La Fiesta de los Diablitos y otras Fiestas en la Ciudad de Antioquia

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FIESTA DE LOS DIABLITOS Y
OTRAS FIESTAS EN LA CIUDAD
DE ANTIOQUIA
LA
1
INTRODUCCIÓN
Esta obra se refiere a bailes y fiestas de plaza (laicas o populares), principalmente la
“Fiesta de los Diablitos”, de la Ciudad de Antioquia. Su contenido se integra de:
Información de libros, revistas y periódicos, con transcripciones que he apreciado
interesantes.
Hallazgos documentales, propios y ajenos.
Recuerdos míos y recuerdos de otros con más edad o con mejor memoria que yo.
Consideraciones personales, dirigidas a objetivos claros y precisos:
conocer y difundir la verdad histórica. Destacar la importancia de las fiestas, sobre
todo la de los “Diablitos”. Plantear hechos inconvenientes. Y proponer o sugerir
algunas fórmulas de solución.
Las citas tienen la ortografía del texto original.
FRANCISCO LUIS GUISAO MORENO
2
CONTENIDO
EL BAILE ...............................................................5
LA PAVANA .......................................................6
EL ZAMBAPALO .................................................6
LA GALLARDA ..................................................6
LA DANZA DE LOS PALILLOS .........................6
LA SERRANILLA ..................................................6
LA CAPONA ......................................................6
LA DANZA DEL VENADO ................................6
LA CHIRIMÍA .......................................................7
LA CONTRADANZA ............................................7
EL BAMBUCO ..................................................... 9
EL VALS ............................................................11
EL PASILLO .......................................................11
LA CAPUCHINADA .........................................11
LAS VUELTAS ....................................................13
LOS MONOS ....................................................13
LA CAÑA .........................................................13
EL CAPITUCÉ ....................................................13
EL MAPALÉ .......................................................15
LA PIZA .............................................................15
LA GUABINA ....................................................15
LA CARRUMBA .................................................16
LA CUMBIA ......................................................16
LAS DANZAS INDÍGENAS ................................18
LA DANZA DEL GALLINAZO ..........................19
EL SAINETE .........................................................23
DOS SAINETES DE DICIEMBRE .......................24
EL BUNDE ..........................................................25
LA CANDANGA .............................................29
BAILES PÚBLICOS ..............................................31
BAILES – PERMISOS ...........................................31
BAILES – PROHIBICIÓN .....................................34
EL BAILE DE GARROTE .....................................35
LAS FIESTAS A NIVEL DE PROVINCIA,
ESTADO O DEPARTAMENTO ............................42
CARRERAS DE CABALLOS ...............................43
BAILE CON MÚSICA GRABADA ......................45
CARNESTOLENDAS ..........................................47
LAS FIESTAS .......................................................50
COMENTARIOS .................................................58
EL TOQUE DE QUEDA .....................................68
LA MAESTRANZA ............................................71
MATAN A UN DIABLITO ..................................74
ARRESTAN A UN DIABLITO .............................75
LOS DIABLITOS ..................................................75
PUBLICACIÓN DEL PERMISO
PARA EL DESFILE DE DIABLITOS ..........................81
MUJERES DISFRAZADAS ...................................82
UNAS COPLAS DE AQUELLOS DICIEMBRES
DE EVOCACIÓN ..............................................87
DON PERICLES CARNAVAL ..........................89
“LA DANZA DE LOS APODOS” ........................91
OTRAS COPLAS ................................................92
LAS TROVAS DE LA
NEGRA CARMEN LORA ...................................93
VILLANCICOS PROPIOS ...................................96
A SANTA FE DE ANTIOQUIA ............................97
ALGO MÁS SOBRE LOS DIABLITOS
DEL SIGLO XX Y LOS DE AHORA ..................99
LOS DIABLITOS DEL SEIS DE ENERO ...............101
OTROS ASPECTOS DE LA FIESTA DE
LOS DIABLITOS ................................................103
DESFILE DE APERTURA ..................................106
LAS FIESTAS DEL TAMARINDO .....................109
LAS FIESTAS DE SAN JUAN BAUTISTA .............113
LAS FIESTAS DEL RÍO .......................................119
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EL BAILE
Se trata de los aires musicales de antaño y hogaño que más se han bailado en la
Ciudad de Antioquia o Santa Fe de Antioquia.
Durante la conquista, cuando los ibéricos llegaron a los diversos asientos sucesivos
de la ciudad de Antioquia y al de la villa de Santa Fe, trajeron indios y negros. Más
indios y, luego, más negros, acicatearon sus ínfulas de grandeza y contribuyeron al
incremento de su fortuna. Fluyendo de este hontanar triétnico empezaba a cobrar
vida la profusa y difusa gama generacional que al cabo de casi tres siglos habría de
romper el yugo peninsular.
Pero también los conquistadores y, principalmente los colonizadores, trajeron su
gusto musical: el gusto de la civilización.
“Los españoles en su proceso de expansión colonizadora y difusión cultural,
transmitieron sus cantos, danzas, aires musicales e instrumentos, los cuales
se conocieron en todas sus colonias de ultramar. En las tertulias y fiestas de la
aristocracia colonial, en las veladas de las huestes conquistadoras, en las fiestas de
diversión popular, en las haciendas y en las nacientes urbes coloniales se conocieron
los aires españoles. Una música con mezcla de alegría flamenca y andaluza, con
la melancolía y cadencia castellanas, y el misterio sonoro de la arábiga” (Música y
Folclor de Colombia; Javier Ocampo López; Plaza Janes, Editores Colombia Ltda.;
pág. 31.).
Incorporada la ciudad de Antioquia en la villa de Santa Fe, aquí muchos de los
bailes y danzas españolas alegraron las estancias señoriales, con protagonismo
de sus dueños, familiares y amigos; aunque cabe afirmar, por el buen trato que le
prodigaban a sus esclavos negros, que éstos se iniciaron en la ejecución de dichos
ritmos, y en ocasiones los bailaron para satisfacción de sus “amos”; propiciándose
así su trasplante o trasculturación a las esferas plebeyas. Por aquel entonces era
común el acompañamiento con vihuelas y guitarras.
En tiempos de Ana de Castrillón, mediado el siglo XVII, ya se presentaba la dicha
trasculturación. En el baile de remate a la celebración de una noche de San Juan
Bautista, en la ciudad de Antioquia o Santa Fe de Antioquia, uno de los pasajes
aparece descrito por Bernardo Jaramillo Sierra:
“Tocaban requintos, vihuelas y ministriles, aires de fandangos y perilleros, que
salían desde un rincón del patio, en donde un grupo de mulatos soplaba en cañas y
maniobraba en cajas. Los danzarines dibujaban los suaves compases de las primeras
pavanas, baile señoril, de inclinaciones y reverencias mesuradas” (Novela “Ana de
Castrillón”, pág 44).
Luego: “La juventud revoloteaba al compás de fandangos y gaiteros...” (Ob. Ib., pág
45)
Ana de Castrillón expresó, inconforme: “Y yo dizque di escándalo bailando las
Sevillanas” (Ob. Ib., pág 55).
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LA PAVANA
Entre las danzas se destacan: “La pavana” o “Danza del pavo real”; elegante,
cadenciosa y ritual. “…en las ceremonias matrimoniales el gaitero tocaba la pavana
cuando la novia entraba a la iglesia...” (Ocampo López; Ob. Ib., pag. 37).
EL ZAMBAPALO
“El Zambapalo”. Era propio de la gente del común. Bernardo Jaramillo Sierra en su
novela “Ana de Castrillón” escribió:
“Un coro de vihuelas y requintos dio la despedida al santo e inició el desfile hacia los
corredores de la estancia. Pronto se rompió el zambapalo y los grupos de danzarines,
unos en frente de otros, empezaron a hacerse mutuas contorsiones” (Pág. 137)
LA GALLARDA
“La Gallarda”. Con pasos lentos y notorio donaire o gallardía, el hombre dirige a la
mujer, cogiéndola únicamente del guante o de un pañuelo.
LA DANZA DE LOS PALILLOS
“La danza de los palillos”. Los bailarines portaban varas con cintas colgantes y de
colores vistosos, las cuales ellos en sus desplazamientos enredaban y desenredaban.
Con algunas variantes, nuestros bundes, sainetes y candangas se asemejan a la
danza en mención.
LA SERRANILLA
“La Serranilla”. Se bailaba principalmente al son del pandero.
LA CAPONA
“La Capona”. La ejecutaba un solo bailarín que, por si mismo, se acompañaba de
castañuelas.
LA DANZA DEL VENADO
“La danza del venado”. Armados con sendas escopetas, las idas y venidas de los
danzantes fingían la cacería de un venado.
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LA CHIRIMÍA
(INSTRUMENTO
DE
VIENTO.
GRUPO
INSTRUMENTAL)
La chirimía. Instrumento de viento traído por los
españoles en la época colonial, parecido a un clarinete,
y hecho de madera que agujereaban. Javier Ocampo
López la referencia:
“En la época colonial y el siglo XIX, las chirimías
acompañaron las procesiones y coros de los
templos. Los chirimeros eran a manera de heraldos
que encabezaban los cortejos procesionales, las
ceremonias religiosas y fiestas pueblerinas” (Ob. Ib,
pág. 50).
Con el correr de los años la chirimía, como grupo
musical de tipo menor, alegró los festejos populares.
No obstante, también aquí en Santa Fe de Antioquia
se le ha llamado “chirimía” a la bulla o algazara.
LA CONTRADANZA
De origen Inglés, se introdujo en nuestro medio en
las postrimerías del siglo XVIII. Fue un baile popular,
con múltiple contenido de posturas. Se destacan
los pasos o desplazamientos, los giros, los codazos
suaves, singulares o plurales, entre los danzantes, y
los movimientos de frente, hacia atrás, y a diestra y
siniestra. En la batalla de Boyacá una banda dirigida
por José María Cancino ejecutó la contradanza “La
vencedora”; y al tiempo de producirse la entrada triunfal
de los patriotas a Santafé se interpretó la contradanza
“La Libertadora”. Según Jaime Sierra García, como
bunde suelto en Antioquia se bailó mucho en los
primeros cincuenta años del siglo XIX, la cataloga
de dos partes, e informa las siguientes figuras en
cuanto a la primera: flores, paseo abajo, paseo arriba,
tornillo, descambio, alas abajo, cambio arriba, tornillo,
descambio, alas arriba y alas al frente (Diccionario
Folklórico Antioqueño; Editorial Universidad de
Antioquia; pág. 104).
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EL BAMBUCO
Se ha dicho que este aire musical apareció en Antioquia muy avanzado el siglo
XIX; para entonces ya se cantaba y bailaba en Santafé de Bogotá. También de los
grandes salones pasó a enraizar en el ambiente popular. De él expresó el poeta
Rafael Pombo:
“ ... Ningún autor lo escribió
mas cuando alguien lo está oyendo
el corazón va diciendo
“eso lo compuse yo”
“ ... Porque ha fundido aquel aire
la indiana melancolía
con la africana ardentía
y el guapo andaluz donaire...”
Nótese cómo en el último cuarteto se plasma la conjunción triétnica. Consecuencialmente
su origen no resulta predicable exclusivamente del español, el aborigen, o el negro.
Posteriormente el poeta describe una de las diversas formas de bailar el bambuco:
“ ... contra el talle de jazmín
un brazo en jarra elegante,
caído el otro adelante
sofaldaba el faldellín.
Una por una salía
hacia su galán derecha,
y él, la boca almíbar hecha,
aguardarla parecía.
Y era de verse el candor
de esos rostros de ángel, cuando
iba en los pies retozando
un demonio tentador.
Mas con zanduga y manada,
ella, escapando del pillo,
como el boa al pajarillo,
lo atraía en retirada...
¡Y qué pies! ni el mameluco
sultán mejores los vio :
el diablo los inventó
para bailar el bambuco.
¡La eterna historia de amor!
ley que natura instituye:
la mujer siguiendo al que huye
y huyendo al perseguidor.
Se alternaban pulcramente
hincando rápida huella
y ondulaba toda ella
la fascinante serpiente.
al compás del tamboril
con la bandola armoniosa
y a la venia respetuosa
del desafiador gentil.
Ya evitaban su mitad,
ya lo buscaban festivas ;
provocadoras y esquivas...
¡Como la felicidad!.
La una pareja cantando,
la otra vivaz respondiendo,
las coplas que iban diciendo
iba el amor enseñando...”
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El bambuco ha sido apreciado como el aire criollo nacional por excelencia. En la
batalla de Ayacucho aceleró de coraje el ritmo cardíaco de los patriotas cuando
la banda del batallón “Voltíjeros” lo interpretó sorpresivamente. Al parecer fue “La
Guaneña”. Según Jaime Sierra García, el bambuco apareció en Antioquia a mediados
del siglo XIX (Ob. Ib, pág. 63). Y el compositor y cantante Pedro León Franco (Pelón
Santa Marta) “hizo parte de varios duetos famosos, entre ellos el de Pelón y Marín
que grabó el primer bambuco en el mundo, El enterrador, Discos Colombia, 1910”,
(Pág. 258)
Javier Ocampo López informa:
“La coreografía del bambuco ha interesado a los folclorólogos colombianos: el
maestro Jacinto Jaramillo ha distinguido hasta ocho figuras: la invitación, en la cual
el danzante masculino invita a bailar a la mujer; los ochos, en donde los bailarines
se entrecruzan describiendo la figura del ocho; los codos, en donde los danzantes
con las manos en la cintura danzan en círculo tocándose los codos, unas veces los
derechos, y después de girar sobre sí, los izquierdos. La figura de los coqueteos, en la
cual los danzantes hacen el simulacro del beso; posteriormente sigue la perseguida,
en la cual la mujer huye describiendo un círculo, en paso de rutina volviendo el rostro
a lado y lado y hacia atrás. Vienen luego las figuras del pañuelo, en la cual la mujer
entra a perseguir al hombre que hace el simulacro de burla con el pañuelo; la famosa
arrodillada, en la cual la mujer danza alrededor del hombre; y por último el abrazo,
con la cual termina la danza. En general el campesino colombiano baila el bambuco
con algunas figuras muy sencillas, y en general sin seguir un orden coreográfico
riguroso” (Ob., Ib., pág. 100).
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EL VALS
Procedente de Europa, el vals Europeo (Alemán) se trajo a la Nueva Granada a
principios del siglo XIX, resultando ser émulo de la contradanza. Ocampo López
destaca:
“En la Gran Colombia el vals se registra en numerosos lugares; así nos lo relaciona
el coronel Hamilton en su obra “Viajes por las provincias interiores de Colombia”,
publicado en Londres en 1827, y en donde relaciona los bailes en Guaduas y Plato.
En la misma forma Perú de Lacroix en el “Diario de Bucaramanga” expresa que en
esa época Simón Bolívar siempre prefería el vals, “y que hasta locuras había hecho
bailando de seguido horas enteras, cuando tenía una buena pareja” (Ob., Ib., págs.
45 y 46).
Es un baile agarrado. El hombre dirige a la mujer, en balanceo elegante y marcando
el paso hacia adelante y atrás, girando, semigirando constantemente; llevando los
compases a lado y lado, sin perder el balanceo, y circulando por el escenario.
EL PASILLO
Ese vals europeo fue reestructurado al gusto y amaño de nuestro medio, dando lugar
al pasillo colombiano, de popularidad desbordante en la segunda mitad del siglo XIX.
Los registros altos eran ejecutados por bandolas, flautas y, en algunas ocasiones,
clarinetes. Es un baile agarrado. La plasticidad elegante de los desplazamientos
y giros del pasillo de salón, se cambia por el arrastrado de pies y el taconeo de las
vueltas, pasos y giros de la pareja en el pasillo fiestero, de frecuente interpretación
en las fiestas populares y en los llamados “Bailes de garrote”. El hombre es el que
dirige. Alegremente circulan, valseando, moviendo hombros y cabeza, arrastrando
los pies y hasta cogiéndose de las manos o de los brazos, jalándose en sucesión
turnada, con gestos de galantería.
El Pasillo Fiestero “Fue característico en las fiestas populares, bailes de casorio,
bailes de garrote como también el más ejecutado por las bandas de música en las
fiestas de pueblo, juegos pirotécnicos a la vez que era el plato fuerte en las retretas
pueblerinas y corridas de toros en el año de 1870” (Nueva Revista Colombiana de
Folclor; Vol. 5; Nro. 18; Bogotá, Colombia; 1998; Pág. 100. “Coreografía, Pareja,
Pasillo Lento y Pasillo Fiestero”; Rubén Darío Mejía, Paula Ocampo y Jorge Muñoz)
LA CAPUCHINADA
Tenía como referente el vals, llegando hasta el pasillo rítmico cuando comenzó a
ejecutarse con movimientos lentos, de entrada, pero que súbitamente se aceleraban
vertiginosos.
“La Capuchinada” como pasillo ritmo, según Octavio Marulanda, era sin discusión
alguna, una melodía tocada en compases de ¾ a imitación de los valses españoles
que se iniciaban cadenciosamente y terminaban en aceleración; esta forma de
pasillo alegraba las fiestas y le imprimía mayor libertad y quizás sensualidad a
los movimientos de la pareja” (Nueva Revista Colombiana de Folclor; Vol. 5; Nro.
18; Bogotá, Colombia; 1998; Pag. 97. “Coreografía, Pareja, Pasillo Lento y Pasillo
Fiestero”; Rubén Darío Mejía, Paula Ocampo y Jorge Muñoz)
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LAS VUELTAS
No es baile agarrado; sus pasos y figuras resultan ser los que la pareja conciba sobre
la marcha. Se ejecuta en galanteo malicioso y perseguidor del hombre a la mujer.
Las vueltas se estilaban en muchísimos aires musicales, utilizándolas como baile de
entrada en el que la pareja se observa y estudia con miras a entenderse en sus giros
y desplazamientos.
En ocasiones los músicos suspendían la ejecución de la danza, para dar cabida a las
coplas, y luego se continuaba la ejecución instrumental.
Como en la mayoría de los bailes que fueron surgiendo de la mezcla triétnica, las
diferentes posturas se traían del bambuco y hasta del pasillo.
LOS MONOS
Danza que se ejecutaba en desplazamientos circulares; todos cogidos de las manos,
marcaban los compases, llevaban el ritmo, de frente y hacia atrás, sin deformar el
círculo. Luego formaban parejas sueltas que en giros y traslados veloces asumían
posturas de su repertorio e improvisación. Muy común entre los mineros antioqueños.
También la bailaban agarrados o abrazados. Los monos eran la temática del canto.
“Allá van los monos
cantando su pena,
después de comerse
una rosa ajena”
Antonio José Restrepo; El Cancionero de Antioquia; pág. 90
LA CAÑA
Igual que “Los Monos”, se ejecutaba en círculo; pero, marcando el compás, simulaban
todo el proceso que se origina en la siembra de la caña de azúcar y culmina en la
producción de la panela o “dulce de macho”. Podía ser ejecutada por una sola pareja.
EL CAPITUCÉ
“Benigno A. Gutiérrez (Contribución al estudio del Folclor) se refiere a un baile suelto
y versiado con vueltas como el fandanguillo. Antonio José Restrepo lo confunde con
un bunde. En la obra “Hace tiempo”, Tomas Carrasquilla escribe: “No (es) baile de
abrasijo sino un capitucé muy apartado y con mucha moderación”. Guillermo Abadía
lo define como una forma cómica de danzar aires de bambuco en los que el varón se
despoja de partes de sus vestiduras, repitiendo el estribillo de: “Capitucé, todo lo que
tengo es para usted”.
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EL MAPALÉ
A buen seguro los ritmos de ancestro negro se bailaron en la ciudad, así con el tiempo
se hayan venido a menos gradualmente (cantos y danzas funerarios y guerreros,
mapalé, currulao, candombe, cumbia, rumba, bullerenge, fandango, etc.).
Bernardo Jaramillo Sierra escribe:
“Alguna tarde, por las barracas, oyó con insistencia los bajos de un tambor; los
negros estaban en un mapalé... en el patio se balanceaban una docena de esclavos
semidesnudos, haciendo contorsiones, a los compases del bombo ejecutaban
avances y retrocesos como deseando palpar, agarrar los cuerpos, pero los acordes
y palmoteos les detenían con las manos crispadas y al fin únicamente rozaban las
caderas. Las carnes sudorosas, brillantes, reflejaban las llamas. De pronto parecía
que algunos iban a desfallecer, pero el bombo les estimulaba nuevos esguinces;
mientras alguna negra cachonda movía las nalgas con desparpajo, simulando
escozores” (Ob. Ib., pág. 164).
LA PIZA
Danza antigua, bastante popular en la provincia de Antioquia. La mujer ponía el
pie izquierdo sobre el derecho del hombre. Se bailaba con medida o compás de
pasodoble. El coronel Salvador Córdoba era fanático por este baile (Sierra García;
Ob. Ib., pág 265)
LA GUABINA
También se bailaba en vueltas, con menudos saltos; pero es un baile de abrazo.
Muy frecuente en las montañas de Antioquia desde los inicios del siglo XIX. Su
ritmo es suave y melancólico. Nuestra gente la bailó con estilo de pasillo, como casi
todas las danzas criollas, y también le ponía el ingrediente de su propia creatividad
espontánea. En “Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia”, el poeta Gregorio
Gutiérrez González destacó:
“ Cantando a todo pecho la guabina,
canción sabrosa, dejativa y ruda,
ruda cual las montañas antioqueñas
donde tiene su imperio y fue su cuna”.
Donde bailan guabina
no baile, madre,
ni vusté ni sus hijas
ni mi comadre (Pág. 89).
En el “Cancionero Antioqueño”, de
Antonio José Restrepo, se lee:
La guabina se baila
de dos en fondo
y en llegando la noche
¡Armas al hombro!
Por ser un baile de pareja cogida, recibió
la crítica del clero y de la gente de bien.
A fines del siglo XVIII se bailaba en la
provincia de Antioquia, con las vueltas
y el gallinazo, al son de tiple, guache,
bandola y requinto.
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LA CARRUMBA
Baile suelto, rápido y malicioso. Antonio José Restrepo lo comenta así: “Cien veces
excomulgada por los presbíteros, pero cien veces repetida al final de los bailes,
cuando sus compases vertiginosos y sus versos inenarrables acaban de trastornar
las cabezas y apagar las voces y las luces, siguiéndose a tal torbellino de pasión
y turbulencia, teorías de besos y diálogos apenas traducibles por onomatopeyas,
como diría Gautier” (Ob. Ib., pág. 69).
“Urradeña, vamonós
pa’ los lados de Concordia,
a bailar esta carrumba
donde Raimundo Taborda”
(Ob Ib, pág. 113)
El mismo autor cuenta:
“Conviene anotar aquí una costumbre que se guarda religiosamente entre la gente
popular, es a saber: comenzado un baile por un grupo de personas, todo el que
vaya llegando de fuera (pues nunca son bailes a escote) tiene que sacar pareja
inmediatamente que entre en la casa, o quitarle la suya al que esté en el puesto, so
pena de incurrir en el enojo de los dueños. Después que baila una mera vuelta que
sea, los busca, los saluda y queda lealmente incorporado en la fiesta. El no proceder
así implica desprecio por la casa y la reunión y seguramente le cuesta al que tal haga
una soberana paliza” (Ob Ib., pág. 70).
Ignoro si dicha costumbre se practicó en Santa Fe de Antioquia; pero sí era corriente
y moliente el enojo de muchos hombres cuando invitaban una mujer a bailar y ella
los desdeñaba, procediendo, en cambio, a aceptar, para la misma pieza musical, la
invitación posterior de un tercero. Asimismo: el “Comer pavo” o “Pelar la pava”, se le
aplicaba a la mujer que asistía a la fiesta y nadie la sacaba a bailar.
LA CUMBIA
Muy probablemente de ancestro africano. “Su coreografía representa la defensa
de un asedio sexual por parte del hombre hacia la mujer... la mujer porta velas para
alumbrar el escenario... la mujer toma en la mano derecha una vela encendida y
coloca la izquierda en la cintura. El hombre, detrás, la asedia, ejecutando movimientos
de caderas y contorsiones variadas, generalmente alza la mano en donde lleva el
pañuelo raboegallo o una botella de ron. La mujer conserva en su movimiento cierto
misticismo. Las parejas giran en torno a la orquesta; el ritmo del tambor predomina en
la escena, pero todo su conjunto, bailes y orquesta, se confunden en el rito religioso
arrancado de un misterioso país africano “(Sierra García; Ob. Ib., 113 y 114).
Hace tiempos oí comentar que el porte femenino de las velas es un simbolismo de la
aptitud natural de la mujer para dar a luz.
En algunos bailes populares, según he visto, se rompen las reglas : generalmente no
hay velas ni coreografía predeterminada; sin embargo: a menudo se asumen figuras,
como las del baile agarrado, en las que el hombre coge con su mano derecha el
lado correspondiente de la cintura de la mujer, y prende su mano izquierda en el
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costado correspondiente de ella, debajo de la axila, dando inicio a la danza: él, con
el pie derecho adelante, lo semiarrastra en la marcación del compás, avanzando –
con movimientos circulares de las caderas --, mientras en la misma forma, aunque
apoyándose en la punta y ladeado a la derecha, el pie izquierdo va tras el derecho;
así sucesivamente y en posición contraria a la mujer; los dos contoneándose con
elegancia y contorneándose en el lugar de la danza; variando la posición: cambiando
la postura de los pies, y en retroceso el hombre; deteniéndose, un poco inclinados
hacia la derecha, los pies derechos de ambos ligeramente adelantados y casi
contactándose, para girar varias veces sobre el eje de la pareja, siguiendo las
manecillas del reloj; y, en fin, improvisando figuras, según su gusto, experiencia y
recíproco entendimiento.
LAS DANZAS INDÍGENAS
Las tonadas monorrítmicas y frías del indio, instrumentadas principalmente con tambor,
fotutos, maracas o guaches, carrascas y bocinas, aquí en Santa Fe de Antioquia
prontamente fueron sepultadas en el sarcófago de su personal desaparición.
En la memoria de los tiempos se perdieron:
Las danzas rituales del nacimiento, la iniciación de la pubertad, el matrimonio, la
muerte, los sacrificios humanos a sus divinidades, la cosecha, y similares.
Los “areitos” o saraos: bailes cantados, siempre con excesivo consumo de sus
bebidas embriagantes.
Las danzas macabras en derredor de los prisioneros destinados para la satisfacción
de su antropofagia.
En “Titiribíes y Sinufanaes”, de Juan B. Montoya y Flórez; Repertorio Histórico;
Órgano de la Academia Antioqueña de Historia; Nros. 5 a 8; Pág. 587; Agosto de
1922, se consignan estos datos sobre el baile indígena:
“Sus bailes eran lentos, ceremoniosos y muy acompasados; hombres y mujeres
bailaban en filas diferentes o en parejas sueltas. Tales bailes consistían en una
especie de contradanza, en el gallinacitos, monos o vueltas; variantes del mismo
tema, que todavía baila el pueblo. Se bailaba no por diversión como hoy, sino para
entrar en batalla, en los mortuorios de los jefes y en las grandes solemnidades
religiosas. Tales bailes eran acompañados de borracheras y ahumadas de tabaco,
pero no había bailes sensuales como los de las balladeras del extremo oriente o
como el tango argentino, ni bailes de vientre como los de África, pues la cumbia o
cumbé de la costa Atlántica fue traída de África…”
No obstante lo que precede, no se olviden los famosos “areìtos” de los catíos:
borracheras orgiásticas que no escatimaban la carne humana, el licor, la danza y el
sexo.
Pero no todo lo suyo se fue con el indio. En tiempos coloniales, y, en menor grado,
en las épocas siguientes, la música popular se apropió de sus tambores de madera
y cuero, sonajeros, flautas, maracas y guacharacas, entre otros de sus instrumentos
musicales.
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LA DANZA DEL GALLINAZO
Más danzas alegraron las fiestas coloniales, como la “Danza del Gallinazo”, las que
a finales del siglo XVII y gran parte del XVIII afrancesaron el gusto musical de los
Iberoamericanos: el “Minué”, el “Rigodón”, la “Curante” y otras de su especie. Incluso
se me dice que hoy día un grupo reducido de personas le rinde culto a la danza “Los
Lanceros”. Más interesante es la del “Gallinazo”, por lo mucho que caló en el pueblo
y porque todavía en los años 70 del siglo pasado arrancó prolongados aplausos,
justamente merecidos por los integrantes de la “Candanga de Obregón”.
LA DANZA DEL GALLINAZO. En “Rezadores y Ayudados”, Arturo Escobar Uribe
anota: “Sea la oportunidad para hablar del gallinacito que nosotros vimos ejecutar
y que es el baile montañero, como se llama a la forma como los campesinos bailan
sacando el pie hacia los lados. En los bailes de garrote o bravos, cuando están en
su fina, sólo se oye el compás de los pies descalzos y ásperos de los danzadores
cual si estuvieran barriendo el piso. El gallinacito es una especie de baile erótico para
una sola pareja. Cuando los músicos rompen en sus notas, la mujer se acuesta en
la mitad de la sala diciendo:
Gallinacito
Vení, vení
Por una cosita
Que tengo aquí.
Y permanece inmóvil haciendo de mortecina; el hombre, que es el gallinazo, entra
bailando y empieza a dar vueltas con los brazos abiertos horizontalmente, simulando
al guale cuando remolinea en el aire, oteando la comida. Da algunas vueltas en torno
de ella; se agacha, la huele y sigue bailando en derredor. Luego la toca y ella se
mueve; él sale de huída para regresar de nuevo y volver a tocarla. La pareja levanta
un brazo, luego el otro, y encoge las piernas en actitud de levantarse; entonces el
parejo le ayuda a incorporarse y bailan cogidos y sueltos, terminando el gallinazo por
comerse la mortecina, cuando él dobla la rodilla y ella se sienta sobre sus piernas”
(Tomado de Sierra García; Ob. cit. Pags. 159 y 160).
Hermoso espectáculo. Pero no es coreografía única. ¡No faltaba más: hablar de
coreografías únicas!. Pueden efectuarse variaciones, según la apreciación personal
que se tenga de la forma como el gallinazo olfatea la mortecina, sus idas y venidas,
sus giros en torno de ella, y la arremetida final. Asimismo pueden intervenir varios
gallinazos en relación con una sola mortecina; varias parejas, y uno o varios
gallinazos con una mortecina imaginaria, etc.. Los pasos cautelosos o decididos
en el acercamiento, la huída y las vueltas; las extremidades superiores horizontales
y luego encogidas a la altura de los codos, ejecutando movimientos suaves y
elegantes, en imitación del vuelo del gallinazo, y la mímica en general, son elementos
fundamentales de esta danza. Hay ocasiones en que incluye coplas cuya temática
se concentra en el gallinazo y la mortecina.
Se ha conjeturado que inicialmente fue baile de negros. Tiene ritmo que se asemeja al
pasillo o al bambuco, aunque a veces más acelerado; sin embargo, no es generalizado,
puede presentar cambios que se ajusten al gusto musical y disposición corporal
de los bailarines. Los instrumentos que de ordinario se usan son de cuerda (Tiple,
guitarra, lira, vihuela y bandola, acompañados de tambores, guarachas, carrascas y
19
similares). Parece que también esta danza tuvo amaño en nuestros indígenas.
Pese a que ni siquiera la tradición oral habla de alas postizas en las extremidades
superiores de quienes simulan ser gallinazos, guardo recuerdos de infancia en que
algunos “Diablitos” (Disfrazados) de los veintiocho de diciembre y seis de enero,
aprovechaban el bombacho, para levantar los brazos, llevándose en ellos una gran
porción de capa, a lado y lado, semejando alas desplegadas. Así revolaban en torno
de la pareja, y, dando saltos menudos, sin perder el ritmo “caliente” que los músicos
interpretaban, se le aproximaban y retiraban hasta cuando la prendían del talle, y en
adelante bailaban la pieza común y corriente, como los demás “Diablitos”.
En otros municipios, ya en tiempos no muy remotos, sí se recurrió al uso de alas
hechizas. En su escrito: “Fiestas y diversiones campesinas y pueblerinas en el caso
de Barbosa (Antioquia)”, José Rozo Gauta y Luz Marina Jaramillo citan una entrevista
sostenida con el habitante José Morales, quien les informó:
“Se disfrazaba, se mandaba hacer unas alas en las que quedaba como una especie
de estuche para meter el brazo, pero de pieza entera por detrás para él abrir como las
alas y hacer monerías y cosas. Otras veces ni se disfrazaba, sino que entonces con
un poncho o una ruana hacía las monerías” (Nueva Revista Colombiana de Folclor”;
Departamento de Antioquia; págs. 168 y 169).
En la misma revista, páginas 201 y 202, investigación sobre “Bailes antiguos de
Antioquia”, de Oscar Bahos Jiménez, se lee:
“Las danzas del gallinazo o gallinacito, aparecen con diferentes nombres en casi todo
el país: gus, chicota, golero, aura, gual, zamuro, gualembo, guillirraco… Aparte de
muchos otros significados, lo vemos como un homenaje que los campesinos hacen
a su labor de limpieza de cadáveres. Su origen en Colombia es bastante antiguo, ya
que don Tomás Carrasquilla menciona que en Antioquia se bailaban hacia 1750.
“Mostramos aquí dos de sus variantes: 1. De pareja: hombre y mujer en una evidente
representación por medio de gestos y figuras corporales (“cizañas” decía uno de
nuestros informantes). 2, De hombres, con carácter imitativo, expresada en la ejecución
de pasos, figuras corporales y formaciones planigráficas, que representan distintos
comportamientos de estos animales, en esta variante, jocosamente expresados para
el deleite de niños y adultos. Los personajes que intervienen son: gallinazos (casi
siempre seis hombres), la mortecina y un perro. En cuanto a la música se interpreta
con el trío: tiple, guitarra y bandola, su ritmo es ternario e incluye coplas como:
Dice la mujer:
¿De dónde venís gallinazo
con tus patitas tan blancas?
Hombre:
No me hagas burla señora
que esto fue de una pedrada.
Contesta el hombre:
No me hagas burla señora
Que estas son mis buenas zancas
Gallinazo volantón
mi caballo se ha perdido
ayúdamelo a buscar
si no te lo habeis comido.
Mujer:
¿De dónde venís gallinazo
con tu cabeza pelada?
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El gallinazo y el gual
se pusieron apostar
al que sacara más tripas
desde el fondo de un volcán”.
21
Valga el recuerdo de comparsas y grupos musicales en los que el baile se contraía
a los integrantes del grupo o varios de ellos, con algunas salvedades que ponían a
bailar a los circunstantes.
