Domingo IV de Cuaresma (B

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Contiene:
- ARL IV Domingo de Cuaresma B
- PAGOLA 4 Cuaresma B
- Domingo IV de Cuaresma B
- Semana del 15 al 21 de marzo de 2015
ARL IV Domingo de Cuaresma B
Casi se ha completado el camino cuaresmal y, con este, nos hemos adentrado en el Misterio de
Cristo, hecho hombre, muerto y resucitado por nuestra salvación; esto, el corazón de un misterio de
amor, del que Jesús habla como de una “necesidad”: “Como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así, es necesario que sea levantado el Hijo del hombre…”
La frase es parte del coloquio nocturno entre Jesús y Nicodemo, un fariseo observante que formaba
parte del sanedrín que, en su momento, juzgaría a Jesús; san Juan lo hace un icono de cuantos están
en búsqueda, cuantos se afanan por salir de la oscuridad de la duda para alcanzar la luz de la verdad.
Nicodemo fue a ver a Jesús, de noche; la noche, en san Juan, frecuentemente es sinónimo de
tinieblas y del mal: Judas salió del cenáculo mientras era de noche; y a la muerte de Jesús
descendieron las tinieblas sobre la tierra; una tiniebla y una noche que indican ausencia de Dios,
lejanía de él, o rechazo de él, como dice el Prólogo del relato evangélico, rechazo del Verbo, que es
el Hijo de Dios que se ha encarnado para la redención de los hombres y que “las tinieblas no han
comprendido” (1, 5). Nicodemo, como todo hombre en búsqueda, interroga a Jesús, y entre los dos
se desarrolla un largo e interesante diálogo del cual hoy la liturgia nos ofrece los detalles finales
que, precisamente ponen a este hombre ante el escándalo de la cruz, ante el desafío dramático que
hará exclamar a san Pablo: “…mientras los Judíos piden milagros y los griegos buscan la
sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los
paganos; mas para los que son llamados, sean judíos o griegos, predicamos a Cristo, poder y
sabiduría de Dios” (1Cor 1, 22-25).
La cruz, centro del evangelio de hoy, es el signo de la sabiduría de Dios que ama, signo del poder
de la infinita misericordia del Padre, revelada plenamente en su Hijo Jesús, el Redentor de los
hombres.
Y Jesús, en este admirable diálogo nocturno, que habla de cómo el Hijo de Dios será levantado,
revela al anciano miembro del sanedrín el gran misterio del amor que salva: “Dios ha mandado su
Hijo al mundo, no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él…”, se
salve, con la salvación que viene de la cruz: el trágico levantamiento de Cristo, que a los ojos de los
hombres parece una infamia pero que en la economía de Dios es inicio de la Resurrección que
incluye a los hombres y a toda la creación, la cual, “…también nutre la esperanza de ser liberada
de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloria del Hijo de Dios…” (Rm 8, 20-23.
No sabemos, porque el evangelio no lo dice, que efecto haya causado el discurso en el corazón de
Nicodemo; él desaparece del relato, pero las palabras de Jesús son ahora dirigidas a nosotros que
todavía estamos en camino; nosotros, siempre en busca de la verdad, necesitados de salvación y de
amor y son, aún, palabras que hablan de cruz y de misericordia: “Dios ha amado tanto al mundo
que le ha dado a su Hijo unigénito para que todo el que crea en él no muera sino que tenga la
vida eterna.”.
A estas palabras del Señor sirven de comentario las del apóstol san Pablo que hoy nos regala la
liturgia: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el
Hijo del hombre…”; la cruz de Cristo y su muerte en ella, él mismo la define “necesidad”; una
necesidad difícil de comprender si se refiere a la omnipotencia del Altísimo, pero que se hace clara
en la lógica de ese amor del que Cristo mismo ha dicho: “no hay amor más grande que este: darla
vida por los amigos” (Jn 15, 13).
La cruz de Cristo es, de este modo, el signo del amor que salva y, como tal, exige una respuesta fiel
departe del hombre que cree en el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret; una respuesta que es un profundo
acto de fe, como la que hace exclamar al centurión romano presente en el Calvario:
“Verdaderamente este era el Hijo de Dios” (Mt 27, 54).
“Es necesario que sea levantado el Hijo del hombre, para que quien crea en él tenga la vida
eterna”; mirar a Cristo, aceptar el don de su amor, creer y confiarse en él, es camino de salvación,
es don gratuito que, sin embargo, compromete a vivir como él ha vivido, caminando sobre sus pasos
y amando como él nos ha amado.
Amar como Cristo nos ha amado puede parecer algo imposible para las limitaciones humanas; pero
no lo es, pues precisamente él nos ha enseñado la manera en aquella cena pascual, cuando, ante los
sorprendidos discípulos, “se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla que se ciñó y
comenzó a lavar los pies a los discípulos…” (Jn 13, 4ss); un gesto con el cual, el Señor enseña
concretamente a los suyos y a todos los hombres, el deber de “lavarse los pies los unos a los otros”
por amor, pues el amor es servicio y se inclina a las necesidades de los hermanos, según el
mandamiento del amor que el Maestro nos ha dejado en herencia la noche en que se despidió de los
suyos para ir al encuentro de la pasión y la muerte: muerte para la resurrección, muerte que marca
para los hombres la verdadera Pascua, de una vida que se hace nueva en Cristo.
La Pascua para san Juan es ahí, en el calvario, donde el Hijo de Dios moribundo, infunde al mundo
su Espíritu; es ahí donde todo hombre renace, donde el Espíritu nos regenera; porque es ahí, ante el
Crucifijo que se realiza la opción fundamental de la vida: o con Cristo o contra de él, o la luz o las
tinieblas, o el amor o la condenación, esa auto condena a la amarga soledad de una existencia sin
Dios, sin verdad, sin amor y sin felicidad: la que viene del Señor crucificado y resucitado que nos
hace semejantes a él, hijos de Dios.
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm.
El Salvador, C.A., 15 de marzo de2015
DIOS AMA EL MUNDO
José Antonio Pagola
No es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante
cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra
esperanza.
«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y
contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y
desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la
máxima importancia.
Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no solo a los cristianos. Los
investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos
pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Solo quien se acerca a Jesucristo como el
gran regalo de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de
Dios a todo ser humano.
La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo es recordar el amor de
Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Concilio Vaticano II: La Iglesia «es enviada por Cristo a
manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo
primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.
Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él». Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del
mundo moderno todo un programa pastoral. Solo con el corazón lleno de amor a todos, nos
podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les
estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo.
En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno
introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué
no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos, que introduzcan entre nosotros amor,
amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren? Estos construyen la Iglesia de
Jesús, la Iglesia del amor.
Domingo IV de Cuaresma (B)
(Domingo 15 de marzo de 2015)
LECTURAS
La indignación y la misericordia de Dios se manifiestan en el exilio y en la liberación de su pueblo.
Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multi plicaron sus infidelidades,
imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el
Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus pa dres, les llamó la
atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su
pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus
palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo
subió a tal punto, que ya no hubo más remedio.
Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a
todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia
a los que habían escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de
sus hijos hasta el advenimiento del reino persa. Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada
por Jeremías: «La tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda
de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años».
En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del
Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y
este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de
Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y Él me ha
encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a
ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!»
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 136, 1-6
R. ¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios!
Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas
teníamos colgadas nuestras cítaras. R.
Allí nuestros carceleros
nos pedían cantos,
y nuestros opresores, alegría:
«¡Canten para nosotros un canto de Sión!» R.
¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor
en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén,
que se paralice mi mano derecha. R.
Que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti,
si no pusiera a Jerusalén
por encima de todas mis alegrías. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 2, 4-10
Hermanos:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando
estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo — ¡ustedes han sido
salvados gratuitamente!— y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con Él en el cielo.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que
nos tiene en Cristo Jesús.
Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes,
sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas
obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga Vida
eterna.
EVANGELIO
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por El
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 14-21
Dijo Jesús:
De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído
en el Nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio:
la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal
odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad
se acerca a la luz,
para que se ponga de manifiesto
que sus obras han sido hechas en Dios.
Palabra del Señor
Guión para la Santa Misa
IV -Domingo de Lætare-Ciclo B-2015
ENTRADA:
En este cuarto domingo de Cuaresma, llamado Domingo de "Laetare", la Liturgia nos invita a
alegrarnos porque se acerca la Pascua, el día de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
LITURGIA DE LA PALABRA:
1º LECTURA: IICrónica36,116.19-23
Dios, tras castigar las infidelidades de su pueblo, los liberó, movido por su infinita misericordia.
2º LECTURA: Efesios 2,4-10
La salvación es obra exclusivamente divina, que nos llega como don por la fe.
EVANGELIO: Jn3,1421
Dios rico en misericordia, nos envió a su propio Hijo como Víctima para nuestra salvación
PRECES:
Amados hermanos, en todo tiempo debemos orar, pero, sobre todo en estos días de cuaresma,
en que Cristo ayunó y oró en el desierto, es conveniente dirigir nuestras oraciones a Dios, de
un modo más vigilante e insistente.
A cada intención respondemos cantando….
*Por las intenciones y necesidades del Sto. Padre, especialmente las referidas por la paz en el
mundo y por la fortaleza de los cristianos que sufren persecución. Oremos.
*Por los consagrados para que contemplando las riquezas del Corazón de Cristo, vivan
consecuentes a la gracia de la vocación recibida. Oremos.
*Por los cristianos para que en este santo tiempo de Cuaresma se acerquen los sacramentos
especialmente a la confesión y Comunión. Oremos
*Por los más necesitados, los presos, los que sufren la soledad para que, animados por la esperanza
en Cristo, encuentren fortaleza en los sacramentos y en las personas que los asisten. Oremos
Señor, concede a tu pueblo volverse a Ti de todo corazón, para que sus oraciones obtengan de su
piedad lo que se atreven a pedir. Por Jesucristo nuestro Señor.
