1 ERNESTO LACLAU (1935) Nueva lógica para lo social1 Susana Raquel Barbosa2 Ernesto Laclau, hijo de una familia irigoyenista exiliada cuando la dictadura de Uriburu, y nacido en 1935 en Argentina, realizó estudios de historia en la Universidad de Buenos Aires, militó en la izquierda, en el Partido Socialista Argentino y luego en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional de Jorge Abelardo Ramos, formándose eclécticamente mediante clases y seminarios con Borges, Rodolfo Mondolfo y colaborando con Gino Germani y José Luis Romero. En su primer cargo como profesor de la Universidad de Tucumán en 1966 pudo permanecer muy poco, unos seis meses, debido a que por el golpe de Onganía que terminó en la “noche de los bastones largos” perdió su puesto junto con otros profesores. Ernesto Laclau decidió trabajar en el Instituto Di Tella, como parte de un proyecto asesorado por el historiador inglés Eric Hobsbawn, quien en 1969 lo invitó a estudiar en Oxford; luego de tres años se doctoró accediendo en 1973 a una cátedra de Teoría Política en la Universidad de Essex de Inglaterra, Universidad en la que permanece hasta hoy. Es Director del Centro de Estudios Teóricos en Humanidades y Ciencias Sociales de la misma institución y profesor en la Universidad de Buffalo de Nueva York. Desde 2006 es profesor distinguido de Humanidades y Estudios Retóricos en la Universidad Northwestern y ha sido profesor invitado en las universidades de Toronto, Chicago, San Pablo y Buenos Aires, entre otras. Divido la producción de Ernesto Laclau en tres, tomando como primera fase la que involucra artículos y ensayos tempranos donde su preocupación son los puntos oscuros del marxismo pero la focalización explícita en clave de una filosofía de lo político aún no se evidencia. Para la segunda parte de su obra tomo el criterio de su asociación pública con Chantal Mouffe cuyo primer artículo conjunto data de 1981, como inicio de una serie de debates con distintos pensadores y que se continúa hasta el año 2004, fecha de la publicación de The Populist Reason donde encontramos la dedicatoria, “A Chantall, treinta años después”. Este año marca el ingreso a la última fase de su obra, etapa de auto revisión, de respuestas y en diálogo abierto con Judith Butler, entre otros. El desarrollo de una teoría de lo político centrada en la hegemonía como nueva lógica de lo social determina el carácter de la segunda fase, y la centralidad de un concepto filoso como el de populismo sella la tercera etapa. Sumariando lo expresado supra, en la primera etapa de la producción de Ernesto Laclau (desde 1960 hasta 1980) se revela su preocupación por los procesos políticos y sociales de Argentina; aquí la idea de cambio social se presenta en su preocupación por el peronismo y la revolución. Una segunda parte de su obra (desde 1981 hasta 2004) constituye el suelo donde cuestiona, conjuntamente con Chantal Mouffe, el esencialismo filosófico y su noción de sujeto fundante, la idea restringida de lenguaje y la constitución del signo como algo clausurado. Su inquietud por el cambio se orienta a asumir el debilitamiento progresivo del marxismo como su tradición de pertenencia y a plantear, desde ese marco, una lógica de cambio desde la idea de hegemonía. El cambio es también el de los agentes, y se ve en la construcción discursiva de nuevos 1 Publicado en en M. Fernández (comp), Pensadores Sociales Contemporáneos, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2009, total de páginas: 204 págs., pp. 129-164 (ISBN 978-987-1074-60-0). 2 La autora es investigadora de Conicet con radicación en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. 2 antagonismos y en la radicalización de la democracia. Menciono especialmente Hegemonía y estrategia socialista de 1985, obra escrita en colaboración con Chantal Mouffe. En 2004 esta obra se edita por segunda vez, a 17 años del original, y con el agregado de un Prefacio a la Segunda Edición en Español. En ese mismo año, la publicación de La Razón Populista inaugura la última etapa (desde 2004 hasta el presente) en la que Ernesto Laclau desarrolla una plétora de motivos esbozados en algunos papeles iniciales, aunque no conformaran entonces una teoría explícita y que ahora asumen la forma del populismo como el núcleo de la formación de las identidades políticas. Y el cambio es también el de los sujetos colectivos que intervienen en luchas que no son resultado de contradicciones estructurales sino el lugar de la dislocación en la estructura. La dislocación genera crisis de las formas de la interacción y la comunicación establecidas al tiempo que crea condiciones para la emergencia de nuevos sujetos. (Des) organizo mi presentación de Ernesto Laclau colocando en primer término unas notas respecto del método y las estrategias que guían su teoría sobre lo político para pasar luego a la transfiguración de lo social y lo político respecto de la teoría tradicional y para encarar entonces el tópico del cambio en distintos puntos de su obra y finalmente para expedirme sobre su posición acerca del futuro de la democracia en América latina. Como el trabajo de desmenuzamiento teórico para la crítica y la denostación de autores y tendencias es el más común de los lugares en el registro escritural que practicamos quienes compartimos el contexto de las ciencias sociales, he decidido abstenerme de objeciones explícitas y volverme una con Ernesto Laclau, parafrasear sus teorías, revesar los nudos, desmalezar los caminos, en una palabra, pensar con Ernesto Laclau. Finalmente la (des)organización de esta presentación se debe menos a mi obcecado consumo de