Los pacientes: una mayoría irredenta*

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Artículo Original
Florencio Escardó (1904 -1992) fue médico pediatra, sanitarista, docente, poeta, escritor, y columnista de medios gráficos
y de televisión. Jefe de Sala del Hospital Ricardo Gutiérrez, Profesor Titular de Pediatría, Decano de la Facultad de Medicina y Vicerrector de la Universidad de Buenos Aires, desde 1921 publicó libros de poesía. Aportó a revistas especializadas opiniones fundadas sobre la alimentación y la psicología del niño, el valor de la familia, la misión y la función de
la profesión médica y la relación con los pacientes. Redactó columnas de humor y crítica de costumbres bajo los seudónimos de Juan de Garay y Piolín de Macramé que publicaron los diarios Crítica, La Razón, La Nación y en El Mundo,
bajo títulos como Palabras sin objeto, ¡Oh!, Cosas de argentinos y Cosas de porteños. Escribió la letra de dos tangos (La
ciudad que conocí y En que esquina te encuentro Buenos Aires), el guión de la película “La cuna vacía”(1949) y varios
libros (Cosas de Argentino, Un pueblo desierto, Geografía de Buenos Aires, Nueva geografía de Buenos Aires, Ariel o el
discípulo, Pinocho y Peter Pan, Sydenham y Don Quijote, La casa nueva). Fue Miembro Titular de la Academia Porteña
del Lunfardo y Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores entre 1989 y 1992. Aseguró que “se puede saber mucho, alcanzar una suprema técnica y una caudalosa erudición y no ser un verdadero médico; tal veracidad la determina
un hecho de orden espiritual que es la compenetración anímica con la situación vital del enfermo, el unimismamiento
con su inmediato padecer”. Estaba convencido de que la relación entre pacientes y médicos responde a cuestiones basadas en sentimientos. En 1972, escribió el prólogo para su CARTA ABIERTA A LOS PACIENTES (EMECÉ EDITORES,
Buenos Aires), que reproducimos. No es viejo todo lo antiguo. El tiempo presta pátinas que resaltan claroscuros y destacan relieves. Cuando los dichos de los maestros están dotados del don poético del buen decir y se asocian con adecuada
capacidad de comunicación, se benefician con el añejamiento y pueden constituir piezas exquisitas donde el contenido
(médico, sanitario, humano y pedagógico) asombra e ilumina. ¡Válida observación para reflexionar sobre el rol (¿invariable?) del médico y la necesidad, necesariamente epocal, de entendimiento con el paciente!
Los pacientes: una mayoría irredenta*
*(Irredenta: “que permanece sin redimir”)
Florencio Escardó
Hay dos términos que, en la práctica, casi no tienen
sinónimos en el castellano actual: médico y enfermo.
Las cosas se presentan en la lengua cual si ésta procediera como haciendo sentir que se trata de personajes definidos suficientemente por su sola enunciación, entidades concretas sin demasiadas variantes
ni periferias. Como si al decir médico o enfermo cada
cual supiese perfectamente qué es lo que quiere presentar.