LITURGIA DE LA EUCARISTÍA
OFERTORIO:
Junto con el pan y el vino nos ofrecemos al Señor para ser transformados en Él.
COMUNIÓN:
“Dios amó tanto al mundo que le envió a su Hijo único” Acerquémonos a recibirlo en la Santa
Comunión.
SALIDA:
Después de haber participado en el Santo Sacrificio de la Misa y haber recibido el sacramento de
salvación, dirijámonos al mundo con valor y confianza para transmitir a nuestros hermanos la
alegría de la salvación.
Directorio Homilético
Nuevo Directorio Homilético
PRIMERA PARTE:
LA HOMILÍA Y EL ÁMBITO LITÚRGICO
I. LA HOMILÍA
(continuación)
9. ¿Qué es, entonces, la homilía? Dos breves extractos de los Praenotanda de los libros litúrgicos de
la Iglesia comienzan a ofrecernos una respuesta. Sobre todo, en la Ordenación General del Misal
Romano leemos:
«La homilía es parte de la Liturgia, y muy recomendada, por ser necesaria para alimentar la vida
cristiana. Conviene que sea una explicación de algún aspecto particular de las lecturas de la sagrada
Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día, teniendo presente el
misterio que se celebra y las particulares necesidades de los oyentes» (65).
10. La Introducción al Leccionario amplía notablemente esta breve descripción:
«En la homilía se exponen, a lo largo del año litúrgico, y partiendo del texto sagrado, los misterios
de la fe y las normas de vida cristiana. Como parte que es de la Liturgia de la Palabra, ha sido
recomendada con mucha frecuencia y, (…) principalmente, se prescribe en algunos casos. En la
celebración de la Misa, la homilía, hecha normalmente por el mismo que preside, tiene por objeto el
que la Palabra de Dios proclamada, junto con la Liturgia Eucarística, sea “como una proclamación
de las maravillas de Dios en la Historia de la Salvación o misterio de Cristo” (SC 35,2). En efecto,
el Misterio Pascual de Cristo, proclamado en las lecturas y en la homilía, se realiza por medio del
sacrificio de la Misa. Cristo está siempre presente y operante en la predicación de su Iglesia. La
homilía, por consiguiente, tanto si explica las palabras de la sagrada Escritura que se acaban de leer
como si explica otro texto litúrgico, debe llevar a la comunidad de los fieles a una activa
participación en la eucaristía, a fin de que “vivan siempre de acuerdo con la fe que profesaron” (SC
10). Con esta explicación viva, la Palabra de Dios que se ha leído y las celebraciones que realiza la
Iglesia pueden adquirir una mayor eficacia, a condición de que la homilía sea realmente fruto de la
meditación, debidamente preparada, ni demasiado larga ni demasiado corta, y de que se tenga en
cuenta a todos los que están presentes, incluso a los niños y a los menos formados» (OLM 24).
11. Es bueno subrayar algunos aspectos fundamentales que nos ofrecen estas dos descripciones. En
sentido amplio, la homilía es un discurso sobre los misterios de la fe y las normas de la vida
cristiana, desarrollado de manera que se adapte a las exigencias particulares de los que escuchan. Es
una descripción concisa de muchos géneros de predicación y exhortación. Su forma específica viene
sugerida por la expresión: «partiendo del texto sagrado», referido a los pasajes bíblicos y a las
oraciones de la Celebración Litúrgica. Esto no se tendría que olvidar, por el hecho de que las
oraciones ofrecen una válida hermenéutica al homileta para interpretar los textos bíblicos. Lo que
distingue la homilía de otras formas de enseñanza es su contexto litúrgico. Esta comprensión es
crucial cuando el cuadro de la homilía es la Celebración Eucarística; cuanto viene afirmado por los
documentos es esencial para una correcta visión de la función de la homilía. La Liturgia de la
Palabra y la Liturgia Eucarística proclaman juntas la maravillosa obra de Dios de nuestra salvación
en Cristo: «El Misterio Pascual de Cristo, proclamado en las lecturas y en la homilía, se realiza por
medio del sacrificio de la Misa». La homilía de la Misa «debe llevar a la comunidad de los fieles a
una activa participación en la eucaristía, a fin de que “vivan siempre de acuerdo con la fe que
profesaron” (SC 10)» (OLM 24).
12. Esta descripción de la homilía en la Misa propone una dinámica simple pero a la vez
cautivadora. El primer movimiento viene sugerido por las palabras: «el Misterio Pascual de Cristo,
proclamado en las lecturas y en la homilía». El homileta ilustra las lecturas y las oraciones de la
celebración de manera que su significado venga iluminado por la muerte y Resurrección del Señor.
Es extraordinario cuando están estrechamente asociadas «las lecturas y la homilía» hasta el punto
que una mala proclamación de las lecturas bíblicas supone un prejuicio para la comprensión de la
homilía. Ambas pertenecen a la proclamación, para confirmar cómo la homilía es un acto litúrgico;
en realidad es una especie de alargamiento de la proclamación de las mismas lecturas. Conectando
estas últimas con el Misterio Pascual, la reflexión podría tocar, con resultados satisfactorios,
enseñanzas doctrinales o morales sugeridas por los textos.
13. El segundo movimiento viene sugerido por la expresión: «[el Misterio Pascual] se realiza por
medio del sacrificio de la Misa». La segunda parte de la homilía dispone a la comunidad a la
Celebración Eucarística y a reconocer que aquí es donde compartimos verdaderamente el misterio
de la muerte y Resurrección del Señor. Virtualmente, se podría escoger en cada homilía la
necesidad implícita de repetir las palabras del apóstol Pablo: «El cáliz de la bendición que
bendecimos, ¿no es comunión de la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del
Cuerpo de Cristo?» (1 Cor 10,16).
14. Un tercer movimiento, que puede ser breve y tener una función conclusiva, sugiere a los
miembros de la comunidad, transformados por la Eucaristía, cómo pueden llevar el Evangelio al
mundo a través de la existencia cotidiana. Naturalmente, serán las lecturas bíblicas las que
inspirarán los contenidos y las orientaciones de tales aplicaciones, pero al mismo tiempo, también
tienen que ser indicados por el homiletalos efectos de la misma Eucaristía que se está celebrando y
sus consecuencias para la vida cotidiana, en la dichosa esperanza de la comunión inseparable con
Dios.
15. En síntesis, la homilía está recorrida por una dinámica muy simple: a la luz del Misterio Pascual
reflejado en el significado de las lecturas y de las oraciones de una determinada celebración,
conduce a la asamblea a la Liturgia Eucarística, en la que se participa del mismo Misterio Pascual
(ejemplos de este tipo de perspectiva homilética serán expuestos en la segunda parte del Directorio).
Esto significa claramente que el ámbito litúrgico es la clave imprescindible para interpretar los
textos bíblicos proclamados en una celebración. Tomaremos ahora en consideración tal
interpretación.
(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio
Homilético, 2014, nº 9 - 15)
Exégesis
P. José María Solé Roma, C. M. F.
Sobre la Primera Lectura (2 Cro 36,14-16.19-23)
El Hagiógrafo, al concluir su narración de las vicisitudes de la Casa de David, que llega en aquel
momento al sumo de la humillación, hace 'Teología' de la Historia. Es decir, busca el sentido e
interpretación que tienen los acontecimientos de Israel mirados desde la perspectiva de Dios.
- Dirigentes, sacerdotes y Pueblo han multiplicado sus idolatrías y sacrilegios (v 14). Dios les ha
enviado Profetas y mensajeros. Pero se han reído de los Profetas; hasta los han perseguido (v 16).
Con ello 'la ira de Yahvé contra su Pueblo subió hasta tal punto que fue irremediable' (v 16). El
instrumento del castigo ha sido Nabucodonosor. Ha incendiado la ciudad de Jerusalén y su Templo;
y se ha llevado cautivos a Babilonia, como esclavos, los supervivientes de Judá.
- El castigo ha provocado el arrepentimiento; y éste, el perdón de Dios. Dios suscita a Ciro. Uno de
los primeros gestos del conquistador de Babilonia fue decretar la liberación de los judíos; y darles
permiso para la repatriación y la reconstrucción del Templo de Jerusalén.
- Al leer estos recuerdos de la Historia Sagrada en tiempo cuaresmal podemos poner de relieve dos
lecciones:
a) La llamada que nos hace Dios al arrepentimiento. Los castigos de que Dios envía o permite a
individuos y naciones son invitaciones misericordiosas a la conversión. La constante histórica de
Israel: pecados-castigo-conversión-perdón, deben ser también aviso para el 'Israel de Dios'.
b) Ciro, por su gesto de libertador de Israel, es en boca de los Profetas 'Tipo' y figura del Mesías
Libertador: 'Así dice Yahvé a su Ungido (Cristo) Ciro, a quien he tomado de la diestra' (Is 45, 1).
'Es mi amigo; realizará mis planes: yo le he llamado' (Is 48, 14). Por tanto, para los Profetas que
interpretan teológicamente la Historia, Ciro, que libera a los judíos de la cautividad de Babilonia
para que retornen a la Tierra Prometida, es un logradísimo Tipo y prenuncio del Ungido, el Mesías,
que será el libertador verdadero, pleno y definitivo.
Sobre la Segunda Lectura Efesios 2,4-10:
San Pablo nos da una síntesis preciosa de la liberación-salvación que nos ha traído Cristo:
- Judíos y paganos vivían por igual esclavizados por el pecado, que es la verdadera muerte espiritual
(Ef 3, 1); dominados por el 'mundo', el 'demonio' y las 'concupiscencias'. (vv 2-3). De tan triste e
insuperable esclavitud nos ha libertado Cristo.
