Argentina de cara al balotaje: ¿restauración neoconservadora, reinvención de la derecha o agotamiento del “relato”? Soledad Stoessel* La Plata, 29 de octubre 2015 Entrada la madrugada del lunes 26, tanto políticos oficialistas como opositores, militantes de distintos signos ideológicos, ciudadanos de a pie, mostraban sorpresa ante los resultados que tardíamente arrojaba la Dirección Nacional Electoral. Daniel Scioli, el candidato presidencial del Frente para la Victoria (FPV) obtenía apenas dos puntos más que su contricante Mauricio Macri, el magnate empresario que lidera la coalición Cambiemos, una alianza política de derecha, de reciente creación que aglutina al PRO, a la cententaria Unión Cívica Radical y a la Coalición Cívica, liderada por Elisa Carrió. Frente a los pronósticos de los encuestadores, quienes se galardonaron con el premio al “mejor peor análisis electoral” al vaticinar una brecha más amplia entre ambos candidatos capaz de evitar a Scioli una segunda vuelta, el candidato elegido por CFK no pudo escaparle a lo que más temía. En Argentina, se gana en primera vuelta si el candidato obtiene más del 45% de los sufragios o si obtiene 40% con una diferencia de 10 puntos porcentuales respecto al segundo. El 36,8% de los votos alcanzados por el FPV, si bien colocó a Scioli en el primer lugar, no sólo no bastó para ganar en primera vuelta sino que significó una pérdida de un punto y medio respecto a lo que había obtenido en las elecciones primarias de agosto de este año. Por el contrario, Cambiemos logró obtener más de cuatro puntos respecto a su performance en las PASO, pasando de un 30% a un 34,4%. Asimismo, en un hecho inédito desde 1987, Cambiemos se quedó con cinco puntos por encima de su competidor del FPV, con la provincia de Buenos Aires, bastión histórico del peronismo cuyo actual gobernador es el candidato presidencial del kirchnerismo. De esta forma, por primera vez en la historia del país el 22 de noviembre tendrá cita un balotaje en donde se definirá quién sucederá a CFK, y por primera vez, desde fines de los ochenta, la provincia más importante del país será gobernada por una coalición no peronista. ¿Cómo entender este avance de la derecha argentina? ¿Cómo leer el fulgurante retroceso de la formación gobernante? ¿Qué tipo de campaña se desarrollará durante las tres semanas venideras? Frente a la tesis de la restauración neoconservadora que circula como analgésico entre las filas progresistas para explicar el apuntalamiento de la derecha, no solo en Argentina sino en toda la región, aquí propongo dos argumentos para enriquecer el debate: por un lado, la imposibilidad del modelo kirchnerista de continuar * Socióloga (UNLP, Argentina) y Mg. Ciencias Políticas (Flacso-Ecuador) 1 garantizando mejores condiciones de vida para amplios sectores de la sociedad, así como la integración social vía el consumo, tal como había hecho el kirchnerismo de modo progresivo desde 2009 lo cual le había permitido articular a sectores populares, clases medias y medias-altas. En segundo lugar, el repliegue hegemónico de la fueza gobernante sobre la figura de CFK, la delegación en su liderazgo de la construcción política del proyecto y el ensimismamiento político. Estos dos elementos generaron las condiciones para la implantación gradual en el centro de la escena política, de una fuerza política de derecha aggiornada y renovada respecto a las derechas del siglo XX, capaz de hablar inteligente y camaleónicamente con el lenguaje y en el terreno propuesto por las fuerzas progresistas. Veamos esto. Con posterioridad a las elecciones primarias, así como durante estos días luego de las elecciones generales, gran parte de los análisis se concentraron en la dimensión estrictamente política para entender la coyuntura electoral argentina. Se enfatizó en la construcción política nacional, en el funcionamiento o no de la maquinaria electoralpunteril del peronismo en el territorio, en el apoyo (fuerte o liviano) al kirchnerismo de los “barones” del conurbano bonaerense, y en el armado de las listas legislativas. Sin embargo, pocos análisis prestaron atención al hecho de que desde hace ya algunos años, la economía argentina muestra un estancamiento que afecta primordialmente, a los sectores populares y a parte de las clases medias a las que el kirchernismo no logró politizar, o en estricto rigor, no pudo convencer de las bondades de su proyecto. El aumento de los precios de la canasta básica (tanto por las restricciones a las importaciones como por el manejo especulativo y fraudulento de las grandes corporaciones) y el concomitante retroceso del salario real, la restricción a la compra de divisas, el retiro progresivo de subsidios a los servicios básicos, el empeoramiento