las sonatas de valle- inclán

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LAS SONATAS DE VALLE- INCLÁN*
LÓPEZ LÓPEZ, Sebastián José
[email protected]
Fecha de recepción:
7 de marzo de 2012
Fecha de aceptación:
22 de marzo de 2012
Resumen:: El trabajo es un breve recorrido por la saga de ese nuevo e infame Don Juan propuesto
por Ramón del Valle- Inclán. La redacción carece de complejidad: intentar conectar las
diferentes novelas mediante los recursos estéticos; la continuidad argumental –o los ecos– y
alguna oportuna interpretación.
Palabras clave: Valle- Inclán – Modernismo – Romanticismo- Don Juan- Sonatas
*
Este trabajo ha contado con la guía de la Dra. Isabel Giménez Caro, profesora titular del área de
Literatura Española de la Universidad de Almería.
Philologica Urcitana
Revista Semestral de Iniciación a la Investigación en Filología
Vol. 6 (Marzo 2012) 1-12
Departamento de Filología – Universidad de Almería (ISSN: 1989-6778)
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LÓPEZ LÓPEZ, Sebastián José
Inclán (Villanueva de Arosa 1869 – Santiago de Compostela 1936). Su verdadero
nombre era Ramón del Valle Peña, pero adoptó los apellidos de sus antepasados. Tras
superar bachillerato en Pontevedra y cursar Derecho en la Universidad de Santiago de
Compostela, se traslada a México y se enrola en el ejército. Más tarde hizo de Madrid su
residencia, donde se relacionó con la bohemia. En 1899, debido a un altercado con Manuel
Bueno, pierde el brazo izquierdo. En 1907 contrae matrimonio con la actriz Josefina
Blanco, enlace que acabará en divorcio. Viaja por América y por Europa y experimenta en
primera persona la gran guerra en varios países aliados. Durante la dictadura de Primo de
Rivera es encarcelado y en la República es nombrado director de la Escuela Española de
Bellas Artes en Roma. Regresa a Santiago gravemente enfermo en 1934, ciudad en la que
morirá.
Lo interesante de esto es lo que creemos deducir del autor, algo que filtrará la
información cuando leamos sus obras: podemos intuir que fue un tipo rebelde –¿lo es en
sus escritos?-, podemos también preguntarnos por las mujeres en sus obras, y de los viajes,
¿qué podemos adivinar? Parece que en vida fue una figura política, ¿lo son sus personajes?
Y la excentricidad acumulativa, ¿de dónde viene y dónde acaba? ¿Él alimenta su literatura
o es al revés?
Las sonatas se estudian como parte del movimiento modernista. La literatura
modernisa se caracteriza por la búsqueda de la belleza, tanto en las formas de expresión
como en los contenidos. Para alcanzarla, la estética modernista se sirve de tres rasgos
esenciales: la sensorialidad, la perfección formal y la ambientación en lugares fantásticos.
La poesía modernista apela a los sentidos con imágenes de gran belleza visual,
mediante la musicalidad del lenguaje (aliteraciones, palabras esdrújulas, cultismos, etc.) o
por medio de referencias a elementos sensoriales. Así, los colores, los sonidos y los aromas
se evocan directamente, o a través de objetos preciosos, instrumentos musicales o flores,
etc. Se presenta el lado refinado de la naturaleza (cisnes, ruiseñores, etc.) que, no obstante,
puede aparecer asociado a lo decadente, como hermosas ciudades en ruinas. Esta
importancia de os sentidos se percibe también en el tratamiento de temas como el amor, que
suele presentarse revestido de elementos sensoriales que lo llevan hacia el erotismo.
Los parajes exóticos, los cuidados jardines, los palacios, el lejano Oriente y las épocas
remotas son los ambientes habituales del Modernismo. Estos constituyen a menudo una
forma de evasión de la realidad. En el modernismo español, sin embargo, hay menos
exotismo en la ambientación y esta responde con mayor frecuencia a significaciones
simbólicas (jardines, fuentes, estanques, etc.)