El 22 de diciembre de 2008 en el desfile inaugural de la “Fiesta de los Diablitos”
participó una original y bella comparsa que representaba la danza del gallinazo. Sus
doce integrantes estaban completamente disfrazados de gallinazo, de la cabeza a
las patas. Las extremidades superiores fueron acondicionadas de tal manera que
en verdad parecían alas, y los picos daban la impresión de eficacia suficiente para
acabar en un dos por tres con cualquiera carroña. Estos dichosos “animales” saltaban,
giraban y revoloteaban alrededor de su víctima. Era un magnífico espectáculo. La
comparsa fue integrada por Pedro Lastra Escobar (Rey de gallinazos), Laura Lastra
Aguinaga (Reina de los gallinazos), Nora Aguinaga, Juan David Bran Yepes, Carlos
Marín Lora, Gustavo Lastra Escobar, Jaime Girón, Juan Fernando Girón, Cristina
Hernández Urrego, Nancy Yepes Garcés, Jair Rivera García y Elidia del Socorro
Yepes Urrego. El Rey y la Reina lucían de blanco y negro. Eran seis gallinazos y
seis gallinazas. Ellos las cortejaban. Completaba la comparsa una “vaca” muerta
que Andrés Ramírez Rivera les tiró varias veces en el recorrido.
Con integrantes distintos, la comparsa de la “Danza del Gallinazo” participó en el
desfile de apertura de 2.009.
22
EL SAINETE
Siguiendo la investigación de Oscar Bahos Jiménez, resulta ser un remanente de los
viejos “saraos” familiares “y fiestas en comunidades con características endoculturales
de los departamentos de Antioquia y Caldas… El sainete es el fenómeno de tradición
popular más integral y de más posibilidades escénicas, en cuanto a que reune en
su desarrollo: danza, música, teatro, literatura y plásticas. Con la marcha, entran
todos los saineteros uno detrás del otro, encabezados por el abanderado y la sopera
o sopero, quien recita versos (casi siempre cuartetas octosilábicas con rima entre
segundo y cuarto verso), por ejemplo, veamos este saludo al inicio de un sainete:
Señores y señoritas
pónganle mucha atención
que quiero dar gusto a todos
los que hay en este salón.
A las muchachas bonitas
las invito a la función
y a las viejas arrugadas
a que soplen el fogón.
Hoy 24 de diciembre
les vengo a manifestar
que ha llegado a esta tierra
el hombre mandacallar (etc).”
(Ob. Cit., Pág. 196)
Por su parte, Antonio José Restrepo (Ñito) cuenta:
“Dijimos que la ciudad de Antioquia es tierra de diablitos y sainetes, lo que comporta
una explicación: Llámase diablitos una fiesta popularísima que celebran allí todos
los años por diciembre; y con ocasión de esa fiesta los poetas populares componen
sainetes que van representando de casa en casa, y algunos de los cuales critican
con acerbidad a las clases principales y los sucesos ocurridos en el curso del año.
No tienen fama de valientes los ribereños del Tonuzco, o por lo menos otra copla, sin
duda apasionada y burlona, así lo declara:
Pensaban Los Antioqueños
que pelear era juguete,
que era como componer
para fiestas un sainete”
(Ob. Cit. Págs. 196 y 197).
Y Sierra García se refiere al sainete en estos términos:
“mascarada de ancestro español en la que los actores combinan danzas, pantomimas
y diálogos. Los personajes son siempre hombres no importa que se disfracen de
mujeres. Son famosos los sainetes de Girardota, Santa Fe de Antioquia, San Jerónimo
y la Loma de San Javier” (Ob. Cit. Pág. 295).
23
Con todo, es preciso admitir que ya en la segunda mitad del siglo XX el sainete
estaba casi proscrito de las fiestas de la ciudad de Antioquia o Santa Fe de Antioquia,
aunque a veces resurgía en las llamadas “Veladas” o representaciones teatrales de
escuelas y colegios y en la “Compañía de comedias” de Don Octavio Legarda; no
con el propósito de crítica mordaz sino con fines educativos y literarios. Tampoco fue
siempre de hombres; pero las mujeres actuantes utilizaban atuendos masculinos. La
presentación no estaba sujeta a cánones tradicionales: hoy parecía una comedia
breve; y mañana se desarrollaba con pasos y vueltas al ritmo de “marcha”; portaban
varas de las que colgaban cintas polícromas, que les servían para hacer figuras
diversas y las trenzaban y destrenzaban unas con otras.
El Sainete, aún no se acaba del todo, y seguramente el futuro lo conservará, para
bien de todos.
DOS SAINETES DE DICIEMBRE
En su libro “RECUERDOS”, publicado en 1979, Editorial Bedout S. A., Medellín,
páginas 38 y 39, el doctor Fernando Gómez Martínez cuenta dos sainetes de
diciembre:
1
“Llega la comparsa compuesta de uno disfrazado de sacerdote, uno vestido
de mujer, otro que hace de enfermo, y dos que llevan una camilla con almohada y
sábana. Se acuesta el enfermo mientras la mujer hace pucheros. El sacerdote va a
oír la profesión de fe del moribundo, la que se hace así:
--- ¿Crees que en la zapatería
de Rivera don Urbano,
se mantienen noche y día
con la botella en la mano?
Y el enfermo contesta:
---Sí creo.
De esto me acuerdo, pero la confesión es
más larga”
2 “La comparsa está compuesta de
un tipo disfrazado de gallo, otro de
guacharaca y el tercero de toro. Llegan
y se colocan en triángulo en la sala.
Alrededor la concurrencia.
--- ¿Crees que Ña María Inocencia,
hace tiempos sepultada,
brinda por una agujada
copas de ron en esencia?
Canta el gallo sacudiendo las alas:
---Francisco Javier no paga…
Y contesta la guacharaca con la voz
quebrada:
---Sí creo
---El pagará. El pagará, El pagará.
Entonces el toro mueve el testuz de un
lado y de otro como negando y muge:
---Mu, mu, mu”.
--- ¿Crees como todos creen,
y es un principio evidente,
que del Papa para abajo
todos beben aguardiente?
---Sí creo
24
EL BUNDE
No es el aire musical que algún arraigo tuvo en Antioquia y que, al decir de Javier
Ocampo López: “Parece que sus orígenes remotos se extienden hasta los cantos
“wunde” de la Sierra Leona en África Occidental. Desde finales de la Colonia se
conocen los “bundes” como bailes populares; según la tradición, la heroína
Santandereana Manuela Beltrán se reputaba como “bundelera”…”
“….Los estudios folclóricos han profundizado más en el bunde del litoral pacífico de
procedencia negra, el cual se baila por parejas en forma circular; son interpretados
con flauta de caña, el conuno y el tambor”. Se advierte que en sus inicios era un canto
ritual de funerales de niños.
Para Sierra García: “en Tolima el bunde es ritmo de guabina, bambuco y torbellino
confundidos, debido a que el compositor Alberto Castilla le dio el nombre de “bunde
tolimense” a la conjugación de aquellos ritmos. En Antioquia estos bailes públicos
y festivos de origen costeño se acostumbraron mucho en las zonas mineras en el
siglo XIX” (Ob. Cit. Pág. 75).
Oscar Bahos Jiménez en su trabajo: “Bailes antiguos de Antioquia”, escribió:
“El bunde, en el caso del sainete de Girardota, es un baile con pasos, desplazamientos
y versos que resumen muy brevemente el tema del sainete. En Antioquia, el término
“bunde” se emplea para significar pelea, caos o desorden, bullaranga. Se dice por
ejemplo: esa casa es bunde permanente”, “cuál es el bunde aquí”, etc., pero también
en Santa Fe de Antioquia, se le llama bunde a una especie de comparsa decembrina
en donde al son del tiple y el pandero, se hace una coreografía que es precedida de
textos rimados, en donde los bunderos cantando hacen críticas a sucesos acaecidos
durante el año…” (Ob, Cit., Pág. 197).
Presencié la actuación de grupos de bundes en la plaza principal de Santa Fe de
Antioquia, procedentes de sus corregimientos. Se integraban de hombres. Vestían
Trajes vistosos (faldas) que les llegaban un poco más abajo de las rodillas, calzaban
cotizas y cubrían la cabeza con una especie de gorro o capirote forrado con papeles
de diversos colores, y con incrustación de un espejo en la parte de adelante; no
recuerdo el número de sus integrantes, aunque pasaban de diez, entre ellos: un
tiplero, un panderetero y un tamborero; el ritmo era rápido y bailaban sueltos, con
desplazamientos de pies casi arrastrados, sucedidos de cinco saltitos que respondían
a iguales golpes de tambor, así: el golpe inicial, una breve pausa, y luego el segundo
golpe, seguido de una pausa como la anterior; después, dos golpes sucesivos,
brevísimo silencio, y el golpe último. Esto se repetía en forma monorrítmica hasta el
final de la presentación. Los pasos indicados se mezclaban con vueltas; todo ello,
desplazándose los danzarines bajo arcos de varas flexibles o de bejucos, forrados
en papel polícromo; y jugaban a enredarse y desenredarse con varas de las que
colgaban cintas de papel. Cuando el director lo estimaba a bien, pitaba para que se
aquietaran mientras un coplero cantaba coplas referentes a obras públicas, hechos
importantes, autoridades civiles y religiosas y otros personajes. Obviamente, el
director, quien también danzaba, disponía con sendos pitazos el comienzo y el final.
25
26
Para que un bunde organizado por Jairo Herrón y Dioselina Pino participara en uno
de los desfiles de “Silleteros” en Medellín, el Poeta Jorge Robledo Ortiz escribió varias
estrofas, a petición de don Juan Pablo del Corral P. . Las tituló:”Pregones del Bunde”:
Venimos de Antioquia vieja
donde el “bunde” es corazón
y donde tienen las puertas
voces en cada aldabón.
La Calle de la Amargura
buscando antiguos perfiles
de espantos hechos con luna
y romances con jazmines.
Voces de los tiempos idos…
Voces que no volverán…
Voces de fechas y olvidos
que eran penas de cristal.
Venimos de Antioquia Vieja,
del Tonusco pescador,
del solar de Vives Guerra
que es donde descansa Dios.
Calle Mocha… La Glorieta…
La Chinca… Padre Jesús…
Y la campana obsoleta…
Y el silencio de la Cruz…
Viva el “bunde” y su comparsa.
Viva su fe musical…
Viva este ancestro que canta
cuando me pongo a bailar.
Y Santa Bárbara anciana…
Y el candelabro español…
Y los mangos de la Plaza…
Y el Gualí huyendo del sol…
Jorge Robledo Ortiz
“Juan Pablo:
Ahí te dejo los versitos,
si no están a la medida,
llévalos a EVERFIT
J.R.O.”
(RECUERDOS DEL AYER, Juan Pablo
del Corral P.;
Periódico: EL TONUSCO, de Santa Fe de
Antioquia;
Julio 31 de 1985; Página 3).
En el periódico local “El Santafereño”, quincena del 15 al 31 de diciembre de 2008,
José Joaquín Cartagena Z. escribió con el título de “Toma Bundera”:
“Lo cierto del caso es que una danza compuesta por doce integrantes con vestidos
adornados de cintillas de papel de globo, gorros de papel con un espejo al frente
que bailan al ritmo de un tiple y un pandero, orientados siempre por dos cabecillas;
uno de ellos lleva un pito para marcar las paradas y los pasos a seguir, ya que el
bunde es rico en escenografías tales como el paso doble o cara con cara, caracol,
coronas y aguas, entre otras”
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28
LA CANDANGA
Se ha dicho que es de origen negro: cuando los esclavos alegraban con su
canto, música y danza los ratos de esparcimiento de sus amos, y cuando aquellos
aprovechaban para su personal diversión y sus propias fiestas, como la de San
Juan Bautista. Después de la independencia se reglamentó como baile de tercera
clase, al son de instrumentos de cuerda, carrasca y tambor; el baile es alegre, ligero
y descomplicado: los hombres y las mujeres bailan en pareja, ahora; sueltos, luego;
y así sucesivamente, en desplazamientos de ida y venida, y en vueltas. Igualmente:
en grupo suelto y en sendas filas paralelas de hombres y mujeres, o frente a frente.
En desarrollo de la danza van configurando parejas que se deshacen para que, sin
dejar de danzar, el grupo o alguno de sus integrantes entone coplas, como:
La candanga de Obregón
se baila por los rincones,
primero bailan los ñatos
y después los narizones.
La candanga de Obregón
la bailan los de la Noque;
primero bailan los negros
y después toque que toque.
La candanga de Obregón
la bailan Obregodeñas,
mocitas bien conformadas
porque son de pura leña.
No tiene vestuario ni coreografía peculiares, salvo que se trate de grupos debidamente
organizados y entrenados, como “La Candanga de Obregón”. En pareja, cada quien
la baila a su manera, de acuerdo con su pericia y disponibilidad corporal.
También se le ha llamado “Candanga” a un reducido grupo de músicos de instrumentos
de cuerda, acompañados de carrasca y tambor, que suele ir bailando adelante de los
llamados albazos o alboradas que se tocan con intervención de alguna de las bandas
mayores, en las madrugadas de específicos días de fiesta religiosa, como los de:
San Pedro Claver, la Virgen del Carmen y Nuestra Señora de Chiquinquirá, y que
hacen el mismo recorrido que hará la procesión correspondiente.
Las personas más viejas del tiempo de nuestra juventud comentaban que las
personas más viejas del tiempo de la suya afirmaban que José María Barcenilla,
personaje notable, oriundo de la ciudad de Antioquia (17 de octubre de 1784 --16 de octubre de 1846), con residencia y hato en la vereda “Obregón”, fundó la
llamada “Candanga de Obregón”. Pudo ser que existiera de antes y que él, gamonal
de la región, la institucionalizara y la consolidara con ayudas económicas, para su
personal complacencia y para algunas fiestas de la dicha fracción territorial. Sea
de ello lo que hubiese sido, yo la oí mencionar y la conocí a finales de los años
sesenta y principios de los setenta del siglo pasado. En aquel tiempo el coreógrafo
y folclorista Don Pedro Betancur estuvo en la ciudad de Antioquia, y con sus
enseñanzas coreográficas estimuló enormemente la citada Candanga, la cual se
fortaleció con nuevos integrantes (casi todos de la tercera edad), prácticamente se
29
desplazó del campo a la cabecera y protagonizó presentaciones en ella, Medellín y
otras ciudades, dentro y fuera del departamento de Antioquia, que la colmaron de
triunfos y popularidad.
Me contaron que por ese entonces la “Candanga de Obregón” ocupó el primer puesto
en un concurso folclórico importante del orden nacional. Otra agrupación la superaba
en aplausos; entonces brilló la astucia de esa morena recta, delgada , flexible y
jacarandosa, llamada Clotilde Valderrama, y apodada “La Conga”, quien le advirtió
y sugirió al no menos bailarín Juan Gregorio Zamora, alias “Empuje”:
---Oíste, ole, estamos perdiendo. Los aplausos son los que eligen. Vos verás si
bailamos “El Gallinazo”; creo que es la única forma de ganar.
Ni corto ni perezoso, Juan Gregorio se aprestó para la danza sugerida. Los músicos
tocaron un ritmo apropiado. La pareja en mención bailó maravillosamente “El
gallinazo”. La concurrencia aplaudió a rabiar, y la “Candanga de Obregón” se llevó
el triunfo.
Que yo recuerde, he aquí los nombres de otros integrantes de la candanga en
mención:
Aureliano Sepúlveda, alias “Pico de Oro” (tiple). Lo reemplazó Juan Clímaco Cano.
Gerardo Durango (Guitarra).
Hernando Borja, alias “Calabazo” (tambor)
Alfredo Alcaraz (guache)
Efigenio, alias “Cantarrana”
Gerardo Villa
Juan Clímaco Barón
Israel Sepúlveda
Rosa Usquiano
Pepa Godoy
Sayo Arboleda
Juan Gregorio y Clotilde ya fallecieron. Ojalá que la muerte de estos dos grandes
bailarines de “El Gallinazo” no margine definitivamente esta danza, del repertorio de
la “Candanga de Obregón”, grupo folclórico que continúa activo, aunque con personal
renovado.
Saúl Lastra me contó que en 1938 Conchita Mena (Alias Ticinco) y Tiberio Mena
bailaron “El Gallinazo” en el sitio de reunión y recreo llamado “La Glorieta”.
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BAILES PÚBLICOS
En carta a su hermana María Antonia, en abril de 1825, sobre la educación de su
sobrino Fernando, el Libertador Simón Bolívar expresó:
“El baile, que es la poesía del movimiento y que da la gracia y la soltura a la persona,
a la vez que es un ejercicio higiénico en climas templados, deberá practicarlo si es de
su gusto” (“Breviario del Libertador”; Ramón de Zubiría; Edit. Bedout S. A., Medellín;
1983; Pág. 167).
“…la poesía del movimiento”. Bella y elocuente definición que corresponde
ciertamente a la euritmia de los danzantes a impulsos de la armonía musical.
Poesía que siempre ha inspirado a la inmensa mayoría de los nativos de Antioquia
o Santa Fe de Antioquia. Es como si “nacieran sabidos”. Parados, agachados, en
dos pies y en un pie, parece que bailaran solos. Abrazados o sueltos, en sus pasos
o movimientos plasman la gracia y la soltura mencionadas por el libertador. Llevan
el baile en la sangre. Hasta bailaron con el conjunto “Los Retazos”, cuyo fundador
y director fue Don Samuel Enrique Aguinaga Alcaraz, finalizando los años cincuenta
del siglo veinte. Una flauta de lata, a cargo de Samuel Enrique; una timba hecha
por Gabriel Durango (alias “Pío), a cargo de Hugo Herrón García; un tarro vacío de
leche de “Cáritas”, hacía las veces de timbal, y lo tocaba Ulrico Figueroa; y la raspa
(guadua zanjada), a cargo de Alberto Osorio. Su repertorio era limitadísimo: “Sin
corazón en el pecho”, “El Caimán”, “La Piña Madura” y “La Múcura”. Y bailaron con
el conjunto “Los Pichucas”: Gabriel Durango, alias “Pío” (acordeón), Jesús Guevara,
alias “Chucho” (timbales), Hernando Borja, alias “calabazo” (la timba), y Joaquín
Pastor, alias “paisa” (la raspa). El cantante era Aquileo Benítez, muy especial, por
repentista, puesto que si cerca de donde estaban tocando, pasaba alguna persona
conocida, le soltaba algunos versos de su ideación, parodiando los de la pieza que
en ese momento vocalizaba. Un día pasó Manuel Montoya (padre), alias “Caravano”,
mientras Aquileo cantaba: “Cayetano bailá”; entonces cantó:
“Caravano baila también, aé,
con Bersabé”
(La esposa de Manuel se llamaba Bethsabé).
BAILES – PERMISOS
He aquí unas disposiciones sobre “Bailes”, dictadas en 1833:
“Rafael de Uruburu Jefe Politico del Canton de Antioquia por la República
Para conservar el orden y seguridad publica, establecer una buena Policia, evitar
los delitos y promover los ramos de la salubridad y comodidad de los habitantes,
Decreto
16. Los habitantes de esta Ciudad y sus barrios que quieran poner bailes en
sus casas, obtendran primero el permiso por escrito de la Jefatura Política: uno
de los Alcaldes Parroquiales asistira precisamente a ellos; hara poner las luces
necesarias, despejara las puertas y ventanas de los pelotones que forman ambos
sexos, desarmara a los que se presenten armados, y enbiara a la carcel a los ebrios,
y perturbadores del orden. En los pueblos del Canton dará las licencias el Alcalde
1º. Y en su defecto el 2º. y se observara puntualmente lo prevenido por este articulo
31
bajo de responsabilidad. Los contraventores sufriran una multa de dies hasta veinte
y cinco pesos o una prision lo menos de ocho dias si no tubiesen con qué pagarla.
17. Se prohiven absolutamente los bailes nocturnos en las chosas ó pequeñas casas
de campo sea qual fuere el motivo que se pretexta para ellos, por contrarios a la
moral, al orden publico y bien estar de los hacendados.
El presente decreto no se publicara ni se llevara a efecto sin la aprovación del Sr.
Gobernador de la Provincia y al intento se remitirá original a su Señoria. Antioquia a
4 de febrero de 1833.
Rafael Uruburu (Fdo)”
Aprobado por el señor gobernador, con algunas modificaciones que no afectaron los
artículos transcritos, se publicó por bando el 23 de febrero de 1833.
Sin embargo, una muestra de cuánto se bailaba en el siglo XIX la encontré en el
Boletín Oficial, Órgano del Gobierno, Diario de la mañana, Número 888, miércoles 27
de octubre de 1875. Al referirse a la ciudad de Antioquia, noticia:
“de las providencias dictadas en el ramo de policía en el Departamento de Occidente
en el mes de julio de 1875.
Antioquia… Se concedieron licencias para poner bailes, previo el pago de los
respectivos derechos, a Ramón Urrego, José María Castro, Lino Guerra, Cenón
Garro, Cesáreo Alcaraz, Marcelino Franco, Bernabé García, Eleuterio Torres, Cenón
Garro, Pedro Cartagena, Santos Sepúlveda, Félix Durán y Celestino Sepúlveda”.
El informe se rindió el 20 de septiembre de 1875, cuando era prefecto Mariano del
Corral, y Secretario Wenceslao Martínez.
No siendo diciembre, trece bailes en un mes son para uno irse de espaldas. Téngase
en cuenta que entonces no había luz eléctrica, griles ni tabernas, y que las “bandas
de música” datan de ya avanzada la segunda mitad siglo XIX, e inicios del siglo XX.
En aquellas calendas en Santa Fe de Antioquia o la ciudad de Antioquia se distinguían
oficialmente tres clases de baile público, y, si de bunde se trataba, también debía
pagar impuesto.
El Acuerdo Nro. 12, de diciembre de 1875, sobre arbitrios rentísticos del distrito,
desde el 1º. de enero de 1876, dispuso:
“4.- Tres pesos que se pagarán anticipadamente por cada baile de primera clase que
se ponga en el distrito.
Se entiende por baile de 1ª. clase aquel en que haya más de dos instrumentos de
viento.
“5.- Dos pesos cuarenta centavos que se pagarán anticipadamente por cada baile de
2ª. Clase.
Se entiende por baile de 2ª. Clase aquel en que haya uno o dos instrumentos de
viento.
“6.- Un peso que se pagará anticipadamente por cada candanga o baile de 3ª. Clase
que se ponga en el distrito.
“7.- Cuatro pesos que se pagarán anticipadamente por cada bunde que se ponga en
el distrito en las épocas que lo permite la ley”.
En los inicios del siglo XX la clasificación era distinta. El Acuerdo Nro. 1º. del 11 de
enero de 1910, sobre bienes y rentas, sancionado por el Alcalde Justiniano García,
en su artículo 3º., numeral 7º., dispuso los siguientes impuestos:
“7.- Por cada baile de orden se cobrarán tres pesos, y diez pesos por aquellos de
negocio sin personal conocido”.
Fuera de aguardiente --anisado o no--, aún se consumía guarapo; para este,
32
el numeral 27 del artículo 3º del acuerdo en cita impuso cincuenta centavos oro
mensuales por cada venta estacionaria, y cinco centavos oro diario si se trataba de
venta ambulante.
Posteriormente los bailes en cuestión se denominaron “bailes públicos”, en
contraposición a los “bailes privados”; estos, exentos de impuesto, como los festejos
de cumpleaños, matrimonios y bautismos.
Entre los “bailes públicos” se distinguían:
Los “de negocio”, que pagaban impuesto, excepto aquellos cuya ganancia se
destinaba para una obra pública, cívica, cultural o religiosa. Se efectuaban en
cualquiera parte que se considerara apropiada: casa, establecimiento comercial,
o a la intemperie (plaza, plazoleta, vía pública, etc.), dando curso a las famosas
“Empanadas bailables”.
Los “bailes de garrote” --de vieja data--, que eran públicos de negocio, se realizaban
en las salas y corredores de las casas, y en establecimientos de cantina; pero los
bailarines no pagaban con antelación, ni a la “entrada”, sino en desarrollo de cada
pieza musical.
Los “bailes públicos” que no eran de negocio, sino de esparcimiento popular
gratuito. No pagaban impuesto, y eran auspiciados por la autoridad pública o por la
generosidad de alguna persona o institución.
Además se realizaba el “Baile de Convidados”. Quien lo organizaba corría con los
gastos en general; pero los invitados o convidados pagaban previamente el valor
estipulado para cada uno. En su Información recopilada (2.004), Samuel Aguinaga
Alcaraz anota:
“A nadie, que no fuera invitado se le permitía entrar a la sala del baile, a la que, por
tener piso de ladrillo y considerarse un poco duro para hacer girar el cuerpo al ritmo
de la música, se le regaba esperma de vela…”
Ignoro la fuente de Aguinaga Alcaraz. Me parece curioso esto de regar esperma
en el piso ladrillado, para facilitar el movimiento y los giros corporales de los
bailarines. Demasiado exigentes los convidados, o con ellos muy considerados los
organizadores. Ahora se baila en el empedrado de la plaza mayor, y en aquel tiempo
el Baile de garrote se efectuó en salas y patios enladrillados sin echarle nada al
piso para suavizarlo.
33
BAILES – PROHIBICIÓN
Quitarle el baile a la “Fiesta de los Diablitos” es suprimirle la mejor y más querida
expresión de regocijo. No obstante, a veces el orden público alterado, o con turbación
inminente, precisa de la prohibición de los bailes. Así ocurrió, por ejemplo, en
diciembre de 1955:
“DECRETO Nro. 34 de 1955
(DICIEMBRE 30)
Por el cual se toman algunas medidas de orden público.
El Alcalde de Santafé de Antioquia, en uso de sus facultades legales. Y
C O N S I DERA N D O:
a)
Que hasta el día de hoy se han venido celebrando algunos actos de regocijo
Públicos.
b)
Que ya en la tarde se han presentado brotes de incitación a la subversión con
los gritos que efectivamente son los que incitan a ella.
c)
Que el Alcalde está en la obligación de conservar la paz en el Municipio de su
jurisdicción y tomar las medidas que crea convenientes para la completa normalidad.
DECRETA:
Art. 1º.- Temporalmente y hasta nueva orden se suspenden toda clase bailes públicos
y aún casas particulares ya que con estos últimos bien podrían reemplazarse los
primeros.
Art. 2º.- Queda desde el momento prohibido todo grito que incite a la violencia, los
que serán castigados de conformidad con el C. de Policía, sin perjuicio de que se le
inicie el sumario respectivo a quien lance estos gritos incitantes al desorden.
Art. 3º.- Las personas que habían conseguido permiso para efectuar bailes públicos,
pueden acercarse a la Alcaldía para reclamar la orden para la Tesorería con el fin de
que se devuelva el dinero que por ese concepto habían pagado.
Cúmplase.
Dado en Santafé de Antioquia, a los treinta días del mes de Diciembre de mil
novecientos cincuenta y cinco.
El Alcalde,
CARLOS JARAMILLO VIEIRA (FDO.)
El Srio,
CARLOS GONZÁLEZ MONTOYA (FDO.)”
Sello de la Alcaldía
(Archivo de la Ciudad de Antioquia)
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35
EL BAILE DE GARROTE
Fue el baile popular por excelencia. De acceso general, sin más discriminación que
la edad, puesto que por razones obvias no se permitía el ingreso de niños, a no ser
con algunos controles y limitaciones.
Probablemente se originó desde los primeros tiempos de la república. No se concibe
a los señores y amos de antes --blancos o principales-- en un baile de garrote; y,
si los demás lo bailaron en años coloniales, debió ser en forma clandestina y sin el
entusiasmo y desenfreno que lo caracterizaron, ya superada la colonia, hasta un
poco más de mediado el siglo XX.
Cualquier grupo musical podía poner un baile de garrote; pero lo usual fue que se
recurriera a los mejores conjuntos y bandas de la población.
Los instrumentos podían ser de cuerda o de viento, acompañados de maracas,
guacharaca, tambor o batería completa.
Había espacio para coplero, duelo de trovadores, y cantante.
Mujeres de atuendos vistosos y calzados sencillos y livianos.
Hombres, en su mayoría de sombrero, ruana o poncho, y pantalón y camisa lucientes;
algunos, de machete al cinto en vaina de ramales de colores; otros, de cuchillo, puñal
y barbera o navaja ocultos; y todos, portadores de “perrero” o garrote en una de sus
manos. Pies calzados. Pies descalzos. Zapatos, sandalias, abarcas, cotizas…
Candiles y velas que se despabilan. Lámparas de gasolina que parecen esforzarse
para lograr mejor lumbre. Después: luz eléctrica que no alcanza a disipar la sombra;
“alumbra más una vieja fumando tabaco”, decían.
“Perreros” (guascos o arrieros); bastones o varas del tamaño de estos; muchos,
artísticamente labrados; todos, cortados de árboles finos (guayacán, guayabo,
doncel, etc). A su utilización como armas contundentes a la hora de reñir se debe el
nombre de “Baile de garrote”. En otras poblaciones también se le denomina: “Baile
de candil”, Baile bravo”, y “Baile de vara en tierra”.
¿Licor? A todo beber.
¿Música? No, a la música fría. Sí, a la caliente: guabina, polca, fandango, cumbia,
marcha, pasodoble, porro, gaita, merengue y similares. De vez en cuando: un pasillo
fiestero, un vals o un bolero.
Baile agarrado: Hombre y mujer cogidos en una especie de abrazo; en ocasiones,
“amacizados”; es decir: juntos, muy juntos y apretados…
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Baile suelto: El de los pasos y giros elegantes o picarescos, y las cabriolas ágiles.
De pronto se arma la bronca: se esgrimen las armas, principalmente los garrotes; se
apagan las luces; se oyen gritos y palabrotas de hombres en pendencia; lamentos
y berridos de mujeres. Hay un tropel de gente que busca la salida, y:
“Las mujeres en el baile
cuando se apaga la vela,
la que no corre gatea,
la que menos corre vuela”.
(Ñito. Ob. Cit., pág. 317).
En su discurso: “De la poesía popular en Colombia”, Antonio José Restrepo (Ñito)
expresó:
“Una niña me dijo
en Salamina:
¿cuándo va por el niño
que ya camina?
“Cantan en mi tierra estas y miles coplas más, de todos los colores y en todas las
palabras de la lengua, pura como en Castilla la Vieja, y en los bailes de Candil,
que allá se llaman de Garrote, sin duda porque lo esgrimen donosamente en tales
francachelas, que suelen darse en los días de fiesta cuando hay pagos mensuales en
las minas, en los casamientos y velorios de angelitos, y en las parrandas nocturnas
de los sábados, cuando salen a los centros poblados todos lo trabajadores de los
campos a sus negocios particulares, o a ir a misa el domingo y a espantar el
diablo en el estanco de aguardiente….La caña, la guabina, los monos, el gavilán,
el caracumbé, el salgaelsol, el fandanguillo, la Cartagena, el bizarro, el mapalé y el
currulao (si la cosa es por la tierra de abajo, en Remedios y Zaragoza), se suceden
con vertiginosa rapidez, en horas largas y ardientes de amor, de celos, de alegría,
de tristeza, de venganza premeditadas y ocultas en la copla zalamera, interrumpido
apenas el canto y el bailoteo (pues las parejas van llegando a la cabuya) por el trago
que ofrece generoso algún enamorado ya chispo, que quiere congraciarse con su
dama y con el grupo de cantores, de cuyo buen humor pende la suerte de aquellos
juegos florales, pues mil veces sucede que el mantenedor del fuego sagrado no es
correspondido por la reina ni por sus damas de honor, y entonces aquel jilguero que
prometía amanecer trovando con su querido compadre, el que le responde y lo sigue
por la tonada que él escoge, le rompe la vihuela en la cabeza, hala por su machete
o por su garrote, se riega como verdolaga en playa, apaga las velas a sombrerazos,
echa afuera a todo el mundo y se queda él dentro rastrillando la punta de su collins
o su puya chocoana contra las paredes del rancho; lo que se llama acabar un baile,
hazaña última del buen cantor popular” (Ob. Cit.; Págs. 36 y 37).
El mismo autor aclara:
“Olvidé asentar atrás que el entrar bien en un baile, sacando pareja inmediatamente
y yendo luego a saludar a los dueños de la casa, se dice propiamente: “Entrar de la
cabuya”, sin duda como el gallo de pelea que, atado con una cabuya que llamamos
la traba, está listo para reñir en todo momento…” (Pág. 78).
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He aquí en versos del poeta Pedro A. Isaza C., parte de la conclusión de un baile de
garrote:
“Están tocando la postrer guabina
i bailadores hai a media caña,
que andan de lado con garrote al brazo
i su sombrero blanco con pedrada.
Entonces ¡ay! La desgraciada vela
que en un rincón apenas alumbraba,
recibe un palo, i al instante mismo
el que no es mui valiente se encarama.
Llevan la ruana en la muñeca izquierda,
y con la misma ruana cobijada,
el código penal que llaman ellos;
es decir, de afeitar limpia navaja.
Principia un ruido atronador i horrible
como la voz de ronca catarata;
se oyen los palos al chocar con fuerza
chispas menudas de las armas saltan.
Tosen fingido i se pasean despacio
con desdén insultante por la sala,
dando unos gritos en falsete agudo
que hacen, de miedo, estremecer las
damas.
Las mujeres dan gritos espantosos
I apiñadas se trepan en las bancas,
mientras que algunos más prudentes que
ellas
se meten a temblar bajo las camas.
Sueltan a veces expresiones torpes
que no se entienden porque todos bailan,
o porque están en chispa casi todos
o porque meten ruido los que cantan.
Nada se entiende, ni la voz del hombre,
ni el agudo chillido de las damas,
que llaman a sus padres i a sus hijos
i al Padre eterno i a los santos llaman”.
Pero es el hecho que el humor alcohólico
se sube como sube la champaña,
hasta que al fin el entusiasmo mismo
a fuerza de subir bota la tapa.
(Tomado de Sierra García; Ob. Cit.; pág.
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Todo, según su tiempo y lugar, y el gusto y el talante de la gente.
En los bailes públicos, en especial los de “Garrote” que hace tiempos se realizaron en
Santa Fe de Antioquia, no hubo tanta beligerancia, sexualidad y truculencia; sin que
con ello se pretenda afirmar la ausencia completa de atentados a la vida, la integridad
personal, la libertad sexual, etc.. Incluso hay que reconocer que eran frecuentes las
riñas entre hombres que se disputaban una mujer como pareja de baile; y que
cuando un hombre se adelantaba a sacar a una mujer a bailar y ella se negaba, pero
en el transcurso de la misma pieza musical satisfacía la pretensión similar de otro
hombre, a veces el primero se resentía y desfogaba el resentimiento propinándole
una bofetada a la fémina, lo cual generaba pendencias o el riesgo de ellas.
No obstante, los bailes públicos en general fueron morigerándose y organizándose.
Para celebrar el “baile de garrote” se escogía y contrataba el local, y se pagaba el
impuesto de duración predeterminada, a tantos o cuántos pesos la hora.
