10255735 01/12/2004 12:54 a.m. Page 1 6B |EL SIGLO DE DURANGO | LUNES 12 DE ENERO DE 2004 LES LUTHIERS El que nace pobre y feo tiene grandes posibilidades de que, al crecer, desarrolle ambas condiciones. LUNES DE CULTURA AMANTES DE EUTERPE MELÓMANO EN LA ALCOBA: MARCO ANTONIO ALVARADO Yes, uno de los principales forjadores del rock progresivo, regresa por sus propios fueros, estrenando una indispensable caja recopilatoria que abarca una retrospectiva de toda su obra. El pretexto, la celebración de 35 años de carrera y el regreso de su formación clásica: Jon Anderson, Chris Squire, Steve Howe, Alan White, y el mago de los teclados, Rick Wakeman. Efectivamente, para los que pensaron que solamente el hit internacional “Owner of a Lonely Herat” era su carta de presentación, ahora tendrán la oportunidad de conocer por completo al grupo que llevó al rock a las más altas esferas de sofisticación y excesos. Sus obras son lienzos donde se plasmaron intrincadas composiciones, repletas de murallas sónicas tejidas por los intrincados solos de guitarra de Steve Howe, las místicas y cósmicas letras de Anderson, los paisajes sónicos de Wakeman con los primeros sintetizadores, apoyados por la sólida sección rítmica de Squire y del baterista Bill Bruford en sus primeros años. Las fantásticas ilustraciones de sus portadas definieron a esta banda inglesa. Se incluyen en este box set bellamente ilustrado por Roger Dean, desde los primeros covers a canciones de los Beatles, hasta la más reciente producción del 2003, con orquesta sinfónica. Desde luego, tienen un papel primordial los discos clásicos “Yes Album”, “Fragile”, “Close to the Edge”, “Tales from Topographic Oceans” (todo un hito en su tiempo, álbum conceptual que causó controversia, pues es una pieza doble con sólo cuatro temas de más de veinte minutos cada uno, excesivo para unos, apoteósico para otros), “Relayer” y “Going for the One”. Estos álbumes son considerados como el sonido Clasic Yes, y fueron concebidos durante el periodo de 1970 a 1977. La etapa más comercial de Yes es también incluida en este box set quíntuple, con muestras del multiplatino 90125, “Big Generator”, producciones donde el liderato lo asume el guitarrista y cantante Trevor Rabin, autor de la mayoría de los temas de esa época, que también produjo el ambicioso “Talk” de 1994. En estos años ochenteros la principal característica es la inestabilidad, con dos Yes al mismo tiempo (el grupo Anderson, Bruford, Wakeman y Howe publicó un hermoso álbum al estilo antiguo llamándose “Abwh”), así como el caótico álbum “Union”. El quinto o sexto aire de esta veterana agrupación sucede en 1996, con la reunión de la ya mencionada formación clásica, donde se producen dos excelentes producciones dobles con material nuevo de estudio y el resto una excelente interpretación en vivo. “Keys to Ascension” 1 y 2 es revisado aquí, así como los nuevos “Open your Eyes”, el magnífico “The Ladder” (2000) y el recién publicado “Magnification”. Se podrán encontrar entonces desde los más elaborados temas como “Close to the Edge”, “Revealing Science of God” y “Mind Drive”, de más de 20 minutos cada una, así como las accesibles “Leave it” y “Love will Find a Way”, que coquetearon con el hit parade. Temas delirantes como “America” (de Paul Simon) y “Siberian Kathru” se han visto beneficiados por la remasterización de última generación. La importancia de Yes, en la música sólo el tiempo lo dirá, sin embargo, hay que agradecer que su historia se siga escribiendo, pues ya se anunció la nueva gira mundial con visita obligada en nuestro país. (Aunque no lo crean, el pasado 8 de diciembre del 2002 abarrotaron el