Pero la literatura modernista, junto con esta persecución de la belleza, expresa a
menudo un desencanto y una melancolía que tienen raíces en el Romanticismo (de este
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movimiento se recuperan algunos rasgos, como el interés por los sentimientos, el sueño o lo
fantástico). La tarde, el otoño o el ocaso son algunos de los elementos a través de los cuales
se refleja esta sensación de tristeza. Así, la poesía modernista se caracteriza por un cierto
hibridismo. De este modo, no es extraño que acoja también lo decadente o la presencia de
la muerte. El amor puede presentarse imposible o un sentimiento melancólico.
Esta mezcla de elementos responde a la doble cara de este movimiento, que, como se
ha indicado, constituye, por una parte, un rechazo a la realidad en la que surge y, por otra,
un deseo de perfección de armonía.
Mediado el año 1902 se publica una novela disfrazada de libro de poesía por su título,
Sonata de Otoño. Es una novela breve escrita por el ya entonces conocido Valle- Inclán,
que completaría la saga de las Memorias del Marqués de Bradomín cada año con una nueva
entrega –la de Estío en 1903, la de Primavera en 1904 y la de Invierno en 1905-.
Me he servido de una reseña de Zamora Vicente para dar con las características básicas
de la tetralogía. En la primera de ellas penetra Zamora Vicente en un profundo análisis del
Marqués de Bradomín, con el objeto de conocer a ciencia cierta los rasgos fundamentales
de la complicada idiosincrasia del personaje. Y encuentra que tales rasgos son los
siguientes:
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Donjuanismo, ya que el famoso Marqués se ve cada instante en verdadero trance de
erotismo, de un erotismo razonador y hasta pedante que le permite –no obstante ser
feo, católico y sentimental- mantener sometidos y vigilados a todos los donjuanes
de la literatura.
Aristocracia, toda vez que el refinado Bradomín – quien es, a más de marqués y de
guardia noble, persona de la absoluta confianza del Papa- hace continuas
ostentaciones de señorío y hasta de monomanía nobiliaria.
Religiosidad, pero no aquella austera y pura que nace de la intimidad, sino es otra –
deporte refinado- que, sustancialmente, ornamental y decorativa, busca en el
cristianismo tan sólo la lucha dramática entre Jesucristo y Satanás para rendirse al
fin, en el subyugamiento de una estética sombría, a la quintaesenciada sensualidad y
a la perversidad heroica que emanan de la figura del Rebelde.
Superstición, dado el hecho de que Bradomín, al fin y al cabo español, vive
pendiente de esos poderes mágicos y ocultos, que atraen las almas de con sus
poderes escalofriantes y con sus eternas e incontestadas preguntas.
Cosmopolitismo, habida cuenta de que el Marqués –aun conservando siempre el
orgullo de buen español- recorre países tan distantes uno de otro como Italia y
Méjico, desde los cuales añora muchos otros por los cuales anduvo o anhela andar
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un día en romántica peregrinación que califica él de sentimental pero que –conocido
el carácter del personaje, sería más bien sensual.
Contraste porque, como lo dice el propio Zamora Vicente, subordinada a aquella
mezcla confusa de virtud y de pecado, y como complemento adecuado a su
efectismo escandaloso, una ley escondida armonía cómplice, que surge
naturalmente en cada ventura, en cada recodo, como una oportuna, necesaria
floración.
Paisaje, pero paisaje en el cual los descripcionismos detallistas de un Pereda, por
ejemplo, han sido suplantados por una emocionada contemplación de la naturaleza a
través de una sensibilidad agudizada por una serie de pinceladas tan efusivas como
sobrias, por una aristocrática poetización de todo cuanto se presenta a sus sentidos.