de la calidad del empleo, junto con los alltos porcentajes de informalidad y precarización laboral, entre otros, afectaron el pacto social construido en torno al proyecto nacional y popular. La insistencia oficialista por incluir a los sectores mayoritarios vía el consumo, como lo demuestra la multiplicidad de programas que impulsó el gobierno nacional en los últimos 12 meses para incentivar la demanda, fiel al espíritu keynesiano que imprimió la política económica desde 2011 hasta nuestros días, ya no alcanzó para persudir y seducir a gran parte de ellos para que permanezcan dentro del proyecto. Sin olvidar, que este deterioro económico puede aparecer ante los ojos de ciertos sectores con demandas de tipo liberal-republicanas, más dramático de lo que es en la realidad en un marco creciente de denuncias de corrupción política. No es verdad que el argentino promedio ha naturalizado y aceptado la corrupción, o si lo es, ya no la tolera del mismo modo. No es casual que el candidato que obtuvo un 20% (Sergio Massa, un ex kirchnerista, actual acérrimo opositor al gobierno) haya colocado como eje de su campaña, la propuesta de “meter presos a todos los políticos corruptos, sea quien sea”. En segundo lugar, hay que preguntarse (y replantearse para enfrentar el último round en noviembre), cómo pensó el kirchnerismo la estrategia política de cara a las elecciones. El fuerte liderazgo de Cristina, quien durante los últimos meses exhibe una imagen pública de más del 50% (no es paradójico -como muchos, sorprendidos, 2 han postulado- teniendo en cuenta que ya no podía reelegirse, lo cual baja la tensión y la sensación de “amenaza de continuidad”), determinó la elección de los sucesores a nivel nacional y provincial (recordemos que de modo similar en Brasil cuando Lula dejó de gobernar en 2010, contaba con 80% de popularidad y Dilma Rousseff, su sucesora, pudo ganar recién en segunda vuelta). La propia Presidenta fue quien definió a un candidato alejado de la centralidad kirchnerista (o del kirchnerismo puro), pero que medía mejor en las encuestas frente a candidatos permeados de cabo a rabo por la impronta kirchnerista (como Florencio Randazzo). El propio Aníbal Fernández había manifestado su escepticismo con las encuestas, “son como las morcillas, son muy ricas, pero si uno ve cómo las hacen…”. La designación desesperada de Scioli como candidato, tuvo efectos que aparecieron como señales esquizofrénicas: un Scioli, de golpe, kirchnerizado; e igualmente, un kirchnerismo, de la noche a la mañana, sciolizado. El discurso anti-neoliberal lanzado por Scioli en campaña distaba de aquél que lanzaba como gobernador de la provincia de Buenos Aires: un discurso post-político, vacío de contenido, con un estilo conciliador y apoyado en el mero marketing político. Por momentos parecía que Scioli dirigía la campaña más a la Presidenta y a la militancia kirchnerista (para convencerlos de su adhesión kirchnerista), que a una parte de la ciudadanía cansada del kirchnerismo (de uno, algunos o todos sus aspectos) y golpeada por las secuelas de la gestión del deterioro económico del país. Esto fue leído como una suerte de impostura, tanto por la militancia kirchnerista que a duras penas y “desgarradamente” votó por Scioli, como por sectores sociales antikirchneristas, que si bien reconocían que el motonauta peronista no era kirchnerista, sí creían que estaría condicionado en una posible gestión presidencial por el aparato kirchnerista y el liderazgo de CFK. El resultado fue que no lo votaron, al menos no en su gran mayoría. Esos votos peronistas anti-K fueron a Massa. Varios analistas sostienen que la decisión del FPV de no presentar candidatos para las PASO (mecanismo que el propio kirchnerismo se preocupó por habilitar y que no utilizó) y contar únicamente con la opción Scioli, pudo haber restado votos. No obstante, la fórmula para gobernador de la provincia de Buenos Aires sí contó con opciones en las internas. Y el resultado fue igualmente desafortunado para el oficialismo. La derrota de Aníbal Fernández en la provincia también puede ser leido a la luz de estas dimensiones. Si en las PASO la fórmula Fernández-Sabatella obtuvo en el primer lugar 40,3%, dicho número se redujo a 35,1 en las generales. Por el contrario, María Eugenia Vidal –gobernadora electa por el frente Cambiemos- pasó del 29,4% al 39,4% de los votos, es decir, logró escalar 10 puntos. ¿Qué sucedió? Deben conjugarse dos factores: la herencia de una gestión pública deficiente en la provincia más poblada y con casi el 40% del padrón electoral (no olvidemos los desfavorables resultados obtenidos en la provincia por el FPV en las elecciones legislativas de 2009 y 2013), y el apoyo contundente de la Presidenta a un candidato de pura cepa kirchnerista, quien expresa de forma paradigmática el estilo confrontativo y decisionista de gobernar del kirchnerismo. 