la cripta - Editorial Club Universitario

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LA CRIPTA
Joaquín López Compañ
Título: La cripta
Autor: © Joaquín López Compañ
ISBN: 978–84–8454–652–8
Depósito legal: A–23–2008
Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33
C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante)
www.ecu.fm
Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87
C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante)
www.gamma.fm
[email protected]
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede
reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de
información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los
titulares del Copyright.
Dedico esta novela a mi esposa Vicen y a nuestro
nieto Darío, por su mirada profunda y por su
observación serena. Por su mensaje sincero y por
su fortaleza plena, otorgándome la oportunidad de
conocerlo.
Agradecimientos
Ha llegado el momento de que la novela favorita de mi esposa
vea la luz, algunos la leerán, otros seguro que no, aunque siempre
habrá alguien que le pueda interesar este trabajo de misterio
esotérico creado desde la composición.
“Cuando las alas del olvido se desplieguen en la octava noche,
dos amantes sin fe, se encontrarán en el segundo cielo a la
hora de las brujas, en ese momento, la luna alcanzará su cenit”
Quiero agradecer a mi esposa Vicen, la capacidad de meter
“pitol” como ella dice, compartiendo los avatares vividos en la
realización, ilustración y diseño del trabajo. Doy las gracias a mi
hijo Miguel Ángel y a su esposa Nuria, por haber permitido que
dedique esta novela a mi nieto Darío, abriendo el pasaje de un
puente que estoy dispuesto a recorrer hasta el final de su extremo,
porque el desafío que representa ser padre me ha permitido
comprender las luchas por las que tuvieron que pasar los míos y,
quererlos aún más si cabe, a pesar, de que hoy se encuentra en un
lejano lugar para nosotros inalcanzable. Doy las gracias a Miriam
y a David, por sus importantes aprecios mostrados siempre en
aras de la unidad.
Doy las gracias a Miguel Garulo, por la gentileza mostrada
a la hora de prologar esta novela. Doy las gracias a mis amigos:
José Miguel Rodríguez, licenciado en filología y Antonio Frías,
licenciado en geografía e historia, por sus desinteresadas
colaboraciones en la corrección de los textos presentados. Doy
las gracias a Felicidad Sánchez, Pascual Pérez, Susana, Marina
Pérez, Juan Carlos Palomares, Francisco Vigueras, Miguel Ángel
Fonseca y Juan Guill, por sus generosas aportaciones como
personajes de La Cripta. Doy las gracias a María José Soerio,
por su amistad y por la enorme capacidad que tiene para saber
escuchar, a ella le debo compartir los trasiegos que el trabajo
ha llevado, no en vano, tenemos record de conversación que ha
alcanzado las ocho horas y esperamos superar. Quiero agradecer
también a José Antonio López Vizcaíno, gerente de la Editorial
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Joaquín López Compañ
Club Universitario, por confiar en mi trabajo y haber decidido
poner su empresa y esfuerzo para llevar adelante esta novela de
misterio esotérico.
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Prólogo
Muchas veces he sentido, como tantos otros, esas pervivencias que
van desde la mera sensación de haberme encontrado anteriormente
en un escenario nuevo y que tendría que ser desconocido para mí, a
premoniciones detalladas de algunos sucesos –por ahora más bien
amables…, menos mal–. Supongo, vagamente, que aunque la mayor
parte de nuestro tiempo la pasamos respondiendo como podemos a
estímulos, rutinas, situaciones obligadas y todo eso, tenemos otros
planes y propuestas para nuestras vidas que aunque no se cumplan
de algún modo así los anticipamos.
Cuando conocí a Joaquín López –empieza a hacer ya unos años–
…, fue también junto a dos de los personajes que aparecen, un poco
escondidos, en la novela que acabo de leer, Pascual y Felicidad. En
aquel momento sentí una pequeña punzada, suavemente irónica,
que me retrotraía por un lado a alguna lectura juvenil –pensaba en
Salgari, a lo mejor también en Balzac o, quizá en Baroja–: Joaquín
con sus ojos garzos y un pendiente, Pascual, tan pelirrojo y excitable,
y Felicidad, calmosa y maternal, tenían que haber estado en una de
aquellas novelas que leía a toda velocidad cuando hubiera tenido
que hacer cosas más serias. Reconozco que de joven yo tenía el pelo
muy negro y los pelirrojos me parecían muy novelables (y hasta
intenté un idilio con una de cabellera cobriza, creo que por eso) y
también tenía, creo que los sigo teniendo, los ojos muy negros, y los
garzos como los de Joaquín también me parecían propios de otra
realidad.