Auditorio Nacional, provocando el delirio colectivo con “Heart of the Sunrise”, “Awaken” y “Roundabout”). Junto al primer Génesis, King Crimson y Pink Floyd, Yes es una de las piedras angulares del progresivo, en su carácter sinfónico, y parada obligada para cualquiera que se precie de ser conocedor de la nueva música clásica. Permiso para subir a la cornisa del olvido René Rodríguez Soriano Ilustración: Miguel Ángel de Jesús Esparza Aldaba Toqué las puertas de la risa y me burlaron. Pisé los adoquines, las esquirlas y las alfombras de un tequiero almidonado. Trepé los aposentos de la espuma, del miedo y del espanto. Me adentré. Anduve. Troté. Esquivé salté y me empujaron. Los verbos, los sujetos, los objetos (y el otoño, con su crujiente cortina de hojas idas), cedieron, me abrieron paso hasta allá, al mismo fondo del olvido. Olvido, creo que dije. Llamé. Grité. No respondieron mi llamado. Pienso que me senté (no lo recuerdo ahora, pero no importa), sobre una tarima de palabras, de versos, de jirones, de aliento. Un alfabeto adusto y ocre me desató de un tajo los zapatos. Me penetró hasta el metacarpo de las penas. Me hirió y sangró conmigo a la bartola, hasta el alba. Soñamos y, hechos carne y uña, dedo y llaga, despertamos ante el umbral impresionista de un sueño a campo abierto, luz del viento, una muchacha. Una muchacha loca y amplia, una muchacha ebria es el olvido. Una muchacha en mangas de camisa, desmadejando al aire negrísimos cabellos, trotando manisuelta por las sórdidas melenas de la tarde. Una muchacha triste, con ojos de aguaclara y despoblada, con música, con góndolas, con labios y amapolas, dramática, sinfónica, mordaz. Una muchacha lúdica, pálida como una lámpara en el baldío. Una muchacha pública, coral, sola y difusa, y el olvido. Permiso, dije para entrar, y entré al olvido. Abracé a la muchacha. Mondé el poema por su esquina más dúctil y lo engullí. Era un poema fibroso, carnal, de jugos transeúntes y embriagantes, tan limpio como el fuego. Metálico, frutal. Un poema lavado de recuerdos, óptimo para el olvido. Había perdido la memoria en un recodo del camino. Era un poema erecto, viril, con su guitarra blasonada de silencios, con la alegría rota en un falsete y la tristeza muerta y desolada. Un poema desnudo, como la muchacha en mangas de camisa. Un poema sin nombre, como todos los hombres. Estoy adentro –dije- y no me salgo. Enciendo de mis pipas la más bella, la de espumas de mar, y te invito a que entres y te sientes. Toca. Palpa. Desnuda a la muchacha. Restriégate el poema por el iris, por las carnes. Te invito: entra al olvido, no hacen falta artimañas. Aquí, plácido el poema, con toda la piel poblada de amarguras, latiendo en carne viva, te invita a sentar reales. Ven, no te acobardes. Oye al olvido, diciendo el nombre de las cosas por su nombre. Contándonos su historia sin historia. Y Heráclito, su fuego, los puentes y los gatos y los pasadizos. El hombre olvida. El poeta olvida. El amigo. Toda una geografía que palpita a borbotones, mentando madres, diciendo amor como bazooka, ardiendo en llamas de ternura, óyelo. No es un paisaje acompasado y mustio. No es un casete para colección. Es más... ... olvida, ya no podrás salir. Eché las siete llaves del olvido. El último de los malditos Redacción Kiosko | EL SIGLO DE DURANGO Henry Miller nació en Nueva York en 1891, ciudad que abandona en 1930 huyendo de la Gran Depresión. A los 40 años se traslada a París (donde viviría durante diez más), llevando una vida bohemia. En esta ciudad gestará sus tres novelas eróticas más conocidas de carácter biográfico: “Trópico de Cáncer” (1934), “Primavera Negra” (1936) y “Trópico