- Esta Salvación de Cristo la gozamos ya 'ahora' y 'aquí' en toda su riqueza y plenitud. Es propio de
San Juan y de San Pablo considerar la 'escatología' o salvación en su interioridad en su actualidad.
En efecto, incorporados a Cristo por la fe, vivificados por su gracia, poseedores del Espíritu Santo,
prenda y arras de nuestra herencia, es tan real y plena nuestra Salvación, que se puede decir de
nosotros: 'Convivificados-conresucitados-conentronizados en los cielos en Cristo Jesús' (v 6).
Poseedores de la gracia, nos pertenece la herencia de la 'Gloria'.
- De esta Salvación recalca San Pablo la 'gratuidad': 'Es incomprensible riqueza de gracia, es
benignidad de Dios'. (v 7). Es pura 'gracia'. Nosotros sólo aportamos la 'Fe'; la cual es también 'don'
de Dios (v 8). Así, nadie tiene de qué gloriarse, ni judíos ni gentiles. A todos nos salva Dios, en
Cristo, por gracia. La belleza y riqueza de esta 'gracia' la enaltece San Pablo al decir que en virtud
de ella somos 'una obra de Dios, una nueva creación en Cristo'. (v 9), infinitamente más prodigiosa
que la creación primera. Y ahora nosotros, respondiendo al plan de Dios, viviremos conforme a
nuestra dignidad de hijos suyos en Cristo; 'y andaremos por aquellos caminos de santidad, para los
que nos preordenó Dios' (v 9). Ser auténtico cristiano es responder a esta gracia de Dios hasta
alcanzar la mas perfecta configuración interior y exterior con Cristo. 'El cual a los que nacimos
esclavos del pecado antiguo nos eleva, regenerados por el Bautismo, a la dignidad de hijos
adoptivos de Dios' (Pref. Cuaresmal).
Sobre el Evangelio (Jn3,14-21)
En la Nueva Alianza Cristo nos da como don la vida divina. Es 'Regeneración':
- San Juan, en el marco histórico del diálogo de Jesús con el sanedrita Nicodemo, nos da la doctrina
sobre el Bautismo (Jn 3, 5). Este nuevo nacimiento (= regeneración) nos hace entrar en el Reino de
Dios (v 5) y nos torna 'celestes', 'espirituales', 'divinos' (vv 3. 5. 6. 7). No son cosas que vean los
ojos de la carne, pero sí se conocen por sus efectos (v 8). Nicodemo piensa y habla a ras de tierra, y
nada entiende (v 4). Como 'Maestro de Israel' que es (v 10), debería saber por la Escritura de este
'nuevo nacimiento por el Espíritu'. Y, al menos, creer al Testigo Celeste que le habla (v 13).
- Jesús explica a Nicodemo el misterio de la 'Redención'. El Mesías ha de ser 'exaltado' a la Cruz.
Como Él lleva sobre Sí todos los pecados del mundo, su crucifixión será la Salvación de todos. A
cuantos miren (crean) al Crucificado llegará la Salvación. Esto preanunció Moisés al levantar en
alto la 'Serpiente' en el Desierto: 'Señal de Salvación' (Sab 16. 6). 'Cuantos la miraban se salvaban'
(Sab 16. 7): Cuantos miren a Cristo Crucificado (en Él crean) se salvarán (16). Esta Salvación es
universal y espersonal: La Salvación dada gratuitamente a todos por Cristo se personaliza: a) con la
Fe (Jn 3, 16.8); b) con las obras (Jn 3, 20; Ef 2, 9).
- Por tanto, en la Obra Salvífica intervienen:
a)El Amor del Padre. Nos envía a su Hijo-Salvador.
b)El Amor del Hijo; toma sobre si nuestros pecados y los expía (14).
c)La respuesta del hombre. Este con fe y amor acepta la Salvación. El que no cree, él mismo se
pone en zona de muerte y condenación (19).
(Solé Roma, J. M., Ministros de la Palabra, ciclo "B", Herder, Barcelona, 1979)
Comentario Teológico
Directorio Homilético
Aviso: Recordemos que hoy, cuarto domingo de Cuaresma del ciclo B, se puede leer el evangelio
del ciclo A, el ciego de nacimiento (Jn 9,1-41). En realidad, dicho evangelio del ciclo A armoniza
mejor con el carácter bautismal de la Cuaresma. La cuaresma es el recorrido que los catecúmenos
realizan para recibir el bautismo en el día de Pascua. Por esta razón el Directorio Homilético, al
hablar del cuarto domingo de Cuaresma y pensando en los tres ciclos, comenta el evangelio del
ciego de nacimiento.
Directorio Homilético
El IV domingo de Cuaresma
73. El IV domingo de Cuaresma está irradiado de luz, una luz evidenciada en este domingo
«Laetare» por las vestiduras litúrgicas de tonalidad más clara y por las flores que adornan la iglesia.
La relación entre el Misterio Pascual, el Bautismo y la luz, viene acogida sintéticamente por un
versículo de la segunda lectura: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo
será tu luz». Esta relación resuena y encuentra una elaboración posterior en el prefacio: «Que se
hizo hombre para conducir al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los
que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el Bautismo, transformándolos en hijos
adoptivos del Padre». Esta iluminación, inaugurada con el Bautismo, viene fortalecida cada vez que
recibimos la Eucaristía, momento enfatizado por las palabras del ciego referidas en la antífona de
comunión: «El Señor me puso barro en los ojos, me lavé y veo, y he empezado a creer en Dios».
74. Todavía no es un cielo sin nubes, lo que contemplamos en este domingo. El proceso del «ver»
es, en la práctica, mucho más complejo de cómo viene descrito en la concisa narración del ciego. La
primera lectura
nos advierte: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura … porque Dios no ve como los
hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón». Se trata de una advertencia salvadora tanto
para los elegidos, en los que crece la espera mientras se acercan a la Pascua, como para el resto de
la comunidad. La oración después de la comunión afirma que Dios ilumina a todo hombre que
viene a este mundo, pero el reto proviene del hecho que, de modo más o menos intenso, nos
dirijamos a la luz o, por el contrario, nos alejemos de ella. El homileta puede invitar a quien le
escucha a notar cómo el hombre nacido ciego comienza a ver progresivamente y la creciente
ceguera de los adversarios de Jesús. El hombre curado inicia la descripción de su sanador como
«ese hombre que se llama Jesús»; después profesa que es un profeta; y finalmente proclama:
«¡Creo, Señor!», y adora a Jesús. Los fariseos, por su parte, se convierten poco a poco en más
ciegos; inicialmente admiten que se ha producido el milagro, después llegan a negar que se haya
tratado de un milagro y, finalmente, expulsan fuera de la sinagoga al hombre que se ha curado. A lo
largo de la narración, los fariseos afirman con seguridad lo que saben, mientras el ciego admite su
propia ignorancia. El pasaje del Evangelio se cierra con Jesús que advierte cómo su venida ha
generado una crisis en el sentido literal del término, es decir, un juicio; Él otorga la vista al ciego
pero los que ven se convierten en ciegos. En respuesta a la objeción de los fariseos, él dice: «Si
estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis. Vuestro pecado persiste». La
iluminación recibida en el Bautismo tiene que expandirse entre las luces y sombras de nuestra
peregrinación y, de este modo, después de la Comunión, rezamos: «Señor Dios … ilumina nuestro
espíritu con la claridad de tu gracia, para que nuestros pensamientos sean dignos de ti y aprendamos
a amarte de todo corazón».
(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio
Homilético, 2014, nº 73 - 74)
Santos Padres
San Agustín
El signo de la cruz
11. Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz, y esa misma muerte libra a los mortales.
El Señor recuerda lo que en figura aconteció a los antiguos: Y así como Moisés, dice, levantó en el
desierto la serpiente, así también conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el
que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Esto es un gran misterio, que saben quienes
lo han leído. Lo oigan ahora quienes o no lo han leído o lo tienen olvidado después de haberlo leído
u oído. Quedaba deshecho el pueblo de Israel en el desierto por las mordeduras de las serpientes.
Sufría un gran estrago por las muchas muertes. Era castigo de Dios, que corrige y flagela para
instruir. Se vio allí un gran misterio futuro; lo dice el Señor mismo en esta lección; nadie puede ver
en él otra cosa que lo que la Verdad dice de sí misma. El Señor dijoa Moisés que hiciese una
serpiente de bronce y la levantara en alto sobre un madero en el desierto y avisase al pueblo de
Israel que mirase a aquella serpiente levantada sobre el madero quien sufriera las mordeduras de las
serpientes. Así se hizo. Eran víctimas de las mordeduras los hombres, y miraban y quedaban sanos.
