El trabajo Por E. G. Starke, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Trabajo significa esfuerzo, gasto de energías, y muchas veces sudor y penurias. Desgraciadamente, para muchas personas no significa otra cosa. Ellas no ven más que el lado penoso del asunto. Realizan su trabajo con la sensación de que una maldición más o menos grave pesa sobre ellas obligándolas a trabajar. ¡Oh, si fueran ricos! ¡Si no tuvieran que trabajar más! No es extraño que muchos que así piensan, obtengan poco provecho de su trabajo y estén profundamente descontentos. Millones en este mundo trabajan virtualmente sólo para vivir y viven para trabajar. En el transcurso del tiempo han surgido movimientos de toda clase con el fin de agrupar a los "trabajadores" de los distintos países o hasta del mundo entero, y esos movimientos se basan todos en la suposición o pretensión de que, tratándose de "trabajadores", estos sean los seres más desgraciados de la tierra que más que ningunos otros, deben luchar constantemente, aún empleando la fuerza bruta, por conseguir más ventajas. No deja de ser una paradoja que la cantidad de tales pobres seres creciera y sus clamores arreciaran casi en la misma proporción en que la industrialización progresiva de muchos países creara más y más empleos, más trabajo, y suministrara más artículos de toda clase a precios accesibles a mayor número de individuos cada día. Con estas palabras no queremos negar que ciertamente hubiera y aún hay motivo para muchas reivindicaciones obreras en el mundo. Solamente queremos destacar el fenómeno fundamental, cuando, con el nacimiento de la industria moderna, se multiplicaron las oportunidades de trabajar, se multiplicó simultáneamente el número de personas descontentas, de individuos que se consideran a sí mismos desgraciados, desposeídos y esclavos por el hecho de ser trabajadores, lo cual, al fin y al cabo, es uno de los aspectos del proceso industrial. Entre ellos no hay pocos que están plenamente convencidos de que sólo quien trabaja por cuenta ajena, es en realidad un "trabajador verdadero" con "conciencia de clase." Los demás no son trabajadores. Quien, por el hecho de trabajar por cuenta propia o por el simple y puro deseo de crear belleza como el artista, realiza a veces los esfuerzos más inauditos, ése, en el concepto de las multitudes, no "trabaja." Evidentemente hay en todo esto incongruencias, errores y tergiversaciones. Error fundamental es que el hecho de tener que trabajar signifique por sí mismo una desgracia. Por el contrario, el poder trabajar es una bendición del cielo. Naturalmente, como en tantas otras cosas de la vida, no deben cometerse excesos ni procederse sin ton ni son. Tan peligroso es dilapidar todas las energías del cuerpo en esfuerzos desmedidos, como estar ocioso; y emplear las fuerzas de manera incontrolada o mal dirigida es a veces aún peor que no hacer nada. No es verdad que trabajo sea sinónimo de maldición. La prueba más sencilla en apoyo de ello es que algunos trabajos los hacemos fácilmente y con verdadero gusto, con plena satisfacción interna. ¿Cómo podríamos sentir satisfacción si se tratara de una maldición o desgracia? En cambio hay otros trabajos, es verdad, que aún siendo sencillos, nos cuestan verdaderos esfuerzos y sacrificios, no sólo para llevarlos a cabo sino aún para comenzarlos. Evidentemente hay variaciones en el grado de aceptación de nuestra obligación de trabajar, y esta variación no depende fundamentalmente de la naturaleza en si del trabajo que debemos hacer, pues algunas veces efectuarnos la misma tarea con agrado y otras veces con disgusto, y la tarea que un individuo detesta a otro le agrada y la cumple con toda facilidad. ¿Por qué es esto así? Seguramente ha de haber alguna razón. Si tratamos de analizar este problema objetivamente, parece que pudiera haber multitud de razones según el caso. Tantas, que resultaría difícil hallar un denominador común que fuese igualmente aceptable para infinidad de situaciones. En otros casos, a pesar de analizarlos profundamente, tal vez no seamos capaces de encontrar razón objetiva alguna y lo único que podríamos decir es que tal o cual trabajo nos molesta o nos satisface, simplemente porque nos disgusta o agrada, respectivamente. Pero esto sería dar vueltas al problema sin resolverlo. Tal vez se diga que la circunstancia de no gustar, ya es razón suficiente y que no hace falta buscar otras. Puede que así sea. No importa gran cosa, por otra parte, porque hablábamos de razones objetivas, claramente admisibles como tales, y el agrado o desagrado no son de esta clase. Un trabajo nos puede disgustar sin que a veces seamos capaces de indicar una razón visible, objetiva, como causa del desagrado. Si difícil es hallar una explicación objetiva y general para todos los casos, es en cambio bastante sencillo hallarla en nuestra propia postura mental. Una tarea en que no estemos interesados o cuya necesidad, conveniencia o finalidad no podamos comprender al momento, se nos hace molesta o tal vez aún tediosa. Pero el mismo trabajo nos resulta fácil y aún agradable si vemos que con ello podemos realizar un deseo largamente anhelado. Me permitiré citar un solo ejemplo: ¿Recuerdan ustedes cómo, cuando éramos jóvenes, no nos importaba lo más mínimo estar de plantón por largo tiempo, a veces quizás horas, para ver a nuestra noviecita de aquellos años? Pero no quiero preguntarles lo que ustedes sienten hoy cuando deben esperar durante diez o quince minutos el tranvía. Interés por un fin El interés por algún fin para el cual el trabajo es solamente medio de obtención, es en realidad la clave del problema. Si detrás de nuestras tareas no podemos descubrir un fin con que nos identificamos, éstas nos resultan inmediatamente penosas. De ello resultan dos conclusiones bastante interesantes: 1) Podemos hacer nuestro trabajo atrayente y agradable si nos esforzamos por descubrirle una finalidad útil y constructiva. Muchas veces es cuestión de un poco de buena voluntad y de tener la mente abierta. 2) Deberíamos todos proponernos fines nobles, bien determinados, y elegir luego nuestras tareas de acuerdo con esos fines, más o menos por el estilo de un artista que se ha propuesto realizar una obra de arte y se pasa horas y días en sus esfuerzos por adquirir la técnica necesaria. Pero quizás la conclusión más importante sea otra. Una tercera. Debemos considerar el trabajo como una de las fases del procedimiento de crear, como el último eslabón en la corta cadena que encierra todas las creaciones de este mundo. El último en lo que respecta a la secuencia, pero tan importante como todos los demás: como la idea y la voluntad. Primero nace el propósito, la creación mental; luego debe intervenir la voluntad y dirigir el esfuerzo hacia el campo adecuado. Por fin, en el mundo de la materia, habrá que movilizar energías y efectuar esfuerzos. Habrá que trabajar. Así están dispuestas las cosas por la Naturaleza a cuyas leyes no podemos escapar y que por otra parte, bien aplicadas, son sabias y bienhechoras. Por ello es una verdadera tontería el quejarse porque tengamos que trabajar. Sin trabajar (desde luego: sin trabajar inteligentemente) jamás podríamos realizar nuestros sueños de felicidad. Decir que los que tengan necesidad de trabajar sean, por eso mismo, unos desgraciados, es desconocer los principios Cósmicos. Tratar de mejorar la suerte de esos "trabajadores" o desdichados exclusivamente con meras concesiones materiales como aumentos de salarios o reducción de las horas de actividad, no los podrá hacer verdaderamente felices jamás. El creer que con ello bastaría, es pura ilusión. Para hacerlos felices de verdad, sería necesario además despertarles la comprensión del ideal, de la gran idea que hay detrás de la tarea. No es imprescindible que una misma labor sea para todos el paso final para conseguir un mismo fin. Entre los muchos obreros de una fábrica, uno puede ver en su ocupación el medio principal de perfeccionarse en su oficio, otro para reunir con el dinero que gana, la suma necesaria para comprarse una casa, para viajar o para educar mejor a sus hijos. El hecho principal es que la idea original concebida en la mente, necesita, para llegar a manifestarse en este plano material, del concurso del trabajo. Implorar a las Fuerzas Cósmicas para que nos ayuden, no conduce a nada si no nos movemos simultáneamente en esta tierra y actuamos de acuerdo. Tales ruegos no servirán tampoco gran cosa si no procedemos en nuestro trabajo con sano criterio. Si alguien desea llegar a ser eximio violinista, preciso es que se esfuerce por adquirir la técnica del violín. Si sólo dedica sus esfuerzos a aprender a tocar el piano, ello podrá ser muy útil bajo muchos aspectos, pero jamás le va a llevar a ser un gran violinista. Perdónese la simpleza de este argumento. Desgraciadamente muchas personas proceden como si no supieran nada de una verdad tan lógica y fundamental. Es necesario que haya coordinación y armonía entre el fin que se persigue y los medios que se emplean. La imagen mental sólo puede hallar expresión material a través de ciertos medios, y cuanto más acertados sean estos últimos, tanto más fácilmente se manifestará en el plano objetivo. Si ideas y trabajo material están en concordancia, los esfuerzos que puedan ser necesarios se harán de buena gana. Pero si no concuerdan, si se hiciera una cosa y se quisiera en realidad otra o, peor aún, si no se supiera siquiera qué es lo que se quiere, entonces nada más que descontento y disgusto han de sobrevenir. Algo más es necesario. Debemos estar plena y sinceramente identificados con la imagen mental o ese propósito que perseguimos. Debemos concebirlo antes con toda nitidez y abarcarlo luego con todo el cariño de nuestro corazón. Las cosas que sólo queremos a medias, jamás en la vida se van a convertir en manifestaciones bellas de un modo fácil. Debe haber unión armoniosa entre nuestra idea, nuestra voluntad y nuestros esfuerzos. Lo que perturbe esa armonía, debe eliminarse, coordinarse o superarse. Si se hace así, todo el proceso será fuente de satisfacción. Agradezcamos pues a Dios que nos haya dado salud y capacidad para trabajar. Comprendamos que sólo por el trabajo nos será posible alcanzar lo que seamos capaces de vislumbrar como meta de nobles ambiciones. Dignifiquemos el trabajo considerándolo como paso sagrado en el camino de la creación.