Visión artística de la vida, por último, que no es sino una consecuencia lógica de la
aristocracia, de la exquisitez, del refinamiento casi morboso de que da prueba
sobradas en el de Bradomín a través de múltiples episodios de las Sonatas,
esteticismo que se manifiesta con rasgos absolutamente inconfundibles en el gesto,
en las actitudes, en las predilecciones y hasta en el vocabulario del orgulloso
Marqués.
Las Sonatas, que en su conjunto constituyen lo mejor de la prosa modernista
castellana, son, a la vez, la suma y la burla de los tópicos finiseculares: las perversidades
sexuales, el sacrilegio, el uso de imaginería mística para referirse a temas profanos, el
satanismo, lo macabro, el deleite en la enfermedad y en la agonía, el esteticismo a ultranza,
la búsqueda de analogías y correspondencias, la preferencia por lo excepcional, lo
arquetípico, lo exótico, lo misterioso. Valle-Inclán se burla también de temas que aparecen
obsesivamente en las revistas intelectuales del momento: el pesimismo de Schopenhauer, el
amoralismo nietzcheano, la exaltación de la barbarie, el elogio de la mentira, la decadencia
de España, la fascinación por la música de Wagner.
A su vez son una excepción en el marco de la literatura española contemporánea. Tal
singularidad hizo que al principio, aunque muy leídas, no contaran con la aprobación de los
críticos profesionales. Amado Alonso, por ejemplo, necesitó justificarse en su artículo de
1928, al hablar de la «ejemplaridad de las Sonatas», e hizo una breve reseña de las
acusaciones con que fueron recibidas: preciosismo, inhumanidad, insinceridad ideológica,
plagio. Los acusadores no se dieron cuenta de que Valle-Inclán estaba haciendo literatura
de la literatura: estaba reescribiendo textos, manipulando tópicos, revirtiendo experiencias
literarias. En su tiempo, la búsqueda de la perfección formal, la pose del maldito, la
deliberada confusión de sensaciones en la plasmación de imágenes, la mezcla de
intelectualismo y sexualidad desenfrenada, el sondeo tanto de los límites de la palabra y el
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sintagma como de los límites entre el espíritu de la carne, el cielo y el infierno, tenían que
desconcertar, que producir desazón, ya que eran lo que fue el modernismo: una
provocación.
Con esto podemos resumir diciendo que la palabra reescritura es clave para las Sonatas
en dos sentidos: primero, porque fueron corregidas obsesivamente; segundo, porque son
una brillante reescritura irónica, tanto de los tópicos del simbolismo y decadentismo
europeo como de los temas que obsesionaban a los intelectuales españoles de entonces.
Al dar más alta categoría estética a la novela erótica finisecular, Valle-Inclán la hace
texto obligado de lectura. Si toda su obra (y su vida, que también es su obra) es una
indagación de los límites temáticos y estilísticos, en las Sonatas logró la perfección de
convertir lo prohibido en indispensable. Cuando en 1904 el periódico madrileño El Globo
hizo una encuesta sobre la ganancia que obtenían los escritores con sus libros la irónica
respuesta de Valle-Inclán fue: «Todas mis esperanzas están puestas en un libro que
publicaré dentro de algunos días: la Sonata de Primavera. Seguramente se venderán
algunos centenares de miles, y con el dinero que me dejen, pienso restaurar los castillos del
Marqués de Bradomín y comprarme un elefante blanco, con litera dorada, para pasearme
por la Castellana».
La confusión autor-narrador es otra de las claves de las Sonatas. Eduardo Zamacois
dice que don Ramón del Valle-Inclán fue el primer escritor español que cultivó el arte de
posar, y agrega: «Este preclaro maestro del idioma y excepcional sacerdote de la mentira se
movía en un mundo imaginario, enteramente suyo, y se identificaba tanto con sus
personajes que después de leer sus Sonatas, no sabríamos decir si el “marqués de
Bradomín” es obra de Valle-Inclán, o si éste hizo de su vida una parodia o remedo de la
vida de Bradomín».