Al médico se le denominaba antes físico, en el sentido de conocedor de la Naturaleza. No deja de tener significado profundo que el término, es decir su
intención, haya caído en desuso. También se le dice
facultativo, que en cuanto sólo quiere decir proveniente escolar de una Facultad, apenas logra expresar un aspecto oficial y administrativo de su condición. En cuanto a decirle galeno, la cosa se queda
en una referencia histórico-literaria; en verdad los
médicos verdaderamente modernos no sólo no tie-
nen mucho que ver con el pensamiento galénico
sino que han debido apartarse decididamente de lo
que tal pensamiento tiene de dogmático. Como vemos, en cuanto a palabras, el médico se queda lisa
y llanamente en médico, que etimológicamente no
quiere decir en rigor el que cura, sino el que cuida o
asiste. Atenidos a la estricta significación decir médico es decir poco porque, a primera vista, el paciente quiere antes que nada que lo curen, es decir que
le saquen su enfermedad. Resulta, pues, lógico que
la palabra doctor, que nomina un grado académico
que obtienen muchos facultativos no médicos, sea,
en el uso corriente, aplicada con directa predilección
a estos últimos. Cuando alguien dice: se llamó a un
doctor, nadie supone, sin específica aclaración, que
se reclamó a un abogado o a un químico, que también suelen ser doctores. La gente no se limita, en el
recóndito significado del idioma, a llamar a alguien
que lo cuide sino que pretende, que ese alguno sea
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muy docto, es decir que sepa mucho. Sucede que en
su remoto origen doctor significaba maestro o preceptor, es decir el que enseña. Si no dejamos llevar
por las primeras inducciones del hablar corriente, los
pacientes pretenden en el requerimiento a quien, sabiendo mucho, lo cuide y le enseñe. Que lo cuide en
su enfermedad o sea en su estar enfermo y que le
enseñe a salir de su mal. Pareciera que en el fondo
del idioma el paciente conociera que hay algo que
tiene que aprender a cumplir por sí mismo, lo que
entraña aceptar una tarea común a la que se dispone
en paciente y en discípulo. Veremos que este contenido docente, inexcusable en el hecho médico1 está,
como regla que tanto en el médico como en el paciente rigen el proceso de enseñar y aprender.
La palabra enfermo significa crudamente el que no
anda derecho; el que no se tiene firme o sea el que
experimenta algo que le impide estarlo. Pero estar
enfermo no entraña inevitablemente ser enfermo o
sentirse enfermo y aparece aquí una importante disociación expresiva que se hace preciso aclarar.
¿Por qué ha llamado a este libro Carta abierta
a los pacientes y no Carta abierta a los enfermos?
Paciente no es, así como así, sinónimo de enfermo.
La palabra paciente significa el que padece, el que
sufre y una inferencia generalizada determina que el
padecimiento suele provenir de la enfermedad, que
paciente es el que se siente enfermo sin que tal sentirse entrañe de necesidad la existencia de enfermedad orgánica en el sentido corriente de la palabra,
ya que en la expresión usual enfermo y enfermedad
aparecen o pueden aparecer disociados. Y surge
frente al planteo clásico un sujeto que es el enfermo
sin enfermedad.
El objeto de esta carta abierta obliga a acercarse con
sumo cuidado a este modo de ver que corresponde
a una etapa superada por el pensamiento médico,
pero que persiste tal cual en la cabeza de muchos,
galenos y pacientes. Es éste el lugar de señalar lo que
he de repetir varias veces: que la Medicina sepa una
cosa no quiere decir en manera alguna que todos los
médicos también lo sepan. Dicho de otro modo, el
saber médico se distribuye muy irregularmente en la
instrucción de sus agentes, no sólo porque la vastedad del conocimiento lo hace inabarcable para una
sola persona, sino porque el progreso de las técnicas
es velocísimo. Es, pues, de elemental necesidad que
cada paciente procure, hasta donde le sea posible,
conocer no tanto los saberes del médico que elige
cuanto las limitaciones de esos saberes. La evaluación técnica de un médico debe hacerse sobre la rigurosa evaluación de lo que no sabe, no por ignoran-
cia, sino por resultancia cultural.
Volviendo al tema de paciente y enfermo, numeraciones muy serias y controladas en centros de cardiología revelan que más de la mitad de quienes a
ellos acuden, no tienen lesión alguna en la víscera
cardíaca, pero ello no significa que no estén enfermos del corazón en el sentido traslaticio del término.
La medicina moderna sabe que están enfermos de la
imagen que tienen de su propio corazón.
