MAESTRIA CIENCIAS SOCIALES UNQ EDUCACIÓN Y SOCIEDAD – Marcelo Gomez 5ta. CLASE La pedagogía crítica y la teoría de la resistencia. Premisas para pensar la educación desde la transformación social (I) Las teorías reproductivistas y funcionalistas coincidían en desahuciar la educación como instancia de transformación social. Para la primera porque no concebía salida alguna al dispositivo de hierro de la violencia simbólica y al principio de correspondencia con la acumulación capitalista y la división clasista del trabajo. Para la segunda simplemente porque la educación debía mejorar el orden social existente para fortalecerlo. La educación quedaba ajena al debate de los ’70 sobre la revolución, el socialismo y el cambio social. De esta forma la educación debía ser “liberada desde afuera” por los movimientos revolucionarios. La excepcional contribución del pensamiento de Paulo Freire, derivada de sus experiencias como educador de adultos y educador popular, abrió todo un terreno de nuevas perspectivas para pensar la educación como práctica liberadora inscripta en un proceso de emancipación colectiva. Freire rompe de manera radical con la idea pedagógica clásica de la relación entre alguien que sabe con alguien que no sabe (o como diría Bourdieu, que ni siquiera “sabe que no sabe”). Freire denuncia a este postulado clásico como el punto de partida de la “pedagogía del oprimido”. Pero no toda pedagogía parte necesariamente de la opresión. Dice Freire que la lógica de la opresión fija al oprimido a una posición de objeto pasivo, inanimado (falto de alma propia), puro producto del opresor quien dispone de él negándole toda libertad y conocimiento. El oprimido es lo que el opresor dice que es (recordar las teorías del etiquetado que resuenan en esta frase). El dispositivo perverso del opresor supone que es éste quien siempre tiene las soluciones a los problemas del oprimido, a tal punto que en un extremo es el opresor quien se presenta como liberador del oprimido. Freire se va a proponer pensar una pedagogía elaborada con el oprimido y no para el oprimido, evitando reproducir la lógica de la pedagogía opresiva. En Freire el encuentro verdaderamente educativo se restituye como un encuentro social entre hombres a los que se reconocen saberes, sentimientos y pensamientos propios. Pero justamente, el trabajo de la opresión había sido enajenar, separar al oprimido de su propio ser, por lo que el trabajo pedagógico necesariamente parte de un reencuentro con las propias potencialidades. El opresor niega toda capacidad auténticamente propia en el oprimido y trata de privarlo de toda autoestima y de toda confianza en sí mismo, además de convencerlo en la omnipotencia omnisapiente del opresor. Así la pedagogía freireana busca reintroducir la educación como forma de emergencia de un sujeto con propias capacidades, como forma necesaria de superación de la cosificación a la que nos somete la opresión. La conciencia de las propias necesidades, deseos y capacidades, la confianza en las propias fuerzas y la posibilidad de compartir deseos, confianza y capacidades es la base de la pedagogía liberadora. Freire asume las dificultades amargas de este camino: el oprimido es dual, tiene al opresor dentro de sí como modelo, su manera de ser hombre es un renegar de sí y parecerse al opresor al cual, no pocas veces, se le asignan mágicamente poderes de invulnerabilidad. El fatalismo es una fuerza antipedagógica opresiva a la cual no hay que temer enfrentar con la esperanza y la fe. En esto Freire se inspira en el pensamiento de Mao Tse Tung “gran timonel” de la Revolución China: el revolucionario debe tener paciencia, confiar y tener fe en las masas; debe estar atento a sus necesidades y deseos (y no a las necesidades y deseos propios); los revolucionarios aprenden de y con las masas, y ningún cambio se obtiene obligando a las masas a sostener algo que no quieren o sometiéndolas a un esfuerzo que no están convencidas de asumir. No es en las ideas o en minorías intelectuales de donde surgen las fuerzas que impulsan los cambios, sino que siempre surgen y son creaciones de la actividad y la reflexión de las masas. Freire modifica de manera ostensible el significado de “liberación”: solo puede ser concebida como producto propio. No hay liberación que no surja de la propia praxis que combina la reflexión y la acción compartida. “Nadie libera a nadie, nadie se libera solo, nos liberamos entre todos”. Esto significa que la liberación es un proceso, una construcción colectiva, y no una receta intelectual o una imposición de los revolucionarios a unas masas inermes y eternamente confundidas. De la misma manera, la educación se concibe como una praxis liberadora en donde la dialogicidad es un elemento central: si todos tienen un saber, educarse significa un compartir/elaborar saberes en común. En la educación liberadora no hay lugar para la arrogancia, ni la autosuficiencia. La humildad y la confianza son sus articuladores principales. La metodología de educación popular en Freire parte de revalorizar el punto de vista de los sujetos acerca de sus condiciones de vida, incluso para el aprendizaje de la lectura y el cálculo. Las primeras palabras que escribían no eran las más fáciles “mamá, papá, oso”, etc. sino las más cargadas de sentido para sus vidas: tierra, agua, patrón, en el caso de los campesinos, por ejemplo. La paciente problematización a través del diálogo, la recuperación de sus propios saberes, la contextualización de palabras, ideas y sentimientos, y las oportunidades a la reflexión colectiva que brindan los “temas generadores”, “las situaciones límites”, “los actos límites” y la exploración de “lo inédito viable” son importantes pistas para los educadores críticos y transformadores de hoy. El texto de Ranciére sobre los “experimentos” del profesor Jacotot buscan al igual que Freire un horizonte para prácticas pedagógicas “emancipadoras”. Esta suerte de absurda y genial pedagogía “a ciegas” comienza por afirmar que es posible aprender lo que ni el maestro y ni el alumno saben. La sorpresa se convierte en pánico cuando incluso es posible enseñar lo que uno no sabe. Y el pánico se convierte en una lucidez oscura cuando se concluye que la mejor manera de enseñar es aprender. Acicateado por una voluntad radical de reconocer e incluso de partir inevitablemente de la libertad y el pensamiento humano como fundamento de todo aprendizaje real, Jocotot encuentra que “solo se puede aprender algo si nadie nos lo enseña”. Situando la pedagogía en el prodigio de la mente humana autónoma basada en sus propias fuerzas, un padre analfabeto podría alfabetizar a sus hijos. O mejor dicho, confiando en sus propias potencias intelectivas padres e hijos podrían alfabetizarse. En Jocotot aparece una suerte optimismo pedagógico salvaje y radical que deriva en una suerte de utopía autoconstructivista por la cual aprender en realidad es procurarse por sí mismo y para sí mismo un saber sobre el mundo. En cierta medida todo aprendizaje real, genuino está condenado a ser “creación”, es decir, a superar el estado de “trasmisión”. TRABAJO PRACTICO 5 1) Haga el intento de buscar alguna experiencia “liberadora” o con sentidos “emancipadores” (en los términos de Freire o Jacotot) que le tocó vivir o presenciar en el ámbito educativo.