Nunca volveremos a casa - Catedra de Artes

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Cátedra de Artes N° 6 (2009): 87-95 • ISSN 0718-2759
© Facultad de Artes • Pontificia Universidad Católica de Chile
Nunca volveremos a casa: rito y simulacro en la
Pampa del Miraje
We´ll never be back home
Pablo Miranda
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Pontificia Universidad Católica de Chile
resumen
Este texto propone desde la etnografía una reflexión sobre la ciudad, la
ruina y la memoria. Para ello presenta polifónicamente la celebración del
aniversario del abandonado pueblo salitrero de Pedro de Valdivia, en el
desierto de Atacama, instancia de reunión y recreación de una vida ya
desvanecida.
Palabras clave: ciudad, memoria, ruina.
abstract
This text proposes, from etnography, a reflection about city, ruin and memory. For that purpose, it shows poliphonically the aniversary of Pedro
de Valdivia , an abandoned city in the desierto de Atacama, Chile. During
this celebration, ancient inhabitants join to recreate a vanished life.
Key words: City, memory, ruin.
Cátedra de Artes N° 6 (2009): 87-95
Pablo Miranda
Ya no reconozco mi casa
En ella caen luces de estrellas en ruinas
Jorge Teillier
La forme d’une ville
Change plus vite, hélas! que le coeur d’une mortel
Charles Baudelaire
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I. Ninguna ciudad es más grande que mis sueños
¿Te acuerdas de la vieja casa, en el viejo barrio, en la antigua ciudad?
Había patios infinitos y un galpón donde las gatas que amábamos parían
a escondidas; viejos muebles abandonados que contenían en sus cajones
pasajes hacia otros mundos, patios de luz de rojas baldosas sobre los cuales
las nubes desfilaban con su cargamento de lluvia.
Había árboles y flores, olor a alcanfor y azúcar quemándose sobre las
llamas del brasero, el azul deshaciéndose lentamente en la artesa de madera,
el brillo del sol sobre las alas de los pájaros.
Y por sobre todo, estabas tú, estaban ustedes, con los ojos llenos de luz
esperando la llegada de la primavera.
II. Y la muerte no tendrá dominio
“Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante
varios meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad.
Insomne experto, por haber sido uno de los primeros, había aprendido a la
perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque
que utilizaba para laminar los metales y no recordó su nombre. Su padre se lo
dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la
base del yunquecita: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le
ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto
tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía
dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó
con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para
identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta
los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y
Nunca volveremos a casa: Rito y simulacro en la Pampa del Miraje
En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía
“Macondo” y otro más grande en la calle central que decía “Dios existe”. En
todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos.
Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos
sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante.1
Recordar es hacer presente el pasado. Sin memoria el hombre y la realidad – y su realidad – sería puro devenir, inasible. Gracias a ella somos y
sabemos quienes somos, nuestra vida adquiere sentido y nos insertamos en
el flujo de la historia.
Sin memoria no hay identidad, no hay sujeto; sólo ésta nos permite unir
lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos para no desvanecernos como
un texto cuyas palabras van siendo olvidadas a medida que se leen.
Toda persona, toda sociedad que recuerda, domestica el pasado, se apropia de él, lo incorpora y lo marca con su impronta, por lo que todo ejercicio
de memoria es un ejercicio creativo, en que los recuerdos, las omisiones, la
imaginación, lo reprimido y el olvido, juegan su propio papel.
III. En el fondo de toda lejanía se alza tu casa
Los antiguos habitantes de las salitreras del desierto de Atacama vieron
originarse y crecer sus pueblos; fueron testigos del paulatino reemplazo
tecnológico que originó muchas veces su propia obsolescencia.
1
Gabriel García Márquez: Cien años de soledad.
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José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso
a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa,
silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y
las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco,
estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía
llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se
recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colocó en la
cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes
de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay
que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que
hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron
viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las
palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores
de la letra escrita.