Un famoso maestro de la nueva medicina ha definido
así al enfermo: “Es un hombre que siente la necesidad
y reclama o busca un médico”. Lo importante de esta
precisión está en que lo característico es la necesidad
que determina la relación médico-paciente y no la
existencia de tal o cual enfermedad concreta. No hay
pues enfermos imaginarios sino pura y simplemente
enfermos, porque los enfermos imaginarios no sólo
son enfermos sino primordialmente pacientes. Todo
el que padece en su persona sea en su área física,
emocional o social es un paciente. Y ello explica que
haya dirigido esta carta a quienes padecen, no para
compadecerlos, sino para tratar de que comprendan
lo importantes que son y sobre todo para mostrarles la suma de situaciones y complicidades culturales
que no sólo prolongan inútilmente su padecer sino
que crean nuevos padeceres y los multiplican.
Gran parte de tales cosas suceden y se repiten porque los pacientes no saben ser pacientes o, dicho
de otro modo, ignoran los derechos que les caben
por ser pacientes. Actúan en la realidad comunitaria como esos coleccionistas aficionados, que desconociendo la legitimidad de los objetos que coleccionan adquieren a menudo lo falso considerándolo
verdadero y auténtico. Dicho de modo que sólo en
apariencia es pintoresco: la mayoría de la gente no
conoce su oficio de paciente y como pacientes son
unos chapuceros. Llamados pacientes, dolientes o
enfermos lo que con respecto a ellos se plantea es
un problema de salud, aunque no siempre ellos estén en condiciones de plantearlo. Antes de seguir
adelante se hace urgente precisar que no se trata
de algo individual. La salud tal como me propongo
aquí considerarla es asunto que trasciende del ser
singular para jugarse como un hecho interpersonal,
es decir, social. Problema según el diccionario es una
proposición por medio de la cual se buscan ciertas
cantidades desconocidas por medio de otras conocidas: o sea que es algo a resolver.
Si es el médico quien debe buscar lo desconocido,
es en buena parte el paciente quien ha de proporcionarle los términos desconocidos que para él resultan más significativos, para lo cual el mismo ha de
conocerlos de alguna manera también significativa.
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No se trata, como a primera vista resultaría cómodo
pensar, que el paciente se limite a enviar mensajes
que el médico tiene que traducir, de parecido modo
a como el bebé envía mediante el llanto mensajes
que la madre ha de traducir; sino que sus datos están
ya cargados con un principio de interpretación y sentido y seleccionados de acuerdo con lo que se puede
llamar conciencia de enfermedad, pero que al mismo
tiempo se limitan a lo que el paciente cree que el médico tiene que saber y a lo que, de un modo más o
menos consciente, a él le interesa o conviene que el
tratante conozca.
Dejaré de lado aquí el mayor o menor coeficiente de
lealtad y deslealtad que el paciente lleva a la consulta, para atenerme estrictamente a los aspectos sociales y culturales. Sólo quiero señalar que el hecho
médico supone en el paciente una actitud mutua y
correlacional que determine la corresponsabilidad
de la enfermedad y la curación.
Tampoco está suficientemente esclarecida la noción
de enfermedad. En lo técnico carecemos de una definición suficiente y en lo cotidiano la palabra se parece más a la traducción de un sentimiento que de
un concepto. Se ha buscado definirla por lo negativo
como falta o ausencia de salud, pero ello sólo conduce a la necesidad de definir la salud. Bien entendido
esta definición se requiere para hablar y entendernos, porque en lo individual-personal no es imprescindible. Todos sentimos cuando no estamos sanos,
si bien no es raro que sean los demás prójimos quienes adviertan nuestra enfermedad antes que nosotros. Es habitual por ejemplo que la madre perciba
la enfermedad de su hijo antes de que el mal revele
síntomas ostensibles para todos. Otro tanto sucede
entre cónyuges.
Salud y enfermedad son situaciones vinculadas a eso
que llamamos genéricamente vida y que se manifiesta como una fuerza o energía positiva traducida
en el objetivo vital que, en última instancia, quiere
decir lleno de vida. La enfermedad viene a ser, pues,
una no vida o una menos vida y en consecuencia una
aproximación a la muerte que es la no vida total.
