PARA UNA ÉTICA HUMANÍSTICA. LOS VALORES EN MAX SCHELER 1. Ética general Según comenta E. Fromm1: La conciencia humanística no es la voz interna de una autoridad a la cual estamos ansiosos de complacer y temerosos de ofender: es nuestra propia voz, que está presente en todo ser humano y que permanece independiente de castigos y premios exteriores. Y, al parecer, no solamente está presente en el ser humano. Según afirma una investigación estadouniense, un grupo de siete chimpancés hembras optaron por compartir un premio de comida con su pareja, sobre todo si ésta se mostraba paciente. Este estudio confirma que la generosidad (compartir) y el altruismo (tener presente al otro) forman parte también de la especie superior de los animales. El experimento no invalida la idea de que la ética humana evolucionó en los últimos seis millones de años, después de la separación de los simios. ¿Qué entendemos por ética? Aquella rama de la filosofía que estudia los fundamentos racionales de la conducta humana sobre el bien y el mal. La ética reflexiona sobre los valores; por tanto, se trata de una disciplina normativa. No describe cómo se comportan las personas (“lo que hay”), sino que plantea cómo deben comportarse (“lo que debe haber”). Ética y moral se diferencian en que la segunda recoge un conjunto de normas que dirigen la conducta de las personas y de la comunidad; mientras la primera consiste en una reflexión sobre los principios y los fundamentos de estos códigos morales y su obligatoriedad (de donde derivan las leyes y el derecho). Aunque en la práctica, a menudo, se confunden y se utilizan ambos términos indistintamente. La ética rige un comportamiento honesto ante leyes no escritas, es una cuestión de principios universales que dirigen las conductas humanas en sociedad. Algo semejante a la democracia, que no es una cuestión de normas (moral) de convivencia, sino de mentalidad en relación a los principios de igualdad. Los valores son inseparables de la ética, que, evidentemente, está vinculada a la libertad del individuo y su capacidad de discernimiento. Los valores son pauta y guía de nuestro comportamiento. Un sistema de valores permite resolver conflictos y tomar decisiones de forma consciente y responsable. La escala de valores será la directriz en cada caso de los principios y reglas de conducta que se pongan en funcionamiento. La carencia de un sistema de valores bien definido deja al sujeto en la duda, a la vez que lo entrega en manos ajenas a su persona. Los valores son el nexo de unión entre la ética y la moral. La norma de la moral kantiana2: “compórtate con los demás como desearías que se comportaran contigo”, o lo que es lo mismo: “no quieras para los demás lo que no quieras para ti”, de donde surge la universalidad y necesidad del deber, continúa siendo válida, aunque demasiado abstracta. Es Max Scheler3 quien funda su ética en contenidos esenciales y concretos, que son los valores, ya que todo deber ha de fundarse en valores 1 Fromm, E. (1965). Per una Ètica humanística. Barcelona: Edicions 62 (p. 141) Kant, I.: Fundamentación de la metafísisca de las costumbres (1785) y Crítica de la razón práctica (1788). 3 Scheler. M. (1940): El formalismo en la ética y la ética material de los valores. Madrid: Rev. de Occidente. (Ed. original, 1916) 2 universales. Éstos son cualidades objetivas que se hallan en las cosas mismas o en las acciones humanas. Los valores son esencias ideales que se captan en una percepción afectiva. Para este autor, existe una jerarquía de valores que van de menos a más, ascendiendo desde una modalidad inferior a otra superior. Optar por uno u otro valor, según el nivel que ocupa en la escala, depende de la libertad del sujeto. Es aquí, en esta opción, en esta toma de decisiones o preferencias, donde radica la moralidad del acto humano, cuando elige una opción u otra, si existe conflicto entre valores de diferente nivel. Por ejemplo, aunque una relación sexual tenga un valor positivo a nivel sensible, sería un acto inmoral, si se realiza en oposición al valor de la justicia y autonomía que debemos a toda persona; es decir, si lo realizamos forzando la libre voluntad del otro, cuyo derecho a la justicia se halla en un nivel superior. Establecemos este cuadro orientativo de la escala de valores y antivalores de M. Scheler: VALORES VITALES NIVEL SENSIBLE VALORES CULTURALES NIVEL SOCIAL VALORES TRASCENDENTES NIVEL DE CONCIENCIA INTENCIONAL Utilidad-inutilidad Agradable-desagradable Noble-vulgar Estéticos: bello-feo Jurídicos: justo-injusto