En desarrollo de la fiesta de “los diablitos”, estos bailes eran de seis de la tarde
o siete de la noche a cinco o seis de la mañana, y algunos se prendían desde el
mediodía. Conjuntos musicales aptos no le faltaban a la ciudad, como: la Banda
Santa Fe, la Banda Santa Cecilia, el Conjunto Tropical, Rivera y su Combo, los
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Alegres Llaneros, hoy, los Hermanos Benítez , el Conjunto de Pío, y tantos más que
han sido. Se callan los nombres de los músicos, porque Santa Fe de Antioquia ha
sido tierra de músicos, y la lista es larga.
En los minutos previos a la iniciación del baile, el conjunto, la orquesta, banda, o
como quiera llamársele ---regularmente con cantante a bordo---, hacía un recorrido
musical de una o varias cuadras, atrayendo gente, hasta llegar e ingresar al bailadero
señalado. Allí se situaba en un rincón. La entrada era libre; pero por cada pieza que
se bailara, en su transcurso el parejo debía pagar una mínima suma de dinero,
cifrada con antelación (por decir algo: veinte centavos por cada pieza). A menudo las
primeras piezas eran gratis, para que la gente se animara a bailar.
En los años cuarenta y aun en los cincuenta del siglo XX tuvieron gran acogida la
Polca, la Rumba y la Marcha. En relación con la polca todavía se conserva vivo el
recuerdo de Luis Quiroz (alias Minúa) y Nepomuceno Valenzuela, quienes la bailaban
con notoria jovialidad: a todo paso y a todo corazón. Sin embargo: altos los dos,
danzaban con una o ambas extremidades superiores levantadas oblicuamente y algo
dobladas a la altura del codo, lo cual motivaba que en sus desplazamientos y giros
dejaran varias cabezas sin sombrero, por lo que los llamaban: “Los Botasombreros”.
Una de las polcas más bailadas fue: “El Viejito del acordeón”.
Ya en pleno “Baile de garrote”, surgía la figura del “Bastonero”: un hombre con
mochila al hombro. Su misión consistía en ir de parejo en parejo cobrando cada
pieza. Muchos de los parejos le jugaban al escondite; por supuesto que con la
complicidad de la pareja de turno. O bailaban alrededor de la pista (sala o patio, por
lo común), paraban de bailar cuando lo tenían cerca, y proseguían el baile cuando
se distanciaba. Las piezas musicales eran más o menos largas, según lo que el
bastonero demorara por cobrarle al personal masculino de bailarines. Entonces él le
hacía a los músicos la seña convenida para finalizar.
Concluído el baile, el bastonero entregaba al director de la agrupación musical
el dinero recaudado; el mismo que se repartían de acuerdo con los porcentajes
preacordados, y previa la deducción del impuesto cancelado en la Tesorería Municipal
y el pago convenido por el arriendo del local.
Rara vez un baile se dañó (terminó) porque en él se cometiera un hecho de sangre.
En cambio: no faltaron ocasiones para que la maldad de los descontentos provocara
la desocupación total de la “pista”, mientras se disipaba la picapica en pelusa que
hábilmente colocaron en algún sector de ella.
Durante esos años la diversión bailable de “garrote” se realizaba en el centro y
casi todos los barrios de la ciudad. Las siguientes fueron las principales casas y
establecimientos públicos, de occidente a oriente, en donde tuvieron lugar:
“Río Bamba”. Cantina a cargo de Libardo Escobar, ubicada en las inmediaciones del
sector “la Glorieta”, barrio “Buga”.
Cantina de Heliodoro Lora, en el mismo sector.
Cantina de Domingo, alias “El Gurbio”, en el barrio Buga; después fue de Libardo
Lezcano, ya con el nombre de:”Bar La Amistad”. Calle 10, Nro. 16-84
Cantina “La Ola”, de Juan Pablo Martínez, alias “Canea”, en el barrio “Buga”. Calle
10, Nro. 17-03
Barrio Buga, Calle 10, Nros. 16-04 y 16-10. Antes hubo aquí una casa de techo de
paja, de Pedro Vicente Lezcano (Pellito), donde se efectuaban bailes de garrote.
Después, ya de material, fue el “Bar Acapulco”, que durante un tiempo administró
Mario Sepúlveda.
“Casa de Pellito”. A Pedro Vicente Lezcano (padre) lo llamaban: “Pellito”. De su casa
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en el barrio “Buga”, Calle 10, Nro. 15-14, destinaban sala, corredor y patio para bailes
públicos de “garrote”. Se resalta la siguiente particularidad: de extremo a extremo
amarraban un lazo entre patio y corredor para que durante las primeras horas los
niños pudieran bailar en el patio. Esta casa funcionó como tal con posterioridad a la
que del mismo propietario se viene de citar.
Cantina “El Cebollal”, en casa de Lucía Guardia, Eva Roldán y Lola Roldán, en la
“Calle Mocha” (Calle 9).
Casa de Joaquina Godoy (alias “La Sapa”), en la “Calle Mocha” (Calle 9), Nro. 10-48.
Cantina “La Cueva”, en la “Calle Mocha” (Calle 9), Nros. 10-17 y 10-19.
Casa de Jorge Robledo (Patio y corredores del primer piso), en un costado de la
plaza principal. Nro. 9-73.
“El Platanal”, patio y corredores del primer piso del edificio que fue el “Hotel Miramar”
y que actualmente es el “Hotel Caserón Plaza” de Humberto Alcaraz, en un costado
de la plaza principal. Nro. 9-41.
Casa de Ester Araque (Patio y corredores), cerca del parque de Monseñor Francisco
Cristóbal Toro. Carrera 10, Nro.10-39
Casa de Manuel Sarrazola, situada al frente de la llamada “Casa Negra”. Calle 9,
Nros. 7-51 y 7-57
“El Collarejo”, casa de Celso Salazar, barrio Santa Lucía. Calle 9, Nros. 5-68 y 5-90.
Casa de Jesús Jaramillo, alias “Corinta”, frente a “El Collarejo”, en el barrio Santa
Lucía. También bailaba en ella la “Candanga de Obregón”.
Casa de Nepomuceno Valenzuela, en el barrio Santa Lucía. Nros. 2-26 y 2-90. Allí,
un establecimiento de tienda cantina llamado: “El Viejo Romance”; y allí, una vez,
presente y actuante, el popular cantor de tangos y valses Pepe Aguirre, luego de
una intervención en el viejo local del Instituto Femenino Santa Fe, en donde hoy
funciona “La Casa del Sacerdote”.
“Café Bolívar”, de Luis Segundo Martínez, en el barrio “El Llano de Bolívar” (La casa
fue construída por Demetrio Arroyave). Lo tuvo también Reinaldo Alcaraz; pero con
el nombre de: “Penjamo”.
“Café La Cumbre”, en “El Llano de Bolívar”. Antes llamado: “Café Garlopa”, porque
lo administraba Gabriel Londoño, alias “Garlopa”; después fue de los hermanos
Juancho y Pedro Présiga, alias “Cucuriaco”; éstos le pusieron el nombre de: “Café
La Cumbre”.
Casa de “la Pista”. Algunos llamaban así la casa de Julio Ramírez, en el “Llano Alto”,
“Llano Arriba”, o “Llano de Bolívar”, Sector “La Pista” (A varias cuadras, de la cancha
de fútbol “Campo Elías Álvarez” y en dirección al “Puente de Occidente”).
El “baile de garrote” ya no se estila en la ciudad. Prácticamente se acabó en los
años sesenta del siglo veinte. No desapareció de repente sino en forma lenta, en la
medida en que fue recibiendo los golpes: La proliferación de casetas, con audición de
música grabada o de conjuntos menores, y baile gratis.----El cobro a la entrada. De
una vez, al ingresar al local los hombres pagaban su estada en él, bailaran o no. ---La tarima en la plaza principal, con presentación diaria de agrupaciones musicales,
principalmente de fuera, y, por supuesto, quien quisiera bailar, bailaba gratis. Este
sí fue el golpe de gracia, el peor. La empresa privada se metió de lleno en las fiestas,
pagando los artistas, igual que hace en las demás poblaciones. En consecuencia:
nuestras fiestas se equiparan a las de ellas, en lo atinente a los bailes. Por lo de las
ayudas económicas, no debe de olvidarse, aunque parezcan desinteresadas, que “el
que pone la plata, pone las condiciones”.
Continuando con la tarima musical y la plaza mayor, los asistentes se amontonan en
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el costado escogido para la presentación. Hay gente para 29, 30, 40, ó más bailes
de garrote, que en su época no excedían de 3, 4, ó 5, fuera de los de las casetas y
los de las reuniones familiares; eso sí: los “Bailes de garrote” eran en la plaza y otro
u otros sitios de la ciudad.
Mucha, muchísima concurrencia a la tarima. Sin embargo:
Parece que los concurrentes quieren ver y escuchar al cantante del momento, más
que bailar con su música. Para esto, demasiado han bailado, con música grabada,
en los establecimientos públicos y en las propias casas. De otra parte: no hay que
olvidar la presencia de gran cantidad de niños y no pocos cuarentones o de más
edad. Los primeros no están en su ambiente; y es factible que lo mismo suceda
con un gran porcentaje de los segundos: no bailan, por no desmerecer ante los
jóvenes. Otros, se encuentran físicamente desmejorados, ya no son los que antes
se tomaban las fiestas.
Hay notoria inconformidad por las fiestas de ahora; pero es en los viejos o que
están en camino de serlo. Seguramente porque recuerdan los bailes de antaño y
se resisten a aceptar el cambio. No deben ser tan desmemoriados como para no
recordar que a mediados del siglo XX, y antes, los “Bailes de garrote” no siempre
llenaban los salones; había días “malos”, es decir: de poca asistencia. Claro: los
viejos de entonces recordaban los bailes de su juventud, y se resistían a que fueran
relegados a un nivel secundario el tiple, la guitarra, la lira, los valses, las polcas, los
pasillos, los bambucos, etc...
Hay que abrirle espacio a la modernidad; pero sin acabar con lo tradicional. Qué tal
un día de fiestas a la antigua. Qué tal un baile de garrote (Con un principio o base de
pago para los músicos, y con buenos estímulos que garanticen la concurrencia; o con
un mínimo de concurrencia preacordada, verbigracia: empleados de la administración
municipal. Ello, porque de por medio está la tarima de la plaza, y: la música gratis
pesa mucho en contra del baile en cuestión).
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LAS FIESTAS A NIVEL DE PROVINCIA,
ESTADO O DEPARTAMENTO
En la Provincia, el Estado, o el Departamento -- según la época -- las fiestas
religiosas son prácticamente las mismas. Destacables, por supuesto, las de: Semana
Santa, Corpus Cristi, Navidad, Año Nuevo, y los Patronos de la respectiva población.
En la ciudad de Antioquia sus Patronos: San Fabián y San Sebastián, permanecen
olvidados en sus nichos. Incluso, la gran mayoría de los ribereños del Tonusco
ignoran que los santos precitados son los patronos de la ciudad.
Igual sucede con las fiestas populares o de plaza, exceptuando, eso sí: algunas no
muy viejas, y la “Fiesta de los Diablitos” de la ciudad de Antioquia, cuya antigüedad,
tradición y diversas manifestaciones le dan incuestionable connotación. Por algo
vienen de la edad Media.
En su artículo “Vida Cotidiana en Antioquia en el siglo XIX - XVIII”, publicado en
la serie coleccionable “La Historia de Antioquia”, Diario “El Colombiano”, Nro. 18,
28 de octubre de 1987. Patricia Londoño, escribió en el acápite titulado “Juegos y
Festejos”:
“A lo largo del siglo, los diferentes centros urbanos organizan carnavales y mascaradas
en vísperas de las fiestas patrias o del del (sic) santo patrono. Continuando una
costumbre que viene desde la colonia, en tales fechas son permitidos los juegos
de azar y la pólvora. Hay lidia de toros en improvisados corrales de madera en la
plaza principal, carreras de caballo y riñas de gallos, bandas de música y chirimías,
maromeros, ventas de licor y bailes en las calles y en las casas de los principales
ciudadanos. En las plazas de los pueblos se eleva una vara de premio; y en algunos
lugares como Santa Rosa de Osos, se coloca una batea llena de miel con monedas
de oro en el fondo para quien las saque con la boca. En Manizales la gente se pinta
la cara con carbón molido y manteca. En la colonia las fiestas religiosas eran más
frecuentes, pero en 1843 el Papa Gregorio XVI las redujo a doce al año, sin contar
los domingos.
“Cada población cuenta con su propia banda o murga para acompañar las ceremonias
cívicas o religiosas, las fiestas y los funerales. No siempre tienen muy aviado repertorio.
En 1885 la “banda del Chachafrutal” de Frontino se compone de dos clarinetes y un
bombo y sólo sabe interpretar una pieza. Para las ocasiones más pomposas se
invitan grupos de otras poblaciones, de ser posible de Rionegro donde están los más
solicitados. En las dos últimas décadas del siglo el fonógrafo, inventado por el físico
norteamericano Thomas Edison, empieza a competir con los músicos locales. Este
es una especie de caja de música que deja a todos asombrados, pues reproduce por
primera vez la voz humana por medio de un rodillo, el cual se debe “moler” es decir,
darle cuerda, y de una elegante corneta para amplificar el sonido.
“Detrás de la banda, en los desfiles, van los bundes y sainetes que ridiculizan
alguna costumbre o asunto local. En las plazas de los pueblos se reunen cantores
y aficionados, quienes al son de tiples y vihuelas entonan coplas sobre el amor, el
trabajo, el clero, el tabaco y el aguardiente, algunas de ellas en un tono bastante
picante.
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“A principios del siglo en las fiestas privadas en las casas de la clase alta, se bailaban
vals, contradanza y también vueltas, guabinas, la pisa y otros bailes nacionales.
Después de 1846, cuando se regulariza el servicio de vapores por el Río Magdalena,
las compañías dramáticas visitantes introducen la polca, la mazurca, los torbellinos,
la cuadrilla y los lanceros.
“Hacia 1860, en los bailes populares conocidos como fandangos, bailes de garrote o
fiestas de candil, hace furor el bambuco, un baile de parejas agarradas.
CARRERAS DE CABALLOS
Valga informar que en la avenida del “Llano de Bolívar” (La que va de la cancha
de fútbol a los tanques de agua del abasto público); y principalmente de la dicha
cancha en adelante, varias cuadras por la carretera hacia el “Puente de Occidente”,
era raro el fin de semana que no había carrera de caballos (La costumbre duró,
quién sabe desde cuándo, hasta la primera década de la segunda mitad del siglo
XX). Por esto al sector de la cancha y las tres o cuatro cuadras siguientes sobre
la carretera al “Puente de Occidente” se le denomina: “La Pista”. En lo que atañe
a carreras de caballos en el centro de la ciudad, como parte de las fiestas de
diciembre, prácticamente concluyeron con la primera mitad del citado siglo XX.
Pero es verdad que se celebraban. Del archivo Municipal copio parte del Oficio Nro.
26, que el 5 de noviembre de 1910 le envió al Sr. Presidente del Concejo Municipal
el Personero Municipal José M. Londoño:
“Es urgentísimo hacer componer los empedrados de las calles y votar (sic) la piedra
sobrante, pues llegan las fiestas y es peligroso para las carreras de caballos la
piedras sueltas.- Y si ocurren peleas, encuentran esa terrible arma muy a la mano”
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BAILE CON MÚSICA GRABADA
Antes de informar tangencialmente lo relativo al baile con música grabada, se recuerda
a los integrantes de la primera agrupación musical importante que a comienzos del
siglo XX se constituyó en la ciudad de Medellín, a iniciativa del bandolista Fernando
Córdoba. Al llamado de éste, acudieron a integrar “La Lira Antioqueña”:
“Chachito” Garcés, Eusebio Ochoa (guitarrista), Enrique Gutiérrez, Leonel Calle
(guitarrista), Nicolás Soto (requinto), Lorenzo Álvarez (guitarrista), Daniel Restrepo
(contrabajista), Nicolás Torres (bandolista), Germán Benítez (cantante) y Pedro León
Franco –“Pelón Santamaría”—(cantante).
Esta “Lira Antioqueña” se disolvió en 1910.
Hasta los años 60 y 70 del siglo XX, cuando empezaron a instaurarse las cafeterías
y estaderos con pista de baile ---La Cafetería (Fonda) Santa Fe, a la cabeza---, en
Santa Fe de Antioquia la música grabada se bailaba en las reuniones familiares o de
amigos, en las tiendas y tiendas cantinas, en las veladas de los establecimientos de
educación, en algunas fiestas populares, en los festivales bailables, y en la pianola
de Antonio Jiménez, instaurada en el barrio Buga, en la casa que después fue de
Manuel Oquendo (alias Moley), Calle 10, Nro. 17-39, a donde frecuentemente se
pegaban sus “escapaditas” jóvenes y adultos de la más alta esfera social.
Sea oportuno precisar que varias cantinas tenían locales anexos destinados para
la prostitución; y que en las tiendas bailaban esporádicamente los bebedores de
licor y las mujeres resueltas y mal entretenidas. No era bien visto que una mujer
digna danzara en dichos establecimientos. Peor aun: que ingiriera licor. Entonces,
eran pocas las oportunidades de jolgorio para ellas; en consecuencia: recibían
jubilosas la llegada de diciembre. En este mes se ha celebrado siempre la fiesta de
“Los Diablitos”, en cuyo transcurso el puritanismo ha bajado la guardia, en términos
generales. Debido al dicho puritanismo, cuando las mujeres de buena reputación
querían tomar una o varias copas de licor, no siendo en las fiestas decembrinas, por
la negra honrilla lo hacían en privado, o recurrían a la argucia del ron mezclado con
cocacola. En vista de que las jóvenes eran las que más acudían a este ardid, a
ellas, por abstemias que fueran algunas, se les llamaba “Cocacolas”. Y a los jóvenes
se les llamaba “Cocacolos”.
Las citadas décadas constituyeron el ciclo en que por fuera de Santa Fe de Antioquia
se integraron con éxito muchas agrupaciones musicales. Estas y algunas que les
precedieron, como las dirigidas por Lucho Bermúdez, Edmundo Arias, Pacho Galán
y Guillermo Buitrago y sus muchachos, pusieron a bailar a la juventud de entonces,
a los senescentes y a no pocos de la edad senil. Fue la época dorada de la música,
pues se contó además con la complacencia romántica de boleros y baladas, aparte
de múltiples composiciones interpretadas con instrumentos de cuerda que hicieron
saltar, avanzar y voltear, pisando fuerte, en el baile campesino.
Pacho Galán impone en su ritmo de “Merecumbé” a: “Cosita Linda”.
Lucho Bermúdez le apuesta triunfalmente a sus porros: “Carmen de Bolívar”,
“Boquita Salá”, “Salsipuedes”, “Gloria María”, “El Mecánico”, “Porro Operático” y
otras melodías.
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Noel Petro se escucha en todas partes con: “La Cinta Verde” y “Juan Onofre”.
Edmundo Arias vibra feliz en los acordes de la gaita “Ligia”, y la gente canta y baila:
“Algo se me va”.
De Guillermo Buitrago, ni se hable: hasta los más chicos bailaron con sus canciones,
sin que hubiesen menester pegar “Un grito vagabundo”, ni esperar en el calendario
“La Víspera de Año Nuevo”.
De “Los Teen Agers” se dice que fue el primer conjunto juvenil de Colombia, y ¡qué
conjunto!.
“Los Black Star” pusieron “la Piragua” a recorrer el mundo, estructurada por la fulgente
inspiración de José Barros, y llevada de la voz de Gabriel Romero (Gabriel Alonso
Suárez).
“Los Claves”, de Oscar Giraldo, lanzaron con buen viento y buena mar a los cuatro
puntos cardinales a: “Roberto Ruiz”, “Los Novios”, “María Isabel” y “Playa, brisa y
mar”.
“Los Golden Boys”, de Guillermo y Pedro Jairo Garcés, fueron de “la Chichera”
hasta “El Twist del Guayabo” y anduvieron también al ritmo del Rok’n Roll.
“Los Falcons”, del saxofonista Miguel Velásquez, recuerdan a: “Cumbia del Sal” y
“Despeinada”. Esta, en ritmo de charanga.
Del “Combo de las Estrellas” basta mencionar a Jairo Paternina y Gildardo Montoya
para que, recordando “La Juventud”, a uno lo fascine la “Plegaria Ballenata”, “Te lo
juro Yo”, y “No me falles, Corazón”.
Cómo y cuánto se ha bailado y se bailará al son de: “Los Hispanos”, con Rodolfo
Aicardi; “Los Graduados”, con Gustavo Quintero (El Loco); y “Los Corraleros de
Majagual”, con tamañas cartas de presentación: Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa,
Eliseo Herrera, Lisandro Mesa, Chico Cervantes, etc..
En los años setenta del siglo XX Julio Ernesto Estrada (Fruco) encontró con “Fruco y
sus Tesos” su consagración a ritmo de salsa. Entre otras: “El Preso”, “El Caminante”
y “A la memoria del muerto”.
Se suman a esta galería:
Los hermanos Bedoya, de Frontino; Aníbal Ángel y su Combo; el Sexteto Miramar;
Juan Piña; Pedro Laza y sus Pelayeros, Lisandro Mesa, Alfredo Gutiérrez, La Sonora
Matancera, Los Melódicos, Los Blancos, Pastor López, y La Billo’s Caracas Boys.
Perdónenme los demás, que son muchos; pero el que no los mencione no significa
que hayan pasado sin pena ni gloria por el gusto musical bailable de la ciudad de
Antioquia o Santa Fe de Antioquia.
De la predicha ciudad grabaron, y sus discos fueron de buen recibo: Horacio Antonio
Cruz Pérez, alias “Tite”, con su agrupación musical: “Los Ramblers”, antes llamada:
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“Los Tite’s Boys”. La “Banda Santa Fe”, bajo la dirección de Reinaldo Varela, dos larga
duración, el primero fue lanzado el 7 de diciembre de 1984, contentivo de los temas
siguientes: Pena y dolor, Disimula, Así te quiero yo, La voy a olvidar, Nadie muere
de amor, A mano dura, Mentira, Ron pa to’el mundo, El higuerón, El machín, Esposa
mía y Cero treinta y nueve. Músicos: Reinaldo Varela Présiga, Director (Trombón),
Fáber Edilberto Machado, Arreglista (Trompeta), Julio César Cossio C. (Trompeta),
Luis Segundo Guisao (Clarinete), Ramón Emilio Zapata C. (Saxo alto), Juan de
Dios Présiga (Barítono), Ignacio Villa Q. (Barítono), Luis Alfonso Ibarra (Bombarda),
Gerardo Villa (Bajo), Jaime A. Herrón (Redoblante), Guillermo L. García (Platillos)
y Apolinar de J .Garro (Bombo). Y el grupo musical “Los Hermanos Benítez”.
Comenzó con los años setenta del siglo XX. Dirigido por Jaime Darío Benítez García
y asesorado por sus hermanos Fernando y Jorge, con otros constituyeron el grupo
de “Los Llaneros Alegres”, teniendo el acordeón como instrumento principal. En los
años ochenta empezó a llamarse “Los Hermanos Benítez”. La agrupación continúa
vigente, e incluso ha grabado, incluyendo temas de su autoría. Por supuesto que
en tantos años de actividad musical los citados hermanos han tenido que renovar
personal. Ellos también han subido a la tarima de la Fiesta de los Diablitos.
No está demás recordar que en el corregimiento de Cativo hubo una banda musical
de renombre, dirigida por Don Aicardo David e integrada por miembros de su familia.
Dicha banda puso muchas veces a bailar a los Cativeños. Ya anciano, Don Aicardo
fue muerto a machetazos en su casa en Cativo el 14 de julio de 1985.
CARNESTOLENDAS
Así en plural, el Diccionario de la Real Academia Española, Vigésima Segunda
Edición, 2001, le asigna el único significado de: “carnaval”; en tanto que este vocablo
se le aplica a los tres días que anteceden al comienzo de la cuaresma, y además
tiene, entre otros significados el de: “Fiesta popular que se celebra en tales días, y
consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos”.
Durante esos tres días, que son los anteriores al “Miércoles de Ceniza” (Al martes
lo llamaban: “Martes de comadres”), la ciudad de Antioquia estaba de fiesta; a
no dudar, fiesta rumbera, de plaza, porque allí el baile se lleva en la sangre. Pero,
además, la gente acostumbraba otras diversiones y se hallaba predispuesta para
soportar bromas fuertes:
EL TOPE.-- Jinetes sobre sus cabalgaduras, de pronto a uno le daba por gritarle a
otro: ¡Tope!, y, si el otro respondía: ¡Tope!, de inmediato taloneaban sus bestias en
desenfrenada carrera que concluía en un encontronazo terrible, y a veces trágico.
También se acostumbraba en la fiesta de los “Diablitos”.
Don Arturo Velásquez Ortiz lo cuenta de esta manera: “Luego subía el jinete
del barrio Santa Lucía, y al presentir que bajaba uno del barrio Buga: ¡Tope! En
vertiginosa carrera se sucedía el terrible encontrón de los jinetes que rodaban por
tierra. Hubo el caso de morir los dos.
“Las crónicas de la ciudad, guardan los nombres de los personajes coloniales que
se hicieron el “honor del tope”. Alonso de Hoyos, Pedro de Barrios, Antonio de Tovar,
y Bartolomé Sánchez Torreblanca. El no aceptar el “tope” motivaba un disgusto que
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tenía que resolverse con las armas, o a los golpes” (“Album de Oro”, con motivo del
sesquicentenario de la Independencia de Antioquia, Los Diablitos. Arturo Velásquez
Ortiz. Pag. 163).
LAS MOJADERAS.-- Los transeúntes se arrojaban agua a montón, les caía hasta
desde los segundos pisos y les llegaba desde las puertas y ventanas de los primeros.
En cualquiera parte recibían y arrojaban agua. Cada quien llevaba su recipiente listo
(Tarros, ollas, totumas, etc.).
Era una costumbre vieja, que muy probablemente se remontaba al siglo XVII.
De nada sirvió que en 1825 don Eugenio Martínez, Juez Político del Cantón, la
prohibiera mediante decreto, según cita Bernardo Martínez Villa en un artículo
publicado en “El Colombiano”:
“Siendo perjudicial á la moral pública, como igualmente á la salud el pernicioso abuso
introducido en esta ciudad de tirar agua en los tres días de Carnaval, por lo que vengo
á prohibir semejante divercion como agena de todo Pueblo Civilisado, previniendo á
los contraventores que serán castigados con un arresto de veinte y quatro horas. Y
para que llegue á noticia de todos publíquese por bando.
Dado en la ciudad de Antioquia á doce de febrero de mil ochocientos veinticinco.
Eugenio Martínez
Evaristo Toro
Esvno ppco. De cav”.
De buenas a primeras, con la sola emisión de un decreto que fijaba pena de arresto
para los contraventores, no se iba a desarraigar una costumbre generalizada.
Peor aun: el cumplimiento del decreto hubiera implicado encarcelar a casi toda la
población.
También fue objeto de prohibición en 1833:
“Rafael de Uruburu Jefe Politico del Canton de Antioquia
Deviendo evitar los desordenes que son consiguientes en la costumbre introducida
en tirar agua en los dias de Carnaval, he venido en decretar lo siguiente –
Se prohive a toda persona el juego de mojar por las calles de que resultan las
pendencias, y enfermedades si se ejecutan en una persona enferma, o acometida
de catarro, y se permite solo el que en las casas puedan usar de esta divercion las
personas que habitan en ellas entre si, o con personas conocidas y de su satisfacción
que quieran admitir el juego voluntariamente, sin que se cause el menor desorden, y
que esto sea con cascarones de agua limpia, o de olores, y de ningun modo con agua
de la acequia ni de otra clase, y se encarga mucho la prudencia de que deben usar
para no tirar agua a quien pueda estar enfermo, o sudando. Todo el que se encuentre
en la calle mojando será arrestado a la carcel por tres días, o sufrirá una multa de
tres pesos. Los señores Alcaldes Municipales, Parroquiales y Comisarios quedan
encargados del cumplimiento de este decreto. Dado en Antioquia a 15 de Febrero de
1833.
Rafael Uruburu (Fdo)
Evaristo Toro
Srio (Fdo)”
(Archivo de la Ciudad de Antioquia)
Seguramente no faltó el desaprensivo que lanzara agua sucia u orines; como también
hubo personas que, en ocasiones y según la víctima escogida, usaron perfumes. El
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ejemplo más sonado es el de la ilustre dama doña Severa Martínez, quien al paso
del obispo Monseñor Juan de la Cruz Gómez Plata le arrojó un perfume francés, y
logró mojarlo de los hombros hacia abajo.
En una crónica de 1857, publicada en “La Miscelánea de Antioquia”, don Eladio
Gónima cuenta:
“ Llegué a Antioquia i como estábamos en vísperas de cuaresma, o lo que es lo mismo
en carnaval, se hallaba la ciudad animadísima i todas las personas que vi, que fueron
muchas, me parecieron locas pues todas llevaban vasijas más o menos capaces, i
como yo no estaba en autos tenía por qué extrañar… Tres días antes del miércoles
de ceniza se da principio al carnaval o carnestolendas como allí se llaman: todos los
hombres i mujeres dejan en esos tres días el seso en el escaparate i se apuestan á
cual será más loco. La principal diversión, i que me causó suma sorpresa, consiste en
tirarse agua los hombres á las mujeres i viceversa; aguzando el injenio e ideando la
manera de empapar á un prójimo sin que haya revancha. El pobre forastero que no
está al cabo de la costumbre, pasa sus malos ratos en estos días…”
El 11 de julio de 1922 en el Nro. 31 del periódico “La Cátedra”, dirigido por Pedro A.
Martínez en Santa Fe de Antioquia, se publicó el final de un artículo de Francisco
de P. Martínez, titulado: “La Verdad en su puesto”, en el que se comenta de las
“Mojaderas”:
“… verdadera costumbre pagana, duraba tres días, y consistía en arrojar agua sin
consideración no sólo a las personas que transitaban en la ciudad, sino hasta el
interior de las casas, sin respetar señora ni ancianos --- no es posible hacer una
descripción exacta de esa barbaridad, y basta decir que en esos tres días estaba la
ciudad en completa anarquía porque las autoridades eran unas veces impotentes
para contener el desorden y otras veces con disimulo cooperaban”
El articulista culmina diciendo que llegó el Obispo Monseñor Joaquín Guillermo
González, se percató de esta y otra costumbre, y: “… en 1875, con sendas pláticas
pronunciadas en los días anteriores a dichas costumbres, no sólo suspendió sino
que abolió, desterró, destruyó para siempre esas funestas costumbres…”
En el “Boletín Oficial”, Diario de la mañana, 18 de agosto de 1875; Órgano del
Gobierno, Estado Soberano de Antioquia, se lee en el informe de la Secretaría de
Gobierno, al referirse a la ciudad de Antioquia en el mes de marzo:
“ Por haber infringido un decreto de la Jefatura municipal en que se prohibe las
mojaderas en los días de carnaval, fueron condenados a la multa de $ 4 cada uno
de los individuos siguientes: Antonio Herrón, Francisco Lopera, Mariano Sarrazola,
Cerbeleón Mena, Juan de Dios, Teresa y Lucinda Vargas, María de la O. Flórez y
Angel Ma. Fernández”.
La costumbre se acabó, por lo menos en esa forma desordenada: con la participación
de la mayoría de los habitantes y con el uso de recipientes o utensilios diversos. Se
acabaron también las Carnestolendas. Pero no se proscriben ni se olvidan fácilmente
las travesuras populares: en las fiestas de diciembre, especialmente, “Las Mojaderas”
reaparecieron en las corralejas o “Toros”. Quizás venían de antes, sólo que hacia la
segunda mitad del siglo XX las personas se las ingeniaban para no ser descubiertas
cuando a otras les lanzaban bolsas plásticas llenas de agua, que reventaban al
llegar a su objetivo. Y desde los años ochenta de dicho siglo la travesura se extendió
al desfile inaugural de las fiestas (22 de diciembre), en la forma de maizena, harina
de trigo, bienestarina y… hasta huevos, armando una barahúnda tremenda.
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LA TIZNADERA.- No he podido averiguar ciertamente qué día se practicaba esta
costumbre que, no obstante ser generalizada, a buen seguro provocó disgustos y
enfrentamientos. Probablemente fue en las “Carnestolendas”, por su semejanza con
“las Mojaderas” y porque, pese a lo mucho que se habla de las fiestas decembrinas,
no se le menciona entre sus costumbres. Consistía en que con carbón molido y
mojado en agua le ensuciaban la cara u otra parte del cuerpo a quien quiera que
fuere.
LAS FIESTAS
(Antes de la Independencia. Por JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ
PARDO)
“Antes del año de 1812 que es cuando se puede decir que empezó a sentirse los
efectos de la revolución de la Independencia, la vida de los moradores de esta
ciudad, en donde residían el Gobernador de la Provincia, quien siempre era español
de nacimiento, los oficiales reales, quienes manejaban las rentas de la Corona; la
vida, decimos, se pasaba tranquilamente. Pocos negocios y por lo mismo escasas
ocupaciones; sin embargo había riqueza acumulada, no invirtiendo los capitales sino
en el limitado comercio de efectos extranjeros, ropas que se llamaban de Castilla,
aun cuando salían de las fábricas inglesas. Los comerciantes cuando más iban a
Cartagena a hacer las compras o las ejecutaban por medio de consignatarios. En
los primeros años de este siglo empezaron los comerciantes a ir hasta Jamaica:
esto era una maravilla; cuando se hablaba del que a tanto se había aventurado, se
decía ---“Dn Fulano ha pasado el mar; ha ido a Jamaica”; y si con Dn Fulano llegó a
ir algún negro, todos concurrían a oír las maravillas que éste contaba de lo que había
visto en la isla. Nosotros, niños aun, oímos los interminables cuentos de uno que hizo
el viaje a la antilla inglesa.
Pues bien; los felices moradores de esta ciudad, que se afanaban poco por aumentar
sus capitales, pues ni empresas agrícolas, ni de minas ni de ninguna otra clase fuera
del limitado comercio les venía a la mente, siempre con dinero desocupado en caja,
con el que servían dándolo prestado sin interés y sin más documento que la
palabra del amigo o del conocido que lo había necesitado, natural era que buscaran
holganza en las fiestas. Sí; las fiestas de la ciudad de Antioquia tenían nombre no sólo
en la Provincia sino también fuera de ella: de la ciudad de Honda venían caballeros
a fiestas; traían como una especialidad dulce de icacos, que en ese tiempo era un
regalo esquisito.
Las fiestas principales eran todo el mes de Diciembre; se dividían en fiestas de iglesia
y de plaza; los Alféreces nombrados cada año debían costear unas y otras. Los
Alféreces de la Concepción los nombraba el Cabildo o Ayuntamiento como entonces
se llamaba. La elección se hacía el 7 de Diciembre para las del año siguiente al de la
elección, y el 15 del mismo mes en que terminaba el Octavario de la Virgen, tomaban
posesión del encargo; la posesión tenía lugar en la sala municipal, y después del
acto había refresco en casa de los nombrados. La elección de los alféreces de la
Concepción debía recaer en blancos; ningún mulato y menos negro podía recibir este
honor; los mulatos hacían la fiesta del Rosario, la cual seguía a la de la Concepción.
