LA CRIPTA Joaquín López Compañ Título: La cripta Autor: © Joaquín López Compañ ISBN: 978–84–8454–652–8 Depósito legal: A–23–2008 Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33 C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante) www.ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87 C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante) www.gamma.fm [email protected] Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Dedico esta novela a mi esposa Vicen y a nuestro nieto Darío, por su mirada profunda y por su observación serena. Por su mensaje sincero y por su fortaleza plena, otorgándome la oportunidad de conocerlo. Agradecimientos Ha llegado el momento de que la novela favorita de mi esposa vea la luz, algunos la leerán, otros seguro que no, aunque siempre habrá alguien que le pueda interesar este trabajo de misterio esotérico creado desde la composición. “Cuando las alas del olvido se desplieguen en la octava noche, dos amantes sin fe, se encontrarán en el segundo cielo a la hora de las brujas, en ese momento, la luna alcanzará su cenit” Quiero agradecer a mi esposa Vicen, la capacidad de meter “pitol” como ella dice, compartiendo los avatares vividos en la realización, ilustración y diseño del trabajo. Doy las gracias a mi hijo Miguel Ángel y a su esposa Nuria, por haber permitido que dedique esta novela a mi nieto Darío, abriendo el pasaje de un puente que estoy dispuesto a recorrer hasta el final de su extremo, porque el desafío que representa ser padre me ha permitido comprender las luchas por las que tuvieron que pasar los míos y, quererlos aún más si cabe, a pesar, de que hoy se encuentra en un lejano lugar para nosotros inalcanzable. Doy las gracias a Miriam y a David, por sus importantes aprecios mostrados siempre en aras de la unidad. Doy las gracias a Miguel Garulo, por la gentileza mostrada a la hora de prologar esta novela. Doy las gracias a mis amigos: José Miguel Rodríguez, licenciado en filología y Antonio Frías, licenciado en geografía e historia, por sus desinteresadas colaboraciones en la corrección de los textos presentados. Doy las gracias a Felicidad Sánchez, Pascual Pérez, Susana, Marina Pérez, Juan Carlos Palomares, Francisco Vigueras, Miguel Ángel Fonseca y Juan Guill, por sus generosas aportaciones como personajes de La Cripta. Doy las gracias a María José Soerio, por su amistad y por la enorme capacidad que tiene para saber escuchar, a ella le debo compartir los trasiegos que el trabajo ha llevado, no en vano, tenemos record de conversación que ha alcanzado las ocho horas y esperamos superar. Quiero agradecer también a José Antonio López Vizcaíno, gerente de la Editorial 5 Joaquín López Compañ Club Universitario, por confiar en mi trabajo y haber decidido poner su empresa y esfuerzo para llevar adelante esta novela de misterio esotérico. 6 Prólogo Muchas veces he sentido, como tantos otros, esas pervivencias que van desde la mera sensación de haberme encontrado anteriormente en un escenario nuevo y que tendría que ser desconocido para mí, a premoniciones detalladas de algunos sucesos –por ahora más bien amables…, menos mal–. Supongo, vagamente, que aunque la mayor parte de nuestro tiempo la pasamos respondiendo como podemos a estímulos, rutinas, situaciones obligadas y todo eso, tenemos otros planes y propuestas para nuestras vidas que aunque no se cumplan de algún modo así los anticipamos. Cuando conocí a Joaquín López –empieza a hacer ya unos años– …, fue también junto a dos de los personajes que aparecen, un poco escondidos, en la novela que acabo de leer, Pascual y Felicidad. En aquel momento sentí una pequeña punzada, suavemente irónica, que me retrotraía por un lado a alguna lectura juvenil –pensaba en Salgari, a lo mejor también en Balzac o, quizá en Baroja–: Joaquín con sus ojos garzos y un pendiente, Pascual, tan pelirrojo y excitable, y Felicidad, calmosa y maternal, tenían que haber estado en una de aquellas novelas que leía a toda velocidad cuando hubiera tenido que hacer cosas más serias. Reconozco que de joven yo tenía el pelo muy negro y los pelirrojos me parecían muy novelables (y hasta intenté un idilio con una de cabellera cobriza, creo que por eso) y también tenía, creo que los sigo teniendo, los ojos muy negros, y los garzos como los de Joaquín también me parecían propios de otra realidad. También el pendiente me intrigaba en un líder vecinal, aunque hasta ahora no lo he dicho, estos tres amigos encabezaban y parece que lo siguen haciendo un movimiento ciudadano (casi mejor, cívico) frente o junto al que me ha tocado –¡el destino!