PREFACIO AL SIMPOSIO “HISTORIA DEL ATOMO” Gerald Holton Jefferson Physical Laboratory, Harvard University, Cambridge, Massachusetts 02138 Las ciencias físicas hoy en día no se conciben sin la presunción como tema fundamental de la discontinuidad de la materia y de la carga. Desafiar eso sería tan asombroso como, digamos, reintroducir el flogisto. La partícula atómica es nuestro pan de cada día. Sonreímos de los problemas de nuestros antecesores, la preocupación de Galileo y Newton de ocultar sus especulaciones atomísticas para no ser acusados de impiedad asociada al materialismo. Parece increíble que en siglo 17 en Francia la enseñanza del atomismo estuviera amenazada con pena de muerte. Y todavía, entre nuestros maestros y colegas más viejos que recibieron su entrenamiento inmediatamente después de la primera Guerra Mundial representan la primera generación de científicos en la historia que se educaron con una creencia incuestionada en el atomismo. La lucha era aún apasionada durante la primera década de este siglo, como se recuerda, por ejemplo, en Realidad Molecular de Mary Jo Nye; capturó el espíritu en el que la causa mandaba y el acto de voluntad que ella inducía en sus creyentes en su comentario sobre Jean Perrin: "El objetivo principal de Perrin desde el comienzo de su carrera científica fue probar la realidad del átomo invisible, y eliminar como ‘antropomorfismo pueril’ aquellas concepciones que parecían necesariamente lógicas a muchos otros...Un estudiante escribió de Perrin..."el ‘ve’ átomos- no hay duda en absoluto- al igual que Santo Tomás vio un serafín”. Einstein visitó personalmente a Ernst Mach en 1911 e intentó convencerle del valor del atomismo, pero, por supuesto, fue él mismo uno de los últimos principales científicos en negar el papel fundamental de la noción. Con el fin de lograr lo que llamó su "programa Maxwelliano"- “la descripción de la realidad física por medio de campos que satisfaga las ecuaciones diferenciales parciales sin singularidades"- la discontinuidad atomística en la naturaleza permaneció como el problema no como la solución. Su incapacidad de remoldear la física totalmente sobre la base del continuo permaneció quizá como su mayor pena. En un escrito a von Laue hacia el fin de su vida, Einstein confesó su desaliento, "la sospecha bien-fundada que no se podría conservar el continuo. Pero entonces uno se ve colocado en un vacío conceptual sin esperanza”. En forma similar Werner Heisenber, en sus últimos años, se desalentó del atomismo como noción fundamental. Según su punto de vista, conducía a un círculo vicioso, ya que cada partícula requiere, para su completa explicación, de todas las demás partículas, círculo que lo condujo a proponer el abandono de la filosofía de Demócrito en favor de la de su antiguo rival, la de Platón: “Hemos regresados al viejo problema, si la idea es más real que su materialización”. Hoy, la mayoría de los físicos encuentran tales preocupaciones de poco interés; ni ellos se preocupan sobre lo que el historiador intelectual Isaiah Berlin ha llamado recientemente la "Falacia Jónica”, que definió como la búsqueda desde los griegos hasta nuestros días, de un constituyente último del mundo que puede estar conectado a una experiencia ordinaria únicamente por una larga cadena de razonamiento sofisticado. Sin duda, el triunfo de la física contemporánea parece ser precisamente que las preocupaciones de los Einsteins, Heisenbergs, y Berlins pueden hacerse a un lado fácilmente por los resultados espléndidos que reportan los atomistas de hoy. Los cuatro excelentes artículos que siguen, dados originalmente en el simposio "Historia del átomo” en la última reunión anual de la APSAAPT, relata las hazañas y derrotas intelectuales por más de 2500 años, desde Tales a Bohr, sin las cuales no hubiéramos ganado la brillante perspectiva actual. La colección puede ser por lo tanto considerada más en el sentido de una celebración del atomismo que una advertencia en la que alguna clase de bomba de tiempo puede permanecer oculta debajo de la estructura de los presupuestos reinantes. Pero puede también leerse de otra forma: como un recordatorio que todos nuestros conceptos son producto del hombre; que tomaron forma por las luchas fieras en su historia evolutiva como lo fueron los detalles físicos de nuestras cabezas y miembros; que no estamos todavía en el final de la historia; que aún nuestras ideas actuales, cuando sean sometidas a algún examen histórico futuro, seguramente también resultarán ser etapas transitorias y plásticas en la evolución que continúa de la física.