Incidencia de la sociedad civil organizada en Argentina Una reflexión colectiva junto a aliados de Avina 1 CONTEXTO Entre agosto y noviembre de 2014, Fundación Avina en Argentina celebró los 20 años transcurridos desde su creación por parte de Stephan Schmidheiny, organizando seis reuniones con líderes y representantes de organizaciones aliadas en las ciudades de Córdoba, Rosario, Mendoza, Bariloche, Santiago del Estero y Buenos Aires. Fueron momentos de reencuentro, reconocimiento, reflexión y generación de propuestas con el sano espíritu crítico y la confianza de siempre que ha caracterizado el tipo de vínculo con Avina. Las reuniones mantuvieron un esquema similar: una presentación inicial a cargo de Avina para recordar algunos hitos en este recorrido de dos décadas, una reflexión colectiva sobre el desempeño de la sociedad civil cuando busca incidir en políticas públicas y alcanzar escala, y por último un repaso a las agendas transformadoras que actualmente Avina apoya y acompaña en el país. Tal como se comunicó a los participantes, este breve documento recoge y comenta algunas apreciaciones vertidas por este capital social de Avina en el espacio de reflexión sobre la incidencia intentada y practicada desde múltiples experiencias, tanto exitosas como fallidas. Revela a la vez un estado de ánimo, necesariamente plural –no reducible a una sola opinión- y ofrece algunas pistas sobre cómo mejorar ese desempeño. Desde la Fundación queremos volver a agradecer muchísimo la participación y expresión de cada uno de los asistentes, dejando a salvo, claro, que la redacción de este documento no los hace responsables de las afirmaciones aquí contenidas. 2 VOCES Y MIRADAS ENTRELAZADAS A fin de intentar hacer más amena la lectura del documento, se presentan los comentarios a lo largo de distintos ítems. HEMOS APRENDIDO, PERO NOS FALTA MUCHO Podríamos empezar diciendo que los aprendizajes sobre incidencia han sido muchos. Si se piensa en los primeros años de recuperación de la democracia, sensibles a la necesidad imperiosa de asegurar el fin del ciclo de intentos golpistas y la regularización de los mecanismos electorales, desde entonces la sociedad civil organizada ha logrado a menudo fuertes impactos, a veces en soledad institucional, a veces articulando con otros. Con el resto de la sociedad, la masa de organizaciones y su dirigencia cívica fueron aumentando las exigencias de nuevas políticas, ampliación de derechos, mayor calidad institucional, y también efectivización real de las normativas establecidas. Frente a la cultura autoritaria y antidemocrática de buena parte del siglo XX, en su tramo final y comienzos del vigente se fue edificando lenta y laboriosamente un “piso de ciudadanía” que hay que destacar. De alguna manera, se aprendió a generar incidencia para resistir, para controlar, para exigir y para innovar. Al modo de un cable telefónico enredado, en estas décadas se reflejan avances espiralados, nudos, continuidades, nada lineal, una madeja improlija y vital, que no pocas veces revela falta de sentido político para operar claramente en coyunturas críticas (en las reuniones se citaron episodios recientes como las impiadosas reacciones ciudadanas en los contextos de la huelga policial en diciembre de 2013 que llevaron incluso al linchamiento de gente pobre). Así como la crisis de 2001/2002 incrementó notoriamente la cantidad de organizaciones formales e informales creadas para dar respuestas al estado de pauperización y violencia institucional, en otras coyunturas críticas de diferente tipo la sociedad civil organizada no es capaz de articular adecuadamente. En parte porque se sigue operando desde una lógica de sector (soy sociedad civil, soy empresa…) donde suele afectar la acción una fuerte carga de prejuicios todavía existente y, peor aún, el desconocimiento y reconocimiento de la lógica con que opera un actor de otro sector, algo indispensable para abordarlo, sea como par con el que se quiere articular o simplemente interlocutar, sea como el actor en el que se quiere incidir y generar la transformación. Esto no desconoce muchísimas buenas prácticas concretas de acuerdos o alianzas multisectoriales; pero la duda persiste cuando se trata de analizar y evaluar, otra vez, la incidencia real que se genera con esas experiencias (¿cuál es el compromiso sostenible de una articulación con organizaciones de la sociedad civil, desde el gobierno o el mercado, cuando