– convivir desde entonces. La verdad es que, como dijo nuestro González, sin acritud. Pero, bueno, no lograba recordar dónde los había encontrado o imaginado y la usura de los días me iba haciendo olvidar qué 7 Joaquín López Compañ en algún relato (¿o en algún lugar?) habíamos coincidido, así es que cuando hace unos días Joaquín apareció en mi despacho con la insólita propuesta de que escribiera un prólogo a su primera novela, sentí de golpe la necesidad de recuperar ese momento porque yo había estado ya en una escena parecida. Esta mezcla de confusión y de sorpresa (sabía que Joaquín no tenía pereza en escribir en el periódico pero ni imaginaba que le diera por novelar) me impidió reaccionar a tiempo y negarme en redondo. En mi vida he escrito otra cosa que memorias o informes burrísimos y retrotrayéndome mucho sólo he encontrado una entrada a un catálogo de mi pintor preferido que no era exactamente lo que venía a pedirme. Bien, no me quedaba más que cumplir como un amigo, así es que empecé por leer las hojas recién producidas y tuve que reconocer que no me había engañado: las páginas enganchaban y se leían de un tirón. Pero realmente según iba avanzando entre las descripciones tangenciales de un Alicante sin nombre ese resquemor de algo anterior preconocido me tenía atrapado. Ya en el capítulo 3, cuando nuestro protagonista recibe en el cementerio una carta inesperada de la bella desconocida, empezó a cristalizarme una sospecha y, un poco más adelante, en el 15, cuando en sueños nuestro empresario, de noche se encuentra a una mujer delante del mausoleo y recibe una brutal sorpresa, ya tenía, digamos, en la punta de la lengua la casi certidumbre de saber dónde había visto a Joaquín y sus amigos y de dónde había nacido esta novela. Finalmente, cuando en el capítulo 35, la desconocida, Casandra, mira al empresario preguntando ¿A qué estás esperando? y repentinamente se trasmuta la escena, se produjo, también, mi anagnórisis: a Joaquín, a Pascual, a Felicidad, los había encontrado cuando leí hacia 1970 la primera traducción editada en español del Manuscrito encontrado en Zaragoza. Sin duda los imaginé (¿o los vi?) aquellos días entre las figuras que rodeaba al joven Alfonso van Worden. A partir de este reconocimiento terminé la novela volando (casi como lo hacían los espíritus del Manuscrito), con el sabor de la relectura. Bueno, es posible –cosas más difíciles pasan en La Cripta o en el Manuscrito– que el aventurero conde Potocki se haya reencarnado en Joaquín López. Tengo un amigo que se acuerda de muchos momentos de su vida intrauterina (y sin embargo a mí se me ha olvidado completamente). Al fin y al cabo Joaquín 8 La cripta también se ha aventurado de verdad en su vida y arrostrado peligros sin la fortuna familiar del conde, lo que, reconozco, tiene más mérito. Ahora, al terminar estas líneas, me pregunto cómo perviven los arquetipos literarios, cómo puede una mente vivaz y juvenil reencontrar una corriente maravillosa como la que actualiza el mundo estupendo y misterioso en donde junto a los malos, muy malos, como Tribulzio de Ravena, o Thibaud de La Jacquière o Alberto, conde de Monteolvido, está el bueno y caballeroso empresario/Alfonso van Worden/Joaquín López, que se atreve a desafiar los espíritus e intentar gozar de la belleza peregrina de una mujer que viene, que está, en el más allá: Emina o Zibedea/ Casandra–Aicha. ¿Será así la única manera de encontrar el amor