¿Qué son las serpientes que muerden? Son los pecados de la carne mortal. ¿Qué es la serpiente en
alto levantada? La muerte del Señor sobre la cruz. Porque la muerte es de la serpiente, por su efigie
fue simbolizada. La mordedura de la serpiente es mortal. La muerte del Señor es vital. Se mira a la
serpiente para aniquilar el poder de la serpiente. ¿Qué es esto? Se mira a la muerte para aniquilar el
poder de la muerte. Pero ¿qué muerte es ésa? Es la muerte de la vida, si es que se puede decir la
muerte de la vida; y porque se puede decir, es admirable lo que se dice. ¿Acaso no se ha de poder
decir lo que se pudo hacer? ¿Dudaré yo de confesar lo que el Señor tuvo la dignación de hacer por
mí? ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo, Cristo está en la cruz. ¿No es Cristo la vida? Y, sin
embargo, Cristo está muerto. Pero en la muerte de Cristo encontró la muerte su muerte. Porque la
vida muerta mató a la muerte; la plenitud de la vida se tragó la muerte: la muerte fue absorbida por
el cuerpo de Cristo. Así lo diremos nosotros en la resurrección, cuando ya en el triunfo cantemos:
¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu poder? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? Ahora, entre tanto,
hermanos, para que sanemos de los pecados, miremos a Cristo crucificado; porque así como Moisés
levantó, dice, la serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para
que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Como los que miraban aquella
serpiente no morían de sus mordeduras, así los que miran con fe la muerte de Cristo quedan sanos
de las mordeduras de los pecados. Pero aquéllos se libraban de la muerte para vivir vida temporal,
más aquí se dice que para que vivan vida eterna. Esta es la diferencia entre el signo figurativo y la
realidad misma. La figura no daba sino la vida temporal, mientras la realidad misma de aquella
figura da la vida eterna.
12. No envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el
mundo por El. Pues el médico en cuanto tal viene a curar al enfermo. A sí mismo se da la muerte
quien se niega a observar las prescripciones del médico. El Salvador ha venido al mundo. ¿Por qué
se dice Sal-vador del mundo, sino para que lo salve, no para que lo condene? ¿No quieres que Él te
salve? Por tu conducta serás juzgado. Pero ¿qué digo: serás juzgado? Mira lo que dice: El que cree
en El, no es juzgado; más el que no cree... ¿Qué esperas que se diga sino que serás juzgado? Ya,
dice, está juzgado. El juicio aún no se ha publicado, pero ya está hecho. Sabe el Señor quiénes son
los suyos; sabe quiénes quedarán para la corona, quiénes para las llamas; conoce en su era cuál es el
trigo y cuál es la paja, como cuál es la mies y cuál es la cizaña. Ya está juzgado quien no cree. ¿Por
qué juzgado ya? Porque no creyó en el nombre del Hijo unigénito de Dios.
13. Y el juicio es éste: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que
la luz, pues sus obras eran malas. ¿En quiénes, hermanos míos, halló el Señor buenas obras? En
ninguno; en todos malas. ¿Cómo es que algunos practicaron la verdad y llegaron a la luz? Se ve en
lo que sigue: El que practica la verdad viene a la luz para que se muestren sus obras, pues están
hechas en Dios. ¿Cómo es que unos hicieron obras buenas y vinieron a la luz, esto es, a Cristo, y,
por el contrario, otros amaron las tinieblas? Pues si los halló a todos pecadores y a todos sana de los
pecados; si la serpiente aquella, que era figura de la muerte del Señor, cura a los que estaban
mordidos, y por las mordeduras de la serpiente y por los hombres mortales que encontró injustos se
levantó en alto la serpiente, es decir, la muerte del Señor, ¿qué sentido tiene lo que sigue: El juicio
es éste: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus
obras eran malas? ¿Qué es esto? ¿Quiénes tenían buenas obras? ¿No viniste para justificar a los
impíos? Pero amaron, dice, las tinieblas más que la luz. Ahí está precisamente la razón. Muchos
hay, pues, que aman sus pecados y muchos también que los confiesan. Quien confiesa y se acusa de
sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a
Dios. Hombre y pecador son como dos cosas distintas; cuando oyes, hombre, oyes lo que hizo Dios;
cuando oyes, pecador, oyes lo que el mismo hombre hizo. Deshaz lo que hiciste para que Dios salve
lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a
detestar lo que hiciste, entonces empiezan tus buenas obras, porque repruebas las tuyas malas. El
principio de las buenas obras es la confesión de las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz.
¿Qué es practicar tú la verdad? No halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que
eres justo, cuando eres inicuo. Así es como empiezas tú a practicar la verdad; así es como vienes a
la luz, para que se muestren las obras que has hecho en Dios. Porque esto mismo que te hace
aborrecer tus pecados ni lo habría en ti si no te alumbrara la luz de Dios, si no te lo mostrara su
verdad. Más el que después de advertido ama sus pecados, éste odia la luz que le advierte y huye de
ella para que no le reprenda las obras malas que ama. Mas, en cambio, quien hace la verdad
reprende en sí sus malas obras; no se contempla, no se perdona, para que Dios le perdone. Lo que
quiere que Dios le perdone, lo reconoce él mismo, y así viene a la luz y da gracias a la luz porque le
muestra el objeto de su odio. Dice a Dios: Aparta tu vista de mis pecados. ¿Con qué cara diría esto
si no dijera a renglón seguido: Porque yo reconozco mis crímenes y tengo siempre delante de mí
mis pecados? Ten siempre en tu presencia lo que no quieres que esté en presencia de Dios. Porque,
si echas tú a la espalda tus pecados, Dios te los volverá a poner en presencia de tu vista cuando ya la
penitencia será sin fruto alguno.
14. Corred, no sea que os sorprendan las tinieblas. Estad siempre en vela, hermanos míos,
por vuestra salud; estad siempre en vela mientras dura el tiempo. Ninguno llegue tarde al templo de
Dios, ni se quede atrás en las obras de Dios, ni se retraiga de la continua oración, ni deje que le
roben el fruto y piedad acostumbrados. Estad en vela mientras dura el día y alumbra el día. Cristo es
el día. Cristo está dispuesto a perdonar, pero a quienes se reconocen y se castigan; mas no a los que
se defienden y se jactan de su justicia y se creen algo siendo nada. El que anda en su amor y en su
misericordia, libre ya de aquellos mortales y grandes pecados, como son crímenes, y homicidios, y
hurtos, y adulterios, no deja por eso de hacer la verdad y de venir a la luz con obras buenas,
confesando pecados que parecen pequeños, como son los de la lengua, o del pensamiento, o de la
falta de moderación en cosas lícitas, ya que muchos pecados pequeños, cuando se descuidan, matan.
Bien pequeñas son las gotas que llenan los ríos, y dígase lo mismo de los granos de arena: si la
carga es mucha, oprime y aplasta. El mismo efecto produce la sentina descuidada que las
impetuosas olas; el agua va penetrando paulatinamente en la sentina, pero, entrando durante mucho
tiempo y no vaciándose, llega a hundir la nave. ¿Qué es vaciar la sentina sino hacer buenas obras,
tales como gemir, y ayunar, y socorrer, y perdonar para no ser aplastado por el peso de los pecados?
¡Qué difícil es el camino de este siglo y qué lleno de pruebas con el fin de que no se ensoberbezca
el hombre en la prosperidad ni se abata en la adversidad! Quien te concede la felicidad de este siglo,
te la concede para tu consuelo, no para corrupción tuya. Asimismo, quien te azota en este siglo, lo
hace para corregirte, no para perderte. Sufre al padre que te enseña, para que no le experimentes
como juez que te castiga. Todos los días os estoy diciendo esto, y está bien que se repita muchas
veces, porque es cosa buena y saludable.
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIII), Tratado 12, 11-14, BAC
Madrid 19682, 311-17
Aplicación
P. Alfredo Sáenz,S.J.
El Hijo del hombre será elevado
El texto evangélico que acabamos de escuchar constituye el trozo final del espléndido diálogo que,
en horas de la noche, mantuviera Jesús con Nicodemo. En el transcurso de esa conversación, Jesús
le había enseñado la necesidad de nacer de nuevo, de nacer de lo alto, de renacer del agua y del
Espíritu, para poder entrar en el Reino de Dios. Y luego le siguió diciendo, ya en la parte que hemos
escuchado hoy: "De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en
él tengan vida eterna". Jesús parece decir a Nicodemo que, gracias a una misteriosa exaltación del
Hijo del hombre, el bautismo de agua y de Espíritu adquiriría su eficacia sobrenatural de dar la vida
eterna. Probablemente Nicodemo no comprendió a fondo lo que Jesús acababa de revelarle, si bien
algo habrá podido barruntar. Respecto a él nosotros somos privilegiados porque estamos en
condiciones de captar mejor el significado de las palabras del Señor.
Alude Jesús a la serpiente de bronce que Moisés hizo erigir en el desierto. Sucedió cuando los
judíos, que por allí peregrinaban, cansados ya de tantas tribulaciones, comenzaron a murmurar
contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos habéis hecho subir del Egipto para morir en el
desierto...?". Dios, indignado, envió contra el pueblo terribles serpientes, muriendo mucha gente de
Israel. Entonces recurrieron a Moisés para que intercediese por ellos delante de Dios. Conmovido
por la súplica del caudillo, el Señor le respondió que hiciera una serpiente de bronce y la colocara
sobre un poste de tal modo que si alguien fuera mordido por una víbora le bastase con mirar a la
imagen de bronce para evitar la muerte. Fue una manifestación del poder de Dios, capaz de librar de
todo mal. Pues bien, el Señor se aplica a sí mismo la imagen de la serpiente del Antiguo
Testamento: también El será elevado en el mástil de la cruz, de manera parecida a la serpiente de
bronce y con efectos similares.
Como se ve, la crucifixión de Cristo no tiene solamente un aspecto doloroso sino que es, a la vez, el
comienzo de su glorificación. Según lo consigna el evangelista San Juan, autor del texto que hoy
nos ocupa, el mismo Señor dijo en otra ocasión: "Cuando hayáis elevado al Hijo del hombre,
entonces sabréis que yo soy". Y también: "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos
hacia mí". La "elevación" de Cristo es, así, el comienzo de su victoria: desde la cruz, como un imán
divino, ejercería una influencia universal, todo lo atraería hacia Sí. Jesús sería allí la nueva
serpiente, no como aquella del Génesis que en el Paraíso terrenal sedujo a nuestros primeros padres,
y siguió seduciendo al pueblo elegido a lo largo de su historia. Jesús se hizo a sí mismo serpiente
para librarnos de la antigua serpiente por cuya envidia la muerte se introdujo en el mundo. Se hizo
muerte para libramos de la muerte. Por eso su elevación sobre la cruz es ya el preludio de la
victoria. Esa elevación, al mismo tiempo efecto de nuestro pecado y causa de vida eterna, no puede
ser considerada independientemente del proceso de glorificación que culmina en la Ascensión,
donde también Jesús se "elevaría a lo alto", esta vez de manera definitiva. Tal es la esencia del
Misterio Pascual: proceso de muerte y de glorifica-ción. Del Seno del sepulcro brota la vida. Vida
que de la tierra se eleva, asciende, hasta el cielo.