Hay que cuidarse de considerar a la salud y a la enfermedad como fenómenos independientes y antagónicos; lo útil es entender que se trata de expresiones
distintas del mismo fenómeno vital. Esta prevención
es tanto más imprescindible cuanto que en lo que sigue de esta carta hemos de ver como suprimir un
síntoma es por regla suprimir una expresión vital que
requiere ser encauzada pero no anulada.
Cuando aquí hablo de los derechos de los pacientes
hablo de los derechos de los seres humanos a defender su vida como una plenitud indeclinable. Vida
y salud son conceptos íntimamente ligados y como
el uso de la propia vida se reconoce en la libertad,
vida, salud y libertad son términos unimismados en
el ejercicio vital. Toda enfermedad entraña por sí
misma una disminución de la vida y una limitación de
la libertad. Me propongo señalar en esta carta que
si muchos pacientes no saben ejercer sus derechos
de tales es porque han abandonado a los médicos
el manejo de su vida y el uso de su libertad. Salud
y vida no son en su presencia inmediata fenómenos
absolutos ni especies simples. Para comprenderlo tal
vez lo más sencillo sea profundizar una vieja comparación: la salud es como el ciclo del día: a la mañana
ya es día y también lo es en el meridiano y a la caída
del sol; cada uno de esos momentos es totalmente
diurno aunque no se parezca a todos y a cada uno
de los demás. Salud es, pues, la plenitud vital relativa de cada momento: la plena salud de un viejo no
es fenomenológicamente hablando comparable a la
plena salud de un lactante, pero ambas son salud en
cuanto a situaciones de vida en equilibrio del sujeto
singular. Nada, pues, más práctico que considerar la
enfermedad como un desequilibrio de la vida pero
no como su disminución. La enfermedad es, en su
esencia, una expresión de la vida.
Salud y enfermedad son situaciones que hacen inexcusablemente a la persona aunque se expresen predominantemente en una u otra de las áreas de su
conducta. La más alta autoridad en la materia, la
Organización Mundial de la Salud, se ha obligado a
definir la salud removiendo resueltamente el viejo
concepto de lo orgánico como principal y determinante y señala que no consiste tan sólo en una situación de equilibrio en lo corporal, sino también
en lo mental (psíquico y emocional) y en lo social (o
sea convivencial y económico). En consecuencia está
tan enfermo aquel que tiene un abceso en un riñón,
como quien vive sin agua potable y en hacinamiento o como quien mantiene de continuo relaciones
difíciles o contenciosas con su suegra o su patrón.
Es bueno repetirlo: quien padece una artritis es un
enfermo, también lo es quien abandona al hijo que
ha engendrado o quien no dura en ningún empleo.
Todos ellos cabrán en esta carta bajo el comprensivo
dictado de pacientes. Me propongo mostrar la importancia que tienen y el papel que deben asumir en
el progreso de la Medicina y por ende en el bienestar
de la humanidad.
En el movimiento histórico de las comunidades suelen quedar grandes núcleos humanos, casi siempre
sin noción de núcleo, retardados en su propio progreso, instrumentados o usados por los grupos usufructuados y dominantes. Así ha sucedido con los
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esclavos primero, con los siervos después, con los
proletarios más tarde y aún sucede con buena parte
de las mujeres y los niños2 . No se trata de partes de
la humanidad que han quedado sin progresar, sino
sin redimir, por lo que deben ser denominados sujetos irredentos. La redención se alcanza por un doble
mecanismo: la conciencia del grupo que reclama sus
derechos y la conciencia del grupo opresor que ha de
concederlos de grado o por fuerza. Sostengo que los
pacientes, como grupo humano genérico, son irredentos que no tienen conciencia de sus posibilidades
de redención, en cuanto el grupo (o mejor dicho el
sistema) opresor no tiene el menor interés en que
adquieran tal conciencia. Por eso les dirijo esta carta
abierta, que es carta en cuanto supone un destinatario concreto y abierta en cuanto sus intenciones
buscan ser conocidas por otros curiosos pertinentes.
