RECUERDOS ME ACUERDO... Me acuerdo del olor a churros que me despertaba cada domingo, y de cómo bajaba en pijama a la cocina donde mi madre, rodeada de mis hermanos, nos hacía una rueda a cada uno. Me acuerdo de los viajes semanales con mi padre a Arriate, durante el año que duró la reforma de la casa del pueblo. Sentada de copiloto oía las historias y los recuerdos de su infancia. Lo escuchaba con atención, a veces divertida y otras veces extrañada: ¡mi padre habia sido niño! Me acuerdo de las compras en Sevilla con mi bisabuela, recorriendo las callejuelas del centro. Siempre terminábamos rodeadas de libros en su librería favorita, donde las horas pasaban sin darnos cuenta. Me acuerdo del traje de Emidio Tucci que mi abuelo compró para la boda de mi hermano. Decía “medio tuchi” y mi padre en broma le contestaba: “Suegro, con lo que te ha costado el traje es, como poco, tuchi entero”. MARIBEL CINTADO Me acuerdo del pan con chocolate para merendar. Me acuerdo de los partidos de baloncesto y de mis compañeras de equipo. Me acuerdo de los churros que hacía mi madre para desayunar los domingos. Me acuerdo de esas navidades con mi madre. Me acuerdo de la primera paliza que me dio mi padre. Me acuerdo del día en que me puse de parto. Terminó en cesárea. Fue una niña de 4 kg. y 50 centímetros. Me acuerdo de mi primera regla. Yo tenía sólo diez años. Me acuerdo de cuando puse la lavadora por primera vez. Me acuerdo de mi primer cigarrillo. Me lo dio mi madre. JOSEFA ESCALERA Me acuerdo del día en que mi padre me dijo: “Anita, tienes que ir a Madrid para ayudar a tu hermana, que va a nacer su hijo”. Cogí el tren de noche. Tendría 16 años. Ya nunca regresé a Jerez, sólo por vacaciones. Me acuerdo de la posguerra. Mi madre me mandaba a la panadería y nos daban el pan con la cartilla de racionamiento. Un día mi madre me dijo: “Anita, dile a Antonio que no tenemos bastante con el pan que nos da, que somos muchos en casa”. Y ese día me dijo Antonio: “Dile a tu madre que a partir de hoy se puede llevar todo el pan que quiera”. En casa fue una fiesta. ANA IGLESIAS Me acuerdo de que en Barcelona paseaba con una nariz de payaso y un paraguas de colores sólo por sacar una sonrisa. Me acuerdo de que estuve en Galicia meses antes del Prestige para un bautizo. Me acuerdo de que el 11S yo estaba mosqueada porque no podía ver “Al salir de clase”. Me acuerdo de que mi madre me riñó por no querer ser Xuxa. Me acuerdo de cuando se cayó el techo de mi baño y podíamos ver a los vecinos de arriba. Me acuerdo de que en verano, cuando iba al bar de mi tía, siempre de postre me daban un bombón helado. Me acuerdo de que me fascinó ver “Con faldas y a lo loco”. Me acuerdo de que la primera vez que vi nevar. Fue en Barcelona y no tenía paraguas. Me acuerdo de que mi abuela siempre me decía que el romero hay que ponerlo en la cartera para que entre el dinero. Me acuerdo de que le robaba caramelos de piñones a mi abuela cuando nadie me veía. Me acuerdo de que mi tío Antonio no iba a la piscina si no estaba yo. ALICIA GONZÁLEZ MORENO Me acuerdo de que no me gustaba el guiso de papas y de que lloraba aunque me lo comiera. Me acuerdo del olor del champú que mi madre compraba entonces, Geniol de fresa o huevo. Me encantaba el olor que se quedaba flotando por la casa todo el día. Me acuerdo de las ropas que se llevaban en los años setenta, los pantalones de patas anchas, camisas estampadas de flores, de peinados hippies, con flores incluidas. Los chicos con pelo largo y patillas anchas. Me acuerdo del olor que desprendía la alacena de la casa de mis abuelos en el pueblo. Era un mueble incrustado en la pared con puertas de madera a las que los pequeños no alcanzábamos y donde se guardaban los alimentos e incluso las comidas preparadas puesto que ellos aún no tenían frigorífico. Me acuerdo de lo bien que lo pasaba con mis hermanos. Sobre todo con mi hermana Ana, que es