de Capricornio” (1939). Quienes lo conocieron, al menos “de leídas”, saben que hay un Miller antes y después de “Trópico de Cáncer”. El hombre que había sobrevivido como librero, taxista, repartidor postal, sepulturero, vendedor de poemas de puerta en puerta, tabernero, corrector de galeras, mendigo, profesor de inglés y otros trabajos eventuales, descubrió en París su juventud, donde conoce a la escritora Anaís Nin, quien se transformó en su amante durante algún tiempo. Luego emprendió un nuevo viaje a Grecia. Allí conoció a Durrell. Testimonio de esta época es “El Coloso de Marussi”. En su país natal continúa escribiendo novelas. A esta época pertenecen “La Pesadilla del Aire Acondicionado” y “La Crucifixión Rosada”, una trilogía en la que recurre de nuevo a la sexualidad. Los “Trópicos” (que durante tres décadas fueron prohibidos hasta que el autor ganó el juicio que levantó el veto) están considerados sus mejores novelas, por su prosa fluida en la que funde obscenidad y espiritualismo, y salta con gran naturalidad del expresionismo más realista al divismo más simbólico. Su obra ha sufrido los ataques de la crítica feminista, debido a su retrato de la potencia masculina frente al masoquismo femenino. Sin duda, fue uno de los principales defensores de la libertad in- dividual y a partir de él, la sexualidad se trataría en la literatura con más normalidad. Si algo atrae de la obra de Henry Miller -desde su “Trópico de Cáncer” hasta “El Libro de mis Amigos”- es su pasión desmedida, incontenible, cualidad que durante muchos años la sociedad estadounidense puritana redujo al término de pornógrafo. Su obra nos muestra una poética perfumada de inconformismo y rebeldía, que venía en plan de echar por tierra todo ese puritanismo de aire acondicionado y hotdog, todos esos prejuicios raciales de una Norteamérica preocupada por hacer la guerra y no el amor. Los libros de Miller fueron escritos en cuartos baratos, con el sudor en la piel y en medio del éxtasis; sin embargo, todo eso lo llevó al papel con una poética feroz, todo escrito con inteligencia y desfachatez. El escritor que sólo recibió un premio literario -el de Libro del Año en Nápoles, por “Como el Colibrí”, cuando tenía 79 años- mantiene un sitio privilegiado entre los jóvenes que han aprendido a vivir a través de las páginas de sus libros. Henry Miller, el amante cínico y despiadado, falleció el 7 de junio de 1980 en su casa de Pacific Paladisades. Biología humana Pilar Blanco Apenas el trazado de un dedo sobre el agua, el levísimo rastro de un aroma, un sonido, la imperceptible huella de un insecto que pasa y ya no es vida y a nadie dio dolor. Ése es tal vez tu paso por esta geografía de tierra blanca y mar, de cielo abierto y mar sobre la vista alzados. Cuentos brevísimos Luis G. Torregrosa López EL SALTO Cada uno trata con sus demonios particulares lo mejor que puede. Y aquel hombre, a fe mía, lo intentó. Se deshizo de los miedos que toda la vida lo habían ate- nazado y, por fin, consiguió lanzarse en paracaídas desde una avioneta, confiado y seguro. Pero, mientras caía a plomo, recordó haber olvidado negociar sus temores con el diablillo de la suerte, el mismo que le hacía un pícaro gesto de adiós desde la portezuela entreabierta del aeroplano. EL NOVELISTA Cada vez que se sentaba a escribir su gran novela, le brotaba un cuentecillo gracioso. Cansado ya de que su ciclópea disposición alumbrara tan menguados textos, convocó a sus musas para reconvenirles. -Me ofrecéis sólo fragmentos de literatura. ¡Yo quiero más!-, dijo. Y no entendiendo aquellas a qué se refería, le dejaron varios miles de adjetivos que siempre les sobraban.