Durante la Cuaresma, amados hermanos, nos encaminamos a la celebración de este misterio
inefable, que encuentra su momento más relevante en la Semana Santa: Levantemos los ojos hacia
Cristo, elevado en Cruz, con la misma confianza con que los judíos del desierto miraron a la
serpiente de bronce. Y así no pereceremos. Miremos a Cristo y creamos firmemente en El, porque
como nos dice el evangelio de hoy: "Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que
todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna". Nuestra mirada a Cristo en Cruz habrá
de ser, pues, una mirada de fe, una mirada de confianza, sabiendo que Dios no envió a su Hijo al
mundo para condenar a los hombres, sino para que los hombres, acogiendo la sangre que cae
redentoramente de la Cruz, se salven por El. Es cierto que si los hombres se niegan a ser salvados,
esa sangre cae igualmente, pero no para redimir sino para condenar. Recordemos aquel grito
terrible: "Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Porque, como nos dice el
evangelio de hoy, Cristo ha venido para un "juicio"; su luz ha brillado en el mundo: algunos la
aceptan, pero otros prefieren las tinieblas a la luz, porque sus obras son malas, y no quieren
acercarse a la luz para que sus obras no queden de manifiesto. Acerquémonos nosotros a Cristo,
nuestra luz, nuestra serpiente, como lo llama San Ambrosio, con toda confianza, con toda humildad,
mirémosle en los ojos... y creamos.
Pronto llegará el momento de la consagración y de la elevación. Una vez más Cristo será "levantado
en alto", esta vez por el sacerdote, para atraer a todos hacia Sí. La misa es la renovación del
sacrificio de la Cruz, de ese sacrificio que implicó la primera y cruel "elevación" de tres horas
interminables, en la cima del monte Calvario. Luego nos acercaremos a recibir el Cuerpo del Señor
inmolado. Su luz va a penetrar en nosotros. Que ilumine todas las regiones oscuras de nuestra alma.
Que como la serpiente del desierto se eleve bien alto en nuestro corazón para que siempre sea el
centro de nuestra mirada interior. Y que la contemplación de sus misterios pascuales sea para
nosotros fuente de vida y de salvación.
(SÁENZ, A., Palabra y vida, Gladius, Buenos Aires 1993, p. 97-99)
San Juan Pablo II
La liturgia dominical de hoy comienza con la palabra: Laetare: “¡Alégrate!”, es decir con la
invitación a la alegría espiritual.
Vengo para adorar en espíritu el misterio de la cruz del Señor. Hacia este misterio nos orienta el
coloquio de Cristo con Nicodemo... Jesús tiene ante sí a un escriba, un perito en la Escritura, un
miembro del Sanedrín y, al mismo tiempo, un hombre de buena voluntad. Por esto decide
encaminarlo al misterio de la cruz. Recuerda, pues, en primer lugar, que Moisés levantó en el
desierto la serpiente de bronce durante el camino de cuarenta años de Israel desde Egipto a la Tierra
Prometida. Cuando alguno a quien había mordido la serpiente en el desierto, miraba aquel signo,
quedaba con vida (cf. Num, 21,4-9). Este signo, que era la serpiente de bronce, preanunciaba otra
Elevación: “Es preciso -dice, desde luego, Jesús- que sea levantado el Hijo del Hombre- y aquí
habla de la elevación sobre la cruz- para todo el que creyere en Él tenga la vida eterna” (Jn 3,1415). ¡La cruz: ya no sólo la figura que preanuncia, sino la Realidad misma de la salvación!
Y he aquí que Cristo explica hasta el fondo a su interlocutor, estupefacto pero al mismo tiempo
pronto a escuchar y a continuar el coloquio, el significado de la cruz:
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que cree en Él no
perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16).
La cruz es una nueva revelación de Dios. Es la revelación definitiva. En el camino del pensamiento
humano, en el camino del conocimiento de Dios, se realiza un vuelco radical. Nicodemo, el hombre
noble y honesto, y al mismo tiempo discípulo y conocedor del Antiguo Testamento, debió sentir
una sacudida interior. Para todo Israel, Dios era sobre todo Majestad y Justicia interior. Era
considerado como Juez que recompensa o castiga. Dios, de quien habla Jesús, es Dios que envía a
su propio Hijo no “para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Jn 3,17).
Es Dios del amor, el Padre que no retrocede ante el sacrificio del Hijo para salvar al hombre.
San Pablo, con la mirada fija en la misma revelación de Dios, repite hoy por dos veces en la Carta a
los Efesios: “De gracia habéis sido salvados” (Ef 2,5). “De gracia habéis sido salvados por la fe”
(Ef 2,8). Sin embargo, este Pablo, así como también Nicodemo, hasta su conversión fue hombre de
la Ley Antigua. En el camino de Damasco se reveló Cristo y desde ese momento Pablo entendió de
Dios lo que proclama hoy: “...Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor que nos amó, y
estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo -de gracia habéis sido
salvados-” (Ef. 2,4-5).
¿Qué es la gracia? “Es un don de Dios”. El don que se explica con su amor. Y el amor que se revela
mediante la cruz, es precisamente la gracia. En ella se revela el más profundo rostro de Dios. Él no
es sólo el juez. Es Dios de infinita majestad y de extrema justicia. Es Padre, que quiere que el
mundo se salve; que entienda el significado de la cruz. Esta es la elocuencia más fuerte del
significado de la ley y de la pena. Es la palabra que habla de modo diverso a las conciencias
humanas. Es la palabra que obliga de modo diverso a las palabras de la ley y a la amenaza de la
pena. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la
verdad.
¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la
vida nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la
cruz salva y, al mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. “Porque todo
el que obra el mal, aborrece la luz”...-¡Precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!- “Pero
el que obra la verdad viene a la luz” (Jn 3,20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la
gracia. Quiere que lo comprometa ese inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre
oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a los hijos de esta tierra nuestra, del mismo
modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey de Persia, con la invocación
de esperanza.
Es preciso que nosotros reunidos en esta estación cuaresmal de la cruz de Cristo, nos hagamos estas
preguntas fundamentales, que fluyen de la cruz hacia nosotros. ¿Qué hemos hecho y que hacemos
para conocer mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es Él para nosotros? ¿Qué
lugar ocupa en nuestra conciencia, en nuestra vida?
Preguntémonos por este lugar, porque tantos factores y tantas circunstancias quitan a Dios este
puesto en nosotros. ¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está
cubierto su nombre en nuestra alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como
aquella semilla caída “junto al camino” (Mc 4,4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la
redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar otros programas puramente temporales,
parciales, superficiales?
Confesemos con humildad nuestras culpas, nuestras negligencias, nuestra indiferencia en relación
con este Amor que se ha revelado en la cruz. Y a la vez, renovémonos en el espíritu con gran deseo
de la vida, de la vida de gracia, que eleva continuamente al hombre, lo fortifica, lo compromete. Esa
gracia que da plena dimensión a nuestra existencia sobre la tierra.
Así sea.
(Homilía en la Parroquia Romana de Santa Cruz de Jerusalén, 25 de marzo de 1979)
Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Este IV domingo de Cuaresma, tradicionalmente designado como "domingo Laetare", está
impregnado de una alegría que, en cierta medida, atenúa el clima penitencial de este tiempo santo:
"Alégrate Jerusalén —dice la Iglesia en la antífona de entrada—, (...) gozad y alegraos vosotros,
que por ella estabais tristes". De esta invitación se hace eco el estribillo del salmo responsorial: "El
recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría". Pensar en Dios da alegría.
Surge espontáneamente la pregunta: pero ¿cuál es el motivo por el que debemos alegrarnos? Desde
luego, un motivo es la cercanía de la Pascua, cuya previsión nos hace gustar anticipadamente la
alegría del encuentro con Cristo resucitado. Pero la razón más profunda está en el mensaje de las
lecturas bíblicas que la liturgia nos propone hoy y que acabamos de escuchar. Nos recuerdan que, a
pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos
ama de un modo que podríamos llamar "obstinado", y nos envuelve con su inagotable ternura.
Esto es lo que resalta ya en la primera lectura, tomada del libro de las Crónicas del Antiguo
Testamento (cf. 2 Cr 36, 14-16. 19-23): el autor sagrado propone una interpretación sintética y
significativa de la historia del pueblo elegido, que experimenta el castigo de Dios como
consecuencia de su comportamiento rebelde: el templo es destruido y el pueblo, en el exilio, ya no
tiene una tierra; realmente parece que Dios se ha olvidado de él. Pero luego ve que a través de los
castigos Dios tiene un plan de misericordia.
Como hemos dicho, la destrucción de la ciudad santa y del templo, y el exilio, tocarán el corazón
del pueblo y harán que vuelva a su Dios para conocerlo más a fondo. Y entonces el Señor,
demostrando el primado absoluto de su iniciativa sobre cualquier esfuerzo puramente humano, se
servirá de un pagano, Ciro, rey de Persia, para liberar a Israel.