gemela conmigo y a la que yo siempre seguía. Ella iba delante y yo justo detrás, y para no caernos nos cogíamos un pellizco a la ropa. Me acuerdo de que un día mi madre estaba limpiando y nosotros estábamos sentados en el sofá, esperando para no pisar el suelo. La puerta estaba abierta para que se secara más rápido. Un hombre al que no conocíamos de nada nos saludó y entró en el salón, se sentó a nuestro lado y se quedó dormido. Se había tomado algunas copas de vino, su olor lo delataba. Mi madre pasó por el salón a la media hora y nos preguntó que quién era aquel hombre, a lo que nosotros contestamos encogiendo los hombros. Mi padre salió del baño cuando mi madre lo llamó por si era conocido suyo. Mi padre lo conocía de vista y creía saber dónde vivía, pero no tenía amistad con él. El desconocido despertó con tanto alboroto y balbuceó algo que no entendimos. Mi padre lo invitó a salir de mi casa y lo acompañó a la suya. Resultó que aquel señor se había equivocado de bloque de piso, así que la breve siesta le vino bien para recordar dónde vivía. REYES RAMOS GARCÍA Me acuerdo de aquella mañana de domingo de Ramos, cuando estrené mi vestido azul. Era un vestido con estampado de estrellitas blancas, abotonado en la parte delantera, desde un poco más arriba del escote del pecho hasta dos dedos más abajo de la rodilla. Lo conjunté con unas medias azul marino y unos zapatos de tacón de unos cinco centímetros de alto. Hoy pensaría que a esa altura no se le puede llamar de zapatos de tacón. Pero a la edad de trece o catorce años me parecían unos señores zapatos de tacón. M. TERESA MÉNDEZ Me acuerdo de aquellos domingos en el Retiro. Me acuerdo de las largas partidas de parchís con mi madre. Me acuerdo de las carreras al “Mario Car”. Me acuerdo del “qué piensas de la vida”. Me acuerdo de “Thelma y Louise”. Me acuerdo de la música que escuchaba mi hermano en su habitación. Me acuerdo de jugar a los “playmobil” dentro de una bañera ardiendo. Recuerdo la espuma por toda la bañera y los muñecos flotando por el agua. Mi hermano y yo teníamos un capitán cada uno y, no sé bien por qué, el suyo estaba cojo y el mío manco. Yo jugaba a “hacer familias” y a relacionarlas entre ellas. CRISTINA ALONSO Me acuerdo de los piques con los patines y la bici. Me acuerdo de los ensayos de fin de semana. Me acuerdo de la primera vez que me atreví con el micro. Me acuerdo de cuando murió Lady Di y yo no sabía quién era. Me acuerdo de las sombras en la pared que asustaban. Me acuerdo del profe Paco llamándonos melocotones y melocotonas. Me acuerdo de las tardes de piscina. Eran los veranos de los noventa. Mi responsabilidad consistía en recitar las tablas de multiplicar a mi padre. Mientras, él ordenaba sus cupones. Yo, orgullosa y sabionda, decía de carrerilla la tabla que él me pedía. Eso sí, con atención, que no valía hacerlo de memorieta, porque sabía que me las iba a pedir salteadas. Pasábamos las tardes en la piscina, cantando “Ella baila sola”, Mónica Naranjo o lo que tocase. Fantaseando con ir a la tele a esos programas en los que salían niñas de nuestra edad disfrazadas de famosas. Nos gustaba jugar a que eramos “sirenitas” y hacer zambullidas con las piernas cruzadas, simulando nuestras coloridas colas. Nos retábamos a aguantar bajo el agua o a ver quién buceaba más lejos sin salir. Pasábamos horas en el agua y al salir estábamos arrugadas como garbancitos. Las meriendas eran “pettit suise” congelados que elaborábamos clavando una cuchara y contando las horas para que llegasen al estado correcto. Era el estado puro de la despreocupación, ese que nos permitía ser felices sin saberlo. Disfrutar de lo pequeño y construir una amistad forjada a base de años, de tardes de piscina, sin importar nada más. RITA JIMÉNEZ Recuerdo el patio de la casa de mis abuelos, peinando a mi abuelo. Recuerdo el ramo de clavellinas que mi padre me trajo por la tarde cuando