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Asistieron luego a la clausura y destrucción de las oficinas, al saqueo y
vaciamiento de su mundo.
Desolados ante esta condición, ante esta pérdida, como respuesta ante
este derrumbe, erigen sus rituales.
Estos se levantan como actos límite mediante los cuales los viejos pampinos pretenden vencer el olvido, vencer la muerte, vencer la pérdida del
ser; en cada uno de ellos hay amor como camino y nostalgia como refugio,
quizás para esconder el desconsuelo del presente; cada uno de ellos muestra
su resistencia a desaparecer, su lucha contra la instauración de los lugares
baldíos de la memoria.
Así, cada 1 de noviembre acuden a los abandonados cementerios del
desierto, desolados todo el año con excepción de este día, en que vivos y
muertos se reencuentran en una tierra sagrada que aúna pasado, presente
y futuro, manteniendo y fortaleciendo lazos, cumpliendo promesas que se
creían olvidadas, construyendo el monumento de la memoria en esta calcinada tierra del olvido.
Esta misma acción de resistencia se manifiesta cada 6 de junio para el
aniversario del deshabitado pueblo de Pedro de Valdivia. Alguna vez albergó a 13.000 habitantes y debido a su clausura en 1996 hoy sólo cuenta
con uno: Benito, su cuidador, que conversa con los espíritus que se niegan
a marchar.
Pedro es un pueblo en ruinas, una ciudad fantasma, pero en esta fecha
miles de pampinos acuden y lo rescatan del olvido y la muerte, haciendo
revivir del pasado, resucitándolo, en un simulacro alucinante y alucinado,
convirtiéndolo en una mentira forjada con los ingredientes de la verdad.
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Juntos recrean el mito del paraíso perdido, ya que todo paraíso para ser
tal primero debe ser objeto de destierro; todos hemos perdido uno – la infancia -, pero los pampinos han debido sufrir un segundo desarraigo vital: su
pueblo, su hogar, su lar. Este fue el lugar donde vivieron sus años más claros,
el tiempo del amor, del compañerismo, de la camaradería, de la solidaridad,
la amistad y la abundancia, momentos todos recreados en sus exilios hasta
que ya no pueden soportar su imagen del puro dolor de recordar.
Entonces, este día proporciona la oportunidad ineludible del regreso,
de la recuperación; acuden desde Antofagasta, Tocopilla, Calama, Ovalle,
Santiago, no importa cuan lejos se encuentren; si no lo hacen, Pedro morirá bajo el polvo del olvido, que avanza cubriéndolo poco a poco desde la
Pampa del Miraje.
Calles desoladas. Desiertas ciudades del corazón.
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Hay los que llegan mucho antes y pintan los edificios principales, los
bancos y la glorieta de la plaza, sus calles adyacentes, los juegos infantiles, el
gimnasio, de manera que durante este día, en el núcleo del pueblo, el tiempo mira para atrás y como antes los niños llenan el lugar con sus gritos, las
mujeres conversan mientras van de compras, los hombres juegan un infinito
partido de fútbol en el gimnasio techado, las parejas van al concierto de la
banda en un teatro nuevamente impecable, los árboles reverdecen bajo su
capa de polvo, eternas vecinas toman el sol en sillas de playa en sus terrazas
derruidas y dos elegantes ancianas que apenas caminan afirmadas en sus
bastones observan inmóviles, apoyándose mutuamente del brazo, las ruinas
de lo que fue su casa.
Y yo las miro mirar, extasiado ante este espejismo bajo el sol alucinante
de la pampa.
Bajo el sol de mediodía, la señora Aidé recuerda su vida, su otra vida:
Yo aquí a Pedro de Valdivia llegué el año 63 y formé mi hogar. Cuando
cerraron, el 96, nos fuimos a María Elena y después de dos años jubilaron
a mi esposo y nos fuimos a Coquimbo. De ahí vengo todos los años, a
pintar, a limpiar, para que los pedrinos que vienen no encuentren tanta
tierra.