de leyenda? La novela de Joaquín López es, con su inocencia, una caricia de la brisa del mar alicantino que nos conmueve, que nos levanta sobre esta existencia dejada, abandonada a lo mezquinamente real. Yo espero que esta fuente que ha encontrado mantenga un caudal constante y que de vez en cuando nos alegre las noches con historias de fantasmas que den miedo, sí, pero bastante menos que tantos otros, estos muy reales, que a Joaquín, a Pascual, a Felicidad y algunas veces a mí, se nos presentan. Miguel Garulo 9 Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero... Machado 13 Capítulo uno La cálida tarde de primavera invitaba a pasear. El empresario estaba aburrido. No sabía qué hacer. Salió de su casa sin rumbo ni dirección. No tenía prisa. Caminaba lento y tranquilo. Una suave brisa se había levantado. Acababa de pasar el puente e iba camino del cementerio. El poniente hacía bailar las copas de los cipreses que bordean el camino. No sabía como había llegado hasta el vial de los cipreses. Había cruzado el puente de la carretera por donde pasaba el tren que llegaba hasta la playa. En poco tiempo había llegado al final de la carretera. Estaba frente al cementerio, ante una gran explanada. – Hace tiempo que no paso por aquí. Este lugar ha crecido muchísimo. Apenas recuerdo como era. La plaza se encontraba iluminada por el claro atardecer y al fondo se levantaba la gran muralla del camposanto. – Parece como si fuera la primera vez que la veo. La majestuosa sillería de la necrópolis, presentaba un aspecto colosal. En el centro de la muralla la puerta de arte románico. Le traía a la memoria las viejas construcciones que se desarrollaron en la Europa de los siglos pasados entre X y XIII. La majestuosa belleza de la entrada lo había sorprendido gratamente. Contempla el edificio desde la distancia y observaba los relieves labrados en la pared. – Es un trabajo magnífico. Lo más impresionante es el tímpano de la bóveda. El empresario se acercó hasta el pórtico y observó con detalle el magnífico trabajo esculpido en la fachada. El tímpano ornamentado con figuras de ángeles, profetas, apóstoles y gárgolas. Resaltaba los relieves que sobresalían de las piedras. El conjunto ornamental finalizaba con una fastuosa cancela que servía para cerrar la ciudad de los muertos. Todavía era para el empresario una incógnita saber como había llegado hasta allí, pero la realidad era evidente, estaba frente a la puerta del cementerio. Nunca había sido su propósito llegar a ese lugar pero una vez que estaba allí pensó entrar. – Creo que es un buen momento para visitar a mis difuntos –ellos duermen el sueño de los justos–. Hace mucho tiempo que 15 Joaquín López Compañ no vengo. En realidad reconozco que soy bastante dejado para estas cosas. Vengo muy poco por no decir que no lo hago nunca. Ni siquiera lo hago el día de la fiesta. ¡Esa! La de Hallowein. ¡No, hombre...! El empresario sonrió mientras pensaba lo que había dicho. – ¡Ésa no! Es la otra. La de los difuntos. Vaya carrera la mía. 16 Capítulo dos El silencio llenaba el lugar. Atravesó el umbral y siguió caminando por el pasillo de la necrópolis. El pasaje central de grava gris que había en el interior del cementerio se jalonaba con arcos metálicos por donde la hiedra se enredaba formando amplias arcadas de hojas verdes y brillantes. El empresario caminaba por el pasillo, cuando le vino a la memoria un viejo recuerdo. – Si mi reminiscencia no falla, creo que voy por el mismo paseo que hacía con mi abuela. El recuerdo de aquellos lejanos tiempos abrió la puerta de su memoria, transportándolo hasta su niñez. Recodaba una tarde de domingo que acompañaba a su abuela. Viajaron en el tranvía y tras recorrer el mismo pasillo y llegar a la sepultura donde se encontraba enterrado su abuelo. (Hoy están sepultados los dos juntos en ese mismo lugar). Han pasado muchos años desde aquel día. La tarde era parecida a ésta. Salimos de casa alrededor de las cinco y subimos al tranvía. Éste llevaba remolque, cuando bajamos en