Don Sebastián, ordenado sacerdote hace poco tiempo, está incardinado en un Ordinariato Militar. Con el permiso de su Ordinario celebra dos Misas diariamente, una en la base militar donde reside y la otra en una academia para oficiales jóvenes, que queda a cierta distancia. Como a estos oficiales no se les permite salir de la academia, ni pueden entrar personas ajenas al ejército, se ve obligado a binar. Tanto en un sitio como en otro, sólo acude al Santo Sacrificio del altar un grupo reducido del personal militar, pero el Obispo de las Fuerzas Armadas tiene interés en que se celebre la Santa Misa todos los días en ambos sitios. Un día laboral, el párroco de la zona, don Rogelio, telefoneó a don Sebastián, para decirle que no se encontraba bien y preguntarle si podría decir la Misa vespertina en su parroquia. Don Sebastián contestó que no era posible porque ya había celebrado dos Misas ese día. Don Rogelio reaccionó diciendo que no había oído nunca una excusa semejante. Don Sebastián a su vez se sorprendió por esta contestación, pues pensaba que su conducta se ceñía al c. 905 del CIC, y empezó a dudar si había sido demasiado estricto. Así que decidió consultar un par de antiguos manuales de teología moral, sobre la binación. Ambos textos sostenían que se permitía binar para el bien de los fieles, pero que se necesitaría ordinariamente unas 20 personas para justificarlo, y además que fuera día de precepto. Aunque estos moralistas se basaban en el Código de Derecho Canónico de 1917, don Sebastián pensó que habría autores que hubieran mirado su binación diaria con sorpresa. De vez en cuando, don Sebastián querría concelebrar en los funerales u ordenaciones del clero local para, según decía, “manifestar la comunión con ellos”. Como normalmente tenía que decir dos Misas, en estos casos solía cancelar una de ellas, y así poder concelebrar. Consultó a otro capellán militar, ya mayor, sobre esta cuestión y le contestó que si su propio Obispo le había dado permiso para celebrar dos Misas diarias para el bien de los fieles del ejército, no sería con la intención de privarle de la ocasión de concelebrar de vez en cuando, y por lo tanto una tercera Misa concelebrada le estaría permitida. A don Sebastián no le pareció del todo convincente esta solución, pero no siendo un experto en derecho canónico, se contentó con seguir la opinión de un sacerdote con más experiencia y, cuando se daba el caso, en vez de suprimir una de las dos Misas (lo que hubiera dejado a algunos de sus feligreses sin poder asistir), se adaptó a concelebrar la tercera Misa en los funerales con los demás sacerdotes. Después de varios años, don Sebastián volvió a leer el Código de Derecho Canónico y le chocó lo estricto que era el c. 905. Sin embargo, no acertó a discernir si decir tres Misas en un día que no fuera precepto era materia grave, o si concurrían circunstancias que pudieran justificar una tercera celebración. Decidió en el futuro consultar cada vez al Vicario General. La primera vez que lo hizo, el Vicario le dijo que, según el c. 905 §2, no podía darle permiso para celebrar una tercera Misa, añadiendo que quizá alguna vez podría asistir a funerales u ordenaciones con roquete. Don Sebastián no se quedó satisfecho con esta sugerencia, pues nunca había visto a ningún sacerdote participar de ese modo (cosa, dicho sea de paso, sorprendente, pues está previsto poder participar sin concelebrar), y podría parecer extraño y poco amistoso a los demás sacerdotes. De todas formas, don Sebastián se dio cuenta de que quizás había sido poco estricto respecto a lo que la Iglesia había establecido y decidió cambiar de actitud. Al poco tiempo de esto, decidió acudir a una concelebración con motivo del jubileo de su tío sacerdote. Como la invitación le había llegado demasiado tarde para cancelar una de sus Misas, pensó asistir como un fiel más. Al verlo su tío, le preguntó por qué no iba a concelebrar, y al decirle que ya había celebrado dos Misas, sugirió que hablara con el Obispo local que estaba en la sacristía. El Obispo respondió que se podía hacer una excepción y don Sebastián, a su pesar, aceptó, concelebrando con los ornamentos que le prestó su tío. Don Sebastián se tranquilizó pensando que tenía que fiarse de la opinión del Obispo. Don Sebastián se encontró aún en otra circunstancia que le hizo dudar de nuevo. Después de celebrar dos Misas, por la mañana temprano, se fue a la parroquia cercana para predicar un día de retiro, en sustitución del párroco. Al llegar se enteró que el retiro solía incluir una Misa; habían acudido unas 15 personas y decidió telefonear al Vicario General, pidiéndole permiso. Pero obtuvo la misma contestación, que no estaba previsto en el Derecho Canónico que se dijeran tres Misas. Con pena, dijo a los participantes que no habría Misa. Algunos se disgustaron, otros no. Les ofreció administrarles la Comunión, que aceptaron encantados. Más tarde, don Sebastián dudaba si había obrado bien, ya que muchas veces había celebrado una segunda vez el Sacrificio eucarístico para un grupo reducido de 4 ó 5 y ahora había dejado sin Misa a 15. Se pregunta: 1. ¿Hay alguien que pueda dar permiso a un sacerdote para celebrar una tercera Misa en un día que no sea precepto? 2. Si no existe tal permiso, ¿es una regla absoluta, o puede admitir excepciones? 3. Si se celebra una tercera Misa sin permiso, ¿es materia grave? 4. ¿Sería un caso distinto si una de las tres Misas es concelebrada? 5. Si no se puede decir una tercera Misa, ¿es recomendable celebrar un acto litúrgico en el que se dé la Comunión?