También el pendiente me intrigaba en un líder vecinal, aunque
hasta ahora no lo he dicho, estos tres amigos encabezaban y parece
que lo siguen haciendo un movimiento ciudadano (casi mejor,
cívico) frente o junto al que me ha tocado –¡el destino!– convivir
desde entonces. La verdad es que, como dijo nuestro González, sin
acritud.
Pero, bueno, no lograba recordar dónde los había encontrado
o imaginado y la usura de los días me iba haciendo olvidar qué
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Joaquín López Compañ
en algún relato (¿o en algún lugar?) habíamos coincidido, así es
que cuando hace unos días Joaquín apareció en mi despacho con
la insólita propuesta de que escribiera un prólogo a su primera
novela, sentí de golpe la necesidad de recuperar ese momento
porque yo había estado ya en una escena parecida. Esta mezcla
de confusión y de sorpresa (sabía que Joaquín no tenía pereza en
escribir en el periódico pero ni imaginaba que le diera por novelar)
me impidió reaccionar a tiempo y negarme en redondo. En mi
vida he escrito otra cosa que memorias o informes burrísimos
y retrotrayéndome mucho sólo he encontrado una entrada a un
catálogo de mi pintor preferido que no era exactamente lo que
venía a pedirme.
Bien, no me quedaba más que cumplir como un amigo, así
es que empecé por leer las hojas recién producidas y tuve que
reconocer que no me había engañado: las páginas enganchaban
y se leían de un tirón. Pero realmente según iba avanzando
entre las descripciones tangenciales de un Alicante sin nombre
ese resquemor de algo anterior preconocido me tenía atrapado.
Ya en el capítulo 3, cuando nuestro protagonista recibe en el
cementerio una carta inesperada de la bella desconocida, empezó
a cristalizarme una sospecha y, un poco más adelante, en el 15,
cuando en sueños nuestro empresario, de noche se encuentra a
una mujer delante del mausoleo y recibe una brutal sorpresa, ya
tenía, digamos, en la punta de la lengua la casi certidumbre de
saber dónde había visto a Joaquín y sus amigos y de dónde había
nacido esta novela.
Finalmente, cuando en el capítulo 35, la desconocida,
Casandra, mira al empresario preguntando ¿A qué estás
esperando? y repentinamente se trasmuta la escena, se produjo,
también, mi anagnórisis: a Joaquín, a Pascual, a Felicidad, los
había encontrado cuando leí hacia 1970 la primera traducción
editada en español del Manuscrito encontrado en Zaragoza.
Sin duda los imaginé (¿o los vi?) aquellos días entre las figuras
que rodeaba al joven Alfonso van Worden. A partir de este
reconocimiento terminé la novela volando (casi como lo hacían
los espíritus del Manuscrito), con el sabor de la relectura.
Bueno, es posible –cosas más difíciles pasan en La Cripta o
en el Manuscrito– que el aventurero conde Potocki se haya
reencarnado en Joaquín López. Tengo un amigo que se acuerda
de muchos momentos de su vida intrauterina (y sin embargo a
mí se me ha olvidado completamente). Al fin y al cabo Joaquín
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La cripta
también se ha aventurado de verdad en su vida y arrostrado
peligros sin la fortuna familiar del conde, lo que, reconozco, tiene
más mérito.
Ahora, al terminar estas líneas, me pregunto cómo perviven
los arquetipos literarios, cómo puede una mente vivaz y juvenil
reencontrar una corriente maravillosa como la que actualiza el
mundo estupendo y misterioso en donde junto a los malos, muy
malos, como Tribulzio de Ravena, o Thibaud de La Jacquière
o Alberto, conde de Monteolvido, está el bueno y caballeroso
empresario/Alfonso van Worden/Joaquín López, que se atreve
a desafiar los espíritus e intentar gozar de la belleza peregrina de
una mujer que viene, que está, en el más allá: Emina o Zibedea/
Casandra–Aicha. ¿Será así la única manera de encontrar el
amor de leyenda?
La novela de Joaquín López es, con su inocencia, una caricia
de la brisa del mar alicantino que nos conmueve, que nos levanta
sobre esta existencia dejada, abandonada a lo mezquinamente
real.
