SILVINA, GABRIELA Y EL DEMONIO PUBLICADA EN EDICIÓN N° 45 DE CONTEXTO PSICOLOGICO Hace muy poco, hablando con un colega, me enteré que Gabriela Vázquez cambió de identidad, autorizada por un juez que entendió lo difícil que es sobrellevar las consecuencias de haber protagonizado un resonante caso de parricidio. Quizá la medida pueda aliviarla parcialmente, sobre todo en lo que atañe a la mirada del otro, para el que su nombre original quedó anudado a una de las peores formas de locura, pero no sanará las heridas más profundas. ¿Qué caminos condujeron a la trágica escena? En 1993 murió su madre como consecuencia de una complicación diabética. Gabriela comenzó a salir compulsivamente y a consumir drogas. Su hermana menor, Silvina, presa del miedo, apenas podía transponer la puerta de su casa para ir a la escuela. Presentía que algo malo podía ocurrirle. Cuando estaban juntas peleaban muchísimo. Silvina culpaba a Gabriela por la muerte de su madre. “Voz la mataste”, repetía, la trataba de puta y hasta llegaba a agredirla físicamente. A su manera, como pudieron, las hermanas Vázquez continuaron adelante con sus proyectos. Años más tarde ambas comenzaron sus respectivas carreras universitarias. Gabriela comenzó a estudiar imagen y sonido, mientras que Silvina llegó a destacarse como alumna de Ciencias Económicas. Juan Carlos Vázquez decidió mudarse junto a sus hijas a un cómodo departamento en Villa Urquiza. Las chicas estarían más cerca de sus respectivas facultades, y él estaría a pocas cuadras de la ferretería en la que trabajaba. Más allá de sus profundas discrepancias, acaso unidas por una vivencia común de desamparo, Silvina y Gabriela se inscribieron en un curso sobre “Cómo conocer a su Ángel de la Guarda”, en una institución llamada “Transmutar”. Fue entonces cuando Silvina comenzó a sentirse atraída por lo esotérico y decidió bucear en los profundos y complejos laberintos del alma. Para ello se inscribió, esta vez sin la compañía de Gabriela, en un curso sobre “Gran operador de alquimia”, a cargo de Sergio Etcheverry, propietario del lugar. ¿Es en el marco de sus ejercicios de alquimista que Silvina empezó a percibir cosas extrañas: voces, olor a muerto, pasos en la escalera sin que alguien baje o suba por la misma, objetos que cambian de lugar o desaparecen? -¿Murió alguien acá?- Silvina le preguntó al dueño de la casa que alquilaban. Luego le advirtió:”Si escuchan ruidos raros no se preocupen. Vamos a purificar la casa”. Sobre lo ocurrido en estos días críticos en el hogar de los Vázquez, la crónica periodística de Guido Bilbao, en la que Gabriela, ya en libertad, intenta reconstruir los hechos del mes de marzo, es la que seguiré a continuación. El 24 de marzo, Juan Carlos Vázquez estaba en el baño y gritó aterrorizado. Silvina corrió para socorrerlo y, al abrir la puerta, quedó paralizada al mirar el espejo y ver algo horrible, algo siniestro, que nada tenía que ver con la imagen de su padre. ¿Qué era eso que no debía estar ahí? Juan Carlos golpeó el espejo con su puño y lo hizo estallar en mil pedazos. Fue Sergio Etcheverry quien asesoró a Silvina sobre cómo purificar la casa. Le vendió un líquido especial para el ritual. Confió en su alumna. Era una buena oportunidad para probar sus dotes de “Gran operadora de alquimia”. Silvina veía al demonio, y escuchaba voces… ¿Acaso voces que ordenaban actos? Los tres se encerraron en una habitación de la casa, dispuestos a combatir el mal, y comenzaron a leer la biblia en voz alta. Narra Guido Bilbao: “Bebieron la pócima, que en realidad era un líquido para purificar el piso. Se turnaban para leer. Comenzaron a sentir síntomas físicos: era obvio, los espíritus daban pelea. Vomitaron los tres, toda la noche. Pasaban del baño a los rezos, de la realidad a la ficción, del demonio a la locura. De fondo, se escuchaba la misa criolla. Se hizo de día. Pasadas las horas el baño era un asco. A Juan Carlos se le hacía tarde, tenía que ir a trabajar. Se fue a bañar. Silvina se dirigió al comedor y se puso a aullar. Juan Carlos bajó corriendo, desnudo. Silvina lloraba. La abrazó. Y en ese abrazo dejó su vida (…)”. (1) Los vecinos habían escuchado ruidos extraños y llamaron a la policía. Cuando los agentes llegaron al lugar nadie pareció escucharlos. Golpearon y esperaron. Un oficial miró por la cerradura. Juan Carlos Vázquez estaba vivo. Las puertas y ventanas estaban trabadas y cerradas. Tuvieron que romper la puerta para poder entrar. La escena era espeluznante. Sangre por todos lados. El cuerpo de Juan Carlos estaba tirado en el suelo. Había recibido más de cien puñaladas. Silvina, con su voz desfigurada, como si se tratara de una conocida saga de Hollywood, gritaba cosas como: “Soy el purificador”, “esto no es real. Mamita, mamita, ahora papito va a volver bueno”. Invocaba a Sergio (Etcheverry) y había tallado en el abdomen de su padre un círculo con un triángulo interior, tal es el ícono de la Purificación, símbolo que identifica a “transmutar” como institución. Hasta se dijo que parte del rostro de Juan Carlos había sido arrancado a mordiscones. Las canillas estaban abiertas, tal como figuraba en el instructivo del rito de purificación. Cuando los policías estuvieron dentro de la casa, Silvina abandonaba a su padre y atacaba a Gabriela. Comenzó a pegarle en el rostro generándole cortes con el puñal. “El muñeco saltó a tu cuerpo”, le gritaba con insistencia. Tenía tanta fuerza que, cuando uno de los policías intentó ponerle las esposas, salió despedido unos tres metros. Tenía una “furia incontrolable”. No había dudas: estaba “endemoniada”. Fueron necesarias altas dosis de ingenio y de fuerza para poder reducirlas, sobre todo a Silvina. Con medidas de máxima seguridad fueron trasladadas y aisladas en la U27, en celdas individuales, con custodia masculina. Cuatro días después del parricidio, Alejandro Dandan y Horacio Cecchi, publican en el diario página 12, una nota que titulan:”Las hermanas asesinas aun creen ser el diablo o verlo/Buscando a Satán en el Moyano”. “Aún están encerradas en su mundo de satanismo: Silvina imposta la voz como si fuera un hombre y dice “Soy el purificador”. Gabriela cree ver y oir al diablo. El fiscal pidió el procesamiento de Sergio Etcheverry, director de transmutar”. Más adelante comentan:”Según los investigadores, Etcheverry regalaba a sus alumnos un celular. Ahora, los fiscales analizan las últimas comunicaciones realizadas a través de los tres celulares hallados en la casa de Manuela Pedraza (la casa de los Vázquez) y de los teléfonos de línea de la vivienda y del Centro de Alquimia. Con esas sospechas, Campagnoli pidió el procesamiento como imputado de Etcheverry quien se encuentra en el exterior” (…) Entre las hipótesis no quedó descartado imputarlo como coautor del homicidio o como partícipe secundario”. (2) En un recuadro al pie de la citada nota periodística, aludiendo al dibujo que Silvina talló con el puñal en el abdomen de su padre, se aclara: “Ese signo de purificación se hizo cuando Juan Carlos estaba vivo. Lo consintió. Sus hijas lo tajearon vivo y mientras estaba de pie: así lo prueban los rastros de sangre emanada hacia abajo. (…) Los tajos por los que Juan Carlos murió desangrado fueron cortes muy profundos. En el cuello, pero sobre todo en la cara. Por allí, decía Silvina, se había metido el muñeco. Esa lógica – Satanás entra por la cara- sería la que habría llevado a Silvina a tajear más tarde la cara de su hermana”. (3) Martín Abarrategui, perito de parte en la causa, se expresaba en los siguientes términos:”Este caso es un clásico de la psiquiatría forense. Se conoce como folie à deux, o locura de a dos. En este caso incluyó a un tercero, que era el padre. La hermana menor, Silvina, una psicótica, atrajo a una neurótica profunda, Gabriela, para cometer el acto”. En Julio del año 2000 un juez dictaminó que las hermanas Vázquez eran inimputables, y dio intervención a la justicia civil para que las declare insanas. El parricidio dividió las vidas de Silvina y Gabriela en un antes y un después. En Silvina, ese quiebre acotó el sufrimiento intolerable de los momentos en que irrumpió el demonio, ese muñeco que estaba donde no debía estar y entraba y salía de los cuerpos. Ella nunca volvió a ser la misma. Gabriela, en cambio, lentamente procesó lo ocurrido como una consecuencia del brote de su hermana y, al hacerlo, su cabeza comenzó a aclararse y a desenredarse de la compleja locura familiar. En diciembre del año 2000 logró salir de “la jaula” en la que la habían atrapado. Primero vivió en la casa de una tía y, al conseguir trabajo, se mudó a una pensión. El fracaso de una relación de pareja como consecuencia de su pasado reciente la hizo pensar seriamente en la necesidad de tramitar un cambio de identidad. Un juez la autorizó a hacerlo. El caso de las hermanas Vázquez, esta “folie á deux” made in Villa Urquiza, relanza el deseo de seguir pensando la cuestión del pasaje al acto en las psicosis. Las diferencias y las semejanzas nos interrogan. Este ritual de purificación que deriva en parricidio; aquella “masacre” de Le Mans seguida de un ritual de purificación… ¿Son meras coincidencias? En el prólogo de uno de los textos que estoy trabajando, y aludiendo a los desarrollos lacanianos sobre el pasaje al acto, Roberto Mazzuca expresa: “Introducir un concepto en una región teórica y clínica distinta de la que le dio origen, implica necesariamente una transmutación (4). ¡Vaya palabra! Transmutación, transmutar… ¿Qué extraños hilos van tejiendo la trama de esta red que nos convoca? (1)Las hermanas satánicas. Guido Bilbao http://cronicasperiodisticas.wordpress.com/2010/09/08/las-hermanas-satanicas/ (2)Las hermanas asesinas aun creen ser el diablo o verlo. Alejandro Dandan y Horacio Cecchi. http://www.pagina12.com.ar/2000/00-04/00-04-01/pag19.htm (3)Ibid. (4)La invención lacaniana del pasaje al acto/De la psiquiatría al psicoanálisis. Pablo D. Muñoz. Ed. Manantial (Pag.12)