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UN PLAN PERFECTO
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UN PLAN PERFECTO
Aquella parecía una Navidad como otra
cualquiera en el reino de Belandia. La malvada
reina María de la Rosa reinaba en este verde y
hermoso país desde hacía muchos años, gracias a
sus artimañas de bruja. Pero la gente del reino
estaba cansada de su tiranía, sus caprichos y,
sobre todo, de pagar muchos impuestos que la
familia real malgastaba. Estaban todos más que
hartos de tener a aquella nefasta gobernanta.
Como ayudantas, la reina tenía a sus dos hijas,
las princesas Ana Rosa Antonela y Rosalinda Jacoba, a cada cual más
pérfida. Ana Rosa Antonela era una gran mentirosa, se
hacía pasar por vegetariana pero se dedicaba a robar
carne en las despensas del palacio para después cocinarla
en la chimenea de su alcoba. La carne que más le gustaba
era la de las aves, por eso en el reino de Belandia
escaseaban ya los pájaros en el cielo.
La afición favorita de Rosalinda Jacoba, por su parte, era
maltratar a los criados del palacio y a la gente en general,
mandando a las oscuras mazmorras del palacio, por
capricho, a todo aquel que se atreviese a llevarle la
contraria.
En el palacio, además, había otra princesa. Rosalía era
muy diferente a sus hermanas. Era buena, humilde, mucho
menos preocupada por las riquezas y por su aspecto
exterior y por aparentar, y muy sensible ante el
sufrimiento de los habitantes de Belandia. Además,
Rosalía era, con mucho, la más hermosa que su familia.
Las dos malvadas princesas, y también la reina, trataban
con desprecio a Rosalía, que vivía en el palacio muy apartada de su familia,
aunque hacía buena amistad con las sirvientas. Sobre todo con Lucía, que era
una esclava que trabajaba en el palacio haciendo todo tipo de tareas que le
encargaban todo el día, siempre a gritos, las tres malvadas señoras: ¡Lucía,
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recoge la mesa!, ¡Lucía, limpia el suelo del palacio!, ¡Lucía, cepilla el pelo de
los caballos!, ¡Lucía, péiname y córtame las uñas!...
Como decíamos antes, era Navidad, y todo estaba
ya preparado para el baile que se celebraba cada
año por estas fechas en honor de la reina María de
la Rosa. El gran salón del palacio real estaba
preparado para recibir a los invitados. El hermoso
suelo estaba impecable, los cristales de sus
fabulosas ventanas relucían, y se habían cuidado
todos los detalles. En la lista de invitados estaban
las personas más conocidas, ricas y sofisticadas del
reino de Belandia, entre ellas Carolina, una mujer
plebeya que se había enriquecido jugando a las cartas, y
que odiaba a las princesas porque estas la despreciaban
por sus modales rústicos. También asistía la joven
Claudia, una chica hermosa y misteriosa que siempre
estaba acompañada de su papagayo. Otra invitada era
Aitana, una bella y extravagante mujer que tenía un gato
mágico que le ayudaba a hacer hermosos trajes para la
reina y las princesas. Aitana, de gran corazón, estaba en
contra de la actitud de la reina y de sus hijas, pero no le
quedaba más remedio que trabajar para ellas.
La fiesta comenzó puntual, como siempre, y
transcurría con la normalidad de todos los
años. La gente comía y bebía, y después bailaba
al son de la orquesta. Hasta aquel momento,
nadie se había dado cuenta que Ícaro se había
colado en ella. Ícaro era un joven humilde de
Belandia, un campesino que no tenía derecho a
estar allí, pero que estaba deseando entrar en
el palacio para conocer a la princesa Rosalía, a
la que sólo había visto una vez en su vida pasar
con su carroza por el pueblo, pero de la que se había quedado prendado.
Ícaro había pedido a Aitana que le confeccionase un traje de caballero para
poder colarse a la fiesta sin llamar la atención. Ícaro solía vestir con muy
poca ropa, pero aquel traje le sentaba de maravilla, y como era un chico muy
hermoso, la gente se empezó a fijar en él. Ícaro, sin embargo, solo tenía
ojos para la princesa Rosalía, a la que descubrió sentada en una esquina,
solitaria y triste, mirando como sus malvadas hermanas y la bruja de su
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madre disfrutaban de la fiesta, gritaban, daban órdenes
y despreciaban a la gente.
En un momento, Ícaro se armó de valor y se acercó a
Rosalía pidiéndole un baile. La joven y bella princesa
accedió, y los dos disfrutaron de una gran danza en el
centro de la pista. Se miraron a la cara, se movieron
suavemente al compás de la música, y se enamoraron
perdidamente el uno del otro. En el mismo instante en el
que Ícaro iba a besar a Rosalía, la malvada reina María
de la Rosa, descubrió a Ícaro con su hija y gritó:
- ¡Detengan a ese impostor!
Justo en ese momento aparecieron los guardias del
palacio, prendieron a Ícaro y lo condujeron al calabozo.
Los guardias que trabajaban para la reina se llamaban
Sr. Raro y Ras, y estaba los dos un poco chiflados. Sr.
