose a su propio concepto sobre la lanza y a la aversión que le provocaba a los integrantes del Ejército del Alto Perú, señalaba: “…los soldados se creían vilipendiados y envilecidos con el arma más formidable, para quien sabe hacer uso de ella. He visto llorar amargamente soldados valientes de caballería, y oficiales sumergidos en una profunda tristeza, porque su compañía había sido transformada en lanceros…, en la primera oportunidad, se tiraban las lanzas, para armar al caballero con una tercerola o un fusil largo, con el que, llegado el caso de un combate, hacía su disparo, sujetando su caballo para cargar cuando no tomaba la fuga. Yo, como uno de tantos, participaba de la crasa ignorancia de mis compañeros”… El mismo autor, al rememorar las acciones de Vilcapugio y Ayohuma, atestigua que la disposición de la infantería española en “cerrado cuadro, erizado de bayonetas…concurrió a que depusiéramos el horror a la lanza y la tomásemos con calor antes de pocos días…para el combate siguiente de Ayohuma, en efecto, habíase realizado una transformación completa en el armamento de la caballería a causa de que la experiencia había conseguido vencer el anterior prejuicio. Es así que el Regimiento de Dragones se presenta, en este combate, armado por mitad de carabinas y con lanzas, habiéndose distribuido, además un sable a los primeros, una pistola a los que usaban lanza. Y si bien los resultados de esta innovación no pudieron sentirse ya en ese combate –por la inactividad en que fue mantenida la caballería- sin embargo, la acción posterior de esta arma en la batalla ganaría mucho en eficacia con la adopción de la lanza, como pudo comprobarse en todos los encuentros en que intervino la caballería republicana en la campaña del Brasil”… -Existen numerosos documentos, además de lo aportado por Belgrano y Paz, en donde se comprueba que el uso de la lanza fue muy resistido durante años y que, esa antipatía, se prolongó hasta la Guerra con el Imperio del Brasil. El mejor testimonio del cambio de opinión lo reflejó un oficial que participó en el combate de Ombú, durante la persecución a los imperiales “El paso preciso del arroyo que debían vadear era bastante ancho, pero como se habían aglomerado todos en completo desorden, se estorbaban unos a otros y pudimos llegar a tiempo y causarles una gran mortandad. Allí por primera vez se vio el gran efecto que producían las lanzas, arma muy mal recibida por nuestros soldados, especialmente por los salteños que se creían degradados por ella, pues solo la usaron los gauchos en la guerra de la Independencia a falta de otra arma; después de esta pelea y recorriendo los muertos enemigos, casi todos estaban heridos de lanza, esta arma adquirió fama…”(Todd) Cabe resaltar que en aquella “consagración definitiva” (Beverina), de cinco regimientos dos cargaron exclusivamente con lanza y tres con lanza y sable. -Sarmiento, en su “Facundo”, atribuye la tendencia a sablear, en lugar de lancear, a la barbarie cultural que imperaba en nuestro suelo y a los desbordes irracionales de una guapeza gaucha de facón, ávida de ver los ojos del enemigo mientras lo desangraba. Nada más injusto para los servicios a la Patria brindados a sable o lanza por el Gaucho Argentino, comenzando por el mismo San Martín, en la acertada opinión del Tcnl Patricio Marenco. El inocultable desprecio del prócer por la cultura caudillista de a caballo, disimulada con esmero mientras estuvo a órdenes de Urquiza, no anduvo con medias tintas al condenar el primitivismo militar que sobrevino a la Guerra con el Imperio de Brasil, hito en que, según Sarmiento, la táctica sucumbió a la adicción del entrevero, fase final de la carga en donde las agallas se imponen a sablazos, sin importar bajas propias ni resultados tácticos. Salvo San Martín, Paz y algún otro unitario de a caballo, nadie escapó a su juicio lapidario, el que llegó a alcanzar a héroes de la talla de Lavalle y Lamadrid (pese a ser unitarios) Para que la mala tinta no manche los cuantiosos méritos de estos dos arquetipos del patriotismo y de la valentía argentina, no está de más recordar que en el caso de Lavalle “…igualarlo en coraje es muy difícil. Superarlo imposible” (Grl San Martín) En cuanto a Lamadrid, para quien “…el arma favorita era la lanza, …” (Quesada, “Pacheco y la Campaña de Cuyo” (1927)) , alcanza y sobra con saber que, por sus aptitudes militares, el General San Martín le regaló el sable con el que triunfó en San Lorenzo. -En la Guerra del Paraguay, pese a la participación de una caballería