Quizá los juicios de Zamacois son algo exagerados, pero lo cierto es que Valle-Inclán
confundió lúcidamente la realidad y la ficción. Al escribir su «Autobiografía» para la
revista Alma Española despliega el mundo imaginario de las sonatas en el que estaba
entonces sumergido, como de su vida: cree, como Bradomín en la Sonata de Invierno, que
la leyenda es más importante que la historia.
Comienza parodiando el célebre autorretrato de Cervantes: «Este que veis aquí…», así
como Bradomín repetirá las palabras del prólogo a la segunda parte del Quijote al referirse
a su manquedad: «¡Quien la hubiera alcanzado en la más alta ocasión que vieron los
siglos!». Valle-Inclán hacía méritos para convertirse en el segundo gran manco de España,
como dijo una vez. En la «autobiografía» también se le atribuye, entre otras aventuras no
menos delirantes, algunas de la Sonata de Estío, después de haber dicho que el muy noble
Marqués de Bradomín era su tío… y que, como él, era feo católico y sentimental.
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Detrás de tantas poses e innumerables anécdotas hay que descubrir al Valle-Inclán
entregado pacientemente a la lectura y a la escritura, no menos que a la tertulia de café,
santuario de la bohemia y de la política. Tuvo siempre ideas claras, a lo largo de toda su
vida, sobre los avatares de la historia de España, y las expresó en su obra, en sus
declaraciones públicas y en su correspondencia. En los años previos a la guerra de 1914 fue
un carlista convencido y comprometido con su ideología. Su segundo viaje a México y la
lucha contra la dictadura de Primo de Rivera radicalizaron sus opiniones en contra de la
monarquía Alfonsina. Hay que separar la paja del grano –y no es fácil, porque hay tanto
escrito- para ver, a través de la evolución de sus opiniones, su gran coherencia en la lucha
contra la estupidez y la injusticia. Pero la dimensión ética de Valle-Inclán es pareja de su
dimensión estética, lo que no es poco decir. La vociferación del esperpento contra la
España oficial, chabacana y mentirosa, fue una más entre las vociferaciones múltiples del
hombre de carne y hueso, comprometido en la búsqueda de una sociedad menor.
Las Sonatas son novelas cortas eslabonadas, de posible lectura independiente pero con
remisiones internas, lo que las hace obra unitaria. Verdad es que si juzgamos por las
remisiones toda la obra de Valle-Inclán es unitaria y obsesivamente recurrente, como
veremos en seguida.
Apareció la primera edición de la Sonata de Otoño precedida de la siguiente nota:
Estas páginas son un fragmento de las «Memorias Amables» que ya muy viejo empezó a
escribir en la emigración el Marqués de Bradomín. Un don Juan admirable.
¡El más admirable tal vez!
Era feo, católico y sentimental.
La fragmentariedad de las Sonatas las hace contemporáneas: en este otro fin de siglo –
y de milenio- el lector prefiere llenar los huecos, los espacios vacíos y construir su modelo
particular. Las Sonatas no son fragmentos de un discurso amoroso. Son fragmentos en los
que no importa tanto el hilo narrativo, la unidad, como las piezas del modelo: las escenas,
inmovilizadas como en un cuadro o en un poema. Interesa más el equilibrio de la
composición que el devenir de la memoria del narrador.
Las cuatro estaciones sirven como alegoría de la vida del hombre. En la Sonata de
Primavera encontramos a Bradomín en Italia, joven y atrevido, pero incapaz de lograr el
amor de María Rosario. En la de Estío se embarca hacia Méjico, donde la naturaleza
tropical es marco de tempestuosas pasiones. La de Otoño tiene un Bradomín reflexivo y
sutil, cuyos amores con Concha están admirablemente entretejidos con el otoñal ámbito
gallego. En la Sonata de Invierno el héroe se despide del amor «acaso para siempre», y
promete escribir sus memorias.