se trata de generar bien común? Los casos de vinculación OSC-empresas son muchos y muy válidos, pero la pregunta en torno a si es posible construir una agenda compartida yendo más allá del interés particular se mantiene). Esto se hace más gravoso al momento de pensar el poder. La conceptualización entre los aliados de Avina mostró diversas formas de asumirlo y por ende de buscar impactar en él para modificar su carácter hegemónico, concentrado, parainstitucional, excluyente – dependiendo de los contextos. Sí había más uniformidad en la crítica al disfraz con que se promueve la participación democrática, el desinterés generalizado de estimular mecanismos efectivos y transparentes de democracia directa o participativa. También se destacó, en particular en las reuniones con aliados del norte argentino, que se debe poner en el haber del aprendizaje los casos en que, tras mucho debate y reflexión, líderes campesinos e indígenas decidieron acceder a posiciones de poder, por el voto popular o por aceptar desafíos de gestión, aunque sus experiencias no parecen ser tenidas en cuenta al momento de evaluar adecuadamente su contribución al cambio “desde adentro”. Por ejemplo, para comprender mejor cómo es que se produce el ciclo de la toma de decisión en el sector gubernamental; se termina simplificando en exceso un aparato de Estado que es forzosamente complejo, y se apela a etiquetas tradicionales (clientelismo, por ejemplo) sin incorporar la mirada revisada Hemos aprendido, decíamos. Pero la incidencia a escala sigue siendo difícil de alcanzar si sólo se contempla la intención desde “el pequeño lugar que ocupamos”. Hay allí un déficit y un pendiente permanente para la sociedad civil organizada: cómo construir el cambio desde alianzas más potentes y con una actitud más auténtica del valor que se le asigna a las experiencias de base que, muchas veces, logran sus objetivos de cambio desde estrategias diferentes a la del mainstream asociativo. LA AUTOPERCEPCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL ORGANIZADA COMO MOTOR DE CAMBIOS Una frase en Rosario supo sintetizar una imagen poderosa que muestra el paso de cierta ingenuidad inicial a una pérdida de esa condición que, a la vez, marcaba límites o falta de capacidades: pasamos “de blancas palomas solidarias y sin oscuridad que incluso alimentábamos la antipolítica, a no saber mostrar consenso ante el horror” en varias coyunturas críticas, generalmente derivadas del autoritarismo estatal o la violencia social a escala. El problema de mirarse el ombligo mientras afuera el vendaval arrasa. Y también la constatación de que con tres décadas de desarrollo imperfecto de dinámicas democratizadoras, no se puede seguir insistiendo en que seguimos siendo la voz de los que no tienen voz pública; los sectores populares han multiplicado exponencialmente sus capacidades autoorganizativas para representarse a sí mismos, lo que no significa que no exhiban, por supuesto, sus necesidades y problemas en el camino de su institucionalización. Se acabó la etapa del “rosa lírico”, donde las ONG aparecen encarnando un sector de organizaciones no contaminadas, poseedoras únicas de la verdad o la justicia, exentas de actos de corrupción o ajenas a la instrumentación de operaciones políticas que afectan la transparencia, democratización o igualdad de oportunidades. Y se pasa así a una mejor comprensión de las tensiones que también las atraviesan, los dilemas a los que las somete un esquema de financiamiento generalmente marcado por la dependencia y la falta de sostenibilidad, y también las tentaciones de “enamorarse de la propia agenda”, eternizarla y por ende justificar de manera permanente el fatal estado de las cosas. No cambiar para que poco cambie… si no, no justifico mi existencia. Una tercera reflexión se centraba en que esta idea de ser motores de cambio encuentra su talón de Aquiles, como se ha dicho, en la relación con el Estado, pero en parte por la insuficiente comprensión de cómo es que actúa políticamente desde el Estado –sus aparatos, sus elencos- y en particular desde la gestión gubernamental –sus lógicas, sus modos de hacer, sus vínculos con partidos, su mirada hacia la sociedad civil y el mercado, etcétera. “Muchas cosas no escalan porque simplificamos el accionar del Estado”, se ilustró, y es posible que sea una apreciación compartida y correcta. Menos acompañada fue, en todo caso, la percepción de que al Estado