vino de su trabajo. Me acuerdo de las charlas con mi amiga comiendo pipas. Recuerdo la sensación de libertad que me producía cuando me tiraba de cabeza sobre la ola que rompía. Recuerdo campos de trigos y amapolas. Corría y me ocultaba en ellos. Me acuerdo del gatito que dormía a los pies de mi cama, cada noche. MANUELA CRUZADO Me acuerdo de las siestas en verano. Me acuerdo del arroz con leche en invierno. Me acuerdo de las calles llenas de hojas, de arrastrar los pies y desplazarlas hacia delante, del olor a humedad y del color amarillento del otoño. Me acuerdo del olor del azahar en las calles, del verde de las plantas, de la luz del día y el frescor de las mañanas de la primavera. Me acuerdo del ir y venir de las aves. Me acuerdo del florecer de las plantas de las macetas. VICTORIA MARÍN Me acuerdo de cuando mi primo Francisco nos arreglaba los asientos de las sillas, con pleitas. Me acuerdo de cuando yo con doce años estaba enamorada de mi vecino Juan y no me echaba cuenta. Me acuerdo de cuando mi madre se protegía las manos y cara, para que no le picaran las avispas, cuando sacaba la miel de las colmenas. ROSARIO LEÓN Me acuerdo de que me gustaba jugar a piola, al teje y a la comba. Me acuerdo de cómo jugaba a la lima cuando llovía y la tierra estaba mojada. Me acuerdo del primer colegio público en el que estuve y lo lejos que estaba de mi casa. Recuerdo que me gustaba la leche que nos daban y el olor que tenía la maleta cuando sacaba el vaso de plástico con el colacao que traía de casa. Me acuerdo de que el vestido de comunión llevaba una limosnera en la que me echaban dinero si yo les daba una estampita. Me acuerdo de saltar la valla del colegio a un campo de trigo que había por detrás. Me acuerdo de que me gustaba mucho ver las manchas de amapolas en el trigal. Me acuerdo de los zapatos de charol y de los calcetines blancos que estrenaba el Domingo de Ramos. Me acuerdo del chicle Bazooka y del Chupa Chups. Me acuerdo de cómo me gustaba salir a pasear lloviendo y oler la tierra mojada. DOLORES JIMÉNEZ Me acuerdo de cómo arrojaba barcos de papel a los riachuelos que se formaban, los días de lluvia. Me acuerdo de cuánto nos reíamos en casa, cuando nos visitaba el tío Pedro. Me acuerdo del olor a mantecados calientes que hacía mi madre, antes de navidad. Me acuerdo de cómo olían los membrillos que cogíamos del árbol en las tardes de otoño. Me acuerdo del olor del río cuando se estanca. Me acuerdo de la canción de Serrat “Balada de otoño” que oía mientras llovía. Me acuerdo del canto de las ranas en los estanques de mi pueblo, en las noches de verano. Me acuerdo del olor del bizcocho recién hecho. Me acuerdo del ruido del viento entre los álamos en las tardes de invierno. Me acuerdo de lo que me gustaba sentirme mimada por mi madre, cuando estaba enferma. Me acuerdo del olor de las gambas a la plancha, los domingos al mediodía. Me acuerdo del olor a natillas que había en casa de mi abuela. MERCEDES CARRILLO Me acuerdo de las lentejas que preparaba mi abuela. Me acuerdo de cuando jugábamos al elástico en la plaza. Me acuerdo de lo largas que se nos hacían las horas en la parcela después de comer, pues teníamos que esperar a hacer la digestión para poder bañarnos. Me acuerdo de cuando iba todos los lunes a la “prensa” de mi barrio a comprarme las revistas juveniles. Me acuerdo de cuando jugaba a las muñecas dentro del portal con mi vecina. Me acuerdo de cuando intercambiábamos las cartas perfumadas y los sellos. Me acuerdo de aquellas tardes en que mi prima y yo nos encerrábamos en su habitación a jugar. Me acuerdo de cuando me tiraba por la rampa con los patines y la bicicleta. INMACULADA GONZÁLEZ SPOHR Me acuerdo de jugar al elástico y “al pasar la barca me dijo el barquero”. Me acuerdo de la primera vez que cogí de la mano a un niño. Me acuerdo de la risa contagiosa de mi sobrina. Me acuerdo del olor a puchero en casa de mi