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Bradomín se fue gestando como personaje en la imaginación de Valle-Inclán mucho
antes de que apareciera como narrador de las Sonatas. Y una vez plasmado, volverá a
reaparecer hasta en las últimas obras: lo encontramos en Águila de Blasón, Los Cruzados
de la Causa, Una Tertulia de Antaño, Luces de Bohemia, en la trilogía El ruedo ibérico y
en una obra de teatro que es, en gran parte, refundición de las Sonatas: El Marqués de
Bradomín. Coloquios Románticos.
Cada vez que reaparece, la figura de Bradomín se superpone, ligeramente desplazada, a
las anteriores: el mito del eterno retorno nos acecha continuamente en la obra de ValleInclán, en niveles múltiples. La recurrencia obsesiva de temas, situaciones, personajes,
frases, tiene que ver con los mitos de la reunificación que forman parte de la teoría
simbolista. Tanto los supuestos plagios de Valle como sus repeticiones deben estudiarse
teniendo en cuenta los criterios estéticos que expuso en La lámpara maravillosa:
Toda expresión suprema de arte se resume en una palpitación cordial que engendra infinitos
círculos, es un centro y lleva consigo la idea de quietud y de eterno devenir, es la beata
aspiración («La piedra del sabio», IV).
Gracias a la posibilidad de las distintas lecturas que ofrece, la obra de Valle-Inclán es
capaz de atraer a toda una extensa gama de lectores, desde los más ingenuos a los más
sofisticados. En las Sonatas logra superar la barrera del tiempo y de una estética tan
distante de la sensibilidad actual, como el humor y la ironía.
La nota introductoria debería haber alertado a los críticos sobre el tenor de lo que iban
a leer: no es fácil encontrar un don Juan feo, católico y sentimental. Sin embargo, no todos
percibieron el humor. Y es que el humor y la ironía dan profundidad a la narración, a la vez
que la subvierten. En la Sonata de Invierno, por ejemplo, se uta el tópico decadentista del
elogio de la mentira para pasar revista a los tópicos noventaiochistas que, después de tanta
literatura escritura al respecto y a casi un siglo de distancia, resultan excitantes: la pérdida
de las Indias, las viejas ciudades castellanas, la prédica antitaurina, etc.
Otros filtros, otro juego de espejos ilusorios, tiene que ver con la voz narrativa. Una
voz asume los juicios de la Nota introductoria: nos dice, a la vez que enjuicia al narrador,
que el yode la narración va a hablarnos de un alejado en el tiempo y en el espacio.
Todo el resto lo conocemos a través de Bradomín. Los otros filtros, queda dicho arriba,
son espaciales y temporales, inevitablemente entremezclados con el intricado sujeto de la
narración. Este filtra los sentimientos de los otros personajes:
…un estremecimiento de espanto recorrió mi cuerpo y apenas pude sofocar el sollozo, pero
Isabel debió pensar que eran muestras de amor. ¡Ella no supo jamás por qué yo había ido
allí!.
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Bradomín escribe sus memorias cuando es viejo, creando así lo que se ha llamado
filtros temporales: «Como soy muy viejo, he visto morir a todas las mujeres por quienes en
otro tiempo suspiré de amor». Tratando de recuperar el tiempo perdido, evoca diferentes
ayeres –«De una cerré los ojos, de otra tuve una triste carta de despedida…»– que a veces
son un futuro con respecto al acontecimiento que va a narrar: «Por guardar eternamente el
secreto, que yo temblaba de adivinar, buscó la muerte aquella niña…». También está el
presente de la escritura: «Hoy, después de haber despertado amores muy grandes, vivo en la
más triste y más adusta soledad del alma…». Todas estas citas pertenecen al primer párrafo
de la Sonata de Invierno.
En La Sonata de Otoño, Bradomín comienza citando una carta de Concha que ya hace
mucho tiempo ha perdido. La acción comienza al recibir la carta, pero en su transcurso se
evocan, en pasados consecutivos, las etapas de la relación amorosa, y también el futuro: «El
día de quemar aquellas cartas no llegó para nosotros […]. Cuando murió Concha, en el
cofre de plata, con la joyas de familia las heredaron sus hijas».