no le interesa, en el fondo, el saber hacer generado desde la sociedad civil organizada. Porque, precisamente, la creatividad y la innovación alumbradas en ella muchas veces logran ser motores de cambio a escala cuando son adoptadas y adaptadas desde el nivel estatal. En el medio posiblemente algo se pierda, pero lo sustantivo es que no se diluya que se trata, en la mayoría de los casos, de una innovación con sentido, donde el contagio o incidencia que se busca va acompañada de ese “hacer creer” en la finalidad, que subyace a los beneficios que aporta la estrategia impulsada por cada organización o conjunto de organizaciones. Algunas voces pidieron recordar que cuando hablamos de Estado, incluso de empresas, estamos hablando igualmente de nosotros mismos, que no caigamos en la tentación de reproducir esquemas tajantes de separación sociedad – Estado, donde el valor de lo público y por lo público es el plasma continuo que nos permite generar aportes desde el lugar o la posición específica que cada una pueda tener en el momento en que actúa, y que seamos capaces de incorporar el paradigma de la complejidad sumando, a la vez, el valor de la humildad, controlando ese ego personal e/o institucional que afecta en no pocas ocasiones la construcción de los posicionamientos. CONSTRUIR CON OTROS COMO MEJOR CAMINO El tema de los egos fue nuevamente mencionado cuando se discutían apreciaciones sobre el cómo hacer. Se lo comentó como el principal obstáculo para echar por tierra con los intentos de articulaciones mayores, donde uso mi espacio para decir lo que me interesa y practico artificialmente la escucha de otro a quien en realidad no considero. Es que, en efecto, hacer con otros es manifiestamente más incómodo: me saca del lugar de tomador exclusivo de decisiones, me obliga a compartir agenda, tiempos, lugares, en torno a una promesa de impacto que no depende ni siquiera de la voluntad de los que componen el espacio de articulación. Pero también se reconoció que es el único camino para alcanzar niveles importantes de incidencia, en especial en el Estado. El problema estructural de la representatividad (¿en nombre de quiénes hablamos? ¿quién nos eligió para hablar por la sociedad?) se matiza o mitiga cuando esa articulación es más densa. Cuando se avanza en acuerdos para encarar planes de acción –desde reclamos de derechos vulnerados o campañas puntuales hasta agendas compartidas y actuadas de manera colectiva- se coincide en que la construcción de torna legítima, duradera y creíble. Y no es más fácil porque siempre requiere estar dispuesto a tomar riesgos y a perder algo: liderazgo exclusivo en aras de un liderazgo cooperativo más difuso, protagonismo institucional o posiciones que se quieren imponer para conciliar otras posturas que, aun sin ser las que podemos creer mejores, permiten despejar los desacuerdos y arrancar con presupuestos mínimos aceptados. Saber ceder para articular debe ser uno de los principales desafíos y problemas de la sociedad civil organizada. Como se señaló oportunamente, seguramente sigue costando sentarse con gente que sostiene intereses bien diferentes a los de mi organización, pero no por eso ceso en el intento porque lo que se pone como prioridad clara es la solución del problema que me convoca, que no puedo remediar unilateralmente. Puedo contextualizar el discurso del otro y apoyarme en los aspectos con los que acuerdo. Cuando ese debate se da en marcos multisectoriales, asentarse en la notable diversidad de intereses y arribar a acuerdos potencia muchísimo la legitimidad de esa articulación. Y, se apuntó, es desde esa coincidencia básica que puedo animarme a co-incidir con los demás, asumiendo la mutua co-diferencia, esa co-distancia. No se incide sólo; se incide con el distinto, para decirlo con contundencia. En varias de las reuniones se manifestó esa idea democrática esencial, que la diversidad es un valor. Que las redes sociales también exhiben, aunque siguen siendo reductos para una expresión individual, especialmente entre los más jóvenes, que gana adhesiones o rechazos, más que dispositivos favorecedores de una comunidad intergeneracional que se manifiesta en alguna dirección. En esta diferencia entre articulaciones presenciales de organizaciones y participación digital de personas parece residir otros de los desafíos para ganar en incidencia desde la sociedad civil organizada: qué metodologías, qué agendas, qué mensajes