Descargar Modelo de exámen oral

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DUCALE
MODELO DE EXAMEN ESCRITO
Tiempo asignado examen oral:

lectura: 20’

preparación: 10’

exposición: 5’ a 7’
I. TEXTO
¿Para qué sirve la comunicación?
Un escritor ante las nuevas tecnologías
José Saramago
Un gran filósofo español del siglo XIX, Francisco de Goya, más conocido como pintor,
escribió un día: "El sueño de la razón engendra monstruos". En el momento en que
estallan las tecnologías de la comunicación, puede uno preguntarse si no están a punto
de engendrar, ante nuestros ojos, monstruos de un nuevo tipo.
Es verdad que estas nuevas tecnologías son también el fruto de la reflexión, de la razón.
Pero ¿se trata de una razón despierta? ¿En el auténtico sentido de la palabra despierta,
es decir, atenta, vigilante, crítica, obstinadamente crítica? ¿o de una razón somnolienta,
adormecida, que en el momento de inventar, de crear, de imaginar, descarrila y crea,
imagina efectivamente monstruos?
A finales del siglo XIX, cuando el ferrocarril se impuso como un hecho positivo en materia
de comunicación, algunos espíritus pacatos no dudaron en afirmar que ese ingenio era
terrorífico y que, en los túneles, las personas iban a morir asfixiadas. Mantenían que, a
una velocidad superior a 50 kilómetros por hora, les saldría sangre por la nariz y por las
orejas y que los viajeros morirían entre horribles convulsiones. Son los apocalípticos, los
pesimistas profesionales. Dudan siempre de los progresos de la razón que, según estos
oscurantistas, no puede producir nada bueno. Aunque se equivocan sobre el fondo,
tenemos que admitir que, a menudo, los progresos son buenos y malos. A la vez.
Por ejemplo, está claro que el tren es bueno cuando nos conduce a nuestro lugar de
vacaciones o cuando transporta las mercancías que necesitamos. Pero es malo cuando
traslada a los deportados hacia los campos de exterminio o cuando sirve de vehículo a
máquinas de guerra.
Lo mismo que el tren, Internet es una tecnología que no es, en sí misma, ni buena ni
mala. Sólo podemos juzgarla de acuerdo con el uso que se haga de ella. Y por eso la
razón, hoy menos que nunca, no puede dormirse.
Si una persona recibiera en su casa, cada día, 500 periódicos del mundo entero, y si esto
se supiera, probablemente se diría que está loca. Y sería cierto. ¿ Quién, sino un loco,
puede proponerse leer cada día 500 periódicos? Tendría que leer uno cada tres minutos,
o sea, más de veinte por hora, y eso durante las veinticuatro horas... Algunos olvidan esta
evidencia cuando se agitan de satisfacción anunciándonos que, ahora, gracias a la
revolución digital, podemos recibir 500 cadenas de televisión. ¿De qué 500 cadenas de
televisión quieren informarnos mejor que los 500 periódicos que no podemos,
materialmente, leer?
El dichoso abonado a las 500 cadenas se verá, inevitablemente, asaltado por una especie
de impaciencia febril que ninguna imagen podrá saciar. Se va a encontrar perdido en el
laberinto vertiginoso de un zapping permanente. Consumirá imágenes, pero no se
informará.
A veces se dice que una imagen vale más que mil palabras. Es falso. A menudo, las
imágenes tienen necesidad de un texto explicativo. Aunque sólo sea para hacernos
reflexionar sobre el propio sentido de algunas de ellas, de las que la televisión se alimenta
hasta el paroxismo. Se pudo observar, por ejemplo, hace algunos años, durante la última
etapa del Tour de Francia, en el sprint final en los Campos Elíseos cuando, en directo,
asistimos a la espectacular caída de Abdujapárov. Gracias a las mil nuevas posibilidades
de la técnica: con zoom, sin zoom, en picado, en contrapicado, desde un ángulo, desde el
ángulo opuesto, en travelling, de frente, de perfil... Y también, interminablemente, al
ralentí. Se podría ver al corredor caer de su bicicleta, la cara acercándose poco a poco al
suelo, tocando el asfalto, retorciéndose de dolor...
En cada repetición, aprendíamos más cosas sobre las circunstancias de la caída, el cómo
y el por qué del accidente, la velocidad, las consecuencias, etc. Pero, cada vez, nuestra
sensibilidad se embotaba un poco más. Se iba haciendo algo frío procedente no de la
vida, sino del espectáculo, del cine. Poco a poco, volvíamos a ver esta caída con una
distancia de cinéfilo diseccionando una secuencia de una película de acción. Las
repeticiones habían terminado por matar nuestra emoción.
Se nos dice que, gracias a las nuevas tecnologías, alcanzamos hoy las riberas de la
comunicación total. La expresión es engañosa, hace creer que la totalidad de los seres
