El sello distintivo que caracteriza a la banda de rock liderada por el Indio Solari, “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota”, no sólo ha transgredido las fronteras de la música sino que ha dejado su huella en el ámbito del diseño discográfico. La producción artística de los tres últimos discos -Luzbelito, Ùltimo Bondi a Finisterre y Momo Sampler-, que añaden un plus a lo musical, los ha colocado a la vanguardia del diseño. El uso de materiales y formatos poco tradicionales, que convierten a los álbumes en objetos de colección ha resultado, además, uno de los recursos más eficaces en la lucha contra la piratería. Esta búsqueda de variantes hace que para el fanático cada nuevo trabajo resulte imposible de sustituir por un download. El responsable de introducir esta tendencia en el mundo ricotero es el artista plástico Ricardo Cohen quien, junto a los diseñadores Juan Moreno y Silvio Reyes, se encarga de crear la imagen del grupo. “Desde los primeros tiempos, la misión que me asignaron fue la de hacer visible la música en todos los aspectos: hice volantes, afiches, entradas, todo lo que tuviera que ver con algo de gráfica”, asegura Cohen, más conocido como Rocambole. A medida que las producciones fueron mejorando, y que el grupo tuvo éxito, la filosofía fue implementar la manera de entregar algo más que el CD con las canciones. “Pero no fue, como muchos creen, una razón de mercado. Con el tiempo se dio un epifenómeno: la gente comenzó a comprar el disco no sólo por la música sino también por la caja”, agrega Rocambole. Los fanáticos descubrieron este nuevo objeto de adoración a partir de la aparición de Luzbelito, en 1996. El estuche del disco, realizado íntegramente en cartón y papel rústico, dejaba de lado por primera vez la tradicional caja de plástico. “La idea fue hacer un pequeño álbum de disco como eran los antiguos álbumes de discos de pasta que venían encuadernados en cuero y con punteras”, apunta su artífice. “El muñeco que se ve en la tapa fue una de mis primeras experiencias trabajando con volumen, estaba hecho con arcilla e inspirado en la foto de un esclavo negro. La idea original era hacer un holograma, pero desistimos por las dificultades de fabricación”. Más costoso y de mayor valor artístico, el producto mezclaba la técnica de timbrado –en el óvalo y logo de la tapa- y la encuadernación, remitiendo al formato de una pieza editorial. Luzbelito fue así uno de los primeros discos en utilizar este tipo de packaging en el país. Siguiendo con esta línea, los discos sucesivos –que incorporaron nuevas técnicas y materiales- convirtieron a cada una de las piezas gráficas en elementos distintivos de la comunidad ricotera. En Último Bondi a Finisterre, todo remite a la estética del video-game. “En ese momento, yo estaba fascinado con las imágenes de estos juegos que habían pasado de ser una cosa plana, tipo egipcia, a usar la perspectiva. El planteo fue: ‘vamos a pensar que hacemos un video-game’ ”, señala Cohen al recordar esa producción. Esta vez el resultado fue un estuche de cartón al que se une, por medio de un perno, un sobre deslizable que contiene el disco y el apéndice con las letras. En el centro de la tapa –que reproduce en color metalizado y timbrado un circuito mecánico- una ventana de plástico transparente deja ver la imagen de la banda. Más allá del impacto que produjo el packaging, la novedad de este disco estaba en el uso de imágenes tridimensionales, tanto en el sobre como en el cancionero. Al igual que en los discos anteriores, las ilustraciones que acompañan a las letras incluyen fotos y los tradicionales dibujos de Rocambole. La última placa, Momo Sampler, trajo consigo un plus: el colgante de peltre, que los fanáticos exhiben como símbolo de pertenencia a la subcultura ricotera. Este medallón, que “Patricio Rey y sus redonditos de ricota” recomiendan usar “colgado del cuello como un escapulario, cerca del corazón”, es el punto máximo de materialización de la propuesta de cambio que se inició con la aparición de Luzbelito. Realizadas íntegramente en goma eva negra, las tapas del compacto se unen por la atracción de dos imanes y en medio de la portada, se encaja el medallón que reproduce una cara de rasgos grotescos. La edición incluye, además, postales virtuales con letras e ilustraciones. “Queríamos dar un souvenier, entregar algo más. Pensamos que la gente lo iba a querer, aunque recién vamos a ver la respuesta del público en el próximo recital”, comenta el padre del fetiche. Sin duda, una de las constantes con que se maneja el equipo de diseñadores es la falta de tiempo. No obstante, la relación entablada con la banda le permite a ésta confiar en que el producto final será lo que esperaban. “Los tiempos son muy acotados, ellos terminan de grabar y