Hay que señalar que Bradomín suele distanciarse irónicamente de su «realidad»,
idealizando el pasado, enjuiciando sus propios actos o modelándose tres actitudes ideales, y
prestigio histórico y literario: «Y nos besamos con el beso romántico de aquellos tiempos.
Yo era el Cruzado que partía a Jerusalén, y Concha la Dama que le lloraba en su castillo al
claro de la Luna».
Estudia Zamora Vicente otro elemento sustancial de la literatura modernista: la
musicalidad. Pero el ensayista no se queda satisfecho con la comprobación de que las
cuatro Sonatas son obras rotundamente musicales desde el título hasta el colofón. No,
porque aquí también se detiene Zamora Vicente a investigar las causas íntimas de la
musicalidad valleinclaniana y halla que son, entre otras, las siguientes: acertada
combinación de las pausas, conveniente distribución de los acentos rítmicos, empleo de
vocablos armoniosos, uso de adjetivos nostálgicos, frecuencia de recursos tan
embellecedores como las figuras llamadas dicción y novedad en la colocación de los verbos
y de los demás elementos de la cláusula, para convertirla en algo así como un manto lleno
de ondulaciones y de vuelos.
Al estudiar las Sonatas, aún en su vertiente esteticista, no tenemos derecho a
embelesarnos con sus perfumes marchitos ni con la pátina del paso de los años como sí
puede hacerlo quien las lee por placer de la lectura. A nosotros se nos impone el deber de
descubrir el truco, el deber de descubrir la técnica. Porque técnicas narrativas, y no mucho
más, son ese escamoteo de la realidad del que se habla cuando se habla del primer ValleInclán. Con las Sonatas, moviéndose entre los convencionalismos de las nuevas corrientes
estéticas con soltura pero sin la maestría de un gran escritor, Valle logra imprimir un
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carácter muy personal a su prosa de princesas y hadas como la denominó Ortega y Gasset;
quien supo que aquel escritor estaba llamado a ser el creador de los otros mundos menos
livianos.
A pesar de los paisajes y los escenarios arquitectónicos de las Sonatas han sido escritos
por una pluma estigmatizada por la literatura y la iconografía de moda en su tiempo,
estamos, sin duda, ante los primeros experimentos de un método de creación. Porque en un
modo que podríamos llamar gaudiniano, Valle se dedica a romper obras ajenas como si
fueran azulejos aprovechando después los pedacitos resultantes en la composición de un
mosaico particular. Sea en un linajudo caserón gallego, en un palacio romano, en un salón
cortesano…, cualquier espacio transitado por el que no es ninguno en concreto y es todos
en general. El lector ha estado allí porque la imaginería le es tremendamente familiar. Son
imágenes que pertenecen a la memoria que no sólo a la del marqués o la del autor, sino a la
memoria artística del lector. Son un déjà vu que nos hace cómplices y cada escena es el
fragmento de una antología. Las Sonatas son, en ese sentido, un álbum artístico en forma de
novela. La técnica es sencilla y compleja a un tiempo, el palimpsesto que propone el autor
participa de diferentes obras provenientes, a su vez, de diferentes disciplinas artísticas y,
como lectores, se nos exige que pongamos en juego nuestra memoria, se nos invita a
presenciar un cuadro en movimiento, un mejoramiento, el arte de hacer propia la voz ajena
a través de resonancias culturales que no empequeñecen su capacidad creadora sino que le
ayudan a fundar su universo literario y su hipertexto. Una poética que evolucionó, sin duda,
pero sin tantas rupturas como se nos ha dado, en ocasiones, a entender. Lo atestigua la
pervivencia en su obra de cierta voluntad de estilo fraguada en el Modernismo de entre
cuyas características él supo tomar una de las más interesantes e innovadoras: la capacidad
sintetizadora que acerca cada pieza a la obra total. Esa obra ideal que aspira ser todas las
obras.
