Uno nunca sabe si refleja textualmente la frase tal como se

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I
Pues, mire usted… quiero dedicarme a llevar gente
porque con la paquetería, además de llevarla, tengo
que barajarme pa cobrar. Con las personas, quien
no paga, no sube. Así de sencillo.
Uno nunca sabe si refleja textualmente la frase tal como se pronunció; lo que sí sé es que el
sentido de lo que me contaron queda transcrito correctamente.
Eran los denominados felices años veinte
- ¡Felices! ¿Pa quién?... Pa Malaveta seguro que no.
- Mira, no entremos por esa senda: En hubiendo camino, el carro no debe ir po’l
pedregal.
El Correo en sus inicios de motorización
En cualquier caso, la década de los años veinte del siglo XX se conoce como “los felices años
veinte”; también en Enguera.
Y en esa época teníamos empresas que se habían internacionalizado; durante esos años nos
hicieron una carretera hacia Alcudia; nos alcanzaron los servicios de teléfono y telégrafo. Y,
sobre todo, se logró, gracias a las perforaciones, tener bastante agua para beber y lavarnos de
ahí en adelante…
- Sí, y también se construyó la fuente de la Plaza.
- Mejor, se hizo la Plaza y se plantó la fuente en medio de ella.
- ¿Es que antes no estaba la plaza?
- Pues no; ahí no había plaza.
Así discurríamos por el camino de La Icena, mientras cumplíamos la prescripción médica de
luchar, aunque mejor sería decir que controlábamos los índices del colesterol.
Correo
En tal conversación me tocó explicar que un día de Carnaval se prendió fuego en los almacenes
del tal Malaveta –según la novela Los Caimanes o el tío Gimeno según radio macuto– y, debido
a la presión ejercida por los gases, las puertas del almacén fueron a parar a las paredes de
enfrente.
- ¿Quieres decirme que, por la petardá que pegó el fuego, las puertas fueron desde el
edificio del ayuntamiento hasta donde hoy está el Salón de la Música?
- No… no… ¡Ya te he dicho que la plaza no existía! Nace, precisamente, a consecuencia
de aquel fuego
- ¿Entonces?
Total, que me tocó explicarle cómo fue aquello. Que las personas que estaban celebrando el
carnaval acabaron a pozalás de agua contra el incendio.
- Pero ¿no acabas de decirme que no había fuente?
- He dicho que no había plaza y que la fuente actual se plantó cuando ya había plaza.
- Ah, bueno… pero de fuegos yo también he conocido el de Piqueras y Marín o los del
Vapor…, bueno, los del tío Nácher.
- Sí, todos esos han sido más recientes. El fuego era un mal que aquejaba a la industria
textil con cierta cadencia temporal. De hecho, una de las principales compañías de
seguros era La Alcoyana, centro de la industria textil de la época…
-
-
II
Pues, verás. Volviendo al hilo, donde lo dejamos ayer, resulta que hasta don Miguel
Ciges, sí… el Magistrau; pues digo, que dejó escrito que si alguien hizo por acercar
Enguera a Valencia no fue ningún político, sino que ese fue Tomaset Granero, sí: el de
los autobuses que nos llevaban a Valencia…
Ya… otra de las empresas a la que aplicarle aquello de: el padre la crea, el hijo la
disfruta y los nietos la queman…
Hombre, si quieres ponerlo así… Claro, que eso sería verdad si lo aplicamos a la de
aquí, porque la de Pepe, sí la de Sueca…
Y, levantando la cabeza hacia el horizonte a la luz del sol poniente, vio los restos de aquella
gran industria que fuera orgullo del pueblo. Mentalmente recobró el inmenso rótulo en
ladrillos blancos y letras azul grave: Fábrica de tejidos de lana. Piqueras y Marín. Lavadero
mecánico de lanas ¡Cuánto tiempo había pasado! Y cuántas vivencias…
- Si tener, tienes razón porque, por un ejemplo, algo así pasó con El Vapor…
- … O Sucesores o… ¡qué sé yo!
Tras un interminable silencio, de profunda carga emocional, Luis pegó una patá a un tarroz
que, caído al labrar, estaba en el camino. La acción le sirvió como para expulsar, por el ímpetu,
ciertos demonios del pasado.
- Y ¿es que no vamos a cambiar nunca?
- Qué quieres que te diga… deben ser los genes o ¡qué sé yo! Al parecer –agregó con voz
queda– somos incapaces de aceptar el éxito del trabajo del vecino o de su capacidad.
- Si te pones así… Va, sigue caminando –le dije, tratando de cortarle.
- Pero, ¿cómo vamos a aceptarlo si, por un ejemplo, sólo se reconoce a los ningundi?
- Es posible… cuando se mete la política…
- ¡Qué política ni qué cuentos! Somos así, y se acabó.
- ¡No me seas tan radical, hombre!... ¿o es que no tenemos l’ exposición esa de Ilustres?
- ¡Amos ya! Que no, hombre… que no. El tema no es de política, es de herencia. Aquí ni
la derecha ni la isquierda existen. Lo que hay aquí es los que trabajan y los que miran a
ver quién es el guapo al que le cunde la tasca.
Y así fue recordando, cabizbajo y ensimismado, uno tras otro a todos aquellos que, según
venían a su mente, hicieron algo por el lugar. Repasó y volvió a recordar. Y cuando no esperaba
hiciera públicos sus pensamientos, oigo:
- ¡Solo uno tiene racholeta!
- ¿Qué dices?
- Ná… cosas mías
Aquella tarde de viernes, ventosa y de cielo rojizo, no acompasaba los mejores presagios.
Por la Transcripción
José Cerdá Aparicio
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