En el año de 1829 fue cuando hubo el primer alférez negro, y más que negro, un
bruto, pues como esclavo que fue no recibió ninguna instrucción.
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Era obligatorio ser Alférez de la Patrona o Santo Patrono del lugar, y debía costear
la fiesta de iglesia de novena, salves siendo la de la Virgen, con misa solemne el
día, vísperas y procesión ---Vino después una ley de la República disponiendo que
el alférez sólo tenía la obligación de costear las funciones de Vísperas, misa del día
y procesión. Por algo se empieza siempre para llegar al fin que se intenta y desde
luego cesó la obligación, y desde entonces las funciones se hacen con limosnas o
mandas voluntarias.
El día en que se hacía el nombramiento de los Alféreces para el año próximo tenía
lugar lo que llamaban las mandas que era lo que cada uno ofrecía a los nombrados
para ayudar a las fiestas. Todo era relativo a lo necesario para los refrescos, comidas y
otros obsequios, con que los Alféreces debían festejar en los días de las diversiones. El
artículo de más consumo era el de biscochuelos, con el correspondiente aguardiente
de anís, para el pueblo, y de España, uva para los principales. Como el consumo
de biscochuelos era excesivo y la harina que se empleaba en ellos era de maíz,
cada mujer hacía su ofrecimiento de uno, dos y hasta cuatro almudes de harina; el
artículo se preparaba con la debida anticipación y se guardaba en cajas de madera,
que al verlas hoy se hace increíble que una sola pudiera llenarse con biscochuelos.
Ahora, piénsese como se hallarían ellos al fin de la jornada, preparados con tanta
anticipación: es verdad que en el lugar no había ratas (esto es nuevo) que pudieran
disminuir el acopio que se hacía, pero sí cucarachas que si no hacen tantos estragos,
dejan por donde pasan, un olor y un gusto infernales.
Las mandas de mayor cuantía servían para traer el rancho de Cartagena; vinos
españoles, pasas, aceitunas, almendras, en abundancia todo. Para esto uno de los
alféreces debía ir o comisionar a alguno, para comprar en aquella plaza y conducir a
esta ciudad los artículos mencionados. No era raro que los alféreces hicieran buen
negocio en este viaje.
El anuncio de las fiestas se hacía con el albazo del día de San Andrés, 30 de
Noviembre; entonces no se acostumbraban los programas. El tambor y la chirimía,
los cohetes causaban alegría a todos. Por lo común, los chirimilleros que se traían
del Pueblo de la Estrella o de Copacabana, y aun de Medellín, entraban a escondidas
a la ciudad ya por la noche para causar mayor sorpresa al día siguiente tocando el
albazo. Cuestión grave era la averiguación de si había venido la chirimía; cuando se
demoraba, cada cual daba su opinión como en asunto de importante trascendencia
--- ¡A tiempos aquellos!.
Desde el 1° de Diciembre se cerraban los oficios; esto es, todos los empleados
públicos suspendían sus trabajos hasta el 1° de Enero siguiente, en el que se hacía la
elección de los dos Alcaldes Ordinarios, de los Regidores y demás empleados para
el año que principiaba. La elección de Alcaldes no siempre se hacía pacíficamente;
no faltaban disputas hasta pueriles entre los Vocales del Ilustre Ayuntamiento, o bien
con el Gobernador de la Provincia por cuanto éste se resistía a confirmar a los electos,
y cuando por falta de esta confirmación o aprobación no entraban a ejercer el empleo
los nombrados, recaía el encargo en uno de los Regidores, y se decía que la Vara
estaba en depósito --- Venía este dicho por cuanto los Alcaldes Ordinarios asistían
a las audiencias y reuniones oficiales llevando en la mano una vara larga y delgada.
El Gobernador, Ayuntamiento, Oficiales de Real Hacienda así como también los
vecinos principales, asistían a las misas solemnes del octavario de la Virgen. A las
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Vísperas que se cantaban el día 7 por la tarde, la asistencia era infalible como que
concluida la función religiosa iban todos en acompañamiento de los Alféreces a
casa de uno de éstos en donde se preparaba y estaba dispuesto un refresco. Poca
ceremonia se gastaba allí por los convidados, pues entendían como hombres buenos,
que no era para ver los primores que se les ofrecían en merengues, rosquetes,
biscochuelos, de los consabidos; panales de azúcar rosada y lo demás comprendido
bajo la denominación de colaciones. Allí figuraban en primera línea todo lo que se
había traído de Cartagena, que era la parte a donde más se inclinaba el impulso
gastronómico; abundancia de vinos, mistela de naranjas, horchatas, aguas de
diferentes clases, como de moras, limones, guanábanas, cocos se veían en la mesa;
frutas no se acostumbraban, porque era creencia general que comerlas después
de medio día, causaba dolor de barriga. Y como íbamos diciendo, los convidados
entendían que lo que se les ofrecía no era para que entrara por los ojos, y arremetían
con empeño a manjares y bebidas; la hora, 5 de la tarde, no era incompetente,
pues habiendo comido a la 1 (costumbre de esos días) y dormido la aperezadora
siesta, el estómago se hallaba desocupado y dispuesto a recibir los líquidos con
su correspondiente lastre de lo sólido que se le presentaba. Pero los señores del
refresco no se limitaban a saciar el apetito en el acto; los más iban prevenidos
con dos pañuelos aplanchados y en ellos se echaba cuanto podían contener para
conducir a sus casas: no tenían empacho en recorrer las calles llevando en cada
mano un pañuelo repleto con lo que habían atrapado en el refresco. Sin duda que
esto de llevar dulces de los refrescos a las casas cada convidado, no era mal visto
en la Colonia, pues en Bogotá en el primer cuarto de este siglo, y aun más adelante,
en 1837, vimos que se hacía lo mismo, no sólo por los hombres, sino también por
las Señoras, con la sola diferencia de no usar el pañuelo para esto, sino grandes
cucuruchos (cartuchos) de papel que se colocaban en la mesa. Seguía el Octavario
con misas solemnes y salves, con la asistencia que hemos dicho.
Las fiestas de calle empezaban con los fuegos artificiales, castillo en la noche víspera
de la Virgen. El día 9 daban los primeros toros: en esos ocho días eran los banquetes
en casa de uno de los alféreces; las comidas eran sencillas, sin aparato ninguno;
todos los platos iban a la mesa preparados en la cocina, uno o dos cambios de
platos; y poco uso se hacía del tenedor y del cuchillo. El vino no se escaseaba; a
cada convidado se le ponía al lado un jarro de plata, para tomar el vino y el agua;
era por lo tanto indispensable hacer recogida de jarros, solicitándolos en las casas
de amigos: nadie pedía alquiler. La comida era temprano, duraba poco y daba tiempo
para dormir la siesta, y después a los toros.
Esta función duraba muchos días continuos, con excepción de los días de fiesta y el
13 del mes que se celebra la fiesta de Santa Lucía; éste se tuvo como nefasto y se
suprimieron en él los toros por cuanto en uno de los años anteriores hubo muchas
desgracias: varios toreadores muertos y muchas personas estropeadas gravemente.
Mientras los de la comida dormían la siesta, los criados preparaban los caballos en
que los amos debían salir a la plaza; se limpiaba muy bien el animal, se le peinaban
las crines, la cola se le recogía envolviéndola con una cinta de color según fuera el
del caballo. Las sillas de montar, lo que hacía de gualdrapa, llamado mantelete, las
pistoleras, sin pistolas, todo era de terciopelo, colorado o verde, con galones de oro o
plata y ricos bordados; estribos y espolines también de plata; los frenos con chapetas
del mismo metal, y adornados con cadenas y otros adornos que cubrían la cara
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del animal. Los jinetes, que no necesitaban serlo mucho por la buena índole de las
cabalgaduras, vestían calzones cortos con charreteras de oro; zapatos con hebillas,
chaleco que entonces se llamaba Chapín, bordado; casaca corte diplomático de
tafetán colorado, verde o azul y sombrero al dos, o como decían de dos picos.
Antes de soltar el toro en la plaza, salían los de a caballo, daban una vuelta y se
retiraban. Concluída la función de los toros volvían a presentarse ya en fila y el que
hacía de principal iba adelante y dirigía los movimientos que se llamaban Caracol.
La primera vuelta tenía el nombre de Carrera de la Virgen, y al pasar por frente
de la puerta de la iglesia hacían la venia quitándose el sombrero; seguía a esta la
Carrera del Gobernador, después la de los Alcaldes Ordinarios, de los Alféreces y de
alguna otra persona notable, haciendo a cada uno igual venia cuando pasaban por
el punto que ocupaban, que por lo común era en un balcón. Lo raro es que en estos
acatamientos ceremoniosos y de etiqueta no ocurrieran disgustos por descuido, o
que por otra causa se diera preferencia de la carrera a alguno cuando otro se creía
con derecho a ello. Esto que no se vio en esta ciudad, ocurrió en la de Rionegro. El
caballero que dirigía el caracol después de la función de toros, estaba de malas con
el Alcalde de primer voto, a quien correspondía la carrera siguiente a la de la Virgen
en ausencia del Gobernador; sucedió, pues, que no se le hizo a dicho Alcalde la
venia o demostración de acatamiento, sino a otra persona; el ofendido entabló pleito
contra el ofensor, el que dirigía el caracol; el expediente fue en apelación en 2ª.
Instancia a la Real Audiencia, de Santa Fe, que así llamaba lo que es hoy Bogotá.
Las dos personas interesadas en este grave negocio fueron a la capital del Virreynato
sabedores como eran, de que en todo pleito la presencia de las partes vale un algo
más que la Justicia. Así parece que sucedió, pues, que el Oidor a quien tocó conocer
de tan grave y valioso asunto, vió el hermoso macho que montaba el demandado,
lo elogió en su presencia, y aunque el hombre no se tenía por lerdo, no entendió la
indirecta; el Alcalde ofendido que supo esto, compró el tal macho, lo mandó de regalo
al Señor Oidor, generosidad que pesó mucho en el plato de la balanza de la Justicia:
La Real Audiencia falló a favor del Alcalde. No supimos cuales fueron los términos
de la sentencia, mas juzgando por la naturaleza del negocio, materia del litis, y de la
rectitud del supremo Tribunal, esos términos no podían ser otros sino, que se había
faltado a una etiqueta para con el empleado, con prevención de no omitirla en lo
sucesivo. Una sentencia así, merecía a la verdad, un macho.
Volvamos a nuestro asunto. Acabada la función de toros los caballeros pasaban a
casa de uno de los alféreces a tomar chocolate y dulce; en seguida iban a la Salve,
concluída esta, a la comedia. El teatro era un tablado que se formaba en la plaza
principal; todas las diversiones eran públicas, y nada se hacía por especulación. Un
toldo de lienzo blanco cerraba la boca o entrada del teatro; el proscenio era una
especie de sala con dos puertas al frente, con cortinas blancas, para entrar y salir los
actores; no se usaba ninguna decoración. Verdad es que esto no haría gran falta por
no demandar aparatos variables las piezas que se representaban, entre las cuales
eran muy celebradas: Los Actos Sacramentales de Calderón de la Barca; Jesús y
los Ladrones; los celos de San José, y otras así se permitían sin que la Inquisición
dijera siquiera, esta boca es mía. Ya entrado el siglo XIX, en el año de 1818 se
representaba como una gran novedad la comedia titulada Las Bodas de Camacho,
representación de un episodio del Quijote, y todavía más, en 1827, las Viudas de
Malhabar o el Imperio de las costumbres. Esta fué la última representación que se
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hizo en la plaza; en adelante ya no era posible ofrecer esta especie de espectáculos
al aire libre; la moral y la urbanidad que ya se enseñaban en este tiempo en las
escuelas públicas venían produciendo efectos contrarios; la mala crianza, el lenguaje
soez y grosero de las gentes y especialmente de los muchachos, la falta de respeto
a las autoridades, la inmoralidad en todo, la perversión del Sentimiento religioso,
harían una zambra infernal en una función que se ofreciera en los términos que
hemos dicho se hacía en la época que, podemos decir, se cerró en el año de 1827.
De los actores o comediantes como se les decía, nada hay que decir; a los aparatos
y a las obras correspondían los operarios; hombres con barbas hacían el papel de
mujeres; del anacronismo en los vestidos, no hay que hablar: basta saber que los
turcos llevaban sombrero, y así lo demás. Pero los habitantes lograban su objeto, que
era divertirse y se divertían sin que les viniera escrúpulo por falta de propiedad y de
conveniencias.
Por último, durante los entreactos se ofrecía a los espectadores dulces, licores y
lo demás que se comprende bajo el nombre de refrescos; los criados recorrían las
filas de los asientos llevando en fuentes toda clase de golosinas que presentaban
a caballeros y señoras; la cantina estaba gratis en casa de uno de los alféreces, y
allí ocurría todo el que quería a cualquiera hora del día o de la noche y encontraba
a su disposición biscochuelos, que para eso se llenaban las grandes cajas, y el
indispensable compañero el aguardiente.
De todo esto se gozaba durante los quince días de la fiesta de la Inmaculada
Concepción. La puerta de la calle de la casa del Alférez donde se permitía lo que
acabamos de referir, no se cerraba en esos días; las bromas que no dejarían de serlo,
gozaban de franquicia de las calles que se concedía durante el mes de Diciembre;
los que en ellas andaban no hacían más gasto que el del sueño que escaseaban,
pues, cantaban y tocaban los instrumentos usados, y tenían derecho para entrar a
casa del Alférez a recuperar algo sus fuerzas.(¡Fuérase a hacer esto en este tiempo
de adelanto y progreso!) (1870).
Las funciones de iglesia de la Virgen del Rosario, que hacían los mulatos, y las de
N. Señora de Chiquinquirá, así como la novena del Niño seguían a la vez después
del 15 en que terminaban las de la Patrona. Los respectivos alféreces se esmeraban
para salir con lucimiento en los refrescos que ofrecían al público. Las misas de la
novena del Niño se decían a las cuatro de la mañana. Como la misa de Noche buena
se celebraba a las doce, las bromas empezaban muy temprano; a las diez la gente
entraba en la iglesia a oír cantar los Villancicos, los que se cantaban unas veces en
el coro y otras en el presbiterio. Las mujeres reían con estrépito; algo si no mucho de
irreverencia ocurría en el templo, y más en el de Chiquinquirá, donde la función era
a las cuatro de la mañana, costeada por D. Pedro Félix Pastor, nuestro bisabuelo.
El hombre perdía la chabeta de contento; componía villancicos ridiculizando las
modas, hacía representaciones cómicas con muchachos para hacer reír y divertir
a la gente.
¿Y los Diablitos? Lástima que el espíritu de reforma haya venido hasta intentar civilizar
la fiesta, que ha sido, o mejor que fue la especialidad del pueblo antioqueño, con cuyo
intento lo ha echado a perder todo. Ya no son diablitos los que ahora se ven: la gracia
de los disfraces se ha perdido, la careta no cubre ninguna cara y así lo demás. Pero
dejemos los lamentos que nada remedian, digamos algo para recuerdo de lo que fue
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la diversión de Diablitos; la cual aun en los tiempos de su decadencia ha merecido
el honor de que plumas las más distinguidas hayan presentado algunos bocetos de
ella, y que corren en periódicos de fama. Antes del segundo cuarto de este siglo,
el antioqueño que no se hallaba en la ciudad el día 28 de Diciembre se entristecía
hasta la nostalgia, la que sólo curaba la esperanza de que no le acontecería otro
tanto en el año próximo venidero.
En lo antiguo el 28 de Diciembre era el único día de diablitos: de aquí vino que la fecha
de ese día llegase a tener una significación que no necesitaba de más explicación.
Las despedidas, las promesas de regreso, las visitas, las ofertas, todo era siempre
para el 28, sin más aditamiento, pues no había otro 28 más que el de Diciembre,
de los diablitos. Ese día desde muy temprano se reunían los principales; hacían los
nombramientos de Gobernador, Alcaldes Ordinarios, Regidores para el Cabildo que
eran las únicas autoridades del día; se declaraban suspensos, sin mando los que
realmente lo eran, y no por esto se inquietaba el déspota Gobernador español, antes
bien se despojaba de todas sus insignias de mando para que las autoridades de
diablitos, obraran conforme al objeto que se proponían, que no era otro que la más
amplia libertad para la diversión.
Hecha la proclamación de los empleados, los nombrados tomaban los vestidos de
mojiganga, figurando cada uno el del cargo con que se le investía para asistir en
corporación a una misa solemne que celebraba el Cura de la ciudad en la iglesia de
Chiquinquirá, situada en la plaza de este nombre, pero que en lo antiguo se llamaba
Plaza de los Mártires, por hallarse colocadas en la iglesia las estatuas de San Fabián
y San Sebastián, patronos de la ciudad. Las costumbres del tiempo autorizaban todo,
y nadie se escandalizaba por la concurrencia de lo ridículo a un acto tan augusto y
sagrado como es el sacrificio de la misa. El Gobernador, quien presidía al Ilustre
Ayuntamiento, los miembros de éste y los Alcaldes, llevaban trajes de los empleados
a quienes representaban, pero ridiculizándolos en lo más posible; así por ejemplo:
las espadas que ceñían eran de tabla de guadua y la empuñadura de totuma, tal
como las antiguas espadas Toledanas; a este tenor eran los demás arreos de los
personajes. En la función religiosa se hacía todo lo que se acostumbra en los casos
de asistencia de las autoridades; en la del día 28 se daba la paz a los empleados,
algunas veces calentada la cruz de plata con que se daba, en el incensario, por la
travesura de algún monaguillo; se les incensaba, y el Cura o Sacristán Mayor los
recibía en la puerta de la iglesia, presentándoles el hisopo con el agua bendita, y
acompañándolos hasta el lugar que debían ocupar.
Concluída la misa se daba principio a la diversión. Cada uno procuraba disfrazarse
de modo que no fuera conocido, y era una satisfacción presentarse en la casa de un
amigo, y particularmente a las señoras y que no se adivinara quién era el diablito.
Alguna invención tenían que ofrecer los enmascarados, consistiendo algunas en algo
que causara susto o asco a los curiosos. Abundaban las danzas con los nombres de,
Contradanzas de los Gallinazos, de los Micos, de las Garzas, de los Monos, de los
Azulejos, llamadas así porque se representaba a estos animales; recorrían el lugar
en todo el día, sin que hubiera casa excusada para ellas, como para ninguna otra
diversión que se daba a luz, y se obsequiaba a los de las farzas (sic) con licores,
aguas refrescantes y dulces de diferentes clases. Jamás faltó el toro que consistía
en llevar un hombre la testera y cuernos del animal con máscara que imitaba la
cara; llevaba a la espalda un cuero con troncos o cepas de plátano para recibir las
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banderillas, que las ponía el toreador quien andaba en altos zancos, en términos que
todo el cuerpo sobresalía a la multitud. El toreador ofrecía o dedicaba las banderillas,
y recibía premio por ellas.
Ningún desorden, ningún delito llegó a cometerse en aquellos tiempos a pesar de
la entera libertad en que se dejaba al pueblo; pero ni disgustos entre particulares
no obstante de criticarse algunos vicios o ridiculizarse defectos personales; hasta
los Señores Gobernadores toleraban la crítica de sus actos y la improbación de
injusticias que no dejaban de cometerse, sin que se viera que ellos castigaran lo
que aun hoy en tiempo de la más amplia libertad se miraría como un desacato, un
irrespeto punibles. En honor del pueblo hay que decir, que a pesar de la corrupción
de las costumbres, efecto de tantas revoluciones que han causado tantos odios hasta
la división y discordia de las familias, raros son los casos que ocurren en que tenga
que intervenir la autoridad para imponer penas por delitos que se cometan en los
muchos días que se conceden para diablitos, en los que el pueblo vaga día y noche
sin ningún freno que lo contenga si no es la buena índole que lo caracteriza. Quiera
el cielo que así se conserve, y que no adelante la desmoralización en que hombres
sin principios intentan hacerlo progresar.
No decimos nada de los diablitos de estos últimos tiempos; nos hemos propuesto
hacer una reminiscencia de lo pasado desde donde principian nuestros recuerdos y
por la tradición que recibimos de uno de nuestros mayores, quien vivió en el último
tercio del siglo XVIII.
Averiguar el origen de la costumbre de los diablitos en Antioquia no nos ha sido posible;
ella viene de más allá de mediados del siglo antepasado o sea de 1650. ¿Será esto
una representación de los conflictos en que se vio Bethlen el día del bárbaro sacrificio
de los niños ordenado por Herodes? Las representaciones de alegría se avienen
mal o no se avienen con un acontecimiento que causa horror y tristeza. Tal vez los
diablitos serán una parodia del Carnaval de Roma con variación del día con algunas
mezclas de las bacanales, o también del Carnaval de Venecia. Creeríamos esto
último si tuviera fuerza bastante la prohibición que intentó un Gobernador español
de esa diversión, por cuanto temió que de ella se originara un levantamiento popular
contra su autoridad. Sin embargo, esta última conjetura débil como es, llega a serlo
más si se sabe que ese Sr. Gobernador tenía un algo de visionario, pues hizo destruír
la arboleda que asombraba de lado y lado el camino que conduce de esta ciudad
al Paso – real del río Cauca, por temor de que algún asesino se ocultara en esos
árboles y atentara contra su persona. Por otro motivo no tan pueril, pero sí indigno de
un magistrado como que manifestó una pasión plebeya, otro Gobernador hizo cortar
los árboles que adornaban las plazas y otros puntos de la ciudad, y esto en tiempo
de la República. Este se llamaba José Justo Pabón, el otro Dn Víctor Salcedo Soria.
M. P.
(1870)”
JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ PARDO
El estudio anterior permaneció inédito hasta cuando fue publicado por partes en
los siguientes números del periódico de la ciudad de Antioquia EL HISTORIADOR:
# 19, martes 24 de diciembre de 1912; # 20, miércoles 15 de enero de 1913; y # 21,
miércoles 29 de enero de 1913.
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COMENTARIOS
Lo que se viene de transcribir se refiere principalmente a las fiestas decembrinas
en el último tercio del siglo XVIII, pese a que el autor lo escribió en 1870, último
tercio del siglo XIX. La información la recibió de parte de su bisabuelo, quien vivió los
correspondientes hechos de regocijo.
Las fiestas eran durante todo el mes de diciembre.
Se dividían en:
FIESTAS RELIGIOSAS y FIESTAS DE PLAZA.
Las fiestas Religiosas se contraían especialmente a la de la Inmaculada Concepción
(en el templo principal) y la del Rosario (en el templo de Chiquinquirá).
Las fiestas de Plaza o de diversión popular se efectuaban en la Plaza mayor: en ella,
la representación de comedias; en ella las corridas de toros; en ella la concurrencia
de los alféreces, amigos y fiesteros en general, para trasladarse a donde fuera
conveniente o necesario. Y, al decir de Bernardo Martínez Villa en un artículo que
sobre la plaza publicó en la Crónica Municipal de enero 30 de 1982, pág IX, en ella
se hacían las grandes paradas militares “y ejecutábanse por los meses de diciembre
las justas y maestranzas que daban imponencia a los festejos de fin de año”
Pudo más la fuerza de la tradición popular que el querer del gobernador don Víctor
Salcedo (Octubre 22 de 1796 a Noviembre 15 de 1804): en vano intentó acabar la
“Fiesta de los Diablitos”.
Los alféreces eran hombres elegidos para costear las fiestas. Los de la Inmaculada
Concepción debían ser BLANCOS; por ningún motivo se le concedía este honor
a negro, mulato, indio, mestizo, etc.. El primer Alférez negro fue elegido en 1829.
Además de negro, era esclavo. Las fiestas de Nuestra Señora del Rosario la hacían
los mulatos, por lo que, en cuanto a ellas atañe, no se descartan alféreces negros.
La discriminación racial era para la fiesta de la Concepción, pues dicho sea que
alféreces Negros tenían las fiestas de San Juan Bautista en el siglo XVIII.
Conviene puntualizar que se destinaba un alférez para cada día de fiesta, y que,
según Martínez Pardo, los de la Inmaculada Concepción los nombraba el Cabildo o
Ayuntamiento, con un año de anticipación, el 7 de diciembre, y se posesionaban el 15.
A este respecto no especifica nada sobre las festividades de la Virgen del Rosario,
aunque al decir que las hacían los mulatos, parece que en ellos estaba también la
facultad de nombrar los respectivos alféreces, igual con un año de anticipación.
El cargo de alférez era de singular importancia y compromiso, puesto que era el
responsable del costo y la organización de las fiestas, como de la disponibilidad de su
casa, día y noche, para que la gente fuera a consumir allí las comidas y bebidas que
él les obsequiaba (vino, aguardiente anisado, refrescos, aguas de frutas, mistelas:
“bebidas que se hacen con aguardiente, agua, azúcar y otros ingredientes, como
canela, hierbas aromáticas, etc.”. “Líquido resultante de la adición de alcohol al mosto
de uva en cantidad suficiente para que no se produzca la fermentación, y sin adición
de ninguna otra sustancia” (Cita del Diccionario de la Real Academia). Merengues,
rosquetes, panales de azúcar rosada y biscochuelos de harina de maíz). Seguramente
en las casas se hacía natilla y buñuelos; pero debió ser después de la independencia
cuando esta fenomenal pareja se tomó los diciembres, principalmente la “Noche
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Buena”. Obviamente no eran de esos cuyos ingredientes forman un compuesto
listo para la olla o la paila, que ahora se compra en tiendas y supermercados. La
facilidad y profusión de estos a partir de las dos últimas décadas del siglo XX fueron
prácticamente el final de aquellos que, en proceso casero, sus hacedores sudaban
alegres la gota amarga revolviendo la natilla a fuerza de mecedor, y estaban siempre
alertas para evitar los salpiques de manteca en la freidura de los buñuelos. La vieja
producción de natilla y buñuelos provocaba en muchas oportunidades reuniones
familiares y de amigos que, entre chistes, chanzas, diálogo y música de fondo, ni
siquiera se percataban del paso de las horas.
Relegada al desuso, no por ello ha de callarse la miel hecha de panela o dulce de
macho, agua y un poco de canela. Más sabrosa, recién bajada del fogón de leña,
y destinada exclusivamente para el buñuelo, porque casaba deliciosamente con él.
Entonces el gran señor de la cocina era el dicho fogón.
Martínez Pardo alude a platos sencillos; mas no especifica ninguno. Puesto a
considerar cuáles, el buen gusto escoge los de tradición: sancocho de res, cerdo,
gallina o pescado; fríjoles con garra o chicharrón; Pescado frito; tamales; empanadas,
y chorizos; sin descuidar una buena ensalada de ají picante, y un recipiente contentivo
de bastantes arepas y “telas” de maíz. La tradición no los ha olvidado todavía. Los
diciembres del siglo XX se alimentaron con ellos, dejando para los días 24 y 31 los
tamales y las comidas a base de gallina o pavo. ¡Ah, el pavo de Nochebuena…!
Quienes no lo habían criado en el solar de la casa, o en la hacienda, se iban a
adquirirlo en las veredas El Espinal, Goyás, Tunal, y parajes circunvecinos, donde
los había en abundancia. Les servía de paseo. Por ahí mismo conseguían arbustos
de “Sangregao”, para el “Árbol de Navidad”; musgo, para el Pesebre familiar; y de
pronto vaciaban un nido de piñuelas, para una deliciosa colada, tan en boga en aquel
tiempo. O viajaban a Medellín, concretamente a “El Pedrero,” en el sector llamado
“Guayaquil”, a donde llegaban de muchos lugares personas que llevaban gallinas
y pavos para la venta. Por ahí cerca compraban el calzado y la ropa que iban a
estrenar en diciembre (en este mes, en el día de cumpleaños y en la “Semana Santa”
no perdonaban el “estrén”), los “Regalos de Navidad” (Aguinaldos) y los “traídos de
diciembre” (Obsequios) en general.
¡Ah, el pavo de Nochebuena!. Engalanado con cintas multicolores, y obligado a beber
una o dos copas de aguardiente porque facilitaba torcerle y retorcerle el pescuezo,
porque ablandaba la carne, o porque sabía más sabroso (cualquier pretexto de
ocasión era válido). Bien bonito y bien borracho, algunas familias o grupos de amigos
lo paseaban, entre aplausos, silbos, chanzas y chascarrillos, mientras llegaba su
hora: la hora final.
Todo esto se terminó. Borracho o sobrio, con cintas o sin ellas, el pavo de Nochebuena
pasó a ser un festín del recuerdo, y más o menos desde los años setenta del siglo
veinte la gastronomía fiestera ha venido prefiriendo al cerdo, es decir: a “Don
Chupete Guamasa Marrano”. Por lo regular, se sacrifica, prepara y consume en el
mismo lugar de la fiesta. Abundan las “Marraniadas”.
Obtenida la independencia de la Nueva Granada, una ley aligeró la obligación
pecuniaria de los alféreces: la redujo a los actos de víspera y día clásico, incluyendo
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la misa y procesión. Posteriormente se acabó la obligación. Fue cuando comenzaron
las MANDAS o ayudas voluntarias de los vecinos: dinero o especie que ofrecían a
los alféreces desde el mismo día de su elección. Había mujeres que ofrecían hasta
cuatro almudes de maíz, pues con harina de este producto agrícola se preparaban
los BISCOCHUELOS, que se elaboraban con mucho tiempo de antelación a las
fiestas, y su consumo era general y exagerado. Por lo visto, no había problemas de
financiación.
La tarea del alférez se facilitaba por la escasa población de blancos, mestizos
y mulatos, quienes en suma venían a ser los que disfrutaban de las festividades
decembrinas de plaza, puesto que indios y negros eran relegados a la función servil.
Lástima de la discriminación racial en cuanto a que los blancos organizaran la fiesta
de la Inmaculada Concepción, y los Mulatos la de la Virgen del Rosario.
De la lectura del escrito de Martínez Pardo se infiere que para su época (1870) ya
había desparecido la figura del alférez, conforme se le concebía en el siglo anterior.
De todas maneras, no faltaron personas que tomaron bajo su responsabilidad, en
todo o en gran parte, la celebración de algunas fiestas religiosas, Don Jesús Emilio
Garcés (alias Chía) sirve de ejemplo: durante muchos años de la segunda mitad del
siglo veinte tuvo a su cargo la de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
Las Fiestas de plaza han contado desde comienzos del predicho siglo con una Junta
que cada año nombra el Concejo Municipal. En múltiples ocasiones ella ha optado
por la figura del “Remate”, como el remate de los juegos de azar. Cuánto mejor fuera
que a la Junta de Fiestas se le nombrara y posesionara desde diciembre del año
anterior; o que se creara una corporación permanente.
El escrito en referencia discurre sobre las fiestas antes de la Independencia, con
mejor fijación en el siglo XVIII, y bien puede afirmarse que fueron similares en las
postrimerías del siglo XVI (cuando la ciudad de Antioquia o Santa Fe de Antioquia,
antes villa de Santafé, tuvo buena consolidación), y en el siglo XVII, atendiendo a
que las festividades religiosas y los regocijos civiles o profanos tenían gran arraigo
espiritual en nuestro conquistadores y primeros pobladores (Metido en problemas, y
en la cárcel, en diciembre de 1602, el General Pedro Martín “pidió a la autoridad que
le diera su casa por cárcel, exponiendo por razón “estar enfermo y cojo y ser persona
principal” y que ha servido a su Majestad, y al remate obtuvo que se le concediera la
residencia del capitán Antonio Machado por prisión, y logró del gobernador Rodas que
se le tolerara cierta libertad para asistir a las festividades religiosas de la Pascua de
Navidad del mencionado año…” (“Apuntes Genealógicos”, por José María Restrepo
Sáenz; Boletín de Historia y antigüedades; órgano de la Academia Colombiana de
Historia; Vol. XLVII; Mayo – Junio 1960; Nros. 547 y 548; Pág. 341).
Personalmente no comparto la teoría de quienes afirman la probabilidad de que la
fiesta de los diablitos daten de la segunda mitad del siglo XVII; algunos van más
lejos: se atreven a afirmarlo. Unos y otros, teniendo como referencia la Gobernación
de don Manuel Benavides y Ayala (1653 – 1658). Es verdad el carácter festivo de
este mandatario, su afición a los gallos, a las carreras de caballos, al buen vino y
a la buena mesa; y pudo ocurrir que, por su forma de ser, en su tiempo tuvieran
gran incremento y hasta variaciones y adiciones, aunque no trascendentes, sainetes,
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mascaradas, comparsas, comedias, danzas, riñas de gallos, corridas de toros y otras
diversiones populares; pero:
¿Que venían de antes?
¡Venían de antes!.
El propio Martínez Pardo cree que vienen de más allá de 1650.
Se ignora desde cuándo a las “Fiestas de Plaza” de diciembre comenzó a llamárseles:
“Fiesta de los Diablitos”. Y: ¿desde cuándo a los disfrazados se les llamó Diablitos?”.
Hay que distinguir entre “Fiesta de los Diablitos” (denominación que se equipara a
las “Fiestas de Plaza” de diciembre, o “Fiestas de Diciembre”); y “Los Diablitos”: éstos
son los disfrazados, tan sólo una parte de las que integran las dichas fiestas.
Así como no se sabe el año en que a las “Fiestas de Plaza” de diciembre se les
comenzó a llamar: “Fiesta de los Diablitos” (Obsérvese que Martínez Pardo la llama
así en 1870, y también refiriéndose a las del último tercio del siglo anterior, o sea
de los años mil setecientos). Así también se desconoce cuándo y porqué a los
disfrazados se les comenzó a llamar:”Diablitos”. Mejor no devanarse los sesos a este
respecto; como que haya quienes se pregunten sobre los primeros disfrazados de
diablo, afirmando que a ellos se refiere el nombre de “Diablitos”, pero sin explicar el
porqué del diminutivo. Lo cierto es que:
1.- En los siglos XVIII y XIX, ciertamente las fiestas de plaza de diciembre tenían
“Diablitos” (Disfrazados). En el siglo XIX, obtenida la independencia, a nivel
oficial se recurrió a menudo a llamárseles “Diversión de máscaras”, al extender la
correspondiente autorización. Sólo una expresión genérica, como pudo ser: diversión
de disfraces, mascaradas, disfrazados, etc.. Sin embargo: el nombre de “Diablitos”
ya estaba puesto y rubricado para la historia, lo cual puede apreciarse en lo trabajos
transcritos de José María Martínez Pardo y Manuel Pombo. Del siglo XX hasta hoy
han predominado: “Fiestas de Diciembre” y “Fiesta de los Diablitos”.
