CONSTRUYENDO EN LOS DISCÍPULOS UNA FE SÓLIDA (Juan 6:1-15) INTRODUCCIÓN.Algo que se observa en los discípulos de Jesús, y que también ocurre en los cristianos hoy en día, es que aunque han tenido una experiencia de confiar y seguir al Señor, al mismo tiempo necesitan ir creciendo en la fe práctica a lo largo de toda su vida. Como dice Rom.1:17 ‘en el evangelio se revela la justicia de Dios por fe y para fe’ El nuevo nacimiento es aquel momento en que, conscientes de nuestra necesidad espiritual, somos iluminados para depositar fe en el Señor como nuestro Salvador. De alguna manera vislumbramos que podemos confiar en Él y lo hacemos. Entonces hemos pasado de muerte a vida. Y ya no hay ninguna condenación para aquellos que han depositado su confianza para salvación en Él. Esta experiencia es imprescindible y nadie llega a ser cristiano si no pasa por ella. No somos cristianos porque hayamos nacido en una familia que nos ha criado en la fe. Eso está bien, pero cada uno, si ha de ser salvo, tiene que pasar por esa experiencia de conocimiento personal del Señor, de nuevo nacimiento espiritual. Los discípulos habían llegado a ese encuentro personal con Jesús anteriormente, habían nacido del Espíritu, tenían una fe personal en Él, pero ahora tenían que crecer en esa fe, su vida tenía que ser alimentada para crecer y madurar. Y este crecimiento, en ellos y en nosotros, implica ciertas pruebas y desafíos. En este pasaje estamos frente a una de esas pruebas a fin de que su fe crezca: Tendrían que aprender que, aún teniendo pocos recursos en ellos mismos podían confiar en el Señor. Las más de las veces, cuando me siento frente al ordenador para preparar un mensaje, una predicación y también en otras situaciones, me encuentro en una tesitura parecida a la los discípulos: La obra espiritual por hacer es enorme, y los recursos propios, pocos. Pero cuando el Señor ilumina lo que Él puede hacer, entonces uno se pone a aporrear el teclado, se pone a trabajar. I.- DADLES VOSOTROS DE COMER.Por los pasajes paralelos, en los sinópticos, podemos saber que Jesús quiso llevar a los discípulos a un lugar tranquilo para descansar un poco, después del mucho ajetreo que habían tenido. (Mar. 6:3132). Pero la fama de Jesús había crecido de tal manera, que la gente dio con Él; y una gran multitud apareció por el lugar que se presumía tranquilo. Juan nos dice claramente, en el v. 2, la razón de seguirle tanta gente: ‘porque veían las señales milagrosas que hacía en los enfermos’. Y aunque los motivos de la gran mayoría eran bastante materialistas e interesados, en Mar. 6: 34 se nos dice “…que Jesús tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles muchas cosas”. Algo que nos anima es que la compasión de Jesús hacia las personas no depende de los buenos motivos, disposición o integridad de ellas, sino del amor de Él, justamente por la necesidad y desorientación que percibe en esas personas. Eso no quiere decir que a la luz de su rechazo no les 1 hable con firmeza e incluso contundencia, porque el amor y la compasión no están reñidos con la necesidad de corregir o de hablarnos la verdad. Esto mismo nos debe animar hoy en día a nosotros. Primero, para sabernos y sentirnos amados por el Señor, aunque a veces nuestros motivos no sean todo lo bueno que debieran. Y segundo, para hacer el bien a todos sin distinción, no por causa de sus buenos motivos o integridad, sino por el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones. Y claro, después de estar enseñándoles, ya al atardecer, viene la prueba para los discípulos. En Juan se habla de que la conversación fue con Felipe y Andrés, pero en los sinópticos se ve que en ella estaban los doce. “Al atardecer se les acercaron los doce y le dijeron: –Despide a la gente, para que vayan a buscar alojamiento y comida en los campos y pueblos cercanos, pues donde estamos no hay nada. –Dadles vosotros mismos de comer– les dijo Jesús” (Luc. 9: 12,13). En El texto de Juan se nos dice que “Esto lo dijo solo para ponerlo a prueba, porque Él sabía lo que iba a hacer” (Jn. 6:6) En fin, Felipe empieza a echar cuentas y llega a la conclusión de que se necesita mucho dinero. Con 200 denarios, más o menos el sueldo de 8 meses de trabajo de una persona, casi no habría para que tomaran un trocito de pan cada uno. Y Andrés, queriendo ayudar sale con que “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?” (Jn. 6:9) Y aquí llega el momento culminante de esta historia. Porque los discípulos tienen un Señor capaz de multiplicar lo poco que hay. Realmente, quien está allí es Aquel que ha creado todo lo que se ve de lo que no existía, y eso por la palabra de su poder. Así que, ¿qué problema tiene en transformar aquel poco alimento, que como decía Andrés ‘es nada para tanta gente’, en cantidad más que suficiente para alimentar a aquella multitud? Estamos ante un fenómeno que se nos escapa. Humanamente hablando no nos extraña que esa misma noche, cuando Jesús andando sobre el agua del lago subió a su barca los discípulos, con la impresión aún en el cuerpo, “Estaban sumamente asombrados, porque tenían la mente embotada y no habían comprendido los de los panes”. (Mar. 6:51-52). Todavía le debían estar dando vueltas en su mente a lo que había pasado con la multiplicación de los panes y peces. Y de repente, remando contra el viento en aquel lago, ven andando sobre el agua a Jesús. Parece que quedan petrificados. Es demasiado lo que acaban de ver en tan sólo unas horas. Y la confusión les duró algún tiempo. Pues en ocasión posterior, que se les olvidó el pan, Jesús les dijo que se guardaran de la levadura de los fariseos y de los saduceos, o sea, de su enseñanza. Ellos interpretaron que les reñía por haberse olvidado traer pan. Entonces Jesús les tiene que recordar: “¿Por qué estáis hablando acerca de que no tenéis pan? ¿Aún no veis ni entendéis? ¿Tenéis la mente embotada? ¿Es que teniendo ojos, no veis, y oídos, no oís? ¿Es que acaso no os acordáis? Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogisteis? –Doce – respondieron–”. (Mar. 8: 17-19) Estos discípulos no son muy diferentes a nosotros, ¿verdad? También se olvidan del poder y cuidado del Señor y tienen, por tanto, miedo en ocasiones. Sin embargo poco a poco todas estas experiencias irían forjando una confianza madura en el Señor. Los iría haciendo conscientes de que, aunque ellos eran pobres en recursos de todo tipo, el Señor transformaría y multiplicaría lo poco que tuvieran. 2 Creo que el propósito del Señor es también hacer crecer nuestra fe en Él hoy, para todo lo que tenemos por delante en nuestra vida. Pablo aprendió, lo mismo que los discípulos aquí, que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad. A cada uno le es dado algo en la vida. A veces, puede parecer poco. Pero cuando vamos conociendo al Señor, su poder transformador y multiplicador, nos animamos a presentar ese poco a Él y confiamos que es poderoso para transformarlo y multiplicarlo. La cuestión no es la grandeza de nuestras habilidades (que nunca son suficientes) sino la confianza y el poder de quien nos anima y motiva, ¡del Señor del cielo y de la tierra! Somos llamados a dar a los demás de comer (sea cual sea lo que en tu caso esto signifique) y nuestros recursos no son suficientes en ningún caso. Sin embargo, el Señor quiere irnos demostrando que su poder sí es suficiente. Cuando inicie mi vida profesional me sentía algo intimidado por aquellos ejecutivos con experiencia que parecían dominar todas las situaciones. Pero en el Señor pronto fui encontrando más poder y sabiduría que en todos aquellos ‘grandes hombres’. II.- ¿CÓMO LO ENTENDIÓ PABLO? Pablo aprovechó un problema de desunión en la iglesia de Corinto para exponer su visión acerca de la colaboración que tenemos cada uno en la obra de Dios. Es decir, lo que cada uno aporta en ese ‘dadles vosotros de comer’ que Jesús pidió a sus discípulos. Me refiero a 1 Cor. 3:5-9. (Leedlo). La idea de Pablo es que el Señor ha asignado a cada uno algo que hacer, y, a eso debe dedicarse. Además será recompensado según haya ejercido su labor. Y aunque esa labor es, a todas luces, insuficiente para llevar a cabo la obra de Dios en este mundo, Él irá dando el fruto y el crecimiento, es decir, irá confirmando y haciendo realidad su obra en la que cada uno de nosotros trabajamos. Naturalmente Pablo está aplicando su comentario a su labor y a la de Apolos como obreros en la construcción del edificio o en el campo de cultivo de Dios. Uno se considera plantador y el otro regador. Ambos hacen su trabajo lo mejor que son capaces, además su recompensa dependerá de ello. Pero ambos tienen muy claro que su trabajo no es el que le hace crecer a las plantas, sino que eso solo lo hace Dios. Y ambos saben bien, que si Dios no edifica la casa en vano trabajan los constructores. El crecimiento es un proceso mucho más complejo e imposible para el ser humano, ya que entra la Vida misma en acción, Dios mismo. Está bien aprender a hacer la función de plantar o regar lo mejor posible pero si llegamos a creer que la habilidad adquirida es lo que da el crecimiento estaremos perdidos. Recuerdo bien lo que decía Tournier del oficio de escritor: ‘Cuando alguien funciona a base de los automatismos del oficio de escritor, ha dejado de transmitir algo valioso’. Es bueno tener una clara conciencia, como la tenía Andrés al ver los cinco panes y dos pescados del muchacho y dijo: ¿Pero qué es esto para dar de comer a tanta gente? Pero aún así, hemos de entregar la habilidad que Dios nos ha dado para que Él la transforme y multiplique, así suplirá el hambre de muchos. Lo que Pablo dice referido a su propia labor en el servicio al Señor es válido para cualquiera que sea el trabajo que Dios nos ha encomendado a cada uno. Porque no hay trabajo santo y profano, ya que todos son santos, y con lo que hacemos servimos al mismo Señor. Si estás en una oficina, estudiando 3 en la facultad o instituto, cuidando tu hogar o vendiendo lo que sea, y eres de Cristo, al Señor sirves. (Col. 3:4, Efe., etc.) Y será bueno que no lo olvides; y que sepas que tu habilidad es insuficiente, pero al mismo tiempo el Señor la quiere transformar y multiplicar para el bien de muchos. Dios quiere construir en nosotros una fe sólida en Él, cualquiera que sea la labor en que nos ocupamos. Aprende a ver al Señor en todos tus caminos y tu fe se irá haciendo sólida ¡Preséntale tus panes y peces y Él, transformándolos, los usará! 4