patriota numerosa, no se observan acciones decisivas, salvo en Yatay. Es evidente, por lo sucedido en las principales acciones bélicas, por las características del terreno y por las innecesarias pausas que tuvo la ofensiva aliada, que a la caballería no se le generaron condiciones para desarrollar sus mejores capacidades. Volviendo a nuestro interrogante, es oportuno destacar que a pesar de la deserción de la caballería entrerriana, en esta guerra se acentuó la preponderancia de la lanza, por ser el arma usada por los contingentes provinciales participantes (correntinos en su mayoría) y por los milicianos los que, por compartir frontera con el indio, desde tiempo atrás estaban armados con lanzas o con chuzas , descriptas por el coronel Best como “lanza improvisada con cuchillo o media tijera de esquilar…aparte de arma muy importante, era elemento muy útil para tomar la profundidad en los cursos de agua…protección contra el sol, la lluvia…preparar elementos flotantes…” De Yatay, he rescatado dos episodios incorporados por Beverina en “La Guerra del Paraguay” que nos hablan del protagonismo de la lanza en esta guerra. El primero pertenece al coronel oriental Cándido Robido: “…Era un cuadro emocionante ver cruzar aquellos escuadrones (argentinos y orientales) al galope haciendo flamear las banderolas de sus lanzas que muy pronto iban a estar teñidas de sangre…“ El segundo fue reseñado por Leopoldo Pellegrini, proveedor de un batallón del Ejército Argentino: “…pero no contaban con el “Regimiento 1 “de la caballería argentina…al mando del valiente coronel Segovia. Este regimiento a la voz de “Carguen” de su jefe vino lanza en ristre, atacó la caballería paraguaya, la desorganizó…” Respecto a los dos empleos restantes de la caballería, contra el indio y en la guerra civil, existe abundante documentación que abona la creciente preferencia de la lanza sobre el sable. Ya no sólo por su mayor facilidad de fabricación y menores costos, sino por cuestiones inherentes como arma. En una época en que “un indio hacía estragos con una lanza de tres metros y medio…” sobre soldados que no la manejaban con eficacia, muchos le encontraron ventajas y decidieron ponerlas al servicio de las sobradas cualidades de jinetes, como “el invencible Cnl Sáa al derribar con la punta de su lanza al famoso lancero ranquelino Epugner Rosas…” (La guerra contra el indio en la jurisdicción de San Luis, de Reynaldo Pastor) Otros, desafiando el menosprecio que le producía al indio enfrentar tropas dotadas con sables, encontraron en el señorío de esta arma la forma de diferenciarse de su enemigo y, lo más importante: mantener su compromiso de honor con el coraje. De allí, de esta resistencia tan hidalga como temeraria, proviene la demora del predominio de la lanza sobre el sable, cuando se produjo ya era tarde, la hora del Remington había llegado. Algo similar ocurrió en la Guerra Civil, en donde según mi estimación, la predilección por la lanza tuvo un efímero reinado de dos décadas, de Caseros (1852) a Don Gonzalo (1873). Después de esta última fecha, ambas armas blancas de la caballería cedieron el podio a las de fuego y se alternaron como armas de dotación de complemento durante más de medio siglo. La batalla de Don Gonzalo no fue la última vez que se combatió con lanzas y sables pero fue su epílogo, a partir de aquel fatídico revés de la caballería jordanista ya nadie dudaría de la supremacía de las armas de fuego (mucho menos de los fusiles a repetición y de la munición de artillería de fragmentación) Quizás, por eso, por la marcada disparidad en la letalidad de las armas de cada bando, haya lucido más radiante que nunca la valentía de uno de los que estuvieron al mando de los de lanza y sable: “Solo, bien montado en un hermoso caballo moro se vino sobre el 10 de línea, pasando al lado de la caballería de Undavarrena, un jinete entrerriano, gallardo mozo, de no sé de donde ni nadie sabrá nunca; se golpeó en la boca, hizo rayar su flete y descargando una pistola que llevaba en la diestra, dio media vuelta y a todo escape regresó de donde vino. No he visto audacia e insolencia igual. Un hermoso acto y por hermoso quedó impune pues no quise que le hicieran fuego los granaderos, que ya iban a hacer una descarga; y se fue sombrero negro de cinta roja, traje de terciopelo; la cola del caballo hecha nudo entrelazada con cintas rojas. ¡Qué curioso tipo! No sé si sería un loco, pero si lo era, era un loco sublime” (Ignacio H. Fotheringham, protagonista de dicha batalla, “La vida de un soldado”)