Yo espero que esta fuente que ha encontrado mantenga un
caudal constante y que de vez en cuando nos alegre las noches
con historias de fantasmas que den miedo, sí, pero bastante
menos que tantos otros, estos muy reales, que a Joaquín, a
Pascual, a Felicidad y algunas veces a mí, se nos presentan.
Miguel Garulo
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Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero...
Machado
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Capítulo uno
La cálida tarde de primavera invitaba a pasear. El empresario
estaba aburrido. No sabía qué hacer. Salió de su casa sin rumbo ni
dirección. No tenía prisa. Caminaba lento y tranquilo. Una suave
brisa se había levantado. Acababa de pasar el puente e iba camino
del cementerio. El poniente hacía bailar las copas de los cipreses
que bordean el camino. No sabía como había llegado hasta el vial
de los cipreses. Había cruzado el puente de la carretera por donde
pasaba el tren que llegaba hasta la playa. En poco tiempo había
llegado al final de la carretera. Estaba frente al cementerio, ante
una gran explanada.
– Hace tiempo que no paso por aquí. Este lugar ha crecido
muchísimo. Apenas recuerdo como era.
La plaza se encontraba iluminada por el claro atardecer y al
fondo se levantaba la gran muralla del camposanto.
– Parece como si fuera la primera vez que la veo.
La majestuosa sillería de la necrópolis, presentaba un aspecto
colosal. En el centro de la muralla la puerta de arte románico. Le
traía a la memoria las viejas construcciones que se desarrollaron
en la Europa de los siglos pasados entre X y XIII. La majestuosa
belleza de la entrada lo había sorprendido gratamente. Contempla
el edificio desde la distancia y observaba los relieves labrados en la
pared.
– Es un trabajo magnífico. Lo más impresionante es el tímpano
de la bóveda.
El empresario se acercó hasta el pórtico y observó con detalle el
magnífico trabajo esculpido en la fachada. El tímpano ornamentado
con figuras de ángeles, profetas, apóstoles y gárgolas. Resaltaba
los relieves que sobresalían de las piedras. El conjunto ornamental
finalizaba con una fastuosa cancela que servía para cerrar la ciudad
de los muertos. Todavía era para el empresario una incógnita saber
como había llegado hasta allí, pero la realidad era evidente, estaba
frente a la puerta del cementerio. Nunca había sido su propósito
llegar a ese lugar pero una vez que estaba allí pensó entrar.
– Creo que es un buen momento para visitar a mis difuntos
–ellos duermen el sueño de los justos–. Hace mucho tiempo que
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Joaquín López Compañ
no vengo. En realidad reconozco que soy bastante dejado para
estas cosas. Vengo muy poco por no decir que no lo hago nunca.
Ni siquiera lo hago el día de la fiesta. ¡Esa! La de Hallowein. ¡No,
hombre...!
El empresario sonrió mientras pensaba lo que había dicho.
– ¡Ésa no! Es la otra. La de los difuntos. Vaya carrera la mía.
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Capítulo dos
El silencio llenaba el lugar. Atravesó el umbral y siguió
caminando por el pasillo de la necrópolis. El pasaje central de
grava gris que había en el interior del cementerio se jalonaba
con arcos metálicos por donde la hiedra se enredaba formando
amplias arcadas de hojas verdes y brillantes. El empresario
caminaba por el pasillo, cuando le vino a la memoria un viejo
recuerdo.
– Si mi reminiscencia no falla, creo que voy por el mismo
paseo que hacía con mi abuela.
El recuerdo de aquellos lejanos tiempos abrió la puerta de su
memoria, transportándolo hasta su niñez. Recodaba una tarde
de domingo que acompañaba a su abuela. Viajaron en el tranvía
y tras recorrer el mismo pasillo y llegar a la sepultura donde se
encontraba enterrado su abuelo. (Hoy están sepultados los dos
juntos en ese mismo lugar).
Han pasado muchos años desde aquel día. La tarde era
parecida a ésta. Salimos de casa alrededor de las cinco y subimos
al tranvía. Éste llevaba remolque, cuando bajamos en la puerta
del cementerio fuimos a comprar las flores en uno de los puestos.