La falta de religiosidad verdadera viene de la superstición. Aparece en forma de
estremecimiento de terror, presentimientos, recuerdos de las almas en pena, advertencia del
mal agüero, sueños. El misterio y el símbolo se unen. Toda la obra está tejida por una ley
de contraste, como una escondida armónica cómplice. El contraste se presenta como el
medio más acertado de despertar resonancias inusitadas, nuevas. Así al morir Concha, el
Marqués se refugia en la alcoba de su prima Isabel. Ese contraste se lleva a los más
pequeños detalles. Logra así bellos efectos de color, sonido y elaboración psicológica.
Otro recurso muy utilizado es el de las sensaciones, sobre todo por las
correspondencias psicológicas que despiertan. La sensación que más aparece es la acústica,
y dentro de estas, la voz humana, que se oye sofocada, alegre, apagada, sentimental, con
resignación amable, etc. Y esto lo asocia a los verbos expresivos del acto con predominio
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del perfecto, como «murmuró, insistió…». Algún imperfecto anuncia el valor de la
evocación, así «llamaba, desfallecía…». Aparece el sonido de las campanadas, aunque en la
de otoño se limita al sonar las horas y la campanilla, que llama a la criada. Los murmullos y
los susurros se presentan en un silencio de fondo. Los personajes y las cosas inertes
despiden una estremecida onda sonora. También aparecen sensaciones de luz y brillo. En la
de otoño destaca la dudosa claridad de un velón, los candelabros, plata resplandeciente,
farolillos, luz entrevista de Galicia. Menos numerosas son las olfativas y las táctiles. Los
olores conservan su jerarquía de rancio lugar callado.
La ventana es uno de los elementos arquitectónicos más reiterado en las Sonatas del
que se extraen múltiples posibilidades simbólicas al convertirlo en el marco de paisajes
sublimados y composiciones quietistas. La fascinación por las ventanas ya las sintió en el
Baudelaire de los Pequeños poemas en prosa cuando escribía: «No hay objeto más
profundo, más misterioso, más fecundo, más deslumbrante que una ventana iluminada por
una candela». Otra ventana es el entorno al cual giró el argumento de La cortina carmesí de
Jules Barbey d´Aurevilly, algunos poemas de Mallarmé y otros de Apollinaire. El contorno
de una venta limita de tal forma la amplitud del campo visual que conlleva una importante
elección del punto de vista. No somos libres de imaginar el mundo de las Sonatas, ValleInclán oficia de narrador con su estilo narcotizante, ensaya una novela sensorial y elige por
nosotros cada detalle como un decorador de ambientes a la moda, pero siempre
haciéndonos creer que nada puede ser de otra manera porque todo lo que estamos viendo
está siendo recordado.
La pregunta, repetida hasta la saciedad –«¿Te acuerdas?»– como el nevermore de Poe,
cala en el ánimo del lector pero el escritor no se detiene ahí: se halla dispuesto a subyugarle
los sentidos hasta la extenuación. Y tras la acumulación de balaustradas, salones de espejos
que se confunden de puertas y angostas ventanas de montante donde se arrullan las palomas
o se abandonan unas manzanas agrias… la imagen más simbólica, la ventana-cuadro de
regusto más gótico, el icono de la muerte:
Una vieja hilaba en el hueco de una ventana. Concha me la mostró con un gesto: Es
Micaela… la doncella de mi madre. ¡La pobre está ciega! No le digas nada…
En ocasiones, el emplomado de los cristales diseña, sobre el paisaje exterior, una suerte
de retablo, una creación artificial que niega a la Naturaleza la más mínima iniciativa puesto
que hasta los rayos del sol son codificados, convertidos en objetos exquisitos y antiguos.