enseguida quieren la tapa. Para Momo Sampler, armamos un collage de imágenes no sólo porque lo permitía el tema del disco que era el carnaval sino porque teníamos sólo un mes. Y lo que salió nos gustó a todos”, cuenta Juan Moreno. Oktu B re, la pieza redonda La historia discográfica de los Redondos, no obstante, empezó como algo artesanal. En 1984, los siete mil ejemplares de Gulp. invadieron las bateas con un diseño simple que, ante todo, apuntaba a hacer conocido el nombre del grupo. “Tenía que ser un proyecto que se adecuara a las circunstancias de trabajo y la serigrafía, limitativa en cuanto a las ideas, implicaba un bajo costo. La producción fue exigua; la tirada fue de 7000, 7000 tapas hechas a mano y estampadas con bastidor de tela en tres colores. Fue toda una epopeya”. Tiempo después el álbum fue reeditado, esta vez en off set. El éxito llegó en 1986 con el segundo trabajo, Oktubre; el disco sacó a los Redondos de la cultura under y los convirtió en un fenómeno masivo. El dibujo de la archiconocida placa negra con letras rojas se transformó pronto en el símbolo que aún hoy identifica a los seguidores. “No me canso de decir que este segundo disco fue la mejor pieza de diseño que hice. La tapa fue hecha en serigrafía, con una producción exigua. Con los escasos medios disponibles creo que fue el mejor resultado; como pieza de diseño me parece redonda”, explica “el Mono” con orgullo. Inspirado en el estilo épico de las canciones, Rocambole pensó la tapa en función de la revolución rusa. El contraste de colores plenos -rojo, negro, blanco y gris-, y los trazos simples aluden claramente a la estética soviética.“El disco pretendía ser un homenaje a todas las revoluciones, no tiene un color político determinado; era a todas las revoluciones, los menos contra los más”. A partir de la presentación de este disco -en una especie de hangar llamado “Paladium”-, empezaron a ser conocidos en un ambiente pseudo-intelectual porteño. “Iba mucha gente vinculada al underground pero que ya estaba en los límites, no de lo masivo, pero sí de lo conocido. Iban actores de teatro, periodistas, pintores... toda esa gente que pululaba en alguna época por la zona de Retiro”, rememora el artista. Jamón del medio Con el tiempo, la evolución de los diseños quedó sujeta a un cierto expresivismo historietístico.“Siempre me interesó más el arte de las historietas que el de las muestras; prefiero que mis obras estén en la calle que en un museo”, afirma Rocambole refiriéndose al estilo de las obras que precedieron la aparición de Luzbelito. Sin duda, una de las anécdotas que más divierte al artista es la que se originó al momento de idear la tapa de Un Baion para el ojo idiota en 1988. “Estaba frente al televisor buscando una imagen de la idiotez, sin que se me ocurriera nada, cuando vi una de las muñecas que mi hija había adornado con collares, antifaz y chupete. Me pareció genial: le agregué el perro, que es una constante de la literatura solariana, y nació la tapa”, recuerda el Mono. En 1989, con la aparición de Bang! Bang! Estás liquidado, la intención del plástico fue hacer un homenaje a Goya y su obra de los fusilamientos del 3 de mayo. “Había leído que Goya vio los fusilamientos por la ventana y me pareció una imagen muy potente a la que, además, quise agregarle el ejército de la Cruz Roja”, explica el responsable de haber completado el dibujo con un hombre que lleva un perro con cabeza de pistola. La producción de La mosca y la sopa (1991) también encierra una historia particular. “Es una pintura mía a la que fui agregando cosas. Hacía rato que tenía guardado un gato momificado que había encontrado así en un techo y, como en ese entonces, se dio a conocer la noticia de que había jubilados comiendo gatos en plaza Lavalle, decidí incrustarlo.También agregué cerdos y peces –por la revista donde colaboraba el Indio- y algunos ‘fusilados por la Cruz Roja’ de la tapa anterior”. Dos años más tarde, en las partes I y II de Lobo suelto cordero atado, Rocambole optó por aerografías gigantes que evocaban a los personajes de las letras. “Como también queríamos mostrar el trabajo de Semilla Bucciarelli, que es tanto músico como artista plástico, empleamos tipografías de un alfabeto que él había creado”, cuenta en referencia a la participación del bajista. La particularidad de las creaciones, y el hecho de que su firma apareciera plasmada en las distintas tapas le fue dando una notoria popularidad entre los fanáticos. Tal es así que en una exposición que se realizó en el Museo Municipal de Bellas Artes, hace más de tres años, el busto del conocido personaje fue robado. “Nunca más tuve noticia, hubo muchos rumores, me llamaban por teléfono y decían: ‘yo tengo a Luzbelito...’, pero nunca más volvió a aparecer”, cuenta divertido Rocambole.