Mi yaya llevaba las flores y el cubo que había pedido en la
floristería. Entramos al cementerio y caminamos por el pasillo
de grava color gris hasta la tumba de mi abuelo. Nada más llegar,
mi yaya empezó a limpiar la lápida con un trapo que había traído
de casa. Yo era muy pequeño, apenas seis añitos. Estaba un
poco asustado porque no veía a nadie por los alrededores, solo
estábamos mi abuela y yo. La abuela había terminado de limpiar
la tierra que ensuciaba la lápida, cuando cogiendo el cubo dijo:
– Nene, ve a la fuente a buscar agua.
El niño recogió el cubo y se marchó en busca del surtidor a
cumplir lo que su yaya le había dicho. La fuente estaba varios
cuadros más abajo, llegó al surtidor y llenó el balde que llevaba,
terminado el trabajo que le habían mandado, quiso regresar
donde su yaya pero no la veía por ningún sitio. No encontraba a
su abuela y el niño se asustó mucho. El chirriar metálico del asa
contra el cubo de zinc lo asustaba aún más. Empezaba a oscurecer
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Joaquín López Compañ
en el camposanto y el niño cada vez tenía más miedo. No veía a
nadie por su alrededor y tampoco estaba su yaya.
– La abundante imaginación del chaval, lo llevó a pensar
cosas increíbles y su fantasía lo desbordó.
– Me he perdido –tengo miedo–. Las lápidas con sus muertos
dentro están por todas partes. Unas luces amarillas salen de las
flores. Son los rayos del infierno.
El niño estaba asustado, imaginaba que las almas de los
demonios subían desde el infierno.
– Me han descubierto. He robado el agua y vienen a por mí.
El horror que tenía por las luces que veía, hacía que le
temblaran las piernas. Tenía un nudo en la garganta y no podía
gritar. Cada vez estaba más oscuro y las luces que salían de las
flores eran más brillantes. Subían por el tallo y salían por la
campana volando por encima de las lápidas.
– Quiero gritar pero no puedo. Quiero llamar a mi yaya pero
ella no está.
El niño tenía un nudo en la garganta. Los demonios lo han
descubierto.
– Voy a esconderme detrás de ese árbol. Así no me verán.
El pequeño estaba realmente asustado. Se había escondido
tras el árbol que había elegido y se preguntaba.
– ¿Donde estará mi yaya? ¿Por qué no viene? Los demonios
me van a coger.
Desde el escondite podía ver como la tarde oscurecía. El sol
se ocultaba tras la muralla y el cementerio cada vez estaba más
negro.
– Las ánimas me están buscando. Mi yaya no viene. Seguro
que los demonios la han cogido.
En éstas estaba cuando de repente una voz a su espalda lo
sorprendió.
– ¿Qué estás haciendo ahí?
El niño no reconoció la voz al principio. Estaba muy asustado
para hacerlo. Se levantó de un salto y giró bruscamente buscando
la voz que lo había reñido. Se encontraba pálido. Las lágrimas
corrían por sus mejillas. Estaba realmente asustado y pensó.
– Me han descubierto.
De pie frente a él y sin decir palabra, una figura junto al cubo
lleno de agua le decía.
– ¿Cómo tardas tanto en volver?
El muchacho reconoció la figura y la voz de su yaya. Una
sonrisa se dibujó en sus labios. La abuela le preguntó por qué
tardaba en llevar el agua y el niño contestó.
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La cripta
– Me he perdido, y como no te veía, me he escondido para que
los demonios no me cojan.
La abuela sonrió y formuló una pregunta.
– No digas más tonterías. ¿Qué demonios te van a coger?
La respuesta de incredulidad de la abuela indignó al niño.
– ¡Esos! ¿No lo ves? Salen de las flores y vienen a cogerme
porque les he quitado el agua.
La sonrisa de la abuela se amplió más, al escuchar el cuento
del nieto.
– ¡Venga! Date prisa y recoge el cubo. Vamos a terminar de
limpiar de una vez. Se está haciendo tarde. Ahora mismo van a
cerrar y todavía estamos aquí.
Las palabras pronunciadas por su abuela tranquilizaron al
chaval. Cogió el cubo por el asa y siguió a su yaya hasta la tumba,
para terminar de limpiar la lápida de su abuelo.
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Capítulo tres
La campana de la ermita redoblaba. Había llegado el
momento de salir del cementerio. Los empleados abandonaban el
trabajo y se disponían a cerrar la cancela. El incesante repiqueteo,
anunciaba la hora de cerrar. El empresario estaba frente a la
tumba de sus abuelos.