Está tan abandonado todo que siento rabia y pena de verlo así, siente
uno nostalgia.
Yo vengo todos los años porque lo poco y nada que tengo se lo debo a
Pedro de Valdivia, mi marido, mis hijos. Me tira la pampa; aquí nos volvemos a juntar todos, todos somos uno. Siempre les digo a mis niños que
si alguna vez me ganara un premio grande, yo compraría y me vendría a
vivir aquí, a pasar mis últimos años.
Nunca volveremos a casa: Rito y simulacro en la Pampa del Miraje
Esta es la casita más limpia que hay, ¿ve?. Aquí vengo todos los años y
limpio esta casita yo. Soy pedrina neta, nacida y criada aquí. Me fui a
los cuarentaicinco años, y vuelvo, porque quién no va a volver a su tierra
natal, dígame usted, si es lo de uno. Nosotros fuimos los últimos en irnos,
tuvieron que venir a sacarnos. Yo no cambio a Pedro.
Así, en una atmósfera de suave melancolía - ya que en esta recuperación
también hay dolor -el día transcurre y el día es como un sueño, como ese
sueño que retorna y permite continuar la conversación inacabada con el
amigo que ya no está. Así, el 6 de junio regresa y permite continuar con la
vida, con su simulacro, como si aun se habitara vitalmente este espacio y este
tiempo, como antes, igual que antes, tal vez incluso mejor que antes, mejor
que la verdad misma. Porque tal vez este simulacro sea menos práctico pero
más reconfortante que esa extraña ilusión colectiva llamada realidad.
Eterno retorno del estar. Eterno retorno del recordar.
El atardecer es dominio de la murga, la banda de música que con su
inverosímil vocalista -es Germaín de la Fuente y es Mick Jagger- y sus
saxofones hechos de latón con los que imitan vocalmente su sonido -más
simulacro- hacen bailar a los pedrinos que repletan la plaza.
Luego la noche cae, y junto con la noche cae el polvillo del caliche desde
el molino. Entonces, es el momento de la nueva diáspora.
Cual fantasmas, las siluetas se disuelven entre los fogonazos de los fuegos artificiales y esta extraña niebla nocturna. Hasta el próximo año, hasta
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Y a una cuadra de este lugar, al interior de los restos de su casa, donde
llegó a alojar hace dos días para tener tiempo de limpiar e incluso encerar el
piso, Rosario ha instalado camas, una cocina y un pequeño comedor donde
hoy almorzarán juntas:
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encontrarnos de nuevo entre el recuerdo y el olvido, entre lo que fuimos y
lo que seremos.
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Y cuando Luis, Jorge, Rufino, Celia, Cecilia, Ana, Aidé, Rosario y los
muchachos de la murga ya no estén, cuando no queden ni las ruinas, cuando
el desierto haya recuperado a Pedro para sí, entonces el pueblo seguirá vivo
en los corazones de sus antiguos habitantes - recordar es volver a hacer
pasar por el corazón - y sólo morirá cuando ya nadie sea capaz de revivirlo
en su memoria.
Sólo entonces.
IV. Sólo es mío el pueblo que está en mi alma
¿Te acuerdas de la vieja casa, en el viejo barrio en la antigua ciudad?
¿Recuerdas la vieja plaza? ¿Todo ese aire? ¿Toda esa luz?
¿Te acuerdas aun, después de todos estos años?
“Pues lo que importa no es la luz que encendimos día a día
sino la que alguna vez apagamos
para guardar la memoria secreta de la luz.
Lo que importa no es la casa de todos los días
Sino aquella oculta en un recodo de los sueños.
Nunca volveremos a casa: Rito y simulacro en la Pampa del Miraje
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Nunca volveremos a casa
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Dedicado a todos los habitantes de la casa de Ricardo Cumming.
Santiago, otoño 2009.
* Todas las fotografías que ilustran este artículo son del autor
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