son los que se pueden acordar para convocar y movilizar también a esas amplias mayorías que entienden su participación política desde esa modalidad. ALIANZAS AUSENTES Si algunos de los análisis precedentes podrían ser considerados necesariamente conceptuales y en parte abstractos, también se abordaron cuestiones vinculadas a los sujetos sociales, reconociendo que los entramados de relaciones deben ganar en mayor densidad y cantidad. Así como es un aprendizaje muy extendido que las alianzas que tienen intenciones de alcanzar impacto no pueden prescindir de incorporar o contactar a empresas de medios de comunicación o a agentes de las mismas, en sentido contrario se asumió que las estrategias de incidencia fallan por lo general porque (o cuando) no se conectan con la base social, con los sectores populares. Los movimientos sociales rara vez son abordados por parte de organizaciones de la sociedad civil (y viceversa), lo que no deja de llamar la atención sobre cierta incapacidad de pensar, diseñar y operar una estrategia definitivamente política asentada en acuerdos amplios con representantes de estos movimientos. Probablemente parte de la explicación resida en que se necesita generar mucha confianza dirigencial e institucional previa para poder consolidar definiciones de más largo aliento. Pero si se logra las chances de generar presión mediática e incidencia pública se incrementan proporcionalmente. En el otro extremo social, la necesidad de propiciar acercamientos empáticos alcanza también al empresariado. Ya se ha dicho que hay varias y buenas prácticas que ilustran la potencia de sumar al empresario a las agendas de sustentabilidad y de provisión de bienes públicos para favorecer la reducción de las desigualdades y la mejora en las oportunidades. Se recalcó que no cualquier empresa debe ser abordada para sumarla a estrategias de transformación con alcance público pero, a la vez, se enfatizaba que quienes muestran credenciales y trayectoria de practicar la responsabilidad social empresaria cuentan con mayores probabilidades de insertarse en espacios de diversidad compartida para buscar llegar a los tomadores de decisión. DEBATIENDO SOBRE ESTRATEGIAS PARA MEJOR INCIDIR Después de apuntar todos estos comentarios que constituyen a su manera un diagnóstico colectivo, quisiéramos terminar esta breve relatoría con algunas notas que los participantes ofrecieron para dar cuenta de qué aspectos podrían considerarse a la hora de diseñar estrategias de incidencia más eficaces: 1. Movilizar al ciudadano medio. La clase media se ha recuperado de aquella pérdida de influencia de los ’90 y hoy constituye una fuerza social muy vibrante, con demandas sumamente diversas, que no pueden ser encapsuladas en una sola expresión político-ideológica. Pero una de sus características más vitales es que ha sido capaz de movilizarse por distintas causas en los últimos años, críticas o festivas (cacerolazos, Bicentenario, inseguridad, por citar algunas) pero pocas veces se la logra sumar masivamente a causas que la sociedad civil organizada considera esenciales para la salud democrática. Aquí también las redes digitales pueden contribuir a que se exprese ese poder de convocatoria. 2. Ampliar las bases de alianzas a los sectores populares y movimientos sociales. Además del anterior, se deben hacer esfuerzos consistentes para tender puentes con líderes de base que representan demandas sociales y buscar puntos en común con las mutuas agendas de acción. 3. Visibilizar lo comunitario antes que el protagonismo de una organización. Alejando el ego personal e institucional de la riqueza evidente que tienen los procesos cuanto más colectivos y diversos son. 4. Procurar construir espacios reticulares lo más federales posibles. También la virtualidad hace más factible y viable acercar las voces de la sociedad civil en los distintos puntos del país. Nacionalizar la causa no se reduce a que los medios de comunicación con sede en Buenos Aires le dediquen unos minutos de sus espacios periodísticos (reproduciendo la dualidad Capital/Interior), sino también involucrar dinámicamente a organizaciones externas al lugar donde radica la propuesta de incidencia entretejiendo y direccionando hacia allí solidaridades, recursos, aportes estratégicos o metodológicos, capital social, etcétera, desde cualquier punto del país. 5. Sostener en el tiempo la demanda que se plantea. La mayoría de los intentos de incidencia pública se agotan en la coyuntura y no es habitual repensar creativamente las estrategias que se comprueban fallidas o poco eficientes. 