María Inmaculada - Su Santidad 1. º La santidad en la tierra es

Anuncio
María Inmaculada - Su Santidad
1. º La santidad en la tierra es gracia.- ¿Y quién la ha tenido mayor que María? ¿De
quién se ha dicho que la ha poseído en su plenitud? Un alma en gracia es el
espectáculo más bello que podemos imaginar en la tierra..., es la imagen de la
hermosura del mismo Dios. Qué santidad la de algunas almas tan grandes como ha
habido en la Iglesia de Dios!... la de Santa Mónica que supo formar a un San
Agustín..., la de Santa Isabel que convirtió todo su Reino a Dios..., la de Santa
Teresa de Jesús a quien la dijo el Señor, que sólo por ella hubiera creado el mundo
con todas sus maravillas. Recuerda los nombres de Francisco Javier, Ignacio de
Loyola, Pablo de la Cruz, Francisco de Asís, Santa Cecilia, que conversaba a diario
con los ángeles... Santa Inés que no tuvo más mancha que la de su sangre
derramada en aras de su virginidad... y así miles y miles de santos y santas que
perfuman a diario el jardín de la Iglesia. Junta toda esa santidad y toda esa belleza y
hermosura de esas almas... y compárala con la de María. Ella en su Concepción
tuvo más santidad y gracia que todos juntos..., donde los demás terminan, Ella
empieza: ¿qué será María?
2. º Santidad de María.- La razón es, porque todos, como dice San Juan, «tuvieron
que ir a lavar bus vestiduras en la sangre del Cordero». ¡Ah! si tuvieron que
lavarlas, es porque estuvieron manchadas, siquiera por algún tiempo..., pero el
alma de María no tuvo necesidad de ser lavada, porque nunca se manchó lo más
mínimo. En un jardín, cogemos una rosa, la más encendida y aromática... al
examinar sus pétalos, vemos polvo, briznas, manchas quizá..., quizás en su cáliz se
esconde algún insecto, algún gusanillo... En el jardín de la Iglesia ocurre lo mismo.
Hay muchas, muchísimas flores: azucenas de pureza, lirios de candor, rosas
encendidas de amor divino, violetas de humildad..., etc., pero todas en su raíz
tienen gusano; todas tienen la baba de la serpiente...; son flores de jardín donde
hay un áspid que a todas inficiona. Sólo María es flor de pétalos blancos, sin polvo y
sin espinas: rosa de huerto cerrado..., pura más que el mismo sol, que también
tiene manchas..., por eso de Ella, dice la Iglesia, que «comparada con la luz, es más
pura y brillante»... ¡Qué hermosísima el alma de María!
3. º La santidad y belleza del alma es amor.- Por eso se encuentra en su grado
perfecto en el Cielo. El amor es unión, es participación de Dios, y ¿quién mejor que
María? Mira a los ángeles, a los querubines y serafines que se abrasan en ese fuego
de caridad y de amor... ¡Cómo amarán!... ¡Cuál será su hermosura!... Dicen los
ascetas y santos que si viéramos a un ángel, creeríamos que era Dios y le
adoraríamos... que su vista sería suficiente para causarnos la muerte de alegría...
que podríamos sólo con mirarlo ser bienaventurados por tiempo ilimitado, sin que
nos cansáramos de ver aquel espectáculo. ¡Qué será un ángel! Sin embargo, esto
no es nada... María Inmaculada participa de Dios, tiene más fuego de amor que
todos ellos juntos... porque al fin ellos son siervos y esclavos de Dios... María es la
Madre del Señor y la Reina del Cielo y de los ángeles todos... ¿Qué será María?...
Mírala cual la pintó Murillo después de mucho orar y comulgar. En un pedazo de
Cielo, envuelta entre nubes de celajes azules, con las manos sobre el pecho, la
mirada fija en Dios, elevándose hacia el Cielo como a quien no le pesa el cuerpo,
que a nosotros tanto nos arrastra hacia la tierra, calzada de la luna, vestida con la
blancura de la nieve y el azul del Cielo, prendidas de su manto las estrellas y
rodeada de ángeles que con palmas y rosas en las manos contemplan atónitos
aquella belleza; ¡qué retrato tan bellísimo!... y, sin embargo, ése fue el pintor del
retrato..., pero el pintor de la realidad no fue Murillo, ni pudo ser otro que el
mismo Dios... y puesto Dios con todo su poder y amor a pintar y hermosear el alma
de María, ¡qué cuadro habrá hecho?... ¿Qué será la Inmaculada?... Tota pulchra
es..., dila muchas veces con el alma extasiada ante Ella... Toda hermosa eres,
Madre mía... Y todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza... Dame el participar
de esta hermosura... que de esta belleza de pureza y virginidad me enamore para
así imitarte en algo... y para ello te doy desde ahora alma, vida y corazón... ¡mírame
con compasión, no me dejes, Madre mía!... y si no me dejas, en tus brazos de
Madre participaré !e tu belleza y contigo iré a gozar de ella en el Cielo…
(Meditaciones sobre la Santísima Virgen, Nº 8, por el P. Rodríguez Villar.)
Descargar