la puerta del cementerio fuimos a comprar las flores en uno de los puestos. Mi yaya llevaba las flores y el cubo que había pedido en la floristería. Entramos al cementerio y caminamos por el pasillo de grava color gris hasta la tumba de mi abuelo. Nada más llegar, mi yaya empezó a limpiar la lápida con un trapo que había traído de casa. Yo era muy pequeño, apenas seis añitos. Estaba un poco asustado porque no veía a nadie por los alrededores, solo estábamos mi abuela y yo. La abuela había terminado de limpiar la tierra que ensuciaba la lápida, cuando cogiendo el cubo dijo: – Nene, ve a la fuente a buscar agua. El niño recogió el cubo y se marchó en busca del surtidor a cumplir lo que su yaya le había dicho. La fuente estaba varios cuadros más abajo, llegó al surtidor y llenó el balde que llevaba, terminado el trabajo que le habían mandado, quiso regresar donde su yaya pero no la veía por ningún sitio. No encontraba a su abuela y el niño se asustó mucho. El chirriar metálico del asa contra el cubo de zinc lo asustaba aún más. Empezaba a oscurecer 17 Joaquín López Compañ en el camposanto y el niño cada vez tenía más miedo. No veía a nadie por su alrededor y tampoco estaba su yaya. – La abundante imaginación del chaval, lo llevó a pensar cosas increíbles y su fantasía lo desbordó. – Me he perdido –tengo miedo–. Las lápidas con sus muertos dentro están por todas partes. Unas luces amarillas salen de las flores. Son los rayos del infierno. El niño estaba asustado, imaginaba que las almas de los demonios subían desde el infierno. – Me han descubierto. He robado el agua y vienen a por mí. El horror que tenía por las luces que veía, hacía que le temblaran las piernas. Tenía un nudo en la garganta y no podía gritar. Cada vez estaba más oscuro y las luces que salían de las flores eran más brillantes. Subían por el tallo y salían por la campana volando por encima de las lápidas. – Quiero gritar pero no puedo. Quiero llamar a mi yaya pero ella no está. El niño tenía un nudo en la garganta. Los demonios lo han descubierto. – Voy a esconderme detrás de ese árbol. Así no me verán. El pequeño estaba realmente asustado. Se había escondido tras el árbol que había elegido y se preguntaba. – ¿Donde estará mi yaya? ¿Por qué no viene? Los demonios me van a coger. Desde el escondite podía ver como la tarde oscurecía. El sol se ocultaba tras la muralla y el cementerio cada vez estaba más negro. – Las ánimas me están buscando. Mi yaya no viene. Seguro que los demonios la han cogido. En éstas estaba cuando de repente una voz a su espalda lo sorprendió. – ¿Qué estás haciendo ahí? El niño no reconoció la voz al principio. Estaba muy asustado para hacerlo. Se levantó de un salto y giró bruscamente buscando la voz que lo había reñido. Se encontraba pálido. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Estaba realmente asustado y pensó. – Me han descubierto. De pie frente a él y sin decir palabra, una figura junto al cubo lleno de agua le decía. – ¿Cómo tardas tanto en volver? El muchacho reconoció la figura y la voz de su yaya. Una sonrisa se dibujó en sus labios. La abuela le preguntó por qué tardaba en llevar el agua y el niño contestó. 18 La cripta – Me he perdido, y como no te veía, me he escondido para que los demonios no me cojan. La abuela sonrió y formuló una pregunta. – No digas más tonterías. ¿Qué demonios te van a coger? La respuesta de incredulidad de la abuela indignó al niño. – ¡Esos! ¿No lo ves? Salen de las flores y vienen a cogerme porque les he quitado el agua. La sonrisa de la abuela se amplió más, al escuchar el cuento del nieto. – ¡Venga! Date prisa y recoge el cubo. Vamos a terminar de limpiar de una vez. Se está haciendo tarde. Ahora mismo van a cerrar y todavía estamos aquí. Las palabras pronunciadas por su abuela tranquilizaron al chaval. Cogió el cubo por el asa y siguió a su yaya hasta la tumba, para terminar de limpiar la lápida de su abuelo. 