2.- No hay documento ni tradición que informe la presencia de un grupo notorio de
disfrazados de diablo en los primeros tiempos de las fiestas en mención. Probablemente
hubo uno que otro, igual que en el siglo XX y XXI; pero nada destacable, a punto de
ameritar que el nombre de “Diablo” --- mucho menos: “Diablito” --- se le aplique a
las fiestas de plaza de diciembre, en general.
Aunque en el siglo XX los “Diablitos” del 28 de diciembre se movilizaban a caballo,
para el siglo XVIII José María Martínez Pardo no dice que utilizaran esa forma
de desplazamiento; ni en el traslado al templo de Chiquinquirá a asistir a la misa
matinal, ni luego, ya disfrazados, al ir a diferentes casas a bailar y ufanarse de
no ser reconocidos. Más bien da a entender que se desplazaban a pie, sin que
ninguna casa se excusara de recibirlos. Si el recorrido hubiese sido a caballo, fuera
inexplicable la no información de tan visible e importante detalle. Y en lo que atañe al
siglo XIX, se limita a decir que ya no son diablitos los que se ven, y que las caretas
no cubren la cara, “y así todo lo demás”. Tampoco se afirma que los “Diablitos” fueran
exclusivamente “blancos”; pero sí era para éstos, los “principales”, la invitación a
refresco en la casa del alférez de la Concepción, inmediatamente después de
posesionado. 0bviamente que, si públicos los regocijos, en tales festejos coloniales
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y hasta cumplida la abolición de la esclavitud (1852) podía participar la comunidad
libre.
El Gobernador, Los Alcaldes Ordinarios y los demás Regidores del Cabildo
eran suspendidos simbólicamente de sus cargos, y transitoriamente sustituídos
por quienes en vestimenta y armas se esforzaban en ridiculizarlos. ¿Por qué?
Posiblemente como acto simbólico de exigencia de la libertad de acción mientras
duraran las fiestas.
Y todo confluye a demostrar que en el siglo XX o en los últimos años del anterior se
introdujo la costumbre de los Diablitos a caballo el 28 de diciembre; y los Diablitos
a pie, los días restantes del mes en cuestión, y principalmente el de Reyes (6 de
enero).
Escribió Martínez Pardo:
“Ya no son diablitos los que ahora se ven: la gracia de los disfraces se ha perdido, la
careta no cubre ninguna cara y así lo demás…”
“…alguna invención tenían que ofrecer los enmascarados…”
Lo trascrito enseña que en el siglo XVIII los “Diablitos” usaban máscaras o caretas y
atuendos de disfraces bonitos o llamativos, lo que no ocurrió en el siglo XIX, cuando
menos hasta 1870, fecha del escrito que se comenta.
Se transcribe lo anotado por Jesús Mejía en su estudio “Cultura Folclórica
Antioqueña”, publicado en el diario “El Colombiano”, serie coleccionable “La
Historia de Antioquia”:
“Una descripción de la fiesta de Diablitos en Santa Fe de Antioquia, en 1848, de Juan
Francisco Ortiz, nos permite entrever la música antioqueña de la época. Ortiz (El
Día, 685, 1850): “Los días 27, 28 y 29 de diciembre (de 1848) son de disfraz general
para la jente del pueblo … los hombres vestidos de turcos, de indios, de negros,
de españoles a la antigua …. Tienen entrada franca en todas las casas ….han
estudiado… en el transcurso del año, sus canciones i sus sainetes, sus diabluras, que
van representando de casa en casa …critican a muchos individuos en sus mismas
barbas, sus… defectos bajo el velo de una decente alegoría … los disfrazados que
no representan, cantan; y los que no, bailan unas danzas mui vistosas y alegres…”
“Entre los cantores había algunos que cantaban primorosamente acompañados con
dúos de guitarra … suenan el tamboril y la chirimía de las antiguas tribus de los
indios…no me queda duda de que la costumbre de los tales Diablitos fue introducida
en Antioquia por algún chapetón, que antes de pasar a América tuvo ocasión de ver
el Carnaval de Venecia”. El baile predominante entre el pueblo de esta región es el
bunde, que Ortiz vio bailar hasta por 80 parejas; Gónima, hablando de la misma
época, menciona en Santa Fé, esos “bailes populares, llamados bundes, donde dos
o trescientas personas del pueblo …. Cantan al mismo tiempo, sin que note Ud.
que ninguna de esas voces desafina”…El Album, med, 23 de marzo 1873. Diablitos,
“más de mil disfrazados… recorren las calles; uno cantan; otros bailan … Aquí una
sátira”… el valse lo baila el común del pueblo, en la fiesta de diablitos”.
No se duda que la denominación “Fiesta de los Diablitos” caló tan hondo en el pueblo
que aun en diciembres en que no ha habido mojigangas o diablitos, la fiesta ha
continuado llamándose: “Fiesta de los Diablitos”.
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Lo que no se concibe es que la fiesta o fiestas – se usa en singular y en plural carezcan de toros o de bailes.
Hablando de fiestas en general, escribió William Jaramillo Mejía:
“En las que se hicieron en el año de 1597 para celebrar la primera misa que cantó
el presbítero Alonso Gómez de Miranda, quien fue cura y vicario de la Villa, hubo
corrida de toros y juego de cañas” (“Antioquia bajo los Austrias”, Tomo 1º, pags. 206
y 207).
No fueron fiestas decembrinas de Plaza; pero dan una idea de la afición a las
diversiones públicas. Piénsese, si no, que celebrar “corridas de toros” porque un
sacerdote cantó la primera misa.
Lo que carece de información es: ¿cómo eran las corridas de toros?. Apenas se
conoce lo que del siglo XVIII cuenta Martínez Pardo, que se limita a la magistral
intervención de los caballistas con su ceremonial de movimientos y vueltas,
lujosamente vestidos ellos, y ricamente ensilladas y enjaezadas sus cabalgaduras.
Es de lamentar que se haya acabado tan bello ceremonial; la intervención de estos
caballistas bien puede equipararse con lo que se denomina Maestranza.
Don Manuel Pombo habla, además, de: “correr toros por las calles”. ¡Tremendo!
¡Como para no salir de casa!.
Tampoco sé de documentos que describan el juego de “cañas”. No obstante: el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, Vigésima Segunda Edición,
2001, expresa al respecto: “caña … 20. pl. Fiesta de a caballo en que diferentes
cuadrillas hacían varias escaramuzas, arrojándose recíprocamente las cañas, de
que se resguardaban con las adargas”. Y en su novela: “Ana de Castrillón”, pag. 49,
Talleres Editoriales “Carpel”, Bernardo Jaramillo Sierra pone en boca del gobernador
Benavides y Ayala: “También los árabes implantaron en la península las brillantes
exhibiciones de los juegos de cañas, llenando con ellos las plazas de extraordinario
colorido, eran despejos de escuadrones de caballeros con ricos atavíos, formando
figuras y lanzándose cañas entre sí…”.
Al lado de los blancos, negros e indios, pronto llegaron el mestizo y el mulato,
conformándose un grupo simbiótico en el cual el mayor provecho lo sacaban los
blancos, debido al predominio que ejercían sobre los demás; y, aparte de ello, la religión
católica empezaba a ser practicada por casi todo el grupo. Consecuencialmente, no
iban a transcurrir sin la correspondiente celebración, el día de la Natividad del Señor,
el de los Santos Inocentes, el de Año Nuevo, el de Reyes, e incluso el de Santa
Lucía, porque ésta tuvo su templo, destinado a los indios anaconas, en el barrio
Santa Lucía. El templo fue consumido por un incendio en diciembre de 1736.
Cuando se hable de fiestas en tiempos coloniales debe tenerse presente que
se carecía de energía eléctrica, y, por consiguiente, de los distintos aparatos cuyo
funcionamiento la requiere. No había conjuntos o bandas musicales de instrumentos
de viento -- nótese que la chirimía era traída de fuera --. Entonces había que recurrir
a los instrumentos de cuerda, y a otros, como el tambor, las maracas, el guache y la
carrasca.
Igualmente es preciso recordar que a la sazón las familias principales, o sea las de
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los blancos, eran pocas, y a ellas estaban sometidos los negros --esclavos –, y los
indios que, aunque jurídicamente eran “Vasallos libres de la Corona de Castilla”, de
hecho se les forzaba a vil servidumbre, que se disimulaba con la institución legal de
la “Encomienda”, reglamentada por leyes para el buen trato a los indios, letra muerta
en la distancia porque los encomenderos, comenzando por Sebastián de Belalcázar,
rechazaron su cumplimiento : “Se obedece; pero no se cumple”.
Negros que arreaban los caballos en que sus amos iban a efectuar en la plaza
mayor los movimientos de Caracol y las diversas Carreras con que a bien tuvieran
homenajear a personalidades asistentes a las corridas de toros. Criados que servían
refrescos y golosinas a los concurrentes a las comedias que se presentaban en el
tablado teatro instalado en la plaza.
Por ello se habla de alféreces blancos y de asistentes blancos o principales y
sus invitados. No se habla de asistencia indígena. Ausente o presente, se le dejaba
reducida a su mera condición servil.
Los mulatos hacían la fiesta de la virgen del Rosario.
Los mestizos eran de recibo en muchas facetas de la vida social de los blancos.
Piénsese, por ejemplo, en Alonso de Rodas Carvajal, hijo de don Gaspar de Rodas y
una india. Aquél, al fin y al cabo hijo de tan célebre personaje como don Gaspar, abrió
el camino de acceso para que otros mestizos terminaran “blanqueándose”, lograran
involucrarse en las “cosas” de los blancos.
Los negros tenían muchas “libertades”, que no casaban con su condición de
esclavos, verbigracia: ir y venir sin vigilancia alguna por diferentes sectores de la
ciudad, en función de cumplir encargos de sus amos. Y trabajar por cuenta propia
cuando éstos no los requerían. Los 24 de junio en las Fiestas de San Juan Bautista,
que ya se realizaban en tiempos de la gobernación de Benavides y Ayala, y que
eran de múltiples referentes de diversión, hasta el exceso y desenfreno día y noche,
los negros tenían su cuota de participación, a punto de que ellos se turnaban para
cargar en la plazoleta de la “Ermita de los Mártires” (A partir de 1.702, Templo de
Chiquinquirá) la pequeña estatua del Santo, tallada en madera. En el siglo XVIII
contaron con alféreces negros para las fiestas en mención; y también los negros
participaban con la representación de comedias o sainetes.
Hay que resaltar que cuando el jolgorio no era público, sino entre blancos, en casa
de alguno de éstos, los negros tenían su parte, principalmente las mujeres. En su
discurso: “Peldaño de cuatro siglos”, el doctor Fernando Gómez Martínez manifestó:
“Fiestas? Las religiosas, con saraos en casa de los señores, grandes consumos de
vino y bizcochuelos. O bien, la ascensión de un nuevo soberano o la llegada de un
nuevo virrey imponían el regocijo cívico, Pero los esclavos llevaban también su parte.
Y es notorio que, para los bailes de éstos, las señoras se esmeraban en adornar
y emperejilar personalmente a sus negras para que fuesen las mejor vestidas y las
más ricamente enjoyadas” (“Repertorio Histórico”; Vol. 15, Órgano de la Academia
Antioqueña de Historia; pág. 399).
En lo atinente a oficios o empleos públicos se suspendían del 1º al 31 de diciembre,
según Martínez Pardo. Aunque él dice que “todos”, resulta obvio entender que
algunos continuaban, normalmente en lo posible, sin entrar a ninguna suspensión
o vacancia especial; verbigracia: el gobernador, los alcaldes ordinarios, los alcaldes
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de la Santa Hermandad y los alguaciles. Si no, sobraría la suspensión simbólica de
ellos el 28 de diciembre, día de los “Diablitos”; suspensión que tampoco debió ser
plena. Luego de la asistencia a misa, aun los “aclamados” o reemplazos corrían a
disfrazarse; y que de pronto les permitieran resolver un caso menor, insignificante,
no iba a ocurrir lo mismo en tratándose de un asunto importante o grave. Esto es de
lógica.
La información se complementa en el sentido de que en las últimas décadas del siglo
XVIII el cierre de los juzgados se había extendido hasta después de “Reyes”, frente a
lo cual en 1787 el Visitador Juan Antonio Mon y Velarde dispuso en sus “Ordenanzas
formadas para el gobierno y arreglo del muy ilustre Cabildo de la ciudad de Antioquia”
(Funciones. Fueros y facultades que corresponden a los Alcaldes Ordinarios y demás
individuos del Cabildo por lo respectivo a cada empleo):
“No. 23 – Queda abolida la perjudicial corruptela de cerrar los juzgados el día de
San Andrés hasta después de Reyes y deberán estar abiertos para demandas y
causas civiles hasta víspera de Navidad, sin que nunca se suspenda el curso de las
criminales.
“No. 24 – Este día debe haber visita general con asistencia del Gobernador, publicarse
el auto que llaman de Pascuas y poner en libertad a los que corresponda, bajo fianza;
lo mismo se repetirá el sábado de Ramos, quedando cerrado los tribunales hasta
lunes de cuasimodo; y el día después de Reyes se deberán leer las ordenanzas en
Cabildo pleno; igualmente se declara abuso el que no se toque la queda durante todo
el tiempo de fiestas, aunque por este motivo puede el que manda, usar de alguna
indulgencia”
En cuanto a la No. 23, es preciso anotar que los Alcaldes ordinarios ejercían funciones
judiciales, puesto que la No. 2 ordenó : “Los Alcaldes Ordinarios tienen jurisdicción
en toda la ciudad y todo su distrito y pueden conocer civil y criminalmente en todas
y cualesquiera causas contra cualesquiera personas que no estén exceptuadas o
gocen de fuero particular por especial indulto o providencia superior….”.
Y en lo que atañe a la No. 24, el TOQUE DE QUEDA obligaba a los moradores,
excepto los vigilantes, a recogerse en las casas a partir de determinada hora nocturna.
Claro que en tiempo de fiesta se podía ser indulgente al respecto, flexibilidad de la
cual no escapó ni siquiera el Visitador Mon y Velarde. Las citas fueron tomadas
de la obra “Bosquejo Biográfico del Señor Oidor Juan Antonio Mon y Velarde” Tomo
Segundo; Imprenta del Banco de la República; Bogotá – 1954; páginas 85 y 89;
Emilio Robledo.
En el documento en cuestión la disposición No. 9 reza: “Los asuntos y negocios del
gobierno son propios y privativos del Gobernador, y así las licencias para diversiones
públicas de toros, alardes, comedias y aun para las particulares, se deberán dispensar
por el Gobernador, pero siempre será conveniente mandar se dé noticia a los Alcaldes
por el decoro de su empleo, y para que ronden…” (Pág. 87).
En su obra “Vida Parroquial de Antioquia 1547 – 2009”, Pags. 297 a 302, el
Presbítero Genaro de J. Moreno Piedrahita copió, bajo el título de “LAS FIESTAS
DECEMBRINAS EN 1786”, un oficio que el Oidor y Visitador Juan Antonio Mon y
Velarde le envió al Cabildo el 26 de noviembre de ese año. Severo, como siempre,
el funcionario critica acremente las fiestas, deteniéndose en las religiosas, atento
65
a la poca o falsa devoción de la gente. No las rechaza. Expresa consideraciones
negativas sobre la suntuosidad de ellas; el derroche de dinero; la gravosa y difícil
tarea de los alféreces; lo costoso de la cera, lo inútil y peligroso de la fiesta de
pólvora, a más de que facilitaba la compañía de hombres y mujeres en la oscuridad
de la noche; la glotonería de los banquetes, y la inconveniencia e inmoralidad de
los refrescos al público, de los cuales dijo:
“Lo que se llama refrescos al público es una especie de cucaña que solo para
carnavales, pudiera ser correspondiente, pues se reduce a franquear vino,
aguardiente, biscochos y tabaco, a todo género de personas, grandes y chicos,
negros y blancos, hijos de familia y de esclavos, de modo que es una segunda
escuela, y ensaye para que todos los muchachos, que aún no saben la doctrina,
por su tierna edad, sepan beber aguardiente y tomar tabaco, mezclándose en esto
algunos hijos de padres honrados”.
En consecuencia el Oidor Visitador y Gobernador reglamentó las fiestas en el
sentido de: Abolir la costumbre de admitir en cuerpo de cabildo al Alférez de nuestra
Señora de la Concepción y cualquiera otra fiesta de las que anualmente “celebra
la devoción de los fieles”. Igualmente le prohibió al cabildo concurrir a la casa del
alférez, “sea la fiesta que fuere, ni en las vísperas ni en el día”. Prohibió la pólvora,
excepto “algunas recámaras las vísperas, y el día de la concepción al tiempo de la
misa”. Prohibió “el gasto de dulces y biscochos que llaman colación”. Y prohibió “los
convites generales de comida, que se han acostumbrado en iguales Fiestas”
(El oficio fue tomado del “Monitor”, Serie III, Antioquia, 15 de noviembre de 1886,
Nro. 33, páginas 264- 266).
Mon y Velarde se abstuvo entonces de criticar y reglamentar las fiestas decembrinas
de plaza (Toros, Diablitos, etc). Extraño. Y no es que la fiesta de los Diablitos no
existiera.
El estudio de Martínez Pardo no registra por cuánto tiempo era la suspensión de
los oficios o empleos públicos, en la época de su elaboración (segunda mitad del
siglo XIX). Tengo entendido que en los inicios del siglo XX la vacancia era durante
los últimos quince días de diciembre, y ya después no hubo ninguna suspensión con
motivo de tales fiestas. En la segunda mitad del siglo XX, como ahora, en algunos
despachos públicos se ha recurrido al expediente de trabajar en jornada continua,
para aprovechar libres las últimas horas de la tarde durante el período festivo, y
sabido es que, hoy por hoy, y desde hace tiempos, las fiestas decembrinas de los
Diablitos (disfrazados, casetas, bailes públicos, bundes, sainetes, juegos de azar,
toros, cucañas o varas de premio, carreras de encostalados, marranos enjabonados
etc.) han sido del 22 al 31 de diciembre.
Las festividades religiosas se han venido a menos en solemnidad y concurrencia.
La Novena del niño y el Día de Natividad no fueron de bastante información por
Martínez Pardo. Cuenta que las misas de la novena eran a las cuatro de la mañana,
la de Noche buena, a las 12, y el ingreso a cantar villancicos, a las diez de la noche.
Que don Pedro Félix Pastor compuso villancicos, y representaciones cómicas
ejecutadas por muchachos (No se aportó ejemplo de nada).
Durante casi todo el siglo XX: “la Novena del Niño”, con sus oraciones, villancicos y
cascabeles, era en el templo de Chiquinquirá, y, después, en desfile de infancia, la
procesión iba hasta el templo de Santa Bárbara. La Nochebuena era noche de júbilo
y parranda.
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Ya avanzado el siglo, en muchas casas se bailaba al son de conjuntos de instrumentos
de cuerda, o de acordeones, o bien de radios o tocadiscos; había licor para todos,
así fuera guarapo, chicha , “tapetusa” o “candela” (destilado de caña de azúcar o de
panela de la misma, “cortado” con cáscara de yomato o fique de cabuya), o “pipo”
(mezcla de alcohol antiséptico, gaseosas y algún cítrico), y no faltaban las viandas
especiales: tamales, gallina, pavo, etc.. Afuera, la jarana alegraba la noche: la gente
iba y venía, satisfecha, gesticulante y ruidosa. Otros preferían libar o departir sentados
en taburetes de cuero ubicados en los andenes de sus casas y recostados a la pared.
Había casetas de baile y licor en la plaza principal (duraban todo el tiempo de fiesta).
Toldos de variadas clases de comidas ligeras (Empanadas de carne, de arroz y de
queso, pasteles de carne, pasteles de pollo, chorizos, chicharrones, carnes fritas,
patacones etc.); pero también se cocían y expendían sancochos de pescado, gallina
o res, y fríjoles con garra. Se percibían bailes de garrote. En los “VEINTICUATRO”
La atmósfera se estremecía en estallidos luminosos de voladores (cohetes), tacos,
papeletas (chapolas), totes, “cucarrones”, chorrillos, etc.; prendidos por ancianos,
adultos y adolescentes (hombres y mujeres), que desde las primeras horas de la
noche hasta las últimas de la madrugada armaban el estruendoso alboroto. Los
infantes quemaban los artículos de pólvora menos riesgosos, y se acostaban más
temprano, motivados por la esperanza del “Traído del niño Dios”. Rara vez se
hablaba de una persona quemada con pólvora. Rara vez se hablaba del incendio
de una casa; y eso que en gran porcentaje las casas de la ciudad tenían techos o
cubiertas de iraca. La misa de Nochebuena – Misa de Gallo – contaba con buena
asistencia, pese a la barahúnda y el alborozo.
Paulatinamente en los años sesenta del siglo XX, la pólvora fue rebajando, cada
año en los Veinticuatro. Sin necesidad de perseguir a los productores y a los
consumidores, el veinticuatro de diciembre pasó a ser un día más de las fiestas
de los Diablitos: alegre, rumbero, de farra y de condumio; algún gasto de pólvora,
pero sin atronar durante la noche los oídos de nadie, con ese continuo restallar de
voladores, tacos y chapolas, que aún repercute en el recuerdo y que hacía de este
día un día distinto de los demás.
Martínez pardo critica la forma de ser de la gente de la segunda mitad del siglo XIX,
al asegurar que para la fecha de su escrito la representación pública de comedias,
en los “términos” en que se realizaron hasta 1827, haría “una zambra infernal”,
consecuencia de la inmoralidad, la perversión, la mala crianza, el lenguaje grosero
y soez y la falta de respeto a la autoridad por parte de las nuevas generaciones .
Talvez demasiado prevenido en relación con los jóvenes, o quizás contagiado de la
creencia de muchos en cuanto a que: “todo tiempo pasado fue mejor”, se atrevió a
efectuar tamaña consideración. Hasta hoy, luego de tantos años transcurridos, la
realidad ha mostrado lo contrario: en tiempo de fiesta, el antioqueño de la ciudad de
Antioquia o Santa Fe de Antioquia es sumamente abierto a todo tipo de expansión
y de broma de las que se estilaban en las viejas calendas. La continuidad de las
comedias no hubiera ocasionado ningún caos de perversión o libertinaje, como para
que la zambra o fiesta fuera calificada de “infernal”.
En cuanto a la carencia de conductas delictivas o gravemente perturbadoras del
orden público en el último tercio del siglo XVIII, no pasa de ser una aseveración
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general; seguramente hubo excepciones, hasta rubricadas con sangre algunas de
ellas. Asimismo: Bundes, Sainetes y Comparsas, de antigua usanza y a menudo
cargados de críticas mordaces contra determinadas autoridades y otras personas
principales, se presentaron en muchos diciembres del siglo XX --- aún subsisten
los bundes ---, sin que la historia tenga registros de matanzas, gazaperas u otros
disturbios de alguna magnitud.
Gente alegre, pacífica y ajustada a la ley; gente bebedora, bailarina y querendona,
siempre dispuesta a compartir en los jolgorios populares en cuestión, la gente de
la Ciudad de Antioquia (o Santa Fe de Antioquia) hubiese continuado abriendo
las puertas de su casa para el ingreso festivo y danzarín de los “Diablitos”; pero
la costumbre se fue acabando con la instauración de establecimientos públicos
espaciosos (tiendas, tiendas cantinas, cantinas, cafeterías, etc.), que vinieron a servir
de pistas de baile
EL TOQUE DE QUEDA
El toque de queda era responsabilidad del campanero del templo principal; a la sazón
se efectuaba a las diez de la noche. Por ello y en preservación del orden público
y el descanso nocturnal, Don Manuel del Corral, Jefe Político del Cantón, dictó un
decreto mediante el cual confirmó la hora de la queda, so pena de ser conducida a la
cárcel y penada la persona que la incumpliere.
Dice el decreto:
“Manuel del Corral Jefe Político y de Policía de este Cantón por autoridad de la
República etc.
CONSIDERANDO
1º.- Que es un deber del Jusgado precaver por todos los medios posibles la vagancia
de varios individuos que dedicados nocturnamente a andar por las calles ebrios,
perturban no solo la tranquilidad de los ciudadanos pacíficos que reposan tranquilos
en sus hogares, sino también que de estas reuniones resulta la etiqueta y el choque,
de que es susceptible haya heridas, cuyo resultado apareja el seguimiento de causas,
para que el autor sea juzgado conforme a las leyes.
2º.- Que ninguna medida de precaución es más adaptable en estas circunstancias
que el de rondar las calles encargando al efecto a las autoridades que lleven este
deber por el orden que se les señale.
3º.-En fin, que para que nadie alegue ignorancia se dará la queda a la hora
acostumbrada por el campanero de la catedral; he venido en decretar y
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DECRETO
Art. 1º.- Se prohive a todo individuo andar por las calles de noche después de dada
la queda, perturbando el orden y el reposo de los ciudadanos pacíficos, quedando
comprendidos en esta prohibición todas las personas de cualesquiera clase, sexo o
condición que sea.
Art. 2º.-La persona que se encontrare después de la seña de la queda, se pondrá en
la cárcel por el jues de la ronda dandose parte a este Jusgado, para aplicarle la pena
conveniente como vago y mal entretenido.
Art. 3º.- Que se oficie al Venerable Deán de la Catedral para que se sirva ordenar al
campanero haga la seña de la queda a las diez de la noche como se ha acostumbrado
sin alterar la hora, para el que fuere aprendido no alegue efugios que entorpescan
y paralisen el debido castigo.
Art. 4º.-Los señores Alcaldes Mallores y agentes de policía quedan encargados de la
ejecución de este decreto haciendo las rondas en las noches que se les señale por
rutas separadas, sin perjuicio de que por este jusgado se supervigile el cumplimiento
de lo mandado, y de hacer efectiva a las autoridades que no cumplieren con este
deber la multa de diez pesos con que quedan conminados.
Dado en la Sala del Despacho en la ciudad de Antioquia a 27 de oct. de 1830.
Manuel del Corral
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LA MAESTRANZA
En lo viejos tiempos, el dos de febrero se celebraba con gran suntuosidad la fiesta
de “La Candelaria” en Medellín. “Después de las fiestas de iglesia seguían las de
plaza por tres días. Había carreras de caballos, corridas de toros juegos de sortija,
enmascarados, danzas, varas de premio, marrano enjabonado, bateas de miel,
etc., y el último día por la tarde lujosa maestranza a estilo medioeval. (Eusebio A.
Jaramillo)“La maestranza era un número muy llamativo. Se llenaban los palcos que se habían
construido en los costados de la plaza; la muchedumbre no cabía en la plaza. Cuarenta
jinetes sobre bellísimos corceles, y jinetes y corceles hermosamente trajeados y con
uniformes vistosos se dividían en cuatro cuadrillas cada una en la esquina de la
plaza. Al son del pito del director se movían todos, iban al centro y bailaban en sus
caballerías al compás de la banda de música como si fueran cuadrillas de lanceros
en un salón. Ejecutaban multitud de figuras” (E. Echavarría).
Las dos citas que preceden fueron tomadas del estudio de Ricardo Olano: “Historias
y Crónicas de la Plaza de Berrío”, publicado en “Repertorio Histórico”, revista de la
Academia Antioqueña de Historia; Vol. 15; pág. 242.
Similar debió de ser en ocasiones la maestranza en la plaza mayor de la ciudad de
Antioquia. En otras, he aquí lo que cuenta Don Pedro Tascón Martínez en su artículo:
“Tradiciones Folclóricas”, publicado en el “Album de Oro” del sesquicentenario de la
Independencia de Antioquia”, Pags. 174 y 175:
“La Maestranza era una exhibición de jinetes y cabalgaduras y no propiamente una
danza en el sentido estricto de la palabra, pero el carácter festivo de sus integrantes
y el colorido con el cual se vestía el espectáculo, ha hecho que la maestranza se haya
vinculado al folclor de Santa Fé de Antioquia, como un positivo orgullo de la ciudad.
Esta representación muy usada en el siglo pasado (Siglo XIX, aclaración fuera
de texto) y celebrada en los primeros años del presente, se ejecutaba por cuatro
cuadrillas, compuestas de 6, 8 ó 10 personas cada una, que montados en bestias
del mismo color para cada grupo daba un aspecto elegante y vistoso. Los jinetes
de cada cuadrilla vestían ropajes imitando personajes de caballería, nacionalidades,
etc.; y así se veían mezclados, como en brillante mosaico, turcos con medias lunas y
encapotados españoles; caballeros de lanza y escudo, con frenéticas legiones de la
Roma imperial; franceses encastillados en modales de la edad media frente a fieros
vikingos”.
La Maestranza era en la plaza; en el centro se marcaba un cuadrilátero más o menos
grande, según el número de participantes. Había sitio para el público, sitio especial
para las autoridades, y palco de honor para un personaje importante o para la dama
madrina, cuando la había, y en cuyo homenaje se hacía la fiesta.
“La marcha de las cuadrilla se iniciaba desde los cuatro ángulos o boca – calles
que desembocaban a la plaza principal, para dirigirse en fila de cuatro en fondo
hasta el cuadrilátero central. Al llegar cada grupo, uno tras otro, daban una vuelta al
cuadrilátero y presentaban el saludo ritual al palco de honor, en donde como queda
dicho, estaba un personaje importante del alto mundo oficial o la madrina previamente
elegida. Para la segunda vuelta, en cada esquina demarcada, se quedaba un equipo
y desde sus respectivos ángulos se preparaban para iniciar los distintos números
programados.
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“Muchísimas figuras se desarrollaban en la maestranza, una de ellas, llamada
popularmente “Los Peines”, se efectuaba cuando cada grupo partía de su ángulo
para entrecruzarse con el contrario que avanzaba en sentido opuesto, Esto permitía
que bordeando todos los lados, cada grupo se entrelazara con los demás. Terminado
lo anterior, volvían a quedar en sus respectivos puestos, para iniciar una nueva
marcha, esta vez hacia el centro del rectángulo, aquí y en torno a un punto focal, se
giraba formando aspas de molino, en donde quienes estaban cerca al punto giratorio
se movían con paso natural, en cambio, los extremos tenían que movilizarse con
rapidez para conservar la simetría de los bordes de las aspas. Esta figura se
denominaba “El Molinete” y era de común ocurrencia en todas las maestranzas.
Marcando nuevamente sus puntos de partida, se presentaban distintas figuras
bautizadas con nombres, según el objeto que remedaban”.
Finalmente colocaban un aro en un árbol de la plaza, y los participantes, cada uno
debía avanzar con rapidez y atravesar el aro con una flecha. Casi todos fallaban.
Agrega el articulista que la maestranza se ejecutaba el día de San Pedro y San
Pablo, el día de San Juan Bautista, el 27 de diciembre y cuando era celebrado algún
acontecimiento importante.
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73
MATAN A UN DIABLITO
No se hace uno fácil a la idea de un diablito ultimado por acción homicida. La
imaginación se resiste a configurar la visión de un disfrazado, de pies a cabeza,
derrumbado, ensangrentado y muerto criminalmente, sobre el piso de cualquiera
edificación o calle.
Gobernantes y demás personalidades de la ciudad de Antioquia estaban
acostumbrados a que de los diablitos, sainetes, bundes, comparsas, o testamentos
de “Don Pericles Carnaval” les llegara crítica mordaz o burlesca. Ni de ellos, ni de sus
sirvientes, empleados o seguidores se esperaba una reacción violenta. Sin embargo:
el 28 de diciembre de 1825 un diablito tuvo la infortunada intervención de “cantarle”
(trovarle) al gobernador Coronel Gregorio María Urreta, en la casa de éste, una falta
militar no sancionada, y cometida en la lucha por la independencia. El gobernador
guardó silencio tolerante; pero un guardaespaldas suyo esgrimió un arma de fuego
y le disparó al diablito, matándolo en el acto.
Cartagenero y veterano de la independencia, con grado de Coronel efectivo, Gregorio
María Urreta era pequeño, feo, brusco e irascible; pero galante con las damas, y de
origen noble y rico, al decir del doctor Antonio Gómez Campillo. Como Gobernador
de la provincia de Antioquia debía residir en la ciudad de Antioquia, de acuerdo
con la Ley 11 del 11 de marzo de 1825; pero él tenía novia en Medellín, y esto lo
mantenía inconforme con la ciudad capital, a la que de suyo no parecía querer ni
pizca; y, aprovechando de ella su clima caluroso, y su aislamiento natural de muchas
poblaciones de la provincia, provocó y adelantó campaña con Medellín, Marinilla,
Rionegro y Santa Rosa, que aventajaban la capital, y todas a una pidieron que la
residencia del gobierno fuera en la villa de Medellín. Entonces las circunstancias
que rodearon la muerte violenta del “Diablito” implicaron otro factor en contra de
su estada en la ciudad. En consecuencia: el 26 de febrero de 1826 escribió a su
amigo el General Santander (Vicepresidente), solicitándole sus buenos oficios para
la traslación de la capital de la provincia: que la residencia del Gobierno se fijara en
la villa de Medellín, como en efecto ocurrió con la expedición de la Ley 18 de abril 26
de 1826, que en su artículo 3º. Dispuso:
“La provincia de Antioquia, en el departamento de Cundinamarca tendrá por capital
a la villa de Medellín”.
Las anteriores y otras consideraciones sirvieron a don Bernardo Martínez Villa para,
en sus propias palabras, escribir un artículo que tituló:
Por un “Diablito” y por el amor de una dama perdió Antioquia la Capitalidad.
Y Antonio Gómez Campillo escribió en “La Cibdad de Santafé de Antiochia”:
“Estas y otras cosas más alegaba el Gobernador a su antiguo jefe el Vicepresidente
General Santander en documento cuyo borrador conservo original, inducido por la
que había de ser compañera de sus días, que le había prometido unirse a él si no se
la llevaba para la ciudad de Antioquia! Cuando al prócer ya anciano le preguntaban
por qué había hecho trasladar la capital a Medellín, respondía sonriente, mostrando
descomunal colmillo que tánto lo afeaba: “Esas fueron cosas de Rosalía” (Repertorio
Histórico; Órgano de la Academia Antioqueña de Historia; Vol. 15; pág. 442).
Ella se llamaba Rosalía Saldarriaga Vélez.
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ARRESTAN A UN DIABLITO
En el periódico “El Santafereño”, pag. 16, quincena del 26 de septiembre al 15 de
octubre de 2009, Samuel Aguinaga Alcaraz escribió un artículo titulado: “Recuerdos
de Diablitos”, el cual remata así:
“Otro episodio para comentar es el siguiente: Para mí, el Diablito más viejo que aún
vive se llama Nino Urrego. Este, como cuando era joven sabía el arte de la sastrería;
por allá como en 1960 hizo un disfraz de militar, color verde oliva, con cachucha y la
máscara que era la cara de Fidel Castro, de moda en ese tiempo, debido a que había
triunfado en su revolución Cubana, con su larga barba y tabaco habano en la boca.
