RECENSIÓN --Lo Diáfano en Zubiri. Curso 1931-1932-- La investigación realizada en la tesis doctoral, cuya recensión presento, tiene su origen en la creciente necesidad de los pensadores del nuevo siglo XX de superar y transgredir teorías y formas de pensamiento imperantes a lo largo de todo el siglo XIX. Renovar una larga época de rutina mental, oculta bajo los diversos “neos” agónicos ante el imparable avance social y científico 1. Todas estas inquietudes filo-científicas Zubiri las toma de primera mano en su estancia de dos años en Alemania. Einstein, Shrödinger, Husserl, Heidegger, así como otros pensadores y científicos germanos de principios de siglo, le ayudaron a conformar las nuevas corrientes intelectuales en boga en aquellos momentos. El curso académico 1931-1932, impartido ya en la Universidad Central de Madrid, tras su regreso, resultó ser todo un ejercicio de descarga de aquellos conocimientos y reflexiones traídos de Europa. El tema en el que se basaba este curso era el “Horizonte de la Movilidad”, y fue una buena excusa para exponer de fondo los paradigmas heideggerianos y husserlianos a través de toda la obra, a través de todo el curso. Aunque la órbita investigativa de esta tesis doctoral ha estado marcada por la definición y aclaración del elemento “diáfano” como momento constitutivo y formativo del propio Horizonte de la Movilidad, no obvia el claro trasfondo filosófico de estos autores a lo largo de todo el curso en cuestión, a lo largo de todo el estudio. Es precisamente el tema diáfano algo que muy posiblemente se trajo de Alemania, ya que, como tal, no aparece con anterioridad a este curso académico, así como en trabajos o publicaciones anteriores. El Horizonte de la Movilidad sacaba a colación la pregunta 1 Cfr. ZUBIRI, X., Primeros Escritos (1921-1926), Alianza Editorial, Madrid 1999, p. 373. 1 clásica sobre el por qué del movimiento de las cosas, la admiración ante un mundo en constante cambio y transformación. Los temas presocráticos tenían este referente, la latencia de las cosas, el orden, la posición, la physis; en un intento por acotar que era aquello que se mostraba ante nuestra mirada. Las distintas teorías surgidas de los distintos autores, Parménides, Heráclito, Anaxímedes (…), van poco a poco solapándose unas con otras, a pesar de ser en muchos casos contrarias en su sentido y exposición. Surge por tanto, un primer momento diáfano en lo que respecta a la “positividad” o dinámica de las distintas teorías que se van entrelazando unas con otras, formando como un corpus de fuerzas sobre los que se constituirá la materia. A la postre, el propio ser se apoyará en esta materia como modo de continuidad espacio-temporal. El hecho de que tales fuerzas poseyeran también una capacidad de imbricación, o como comentaba Zubiri, de “enfrontamiento”, establecía una segunda dinámica diáfana en la conformación de la realidad en el ser. No sólo había dinámicas, sino que esas positividades se enfrontaban unas con otras. Aún así y todo, este transcurrir dinámico de la realidad no era inocuo, iba dejando “residuos” en su durabilidad. Poco a poco va surgiendo physis, universo; y es precisamente desde este surgir inestable constante donde se aperciben cambios y ultimidades. Cada “ultimidad” conllevaba siempre un estadio estético, un nous que sugería cierta tendencia al agrupamiento de dicha materia, al menos en la captación virtual del sujeto. La ultimidad resultó fundamental en la posterior relatividad del concepto tiempo, algo que también asumiría plenamente la propia visión del ser. Consiguientemente, lo diáfano radicaba en el Horizonte de la Movilidad, no en un sentido receptivo-pasivo de un ser en formación de realidad, era algo más que un mero espectador de realidades. Más que receptividad habría que hablar de “conceptividad”, de capacidad para englobar sinergias que, por una causa u otra, iteraban en el movimiento de realidad en el sujeto. Además de Universo, surge el cosmos (cercano), y el mundo propio del sujeto. Se daba una tendencia a “totalizar” distintas franjas de realidad, absolutos disolutos ante el constante cambio en el que se veía sumido el sujeto de realidad. Totalidad cerrada y momentánea de su transcurso “físico” hacia lo real. El decurso de la realidad (diáfana) en el ser, como poso latente de este transcurrir físico o atómico, convertía a las cosas en algo predecible, muy causado en términos de su 2 surgir (universal). El descubrimiento del “alogon” por parte de los pitagóricos, a través de la raíz cuadrada de 2, un número cuántico imposible de concretar numéricamente, hecho al traste toda la visión sinérgico-causal de la realidad, su fluencia, la tendencia a la armonía como radicalidad atómico-universal. Esto obligó a tener que tomar como referentes al momento y al acto mismo en el que surgían las cosas, a su “fruir” de realidad, más que a su “fluir” epicéntrico. Los socráticos denominaron a este momento de fruición como “luz” del ser. La relevante geométrica espacial se ve obligada a admitir un logaritmo alógico en cualquiera de sus presupuestos geométricos o geo-matemáticos. Toda verdad (aletheia) necesitaba forzosamente un relativo como constitutivo formativo de sí misma. El alogon se mostraba