6. Hacer pedagogía del largo plazo, sobre la construcción de procesos y de búsqueda de impactos. Sin dudas una de las condiciones que encontramos con menor frecuencia es el diseño de propuestas que piensen la generación del cambio en plazos mayores a los diez años. Existen evidencias de construcción de procesos sociales que alcanzan sus objetivos luego de transitar muchas situaciones y diversos escenarios, pero rara vez son considerados como ejemplos exitosos. 7. Incidir desde afuera apelando al poder difuso de la sociedad civil. Mientras más difuso es el poder, más concreto es el impacto, entendiendo por poder difuso la capacidad de articular recursos tangibles o intangibles, que no pertenecen a una sola organización, sino a un conjunto de ellas, por tanto cuanto más amplio mejor. Si no se puede medir ni identificar tan fácilmente, no se puede controlar ni bloquear. Si la sociedad civil logra mayor densidad y difusión de su poder social cabe esperar mayor eficacia de la estrategia de incidencia. 8. Incidir desde adentro, ingresando a la política profesional. ¿Cuánto se apoya la sociedad civil en aquellos líderes sociales que decidieron ingresar a la arena de la política profesional, ocupando cargos ejecutivos o legislativos, para mejorar con paciencia y persistencia los espacios de construcción de diálogo hacia el fin propuesto? ¿Cuánto se acompaña la experiencia singular de un líder que quiere asumir ese desafío, pero no encuentra todas las herramientas y apoyos que le faciliten la tarea? Por último, quien lo logra, ¿cuánto de la lógica de la sociedad civil organizada logra llevar en esos nuevos lugares de poder, cuánto pierde en el camino? Expresado a través de estas preguntas, hay aquí una interfaz de aprendizaje que probablemente no ha sido sistematizada todavía por las organizaciones, para sacar mayor provecho estratégico. 9. Convertir la ocupación de un cargo público en un espacio de acumulación de poder. Acumular poder desde la posición que se alcanza, para ponerlo al servicio de una agenda de cambio sostenida en articulaciones amplias de la sociedad civil, parece ser un juego ganar-ganar que, sin embargo, no se ha ensayado frecuentemente, quizás porque la negociación por ese lugar que se alcanza sacrifica la voluntad propia del dirigente social devenido en político profesional. Algunas experiencias recientes parecen mostrar, sin embargo, que el camino señalado es posible de ejercer; por ejemplo, cuando se decide fundar un partido político propio y desde allí negociar con mayor fortaleza, incluyendo la definición, junto a los aliados de la sociedad civil, de qué es posible y qué no a nivel político. 10. Someterse a la mirada escrutadora de la opinión pública. Pensarse como depositarios de un respaldo implícito de la ciudadanía por el hecho de encarnar un objetivo de interés público puede apoyarse en la recolección de mayor evidencia aprovechando, ante todo, la ubicuidad de las redes sociales digitales. Tal vez se encuentre así un espaldarazo mayor y se instale en la agenda pública un tema legítimo pero demasiado focalizado; o, por el contrario, tal vez se deban leer también las señales de una mirada crítica al fin perseguido, a las alianzas construidas, a la metodología seguida. 3 SALIDA (MIENTRAS LA LUCHA CONTINÚA) En Avina sostenemos que todo proceso colaborativo entre organizaciones de la sociedad civil, para tener éxito y para lograr un cambio sistémico, necesita incidir en aquellos que editan las reglas de juego para el conjunto de la sociedad; sea en las políticas públicas, en las acciones de las empresas o en las formas en que la sociedad se organiza. Para lograr ese cambio sistémico a escala, que sea un cambio efectivo del status quo, hay que incidir en los tomadores de decisiones. Si se logra cambiar o influenciar sus decisiones de manera positiva, esto impactará en todo el sistema. Muchos de los comentarios vertidos en las reuniones de celebración de los 20 años de Avina apuntaron en esa dirección. No obstante la fragmentación del relato, creemos que es igualmente válido pensar y cuestionar si alguna de las recomendaciones o propuestas son trasladables a la práctica. Esperamos que sí, y de esa manera contribuir, siguiendo la feliz expresión de Boaventura de Sousa Santos, a democratizar la democracia.