19 Capítulo tres La campana de la ermita redoblaba. Había llegado el momento de salir del cementerio. Los empleados abandonaban el trabajo y se disponían a cerrar la cancela. El incesante repiqueteo, anunciaba la hora de cerrar. El empresario estaba frente a la tumba de sus abuelos. – Ha llegado el momento de marcharme. Los viejos recuerdos se habían borrado de su cabeza. Dedicó una breve oración y se despidió de ellos hasta mejor ocasión. – La visita había llegado a su fin. Se dispuso a marchar, cuando advirtió la presencia de una mujer. – ¿Se habrá dado cuenta de que van a cerrar? La mujer estaba absorta en sus pensamientos. Se encontraba a poca distancia. Estaba de espaldas frente a un viejo panteón. Vestía riguroso luto. La solitaria presencia le sorprendió. El ocaso del atardecer, abría las calas de las jardineras en las lápidas proyectando los fuegos fatuos y envolviendo el lugar en oscura penumbra. La sorprendente neblina que salía de la tierra ocultaba los pies de la mujer que la elevaba majestuosa en el espacio. – Parece una diosa. Tengo la impresión de que no se ha enterado de que van a cerrar. Está ausente y abstraída. No se ha dado cuenta de la campana. La soledad de aquella mujer le sobrecogió. Hacía un instante recordaba el miedo que había pasado cuando era pequeño. Su estática presencia le intriga y decidió acercarse a ella. – Siento una increíble sensación que me empuja. No la puedo controlar. Sus pasos se precipitan y las hojas secas crujían bajo sus pies. La mujer seguía inmóvil en el lugar, guardaba silencio y estaba absorta en sus pensamientos. El crepitar de la hojarasca interrumpió la meditación y se volvió bruscamente clavando los ojos en el recién llegado. El empresario quedó sorprendido al sentir la mirada de la mujer. Ésta llevaba un tocado negro y la fina rejilla de tul escondía la mitad de su rostro. Su piel pálida parecía de alabastro. 21 Joaquín López Compañ La desconocida esbozó una débil sonrisa y consiguió hacer que el empresario se detuviera. – Es una mujer preciosa. Muy bella. Realmente deliciosa. Durante un instante contemplaba a la bonita mujer que lucía una hermosa figura, alto talle y largas piernas que ocultaba bajo la falda que llegaba hasta las rodillas, enalteciendo aún más si cabía la altivez que mostraba. El empresario había quedado impresionado por la belleza de aquella mujer y con voz trémula preguntó. – ¿Señora, sabe que van a cerrar? La mujer seguía sonriendo y sin pronunciar palabra… El empresario se había quedado ensimismado. No sabía que decir, estaba fascinado y petrificado… La desconocida seguía en el mismo lugar, quieta, inmóvil y sin decir nada, entornó sus largas pestañas y sin perder la sonrisa se alejó del panteón, caminando por el largo corredor de grava. Observaba el empresario, como la mujer se alejaba contoneándose por el largo corredor, mientras pensaba. – El vaivén de sus caderas es delicioso. Y su delicadeza en los pasos al caminar es encantadora. Se aleja por el corredor en dirección a la puerta… El empresario se había quedado abstraído y boquiabierto con el bonito vaivén, cuando de pronto cayó en la cuenta. – Aún estoy aquí. Volvió a mirar como se alejaba y pensó. – El que se va a quedar en el cementerio voy a ser yo. ¿Será posible? Abandonó el mausoleo y salió corriendo por el pasillo, podía ver en su carrera como el vigilante del cementerio estaba cerrando la cancela, cuando gritó… – No cierre. ¡Aún estoy aquí! El vigilante del camposanto, detuvo durante un instante su acción, mientras llegaba el empresario y le permitió que saliera… – Menos mal. Si me descuido tengo que pasar aquí la noche. El empresario había llegado agitado al zaguán. La cancela estaba entreabierta y el vigilante esperaba para cerrar. Las gotas de sudor bañaban su rostro, está fatigado después de la carrera, a su llegada, el vigilante preguntó. – ¿Es que no ha escuchado la campana? Con palabras entrecortadas después de la carrera que se había dado, el empresario respondió. – ¡Sí! Perdone. Me he entretenido. Si me descuido no llego. Lo siento. 