Fue tan impactante su figura, que una vez salió a la plaza marchando, y por ahí al
frente del restaurante de Gerardo Macías, dos policías lo cogieron y lo metieron a la
cárcel. Afortunadamente el Dr. Guillermo Tascón Villa se enteró de lo ocurrido, fue al
sitio de su detención, habló por el Diablito y pasado un buen rato lo soltaron. Pocas
ganas de disfrazarse le quedaron a Nino y no era para menos”.
Yo no conocía este incidente. Sin embargo: no me extraña. Guarda consonancia con
una época en la que el puritanismo se imponía sobre cualquier derecho. Capturar a
un Diablito porque con su disfraz representa a un revolucionario extranjero, pondría
hoy en ridículo al capturador, aparte de la sanción a la que probablemente se haría
merecedor por su acto arbitrario.
LOS DIABLITOS
Por Manuel Pombo
FIESTA POPULAR DE LA CIUDAD DE ANTIOQUIA
“Los Diablitos forman la principal diversión popular de los antioqueños. Desde el 28
de diciembre, los últimos días del año son para ellos de orgía y de locura; así es que
para alcanzarlos han hecho a veces jornadas increíbles y sacrificios costosísimos.
Cuando la buena o la mala suerte los ha llevado a tierra extranjera, por acomodados
y distraídos que en ella se encuentren, al llegar el 28 de diciembre se entristecen, y
dedican ese día en todas sus horas al recuerdo melancólico de su país, al preguntarse
a sí mismos: “¿Cómo estarán en Antioquia?”
Antiguamente reinaba en el día 28 y sus siguientes una absoluta democracia. El
pueblo se reunía en la plaza y aclamaba a todos sus mandatarios; las autoridades
constituídas se declaraban en receso, de tal manera que el gobernador hacía solemne
entrega del bastón, signo de su categoría, al que para tal destinaba el pueblo. En las
misas de pascua, ocupaban los funcionarios aclamados, los asientos de honor, y el
beso de la paz (que entonces era una ceremonia importantísima), se les daba a ellos.
Aquellos mandatarios, bien que fueran de fiesta, tomaban por lo serio sus encargos y
mantenían el orden, oían demandas, imponían castigos, y ejercían, en fin, todas las
funciones de los que subrogaban, teniendo sus actos entero valor. Tal es la fuerza
de la costumbre, que a nadie ocurrió prohibir esa suspensión de las leyes, y que sin
embargo de ella, los excesos eran raros y el alborozo popular no pasaba los límites
de lo honesto y permitido.
En esos días todos los antioqueños formaban una sola familia, todos se disfrazaban
para representar sainetes calcados sobre los acontecimientos del año, para bailar
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en todas las casas, para cantar canciones nuevas y atrevidos bundes, para correr
toros por las calles, y, en una palabra, para divertirse en una perfecta fusión y de
todos los modos posibles. Como naturalmente debía mortificarse en los sainetes a
algunas personas, se les tomaba previamente su venia, y casi nunca se vio que la
negaran, y el público se divertía a su cargo y en sus barbas, sin que ellos tuvieran
otro recurso que aguantar como estoicos. Pasados los días terribles el pueblo volvía
a sus ocupaciones ordinarias y todo marchaba con el acostumbrado arreglo.
Si se examina concienzudamente esta diversión antioqueña, no puede menos de
aprobarse; porque es muy justo dar al pueblo pobre y laborioso, tras de un año de
sudor y fatiga, unos días de descanso y júbilo; porque de la reunión de las clases
sociales nacen positivas ventajas morales y políticas: porque en esa clase de regocijos,
por el mero hecho de ser públicos y universales, no puede haber abusos, ni temerse
malas consecuencias, y sí hay todo esto cuando por carencia de pasatiempo amplio
y libre tienen los trabajadores que buscarlos en los garitos o en los entretenimientos
clandestinos; porque se estimula la economía y la buena conducta en todo el año,
supuesto que tienen los individuos que trabajar, y ganar y ahorrar para poder en los
días públicos gozar con todos y como todos; porque dejando al pueblo solazarse a
su sabor por algunos días, se satisface y descansa, y vuelve gustoso a sus faenas.
Además de estas razones, la crítica que en los mencionados sainetes se hace de
los sucesos del año es una sanción fuerte que impide o castiga las malas acciones:
Todos los pueblos, y en todas las épocas, han tenido periódicamente sus días de
desahogo y alegrías frenéticas; y sin ir muy lejos ni remontarnos a siglos pasados, los
carnavales báquicos y tormentosos de Italia y Francia nos lo demuestran.
En nuestra República, Bogotá tiene sus octavas y sus matachines; Neiva y el cauca
su San Juan; Popayán sus negritos; las provincias de la costa sus carnavales, y así
de las demás, casi sin excepción.
Pero coloquémonos en la ciudad de Antioquia el día 28 de diciembre de 1851.
Veamos Diablitos.
Empezóse por publicar un bando permitiéndolos por tres días, y poniendo algunas
restricciones.
Desde la víspera una gran concurrencia llena las calles: los huéspedes de diferentes
clases van tomando posesión de las casas de sus amigos, y por todas partes se
tropieza con sus sirvientes, sus cabalgaduras y equipajes. Las tiendas ostentan sus
telas escogidas, sus licores y colaciones más provocativos; muchas se improvisan
para esos días y muchas se injertan de fonda, botica y ropas. Esa noche ya se oyen
cantos moderados, los tiples y bandolas trinan modestamente, algún baile como de
ensayo bombonea a lo lejos, uno que otro pleitecillo y alguna corta aventura pasan
sin consecuencia en la oscuridad de la noche. Al fin amanece, y el esperado sol del
28 luce con toda su pompa tórrida en el cielo azul de la hija del Cauca y la arrullada
del Tonuzco.
Es un día de verano, diáfano y suavísimo. Todos madrugan, todos esperan, todos
están de fiesta. Una doble hilera de asientos de toda clase y edad, sillas, taburetes,
bancas, esteras ocupan las aceras de la larga línea de calles, desde la de la entrada
hasta la de la Glorieta; poco a poco las mujeres, vestidas con lo mejor de su avío y
el fruto de su trabajo y economía en todo el año, peinadas con lo más selecto de su
tocador, y estando en su conciencia lo mejor que les es posible, van tomado posesión
de sus respectivos asientos, y junto con ellas vienen sus pequeños hijos, orondos
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y huecos porque en ese día están estrenando. A las 10 de la mañana, todos los que
han venido a ver Diablitos están presentes y los esperan.
¿Qué invenciones saldrán hoy? --- ¡Hijo del diantre, que este año sí es que va a estar
la cosa caliente! --- Mi compadre Pedro sale de don Manuel, y ñuá Sinforiana de
doña Clara --- ¡Qué fea está aquella de peinetón! --- Ah lindo traje el que tiene la niña
Carmelita ¡Déjate de eso… Jesús! --- ¡Campo y anchura! --- Licencia, señores, etc.;
son las pláticas que se oyen entrecortadas y las voces que se mezclan y confunden.
¡Ahí viene un sainete! --- Realmente: una comparsa de hombres, todos con anteojos
verdes, enormes bigotes y pinturreados de colores vivos, llevando a guisa de capotillo
pañolones doblados a lo ancho, se entraron en medio del bullicio universal a una
casa. Allí en verso octosílabo y en redondillas declamaron un rato, se equivocaron
otro, pidieron el perdón de ordenanza al concluír, tomaron un corto trago, y se
marcharon a repetir en cien otras casas su composición y sus sudores. Tras de
este vino otro mejor; otro malísimo; otro sobre el justo medio en política, excelente;
otro de militares; otro de gallinas y zorros; otro de clérigos; otro de un baile que duró
mucho; otro de barbaridades; otro idem; otro de archi – barbaridades; otro de sal y
crítica, etc., hasta las siete de la noche.
Al mismo tiempo otros disfrazados con plumas en el sombrero a la española o escocesa
(y con anteojos por supuesto), preludiaban con gusto una guitarra y cantaban en
otras casas, en acordado trío, los siguientes versos de la bellísima “canción” del
señor Germán Gutiérrez Piñeres:
Tienen tu frente y tus mejillas cándidas
desvanecidas sombras del carmín,
y así contrastan tus miradas lánguidas
con tu limpio color de serafín.
Aquel que mira de tu linda boca
un leve movimiento, un sonreír,
por ti concibe la pasión más loca,
por ti en amores sentiráse hervir.
Guardan tus labios purpurinos, bellos,
cuanto en deleites envolvió el amor;
y excelsa gracia se percibe en ellos,
y de los cielos el fragante olor.
Otra sala daba amplio espacio para una fuga que tocaba un negro canudo, y bailaba
con entusiasmo una negra de iguales pormenores, disfrazada con una mochila en la
cara. El negro cantaba, entre otros, los siguientes versos:
Zambita, si a otro querés
desde ora sábete vos,
que así que me la pegués
también te la pego yo.
Tus dientes que cortan hilo
cortan también corazones,
y después querés coserlos
a surjete y a tirones.
Ay, ay, ay, Juana María,
tenés un encaderaje
más blandito y compasado
ay, que un colchón de plumaje.
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En otras partes otros disfrazados (se sobreentiende que con anteojos), decían en
falsete cuatro o seis chuscadas que habían repetido veinticinco veces en otras tantas
casas, y que tenían propósito firme de seguir gastándolas en las sucesivas. Por allá
unas mujeres querían ser hombres. Por acá unos chicuelos querían ser grandes. Los
sainetes, cantos y bailes iban acompañados de contorsiones y meneos, que aunque
quitaban parte de la gracia que se proponían hacer, creían sus autores que eran de
rigurosa retórica.
Las calles mientras tanto eran un totis de revultis; en todas había constante distracción,
de tal manera que las espectadoras hacían maldito el caso del sol vertical que las
tostaba. Bien que, debe advertirse en su justificación, muchos sainetes se terminaban
con bailes en los cuales tocaba su manita a las susodichas espectadoras. Los
muchachos por de contado que estaban en sus glorias, y las señoras y los hombres
graves, tenían el oficio de recibir y tributar aplausos a los que entraban a sus casas
sin intermisión con sus diferentes embajadas.
El día concluyó. La estrellada noche cobijó con su manto de sombras las lucubraciones
de los Diablitos. No ví un solo desorden; la moralidad (que Dios conserve), del
pueblo antioqueño, está a prueba de diversión y licor. Uno que otro baile de candil y
garrote fue sorprendido por el sol del 29.
Como el anterior, el día 29 fue hermosísimo. Las mismas espectadoras, en los
mismos asientos y en la misma viviente línea de las aceras. Los mismos curiosos
vagantes. Todas las casas abiertas. Toda la gente de buen humor.
Continuaron los sainetes. Ya un jesuita pidiendo limosna, jorobado, con una cruz
en la mano y un puñal en el seno. Ya un enfermo hidrópico de conserva, recetado
por un médico liberal en píldoras. Ora un par de enamorados que se desenamoran
por cuatro frescas que un viejo dice contra las mujeres. Ora un soldado que no es
soldado, y que queda de soldado sin serlo, y vuelve a no quedar y a no volver.
Siguen las canciones.
Continúan los bailes.
Los anteojos se adoptan con furor.
El licor se bebe y se suda prodigiosamente.
Anochece. En esta, como en la noche anterior, el pueblo no duerme: baila, canta,
camina y bebe.
La última aurora que ha de alumbrar a los Diablitos luce el 30. Día espléndido. Gente
incansable. Todo vuelve al lugar y oficio de los días anteriores.
Pero demos un paseo. ¡Santo Cielo! … ¡qué negra!, ¡esponjada como un globo, y con
las piernas flacas como las de un venado; parece una inmensa bomba descansando
sobre dos alambres mohosos! Vea usted, en esa estera, otra negra se sienta
descuidada, y a su lado retozan algunos chicos; parece una lámina del Instructor
representando una familia en el Congo. ¡Qué hombre tan largo!, ¡de este sí que diría
un politicastro, que domina la situación! Bonita muchacha; es aquí muy común tener
hermosa cabellera. Llamo a usted la atención sobre aquella poltrona del tiempo de los
patriarcas; sobre los arreos de aquel viejo que parece representando la peti – pieza de
“No más muchachos”. Vea, vea usted… un casacón monumental: talle en los lomos,
correa metálica y cordero pascual en el cuello, punta de diamante en los faldones…
Oiga usted esa conversación; esta gente es muy despierta. Crucemos por aquí, esta
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es la calle de las lindas. Esta señorita es rosada y bonita, tiene ojo vivo, y debe ser
inteligente. Aquella otra con sus ojos bajos está interesante. Esas hermanas son tan
afables como hermosas, y tienen de retaguardia algunos pesos. En aquella puerta
están sentadas otras: hermosa habrá sido la que actualmente sonríe con sus blancos
dientes; la que le sigue parece una cervatillo de ágil cuello y ojo chispeante; pero ¡oh!,
¡qué tipo tan romántico es el de la que la acompaña…! Parece una hermosa muestra
dibujada en sombras por Julián… Sigamos. Mujer gorda, y que a muchos parece
hermosa; tiene despejo y espiritualidad. Un matrimonio que se mima hoy como ahora
20 años en que se casaron. ¡Siempre bayonetas y soldados! Retirémonos.
Una canción se ejecutó esta tarde bastante bien, y alguno me dijo que era en recuerdo
del lucido y malogrado joven Pedro Londoño. La música era melancólica y la letra
la habían tomado, con ligeras variaciones, de los sáficos “A Sucre” del señor Manuel
María Madiedo; cantaron los siguientes:
De un pueblo de héroes inmortal renuevo,
noble corona de marciales triunfos.
¡Fuiste un meteoro de sublime gloria
raudo y hermoso!
Antioquia así te disfrutó un momento,
¡Bélico arcángel de precoz fortuna!
te fuiste al cielo, y le quedó a la Patria
sangre y dolores…
Así se admira en el oscuro polo
un breve rato la boreal aurora;
¡Y más que nunca con su ausencia vuelve
lóbrega noche!.
Digna de especial recomendación me pareció otra canción de despedida, sentimental
en la música y el verso.
Algunos jóvenes se medio disfrazaron, y bailaron con la señoras en las casas a
donde entraron; los antioqueños bailan bien, tratan con finura a sus parejas, y estas
desempeñan cumplidamente su encargo.
Todo va a concluír: los afanes de tantos días, los deseos, los ahorros de tanto tiempo,
todo llenó su objeto… y el tiempo voló. ¡Triste condición humana, que cuenta por
momentos rápidos el placer, y la amargura de la vida la tuvo antes y la encuentra
después del goce!... La noche cierra: los ánimos están gastados por 72 horas de
bacanal, y esta noche es menos bulliciosa que las anteriores.
Cada cual se emplea en acomodar los trajes de la pasada función, en madrugar y
hacer traer las bestias que los deben devolver a la paz y al trabajo doméstico.
¡Qué buenos han estado los Diablitos!... Economizar para los venideros, y hasta de
aquí a un año… ¡Adios!
Y ¡cuántos ignorados frutos habrán producido los Diablitos! ¡Amores, celos,
matrimonios, historias ignoradas, aventuras de grata recordación, pérdidas,
ganancias…! ¡Y sabe Dios cuál será el porvenir del pobre pueblo que se divierte!
Al día siguiente todo había concluído: los vestigios de las fiestas quedaban en
los rostros trasnochados, y en los bolsillos vacíos; la ciudad silenciosa y tranquila
esperaba sus once meses y veintiocho días de soledad y trabajo.
El pueblo antioqueño, escrupuloso en sus deberes, no tuvo una hora más de desahogo
de las que se le había permitido”.
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CÓMO SE DISFRAZABAN Y CUÁL ERA EL ITINERARIO DE
LOS DIABLITOS, SEGÚN MANUEL POMBO
Todavía en 1851 las fiestas en mención eran dirigidas por los aristócratas, los mandos
medios, los ricos y, en fin, la gente de bien, puesto que apenas desde el primero de
enero de 1852 se produjo la abolición absoluta de la esclavitud, según ley del 21 de
mayo de 1851.
Entonces su celebración duraba tres días, desde mediada la mañana hasta las siete
de la noche. Manuel Pombo no habla de Diablitos o Máscaras a caballo. Al parecer
no abundaban las máscaras. En los disfraces imperaban los anteojos, los bigotes
grandes postizos y los vestidos estrafalarios de alegres coloridos. Proliferaban los
sainetes, los cuales eran recibidos con aplausos de los moradores de las casas en
que ingresaban, bebían, cantaban y bailaban.
Había uno que otro Baile de garrote, también llamado de “candil”, y el trago iba
desde el vino importado hasta el guarapo, la “tapetusa” o “candela” y la chicha.
Los tambores, las chirimías y los conjuntos musicales de instrumentos de cuerda
animaban el ambiente y ponían a latir los corazones en compases de alegría,
cordialidad y amor.
En cuanto a los espectadores sentados (en su mayoría mujeres y niños), que a lado
y lado de la calle principal se acomodaban en esteras, sillas, taburetes y similares,
como bancas y banquetas, desde el barrio Santa Lucía hasta la Glorieta, conviene
aclarar: por aquella época se estilaban las esteras de tallo de iraca y los taburetes
de madera y cuero. Fundada en 1546 la Villa de Santa Fe, a orillas del río Tonusco
y cerca del río Cauca, desde 1573 se le incorporó la ciudad de Antioquia –de la
cual dependía--, fundada en 1541 en el Valle de Ebéjico, entre Buriticá y Peque,
y cuyo último asiento, antes de ocupar el de la Villa, fue la “Loma de La Fragua”,
ascendiendo hacia Buriticá y en frente de Sabanalarga. Para entonces ya comenzaba
a intensificarse la colonización del Valle de Aburrá, con Don Gaspar de Rodas a la
cabeza (1574); y muy probablemente la entrada de la ciudad del Tonusco, por el lado
oriental, se hacía por un camino que conducía al río Cauca, en el sitio denominado
“paso Real”, no lejos de la desembocadura del Tonusco. Significa que la entrada a
la ciudad era por el barrio “Santa Lucía”; sin embargo, el recorrido de los “Diablitos”
no debió ir más allá de tres o cuatro cuadras de la Plaza Mayor, hacia el oriente,
trayecto que en ese lado comprendía parte del centro y parte del dicho barrio. Que
por el occidente la diversión se extendiera hasta el sector “La Glorieta”, encuentra
explicación no sólo en la antigüedad del barrio “Buga” --- como la del de Santa Lucía
---, sino también que “Buga” siempre ha sido un barrio popular, bohemio, bailador
y fiestero. Un poco más allá, en un paraje solitario y sin casas; pero con alguna
vegetación (hasta mediados del siglo XX), se localiza un semicírculo de cal y canto,
buen tamaño y poca altura; en él distribuídas varias pilastras. Es la Glorieta, mandada
a construír por el Oidor Gobernador Juan Antonio Mon y Velarde en las postrimerías
de la colonia (1787), como alameda o sitio público de recreo, expansiones sanas,
tertulias, paseos y regocijos de los Señores o principales de la ciudad.
No por sabida debe pasarse por alto la vieja costumbre, que aún tiene vestigios, de
sentarse en los andenes de las casas sus respectivos moradores, utilizando, por lo
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común, taburetes de madera y cuero que recostaban en el muro frontal, durante las
primeras horas de la noche, a recibir el sereno y a charlar. A menudo no eran solamente
los familiares, sino que se formaban grupos de vecinos en los citados andenes,
dando lugar a animadas tertulias de conocimiento, intercomunicación e integración.
Las parejas de novios y las que se hallaban en vía de serlo, distanciábanse un poco
del grupo.
En cuanto al término máximo de tres días de fiesta, se reitera en la Ley 280 de 10
de septiembre de 1875, adicional y reformatoria de las de Policía, expedida por la
Legislatura del estado Soberano de Antioquia. En su artículo 6º dispone:
“No se podrán celebrar fiestas ó regocijos públicos en un mismo distrito por más de
una vez en cada año y ninguno podrá durar más de tres días consecutivos”.
La excepción la trae el artículo 7º :
“No obstante lo dispuesto en el artículo anterior, el día 20 de julio de cada año,
aniversario de la independencia nacional, se considerará de fiesta y puede celebrarse
con regocijos públicos en todos los pueblos del Estado”
(Estado Soberano de Antioquia; BOLETÍN OFICIAL; órgano del gobierno; Diario de
la Mañana; Año XII; Medellín, lunes 13 de septiembre de 1875; Número 850)
PUBLICACIÓN DEL PERMISO PARA EL
DESFILE DE DIABLITOS
El desfile o diversión de los diablitos se anunciaba por bando:
En alguna de las esquinas de la plaza mayor, en el altozano del templo principal, y
a veces en las esquinas más cercanas de la dicha plaza, por lo regular un día de
concurso público y a la salida de misa, un hombre tocaba duro y prolongadamente
un tambor, llamando la atención de la gente. Luego leía, en voz alta, clara y pausada,
la autorización de los “Diablitos”, proferida por el Alcalde o Jefe Político Municipal. A la
sazón esta era la forma de publicar los actos y decisiones oficiales que lo requerían.
Por bando, es decir: “A son de caja y voz de pregonero”.
El Albazo de San Andrés (madrugada del 30 de noviembre) no era sustituído por el
bando. Este anunciaba el permiso para la diversión de “Los Diablitos” o disfrazados;
aquel, las fiestas decembrinas en general.
En los “papeles” del historiador Bernardo Martínez Villa encontré la copia de un
permiso para la celebración de “Los Diablitos” en 1830. Aquí lo transcribo:
“Manuel del Corral Jefe Político Municipal y de Policía del Cantón de Antioquia por
la suprema Autoridad de la República etc.
Siendo de antigua costumbre la diversión de mascaras con que se celebra la fiesta
de los Santos Ygnocentes el dia de mañana, y debiendo este jusgado precaber todo
desorden contrario a la buena moral, he venido en decretar y decreto.
1º.- Se permite la diversión de mascaras el dia de mañana, procurando todos los
vecinos evitar cada uno por su parte el que hayga desordenes.
2º.- Según el buen manejo que se observe el primer dia, se permitira que continue
la diversión el segundo.
3º.- para evitar las peleas y cualquiera otro exceso contrario al buen orden, habra
patrullas por las calles al mando de los Alcaldes parroquiales y comisarios de policia,
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sin perjuicio del celo y cuidado en que deben de estar los jusgados, M.M. y el Gefe
politico.
4º.- No se permitirá de ningun modo que ningún individuo ande armado con ninguna
clase de arma, ni con garrote, y al que se le encuentre se le quitará y se pondrá en la
carcel donde sufrirá un arresto de tres dias.
Dado en la ciudad de Antioquia a 27 de diciembre de 1830
Manuel Corral
Evaristo Toro
Srio.
Bien se aprecia que para la época del permiso transcrito no estaban rigurosamente
prefijados los días de “Diablitos”, salvo el 28 de diciembre, que era el día clásico. Del
buen comportamiento en este día dependía que los “Diablitos” continuaran el día
siguiente, y podían ser más días, a juicio del Jefe de Policía y del interés manifiesto
de los organizadores.
En el mismo permiso se prohibe el porte de armas en general y se hace mención
específica del “garrote”. Tal una de las causas de que en nuestros bailes “de garrote”
no acontecieran esas riñas generalizadas, sin luz y a garrotazos, que tanto sucedían
en los de otras poblaciones.
MUJERES DISFRAZADAS
En tiempos coloniales no hubo “Diablitas” en las fiestas de diciembre. Hubiese
sido una noticia que no escaparía a la pluma de ningún cronista o historiador. Por
supuesto, que no se descarta su presencia disfrazada en las fiestas privadas (Bailes
de máscara). A partir de la independencia, el asunto debió sufrir un cambio radical,
pues, aunque los “Diablitos” continuaron siendo los hombres de bien y quienes
con ellos se relacionaran, las clases populares fueron haciendo suyas las fiestas en
cuestión; pero, eso sí: acogiendo a todos los que quisieran, sin discriminación de
sexo o condición social. Entonces se redujo, casi hasta desaparecer, la participación
activa de la clase alta. Por clase, vergüenza, dignidad, o por la negra honrilla, las
mujeres se abstenían de participar. Las excepciones seguramente indujeron al
Jefe Político Municipal a prohibir el disfraz en ellas.
“Rafael de Uruburu Jefe Politico Municipal del canton de Antioquia
Teniendo en consideración la antigua costumbre de la divercion de mascaras en los
dias 28 y 29 del presente mes, he venido en permitirla en los dos dias mencionados
bajo las prohibiciones siguientes
1º. Se prohibe el disfraz en las mujeres por ser esto contra el buen orden y honestidad
2º. Los que anduviesen por las calles ebrios de licor perturbando la diversión y
molestando los ciudadanos, seran conducidos a la carcel por seis dias, y si se notasen
otras faltas mayores seran castigadas conforme a las leyes
3º. … se encarga a todos el buen orden, y a los Jueces Municipales, Parroquiales y
Comisarios la ejecucion de este decreto. Dado en Antioquia a 21de diciembre de
1833.
Rafael Uruburu (Fdo.)
Evaristo Toro
Srio (Fdo)”
(Archivo de la Ciudad de Antioquia).
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Para entender tamaña discriminación, ya en tiempos de la república, habría qué
saber primero lo que entonces se entendía por “buen orden” y “honestidad”, como
para que se resintieran con el sólo hecho de que alguna mujer se disfrazara.
Probablemente la prohibición en cita se hacía año tras año en el decreto de
permisión de la diversión de máscaras. En 1836 se efectuó en términos escuetos,
según Decreto que en el archivo Municipal de la Ciudad de Antioquia -- caja 2,
carpeta 3 – halló su directora Edith Johann Nanclares Carvajal, y fue publicado en el
periódico “El Santafereño”, semana del 10 al 17 de diciembre de 2.009:
“Toribio Arrubla, Jefe Político del Cantón de Antioquia por la autoridad de la República,
siendo una costumbre en esta ciudad la diversión de disfraces y máscaras en los días
28 y 29 del presente y deseando evitar los desordenes que pueden cometerse en
ellas, y que no se abuse de la libertad que se concede para dichas diversiones.
DECRETA
Art. 1- Se permite como ha sido costumbre en esta ciudad la diversión de máscaras
y disfraces públicos en los referidos días 28 y 29 del corriente, excepto las mujeres
que no pueden usar de ellos.
Art. 2- Se prohíbe representar piezas o composiciones en que se ataque a las
autoridades de cualquier modo que sea, en que se falte al respeto a las corporaciones
o ridiculicen o insulten a los particulares.
Art. 3 - Todos los que faltasen al artículo anterior pagaran una multa de 28 pesos,
quedando sujetos además al juicio que contra ellos pueda establecerse.
Art. 4 - Toda persona que se halle ebria por las calles dando escándalo, provocando
pendencias o faltando al orden, será recluída en prisión por vía de castigo correccional
por tres días.
Art. 5 – Los comisarios de Policía se presentarán en la Jefatura en los días 28 y 29
para hacerles la designación del barrio en la que deben de citar el orden por lo cual
se les explicará en un número suficiente.
Art. 6 - Los Jueces parroquiales cuidarán por su parte el cumplimiento del presente
bando, velarán para que los comisarios de Policía cumplan con lo que por la jefatura
se le previene. Quien faltare a alguna de las disposiciones aquí hechas, pagará multa
de ocho a diez pesos.
Art. 7 - Se prohíbe andar a caballo por las calles desde las diez de la mañana así
sea con disfraces o sin ellos en los dos días que se han indicado; esta prohibición
solo se entiende cuando es con el objeto de pasear la ciudad y no de los que tengan
que salir de ella.
Art. 8 – Quedan francas las calles en los días 28 y 29 para toda clase de diversiones
cuidándose el orden todas ellas, para lo cual las autoridades velaran a fin de que no
se altere en nada, castigando a los que contravinieren en lo que se previene en este
artículo.
Publíquese este bando en los lugares acostumbrados para que lleguen a noticia de
todosDado en Antioquia a 26 de diciembre de 1836”.
Fuera de que se le prohibía a las mujeres la participación activa en las diversiones
de máscaras y disfraces, el Decreto contiene otras disposiciones interesantes para
el mejor conocimiento de las fiestas:
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Nada de faltarle al respeto a nadie. Aquello de piezas o composiciones contra
cualquiera autoridad o corporación se sancionaba con veintiocho pesos, además de
un posible juicio. Y así mismo se reprimía a los que ridiculizaran o insultaran
a los particulares. Se había obtenido la libertad en relación con España; pero
en tratándose de fiestas decembrinas de plaza eran más lazos y transigentes
los opresores que los libertadores. No más ridiculizar a los empleados públicos,
por parte de sustitutos transitorios que grotescamente se vestían como ellos y los
reemplazaban hasta en el templo de la Ermita de los Mártires, participando -igual
que ellos- en la celebración de la misa que precedía al inicio de la fiesta. No más
sainetes críticos, y no más bundes censores. Se les proscribía. Pero esto duró poco.
El Decreto en referencia clarifica lo relacionado con los diablitos a pie únicamente.
Prohibe que en días de máscaras se ande (pasee) a caballo por la ciudad a partir de
las diez de la mañana. Valga recordar que en absoluto José María Martínez Pardo
refirió la presencia de diablitos a caballo, ni para el último tercio del siglo XVIII, ni
para el siglo XIX hasta la fecha de su escrito (1870). Igual los desconoció Manuel
Pombo en 1851. Sea resaltar que éste sí vio a mujeres disfrazadas de hombre, y
niños disfrazados de adulto. Percibió que en los sainetes se mortificaba a algunas
personas (previa la “venia”, según aclara). Y se percató que los mandatarios eran
relevados transitoriamente.
Fue en los últimos años del siglo XIX o en los primeros del XX cuando los Diablitos a
caballo ingresaron formalmente en la historia de las fiestas de diciembre en la ciudad
de Antioquia.
Y, en cuanto a las mujeres disfrazadas: hoy por hoy, y desde hace muchos años,
las mujeres que han querido disfrazarse lo han hecho sin el estorbo de la autoridad
civil. Así, de mediados del siglo XX e incluso de antes se traen de ejemplo: Sayo
Arboleda, Conchita Mena (Ticinco), Mercedes Carvajal e Isabel Brand (La Puñaleta),
bailarinas reconocidas, quienes al lado de Pepa Godoy, Pepa González, Berta
Gómez, Teresa Cruz (Mi Vida), Mira Agudelo, Alicia Serna, Rosa Usquiano y otras,
llenaron de alegría las diferentes salas de baile.
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UNAS COPLAS DE
AQUELLOS
DICIEMBRES DE EVOCACIÓN
En varios números de la “Crónica Municipal” Don Juan Pablo del Corral P. publicó
recuerdos decembrinos de 1936 a 1982, que con el título de: “Evocando el Ayer”
recogen informaciones destacables. Afirma que en aquellos tiempos la cabalgata
y comparsas de los “Diablitos”, los 28 de diciembre, comenzaban a las 8 a.m. y
terminaban a las 10 p.m.. Luego trae a la memoria coplas de las que se cantaban
los 31 de diciembre a las 12 de la noche.
En 1936, con música de la “Cucaracha”:
Los Carnavales, los Carnavales
ya se van a terminar
bebamos trago, bebamos trago
y vamos a parrandiar.
el señor Martín Velásquez
que andaba en la caravana
a su abuela le decía
yo me excedí mamá Ana.
el amigo Nicolás
que estaba alegre en la Ola
con mucha severidad,
lo regañó su pipiola.
En 1938, con música de “Tú ya no soplas”:
Como ya estamos a 31 de diciembre
y está difunto don Pericles Carnaval
enguayabados sin cinco en el bolsillo
ya no podemos casi soplar.
Miguel Martínez, que andaba en la
caravana
en el caballo del amigo don Foción
con un gran choque no le quedaron ganas
de seguir con Kico dándole ron.
A Lezcano (Martín el amigo de Juan Ma.)
tumbó de un solo golpe
estaba rascao, pobre Miguel
pero, es muy raro, porque su hermana
dice
que a duras penas calma la sed.
El 24 muy orondo y muy pinchao
el Mono Cuarta (Horacio Londoño)
no quería parrandear
pero Pulecio ( Gerardo Pardo) que estaba
tan rascao
en camioneta lo hizo montar.
Don Arturo pensó ir a Guasabra
el 24 lo más formal
pero Vitopar que es corto de palabra
con un gran cuento lo hizo quedar.
Ese Guillermo que vino de Segovia
llegó estrenando caminado de doctor
y onde Pellito en busca de una novia
una manteca se levantó.
En 1939, con música de “Échele cinco al
piano”:
1939 acaba ahora de fallecer
llega el 40 qué bien señores
un nuevo año que se va a hacer.
El “mister” la sotana a la calle tiró
y en su rasca decía ah bueno que es el
ron
que no crean en casa de cura me voy
pues en la parrandita murió mi vocación.
Ay por Dios este año se acabó
Carnaval, muy pronto se murió
oigan ya las campanas doblar
y le echamos al trago para no ir a llorar.
El amigo Guillermo
este año abandonó
la tradicional juerga
aquí en la navidad,
pues resolvió casarse
con un ángel de amor
que en esta noche buena
le trajo el niño Dios.
Pulecio (Gerardo Pardo) la camisa todita
la rompió
en una jala madre el cuerpo se rayó
y don Miguel Martínez que tanto parrandió
en este infeliz año a ninguno tumbó
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y casi se nos queda entre el tintero
un elemento muy bueno pa parrandear
se trata de amigos de un anticonservero
Martín Londoño Ortiz del Corral.
Abelardo lloraba de la rasca
en una estera con don Gardel
(Germán Patín)
quien le cantaba las últimas canciones
que del parnaso pudo aprender.
En 1940:
Las del año 40 “El pobre Carnaval”:
Carnaval ya peló el ojo,
hay que enterrar, que enterrar ese patojo,
llamen al cojo (Ramón Arrubla)
y que lo vaya con Quico a enterrar.
En 1946, con música de “Jalisco”:
El gran Antonio Londoño,
en rasca de trascendencia
no fue a almorzar ni comió
y al regresar ya muy tarde
imploró a Nelly un “amparo”
para ese guayabo en flor.
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Las coplas que preceden las escribió
don Oscar Velásquez P..
“El pecoso Mono Humberto es: Humberto
Luján.
Pulecio es: Gerardo Pardo.
El Míster: Carlos Herrera”.
(Crónica de marzo de 1984).
En 1943, con música de “Jalisco no te
rajes”:
El 43 se acaba
y nos deja un saldo bueno
de guayabo y pelazón
pues con tanta parrandeada
el gañote y el bolsillo
se resisten con ardor.
DON PERICLES CARNAVAL
Por lo común la diversión de máscaras se realizaba durante tres días sucesivos: 28,
29 y 30 de diciembre, quedando el 31 para los festejos de “Año Nuevo”, día en el que
no se descartaba la presencia de “Diablitos”, incluso hasta para llorar la muerte de
“Don Pericles Carnaval”, personaje representativo del año que termina.
