S upieron que sería un invierno duro cuando sus narices dejaron de sentir el frío. De las púas les colgaban témpanos de hielo y los estornudos se congelaban antes de explotar. Los erizos decidieron abandonar el matorral que habían habitado durante el verano en busca de un refugio más cálido. La familia se apenó mucho al despedirse de los vecinos, con quienes los erizos acostumbraban a charlar durante horas, rodaban por el césped y cocinaban sabrosos banquetes. La promesa de una gran fiesta de inauguración en su futura morada les consoló. El señor y la señora erizo con sus nueve hijos recorrieron todo el bosque para encontrar un hogar. Al menos eso les pareció. Estos animales no calculan bien las distancias. Caminaron un tremendo trecho durante varios soles, contarían luego. A nuestro ritmo, el paseo de una tarde. Conocieron a un topo corto de vista que les ofreció un par de habitaciones en su madriguera.