¿Cómo definir la latinidad a inicios del siglo XXI? Por José Luis DICENTA* I C de la Unión Latina me asaltaron numerosos interrogantes. Probablemente el más inquietante fue definir qué es la latinidad y cómo definirla a inicios del siglo XXI. Tal pregunta requiere una urgente respuesta ya que es precisamente ese concepto el que justifica la existencia y el trabajo de la Unión Latina. Simplificando, podríamos contentarnos diciendo que la latinidad es un término confuso y vasto que se aplica a países, culturas y sobre todo lenguas derivados de la cultura latina. Por consiguiente, la latinidad implica un importante mestizaje que agrupa elementos muy dispersos y que ayuda a recrear identidades muchas veces olvidadas en un ejercicio de reconstrucción permanente. La latinidad es así, por definición, la antítesis de la uniformidad y un símbolo vivo del diálogo intercultural o lingüístico. El hecho de que un conjunto de países pueda agruparse bajo el paraguas de la latinidad —considerada como una federación cultural y lingüística— abre un amplio abanico de posibilidades que la francofonía, la lusofonía o la hispanofonía por sí solas probablemente no podrían ofrecer. Porque precisamente ese carácter de transversalidad le permite estar presente en el mundo africano, árabe, asiático, europeo o americano sin provocar la susceptibilidad de nadie. La latinidad es, por lo tanto, un concepto abierto e integrador. Le debemos a Roma la herencia excepcional de una ciudadanía abierta a los pueblos más diversos. De tal manera se construye la unidad sobre la base de la diversidad y de la tolerancia porque los romanos no rechazan sino que adoptan a los dioses extranjeros, lo que equivale a reconocer la identidad de otros pueblos. Sólo cuando Constantino convierte al cristianismo en la religión del imperio y además en la única religión oficial, el cristianismo se integra a la latinidad con las consecuencias que constataremos a continuación. Mucho antes, con la expansión de la civilización griega, la latinidad se había impregnado del * UANDO FUI ELEGIDO SECRETARIO GENERAL Secretario general de la Unión Latina; e-mail: <[email protected]>. José Luis Dicenta pensamiento universalista. Recordemos al griego Protágoras (“El hombre es la medida de todas las cosas”) y al romano Terencio (“Soy hombre y nada de lo humano me es ajeno”). Por otra parte, el emblema de la civilización latina no es la ciudadela sino el foro. Roma identifica al derecho como uno de los fundamentos del humanismo. Asimismo una de las características del mundo es el constitucionalismo latino y las sociedades latinas son las primeras que debaten sobre el laicismo. Luego de un largo periodo de estancamiento, se vive la resurrección de la herencia griega con el Renacimiento que se inicia en Italia. Esta corriente se encuentra ya penetrada por las ideas de los pensadores apartados del mundo del catolicismo. Las referencias a los poetas griegos y latinos abundan en las obras de Montaigne, pero éstas carecen de referencias a la Biblia o al Evangelio. Del mismo modo, la filosofía y la ciencia modernas son productos del Renacimiento. El latín fue la lengua de la ciencia hasta el siglo XIX, pero fue también la lengua del retiro místico, “la lengua del silencio”. Del latín provienen todas nuestras lenguas, es nuestro mínimo común denominador. Es la lengua del Hombre, pero también es la lengua que habla la Sociedad y la lengua en la que se escribe el Derecho, es decir el Saber. El latín es el más importante legado de la Humanidad y por lo tanto del mundo latino. Una herencia marcada con un sello sensible e indeleble que permitió a todos acceder a la belleza y a las manifestaciones de la inspiración artística: la literatura, la retórica, la poesía, el teatro, la historia y las artes plásticas. El hombre, la sociedad, el derecho, el arte: éstas son las riquezas de la latinidad. El derecho no sólo convierte a los hombres en ciudadanos, también les permite desarrollar la retórica y, por