“Don Pericles” era (es) un muñeco grande, hecho de trapo repujado dentro de la
vestimenta, donde se depositaba gran cantidad de pólvora (cohetes o voladores,
tacos, papeletas, etc).
Siempre se ha supuesto que “Don Pericles Carnaval” es casado, razón por la cual
cada año no falta “La Viuda”: el hombre que, maquillado y vestido de mujer, llega a
echarse sobre él y a abrazarlo, mientras llora a gritos su dolor y se lamenta de la
terrible soledad en que el difunto la deja. Rememora sus bondades como hombre y
marido, y … “Mujer no llores, y ella emperrada”, ¡Pobre viuda!. Ah bueno para esto
que era Don Samuel Enrique Aguinaga Alcaraz, el hombre que desde hace no pocos
años se ha echado a cuestas, con meritorio acierto, la organización y dirección de
los “Diablitos”.
A las doce de la noche del 31 de diciembre de cada año, previa la lectura audible de
su testamento, se quemaban en la plaza principal (A veces en el sector “La Glorieta)
los despojos mortales de “Don Pericles Carnaval”, en medio de gritos, lamentos,
carreras y el ruido atronador de la pólvora que contenían los antedichos despojos.
En la Crónica Municipal del 28 de diciembre de 1982 Don Bernardo Martínez Villa
publicó uno de los testamentos de Don Pericles, el cual le fue puesto en conocimiento
por don Hernando Patín:
Yo Carnaval Arroyave
Tangarife y mequetrefe,
vecino de esta ciudad,
casado, mayor de edad,
y de religión hereje.
Declaro sin juramento
y de manera formal
que mi juicio no es cabal
al hacer mi testamento.
Y serán mis albaceas
Bernardo, Enrique y Martín,
y el señor don Luis Patín
con los amigos Caneas.
Hago especial donación
de todo el martirologio
a Pablo, Humberto y Eulogio
con amable distinción.
De mis preciados bienes
que son las piscas sin cola,
que poseo en la pianola
de don Antonio Jiménez:
Dejo a mi amigo Arturito
a Angelina la monita,
con la sola condición
de darle una palomita
al amigo Heliodorito.
Qué duro olvido sería
morirme con esa pena,
a don Rafael María
le dejo a Conchita Mena.
Mi camaleona querida,
la que tanto reverencio,
se la dejo a don Laurencio
pa que él alegre la vida.
Y pongo punto final
porque ya pronto me muero,
lloren con amor sincero
al difunto Carnaval.
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“LA DANZA DE LOS APODOS”
Así tituló don Bernardo Martínez Villa un escrito suyo sobre los apodos en Santa
Fe de Antioquia, en el que resalta las coplas que en los diciembres se cantaban
en danzas, bundes y sainetes, con acompañamiento de instrumentos de cuerda y
de percusión. Muchas se dedicaban a los hechos sobresalientes; pero otras, “de
sabor picante, la mayoría de las veces eran intencionadas con el agridulce sabor de
ridiculizar a personajes de la época”. Luego centra su atención en unas, referidas a
los apodos, cuya autoría corresponde a don Antonio Del Corral, y en un diciembre
lejano se cantaron desde la Glorieta hasta la plaza mayor en el desfile de Carnaval.
Ellas son:
Encabezará “Cristico”
con “Caruso” y “Mojojoy”,
y detrás irán “Güevito”
“Changarela” y Mameloy”.
El “Pato nadando en seco”
con “La Fruta” y “Baratillo”,
cantando con el “Bebeco”
la canción del “Pajarillo”.
“Malpago”, “Muncio” y “Canea”
con “Lanza” y con “Bolombolo”.
Seguirán con la “Hicotea”,
“La Sapa” y el “Pingorolo”.
Si llegare a un hotel
donde halle un “Bello país”
se tomarán un coctel
y encima un trago de anís.
“Carrasca” irá con “Pellito”
y con la “Vaca” el “ternero”,
con “Callao” irá “Gallito”
y el “Gallo” viejo primero.
Cuando todos en “La Pista”
estén en fila ordenada
“Calderín” hará una “Vista”
de toda la “Mascarada”.
Con “Quijadas” y “Breón”,
con el “Niño” y “Sabrosito”.
con “Cascajo” y “Camaleón”
irán “Juma” y “Jarabito”.
Y si acaso alguna “Dama”
No va por falta de apodo,
con “Guagüita” en dulce rama
podrá encontrar “Acomodo”.
La “Luncha” irá con “Moley”
y con el “Chivo”, “Tavita”
y con “Caquica” irá “El Buey”
llevando la “Señorita”.
Juremos bebiendo todos
que mientras el sol alumbre
lo mismo a rojos que a godos,
acabar con la costumbre
infame de los apodos.
La “Macaca” en el “Molino”
montada en palo de escoba,
les bailará el “Torbellino”
hasta que se vuelva “Boba”.
(Crónica Municipal, 30 de noviembre de
1981)
En llegando a la Glorieta
el “Búlico” tocará el pito
y saldrán con “La Trompeta”
“Cambembo” y el “Fosforito”.
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Con el título de: “Los apodos de otras épocas se conservan en coplas antiguas”,
las mismas coplas fueron publicadas en el diario “El Colombiano”, jueves 22 de
diciembre de 1960, página a cargo de Carlos E. Serna, “Sucesos y problemas de los
municipios de Antioquia”, aunque esta fue preparada por Pedro Tascón Martínez y
Alberto Velásquez Martínez. El artículo no informa el nombre del autor de las coplas,
y dice:
“Versos como estos eran cantados al terminar los carnavales en el lúgubre desfile
que se iniciaba en la Glorieta y recorría las principales calles hasta desembocar a la
plaza principal”.
OTRAS COPLAS
En la página precitada del diario “El Colombiano” hay un artículo titulado: “La fiesta
de “Los Diablitos” revive su especial esplendor”. Noticia que la fiesta de los diablitos
comienza el 28 de diciembre con la caravana de disfraces, y agrega que el 29, 30
y 31 “las danzas y sainetes, bundes y candangas se apoderan por completo de la
ciudad”. Luego se refiere a las trovas, y recuerda varias de las que se cantan los 28,
con acompañamiento de tiples, bandolas y otros instrumentos:
Por las playas sale el sol,
por los carucos la luna.
El hombre que no es casado
con agua se desayuna.
La mujer que quiere a tres,
y con su marido cuatro,
tiene la vida de un perro
y la conciencia de un gato.
Eche trovas, compañero,
que trovas no han de faltar;
yo tengo una troja llena
y un costal por desatar
Por la calle andan diciendo
que yo me muero por vos,
cara de alpargate viejo,
por tan bonita que sos.
Yo canto porque cantando
divierto un mal de los míos.
Cuando estoy a solas lloro
y en conversación me río.
Cuando bebo estoy alegre,
cuando no estoy en mi juicio.
De qué santo me valiera
que me quitara este vicio?
El que trovare conmigo
tiene que trovar de afán,
porque yo aprendí a trovar
con el diente del caimán.
Cante, cante, compañero
y si no, no se alborote
porque le doy a güeler
los polvos de mi capote.
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LAS TROVAS DE LA NEGRA CARMEN
LORA
Probablemente vino al mundo en la segunda mitad del siglo diecinueve. Unos dicen
que nació en el sector “La Barranca”, y hay quienes aseguran que su natalicio fue
en la vereda “Obregón”. Sea lo que hubiese sido: “Carmen Lora era de la ciudad de
Antioquia y anduvo mucho Cauca arriba y Cauca abajo” (El Cancionero de Antioquia;
Ediciones Autores Antioqueños, Volumen 87, Antonio José Restrepo – Ñito; pág.
246).
No se conoce de ella ninguna descripción física; pero se sabe que era una negra
garbosa, sensual, bebedora, bailarina, trovadora y fiestera. Mientras pudo, nunca
faltó a las fiestas de diciembre en la ciudad de Antioquia.
De la citada obra de Antonio José Restrepo, Págs. 245 y 246, tomo las siguientes
trovas:
Carmen Lora no se casa,
me lo tiene prometido,
pues la noche que se case
se la pega a su marido.
Cuando vino Carmen Lora
al puerto de l’Herradura,
bajó gente de los Pobres
a gozar de su hermosura.
Donde canta Carmen Lora
no puede cantar ninguno,
porque Carmen Lora canta
con la boca y con el c…odo.
De Bernardo Martínez Villa (Crónica Municipal; 30 de septiembre de 1978), estas
otras:
Trove trove compañero
con la negra Carmen Lora,
que si usté de frutas come
yo le doy dulce de mora.
Los ojos de Carmen Lora,
los de Francisca Quintana,
esos ojos encendidos
me tienen ardiendo el alma.
Trove también Carmen Lora
como canta el ruiseñor,
que si usté es dulce de mora
yo soy el gran picaflor.
Y en la “Crónica Municipal” del 31 de enero de 1983 citó una seguidilla y un romance
dedicados a la Negra Carmen Lora, sabe Dios por quién.
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94
La seguidilla:
Por las aguas del Cauca
se ve subir,
una negra picante
que hace sufrir.
Por las aguas del Cauca
se ve bajar,
una negra arrogante
que se hace amar.
En la barqueta viene
la Carmen Lora,
unas veces cantando
otras que llora.
Cuando la negra llega
al Paso Real
todos allí la quieren
para bailar.
El romance:
Carmen Lora la morena
Que vive en el paso real,
Esa es la zamba sabrosa
Esa es la zamba formal;
Esa es la zamba que pone
Los hombres a adivinar,
Los frailes a comer yerba,
Los burros a predicar,
los viejos a andar la calle
y los mozos a rezar;
los negros en la tarima,
los blancos a cocinar,
los pobres a botar cabos
y los ricos a pañar;
los perros a poner güevos,
las gallinas a ladrar,
los gatos a cortar leña
los ratones a cargar,
el gurre a tocar guabina
y el conejo a acompañar.
Yo soy el que me paseo
Por el filo de un puñal.
Ah sabroso que sí tocan
Bambucos, vueltas y vals
Pa que baile la morena
Con el guapo del lugar.
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VILLANCICOS PROPIOS
Con el título de: “De generación en generación transcurren los Villancicos”, en la
predicha página de “El Colombiano” también se lee un artículo sobre los villancicos,
el cual se transcribe:
“Santa Fe de Antioquia tiene sus villancicos propios. Estos se cantan con
castañuelas, tiples, triángulos, platinos, etc., los diciembres en las casas alrededor
de los tradicionales pesebres, q’en recuerdo de tan fausto acontecimiento se erigen
anualmente. En la noche del 24 resuenan en la Catedral Basílica, cantados por
coros, cuyas voces hacen estremecer a los jóvenes y les crean nudos en la garganta
a los abuelos. Estos villancicos son patrimonio del pueblo antioqueño, tan festivo y
litúrgico, y transcurren de generación en generación. La letra de ellos es como sigue:
Los Ángeles santos
del cielo bajaron
y alegres cantaron
un himno al Señor.
Vamos a verle
para adorarle;
llevemos liras
para cantarle.
Los ángeles dicen
que en Belén dichoso
está el niño hermoso,
el Dios Salvador.
Vamos cantando,
Vamos danzando,
Que ya al pesebre
Vamos llegando
Ya se cumplieron
las profecías.
Vino el Mesías
que predijeron
Bello es cual la aurora,
Fresco es cual las flores
Y lindos colores
Alumbran su faz.
y que esperaron
los padres santos
con amor tierno
y anhelos tantos.
Los ángeles cantan
cercando su cuna
y alaba la luna
al Dios de la Paz.
Decidnos, pastores,
si es bello el infante,
si brilla radiante
de luz celestial;
Padres dichosos
del Dios infante,
feliz instante
tiempos gozosos.
si lleva en sus sienes
la regia corona,
si el cielo pregona
su gloria inmortal.
Murió la culpa,
Cesó la pena,
Nació Jesús.
Ya es noche buena.
Sin el último cuarteto, este Villancico también fue publicado por Don Arsenio Molina
en la “Crónica Municipal” de Antioquia el 30 de noviembre de 1984, titulado “Los
Ángeles Santos”. Don Arsenio anotó que la letra del villancico fue inspiración del
Padre Francisco Luis Toro Correa en 1904, y la música se la puso el Padre Andrés
Adolfo Macé (Eudista Francés).
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A SANTA FE DE ANTIOQUIA
Santafé de Antioquia, tierra querida
ciudad histórica y colonial,
que de turismo vive invadida
y a todos brinda hospitalidad.
Te simboliza la clavellina
y tu hidalguía retrata en flor,
y el señor de aquella raza
sirvió de orgullo a su fundador.
El río Tonusco pasa cantando,
tu independencia y tranquilidad
y llega al Cauca a purificarlo
con la nobleza de su ciudad.
Y allá en sus playas la batatilla
florece al ritmo de su caudal
y los sinsontes cantan alegres
a su terruño, un himno de paz.
En grandes fiestas de los diablitos
que allí celebran en navidad,
estallan bombas, suenan los pitos
y es todo amor y cordialidad
Se lidiarán bravos ejemplares,
la corraleja no habrá de faltar;
suenan clarines, suenan timbales
y too…ec mundo se echa a torear.
Es cuna de la Raza, Ciudad Madre
la que con sello tradicional
te está invitando y sus puertas te abre
en los albores del carnaval.
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Estos versos, inspirados en la ciudad de Antioquia y su fiesta de “Los Diablitos”, los
escribió el gran músico y maestro de músicos Don Horacio Cruz (Padre), y fueron
publicados en la “Crónica Municipal” de Antioquia el 22 de diciembre de 1977. Aquello
de “too … ec mundo”, entiendo que es “todo el mundo”.
Y en un artículo publicado en el periódico local “El Santafereño”, quincena del 15 al
31 de diciembre de 2.007, aunque con mucha antelación lo escribió Don Samuel de
J. Cano, los danzarines “Diablitos”, cita a Don Martín Velásquez pardo:
“Nosotros somos los Diablitos
del 28 de diciembre
que andamos a caballo
calle arriba y en pendiente.
Y bailamos en el barrio de Buga
Y también en Santa Lucía,
Vamos contentos cantando,
Todos llenos de alegría”.
Y en el Palacio Episcopal los “Diablitos” cantaron:
“Que viva Cristóbal
con su Señoría
que trajo la Diócesis
que no se creía.
Se refirieron al Obispo monseñor Francisco Cristóbal Toro.
En la misma crónica Don Samuel dijo que se les llama “Diablitos” porque en las
comparsas eran notorios los disfrazados de Diablos. No cita la fuente. Poco probable
parece la tal aseveración, puesto que hasta 1851 (Crónica de Don Manuel Pombo)
en absoluto se tiene información de que abundaran los disfrazados de “Diablos”,
y ya se les llamaba “Diablitos”. Por lo que toca con el siglo siguiente (siglo XX) la
inobjetable máscara por excelencia fue la de “Señorita”, con un bien diseñado
“capirote”, y un vestido de bombacho, capa, camisa o camiseta, guantes, medias
veladas y “cotizas”.
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ALGO MÁS SOBRE LOS DIABLITOS DEL
SIGLO XX Y LOS DE AHORA
(DIABLITOS A CABALLO)
Durante casi todo el siglo XX, principalmente en su segunda mitad, y lo que va
transcurrido del XXI, en el disfraz de los “Diablitos” ha sido invariable el uso de
la máscara de papel o cartón, el capirote, la capa, la camisa y los bombachos, con
algunas salvedades, como cuando se trata de representar a un animal, a la muerte
o al diablo; pero el “Diablito” clásico es el que se ajusta al vestuario o disfraz
indicado. Cabe agregar que el organizador o los organizadores le asignan a cada
Diablito un ficho con un número que es el que le corresponde para la identificación,
según el orden sucesivo de los inscritos.
Asimismo, en el período en cuestión los 28 de diciembre se han destinado para los
Diablitos a caballo, por lo que sólo concurren los propietarios de equinos y los que
a cualquier título pueden disponer de alguno. No ha habido discriminación de sexo,
raza o condición social. La selección radica en la disponibilidad de la cabalgadura.
En su tiempo se destacaron: Alfredo Pardo, Alfonso Pardo, Toño Leal, Pedro Leal y
Germán Herrón, entre otros. De Diablitas a caballo, no tengo noticia cierta. Parece
que sí hubo algunas.
Recorrían la zona urbana de la ciudad, de tienda en tienda ingiriendo licor,
emitiendo gritos festivos, procurando asustar a las mujeres y a los niños, y bailando
cuando las circunstancias se prestaban para ello. En una bolsa de trapo, mediana
y vistosa, portaban harina, ceniza y papel recortado (aleluya) para arrojarle a los
espectadores.
Los que entraban a un local o a una casa de habitación dejaban las bestias al
cuidado de hombres, regularmente jóvenes o niños, que andaban tras ellos con el
objeto de ganar algún dinero por la prestación de este servicio. Lo malo era que
el “Diablito” se ausentaba con la promesa de retornar pronto, y en la mayoría de las
veces demoraba hasta el cansancio de quien lo esperaba, lo cual originó un dicho:
“Dejar cuidando el caballo”, aplicable a las personas que, bajo la promesa de volver
pronto, dejan a alguien esperando largo rato.
Estos disfrazados salían por la tarde, sin perjuicio de que lo hicieran desde el
mediodía, la mañana o la madrugada. A menudo eran acompañados por amigos:
hombres y mujeres no disfrazados, que en sendas cabalgaduras participaban
intensamente del jolgorio.
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100
(DIABLITOS A PIE)
Desde el siglo XX, quizás desde los últimos años del XIX, los días siguientes al 28 de
diciembre desfilaban los Diablitos a pie. Cuando más, se extendían hasta el 31. Con
antelación al predicho ciclo desfilaban también el 28, porque no había “Diablitos a
Caballo”. Acaso, por excepción.
En una información recopilada y publicada por Samuel Aguinaga Alcaraz en 2.004,
escribió:
“Creo que fue hasta la década de 1930 cuando salían a pie, cada 29 de diciembre, las
tertulias de Cascajo y Julio Chácara, sobrenombres de dos personas que se llamaban
Eustacio Cossio y Julio Garcés, este último padre del muy conocido Chía. Cada uno
salía por su lado, a las 8 ó 9 de la mañana, con su grupito de jóvenes disfrazados,
acompañados de un pequeño conjunto musical, más o menos así: un clarinete, un
bajo, una guitarra y un par de maracas. Cuando alguna de las dos lo hacía del barrio
Buga, bailaban en la sala de Moley, en la de la Ola, en la de Pellito, y así bajaban
por la calle de El Medio hasta cruzar a la sala de Lucía Guardia, llamada El Cebollal,
llegaban a la plaza y seguían para Santa Lucía; bailaban en la sala de Manuel
Sarrazola, en la del Collarejo y en las casas donde les abrían las puertas para que
entraran a bailar unas cuatro o cinco piezas. No había desfile, sino que cada grupo de
diablitos era conducido por un organizador de la tertulia, quien generalmente usaba
un pito para dar las órdenes y recaudaba una cuota de cada disfrazado para cancelar
a los músicos lo que cobraban por amenizarles su recorrido”.
LOS DIABLITOS DEL SEIS DE ENERO
No obstante que las fiestas concluían con la quema o incineración de Don Pericles
Carnaval, a las doce de la noche del 31 de diciembre, y con los diversos bailes, que
se prolongaban hasta la madrugada del primero de enero; también había “Diablitos
a pie” el seis de este mes, Día de Reyes. ¡Qué Diablitos!.
En diciembre, pronto los diablitos de a pie fueron numerosos, su algazara se oía
de lejos. Generalmente salían del “Llano de Bolívar”, desde muy de mañana. Uno
de sus organizadores fue Miguel Cossio, alias “Famoso”. Ya en los años 30 y 40
del siglo XX se daba la participación organizadora de este señor, como la de Don
Edmundo Vargas, alias “Mundo”. También se formalizó la diversión de máscaras
del seis de enero (Los “Diablitos del seis de enero”), que eran Diablitos a pie,
integrados por niños y preadolescentes, aunque con el tiempo se les infiltraron o
“colaron” numerosos adolescentes, adultos y viejos, incluso del sexo femenino.
Los del seis de enero fueron los “Diablitos” más bulliciosos y los que más alegraron
la ciudad. Salían casi desde el alba, de casas que previamente escogían en el “Llano
de Bolívar” o “Buga”; se reunían en “Buga”, sector “la Glorieta”, y comenzaban el
desfile que los iba a llevar por las calles y casas del dicho “Buga”, el “Centro”,
“Santa Lucía” y “Jesús”. En “Tertulia” o “Caravana” (Diablitos con disfraces diversos),
“Comparsas” (Diablitos con disfraces parecidos), “Bundes” y “Sainetes”, iban de
casa en casa ---porque casi todas las casas les abrían sus puertas ---, bullangueros,
bailarines y bromistas, portadores de sendas varas labradas de vegetales finos, para
101
espantar a los fastidiosos; y de sendas bolsitas de trapo, color vistoso, en las que
constantemente metían la mano para sacar harina, ceniza o papel recortado, y
tirarle a los circunstantes, mientras aguzaban la voz para emitir grititos y expresiones
de : “¡Uh… Uh… Uh…No me conoce! ¡Uh… Uh… Uh…No me conoce!”.
Todos los “Diablitos” gustaban de la pilatuna o travesura de apoderarse de alguno
de los objetos de ornato que lucían las mujeres, verbigracia: prendedores, diademas,
cintas y peinetas. Pícaros y traviesos, bien correspondían a su nombre: “Diablitos”.
Había que verlos bailar: con esa facilidad de movimientos, esa enorme soltura rítmica
de pasos, giros y contorsiones, a veces atrayendo a la pareja, en tanto la envolvían
con la capa.
De los años 50 y 60 cabe recordar algunos de los diablitos, a saber: Moisés Benítez
(alias “Aguapanela), Aníbal Guisao, Argiro Vargas, Jaime Guisao, Gustavo Martínez,
Clímaco Usquiano, Emilio David (alias “Emilio Marica”), Maximiliano Mejía (alias
“Máximo”) y Antonio Mena (alias “Toño), quien para ello se desplazaba desde Puerto
Berrío, donde trabajaba, y hubo un año en que ganó un premio al mejor “Diablito”,
con un disfraz que representaba a “La Negra Celina”, la de la canción bailable .
Entre las mujeres “Diablitas a pie” sobresalieron: Conchita Mena, Sayo Arboleda y
Mercedes Carvajal.
Los “Diablitos” del seis de enero eran acompañados en su recorrido por uno o varios
conjuntos musicales, y en su ir y venir los cogía la noche. Gran parte aprovechaba
para ingresar a los bailes de garrote.
La presencia de los niños “Diablitos” en un ambiente que se había convertido para
jóvenes y adultos: baile agarrado y licor a todo beber, motivó la crítica severa de
algunas personas de bien, que corearon e intensificaron las voces recriminadoras
del púlpito. Al fin, Lograron persuadir a la autoridad municipal, y no hubo permiso
para “Diablitos” del 6 de enero de 1969. A partir de este año quedaron solamente
para el recuerdo las tertulias y las comparsas de disfrazados del “Día de Reyes”.
¡Ojalá volvieran!. ¡Sin discusión: las mejores del siglo XX!.
Y en lo sucesivo fueron muy pocos los “Diablitos” de diciembre, tanto los de a
caballo, el 28, como los de a pie, los días siguientes, pues muchas personas hubieran
preferido disfrazarse los 6 de enero. La desaparición de los “Diablitos” era inminente,
y, de hecho, en varios años no salieron, pese a que Don Edmundo Vargas (Mundo)
continuaba en pie y con ánimo suficiente, y a que Don Diofanor Oquendo no había
perdido capacidad para hacer las máscaras (Después sí fue reemplazado por su
mujer y un hijo). Entonces apareció Don Samuel Enrique Aguinaga Alcaraz, quien no
permitió que se acabaran los “Diablitos” de diciembre: Él asumió la responsabilidad
de organizarlos y guiarlos, de principio a fin, no escatimando ningún esfuerzo al
respecto. Volvieron los disfrazados de los veintiochos de diciembre, a la larga no
importa que anden a pie o a caballo. En 1994 comenzó con 13 (“Eran más los
músicos”, exagera él, riéndose), y en 2009 fueron anotados 153; pero él afirma
que la cifra superó los doscientos porque hubo muchos sin anotar, incluyendo
bastantes niños. Por su cantidad, ya es imposible que entren a bailar en las casas
cuyos moradores lo quieran. No caben. Una alternativa para ello pudiera ser que se
dividieran en varios grupos, cada grupo con su respectivo conjunto musical.
102
OTROS ASPECTOS DE LA FIESTA DE LOS
DIABLITOS
Las fiestas de diciembre en Santa Fe de Antioquia se llaman: “Fiestas de los
Diablitos”; pero no son únicamente de disfrazados, sino que en ellas se recurre
a muchas formas de diversión, como: Cucañas o varas de premio, carreras de
encostalados, juegos de azar, riñas de gallos y los bailes públicos gratuitos (Hoy:
En tarima acondicionada en la plaza principal, cada noche una orquesta distinta.
Logros del modernismo que no respeta la tradición. Hay que abrirle cabida, pero
no entregarle la plaza. Antes: los bailes de garrote, en la plaza principal y en otros
sectores de la ciudad. Qué bueno fuera que la Administración Municipal, la Junta de
Fiestas, o alguna entidad o agrupación privada colaborara, siquiera una noche, a fin
de que se realizara un baile de garrote, para conocimiento y placer de las nuevas
generaciones, y como un homenaje a los bailarines del pasado).
De los juegos de azar se destacan: dados, naipe, y el que yo recuerdo con las
expresiones de: “¡Ancla!, ¡Estrella!, ¡Mariposa!”, vociferadas por el dueño apostador.
Una mesa de madera; en su tablón, varias figuras dibujadas dentro de sendos
cuadrados que lo llenan, las figuras son de: Ancla, alacrán, rosa, pájaro, estrella,
escalera, mariposa, etc.. Los que acudían a jugar ponían sus apuestas en los
cuadrados que elegían; luego el dueño apostador sacudía una copa de madera
dentro de la cual había unos dados que tenían las figuras antes mencionadas;
finalmente vaciaba los dados y gritaba los nombres de las figuras ganadoras, como:
“¡Ancla!, ¡Estrella!, ¡Mariposa!”. A veces, mientras los anunciaba, vociferaba una
trova alusiva a la figura. Ejemplo:
EL PÁJARO guaco guaco
venido de Santander,
pájaro que tiene bozo
Y no lo han podido coger.
EL ALACRÁN ponzoñoso
que pica y queda doliendo,
y al cabo’e los nueve meses
la ponzoña va saliendo.
También había casetas de comida, bebida y rumba.
Y celebrábanse corridas de toros los días 22, 23, 24, 27, 29, 30 y 31 de diciembre,
en un encierro de guaduas en la plaza mayor, frente a la casa consistorial. No
eran toros de lidia, aunque de vez en cuando resultaba un toro en verdad bravo
y peligroso, a punto de que en dichas fiestas de corraleja ha habido lesionados
y muertos;cuando no a causa de una o varias cornadas, como consecuencia del
golpe al caer secamente sobre el empedrado. Tampoco ha habido toreros diestros.
Temerarios y borrachos se le apuntan a toros y vacas; pero al menor movimiento
corren a montarse en las barreras, o enfrentan la acometida y en la mayoría de los
casos dan con sus cuerpos al piso y son arrastrados, mientras los espectadores
gritan aterrados.
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Ha habido toros y vacas a los que como incentivo para los espontáneos toreros
se les pegó en un cacho un billete de alta nominación, que se lo apropiaba quien
lograra zafarlo.
Cabe recordar la trova del Cancionero Antioqueño, de Ñito Restrepo:
Si el torito fuera de oro
y los cachos de aguardiente,
y, si yo fuera el torero:
¡Qué toreador tan valiente!.
En 2.003 hubo 18 vacas de casta, costeadas por Don Jorge Isaac Herrón (Hijo).
En los días de toros (Segunda mitad del siglo XX) la Banda Municipal, que lo era
la “Banda Santa Fe” o la Banda de Reinaldo Varela, se ubicaba en el balcón de la
Alcaldía o en el del Concejo Municipal, excepcionalmente en uno distinto, verbigracia
el de la casa donde actualmente funciona el “Hotel Caserón Plaza”, y tocaba
pasodobles de las 8 a las 10 de la mañana, de las 12 del día a las 2 de la tarde,
y de las 4 a las 6 de la tarde, este último período, el de duración de las corridas.
Igual, los músicos de hoy; pero, con la tolerancia de la Junta de Fiestas, introducen
ritmos diferentes, tales como un porro o un vallenato. Lejos, lejísimos están los años
en que el pasillo fiestero dominaba musicalmente en las corridas de toros (Segunda
mitad del siglo XIX y comienzos del XX). Por lo general, los músicos del siglo XX
tocaban pasodobles, nada más. Leoncio Robledo, “El Mono Leal”, Lalo Présiga,
Carlos Barrera, Luis Ramírez, Antonio (Toño) Quiroz, Eugenio (Ñeño) Aguinaga,
Ramón Aguinaga, Antonio Aguinaga, Horacio Cruz (Padre), Gilberto Godoy (alias
“El Sapo”), Juan Orrego, Luis Segundo Guisao (El Negro Guisao) y Blas Herrón,
de entre los muertos. Quienes les sobreviven, también sólo “sabían” pasodobles
cuando de toros se trataba, y, acaso por excepción, recordaban algún otro ritmo. Lo
expuesto, no sin reconocer que todavía a comienzos del siglo XX se interpretaban
otros ritmos. En su artículo sobre la Plaza Principal, ya citado, Bernardo Martínez
Villa escribió al respecto:
“Los toros se llevaban también a efecto en los días tradicionales al son de bellos
pasillos y valses, y las acostumbradas barreras de guadua correspondían más o
menos al espacio señalado en estos tiempos”.
Debe aclararse que el artículo fue escrito en 1982. Entonces las autoridades de la
fiesta, comenzando por los respectivos Alcaldes, seguían las señales o mojones
que para fijar en tierra las escaleras de las barreras dejaron quienes en los inicios de
los años setenta del siglo veinte empedraron la plaza principal, cuñando la piedra en
cemento. En estos últimos años el espacio destinado para “Plaza de Toros” ha sido
muy reducido.
Las fiestas han tenido más ingredientes, producto de la creatividad popular, como
que en algunos años de la década de los 50 del siglo XX e incluso en el desfile de
apertura del 22 de diciembre de 2007 se dio la presencia de un grupo de hombres
completamente untados de la mezcla de carbón molido y grasa o aceite. Negros
a más no poder, que vestían solamente hojas de iraca bien organizadas a manera
de falda corta, y que habían pintado sus labios con un rojo intenso y brillante.
Semejantes negros, recordativos del Esclavo Africano, corrían, saltaban, danzaban
y gritaban sin cesar. Los de los años viejos llenaban de pavor a los niños y a las
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mujeres. De repente aparecían en cualquier parte del “Centro” o del barrio “Buga”
y, conforme se acaba de anotar, se desplazaban varias cuadras y terminaban
perdiéndose por cualquier callejón. Los “negros” en mención no debieran de faltar
en ningún desfile de apertura. Conviene, además, un grupo o comparsa de Indios,
con un “Toné”, un “Buriticá” o cualquier otro cacique catío al frente, sin olvidar la
presencia de la cacica.
En uno o varios años de los 70 de dicho siglo desfiló un grupo de mujeres vestidas
y emperijoyadas a la usanza antigua, como si fueran para una fiesta o reunión
especial de la alta sociedad.
En uno de los precitados años hubo un desfile singular que a muchos puso los pelos
de punta: De repente apareció un grupo de esqueletos vivientes que en fila india
caminaban lentos e inexpresivos por la calle del medio. Como procedentes del barrio
“Buga”, atravesaron la plaza principal, cerca del atrio de la catedral, y continuaron por
la misma calle, la cual termina en el cementerio, y del barrio “Jesús” hacia abajo la
llaman también: “Calle vencedora del orgullo y los honores”. Encabezando el fúnebre
desfile caminaba el conocido bohemio Pablo Escobar. Alto, desgarbado, añoso y
vestido con una luciente sotana negra, sus largas y huesudas manos hojeaban un
libro pequeño, de pasta negra, y su voz cascada invocaba, uno a uno, el auxilio de
muchos santos. Aproximadamente a seis metros lo seguían, arrastrando sus pasos
cansados, doce o trece esqueletos que blanqueaban impresionantes, metidos en
sendos catafalcos verticales y transparentes. Los disfrazados de esqueleto, de la
cabeza a los pies, eran, entre otros, según recuerda Pedro Hernández (alias: “Pedro
Manga”): Él, Lubín Pérez, Blas Emilio Vargas, Guillermo Velásquez, Bladimir Pérez,
Edilberto Velásquez y Diego Rivera. Éste, el constructor de los ataúdes.
Ni hablar de LA SALADA. Mejor cerrar la boca. Me habían dicho que los 31 de
diciembre a uno le refregaban la boca con sal, en cuyo caso era mejor callar la rabia,
para evitarse problemas, y porque de pronto aparecía otro con un puñado a hacer lo
mismo. Sin embargo, la “bendita” salada era más ofensiva, más humillante:
“El 31 de diciembre era el día de la salada. Esta costumbre ha desaparecido para
cerrar la fiesta de “los diablitos”. Hombres provistos de sogas enlazaban en las
calles a los transeúntes y les daban a comer sal como al ganado. Muchos esquivaban
salir ese día” (“Album de Oro” del sesquicentenario de la independencia de Antioquia.
“Los diablitos”; Arturo Velásquez Ortiz; Pag. 163).
BAILES EN EL MARISCAL. Al Hotel Mariscal Robledo se le llamaba popularmente:
EL MARISCAL, y EL TURISMO. Con orquesta local o de fuera, muchos diciembres
sucesivos hubo bailes en “El Mariscal”; uno el 24, y uno el 31. Así se agasajaba
a los huéspedes en Navidad y Año Nuevo. Comenzaban a las nueve de la noche y
terminaban a las seis de la mañana. El del 24 se interrumpía a la hora de “La Misa
de Gallo” y continuaba cuando ella concluía. El valor de la entrada era un poco alto
(sin exageración) para quienes, no siendo huéspedes, quisieran ingresar. Bailes
selectos y refinados, por el costo de entrada, por el gran cuidado de la administración
y por el buen nombre y la alta categoría del hotel. De paso se informa que asimismo
había baile en “El Turismo” cada sábado santo, para amanecer al domingo de
resurrección. Comenzaba desde el momento en que “cantaban Gloria”.
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LOS CAMPESINOS. Cabe informar que en las fiestas de diciembre los campesinos
se trasladan en su mayor parte a la zona urbana o cabecera de la ciudad. En la medida
de las posibilidades, cada quien se desplaza tantos y tales días. Incluso, de varios
corregimientos y veredas llegan “Bundes” a celebrar o reprochar en coplas recitadas,
mientras danzan, los aciertos y desaciertos de los servidores públicos, las obras
necesarias en sus lugares de origen, las bondades y maldades de los personajes
de la región, etc.. Antes, casi todos los campesinos tenían casa propia, familiar o
amiga a dónde llegar, y los que carecían de ella se resguardaban y acostaban en
los zaguanes y en los corredores del lado de afuera de muchas casas de la ciudad.