madre. Me acuerdo de la película Grease. Me acuerdo del sabor que tenían aquellas vitaminas, pastillas planas y redondas que me tomaba de pequeña para la vista. Me acuerdo de mi padre. Me acuerdo de Marco, Amedio y aquella madre que siempre iba por delante de él, parecía tan inalcanzable. Me acuerdo de Heidi, Clara, Pedro, el abuelo, Copito de Nieve. Me acuerdo de los dos reales. Con ellos, los sábados bajaba a un quiosco que había debajo de mi casa y compraba regaliz en una barrita delgada que mojaba, tras meterlo en mi boca, en un sobre de refresco ácido, y hacía que se me saltaran las lágrimas. El quiosco estaba regentado por Maruja, una señora que había sido monja. La recuerdo con el pelo muy rizado, por encima de los hombros y con un tinte de color negro intenso; solía vestir un chaleco oscuro y un pichi de paño gris encima. Una gran cruz plateada sobre su pecho colgaba de una cadena de eslabones medianos. Yo conocía bien aquel atuendo, estudiaba en un colegio de monjas. El quiosco se encontraba en un pasaje entre bloques y siempre estaba lleno de chiquillos, aun cuando el local no tenía más de dos metros cuadrados. Una gran puerta de metal pintada de rojo llena de pegatinas y calcomanías cerraba la estancia. YOLANDA GUERRERO Me acuerdo de cuando de pequeñas nos fuimos mis hermanas y yo a coger higos chumbos con las manos y nos los metimos en los bolsillos. Al llegar a casa mi madre estaba acostada, y mi padre nos metió en un barreño de cinc y nos refregó con aceite para quitar los pinchos. Recuerdo cuando vivíamos en la Algaba y por entonces no había plaza de abasto,y vendían todos los días en una calle, que a mí me parecía larga. Al que vendía los cangrejos no le daba tiempo a meterlos en los cajones y ya estaban otra vez fuera, y ahí estábamos todos los niños para coger alguno y jugar con los cangrejos. Recuerdo que en la Algaba se celebraba EL TORO DE FUEGO, y a mí se me ocurrió ir a verlo sabiendo que me daba miedo. Cuando yo vi eso en la calle corriendo para todas partes, más corrí yo. En el único sitio que encontré una puerta abierta allí me metí. Recuerdo que era una barbería de las de aquella época. Tenía la boca seca y pedí agua y me la dieron en un botijo y yo no sabía beber sin chupar el pitorro, con lo tímida que yo era y todos queriéndome enseñar a beber. Al final me puse chorreando y no bebí. Pero si aprendí. RAFAELA CABALLERO Me acuerdo de cuando llegaba del colegio y la casa estaba llena de gente que venía a comer. Me acuerdo de esos días de playa, que hacía tanto viento que tenías que volverte con horribles picores en las piernas. Me acuerdo de los sábados por la mañana, escalando muebles para inflarme de galletas. Me acuerdo de la espuma alrededor del barco. Me acuerdo de Tocata y los bailes en el salón de casa. Me cuerdo del cus-cus de los viernes. Me acuerdo de los calurosos veranos en Madrid con todos mis primos. MARÍA DEL MAR ARÉVALO ME ACUERDO DE ELLOS Me acuerdo de mi primer novio. Me pegaba. Tenía cinco años y se llamaba Omar. Pegaba a todos los niños Y a mí me protegía de los demás. Me acuerdo de Omar y de su pelo. Era negro y fuerte. Me pegaba en los brazos y en las piernas. Pegaba a todos los niños. Y a mí también me pegaba. Me acuerdo de Alejandro. Mi segundo novio. Era tímido y sensible. Me pintaba. No pintaba a nadie más. Me acuerdo de Alejandro y de su don. Dibujaba todo el tiempo. Se pasaba las clases mirándome. Me pintaba. No pintaba a nadie más. Me acuerdo de R. Era alto y delgado. Me pegaba. Jugando. Tenía dieciséis años. Me acuerdo mucho de R. Mentira. Ya no tanto. Sólo a veces. Me pregunto si pega a alguien. Jugando. Y desde cuándo. Me acuerdo de R. R no me pegaba. R no me escribía. R no me pintaba. R era un niño alegre que jugaba y reía. Me acuerdo de R. Le hice daño y lo lamento. Me acuerdo de su boca y de su pelo. Me acuerdo de su amor y de sus juegos. Me acuerdo de R. IRENE CAMACHO