Lógicos: verdadero-falso Autonomía, libertad Autenticidad Solidaridad Define la calidad de la persona y su grado de madurez el escoger los valores de nivel superior por encima de los de nivel inferior, en caso de conflicto de deberes. Los valores trascendentes deben primar sobre los culturales y los vitales. Sería inmoral optar por algo agradable, aunque sea injusto. La inmoralidad del pensamiento llamado único, de ideología neoliberal, base del movimiento actual de globalización, radica en la reducción que efectúa de todos los valores a los de nivel sensible, como lo útil, agradable o placentero y económico, tal como pretende una “antiética” del éxito y del oportunismo. Este discurso del pensamiento único sostiene como valores primordiales tan solo cuatro aspectos de la realidad, que corresponden al ámbito vital y nivel sensible. Éstos son: 1. El mito del progreso y bienestar creciente 2. La hegemonía de la técnica y de los mercados 3. El dogma de los medios de comunicación, como un proceso informativo manipulable y propagandístico, adaptado a la sociedad de consumo, más que como intencionalidad de comunicación 4. La creencia en la inevitabilidad de la globalización del capital En este caso se pretende identificar hechos y valores. No es el pensamiento el que es único, es la realidad -afirman-. De esta forma, el discurso que se impone como una renuncia a las ideologías, y la aceptación de una “religión” de la época, que consiste en adoptar los valores que la definen. Éstos son globalizados, homologados y uniformados, idénticos para todos: el bienestar y la utilidad por encima de cualquier otro. El bienestar, como valor primero, se conseguirá a partir del imperio de la técnica y de los medios de comunicación. No importan los medios que se utilicen, sino los resultados. En su obra Ordo amoris4, Scheler lamenta que: es una opinión corriente en el dominio estético y ético que lo que determina lo que es bello o feo, lo que es valioso artísticamente o lo que no lo es, lo que es bueno o malo, es tan solo cuestión de gustos. Una toma de decisiones de acuerdo con la jerarquía de valores, señalada, presupone adecuación del pensamiento maduro y un equilibrio suficiente para evitar los conflictos tanto del propio sujeto como en relación con los otros. Ortega y Gasset5 confirma la filosofía de Scheler al decir que los valores no son lo agradable o desagradable, los valores son objetivos y concretos. Por tanto, pertenecen a la realidad de las cosas, están en ellas. Percibimos los valores de forma semejante a como conocemos las matemáticas, que se captan como un sistema objetivo de la realidad del mundo. En un escrito anterior6 he descrito el concepto de sociedad: El estado se fundamenta en una eventual comunidad de vida y no únicamente en una sociedad de fines. Esta comunidad está unida por la simpatía vital, que no es, ciertamente, la del contagio de la masa o rebaño común a los animales, sino que esta unidad social se constituye en un convivir y revivir. Esto presupone un comprender al otro, y de aquí la actitud solidaria. Esta comunidad de vida forma la sociedad democrática, una voluntad común donde predomina el principio de la mayoría. Esta mayoría debe entenderse como eventual, para evitar la violencia que representaría cuando esa voluntad de la mayoría fuese impuesta de forma permanente y antidemocrática a una minoría. No podemos obviar que no existe sociedad sin comunidad, pero sí comunidad sin sociedad, como el caso de minorías culturales, que merecen respeto y aceptación. Si hablamos del fundamento no religioso de la ética (principios filosóficos de reflexión sobre la conducta moral), los valores (aquella cualidad que hace decir de algo que vale o no vale, que es bueno o malo, en relación a las cosas y acciones humanas) y la moral (conjunto de normas establecidas para una convivencia en justicia y armonía) hemos de recurrir a la universalidad y comunidad de los sentimientos, que son comunes a todos los humanos. La empatía es el fundamento de la moral. Lo confirman los escritos de D. Hume, A. Smith, A. Schopenhauer y M. Scheler. Por su parte, F. Schiller, relaciona estética y ética, en su obra Cartas sobre la educación estética de la humanidad (1795), donde expone las condiciones de la educación en valores, a partir de la educación de la sensibilidad a través del arte. Por medio de la sensibilidad aprendemos a captar la belleza de la naturaleza y del arte: sine estetica non est etica (sin estética no puede haber ética). A partir de ese aprendizaje, podemos llegar a captar, más allá de los sentidos, la belleza del acto moral y su trascendencia; que nos llevará a una nueva dimensión de cooperación social, solidaridad y compromiso, en 4 Scheler, M. (1996). Ordo amoris. Madrid: Caparrós Editores. (Ed.. Original, 1933) Ortega y Gasset, J. (1923). ¿Qué son los valores? Revista de Occidente, mes de Octubre. 