consiguiente, el diálogo. Tres eventos notables para la historia europea y la Humanidad tuvieron lugar en el mundo de la latinidad: el Renacimiento en Italia, los descubrimientos trasatlánticos de Portugal y España y la Revolución en Francia. El Renacimiento dio lugar a la cultura básica que España y Portugal introdujeron en el mundo americano convirtiéndolo de ese modo en parte integrante de la latinidad. La Revolución Francesa, con su Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, dio origen a las guerras de independencia americanas. II LOS elementos mencionados son esenciales y constituyen el armazón de lo que hoy llamamos latinidad. Quisiera recordar brevemente el 190 Cuadernos Americanos 135 (México, 2011/1), pp. 189-193. ¿Cómo definir la latinidad a inicios del siglo XXI? origen de la Unión Latina y exponer la situación y los objetivos actuales de dicha organización. Muchos hombres pensaron en la necesidad de crear una unión entre los países de lenguas latinas y se rebelaron ante la posibilidad de que tal familia fuera absorbida por la ola expansionista de otros pueblos y culturas. Se trata de un fenómeno que no es nuevo y que sigue siendo absolutamente actual. En Francia podemos citar dos nombres emblemáticos: Jules Michelet y Maurice Chevalier. Pero habrá que esperar hasta 1939 para que Pierre Cabanes conciba la creación de la Unión Latina como un medio para mostrar a los italianos que existe una alternativa mejor que su alianza con Alemania. Esta idea llega demasiado tarde pero, una vez terminado el conflicto, reaparece impulsada por João Neves da Fontoura, ministro de Asuntos Exteriores de Brasil, que junto a Cabanes y a otros lucha para lograr que se trate de la mejor manera posible a la Italia de la posguerra. En 1948 gracias a la labor de Cabanes se adopta un decreto por el que se crea una asociación denominada Unión Latina, la cual convoca a veintiséis Estados, incluidos Bélgica y Suiza; en dicho decreto se aprueban también los estatutos. El objetivo de esta asociación es obrar por la defensa global de la cultura latina contra cualquier forma de absorción o de opresión. En 1951, durante el Congreso constitutivo de Río de Janeiro, la Unión Latina se convierte en un organismo intergubernamental, en una operación conducida por Brasil y que contó con el fuerte apoyo de la España de Franco que buscaba en esta transformación un medio para obtener cierto reconocimiento internacional. A pesar de la oposición de México, España consiguió también en el Congreso de Río que se mantuviera en los estatutos la mención a la “civilización cristiana”, una referencia exclusiva que no corresponde en absoluto al espíritu abierto de la latinidad original. El Congreso adoptó asimismo una Declaración de los principios fundamentales de la civilización cristiana, a saber: la libertad, la soberanía nacional, el respeto del derecho, de la justicia social y de la supremacía de los valores espirituales. La Secretaría General fue instalada en París, “la ciudad más antigua del futuro”, donde seguimos trabajando actualmente. Las ambigüedades del Congreso de Río originaron posteriormente malentendidos y tensiones que constituyeron un importante freno en el funcionamiento y desarrollo de la Unión Latina, llegando incluso a paralizarla, como lo demuestra el hecho de que el tercer congreso (el segundo tuvo lugar en Madrid en 1954), que hubiera debido realizarse en Roma en 1956, tuvo lugar en 1975. La totalidad del programa adoptado en Madrid fue archivado. Cuadernos Americanos 135 (México, 2011/1), pp. 189-193. 