FEMINISMO, MUJERISMO Y MACHISMO: DECONSTRUYENDO MITOS Desde el nacimiento de la Teoría de Género en la década del 60 como categoría de análisis social, hombres y mujeres inequívocamente nos hemos vistos enfrentados y expuestos a una “disputa imaginaria de poder”, que se traduce en imponerse el uno (a) sobre otro (a). Por eso solemos confundir feminismo con machismo y los consideramos como vocablos antónimos, teniendo la única posibilidad dicotómica de pertenecer al grupo de las feministas o los machistas. En base a lo anterior ¿Qué ocurre en nuestras organizaciones a la hora de trabajar nuestras metas de cumplimiento de género? ¿Qué hombre, macho, cabrío dominante y con sus pantalones bien puestos, va a querer participar de una reunión u actividad ligada a la temática de género, en donde preconcibe que será atacada su identidad o en otras palabras su trinchera masculina? Desde el otro punto de vista ¿Qué mujer en este mundo de machos dominantes, que ha debido aprender a ser precavida y demostrar de sobremanera sus competencias, va a mirar de buena forma el incorporar de manera abierta los intereses y la representación de los masculinos en las metas de género de la organización? Si actuamos bajo esta manera organizativa, lo más seguro nuestros equipos asociados a las líneas de intervención en género estén compuestos en su mayoría o totalidad por mujeres. La jefatura al considerar al género como tema de féminas, deje la responsabilidad de la gestión exclusivamente a mujeres y no integre a varones. Que las acciones desarrolladas por nuestras intervenciones estén vinculadas a las necesidades de las mujeres (como si no existieran necesidades de los hombres en relación a la categoría de análisis). Entonces, como producto resultante tenemos cumplimiento de metas pero no de objetivos (cosificación de la estrategia), escasa transversalización de género y una nula incidencia en la reivindicación de derechos igualitarios entre mujeres y hombres. Si nos identificamos con esta manera de hacer las cosas en nuestra organización, estamos desarrollando y legitimando una perspectiva llamada “mujerismo”, que considera al género como algo exclusivo de las mujeres y sitúa a la mujer como centro del universo. Es una defensa justificada y cercana al machismo (el estar en constante contraposición), desarrollada por las mismas mujeres, que obstaculiza el avance de la igualdad. El mujerismo es lo opuesto a feminismo. El primero se reafirma y se hace evidenciar en los roles sociales de los géneros masculino y femenino, restándole importancia a la construcción social de lo masculino, conocido también como masculinidad, en cambio el feminismo como movimiento social y político en pos de la igualdad de derechos, oportunidades y resultados entre mujeres y hombres, reconoce lo limitador del género, plantea su superación y fomenta una visión integradora de la sociedad. El feminismo hace referencia en relación al género como lo socialmente construido y asignado a cada cuerpo sexuado, por lo tanto el género prescribe el deber ser, el debido “auto-comportamiento” tanto de hombres como de mujeres según el momento histórico que se vive. Y si yo hombre, macho, cabrío e incluso dominante, en algún momento llegara a ser capaz de reconocer que existen condiciones de desigualdad entre mujeres y hombres, en donde las primeras han sido históricamente perjudicadas, y más aún, deseo transformar esta situación en un estado de igualdad y cooperación, ¿será que soy FEMINISTA? Efectivamente, la buena utilización del término es “ser hombre o mujer feminista”, aunque desde una perspectiva machista para nosotros los varones sea una expresión bastante afeminada. Si le resulta imposible descomplejizar (dejar el complejo) y asumir el vocablo, declárese entonces ProIgualdad de Géneros. Nuestra tarea es transitar desde una “dimensión machista” agresiva, hipersexual y discriminativa, a una “dimensión feminista” colaborativa, democrática, emotiva e integradora. En un aspecto práctico y de “intervención” (participación) integral en género, debemos incorporar sistemáticamente a los varones, aumentando cualitativamente y cuantitativamente su participación, profundizando en la subjetividad del proceso de construcción de identidades masculinas y femeninas, tomando en cuenta además su interrelación con la familia y la sociedad, la economía, la cultura e incluso el orden natural. Finalmente, dejar claro que ser hombre o mujer es ante todo ser persona, por lo cual el llamado desde la simpleza humana, es a acoger este enfoque de afectividad y protección, que tiene como principal objetivo facilitar a todas y todos la sensación de volver a los brazos protectores de la madre, conocido también como enfoque matrístico. En nuestras manos tenemos día a día la gran posibilidad de aportar a la transformación de nuestra realidad desde lo más simple y cotidiano, desde nuestra propia naturaleza y desde el contacto básico que podemos establecer con otras personas. Solamente necesitamos, aparte de nuestra voluntad, mirar al otro con respeto y valoración, independiente de su género y sus condiciones físicas, mentales y socioculturales. Alan San Martín Parada /// [email protected] Asistente Social /// Delegación Provincial SERVIU Ñuble