Raro tenía una gaita extraña, que servía para tocar
música, pero que también disparaba. Ras, su compinche,
estaba obsesionado con dibujar todo el rato monstruos y
seres infernales.
Allí estaba Ícaro, en el oscuro, húmedo, frío y
terrorífico calabozo del palacio, justo el día que tenía
que ser el más feliz de su vida. Estaba tan triste y
abatido que tardó en darse cuenta que no estaba sólo en
la celda. Justo en la otra esquina, una chica sollozaba
sentada en el suelo, con la cara tapada por sus manos.
- Hola, ¿Quién eres? –Dijo la chica.
- Soy Ícaro, un campesino enamorado de la princesa
Rosalía al que acaban de encarcelar aquí. ¿Y tú? –
contestó Ícaro.
- Yo soy Pepa. Ya no sé ni cuanto tiempo llevo aquí. La
malvada Ana Rosa Antonela me mandó encerrar porque
la descubrí comiendo un pavo real con salsita y se lo
conté a todo el mundo.
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Los dos estuvieron hablando un buen rato, contándose sus penas y hablando
de lo injusto que era el reino de Belandia por culpa de María de la Rosa, Ana
Rosa y Rosalinda.
De repente, se escuchó el ruido de la
puerta de la mazmorra. Era la criada
Lucía, que también estaba muy triste
porque le encantaba cantar y bailar,
pero no le dejaban porque tenía que
trabajar todo el rato. Lucía les llevó
agua y pan, y se entretuvo a hablar
con ellos. Les contó el revuelo que se
había formado en la fiesta con la
detención de Ícaro, y entre los tres
decidieron que ya estaba bien, que había llegado el momento de cambiar las
cosas en Belandia.
Decidieron pasar a la acción. Entre los tres
elaboraron un plan para echar a la malvada reina.
Lo primero que debían hacer era fugarse de la
cárcel. Después debían contraatacar, conquistar
el palacio, derrocar a la reina y a sus hijas Ana
Rosa y Rosalinda, y poner en el trono a Rosalía,
la única persona buena de la familia real.
Para fugarse del palacio utilizaron un pasadizo
secreto que conocía Lucía, que ya había decidido
que nunca jamás volvería a trabajar para
aquellas señoras que la maltrataban. El problema
es que el pasadizo iba a dar al estanque del
palacio. Ícaro y Pepa levantaron unas piedras
sueltas de la celda, se
metieron por el túnel y
bajaron por un tobogán enorme que les condujo
directamente al fondo del profundo estanque de
agua que había fuera del palacio.
Muerta de frío, con las ropas empapadas y en el
fondo del estanque, Pepa estaba a punto de
quedarse sin respiración cuando notó que unos
brazos la sujetaban con fuerza y la llevaban a la
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superficie. Eran los brazos salvadores de Raquel, una sirena que vivía triste
y aburrida dentro del estanque del castillo donde la había metido la princesa
Rosalinda Jacoba, que disfrutaba tirándole migas de pan desde su ventana.
Raquel salvó a Pepa de un ahogamiento seguro, y después hizo lo mismo con
Ícaro.
La sirena Raquel también odiaba a la reina y a las
princesas malas, y quería irse a recorrer los océanos y no
estar allí en el estanque todo el día, así que decidió unirse
al plan. El siguiente paso era reunir a un grupo de
intrépidos y poderosos guerreros que tomaran el palacio.
El problema era donde encontrar a esos guerreros y como
pagarles. Lucía, que se había quedado dentro del palacio,
decidió ir a hablar con Carolina y Claudia que, como
dijimos antes, estaban invitadas a la fiesta de Navidad de
la reina.
En ese momento, llegaron a un acuerdo muy importante
para el plan. Carolina y Claudia pagarían el dinero para
contratar a los guerreros que derrotaría a la malvada
María de la Rosa. A cambio, Carolina sería nombrada
tesorera del reino. Claudia, por su parte, sería la pajarera
real, tendría permiso para llenar el reino de Belandia de
exóticas aves y, de paso, prohibiría la caza.
Carolina, Claudia y Aitana salieron del palacio
disimulando, despidiéndose como si allí no se
estuviese preparando un gran plan para
derrocar a la reina:
- Adiós, majestades, fue una gran fiesta como
todos los años. Estamos tan contentas y tan
cansadas que seguro que vamos a dormir tres
días seguidos. -Le dijeron las tres a la reina
antes de marchar.
Lo que María de la Rosa no sabía es que esa noche no se iban a la cama, sino
que se iban a reunir con los conspiradores para acabar con su reinado. Las
tres fueron en sus carrozas y se reunieron, como habían acordado, en la
plaza del pueblo junto a Ícaro y Pepa, y también con la sirena Raquel, a la
que metieron inmediatamente en una bañera para que no se secase.
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El siguiente paso del plan era conseguir el apoyo de las gentes del reino, y
contratar a unos guerreros capaces de derrotar a los soldados de la reina,
especialmente al los locos Sr. Raro y Ras, que eran temidos y respetados
más allá incluso del reino de Belandia por su crueldad.
