Felices los que viven en tu casa ¡Qué gozada es vivir en tu casa, Señor! Nuestras vidas anhelan estar siempre en tu hogar; nuestros corazones te desean, Dios de la vida. Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un lugar donde hacer su nido y colocar sus polluelos: tu casa, Padre, Dios nuestro. Felices los que viven en tu casa y se dedican a alabarte todo el tiempo. Felices los que dejándolo todo han optado por entregar su vida, junto a otras, para ser tuyos. Felices los que no tienen otra fuerza que tú y ponen toda su esperanza en ti. Cuando atraviesan el desierto de la vida, cuando todo alrededor parece amargo y seco Tú nos muestras los manantiales de la vida común, y nos otorgas la lluvia temprana del encuentro con los otros y contigo que da fuerza a nuestras vidas resecas. Podemos caminar, buscándote juntos, hasta descubrirte en los hermanos, en todos los hombres y mujeres, en la historia, en la fraternidad. Padre, escucha nuestra oración esta tarde, atiéndenos, fíjate en tus pequeños hijos, mira nuestros rostros, tantas veces atravesados por el dolor, o por no entender lo que nos ocurre. Estamos convencidos de que para nosotros es más importante vivir en tu casa que en la de nuestros egoísmos. Nuestras vidas no tienen sentido si no las vivimos en ti y por ti. Preferimos quedarnos a la puerta de tu casa que vivir en cualquier otro lugar, alejados de ti. Porque tú, Padre, eres nuestro sol y nuestro escudo; y por eso, nos darás la vida, estarás con nosotros, no nos negarás tus dones. ¡Feliz el hombre y la mujer que confían en Ti! ¡Feliz el que opta por vivir para siempre en tu casa! 1