Cuanto en ella he de decirles está apoyado y sostenido en las comprobaciones, afirmaciones y concepciones de múltiples autores…
Es de simple lógica que el ser humano enfermo
requiere el afecto y la compañía de los suyos…
…La doctrina proviene siempre de los pensadores; la
puesta en acción tiene que surgir de las masas. Una
idea cualquiera puede tener valor intrínseco, no está
viva mientras no se haga capaz de producir actos útiles, lo que quiere decir hasta que no pueda mover a
las gentes a producir actos útiles según ella.
Vengo buscando a la gran masa de pacientes, masa
tan grande que abarca la totalidad absoluta de la comunidad ya que en algún momento todos somos pacientes. Traigo a esa búsqueda cuanto han dicho y escrito los autores purificado en el fuego de un ejercicio
profesional de casi medio siglo de contacto íntimo,
apasionado y amoroso con pacientes de toda laya y
condición; ejercicio que me ha impuesto el concepto
de que el hecho médico es en sí mismo una relación
de persona a persona, es decir una vinculación entre
iguales, igualdad que en los hechos concretos no se
realiza casi nunca gracias a un régimen de solapada
arbitrariedad.
Los médicos cuentan en las bibliotecas con muchas
obras que pueden esclarecerles la conciencia de la
situación. Los pacientes, en cambio, carecen en absoluto de publicaciones que los ilustren e inciten a un
cambio de conducta que les procure la liberación de
su infracolocación social y comunitaria.
No ignoro el género de críticas a que me expongo.
En 1954, al cumplir 25 años de médico escribí: “Para
no pocos espíritus gregarios la ética es complicidad o
casi. No. La ética es decencia y ello obliga a no pactar
con el inmoral. Si para explotarlo, un médico engaña
a sabiendas a un enfermo, lo ético es desengañar al
enfermo, no cubrir al médico. El médico nos obliga
en cuanto a médico en tanto guarde una categoría
moral. Los médicos constituimos una clase, no una
banda”.
En el prólogo del libro que contiene esta cita había
quedado anotada esta advertencia: “Será bueno decir desde ya que no todos los médicos somos colegas”. No deseo que nadie crea, suponga o sospeche
que no tengo en muy alto concepto la profesión que
ejerzo. Todo lo contrario. Pero también tengo en concepto igualmente alto a los pacientes, íntimamente
insertados en la razón misma de ser de la profesión.
Procurar para ellos la situación más exigente y libre
es en última instancia un modo de mejorar la profesión médica.
Para ello se hace necesario revisar lo que ha de entenderse por Medicina frente a lo que por Medicina
se suele entender, qué ha de entenderse por médico
frente a lo que por médico se suele entender y por
fin qué debe entenderse por paciente frente a lo que
por paciente se suele entender. Todo ello en pro de la
única salida posible y constituido por una comprensión suficiente y eficaz entre dos grupos humanos
que hasta el presente no parecen haber disfrutado
del contacto necesario que haga posible la redención
de la gran masa irredenta de los pacientes.
NOTAS
1. Se entiende convencionalmente por hecho médico el acto relacional
característico que se produce entre tratante y paciente; tiene una dinámica, un fin y un objetivo que cabe analizar cada vez.
2. El caso de los niños es especialísimo en cuanto ellos, imposibilitados en absoluto de alcanzar conciencia de grupo y por ende de hacer
huelgas o de votar, han de esperarlo todo de la responsabilidad de los
adultos; entre tanto, son uno de los materiales más concretos de la
autodeterminación futura de la humanidad y los objetos directos del
masoquismo de la sociedad como conjunto.
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