191 José Luis Dicenta III VEAMOS cuál es actualmente la óptica de la latinidad. La latinidad en un mundo “globalizado” y uniformizado como el que vivimos nos obliga más que nunca a preservar y a defender la diversidad cultural y nuestras identidades. La latinidad extendió sus fronteras (hay todo un mundo latino ya instalado en Estados Unidos, por ejemplo) y el mestizaje, otro de los rasgos de nuestra identidad, que comenzó en el Mediterráneo, se extiende como una mancha de aceite. Sin la latinidad, el hombre moderno corre el riesgo de transformarse en un “tecnólogo deshumanizado”, en un “tigre maquinista” que terminaría, como escribió alguien, devorándose a sí mismo, en un ser que conoce los precios, pero no los valores. El escritor mexicano Carlos Fuentes declaró que la latinidad será el buque insignia de un siglo XXI que será mestizo o no será, que será migratorio o no será y agregó que la mejor defensa contra la limpieza étnica, la xenofobia y el racismo que nos amenazan a todos, es la apertura a la diferencia y la aceptación de que una cultura que se aísla desaparece, pero se refuerza en contacto con otras. La latinidad, creadora del lazo entre libertad y ciudadanía, respetuosa de la justicia, debe ser también el símbolo de la apertura, de la afición por la síntesis, de la atención al otro y de la solidaridad. Si queremos encontrar un sitio para la latinidad en la sociedad mundial, un sitio nuevo y útil, si queremos que la latinidad se convierta en un elemento de solidaridad y en un instrumento útil ante la deriva inhumana del hombre, entonces debemos esforzarnos en ser, al mismo tiempo, los portavoces del Sur y de los valores universales, más allá de la noción de desarrollo como concepto técnico y económico que el mundo occidental quiere imponer al resto de la humanidad como modelo. Vivimos en un mundo en el que se habla constantemente del Norte y del Sur, considerando al primero como símbolo de progreso e identificando al segundo con el retraso y la miseria. Me niego a aceptar esta dicotomía. Numerosos valores que ennoblecen al ser humano son producto del Sur y están más vivos y presentes en ese mundo. El mismo Sur que, por otra parte, el mundo del Norte solicita y requiere. Recuerden las palabras de Goethe: “¿Conoces el país donde florecen los naranjos?”, y las de Serrat: “El Sur también existe”. Existe, pero no lo conocemos, o lo conocemos mal, de manera incompleta y tangencial. Por eso, la función de la latinidad contemporánea debe ser la de integrar lo que hay de positivo en el concepto de desarrollo defendiendo al mismo tiempo una política humanista, es decir una política que luche 192 Cuadernos Americanos 135 (México, 2011/1), pp. 189-193. ¿Cómo definir la latinidad a inicios del siglo XXI? por reemplazar las condiciones humillantes en las que vive buena parte de la humanidad, que luche contra la violencia, contra la uniformización empobrecedora, contra la hegemonía política, cultural, mediática o económica. Una política que obre para conocer y respetar al Otro. Como dice el ensayista Amin Maalouf, si queremos preservar la paz civil y social, no podemos permitirnos continuar conociendo al Otro de manera lejana y superficial. Debemos conocerlo de cerca y eso puede hacerse únicamente a través de la cultura. Hay que construir una “civilización común” basada en los dos principios inseparables que son la universalidad de los valores esenciales y la diversidad de expresiones culturales. “Enseñar a los hombres a vivir juntos es una larga batalla que no se gana nunca totalmente”, afirma Maalouf. Y agrega: “La lengua está destinada a seguir siendo el fundamento de la identidad cultural, y la diversidad lingüística, el fundamento de toda diversidad”. Trabajamos teniendo estos elementos en mente. Defendemos valores universales en un mundo “globalizado” y materializado. Defendemos la inclusión de los valores permanentes de la latinidad en cualquier modelo de coexistencia pacífica y fructífera. Por eso defendemos nuestras lenguas y su presencia activa en la comunidad internacional. Por eso estamos atentos a los problemas derivados de las diásporas y de las migraciones. Por eso defendemos nuestros patrimonios culturales y artísticos respectivos. Defendemos nuestras identidades. Defendemos el valor supremo de la cultura y de la lengua. Es decir, el valor del diálogo. Cuadernos Americanos 135 (México, 2011/1), pp. 189-193. 193