6 Camino, J.L. (1999) Max Scheler y el mundo de los valores. Universidad de Barcelona. Dep. de Teoría e Historia de la Educación. 5 base de la empatía con el prójimo. Pues, tal como hemos señalado, la sensibilidad y las emociones forman parte de un lenguaje común y universal que une a todos los humanos. La ética humanística pretende dar respuesta a los tres grandes interrogantes de la conducta moral: 1. ¿Los principios y valores éticos son objetivos o subjetivos? ¿Radican en las cosas y acciones mismas o son puramente convencionales? Platón se plantea esta mismo tema a través de un diálogo de Sócrates con Eutifrón, en que Sócrates le pregunta: “¿lo que es bueno es querido por los dioses, porque es bueno; o es bueno, porque es querido por los dioses?” De forma semejante, en la poesía épica de la Ilíada, que relata la lucha entre griegos y troyanos, se recoge el siguiente diálogo entre Héctor y Troilo: - Hermano -dice Héctor- ella no vale lo que nos cuesta conservarla (comentando el caso del rapto de Helena por Paris, hermano de ambos, y la guerra consecuentemente desencadenada). Troilo: ¿Qué valor puede tener una cosa sino el que nosotros le demos? Héctor replica: No, el valor no depende de la querencia individual: tiene su propia estimación y dignidad, que le compete no menos en sí mismo que en la apreciación del hombre. Los valores tienen un carácter objetivo, consistente en una dignidad (cualidad) positiva o negativa que en el acto de valoración (juicio de valor) reconocemos. Valorar no es dar valor a aquello que de por sí no lo tenía, sino reconocer la valía residente en una persona, un objeto o una acción. 2. ¿Los principios éticos y los valores son universales? ¿Cuál es el fundamento que los hace comunes a todas las personas, independientemente de su cultura o religión? Adam Smith7 afirma que de los sentimientos surgen los valores morales, que hacen posible la convivencia en una sociedad justa, pacífica, libre y próspera. Para este autor, la moral se fundamenta en la universalidad de los sentimientos comunes a todos los humanos. En su obra podemos leer: Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de los otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de lástima o compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o cuando nos la hacen concebir de forma muy vívida. En consecuencia, el sentir mucho por los demás y poco por nosotros mismos, el restringir nuestros impulsos egoístas y fomentar los benevolentes, constituye la perfección de la naturaleza humana. La existencia de un sentimiento común intersubjetico es el fundamento de la ética y los valores universales (reconocidos por todos). El egoísmo, incompatible con la 7 Smith, A. (1997). Teoría de los sentimientos morales. Madrid: Alianza Ed. ( p. 49 y 76). (Ed. original, 1759). empatía, sería una forma inhumana de vivir. Schopenhauer8 expresa claramente esa necesidad de compasión para con el prójimo, algo común, y podríamos afirmar, innato, cuando nos dice que: una vida feliz es imposible, cuanto más, lo que se puede alcanzar es una vida heroica. La alcanza aquel que en cualquier forma y en lo que fuere lucha a favor de lo que de un modo o de otro es para el bien de todos. 3. ¿Los fines justifican los medios? A este tercer interrogante podemos responder con una obra de Dostoyevski, Crimen y castigo, de 1866, donde planea a todo lo largo de la historia este dilema. El autor, dentro de la literatura realista rusa, expone el caso del joven Raskólnikov, que, por pobreza y razones teóricas, piensa que sería lícito matar a una vieja usurera, con el fin de ayudarse él mismo, a su hermana (dispuesta a casarse por interés) y a su madre a salir de esta situación. Realiza tan nefasta acción, aunque luego se denuncia a sí mismo, por el influjo recibido de una muchacha pobre, Sonia, quien se prostituye para dar de comer a su familia. Raskólnikov es deportado a Siberia, a donde le sigue la joven Sonia, con cuya compañía consigue recuperar el sentido moral. El autor está escribiendo contra el trasfondo de una ética utilitarista, basada en el “principio de utilidad”. Según esta ética, surgida en Inglaterra en los ss. XVIII y XIX, por influjo de Bentham, James Mill y Stuart Mill, es moralmente justo aquel acto que provoca mayor placer o felicidad en el mundo. De forma que la bondad o justicia de un acto se basa en que genere la máxima utilidad, o sea, el acto no está sometido a unos principios abstractos inamovibles, sino a las consecuencias o resultados que se deduzcan de la acción. Esta cuestión se acabará de explicitar cuando hablemos de las características de la ética humanística, en particular con Simone de Beauvoir. 