En el texto que hemos escuchado, la ira y la misericordia del Señor se confrontan en una secuencia
dramática, pero al final triunfa el amor, porque Dios es amor. ¿Cómo no recoger, del recuerdo de
aquellos hechos lejanos, el mensaje válido para todos los tiempos, incluido el nuestro? Pensando en
los siglos pasados podemos ver cómo Dios sigue amándonos incluso a través de los castigos. Los
designios de Dios, también cuando pasan por la prueba y el castigo, se orientan siempre a un final
de misericordia y de perdón.
Eso mismo nos lo ha confirmado, en la segunda lectura, el apóstol san Pablo, recordándonos que
"Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los
pecados, nos ha hecho vivir con Cristo" (Ef 2, 4-5). Para expresar esta realidad de salvación, el
Apóstol, además del término "misericordia", eleos, utiliza también la palabra "amor", agape,
recogida y amplificada ulteriormente en la bellísima afirmación que hemos escuchado en la página
evangélica: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno
de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16).
Sabemos que esa "entrega" por parte del Padre tuvo un desenlace dramático: llegó hasta el sacrificio
de su Hijo en la cruz. Si toda la misión histórica de Jesús es signo elocuente del amor de Dios, lo es
de modo muy singular su muerte, en la que se manifestó plenamente la ternura redentora de Dios.
Por consiguiente, siempre, pero especialmente en este tiempo cuaresmal, la cruz debe estar en el
centro de nuestra meditación; en ella contemplamos la gloria del Señor que resplandece en el
cuerpo martirizado de Jesús. Precisamente en esta entrega total de sí se manifiesta la grandeza de
Dios, que es amor.
Todo cristiano está llamado a comprender, vivir y testimoniar con su existencia la gloria del
Crucificado. La cruz —la entrega de sí mismo del Hijo de Dios— es, en definitiva, el "signo" por
excelencia que se nos ha dado para comprender la verdad del hombre y la verdad de Dios: todos
hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. Por eso, como
escribí en la encíclica Deus caritas est, en la cruz "se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al
entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical" (n. 12).
¿Cómo responder a este amor radical del Señor? El evangelio nos presenta a un personaje de
nombre Nicodemo, miembro del Sanedrín de Jerusalén, que de noche va a buscar a Jesús. Se trata
de un hombre de bien, atraído por las palabras y el ejemplo del Señor, pero que tiene miedo de los
demás, duda en dar el salto de la fe. Siente la fascinación de este Rabbí, tan diferente de los demás,
pero no logra superar los condicionamientos del ambiente contrario a Jesús y titubea en el umbral
de la fe.
¡Cuántos, también en nuestro tiempo, buscan a Dios, buscan a Jesús y a su Iglesia, buscan la
misericordia divina, y esperan un "signo" que toque su mente y su corazón! Hoy, como entonces, el
evangelista nos recuerda que el único "signo" es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado
es el signo absolutamente suficiente. En él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la
salvación. Este es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto,
la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. De esta
experiencia, que es individual y comunitaria, surge un nuevo modo de pensar y de actuar: como
testimonian los santos, nace una existencia marcada por el amor.
Queridos amigos, este misterio es particularmente elocuente en vuestra parroquia, dedicada a "Dios,
Padre misericordioso". Como sabemos bien, fue querida por mi amado predecesor Juan Pablo II en
recuerdo del gran jubileo del año 2000, para que sintetizara de manera eficaz el significado de aquel
extraordinario acontecimiento espiritual. Al meditar sobre la misericordia del Señor, que se reveló
de modo total y definitivo en el misterio de la cruz, me viene a la memoria el texto que Juan Pablo
II había preparado para la cita con los fieles el domingo 3 de abril, domingo in Albis, del año
pasado. En los designios divinos estaba escrito que él nos iba a dejar precisamente en la víspera de
aquel día, el sábado 2 de abril —todos lo recordamos bien—, y por eso no pudo pronunciar aquellas
palabras, que me complace volver a proponeros a vosotros, queridos hermanos y hermanas. Escribió
lo siguiente: "A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del
egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y
suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz". El Papa, en ese
último texto, que es como un testamento, añadió: "¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender
y acoger la Misericordia divina!" (Regina Caeli, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 8 de abril de 2005, p. 5).
Comprender y acoger el amor misericordioso de Dios: que este sea vuestro compromiso sobre todo
en el seno de las familias y también en todos los ámbitos del barrio.
Dirigiendo la mirada a María, "Madre de la santa alegría", pidámosle que nos ayude a profundizar
las razones de nuestra fe, para que, como nos exhorta la liturgia hoy, renovados en el espíritu y con
corazón alegre correspondamos al amor eterno e infinito de Dios. Amén.
(Homilía en la Parroquia Romana de Dios, Padre Misericordioso, IV Domingo de Cuaresma, 26 de
marzo de 2006)
P. Jorge Loring S.I.
1.- El Evangelio de hoy narra parte de lo que Jesús le dijo a Nicodemo.
2.- Sus palabras son misteriosas: «Tanto ama Dios a la humanidad que ha entregado a su Hijo para
redimirla».
3.- ¿Por qué Dios nos ama tanto? Porque nos ha hecho hijos suyos.
4.- Nos ha hecho «a su imagen y semejanza» dándonos un alma espiritual, semejante a Él que es
espíritu. Dios creador no tiene cuerpo. Jesucristo sí.
5.- Por la gracia santificante nos da su naturaleza, lo mismo que un padre da su naturaleza a su hijo.
6.- Dios quiere que todos sus hijos se salven, y como somos pecadores manda a su HIJO
NATURAL para que nos redima.
7.- La redención es un don gratuito, pero la aplicación a cada uno está en nuestra mano. Es para los
que creen en Él. Pero hay personas que prefieren las tinieblas a la luz, porque, como dice el
Evangelio de hoy, «sus obras son malas».
8.- El hombre es libre para aceptar a Dios o rechazarlo. Dios nos ofrece la salvación, pero si yo no
la acepto, Dios respeta mi libertad. En el cielo no se entra a empujones.
9.- El camino de la salvación es a veces duro. Pero Dios me ayuda si yo pongo de mi parte. «Dios
pone el “casi todo”, yo pongo mi «casi nada»; pero Dios no pone su “casi todo” si yo no pongo mi
“casi nada”».
10.- Dice San Agustín: «Dios quiere que yo haga lo que pueda y le pida lo que no pueda, que Él me
ayudará para que pueda».
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Cristo - Luz
Jn 3, 14-21
¿Por qué la gente hoy obra cosas malas a plena luz? ¿Será que la luz ha cambiado de
naturaleza o será que las obras ya no son malas? La luz sigue siendo la misma porque la luz es
Cristo y Cristo no cambia[1]. Por otra parte, las obras que son malas siguen siendo malas. Las
enseñanzas de Cristo no cambian, “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”[2]. El
adulterio, hoy sigue siendo adulterio, aunque se lo viva a la luz del día como un segundo
matrimonio de divorciados, legalmente. ¡Hoy la injusticia sigue siendo injusticia aunque se muestre
a la luz del día como programa del partido! ¡Hoy la falta de respeto a los mayores sigue siendo
deshonra de los padres aunque se diga a la luz del día que el niño tiene sus derechos o el padre ya
no es autoridad en casa porque todos son libres!
El problema es que la luz de nuestro cuerpo, que es el ojo, está oscurecida. La conciencia
está mal formada, es decir, a oscuras en el mejor de los casos y en el peor enceguece a los demás y
los hace tropezar.
Si los faros del auto no alumbran y seguimos conduciendo así, vamos mal y si vamos al
mecánico y nos coloca en vez de la luz correspondiente, luz negra, que ciega a los demás, vamos
peor.
Si dejamos que nuestra conciencia la formen mal, primero tropezamos, es decir, nos
encandilamos. Después obramos libremente y a la luz del día las obras malas, es decir,
encandilamos a los autos que vienen hacia nosotros. Encandilamos, cegamos a los demás.
Los medios de comunicación y la opinión pública son guías, “guías de ciegos” y si un ciego
guía a otro ciego, ambos caen en el pozo. La opinión pública está manejada por los enemigos de
Cristo y de la Iglesia.
¿Cómo, entonces, formarnos la conciencia? Dejándonos iluminar por la luz y la luz es
Cristo: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz
de la vida”[3].
La fe en Jesús es la que ilumina la conciencia y la va haciendo cada vez más luminosa. Si
queremos tener una conciencia limpia debemos imitar a Jesús. Ella se debe ir simplificando cada
vez más hasta ser un reflejo vivo de Jesús.
Muchos hombres prefieren hoy andar a oscuras, aunque se estrellen muchas veces, por no
dejarse iluminar por Jesús. Prefieren estar a oscuras y así seguir haciendo obras contrarias a las
enseñanzas de Jesús-Luz porque es un reproche para ellos.
El juicio es que los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, que es Jesús. Y ¿cuál fue el
resultado? Quedarse a oscuras y sin vida, separados de Dios.
¡Qué lindo es obrar a plena luz sin ningún miedo ni remordimiento! Obrar así manifiesta la
verdadera libertad, el obrar con verdad, la conciencia simple. Obrar todo a la luz y delante de todos
sin ocultar nada. El que así obra es porque sus obras están hechas según Dios.
La conciencia, iluminada y buena, es la que pasa el examen de Jesús-luz.
Nuestra alma es como una habitación cuyas ventanas tenemos que abrir nosotros mismos
para que entre la luz de Jesús. Ella irá alumbrando todas las telarañas, los rincones sucios, las
basuritas, para que podamos ir limpiando cada vez mejor la habitación. Cuando esté todo limpio e
iluminado, la habitación será también luz y todo en ella será transparente y claro.