como algo anterior a la propia physis, y por ende al propio átomo; había una con-formidad alógica de la realidad. Esto queda en evidencia a partir de que el ser comienza a estructurar realidad propia hacia y desde sí mismo. Toda estructuración va siempre acompañada de un relativo que hace que la totalidad no termine nunca de absolutizarse, le provoca una ultimidad constante en todo su devenir de actos. Esto no era del todo negativo, la totalización siempre última o relativa le permitía viajar en actualidades que el propio mundo en el que está creciendo le va a ir aportando. El ser se convierte en un viajero de sí, por su capacidad estructurante de “arrealidad”, un tipo de absoluto largamente relativo. El continuo concurso del acto en el cosmos cercano de cosas, de otros, va estructurando en él un perfil de realidad propia, algo parecido a una physis propia, debido a que los actos terminan deviniendo “con” las cosas, surgiendo una especie de pequeños horizontes en los que se tiene que desenvolver. Se crea un rastro “físico” de su fruir fluyente de realidad, surgen las “acciones”, ahistoricidades que han de confrontarse con los actos, “creando” al mismo tiempo que está creciendo. El ser, además de estructurar, “construye” realidad. La demanda continua de realidad dentro y fuera de sí, le obliga a estar presente como un “tal” real en cada acto y en cada acción. No sólo es trabajo de ser, necesita que ese trabajo “produzca” ser de sí, realidad de sí. La demanda de realidad ahora citada se transpone en momentos-constructo hacia sí. Necesita crear un momento de “apersonalidad”, crear una comunión extraña pero entrañable de sus acciones, construir un “anima” diáfano, y que en su arithmos, en su durabilidad, le permita cierta “animalidad” como base accional y ahistórica de su arrealidad. 3 El continuo entramado creciente y creativo le hace necesitario de un iactus, de una ruptura o separación para con las cosas, para consigo mismo, y así poder discernir en el momento de creatividad. En consecuencia, elabora todo un apartado “arracional”, un “horizonte a distancia” que permita el control en el proceso creativo, en miras a su consecución accional. Sin mayores miramientos a lo que es, o a lo que pueda ser una cosa, ilumina parcial y equívocamente una franja de realidad en acción, posándose en la acción a realizar más que en objeto iluminado. Necesita perspectivas múltiples y variables de sí, que le otorguen plasticidad y cambio, y así poder atender a todos y a cada uno de los frentes en los que está creciendo y creando. La complejidad constructivo-productiva se ve finalmente complementada con el momento de la “apercepción”, un apartado de corte yoico que le permite triangular a las cosas y a sí mismo desde perspectivas distintas de sí. La capacidad aperceptiva son totalidades diáfanas sitas en el sujeto. Hemos de ver estas totalidades como momentos ónticos “proaccionales” del ser. Tres son estos momentos absoluto-relativos, el me, el mí, y el yo. Podemos distinguir estas capacidades como ónticas anteriores a la ontologización en el sujeto; es decir, a la logificación (campal) o al propio fenómeno, como pro-cursores del mismo; o a la propia razón, donde el individuo ya consciente decide sobre esto o aquello. Por lo tanto, lo diáfano (naturaleza) es una anterioridad al momento campal (paisaje) y al momento ulterior de la razón (cuadro) 2. El desarrollo diáfano en el horizonte de la movilidad establece la existencia de una óntica con-formativa anterior, anteontológica, si se quiere. No somos conscientes de fuerzas o movimientos que interactúan en la realidad del sujeto, fuera y dentro de él, y que lo terminan direccionando hacia un mostrar atómico o eidético. Se trata de la anterioridad al surgir de las cosas, como tales cosas. La idea (átomo) es un momento ya logificado en el que el sujeto se ve arrastrado por la luz, por el propio surgimiento del objeto (Parménides). Este estudio, es un intento por ver qué fuerzas están presentes con anterioridad a la aparición de tal o cual pensamiento, de tal o cual cosa. Es también un intento por 2 Valga como ejemplo lo diáfano como naturaleza o substrato bio-físico. Pero en realidad es mucho más, ha de entenderse lo diáfano como capacidad dimensional del ser (humano). 4 superar al psiquismo fenomenológico (sobresujeto) que situaba a dicho sujeto excesivamente en el epicentro de toda acción ante las cosas. Del mismo modo, intenta superar la sobretemporalidad que va asumiendo en el horizonte de su acción, y que terminaba totalizando dicha acción como “tiempo” del ser, como si en realidad el ser poseyera tiempo (óntico) 3. Se ha tratado de investigar cuáles son precisamente los factores decisorios en el surgir ontológico, en el surgir de su figura existencial temporal. En consecuencia, es una investigación sobre la “atemporalidad” que dirime su aparecer como sujeto tal, dentro de un presente relativo en el que ha de totalizarse siempre de manera provisional 4. Enero 2014 3 Cfr. HEIDEGGER, Martin., Ser y Tiempo, Editorial Trotta, Madrid 2003, traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera, pp. 450-451. 4 Esta recensión, en origen, surge a petición de la Revista de Hispanismo Filosófico, nº 19 (2014). 5