2. Características de la ética humanística Las principales características de la ética humanística nos las proporcionan el pensamiento de Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, dentro del ámbito de la Filosofía Existencial, de tanta influencia en la teoría del Análisis Transaccional. a) Martin Heidegger (1889-1976) aporta a la ética humanística el concepto expresado por el vocablo alemán Dasein, con significado de “estar-en-elmundo” y “estar-con-los-otros-para-ser-uno-mismo” (ya expresado en 1.2), teniendo preocupación (en alemán Sorge, cuidado) por el ser de los demás. Para este autor, solamente se puede llegar a realizarse como persona en la autenticidad a partir de la participación con los otros y con la sociedad. No puede concebirse el existir solipsista o “autista”, sin contar con los demás y contribuyendo, en lo posible, a su propia realización. Existir y asumir la conciencia de la propia existencia y de la de los demás conlleva preocupación, porque hay muchas formas de existir y muchas posibilidades. Esta actitud ante la vida nos lleva a la acción para intentar mejorar la sociedad en la que vivimos, lo que nos provocará ineludiblemente angustia existencial. Ésta, sin embargo, será la base, una vez asumida, de nuestra mejor realización y la fuente de nuestros mayores logros. 8 Schopenhauer, A. (1906). El fundamento de la moral. Barcelona: F. Granada y Cª. Editores. El Dasein como existencia es libertad para tener un proyecto de vida, que es el nuestro. Puede ser auténtico, en cuanto presupone aceptar la contingencia del ser; o bien inauténtico o trivial, por desconocimiento de nuestro proyecto de vida y olvido de la precariedad del ser. A la existencia auténtica se llega a través de la aceptación de la angustia vital y del coexistir con los demás, en una comunicación sincera. A diferencia de la existencia inauténtica, en que las personas pueden vivir juntas, sin llegar a compartir la existencia y desconociéndose las unas a las otras. Tomar conciencia de nuestra precariedad quiere decir asumir la ineludible posibilidad de la muerte; de manera que aceptar la existencia humana compartida es un percatarse de “serpara-la-muerte”9. Aunque Hannah Arendt, discípula de Heidegger, matiza en su obra La condición humana (1958) esta visión, afirmando que: las personas, aunque hayan de morir, no han nacido para eso, sino para comenzar. Donde se pone de manifiesto una actitud vitalista y esperanzadora. Esta esperanza se basa en la reproducción del ser humano frente a su mortalidad; aquella representa la capacidad para empezar algo nuevo. b) Jean-Paul Sartre (1905-1980) manifiesta su ética desde el prisma del compromiso social y la acción. La conducta humana debe convertirse en un instrumento colectivo de emancipación. Entendiendo por ésta el crecimiento personal (potencial humano) y la comunicación auténtica con los demás; logrando, de esta forma, una reflexión crítica sobre las diferentes situaciones sociales y una participación activa para la transformación positiva de la sociedad. Sin participación social no hay ética. El compromiso (en francés, engagement) hace que la neutralidad política sea imposible y que una vida individualista, centrada en uno mismo, sea inviable para la plena realización como persona. Desde este punto de vista, la persona egocéntrica no solamente resulta inmadura, sino incluso amoral. Se trata de pasar del “ser-en-sí” (mundo exterior) al “ser-para-sí” (conciencia y responsabilidad), hasta llegar al “ser-para-nosotros” (intersubjetividad). Para la ética humanística y existencial, la esencia de una persona, aquello que la define, es lo que construimos nosotros mismos mediante nuestros actos. La existencia precede a la esencia, ya que cada sujeto construye su esencia en la medida que va tomando decisiones para realizar su vida de una u otra forma. Aquí radica la ética de la responsabilidad: al hacerse a sí mismo (autorealización) el sujeto se hace responsable de su ser, y, al mismo tiempo, también se responsabiliza del ser de los demás, puesto que sin ellos no es posible