Valga anotar que había inodoros públicos. Recuerdo, por ejemplo, uno en donde
comienza la bajada de la “Barranca” en el callejón que parte de la esquina suroriental
de la plaza (Carrera 10). Claro, que otros campesinos no venían a la cabecera.
Éstos, cuando a bien lo estimaban, bailaban en el campo su música zapateada, al
son de instrumentos de cuerda; excepcionalmente instrumentos de viento, como en
el corregimiento de Cativo, en el cual había un conjunto musical de instrumentos de
viento, compuesto por integrantes de una misma familia: los David, según ya quedó
informado.
El baile de nuestros campesinos se distingue por su alegría rítmica, sus vueltas y
desplazamientos rápidos y sus balanceos pronunciados a lado y lado, casi con
quiebre de cintura. Extendidas, juntas, y entrelazadas por las manos, la extremidad
superior izquierda del hombre y la derecha de la mujer, mientras con la otra él la
coge de la cintura y ella hace igual con la cintura de él o le rodea la parte posterior
del cuello. En el balanceo, las dichas extremidades unidas se mueven a veces
profundamente de arriba hacia abajo y viceversa.
Los mismos platos tradicionales citados en relación con la ciudad, son el deleite
gastronómico decembrino de la gente del campo.
DESFILE DE APERTURA
Vaya una forma curiosa de terminar el relato sobre las fiestas de diciembre:
precisamente con el desfile de apertura.
Ignoro desde cuándo; pero puedo afirmar que desde hace más de cuarenta años se
acabó la costumbre de dictar decretos de permisión de la diversión de Máscaras,
disfrazados, o Diablitos, parte de la “Fiesta de los Diablitos”.
La Junta de Fiestas, nombrada por el H. Concejo Municipal, se encarga de la
programación y ejecución, incluyendo las diferentes formas como se costean día a
día. En otros tiempos se recurría al sistema de “remate”, principalmente los juegos
de azar y toriles (andenes o espacios entre las barreras y los muros de la Casa
Consistorial y los de las edificaciones del costado sur), pues no había qué armar
tarimas ni contratar orquestas o grupos musicales de afuera, que es lo que ahora y
desde los años ochenta del siglo XX se estila, con el aporte financiero de la empresa
privada.
Para las fiestas de diciembre de 1974 el Alcalde Don Baldomero Otálvaro Orozco
quiso que tuvieran un desfile inaugural el 22 de dicho mes. Contrató en la ciudad
106
de Dabeiba la construcción de un bohío Catío que pudiera traer en la volqueta
municipal. Fuimos por él. Yo – a la sazón, secretario de la alcaldía — lo acompañé,
no recuerdo bien la fecha, de pronto el veintiuno de diciembre. Ya un poco después
del mediodía del veintidós se realizó el desfile, de la Glorieta a la Plaza principal,
encabezado por el bohío, que se trasladó en la volqueta municipal hasta ubicársele
al frente de la que fuera Casa de la Contaduría. La sirena de la volqueta sonó de
continuo. Bueyes montados por lindas jóvenes, a la jineta; varias mulas cargadas,
y dirigidas por un arriero; la Familia Castañeda; músicos, acompañantes, y… Fue el
principio de las fiestas de ese año. No hubo tirada de harina. Gustó el desfile. Las
fiestas siguientes lo han tenido, siempre tratando de mejorarlo: carrozas, comparsas,
diablitos y conjuntos musicales. Inexplicablemente desaparecieron los bueyes, las
mulas, el arriero y la Familia Castañeda, y no se le ha dado paso a la caracterización
de personajes históricos nativos o fuertemente relacionados con la ciudad, como:
Jorge Robledo, Gaspar de Rodas, Juan Taborda, Juan Antonio Mon y Velarde, Juana
Taborda, María Centeno y Ana de Castrillón. Regularmente se ha iniciado en el
Llano de Bolívar y en la “Variante” con la Carrera la Pola; pero en busca de “La
Glorieta”, sitio en donde todos se detienen y organizan, para de allí enrumbar por
la calle del medio (Calle Real) hacia la plaza. La generación joven del comienzo de
los años ochenta le agregó la tirada de harina, y hasta huevos. En la apertura de
fiestas del año 2009 se tiró, además, “Bienestarina”, y no faltó quién se lamentara
porque botaron la comida cuando hay tanto infeliz muriéndose de hambre. Hay gente
inconforme con la costumbre en mención; pero en su gran mayoría se trata de
personas que se hacen a lado y lado, más por curiosidad crítica que por entusiasmo
participativo --- no desfilan como espectadoras ---. O se trata de personas que
observan desde los balcones, las puertas o las ventanas, simplemente porque por
allí cerca pasa el desfile.
Ya pasará. Ya pasará. Como pasaron: la decapitada de gallos, los toros por las
calles, el tope, la tiznadera, las mojaderas, la salada y quién sabe cuántas otras
costumbres, de mal gusto para muchos.
Si no, aun con la harina, la bienestarina y los huevos, el desfile inaugural o de
apertura de la fiesta de los Diablitos es un regocijo popular que casi todos los
antioqueños de la ciudad de Antioquia jamás quieren perderse.
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108
LAS FIESTAS DEL TAMARINDO
Entre los árboles frutales de la ciudad se han destacado como emblemáticos el
tamarindo y el coco (cocotero), pues hasta no hace mucho tiempo abundaban en su
territorio. En las fincas no faltaban las palmas de coco, y en los solares de casi todas
las casas que se hallaban fuera del “Centro” no faltaba, cuando menos, un árbol
de tamarindo, de cuyo fruto, desprovisto de cáscara y semilla, se elaboran jugos o
refrescos, pulpas y salsas, productos típicos de la ciudad.
En su primer período como Alcalde Municipal (1994 – 1997) Don Hemel Leal
Sarrazola celebró las primeras “Fiestas del Tamarindo”. Fueron a mitad del año, no
obstante que la cosecha comienza a finales de noviembre; pero es que desde hace
varias centurias, diciembre se dedica a la “Fiesta de los Diablitos”.
A partir del 1º. De enero de 2.008 Don Hemel comenzó su segundo mandato al
frente de la Administración Municipal, y volvió sobre sus principios en lo tocante con
brindarle a la población una buena oportunidad de recreación bailable y cultural
organizada a mitad de año:
Hubo “Fiestas del Tamarindo” en 2.008, del 18 al 20 de julio. Alborada. Retretas.
Desfiles. Orquestas. Bailes. Torneos Deportivos.
En 2.009 también las hubo. El desfile inaugural se hizo el 14 de agosto a las cinco
de la tarde, desde la plazuela del cementerio, Calle del Medio hacia el occidente
hasta la plazuela de Chiquinquirá, con giro hacia el sur se llegó a la Calle Mocha y
por ella se bajó a la Plaza Principal, donde esperaban varios troveros y el grupo de
“Los de Yolombó”.
En el desfile participaron principalmente carrozas, comparsas, danzas, la Candanga
de Obregón, y algunas pulperas en función de elaborar las deliciosas pulpas de
tamarindo.
No faltó la tirada de maizena.
El programa para las Fiestas del Tamarindo en el año 2009
fue:
Viernes, 14 de agosto
4 A.M. - Alborada
5 P.M. - Desfile inaugural
9 P.M. – “Los de Yolombó”
Sábado, 15 de agosto
9 A.M. – Retreta
10 A,M, - Concurso sobre canción dedicada a la ciudad. Premiación
7 P.M.- Orquesta “Son Canela” (Música Crossover) Chirimía plena y Tambo. Grupo
Pasabordo, Grupo de Salsa de República Dominicana y Nayro Aristizábal y su
música popular.
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Domingo, 16 de agosto
9 A.M. – Retreta
10 A. M - Encuentro cultural
7 P. M. – Los Latin Black (Reggaeton). Agrupación Swing Latín de Música Tropical.
Papayera oficial de la Feria de las Flores y Grupo de Oro de Música Salsa.
Lunes, 17 de agosto
10 A.M. – Muestra cultural y deportiva.
11 A. M.- Festival del Sancocho.
El Concurso fue ganado por Don Juan de la Cruz Metaute, Profesor de la “Institución
Educativa San Luís Gonzaga”.
En el 2.010 las “Fiestas del Tamarindo” se realizaron del 13 al 15 de agosto. El Alcalde
nombró Reina de ellas a una beldad nativa, de 17 años de edad, la señorita Daniela
Pino Aguirre. Alborada, Retreta, desfile, bailes, etc.. Este fue el programa, que cito
directamente del periódico “El Santafereño”; del 8 al 21 de agosto de 2.010; P. 2:
“Viernes 13 de Agosto
9:00 a.m. Desfile del Carnavalito de la Independencia (sale de la Glorieta).
4:00 p.m. Desfile de comparsas y carrozas (Salida desde el Ica barrio Santa Lucía)
hasta el Mariscal Robledo; de ahí coge la Calle Mocha para bajar al parque principal.
7:00 p.m. Explosión joven.
7:40 p.m. Grupo A- Flor y Shadow de reggaetón.
8:30 p.m. Paul & DL “JV – Paul music” de Reggaetón.
9:00 p.m. Movimiento Urbano
10: p.m. Grupo Aguapanela Orquesta.
Sábado 14 de Agosto
9:00 a.m. Desfile de la cultura viva con municipios invitados. Salida de la Glorieta.
11:00 a.m. Presentación del Centro Gerontológico.
2:00 p.m. Muestras culturales con otros municipios.
2:00 p.m. Concurso a la mejor receta del tamarindo.
5.00 p.m. Gran encuentro de fútbol gay en el parque principal.
6:00 p.m. Rumba aeróbica.
7: p.m. Canción oficial de las Fiestas del Tamarindo (Dement party).
7:00 p.m. Grupo Escala (Música Cross Over’s).
9:00 p.m. Frenesí orquesta.
10: p.m. Fantasía Vallenata.
Domingo 15 de Agosto
10:00 a.m. Evento de carros 4 x 4 en el Mall del Paso Real (en la arenera).
8:00 p.m. Grupo Garibay
9.00 p.m. Orquesta el Tropicombo.
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La rumba diaria concluía a las tres de la mañana.
Sobre el aporte financiero de la empresa privada, se cita como muestra el “Balance
general” de las de 2.010, que al periódico local “El Santafereño”, número del 27
de agosto al 10 de septiembre de 2.0l0, P. 6, le contó el Director de la Oficina de
Turismo, Francisco Gil Acevedo:
“… el costo total de las Fiestas del Tamarindo ascendieron a $ 57 millones, aportados
por las empresas que patrocinaron los eventos, como: Pilsen que puso la nota más
alta con seis grupos musicales; Tonusco Campestre que aportó el grupo Skala; Aguas
de Occidente que aportó dos millones y medio y Banagrario que aportó $ 400.000.
Otros ingresos salieron de las ventas en las casetas, dinero que sirvió para pagar
los premios a las carrozas, las comparsas y algunos grupos musicales, es decir,
que se cubrieron todos los gastos internos que genera una fiesta a fin de que la
Administración Municipal no tuviera que poner un solo rubro.
También aportaron otras empresas como Hielo de los Andes, que patrocinó el evento
de los carros 4 x 4; Luma que aportó para premios un televisor, dos microondas y un
DVD; Unimerka que aportó $ 200.000 en bonos para mercar; Coca Cola que donó
productos para regalar.
Gil Acevedo también hizo un reconocimiento público a algunos comerciantes, como la
Plaza Menor, Bohíos Bar, Palma Reina, Finca Hotel Paraíso Tropical, Hostería Real,
Hostería Paso Real y Brisas Santa Fe que apoyaron el evento con días de sol. Otros
como Mercado Santa Fe, Carnes y Carnes, Restaurante Rinconcito Antioqueño y
Restaurante Bar la Comedia aportaron cenas y alimentos. En conclusión, fueron
muchas las empresas privadas foráneas y locales que aportaron su granito de arena
para que esta sexta versión de las Fiestas del Tamarindo 2010 fueran las mejores
que se han celebrado hasta el momento”.
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112
LAS FIESTAS DE SAN JUAN BAUTISTA
En uno de los salones del “Museo Religioso Francisco Cristóbal Toro” se exhibe
una imagen de bulto de San Juan Bautista, hecha en madera; la misma imagen que
en tiempos coloniales, cada 24 de junio, cargaban los esclavos, en una vuelta a la
“Plaza (Plazoleta) de los Mártires”, que después --- 1702 en adelante --- se llamó
“Plaza (Plazoleta) de Chiquinquirá”, siempre teniendo como referencia el templo
contiguo, en donde previamente asistían a la celebración de la misa.
Durante la Colonia el día de San Juan Bautista (24 de junio) era un día especialísimo.
Al fin y al cabo él fue quien bautizó a Jesús de Nazaret. Por tal motivo las aguas de
todos lo ríos y riachuelos se consideraban benditas en esta fecha, y en su transcurso
la gente acudía a bañarse varias veces en ellos.
Pero a menudo la gente aprovecha los días de fiesta religiosa para darle rienda
suelta al diablillo travieso y rumbero; así, la celebración de las fiestas de San Juan
Bautista (Llamadas también “Carreras de San Juan”), en la ciudad de Antioquia
o Santa Fe de Antioquia incluían singulares atractivos profanos ---aparte de lo
religioso--- transplantados de España, aunque con variaciones ajustadas al tipo y al
medio de la ciudad, o a gusto del gobernante de turno. Eran más “Fiestas de Plaza”,
que “Fiestas Religiosas”.
Las calles, en mucho empedradas, se hallaban limpias por obra de los propietarios,
poseedores o tenedores de los inmuebles colindantes, en cumplimiento de órdenes
perentorias del Cabildo, Justicia y Regimiento o de alguno de los Alcaldes Ordinarios,
o del Jefe de Policía, según la época. Parecían vestidas de gala, pues las personas
que las transitaban a pie o a caballo lucían sus mejores prendas y tenían el ánimo
jacarandoso.
¡A comer, a beber y a bailar!
Apetitosos platos, abundantes copas y estimulante música, sin desaprovechar
cualquier otro medio viable de refocilación, hacían las delicias del día y de la noche.
Podía correrse la aventura del “Tope” o choque de cabalgaduras con sus jinetes
encima (muy propio de “Las Carnestolendas”). Claro que, bien se sabe, que en
dicha aventura de competencia también se corría el riesgo de perder hasta la vida.
Se echaban a correr toros por las calles.
Había “Carreras de Gallos”: Quien quisiera, esperaba su oportunidad para competir,
decapitando gallos enterrados hasta el pescuezo (Correr Gallos).
En su novela histórica “Ana de Castrillón”, Bernardo Jaramillo Sierra narra una de las
“Fiestas de San Juan” efectuadas en época del Gobernador Don Manuel Benavides
y Ayala (Se posesionó en Zaragoza el 13 de julio de 1653 y llegó a Antioquia el 29 de
octubre del mismo año), quien, como las demás autoridades, asistió a ellas:
“Había llegado el singular regocijo a la provincia trasplantado de España con algunas
mutaciones, debidas al medio y a los elementos disponibles. El que se celebraba en la
llanura antioqueña tenía por escenario una pista cercada por doble hilera de cuerdas
y postes encintados; dentro de ella y formando dos prolongados surcos estaban ya
113
enterradas las víctimas asomando únicamente sus pescuezos, allí aguardaban su
trágica decapitación algunas docenas de gallos”.
Un toque de clarín, y, luego, una inclinación de cabeza del Gobernador o quien
presidiera las fiestas, daban comienzo a las mismas. Los competidores se acercaban
al toldo o palco gubernamental, saludaban y se encaminaban a sus puestos de
partida. Entonces se efectuaba la competencia:
“Parejas de diestros mozos sometidos conjuntamente con sus ágiles brutos a
disciplinas caballísticas, arrancaban a gran velocidad una vez dada la señal de
partida: corrían inclinados sobre un costado casi paralelos a la superficie, barriendo
con su brazo derecho el piso, cada cual por sus surcos repartiendo mandobles con
su espada, cercenando pescuezos de gallos. El que más vidas decapitaba y arribaba
en primer término a la meta, era el victorioso”.
De torneo en torneo, cuando ya no había hombres de bien que midieran fuerza,
equilibrio y destreza en la decapitación de gallos, tocábale el turno “a la plebe;
esclavos, negros, mestizos y mulatos”.
Los cuerpos de los gallos se lanzaban a los circunstantes, quienes corrían a
disputárselos. El triunfador de cada carrera hacía un collar con los pescuezos por él
cortados, a fin de adornar su caballo para cuando se produjera el desfile de ingreso
victorioso al centro de la ciudad. Después los festejos continuaban, tanto en las casas
como en las calles.
Sin fuente documental primigenia, podría pensarse que esta costumbre fue un aporte
imaginario del novelista; pero no: en el expediente sobre la insurrección que para el
1º. De enero de 1782 programaban los esclavos de la provincia de Antioquia, figura
una declaración rendida por “Santos”, esclavo del maestro de campo Don Antonio
Ferreiro y Servino, el nueve de abril del año citado, en la ciudad de Antioquia. Ella
dice en lo pertinente:
“…Que dicho Pelayo nunca habló con el declarante sobre el asunto, ni acerca de otro
alguno, ni tampoco lo ha tratado, ni conocido hasta lo presente que lo vio preso en
este colegio y le dijeron que se llamaba Pelayo, pues, aunque es cierto que el día
de San Carlos lo vio hablar con su padre Ignacio, estando haciendo unas tapias en
casa de Salvador Escalante, no sabía si se llamaba Pelayo o tenía otro nombre, y
que después de haber hablado con el referido Ignacio, padre del declarante, le dijo
éste que aquel hombre lo había convidado para ayudar a la fiesta de San Juan para
correr gallos y que ya los tenía y lo mismo caballo y vestido” (Archivo Histórico de
Antioquia, Tomo 332, Documento 6323. Figura en “Documentos para la historia de
la Insurrección Comunera en la Provincia de Antioquia. 1765 – 1785”, página 547,
publicado por la Universidad de Antioquia).
Aunque el declarante no suministra muchos detalles de las fiestas, los referentes
que informa son bastantes para corroborar no solamente las “Carreras de gallos”,
sino, además, que en ellas participaban los esclavos.
Ciertamente, los esclavos disfrutaban de las fiestas de San Juan Bautista, con
limitaciones tendientes a evitar amotinamientos, riñas, irrespetos y desmanes en
general. Por ello no se les permitía la ingestión de bebidas embriagantes, o, en
114
el mejor de los casos, se condicionaba a la proporción que los amos entendieran
prudente.
Empero: los esclavos se deleitaban con suculentas viandas; podían participar en la
carrera o decapitación de gallos, como ya se anotó; y podían bailar; o debían bailar,
si esto era el querer de sus amos. Sabida es la natural predisposición anímica y
eurítmica de los negros, cuando de danzar se trata.
Pero, al fin y al cabo rebajados a mascotas o instrumentos de ostentación de sus
“Señores”, aquel día a los hombres esclavos se les vestía bien, y a las mujeres
esclavas se les aseaba, vestía y enjoyaba con el propósito de que lucieran mejor
ataviadas y más ricamente enjoyadas que las de los otros. Por consiguiente, a nadie
extrañe la probabilidad de que para satisfacción de sus amos sustituyeran los pasos,
contrapasos y giros cadenciosos y nostálgicos, o armónicos, alegres, frenéticos y
hasta lujuriosos de sus bundes y danzas, por los movimientos ceremoniosos, suaves
y expresivos de danzas Españolas como “La Pavana” o “Danza del pavo real”, “La
Gallarda” y el “Pasacalle”.
En su estudio sobre “La Esclavitud en la Provincia de Antioquia durante la Colonia”
(Revista Antioquia Histórica”; segunda época; Nro. 17 -- 67--, Pág. 22) Bernardo
Martínez Villa, quien aclara servirse de un viejo historiador de la ciudad que en el
número 14 del periódico “El Historiador” publicó el 14 de enero de 1914 un artículo
titulado: “La Fiesta de los esclavos en la ciudad de Antioquia”, escribió:
“El 24 de junio día en que la Iglesia celebra la Natividad de San Juan Bautista,
era para los esclavos, como día de huelga, pero huelga pacífica, sin tumultos ni
desórdenes, de verdadero descanso y regocijo. Los amos se complacían en cooperar
a la fiesta, y con anticipación hacían preparar vestidos para todos, consistentes para
hombres, en pantalones de dril o de manta, camisa de zaraza y el pañuelo para atar
los pantalones. Las señoras se encargaban del vestido para las esclavas, también
de zaraza de vivos colores.
A las nueve de la mañana se daba principio a la misa solemne en la iglesia de
Chiquinquirá a la cual asistían todos los esclavos que no tenían inconvenientes; y
enseguida salía la procesión de la estatua de San Juan, llevada en hombros por
los esclavos, que se turnaban de cuatro en cuatro para que todos o la mayor parte
cargaran. El estandarte lo conducían los más respetables, alternándose también
durante toda la procesión que se hacía alrededor de la plazuela de la citada iglesia.
A las dos principiaba el baile exclusivamente para los esclavos, celebrado siempre
en lugar público, por lo regular en local de alguno de los amos que lo cedía
voluntariamente.
…. Era de ver a las bailarinas de trajes altos y esponjados, que era la moda, sin
zapatillas ni botas, pie descalzo y limpio, con ricos zarcillos, gruesas cadenas de oro
y anillos en todos los dedos de las manos con que las adornaban las señoras, que
se esmeraban en aderezar a sus criadas con todo lo más valioso que tenían en sus
cofres..
115
Había en esto cierta rivalidad, pues se complacían en que sus esclavas fueran las
más galanas y las más ricas del baile. El baile se reducía al fandanguillo, vueltas,
pisa, porque entonces la civilización no había traído la polca, el vals….
En fin, el baile terminaba a las 6 de la tarde, sin disgustos ni heridos; y volvían a las
casas de sus amos contentos y satisfechos”.
Cabe advertir que también otros ritmos musicales o danzas, distintos de los
mencionados por Don Bernardo, ya se bailaban en muestro medio.
A esa hora las fiestas concluían para los esclavos, no para los demás.
Llegada la noche, apenas alumbrada por la probable luz del firmamento, fogones
de leña descuidadamente prendidos, velas de cebo o cera, y uno que otro farol
con aceite combustible, la francachela continuaba, a todo lujo y todo honor, en las
casas de los aristócratas; y a todo desmán y todo placer en la vías públicas de la
ciudad, donde hombres y mujeres (criollos, negros, mestizos, etc, y algún que otro
aristócrata, muchos a caballo) atropellaban la noche con sus desplazamientos de
entusiasmo y desenfreno. El problema ameritaba un pronunciamiento severo de
autoridad competente, y esta se pronunció:
El 18 de junio de 1740 el gobernador Juan Alonso Manzaneda considerando la
proximidad de las fiestas de San Juan Bautista “en cuyo día acostumbra esta ciudad
el horroroso, ocasionado y peligroso vicio de correr desenfrenada y ciegamente toda
la noche en tumulto y tropa de caballos, que precipitados, se han experimentado
muchas desgrazias, no siendo menos digno de reparo el que con ninguna reberencia,
salgan las mugeres en la tropa de los hombres acompañada cada una con uno
de dhos hombres, con el pretexto de ver altares, de que se evidencia diferentes
excessos pecaminosos contra la magestad divina….”
En consecuencia manda:
“…ninguna persona de alta ni vaja esphera salga a correr de noche en las de San
Juan, San Pedro ni otra ninguna, ni salga con muger, que no le valdría el que lo sea
propia, madre, hermana, tía, comadre…”.
Y las que quisieren salir:
“…. Lo podrán ejecutar desde el oriente del sol hasta su ocaso en que se les amplía
entera facultad para su diversión, con advertencia de recogerse luego que dho sol
se sepulte en las sombras de la noche, apercebidos en contrario haziendo, que
el que yncurriere en contra de lo aquí mandado se le dexgarretará el cavaballo en
que anduviese, y yncurrirá en ocho días de prisión, y dos pesos de multa, que se
aplicarán enteramente para la fábrica de Santa Lucía, todo lo cual se ejecutará
irremisiblemente desde Auto, el que manda su merced se lea y publique en forma
de vando para que llegue a noticia de todos mañana, que cuenta dies y nueve del
que corre por ser día feriado y de concurso” (Archivo Histórico de Antioquia; Tomo
638; Documento 10171).
No me detendré en la hermenéutica del texto prohibitivo.
116
En cuanto al aspecto punitivo: Si grave era la falta, la sanción no lo era menos. La
pena era inhumana en lo relacionado con el equino. Cómo así que se le desjarretaba.
El verbo significa “cortar las piernas por el jarrete”, aunque en el lenguaje coloquial
es “Debilitar y dejar sin fuerza a alguien• (Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española; Vigésima Segunda edición; 2001). Este diccionario no incluye el
verbo “dexgarretar” o “desgarretar”; pero en el Diccionario Enciclopédico Ilustrado de
“Norma” el vocablo “desgarretar” es un americanismo sinónimo de “desjarretar”, con
el significado que se acaba de citar.
Otra observación: en diciembre de 1736 un incendio destruyó el templo de Santa
Lucía. Nunca se construyó el reemplazo. Sin embargo, la prohibición en referencia
prevé una pena pecuniaria (multa) de dos pesos “que se aplicarán enteramente
para la fábrica de Santa Lucía”.
En su obra: Reminiscencias – Santa Fe y Bogotá; Vol. IV; Sexta edición, José María
Cordovez Moure relata la conmemoración de San Pedro y San Juan Bautista en
otras regiones. Al tratar sobre el Valle del Cauca informa las vistosas y alegres
cabalgatas: de día, hombres y mujeres a caballo recorrían las calles y los campos,
cantaban, bebían licor y se detenían en sitios prefijados para bailar. De noche, las
familias se reunían y continuaban la diversión hasta la madrugada.
En Santa Fe de Bogotá comenzaban por “robar” los gallos que iban a sacrificar.
Enterraban un gallo vivo, dejando la cabeza afuera. Armada de machete y con los
ojos vendados, una persona arremetía a machetazos contra el gallo, mientras otras
lo defendían sirviéndose de “estantillos” o garrotes con que detenían o paraban
los machetazos. Obvio que alguna de estas personas resultara lesionada, lo cual
ocasionaba tremendas gazaperas. El gallo se reservaba para quien a ciegas lograba
decapitarlo. Por supuesto que lo anterior era pasado con aguardiente y chicha.
Como si el cruento y vil episodio citado no bastara, Había otro: clavan “dos postes
largos, a distancia uno de otro de cinco o seis metros, y en los extremos se fija un
rejo, de manera que uno de los cabos pase por una polea o cosa parecida, a fin
de atesar o aflojar la cuerda cada vez que se desea: el espacio que queda entre los
postes, el rejo y el piso, debe ser suficiente para que puedan pasar varios hombres
a caballo”.
Después del medio día intervenían quienes Cordovez Moure llama “los marimachos”,
“vestidas de enaguas y mantilla de bayeta negra, sombrerito de paja que cubre las
despeinadas melenas, calzadas con alpargatas…
“Toman un infeliz gallo y lo sujetan de las patas, con la cabeza hacia abajo en la
horca maldita; un verdugo coge la cuerda, y todos a cual más borrachos, a pie o a
caballo, pasan corriendo e intentan agarrar la cabeza del ave. El que tiene el cabo
de la cuerda la hala con fuerza para que suba el gallo que da chillidos de dolor, lo que
sólo provoca feroces carcajadas de parte de aquellos desalmados. A veces alcanzan
a tomar un alón que arrancan del animal vivo, y este acto, que debiera erizar los
cabellos a los espectadores, produce en ellos una hilaridad digna de salvajes; al fin
llega algún afortunado patán que logra prenderse al moribundo animal, y entonces
lo destroza para manchar con la sangre a los competidores y presentar el resto a su
dama…
117
Terminado el horrible suplicio del primer gallo, atormentan otro, otro y otro, hasta que
la falta de luz les hace suspender tan abominable ferocidad: pero los fiesteros se
encuentran ya en tal estado de beodez, que ninguno tiene conciencia ni aun de que
existe…
“Si la corrida de gallos tiene lugar en algún sitio de relativa importancia, se suelen
llevar toros en soga para que los toreen los aficionados, y así añaden una barbaridad
más a tan atroces festejos” (Pags. 134 a 138).
Por contera, valga informar que en la ciudad de Antioquia los festejos de “San
Pedro” también tenían sus desmanes. En el Nro. 31 del periódico local “La Cátedra”,
julio 11 de 1922, continuación del artículo: “La Verdad en su puesto”, de Francisco de
Paula Martínez, se lee:
“La segunda costumbre --- Carreras de San Pedro --- era más popular si despertaba
un entusiasmo que llegaba al furor y consistía en correr a caballo toda la noche del
28 al 29 de julio, en las calles de la ciudad no sólo los vecinos sino que venían
partidas de los pueblos vecinos dizque a divertirse --- La zambra era aterradora,
porque más de doscientas personas en caballos herrados, gritando a todo pulmón,
acompañados los gritos con el sonido salvaje de multitud de cuernos, instrumentos
propios y adecuados al desorden, formaban un infierno en la tierra como lo calificó el
Sr. González ----“
Según el articulista, esta costumbre, igual que la de “Las Mojaderas”, las acabó en
1875 la oratoria del Obispo Joaquín Guillermo González.
118
LAS FIESTAS DEL RÍO
Se le ha llamado “Paseo de Olla”, sin que importe que vaya gente portadora de
sartén únicamente, porque se ha programado para chicharrón y carne frita. Ademàs
se le ha llamado “Paseo de Sancocho”, sin que importe el programa que se acaba de
mencionar, o que algunos le tengan prometido al estómago unos deliciosos platos
de fríjoles con garra o pezuña.
La diversión gastronómica, acompañada de licor, baño y música grabada, era de
vieja data y se hacía en forma grupal, entre amigos y familiares. No había día fijo;
preferían los fines de semana y días de fiesta; pero los paseadores sólo abundaban
cada veinticinco de diciembre y cada primero de enero, para el “desenguayabe” del
correspondiente día anterior. Entonces sí había bastantes personas en la playa
del río Tonusco, que era el escogido para los citados paseos (Agua limpia, si no ha
llovido; poco caudal, mucha playa, sol pleno y leña suficiente para el fogón de tres
piedras. Fincas de árboles frutales, contiguas a la playa de la ribera izquierda del
río; y pie de montaña, después de la playa de la ribera derecha). El sector que más
gusta es el llamado “La Garrucha”, o “La Guacamaya”. En él, principalmente bajo
los árboles o metidos en toldos improvisados, hombres y mujeres se divertían de lo
lindo hasta las últimas horas de la tarde.
De pronto la atención se concentró en el sábado más próximo al seis de enero, y
en lo sucesivo fue ese día el clásico para la fiesta del sancocho. Cada año crece en
asistencia y en competencia, desde la última década del siglo pasado. Se concede
un premio al mejor sancocho; verbigracia: una nevera. Los jurados prueban el sabor
de cada sancocho en concurso, atienden a otros requisitos, y toman la decisión. En
los últimos lustros casi todas las fiestas del “Concurso de sancochos” han contado
con el apoyo de la Alcaldía Municipal, que, entre otras colaboraciones, ha dispuesto
la hechura de grandes pozos, uno para niños, y uno para adultos.
Cualquier día les dio por llevar energía eléctrica al sitio de más concentración de
personas, el cual, como queda dicho, es el llamado “La Garrucha” y “La Guacamaya”,
por lo que cervezas, gaseosas, refrescos, paletas y similares aumentaron las delicias
de aquel “infierno” de sol, de suyo encantador. La rumba pudo saborearse, más
todavía, por la multitud de paseadores, entre propios y extraños (mil, dos mil, tres
mil… quién sabe cuántos). Claro, que es una rareza ver por allí a miembros de la
“alta sociedad”.
Hay vigilancia policiva.
La gente se moviliza alborozada, en carros, en motocicletas y a pie. Éstos van para
el “Sancocho”, aquéllos aprovechan para hacer su oficio, como acarreo de personas
y mercancías, y los demás, simplemente van a fisgonear, o, como dicen: a “soperiar”;
o a mirar, para ver que ven.
En la playa y en las inmediaciones, grupos musicales alegran el ánimo con sus
notas bailables. Fogones que se arman, fogones que se encienden, fogones que
llamean. Ollas que se ponen al fogón, ollas que hierven, ollas que se bajan. Platos,
tazas, totumas y otros recipientes, humeantes de comidas que son paladeadas o
engullidas. Gente que bebe. Gente que baila.
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Niños que se bañan, juegan y gritan en el pozo para ellos destinado.
Jóvenes y adultos que gritan, gesticulan y bromean dentro del pozo para ellos
hecho.
Ancianos que juegan a ser niños en el charco donde éstos se divierten. Ancianos
que ayudan en la culinaria. Ancianos que se esfuerzan por curiosearlo todo.
Parejas que bailan en la playa, en un arenal cercano de la tarima donde actúa un
buen grupo musical.
Algunos optan por acudir a los puestos de fritanga (Empanadas, papas, chorizos,
etc.)
Bajo los toldos se llenan y se vacian los congeladores.
Estallidos de voladores, música, ruídos varios, voces, gritos, carcajadas…. ¡El bullicio
es tremendo!.
La gente parece no cansarse: unos, van; otros, vienen. Así todo el día y las primeras
horas de la noche.
Y quieren más. Desde 2.008 se les llamó también “Fiestas del Río”, y se contempló
la posibilidad de que fueran sábado y domingo. Y en el 2.011 se hicieron del
primero al 10 de enero, teniendo como día principal el domingo, 9. Se les llamó: “El
Festival de Verano”
¡Para ser buenas, con el sábado basta!.
Si también se realizan el domingo, también el domingo vamos p’al río.
Y, si son los primeros diez días del año, diariamente la playa se “llenará” de personas,
no obstante que el río esté turbio y caudaloso.
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Diseño, diagramación, fotografías y portada
Leonardo Alcaraz Sepúlveda
Diseñador Gráfico
Ilustraciones de Juan Gabriel Perez Ceballos
Ilustrador
Este libro fue impreso en los talleres de Impresos Aguinaga, en Marzo de 2011
La Publicación de este libro se efectuó gracias a la decidida
colaboración del señor Alcalde Municipal
Hemel de J. Leal Sarrazola, como un aporte a la cultura y
específicamente a la Cátedra Municipal.
FRANCISCO LUIS GUISAO MORENO
Miembro de Número del Centro de Historia de la Ciudad de Antioquia
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DESFILE DE APERTURA
CANDANGA DE OBREGÓN
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MÚSICOS Y DIABLITOS
SAMUEL E. AGUINAGA ALCARAZ Y UN DIABLITO
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FIESTAS DEL RÍO
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