La Sonata de Otoño es la más abundante en ejemplos de encuadres significativos e
intencionados y nos brinda una de las escenas más cinematográficas de la tetralogía cuando,
por una avenida de castaños, avanza hacia la fachada del palacio la figura del marqués
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iluminada con las manchas de luz incierta que se filtra entre las ramas. Levanta la vista y
todas las ventanas están cerradas. Todas menos la del centro en la que se atisba una mujer
vestida de blanco. Pero las ramas escamotean intermitentemente el eje central del plano
cuando la ventana regresa de nuevo a su (nuestro) campo visual esta se halla cerrada
también. El travelling es perfecto y el juego parpadeante de luces y sombras se adivina
efectista; como efectistas son los juegos de calidoscopio que multiplican el reflejo de la
morbosa imagen de Bradomín con el cadáver de Concha en brazos atravesando las
estancias del Palacio. Entre la ventana abierta a la noche en la habitación del pecado y «la
sucesión de ventanas que solamente tenían cerradas las carcomidas vidrieras, las vidrieras
negruzcas, con emplomados vidrios, llorosos y tristes» aparecen los espejos ante lo que
Bradomín, a la vez perverso y supersticioso, cierra los ojos para no verse.
Ante todo las Sonatas son una revisión del mito de don Juan. No lo afirmo yo, ni lo
dicen los críticos de aquellos y estos tiempos; lo dijo Valle-Inclán y no es de creer que
pretendiera confundirnos con estas declaraciones: todos los autores concibieron al Don
Juan a las tres causas: La Mujer, El Amor y La Muerte. Yo puse a Don Juan frente a la
Mujer, La Muerte y el Paisaje.
En una entrevista de 1926, insiste y puntualiza:
En ellas intenté tratar un tema eterno. El tema, si es eterno, por mucho que esté tratado, no
está agotado nunca. El tema eterno es piedra de toque donde se mide el esfuerzo y mérito de
cada autor, y por ello todos debemos intentarlo. Don Juan es un tema eterno y nacional:
pero don Juan no es esencialmente conquistador de mujeres; se caracteriza también por la
impiedad y por el desacato a las leyes y los hombres. En Don Juan se han de desarrollar tres
temas. Primero: La falta de respeto a los muertos y a la religión, que es una misma cosa.
Segundo: Satisfacción de sus pasiones saltando sobre el derecho de los demás. Tercero:
Conquista de las mujeres. Es decir: demonio, mundo y carne, respectivamente […] Los don
Juanes anteriores al marqués de Bradomín reaccionan ante el amor y ante la muerte; les
faltaba la Naturaleza. Bradomín, más moderno, reacciona también ante el paisaje.
Haciendo gala de una absoluta confianza en sus capacidades artísticas Valle-Inclán no
duda en atreverse a convertir el paisaje en un concepto abstracto, elevándolo a la categoría
filosófica de los conceptos de Amor y Muerte. Una tarea creadora que acepta como un reto,
«una piedra de toque», un ejercicio literario de dificultad máxima del que se saldrá
vencedor convirtiendo el problema en parte de la solución. Es decir, creando un Paisaje,
eterno también, paisaje literario engendrado por la literatura, en definitiva, creando
descripciones paisajísticas de un valor inmutable. De ahí el paisaje domesticado por la
geometría del jardín o de la ventana, de ahí el gusto sistemático por encuadrar, enmarcar,
limitar la superficie de las escenas. Procedimiento para el que los recuerdos se revelan más
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útiles que la observación directa y el distanciamiento más sugestivo que la verificación de
lo cercano. Solo queda pedirle a la Naturaleza que imite al arte si no quiere ser mediocre o
ridícula.
Referencias bibligráficas
VALLE-INCLÁN, Ramón del (2010), Sonata de Otoño, Sonata de Invierno, Leda SCHIAVO
(ed.), Madrid: Austral.
— (2011), Sonata de Primavera, Sonata de Estío, Perre GIMFERRER (ed.), Madrid:
Austral.
RICO, Francisco (1979), Historia y crítica de la literatura española, Barcelona: Crítica.
MAINER, José Carlos (1979), Modernismo y 98, Barcelona: Crítica.
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