la fosa de pisagua - Fernando Marttell

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FERNANDO MARTTELL CÁMARA
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LA FOSA DE
PISAGUA
AUTOEDICIONES EL BUQUE VARADO
Registro Propiedad Intelectual Nº 105.782
1
PISAGUA:
Olas rojas bañan tus orillas,
y en las faldas ocres de tus cerros,
cruces y desesperanzas…
Y el viento de la tarde
flagelando el silencio
con su canción eterna:
agonía y escarchas,
rocío y pesares,
gemidos y sol ardiente…
Y en ese transitar
yo no era nadie…nada
sólo una triste sombra
que se desplazaba tenue
por senderos indescifrables…
No era nadie,
pero mi voz apenas perceptible
me arrastró como bandera
entremedio de aquellas horas fucsias,
Y pasé casi invisible entre las ruinas,
llevando en cada ojo viejas imágenes,
turbios versos, palabras estrepitosas
arrulladas por ululantes trenes…
Iba en lo inhóspito,
encadenado a un escalofrío,
sudando escombros y tempestades,
casi desnudo, casi sombrío,
pisando, sin miramientos,
piedras filosas, duras costras
y horizontes saturados de esqueletos.
Iba anónimo, de un lado a otro como un delirio,
y de pronto, resbalé, oh, antiguo puerto,
oh, puerto trágico, sobre una fosa abierta,
donde los ayes y las penas
fluían, no como una metáfora,
si no como una maldita
ráfaga de espinas…
2
Mi voz se afiebra temblando
como hoja de papel…
A lo lejos
hay gritos, órdenes,
disparos de ametralladoras.
A lo lejos
cae el primer fusilado a la fosa,
y luego otro, y otro…varios más.
Silencio (Toque de queda)
Nadie se mueva,
nadie hable,
nadie respire,
nadie sueñe.
Solo la muerte,
solo su escupitajo,
solo su olor…
esta noche.
3
Una hostia negra para los criminales.
Una rosa afilada para sus corazones.
Un beso abismal para sus colmillos.
Un sueño marchito para sus ojos.
Un mordisco fétido para sus voces.
Un laberinto ciego para sus esqueletos.
Un desierto álgido para sus espíritus…
Ay, la fosa desnuda a mis pies.
Ay, la fosa abierta a mis pies
Ay, la fosa oscura a mis pies.
Ay, la fosa sucia a mis pies.
4
Vomité en silencio,
lejos de todos…
La angustia era una espada
sajándome la garganta,
y el dolor, una bandada de gusanos
atravesando en llamas el ocaso…
Mi alma huyó lejos,
con llanto de niño… lejos,
lejos, buscando ¡Quién sabe qué!
Y yo, carne viva, gritando
como un loco eufórico
a la orilla de aquella fosa negra,
exigiendo que alguien me explicara
donde habían escondido los sueños,
las ilusiones de aquellos cuyas alas eran de libertad,
de aquellos cuyas espigas eran de futuro…
y nadie asomó, nadie vino,
solo yo y la noche, solo la risa de la noche.
5
La noche
fue creciendo
en interrogaciones,
levantando
polvaredas y remolinos…
Mis ojos se humedecieron
y afiladas estacas
arrullábanse en mis sienes
y fui un beso otoñal,
un aliento suicida,
un pétalo occiduo,
un párpado hermético,
un surco inútil,
una estatua grotesca,
una ola de barro,
un vuelo blasfemo,
y fui más… más… ¡MÁS!
6
Comencé a acariciar la noche
como si fuera la cabellera
de la mujer que amaba,
y asustado me apreté a sus senos,
pero tú, amor, estabas lejos,
en otra vida, quizás con otro nombre,
invisible para mi voz, para mis quejidos,
para la sed de mi piel …
No estabas conmigo aquella noche mísera,
y sin embargo, te sentí tan cerca…
7
Abajo,
en el fondo de la fosa,
la osamenta
era un manantial seco,
un amanecer sin sol,
sin eco, sin olas… vuelo inerte,
y en esa atmósfera opresora
pregunté a los cuatro puntos cardinales:
¿Quién apagó el ardiente aerolito
que se cobijaba en sus manos?
¿Quién enlodó el traslúcido río
que atravesaba su ancho pecho?
¿Quién aniquiló la dulce melodía
que llovía de su mirada cristalina?
¿Quién estranguló la fresca brisa
que remecía sus cabellos…?
8
Cansado y aturdido me dormí,
mientras la noche sepultaba
en mi corazón su fulgurante espada,
y en esa demencia soñé que vino alguien,
un niño traslúcido… En cada mano traía
un orificio, y en su amplia frente
brillaban goterones de luz…
Me miró en silencio,
en sus ojos se vislumbraba todo el universo…
De su boca no salió palabra alguna,
no obstante, su voz retumbó como un trueno,
me volví roca de sal, luego humo incierto,
me estremecí, y en mi alma hubo un incendio…
Desperté sudando escalofríos.
9
Decidí irme y me fui.
Caminé a tientas
por aquel laberinto oscuro
chocando con mustios remolinos,
con cruces tan gélidas,
con arideces tan profundas,
con mi propia sombra, incluso,
incluso con los ojos de la muerte…
El baldío sendero
comenzó a tragarme en sus túneles,
en la orquestación de su otoño,
y en su torrente fui desapareciendo
con mi plumaje ceniza…
Un ave imprecisa
colgaba del horizonte…
La bahía
comenzaba a poblarse
de cantos y enigmas.
Un nuevo día en Pisagua…
Un nuevo día…
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