realización alguna ni asumir compromisos sociales. Lo que esta ética humanística10quiere demostrar es el carácter absoluto de la libertad, por la que cada persona se realiza al construir su propia identidad. La ética sartreana se basa en esta tetralogía de conceptos: libertad, autenticidad, responsabilidad y compromiso. Esta ética de la responsabilidad que plantea Sartre, la presentó anteriormente el sociólogo Max Weber (1864-1920), como una controversia con la ética de la convicción. Mientras la ética de la responsabilidad es teleólógica, en el sentido de que considera las consecuencia de la acción (tal como veremos a continuación en S. de Beauvoir), la ética de la convicción se atiene a normas establecidas por alguna jerarquía, política o religiosa, a la que se está 9 Heideggger, M. (2000). Ser y Tiempo. Madrid: Ed. Tecnos. Sartre, J.P. (2007). El existencialismo es un humanismo. Barcelona, Edhasa. (Ed. original, 1946) 10 fuertemente adherido, o sea, la autoridad; y en este sentido se habla de “mis convicciones”. En la obra de F. Dostoievski11, Los hermanos Karamazov, en el cap. V: “El Gran Inquisidor”, se encuentra un modelo de ética de la convicción, cuando se narra que Cristo es condenado nuevamente, en su profetizado regreso a la tierra (lo que tiene lugar en Sevilla), a ser quemado vivo por la Inquisición Española. Acusado, esta vez, de haber otorgado al género humano la libertad. Libertad para discernir el bien del mal. Pero los hombres no quieren la libertad, tienen miedo de ella, necesitan una autoridad en quien delegarla, una Iglesia de Roma que les diga lo que tienen que hacer y no hacer y les convenza de que la renuncia a esa libertad en favor de esta autoridad es la gran libertad: les persuadiremos de que sólo serán libres si abdican de su libertad en favor nuestro, dice el anciano cardenal, Gran Inquisidor. Esta es la ética de la convicción, la de un sobrio y octogenario cardenal de la Iglesia de Roma. Los hombres temen la libertad que contrajeron al nacer, tienen miedo de equivocarse, pero se tranquilizan si saben que la Iglesia les perdonará, porque tiene poder -otorgado por Cristo- de “atar y desatar”: El hombre prefiere la paz e incluso la muerte a la libertad de discernir el bien del mal [...] porque el hombre queda enloquecido bajo el peso tan terrible de la libertad de escoger. c) Simone de Beauvoir (1908-1986) sigue la senda de los dos anteriores buscando una ética de la autenticidad, aunque precisando un poco más lo que puede entenderse por auténtico; al distinguirlo de la ingenuidad, el relativismo o la falta de oportunidad de una acción, aunque ésta sea moralmente buena. Lo que sí queda claro para esta autora es que las “buenas intenciones” no bastan, e, incluso, pueden resultar nefastas. Su obra Para una moral de la ambigüedad12 representa un trabajo de análisis de las acciones humanas, a través del prisma de cierta relatividad ética, en la toma de decisiones frente a la acción; que siempre es contemplada como el ejercicio de la propia libertad. En todo acto moral se requiere tener previsión de las consecuencias de nuestras intervenciones, de las que somos siempre responsables. Ello pone de manifiesto la problemática entre libertad y responsabilidad. Para Beauvoir la ambigüedad es la condición de la moralidad. Un exceso de dogmatismo, de seguridad en las normas, de “recetas de moral”, nos llevaría a una moral abstracta, que podría incluso generar violencia para imponer sus criterios. El tema fundamental de este libro sobre ética y moral es demostrar que por mucha pureza que contenga una intención, un fin, éste no puede justificar determinados medios, si atentan contra la libertad del otro, tanto en el ámbito político-social como individual13: Rechazamos a los inquisidores que quieren crear desde fuera la fe y la virtud. Rechazamos a todas las formas de fascismo que pretenden lograr desde fuera la 11 Dostoievski, F. (1961). Los Hermanos Karamazov. Barcelona: Club Editor (pp.193, 289 y 290) (Ed. original, 1880). 12 Beauvoir, Simone de (1972). Para una moral de la ambigüedad. Buenos Aires: Ed. La Pléyade (Ed. original, 1947). 