El mundo de hoy obra cosas malas a la luz porque su conciencia está destruida. Ha atado y
amordazado la voz de Dios en su interior. Ha hecho un nido subterráneo con luz artificial y tienta a
los hijos de la luz, para que bajen a él.
La fe en Cristo es la luz de nuestra alma, pero la fe es siempre la misma, como la luz. No
podemos hacer de la fe un sentimiento. Hoy es así, mañana es asá, hoy creo esto, mañana no lo
siento y no lo creo.
La fe es la luz y la luz a veces no nos gusta, por ejemplo, cuando tenemos que levantarnos.
La fe es luz y en ella tenemos que caminar. Ella nos enlaza a la luz que es Cristo, ella es la luz que
nos eleva a la Luz.
Ejemplos Predicables
Él nos ama y nos cuida
Una niña estaba comiendo pan junto a su ventana, observando a los pajarillos que esperaban
ansiosos que cayera una migajita. Brincaban de una rama a otra, impacientes, listos para atrapar el
delicioso bocado.
Para ellos una migaja debía ser como un pan entero. Entonces esparció más migajitas en el suelo.
Inmediatamente, los pajarillos se amontonaron para comerlas.
La niña se quedó observando a un pajarito que se había posado en la ventana.
Lo pilló distraído y lo atrapó, sintió su corazoncito que latía muy fuerte. ¿Se daría cuenta el pajarito
de que ella era quien le arrojaba las migajas?
No entendía por qué la temía. El pajarillo se debatía por escapar de su mano y se estaba lastimando,
así que decidió soltarlo y éste salió volando hacia un árbol.
Tomó otro pedazo de pan y lo desmoronó, las migajas cayeron al suelo, pero ahora los pajarillos
sentían desconfianza, no querían ser atrapados como su compañero, así es que ella se apartó y
observó por detrás de la ventana.
Entonces, los pajarillos bajaron y comenzaron a comer. La niña se puso un poco triste, hubiera
querido que comprendieran que no quería hacerles ningún daño.
Durante toda la primavera y el verano la niña estuvo alimentando a los pájaros, detrás de la ventana.
Ellos acudían todos los días para recibir las migajitas; no les importaba de dónde provenían ni quién
se las arrojaba.
Empezaron los días fríos y los pájaros comenzaron a emigrar, hasta que un día, las migajitas
quedaron esparcidas sobre el suelo, sin que nadie las tocara.
Pasaron los meses y llegó por fin el día en que surgió el primer brote anunciando la primavera. La
niña esperaba ansiosa la llegada de sus amigos.
Cuando en los árboles comenzaron a aparecer pequeñas flores blancas, pudo oír nuevamente los
dulces trinos de los pájaros.
Echó migajitas en el suelo y se ocultó tras la ventana.
Pasaron los años, la niña se convirtió en una hermosa muchacha, pero nunca dejó de alimentar a sus
amigos de la infancia, los pajarillos.
Seguramente ahora eran otros pajarillos, quizá hijos y nietos de los anteriores, quién sabe, pero eran
iguales a sus antecesores, sólo interesados en recibir su alimento, sin importar quién se lo proveía.
A veces los seres humanos nos comportamos como los pajarillos, solo nos interesa recibir y recibir,
pero no queremos acercarnos a Quien nos lo da todo.
No queremos saber nada del que nos ha dado la vida, nos ha dado ojos para ver las maravillas de la
naturaleza, brazos para abrazar a nuestros hijos, piernas para ir hacia nuestra casa, boca para
comunicarnos con nuestros seres queridos, y para decirles cuánto los amamos.
Sólo nos ponemos bajo la ventana para recibir el sustento diario, pero no dejamos que Él la abra y
se acerque a nosotros... Sin embargo, Él sigue dándonos todo. Su corazón está contento, porque nos
ama, a pesar de nuestra ingratitud.
Se nos hace tan fácil despertar en las mañanas y recibir todo lo que viene de Dios: el aire para
respirar, la fuerza para caminar, la vista para ver por dónde vamos, el oído para llenarlo de música,
el trabajo, el sustento…
¿Qué haríamos si un día, al despertar, no pudiéramos ver o no pudiéramos caminar, hablar o
escuchar?
Empezamos nuestra jornada a carreras, pensando solo en lo que vamos a hacer ese día.
Si alguien nos quiere hablar de Dios, le decimos que no tenemos tiempo, siendo que el tiempo nos
lo da Él y todo lo demás también.
A pesar de ser tan frágiles e insignificantes en medio de este universo, Dios tiene cuidado de
nosotros.
Somos una especie privilegiada, ¡somos el ser humano! el único ser de la naturaleza a quien el
Creador puso un espíritu para unirse con El.
¿Por qué lo dejamos tras la ventana? Él quiere que nos acerquemos, que hablemos con Él.
Traspasa la ventana, no te conformes con migajas. ¡Él tiene el pan entero! Acércate a Dios.
Dale gracias porque en estos momentos puedes estar leyendo esto con tus maravillosos ojos,
increíblemente diseñados por Él.
No olvides agradecerle cada día por ellos y por todo lo demás, principalmente por Su infinito amor.
Yo soy el pan de vida. El que a Mí viene nunca pasará hambre, nunca más volverá a tener sed. Juan
6,35
Semana del 15 al 21 de Marzo de 2015 – Ciclo B
Domingo cuarto de Cuaresma
Domingo 15 de marzo de 2015
Domingo cuarto de Cuaresma
Luisa de Marillac
2Cr 36,14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la
liberación del pueblo
Salmo 136: Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti
Ef 2,4-10: Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo
Juan 3,14-21: Para que el mundo se salve por él
Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo
puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última
parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.
Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el
evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un
fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e
indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del
nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan
añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica
particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación
(11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a
los demás miembros del Consejo (12,42).
Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a
describir un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús
“Rabbí” (3,2), término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al
pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es
extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su
persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro,
avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la
perfecta observancia de la Ley de Moisés. Está lejos de comprender el cambio radical que propone
Jesús. Para los fariseos, en la Ley está el porvenir de Israel; para Jesús, el nacimiento en el Espíritu
abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la
observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas
dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa, humana y
humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la
Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa, injusta.
La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”, sin
dejar de ser “del cielo”, “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta
la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el Reino de Dios.
“Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos
propuestos por el discurso:
Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica
liberadora de la fe en Jesús “levantado” (levantado en la cruz, crucificado), como la serpiente que
Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. Es la reciprocidad del
amor. Creer no es un concepto, o una doctrina; es un acto de amor, por el que adviene el Reino de
Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe, como acto de amor recíproco.
Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan: una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el
amor, no sobre la Ley. Ésa es la fe que proclama Juan.
Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos:
el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y
pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de
esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser
“rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia
mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la
resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras”
practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las
buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de
afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última
palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo
hace a lo largo de esta carta a la Iglesia nacida entre la gentilidad.
Para la revisión de vida
Nicodemo se acercó a Jesús. Le movía la curiosidad, el deseo de escuchar una palabra especial, la
revelación de algún oscuro secreto. ¿Por qué quiero yo acercarme a Jesús? Pero antes, ¿quiero yo
acercarme a Jesús? ¿Deseo encontrarme con él?
Nicodemo espera la llegada de la noche para buscar a Jesús. Era evidente su miedo a ser visto y
delatado a esos judíos que por conveniencia no aceptaban al galileo. ¿Tenemos también el mismo
miedo a que se nos descubra como seguidores de Jesús en sentido real y concreto, como luchadores
por la justicia y la verdad?
Para la reunión de grupo
- La primera lectura es la conclusión del segundo libro de las Crónicas, del AT. Es un buen
resumen del esquema interpretativo de la historia por parte de los redactores bíblicos, y del mismo
pueblo. ¿Pero lo podemos aceptar nosotros, hoy día, fácilmente? ¿Qué dificultades nos presenta?
¿A qué se pueden deber esas dificultades? ¿Cómo combinar estas dificultades y estas respuestas
con el hecho de que consideramos estos textos bíblicos «revelación»? ¿En qué sentido son
«revelación», y en qué sentido no lo son?
- Marcelo Barros hace caer en la cuenta del sincretismo de la Biblia, en la que aparecen muchas
tradiciones, elementos, categorías, leyendas, símbolos... procedentes de la religiosidad del Oriente
Próximo, en el que ella se halla claramente ambientada. Y señala que el becerro de oro fue
rechazado, pero la serpiente de bronce entró en la Biblia... ¿Por qué unos símbolos sí y otros no?
¿Cabe hacer alguna reflexión al respecto?
- Prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas... Este texto del evangelio de Juan
está en plena sintonía con la epistemología moderna: la estructura del conocimiento humano es tal,
que el sujeto entra en la composición misma de la experiencia cognoscitiva, con sus intereses, sus
prejuicios, sus limitaciones... No hay un conocimiento neutro y desinteresado, no existe una «razón
pura», una «verdad objetiva», sin intereses... En la respuesta ética que damos a la vida, en la
respuesta de fe (o no) que damos a los desafíos de la realidad, estamos movidos también –tal vez
inconscientemente– por nuestro deseo de luz o nuestro de oscuridad. Comentar.
- Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por Él; no lo envió para condenar, sino para
que el mundo se salve por él. Pero de hecho muchas veces el cristiano se siente más juzgado que
salvado, y siente la moral como un deber exterior e impuesto, como una carga más que como una
ayuda... ¿A qué se debe? Si el Evangelio es Buena Noticia y Dios es pura voluntad de salvación,
¿qué es lo que puede estar fallando?
Para la oración de los fieles
- Para que sean iluminados nuestros corazones con la luz que brota de la esperanza de los débiles
y marginados del sistema, roguemos al Señor...
- Para que nos decidamos sin demora a incluir en nuestra vida diaria acciones que, como las de
Jesús, irradien luz y solidaridad, roguemos al Señor...