3 Tal estilo ha sido progresivamente rechazado por las clases medias, especialmente de la Capital Federal y de las urbes de las cuatro provincias más pobladas (Córdoda, Santa Fe, Entre Ríos y Mendoza), donde sintomáticamente la fórmula Cambiemos obtuvo más cantidad de votos que el FPV para la elección de Presidente. No obstante, el análisis es parcial sino se atiende al juego político que propuso Macri para la provincia de Buenos Aires. Se decidió por los acuerdos políticos (frente a la “pureza” que recomendaba su gurú ecuatoriano Durán Barba) y definió como compañero de fórmula a un radical. Asimismo, en lugar de distanciarse del modo de hacer política más tradicional, exhortó a su candidata a entablar una relación cara a cara con los ciudadanos en los barrios y recorrer la provincia. Por último y no menos importante, ¿cómo explicar la progresiva captura de espacios políticos por parte de fuerzas políticas conservadoras, neoliberales o de centroderecha en la región, y en Argentina particularmente? Macri lo viene haciendo desde hace ocho años en la ciudad de Buenos Aires, Rodas ganó el año pasado la alcaldía de Quito, Capriles alcanzó la gobernación de Miranda en Venezuela y en Brasil la derecha lidera el pedido de impeachment para destituir a Dilma Rousseff. No se puede desconocer, que las derechas del siglo XXI exhiben rasgos novedosos respecto a las derechas de los años neoliberales. Macri acaba de quedar posicionado en el segundo lugar, con amplias chances de ganar el balotaje a partir de un discurso renovador, ecléctico e incluso al mejor estilo “populista”: su eje de campaña es el “cambio”, reconoce –aunque no exalta- las conquistas obtenidas durante la “década ganada” del kirchnerismo, convoca a sectores sociales peronistas y no peronistas e incluso de la izquierda más ortodoxa (en un gesto cuasi surrealista, “invitó” a Del Caño -representante del Frente de Izquierda que obtuvo el cuarto lugar con un histórico 3,5%- a aportar con sus votos). Lejos del modus operandi de las derechas del siglo XX, Cambiemos ha mostrado durante la campaña electoral capacidad para adaptar su discurso al “cambio de época” postneoliberal operado desde 2003. Ya no le es posible hablar con categorías propias del imaginario y proyecto conservador de las elites más tradicionales. Ya no puede desconocer la matriz de inclusión social forjada durante estos años. Así, Cambiemos retoma las banderas del kirchnerismo, al menos discursivamente: promete mantener la Asignación Universal por Hijo y la estatización de las empresas, reducir la pobreza a cero, continuar con la política desarrollista, aumentar y consolidar el empleo de calidad. Son palabras. Sólo eso. Pero toda campaña electoral no sería tal, sin frases y alocuciones lanzadas para persuadir. Toda campaña forja y promueve un voto de opinión. En la vereda de enfrente, ¿qué ofrece el oficialismo kirchnerista-sciolista? Lo mismo que viene haciendo hace 12 años. Scioli no se cansa de repetirlo: “desarrollo es construir a partir de lo construido”. Durante la campaña continuó enfatizando el clivaje “proyecto nac&pop versus neoliberalismo”, y perdió de vista otros ejes organizadores que podían capturar de modo más virtuoso las (¿nuevas?) demandas de amplios sectores sociales. 4 Que el kirchnerismo haya insistido con las mismas estrategias y los mismos tonos discursivos a los que apeló durante años (el emporio mediático como enemigo por excelencia que, segun el oficialismo, fue el que apuntaló a Macri), da cuenta de una incapacidad estratégica e intelectual frente a un adversario que sí supo adaptarse a los contextos. Llamó la atención que Macri inaugurara hace apenas algunas semanas una estatua de Perón, junto al dirigente y líder sindical Hugo Moyano. El Macri de hace cuatro años no es el mismo que el actual. Ahora Scioli, con el diario del lunes y con la final del juego a tan solo tres semanas, declaró que iba a ser “más Scioli que nunca”. A buen entendedor, pocas palabras. Ser más Scioli significa ser menos Cristina: desprenderse del núcleo duro del relato kirchnerista y de la endogamia en la que se encapsuló la militancia camporista, acercarse a las clases medias urbanas con un discurso anti-corrupción y dialoguista, reconocer que se debe sincerar la economía del país y el contenido de sus políticas de desarrollo. Sin tácticas y estrategias, no hay política alguna. ¿Estamos a tiempo? ¿O semejante operación de travestización dificilmente puede ser digerida por los votantes en tan poco tiempo? Después de todo, el kirchnerismo nos enseñó la centralidad de la memoria para toda política progresista. 5