13 Op. cit. (p. 146). felicidad del hombre. Y también rechazamos el paternalismo que cree haber hecho algo por el hombre prohibiéndole algunas posibilidades, aunque contengan riesgos, cuando era necesario darle razones para su autocontrol [...] Querer impedir a un hombre errar, es impedirle el cumplimiento de su propia existencia, es privarle de su vida. La violencia nunca está justificada cuando se opone a la libre voluntad de otras personas. Tal como comenta Kant, el valor de un acto no reside solamente en su conformidad con unas normas determinadas, sino en su verdad interior. La ética humanística rechaza todo principio de autoridad. El ser humano posee una gran complejidad y, a veces, resulta difícil saber hasta qué punto una acción es buena o mala. Lo que queda claro es que no se puede tomar cualquier decisión, que afecte a la propia vida o a la de otros, a costa de no importa qué. Cuando se pretende un objetivo, lo primero es preguntarse: 1º. ¿Qué medios voy a emplear para conseguirlo? 2º. ¿Estos medios son honestos y respetan la libertad de los otros? 3º. ¿Cuales serán las consecuencias previsibles de esta acción aparentemente buena? 4º. ¿A cambio de qué lo voy a conseguir? ¿Cual es su “precio”? Para ilustrarlo nuestra autora recurre a una obra teatral de Henrik Ibsen, titulada El pato salvaje (1884), cuyo argumento sintetizado es el siguiente: Un fotógrafo, Ekdal, de escasos recursos económicos, está casado con Gina, y tiene una hija, Edvige. Un amigo de la familia, Werle, “de peligrosos idealismos morales”, sabe que la esposa de su amigo Ekdal ha tenido relaciones íntimas con el padre de él, y cree, de buena fe, que sería mejor que su amigo conociera la verdad y la asumiera, para poder vivir sobre una base de autenticidad. Al enterarse de la infidelidad de su esposa por medio de su amigo, Ekdal, el fotógrafo, decide marcharse de casa; pero no tiene fuerzas suficientes para hacerlo. Pero, al sospechar que Edvige no es hija suya, empieza a tratarla de una manera distante y agresiva. La niña, desesperada y sin conocer el cambio de actitud de su padre para con ella, decide sacrificar un pato salvaje de su propiedad, que vive en el desván de la casa familiar y a quien ella quiere mucho, pensando fantasiosamente que con ese sacrificio podría recuperar el cariño de su padre. Finalmente, Edvige utiliza la pistola, que había sustraído a su padre, contra ella misma, y se mata. El fotógrafo se reconcilia con Gina, pero nada volverá a ser igual. Simone de Beauvoir comenta este episodio diciendo: “un individuo vive en una situación de engaño, el engaño es violencia, ¿diré la verdad para liberar a la víctima?”. Ella misma responde: “sería necesario antes haber creado una situación tal que la verdad fuese soportable y el individuo engañado encontrase razones para esperar”. Podemos observar que la libertad de cada uno, interfiriendo con la ajena, se convierte en un problema complejo y de solución no fácil. Debe encontrarse un equilibrio entre el fin que se pretende conseguir, los medios que deben ser siempre honestos, las consecuencias e, incluso, la oportunidad ¿es ahora el momento preciso para esta acción? Este tipo de moral no es abstracta, ni formal como la kantiana, tampoco es individualista, es una moral social, responsable y de circunstancias, de situaciones concretas, que deben analizarse, y aplicar en cada caso de distinta forma; de aquí surge su ambigüedad. La ética humanística, independiente de la autoridad de los dogmas religiosos, busca la autenticidad, que se encuentra en la solidaridad y el altruismo; y ha influido en otros autores modernos y postmodernos, como son: - J. Habermas14: ética del discurso en una democracia deliberativa (diálogo crítico) K. O. Apel: ética de la corresponsabilidad solidaria G. Vattimo: ética de la interpretación (hermenéutica) Estas éticas, como la señalada humanística, evitan asimismo el principio de autoridad y procuran el común consenso de solidaridad. Nuestra opinión se orienta hacia una fundamentación ética cuyo origen debemos encontrarlo en la programación genética para captar los valores. De forma semejante a como ocurre con el lenguaje según Noam Chomsky15, padre de la gramática generativa. Según este especialista, existe un dispositivo cerebral innato y especializado que nos permite aprender el idioma materno en la más tierna infancia, casi de forma automática, con solo oírlo en el seno de la familia. La genética y la neurología moderna le dan la razón, probablemente en función de las áreas corticales de Broca y de Wernicke. Somos de la opinión que de forma semejante se aprenden los principios éticos, con base a los sentimientos vividos en la infancia, en particular el amor y la solidaridad. Josep Lluís Camino 14 Habermas, J. (2008). Conciencia moral y acción comunicativa. Madrid: Trotta. Chomsky, N. El lenguaje y el entendimiento. Barcelona: Seix-Barral (1977) y Estructuras sintácticas. Buenos Aires: Siglo XXI (1999). 15