- Por los que no saben de dolores verdaderos, de injusticias planificadas, de pobreza globalizada,
para que se abran sus ojos a la verdad, roguemos al Señor...
- Por los niños y adultos que hoy siguen muriendo "antes de tiempo", por los "pueblos
crucificados", para que seamos para ellos señal y compromiso de liberación, roguemos al Señor...
- Para que nuestra conducta sea correcta e incorruptible, de forma que nunca temamos a la verdad
ni prefiramos a las tinieblas, roguemos al Señor...
Oración comunitaria
- Dios «todo-bondadoso», Padre y Madre de la Humanidad, que en Jesús has levantado ante el
mundo una y muchas señales, para que todos los hombres y mujeres se salven y lleguen al
conocimiento de la Verdad: te expresamos nuestro agradecimiento al descubrir que tú actúas a
favor de toda la Humanidad y a toda ella la conduces, «por caminos sólo por ti conocidos». Ello
nos hace sentirnos llenos de una alegría y una confianza, que para nosotros concretamente se
apoyan en Jesucristo, nuestro hermano, predilecto tuyo.
Lunes 16 de marzo de 2015
Raimundo de Fitero, Heriberto
Is 65,17-21: Ya no se oirán gemidos ni llantos
Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Jn 4,43-54: Anda, tu hijo está curado
El regreso de Jesús a su tierra está marcado por el crecimiento de la esperanza mesiánica, que
para mucha gente consistía en una gran etapa de sanación, milagros y prodigios. El centro del
mensaje se ubica en las razones para creer expuestas en el texto. Mientras la muchedumbre espera
señales maravillosas para convencerse de un nuevo proyecto de vida, un hombre al que el pueblo
rechaza por ser funcionario de la corte imperial dominante, necesitado de misericordia busca a
Jesús, escucha su palabra y cree. El favor de Dios no se hace esperar: su situación es transformada,
y a ello sigue una conversión profunda, personal, familiar y comunitaria. Es importante dar una
mirada crítica a las razones que tenemos para creer en Dios y en su propuesta de vida. Nuestra fe no
puede depender de acciones espectaculares ajenas al proceso de crecimiento personal y
comunitario. Ella se debe sustentar en la Palabra de Dios y en la asimilación amorosa de los
clamores con que nos encontramos a diario y que nos exigen conversiones profundas.
Martes 17 de marzo de 2015
Patricio
Ez 47,1-9.12: Vi que manaba agua
Salmo 45: El Señor de los ejércitos está con nosotros
Jn 5,1-3.5-16: Al momento quedó sano
La simbología del agua relaciona las lecturas de hoy. La visión de Ezequiel, de una corriente
de agua que llena de vida incluso donde pareciera imposible, muestra cómo la bondad de Dios hacia
la humanidad se manifiesta con vida abundante para todos, en comunión perfecta con la creación.
El evangelio muestra la exclusión a la que estaban sometidos todos los enfermos por una supuesta
consecuencia del pecado propio o de sus padres. Su única alternativa era participar de unos ritos de
purificación que tenían lugar en las afueras de la ciudad. Allí el agua juega un papel importante
como vehículo de la sanación y del obrar de Dios. Hoy es vital revisar cómo estamos asumiendo y
comunicando la acción de Dios en nuestras vidas. No podemos vivir sujetos a acciones externas que
no comprometan todo nuestro ser. La Palabra de Dios nos llama a ser más conscientes del
compromiso que implica sentir y hacer la voluntad de Dios. Pongamos en sus manos todas
nuestras necesidades familiares y de la comunidad eclesial, con el fin de que nos dé la sensibilidad
necesaria para saber captar su accionar en el mundo y comprometernos con su proyecto.
Miércoles 18 de marzo de 2015
Cirilo de Jerusalén
Is 49,8-15: Te he constituido alianza del pueblo, para restaurar el país
Salmo 144: El Señor es clemente y misericordioso
Jn 5,17-30: Como el Padre resucita a los muertos, también el Hijo da vida
Jesús afirma aquí claramente que no vino primero para reformar la religión sino para llevar a
término la obra de su Padre en el mundo. La imitación del Padre se nos propone a todos. Aun
cuando tengamos que cultivar en nosotros los sentimientos y las aspiraciones de Jesús (Fil 2,5), los
textos bíblicos no hablan de una “imitación de Cristo”, porque su vida, aunque perfecta, no es más
que una imagen particular y limitada de la perfección divina.
Una de las afirmaciones importantes del Evangelio de Juan es la de una vida eterna que
recibimos desde ahora. Sus contemporáneos veían la eternidad como una duración que se prolonga
indefinidamente, y nadie puede pensar de otra manera si no dispone de una reflexión filosófica seria
o de una experiencia espiritual. Resucitar es, en el evangelio, el nacer a una vida nueva,
transformada.
El testimonio (v. 30) es una palabra muy importante. Al revelarse Dios a los discípulos de
Jesús, se propone construir con ellos una forma de relacionarse absolutamente nueva, y la base de
esas relaciones son la fe y la confianza mutua. Por esa razón toda la evangelización se hace
mediante los testimonios y la fe, y del mismo modo se construye la vida cristiana. El que
sistemáticamente pone todo en duda no está hecho para la vocación cristiana, y eso es lo que Jesús
trata de hacerles entender a sus oyentes.
A Dios le agrada que reconozcamos a sus testigos: con esto lo honramos. Más aún, quiere que
todos honren al Hijo tanto como a su Padre. Al creer en su Hijo nos hacemos dignos de su confianza
y pasamos a ser hijos para él.
Jueves 19 de marzo de 2015
José
2Sam 7, 4-5a.12-14a.16: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre
Salmo 88: Su linaje será perpetuo
Rom 4,13.16-18.22: Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza
Mt 1,16.18-21.24a: José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor
Sabemos que Jesús “no es hijo de José”. El párrafo que ahora empieza quiere recordar que
Jesús es a la vez el descendiente legítimo de David, gracias a José, y el Hijo de Dios concebido por
obra del Espíritu santo por una madre virgen.
Para la primera Iglesia, el origen de Jesús, hijo de María Virgen, era algo indiscutible. Mateo
no trata aquí de demostrar nada pues se dirige a creyentes. Se contenta con afirmarlo, y muestra
cómo Dios previó el arraigamiento de su Hijo en la descendencia de David.
Todo parece indicar que fue María la que informó a José. Éste comprende que el anuncio a
María presagia mucho más que dar a luz a un niño y piensa que no debe entrometerse, pero no ve
cómo retirarse sin perjudicar a María. El verbo griego significa: “difamar, exponer a una
difamación”, y no “denunciar”, como traducen algunos que imaginan a José dudando de la fidelidad
de María.
Jesús, que nace de María en el tiempo, es el propio Hijo Único del Padre, nacido de Dios
desde la eternidad; no hay lugar para dos padres. Así es como la paternidad adoptiva de José
encubre y protege un misterio.
Viernes 20 de marzo de 2015
Serapión, Alejandra
Sab 2,1a.12-22: Lo condenaremos a muerte ignominiosa
Salmo 33: El Señor está cerca de los atribulados
Jn 7,1-2.10.25-30: Todavía no había llegado su hora
El evangelio de Juan presenta un momento de confrontación en la vida de Jesús. Su
predicación en Galilea ya daba cuenta de un grupo maduro que podía ir a Jerusalén a pesar de las
persecuciones y amenazas que lo tenían obligado a trabajar de manera incógnita.
Ser cristianos, por haber asumido de manera comunitaria unos compromisos en el sacramento
del bautismo, nos habilita para ser animadores de la vida y de la fe en nuestras familias y
comunidades. Muchas veces los laicos hemos dejado esta tarea sólo a los ministros ordenados o a la
vida religiosa, y nos hemos desprendido de la responsabilidad misionera que nos confirió Dios en el
bautismo. Hoy tenemos que hacer conciencia de la misión que nos incumbe a todos los cristianos en
la vida de la familia, en la comunidad eclesial y en la sociedad. Es ahí donde tenemos que dar razón
de nuestra fe y ser mensajeros de la verdad como hijos de la luz.
Pidámosle a Dios que nos dé fortaleza para asumir nuestra tarea misionera con cariño, y
que nos haga servidores de la Palabra y defensores del lugar de vida en donde nos ha colocado.
Sábado 21 de marzo de 2015
Filemón, Nicolás, Clemencia
Jer 11,18-20: Como cordero manso llevado al matadero
Salmo 7: En ti, Señor, me refugio
Jn 7,40-53: ¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea?
El evangelio de hoy nos presenta a un Jesús que con sus acciones y predicación genera
desconcierto entre quienes le escuchan, pues consideran que el Mesías esperado no puede venir de
Galilea, y mucho menos ser un humilde campesino que se atreva a cuestionar las estructuras
poderosas que dominan en Jerusalén. Este evangelio nos interpela a revisar a fondo hacia dónde
miran nuestras esperanzas; qué tipo de mesianismo estamos esperando. ¿Seguimos pensando que
van a ser las grandes estructuras las que recogerán nuestras expectativas de vida y nos acercarán al
reino? En nuestros entornos seguramente hay profetas sencillos, líderes humildes que nos anuncian
un modelo de vida alternativo. Es hora de que miremos y escuchemos estas propuestas, que muchas
veces crecen y pasan casi inadvertidas en nuestra sociedad. Pongamos en las manos de Dios las
vidas de los animadores de las comunidades cristianas; las vidas de los catequistas y demás agentes
de pastoral; las de los líderes sociales; las de quienes defienden los derechos humanos, para que el
Señor les acompañe en sus tareas, y esas vidas sean vistas por todos como testimonios dignos de
imitar, apoyar y acompañar.
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