Decidieron entonces que hablarían con los dos guerreros
más valientes y poderosos que había en aquellas tierras,
con el fin de intentar que se unieran a la causa. Para
convencerles, usarían el dinero de Claudia y Carolina.
Fueron entonces a casa de Pedro y de King Kong Kenobi,
que vivían en el mismo pueblo. Pedro era un soldado
noble y valeroso, gran virtuoso de la espada y, aunque
estaba ya retirado después de muchas batallas y
cicatrices, decidió unirse inmediatamente al plan,
renunciando incluso al dinero y diciendo que era mejor
repartirlo entre la gente del pueblo para que estos
apoyasen la revuelta.
Más difícil de convencer fue King Kong Kenobi, que era parte fundamental
de la estrategia, porque con sus poderes especiales y con los rayos de su
espada láser podría derribar la puerta del palacio para entrar a por la reina.
King Kong no quiso tampoco el dinero, pero hubo que prometerle que se
convertiría en el siguiente guardián de la futura reina Rosalía.
las altas murallas con sus catapultas.
Con la ayuda de Pepa, que
conocía a todo el mundo,
formaron un gran
ejército de campesinos,
dirigido por King Kong
Kenobi, Pedro e Ícaro,
que se dirigió hacia el
palacio real. Allí los
esperaba el ejército de la
reina, capitaneado por el
Sr. Raro y Ras, que
disparaban piedras desde
Fue una batalla muy dura, pero el ejército del pueblo triunfó gracias a los
trajes especiales que habían confeccionado aquella noche Aitana y su gato
mágico, que tenían la propiedad de ser muy ligeros y resistentes, de tal
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forma que los proyectiles que les lanzaban los malvados, apenas les hacían
daño.
Después de horas de batalla, los rebeldes consiguieron entrar en el palacio.
Cuando fueron a prender a la reina y a sus dos malvadas hijas, se dieron
cuenta que éstas se habían fugado por el túnel secreto. María de la Rosa,
Ana Rosa y Rosalinda se escaparon del reino cargadas de dinero a otro país,
donde construyeron otro palacio y siguieron haciendo lo que hacían siempre,
es decir, tratar mal a la gente y dedicarse a la buena vida.
A nadie le importó mucho la fuga, ya que el pueblo tenía ahora una reina
buena que cuidaría de todos ellos. El que decidió quedarse en Belandia, pedir
perdón por su maldad anterior, y ponerse a las órdenes del gran King Kong
Kenobi -que era ahora el guardián del reino- fue el Sr. Raro.
Después de la batalla, Ícaro y Rosalía, la nueva reina, se reencontraron y se
dieron el beso que había quedado pendiente de la fiesta de Navidad. Meses
después estaba ya organizada la gran boda entre los dos. Todo el reino de
Belandia estaba invitado al enlace, que sería la fiesta más recordada en
décadas.
En el altar, King Kong Kenobi, el guardián del reino, oficiaba la ceremonia.
Cientos de aves revoloteaban el cielo aquella hermosa mañana de primavera.
Todo transcurrió según el guión previsto hasta que, el preciso instante en el
que Ícaro le iba a dar el “sí, quiero” a Rosalía, se oyó una voz que gritaba
desde el público:
- ¡¡¡Stop!!! ¡¡¡No puede ser!!! –Era la voz de Lucía, la antigua esclava del
palacio que ahora era la principal ayudante de Rosalía- No puede haber boda
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porque yo también estoy enamorada de Ícaro desde el día que lo vi en la
celda. Ahora el tiene que elegir entre las dos.
En ese momento se montó una gran confusión y todo el mundo se puso a
discutir. Dos lágrimas recorrieron las mejillas de la princesa Rosalía, viendo
como se arruinaba el día más feliz de su vida. Ícaro empezó a correr hacia
Lucía, se abrazó a ella, y le juró amor eterno. Durante la aventura para
derrocar a la reina, sus sentimientos habían cambiado, y ahora él también
estaba enamorado de la joven esclava.
En ese momento, irrumpió en la sala el Sr. Raro diciendo:
- ¡No pasa nada, princesa!, yo te cuidaré siempre.
En ese instante se besaron y, aprovechando que la ceremonia estaba ya
preparada, se casaron las dos parejas. Ícaro con Lucía, y Rosalía con el Sr.
Raro, que se convirtió aquel mismo día, en el nuevo rey de Belandia.
Eso sí, la antigua gaita mágica del Sr. Raro ya no volvió a disparar nunca más.
Gracias a un hechizo de la sirena Raquel, que ya no estaba aburrida pues
vivía en el mar, cada vez que sonaba la gaita, la gente que escuchaba esa
música se enamoraba. Ya no era una gaita de guerra, sino que era una gaita
de amor.
FIN
Este cuento fue creado por los alumnos y alumnas del Taller de Navidad
2013 del Museo de Belas Artes da Coruña:
Lucía, Lucía, Lucía, María, Carlota, Alicia, Mateo, Hugo, Kaito, Riu, Alba,
Simram, Maya, Carmen y Paula.
Con la colaboración de José Castro Quian, educador del museo.
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