– Ha llegado el momento de marcharme.
Los viejos recuerdos se habían borrado de su cabeza. Dedicó
una breve oración y se despidió de ellos hasta mejor ocasión.
– La visita había llegado a su fin.
Se dispuso a marchar, cuando advirtió la presencia de una
mujer.
– ¿Se habrá dado cuenta de que van a cerrar?
La mujer estaba absorta en sus pensamientos. Se encontraba
a poca distancia. Estaba de espaldas frente a un viejo panteón.
Vestía riguroso luto. La solitaria presencia le sorprendió. El
ocaso del atardecer, abría las calas de las jardineras en las lápidas
proyectando los fuegos fatuos y envolviendo el lugar en oscura
penumbra. La sorprendente neblina que salía de la tierra ocultaba
los pies de la mujer que la elevaba majestuosa en el espacio.
– Parece una diosa. Tengo la impresión de que no se ha
enterado de que van a cerrar. Está ausente y abstraída. No se ha
dado cuenta de la campana.
La soledad de aquella mujer le sobrecogió. Hacía un instante
recordaba el miedo que había pasado cuando era pequeño. Su
estática presencia le intriga y decidió acercarse a ella.
– Siento una increíble sensación que me empuja. No la puedo
controlar.
Sus pasos se precipitan y las hojas secas crujían bajo sus
pies. La mujer seguía inmóvil en el lugar, guardaba silencio y
estaba absorta en sus pensamientos. El crepitar de la hojarasca
interrumpió la meditación y se volvió bruscamente clavando los
ojos en el recién llegado.
El empresario quedó sorprendido al sentir la mirada de
la mujer. Ésta llevaba un tocado negro y la fina rejilla de tul
escondía la mitad de su rostro. Su piel pálida parecía de alabastro.
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Joaquín López Compañ
La desconocida esbozó una débil sonrisa y consiguió hacer que el
empresario se detuviera.
– Es una mujer preciosa. Muy bella. Realmente deliciosa.
Durante un instante contemplaba a la bonita mujer que lucía
una hermosa figura, alto talle y largas piernas que ocultaba bajo
la falda que llegaba hasta las rodillas, enalteciendo aún más
si cabía la altivez que mostraba. El empresario había quedado
impresionado por la belleza de aquella mujer y con voz trémula
preguntó.
– ¿Señora, sabe que van a cerrar?
La mujer seguía sonriendo y sin pronunciar palabra… El
empresario se había quedado ensimismado. No sabía que decir,
estaba fascinado y petrificado… La desconocida seguía en el
mismo lugar, quieta, inmóvil y sin decir nada, entornó sus largas
pestañas y sin perder la sonrisa se alejó del panteón, caminando
por el largo corredor de grava.
Observaba el empresario, como la mujer se alejaba
contoneándose por el largo corredor, mientras pensaba.
– El vaivén de sus caderas es delicioso. Y su delicadeza en
los pasos al caminar es encantadora. Se aleja por el corredor en
dirección a la puerta…
El empresario se había quedado abstraído y boquiabierto con
el bonito vaivén, cuando de pronto cayó en la cuenta.
– Aún estoy aquí.
Volvió a mirar como se alejaba y pensó.
– El que se va a quedar en el cementerio voy a ser yo. ¿Será
posible?
Abandonó el mausoleo y salió corriendo por el pasillo, podía
ver en su carrera como el vigilante del cementerio estaba cerrando
la cancela, cuando gritó…
– No cierre. ¡Aún estoy aquí!
El vigilante del camposanto, detuvo durante un instante su
acción, mientras llegaba el empresario y le permitió que saliera…
– Menos mal. Si me descuido tengo que pasar aquí la noche.
El empresario había llegado agitado al zaguán. La cancela
estaba entreabierta y el vigilante esperaba para cerrar. Las gotas
de sudor bañaban su rostro, está fatigado después de la carrera, a
su llegada, el vigilante preguntó.
– ¿Es que no ha escuchado la campana?
Con palabras entrecortadas después de la carrera que se había
dado, el empresario respondió.
– ¡Sí! Perdone. Me he entretenido. Si me descuido no llego. Lo
siento.