22 Capítulo cuatro El empresario había salido a la explanada del cementerio. Sólo tuvo tiempo de ver un coche negro que se alejaba por la avenida jalonada de cipreses. Tenía los cristales oscuros y no pudo ver nada en su interior. Las preguntas se amontonaron en su cabeza. – ¿Quién será esa mujer? ¿Qué le habrá sucedido? ¿Será muda? ¿Por qué no ha dicho nada? La desconocida no se había dignado a contestar a ninguna de las preguntas que el empresario había hecho. Estaba confundido por lo ocurrido. Necesita respuestas y las quería ya. Quería saber donde podía encontrar a esa mujer. – ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde puedo averiguar su paradero? –¿Cuál es su nombre? De repente, no lo pensó. – Ya tengo la solución. Regresó de nuevo al cementerio y decidió preguntar al vigilante que lo había dejado salir del sacramental. La verja estaba cerrada y no había nadie por el zaguán. El lugar parecía desierto, el empresario gritó para llamar la atención de alguien, sabía que el vigilante estaría cerca de la puerta. – Oiga señor. ¿Hay alguien? Al escuchar la llamada del exterior, el vigilante no tardó en aparecer. La rápida respuesta, hizo sonreír al empresario que de inmediato preguntó. – Hola una vez más. Perdone que lo moleste de nuevo. El vigilante del camposanto se acercó hasta la cancela. – ¿Qué desea? ¿Puedo servirle en algo? El empresario se apresuró a preguntar. – ¡Hola amigo! Perdone que vuelva a molestar. ¿Me permite unas preguntas? – Por supuesto –dijo el vigilante que se acercó a la verja. – ¿De qué se trata? La invitación realizada por el vigilante, abrió las preguntas del empresario. – Por casualidad... ¿Sabe quién es la mujer que se acaba de marchar? 23 Joaquín López Compañ El guarda uniformado no supo responder. – No. Lo siento. Lamento no poder ayudarle. No conozco a esa mujer. Solo puedo decirle que hace un mes, más o menos, viene todos los jueves por la tarde a visitar un viejo mausoleo. Se detiene frente a él y pasa muchas horas mirando la puerta. El vigilante se había animado en la conversación y siguió hablando. – Recuerdo una tarde cuando regresaba de hacer la ronda. Pasé por delante de la cripta y ella estaba allí. Dije buenas tardes y no me contestó. Estaba mirando fijamente la puerta del mausoleo. Las afirmaciones del vigilante llamaron la atención del empresario. – ¿No le resultó extraño? Esta tarde, a mí me ha pasado lo mismo. La pregunta del empresario no inquietó al vigilante. – ¡No! Esas cosas no me preocupan. Es lo único que he podido ver. No se decirle nada más. El interés del empresario por averiguar algo sobre la desconocida, lo llevó a formular una nueva pregunta. – ¿Ha podido hablar con el chofer? El interrogatorio empezó a ser molesto para el vigilante. – ¡No! Tampoco. Solo ella baja del coche. Al conductor no lo he visto nunca. No sé si es negro o blanco, hombre o mujer. No lo sé. La impertinencia del empresario nacida del interés de conocer, había sobrepasado los límites de la prudencia. Agradeció la ayuda que el vigilante le había prestado y finalizó el interrogatorio al que lo había sometido. – ¡Bien! Muchas gracias amigo. No molesto más, ha sido usted muy amable. – Hasta luego y muchas gracias de nuevo. El empresario dio media vuelta y se alejó de la cancela paseando lentamente. Tomo dirección a la carretera de los cipreses. Sus dudas seguían lo mismo que al principio, tanto era así, que se alejaba del cementerio sin dejar de pensar en la desconocida. Paseaba por la avenida tras haber hablado con el vigilante, cuando se dio cuenta que el único que había hablado con la desconocida había sido él. Ella no había dicho nada. Se había limitado a sonreír. Recordaba el empresario el encuentro que había tenido con la mujer. – Eso sí, ha sonreído de una forma encantadora. Y se ha marchado sin abrir la boca. ¿Será muda? Vaya tontería. ¡Como va a ser muda! No pienses disparates. 24 La cripta Ni un seductor Mañara, ni un Bradomir he sido, ya conocéis mi torpe aliño indumentario, más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario. Machado 25