humanos del planeta puede ahora comunicar. Desgraciadamente esto no es cierto.
Apenas el 3% de la población del globo tiene acceso a un ordenador; y los que utilizan
Internet son aún menos. La inmensa mayoría de nuestros hermanos humanos ignora
hasta la existencia de estas nuevas tecnologías. En este momento, todavía no dispone de
los logros elementales de la vieja revolución industrial: agua potable, electricidad, escuela,
hospital, carreteras, ferrocarril, refrigerador, automóvil, etc. Si no se hace nada, la actual
revolución de la información también pasará de ellos.
¿El fin del mundo de la experiencia?
La información sólo nos hace más sabios y más sensatos si nos acerca a los hombres.
Pero con la posibilidad de acceder, desde lejos, a todos los documentos que
necesitamos, aumenta el riesgo de deshumanización. Y de ignorancia. La clave de la
cultura ya no reside en la experiencia y el saber, sino en la aptitud para buscar la
información a través de los múltiples canales y yacimientos que ofrece Internet. Se puede
ignorar el mundo, no saber en qué universo social, económico y político se vive, y
disponer de toda la información posible. La comunicación deja así de ser una forma de
comunión ¿Cómo no lamentar el fin de la comunicación real, directa, de persona a
persona? Pronto sentiremos nostalgia de la antigua biblioteca; salir de casa, hacer el
trayecto, entrar, saludar, sentarse, pedir un libro, tenerlo entre las manos, sentir el trabajo
del impresor, del encuadernador, percibir las huellas de los lectores precedentes, sus
manos, palpar los signos de una humanidad que ha paseado su vida por ellas, de
generación en generación.
Con malestar, se ve cómo se materializa el argumento de pesadilla anunciado por la
ciencia-ficción: cada cual encerrado en su casa, aislado de todos y de todo, en la soledad
más espantosa, pero volcado sobre Internet y en comunicación con todo el planeta. El fin
del mundo material, de la experiencia, del contacto concreto, carnal... La disolución de los
cuerpos.
Poco a poco, nos sentimos atrapados por la realidad virtual, que, a pesar de lo que se
pretende, es vieja como el mundo, vieja como nuestros sueños. Y nuestros sueños nos
han llevado por universos virtuales extraordinarios, fascinantes, por continentes nuevos,
desconocidos, en los que hemos vivido experiencias excepcionales de aventuras, de
amores, de peligros. Y a veces también de pesadillas. Contra las que Goya nos puso en
guardia. Sin que esto signifique, por otra parte, que haya que frenar la imaginación, la
creación y la invención. Pues es algo que se paga siempre muy caro.
Se trata más bien de una cuestión ética. ¿Cuál es la ética de los que, como Bill Gates y
Microsoft, quieren a cualquier precio ganar la batalla de las nuevas tecnologías para sacar
el mayor beneficio personal? ¿Cuál es la ética de los raiders y de los golden boys que
especulan en Bolsa y se sirven de los avances de las tecnologías para arruinar a los
Estados o llevar a la quiebra a cientos de empresas a través del mundo? ¿Cuál es la ética
de los generales del Pentágono que, aprovechando los progresos de las imágenes de
síntesis, programan más eficazmente sus misiles Tomahawk y pueden sembrar la muerte
en las ciudades de Irak?
Impresionados, intimidados por el discurso modernista y tecnicista, casi todos los
ciudadanos capitulan. Aceptan adaptarse al nuevo mundo que se nos anuncia como
inevitable. No hacen nada para oponerse a él. Son pasivos, inertes, incluso cómplices.
Dan la impresión de haber renunciado. Renunciado a sus derechos y a sus deberes; en
particular, al deber de protestar, de insurreccionarse, de rebelarse. Como si la explotación
hubiera desaparecido y la manipulación de los espíritus se hubiera desterrado. Como si el
mundo estuviera gobernado por necios y como si la comunicación se hubiera convertido
en un asunto de ángeles.
Artículo publicado en el nº 38 de Le Monde Diplomatique (edición española), diciembre de
1998.
II. INSTRUCTIVO
Organizar la exposición teniendo en cuenta las instrucciones que se detallan.

Realizar una breve presentación personal. (2 a 3 minutos)

Resumir el tema en un discurso coherente. (2 a 3 minutos)

Plantear la problemática expuesta en el texto mediante argumentos
convincentes, desde un punto de vista favorable o desfavorable según
se le indique. No se trata de exponer su propia opinión sino de
fundamentar, de forma adecuada, la perspectiva que se le haya
asignado. (3 a 4 minutos).
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