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Capítulo cuatro
El empresario había salido a la explanada del cementerio. Sólo
tuvo tiempo de ver un coche negro que se alejaba por la avenida
jalonada de cipreses. Tenía los cristales oscuros y no pudo ver
nada en su interior. Las preguntas se amontonaron en su cabeza.
– ¿Quién será esa mujer? ¿Qué le habrá sucedido? ¿Será
muda? ¿Por qué no ha dicho nada?
La desconocida no se había dignado a contestar a ninguna de
las preguntas que el empresario había hecho. Estaba confundido
por lo ocurrido. Necesita respuestas y las quería ya. Quería saber
donde podía encontrar a esa mujer.
– ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde puedo averiguar su paradero?
–¿Cuál es su nombre?
De repente, no lo pensó.
– Ya tengo la solución.
Regresó de nuevo al cementerio y decidió preguntar al
vigilante que lo había dejado salir del sacramental. La verja estaba
cerrada y no había nadie por el zaguán. El lugar parecía desierto,
el empresario gritó para llamar la atención de alguien, sabía que
el vigilante estaría cerca de la puerta.
– Oiga señor. ¿Hay alguien?
Al escuchar la llamada del exterior, el vigilante no tardó en
aparecer. La rápida respuesta, hizo sonreír al empresario que de
inmediato preguntó.
– Hola una vez más. Perdone que lo moleste de nuevo.
El vigilante del camposanto se acercó hasta la cancela.
– ¿Qué desea? ¿Puedo servirle en algo?
El empresario se apresuró a preguntar.
– ¡Hola amigo! Perdone que vuelva a molestar. ¿Me permite
unas preguntas?
– Por supuesto –dijo el vigilante que se acercó a la verja.
– ¿De qué se trata?
La invitación realizada por el vigilante, abrió las preguntas del
empresario.
– Por casualidad... ¿Sabe quién es la mujer que se acaba de
marchar?
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Joaquín López Compañ
El guarda uniformado no supo responder.
– No. Lo siento. Lamento no poder ayudarle. No conozco a esa
mujer. Solo puedo decirle que hace un mes, más o menos, viene
todos los jueves por la tarde a visitar un viejo mausoleo. Se detiene
frente a él y pasa muchas horas mirando la puerta.
El vigilante se había animado en la conversación y siguió
hablando.
– Recuerdo una tarde cuando regresaba de hacer la ronda. Pasé
por delante de la cripta y ella estaba allí. Dije buenas tardes y no
me contestó. Estaba mirando fijamente la puerta del mausoleo.
Las afirmaciones del vigilante llamaron la atención del
empresario.
– ¿No le resultó extraño? Esta tarde, a mí me ha pasado lo
mismo.
La pregunta del empresario no inquietó al vigilante.
– ¡No! Esas cosas no me preocupan. Es lo único que he podido
ver. No se decirle nada más.
El interés del empresario por averiguar algo sobre la
desconocida, lo llevó a formular una nueva pregunta.
– ¿Ha podido hablar con el chofer?
El interrogatorio empezó a ser molesto para el vigilante.
– ¡No! Tampoco. Solo ella baja del coche. Al conductor no lo
he visto nunca. No sé si es negro o blanco, hombre o mujer. No lo
sé.
La impertinencia del empresario nacida del interés de conocer,
había sobrepasado los límites de la prudencia. Agradeció la ayuda
que el vigilante le había prestado y finalizó el interrogatorio al que
lo había sometido.
– ¡Bien! Muchas gracias amigo. No molesto más, ha sido usted
muy amable.
– Hasta luego y muchas gracias de nuevo.
El empresario dio media vuelta y se alejó de la cancela
paseando lentamente. Tomo dirección a la carretera de los
cipreses. Sus dudas seguían lo mismo que al principio, tanto
era así, que se alejaba del cementerio sin dejar de pensar en la
desconocida. Paseaba por la avenida tras haber hablado con el
vigilante, cuando se dio cuenta que el único que había hablado
con la desconocida había sido él. Ella no había dicho nada. Se
había limitado a sonreír. Recordaba el empresario el encuentro
que había tenido con la mujer.
– Eso sí, ha sonreído de una forma encantadora. Y se ha
marchado sin abrir la boca. ¿Será muda? Vaya tontería. ¡Como va
a ser muda! No pienses disparates.
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La cripta
Ni un seductor Mañara,
ni un Bradomir he sido,
ya conocéis mi torpe aliño indumentario,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Machado
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