material disperso del autor que a la dificultad de volver esquematizable su pensamiento en alguna versión que descondensadamente pueda contentar al lego. Del enfoque deconstructivo Este enfoque es relevante respecto de dos dimensiones de lo político como opuesto a lo social, y que en los debates contemporáneos logra colocarse como foco del problema de la teoría política. La primera dimensión es la que involucra a lo político como instancia instituyente de la sociedad y en la segunda el efecto de sociedad no termina de cristalizarse por los actos parciales de institución política. Durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX predominó cierta concepción de lo político en las tendencias pregnantes de pensamiento social que lo instalaron como parte de un sistema y/o de una estructura, y en tanto parte, dependiente de las leyes y las normativas de la sociedad. Los positivismos, funcionalismos y marxismos lograron gestionar esta concepción con éxito sancionando los resultados de más de un siglo de declinación de la filosofía política. Dice Laclau que hoy estamos en una concepción diferente, por la cual tendemos a des-sedimentar lo social, a reactivarlo, a reenviarlo a la instancia política de institución originaria. “Este proceso de des-sedimentación es, al mismo tiempo, un proceso de des-totalización de lo social. ¿Por qué? Porque dado que la sociedad ya no es concebida como unificada por una lógica endógena subyacente, y dado también el carácter concluyente de los actos de institución política, no hay un locus desde el cual pudiera pronunciarse un fiat soberano”3 (DPH: 64). Existen actos parciales de institución política que nunca terminan de consumar un efecto de sociedad. “Esta incompletitud constitutiva de lo social es crucial para comprender el funcionamiento de 3 E. Laclau, “Deconstrucción, Pragmatismo, Hegemonía”, en AGORA, Cuaderno de Estudios Políticos, Año 3, Número 6, Argentina: 63-90, 1997 (DPH). 3 la lógica de la hegemonía”, que es la segunda de las dimensiones de lo político (ib.). “La 'politización' de la sociedad aparece como operando un doble desplazamiento: por un lado hay, ciertamente, una expansión de lo político a expensas de lo social; pero por otro lado, la politización implica también la producción contingente del lazo social y, en este sentido, un descentramiento de la sociedad… Lo que hace posible lo político –la contingencia de los actos de institución- es también lo que lo hace imposible, ya que, en última instancia, ningún acto de institución es completamente realizable” (ib.). El terreno de la deconstrucción es, precisamente, el ámbito donde se juega esta condición de posibilidad de algo, que es también, a la vez, la condición de su imposibilidad. Y ello, afirma nuestro autor, posibilita un giro en la teoría política al extender el campo de la indecidibilidad estructural por un lado y al despejar, de esta forma, el terreno para una teoría de la decisión asumida en un contexto de indecidibilidad. Ambas dimensiones o movimientos expresan un mutuo requerimiento. La fuente de Laclau en este punto es Derrida. El pensador francés analiza el argumento que Husserl despliega a la hora de mostrar la relación entre sentido y conocimiento; y ese despliegue se da en dos, de un lado el argumento muestra la imposibilidad de reducir el sentido al conocimiento ya que sostienen un lazo indecidible, y de otro lado, en el segundo movimiento, el sentido es subordinado al conocimiento “por algún tipo de fiat no teorizado” (DPH: 65). Dice Laclau que este segundo movimiento no es “incompatible con el primero –pero es sólo una de las posibilidades abiertas por la indecidibilidad de la relación entre sentido y conocimiento-. Pero precisamente porque es sólo una de esas posibilidades, es que se necesita algo entre la indecidibilidad y el vínculo de hecho existente. Ese algo es, precisamente, la decisión” (ib.). Con el fin de medir la relevancia para la política de estas dimensiones de la deconstrucción, la indecidibilidad y la decisión, Laclau se detiene en la discusión de la lógica de algunos conceptos clave (uno es la representación) para ver la importancia del primer aspecto del análisis deconstructivo, la indecidibilidad. La lógica de la representación exige la condición de que el representante transmita de manera transparente la voluntad de aquellos a los que representa. Ahora bien “si una buena representación es aquella en la cual la voluntad se moviera en una sola dirección”, ello supone que cuando comienza la representación existe una completa identificación del representado con su voluntad. “Si los representados necesitan la representación es porque sus voluntades están incompletas y deben ser suplementadas por el representante” (DPH: 66). Esta afirmación coloca en primer plano el rol no-neutral del representante ya que él contribuye a crear las identidades de los representados. La representación es, lógicamente, impura desde que el movimiento de la relación de representación en una dirección ha de ser suplementado por otro movimiento en la dirección contraria. Dice Laclau que “lo que hace posible una buena representación es lo que la hace, al mismo tiempo y por las mismas razones, imposible” (ib.). Esta lógica permite comprender lo político en la sociedad contemporánea en la medida en que deja al desnudo hechos que fueron (mal) interpretados como distorsivos del proceso de representación; por ejemplo, a veces se considera que cuanto más democrático es un proceso existe una mayor transparencia en “la transmisión de la voluntad de los representados por sus representantes”. Sin embargo no parece ser siempre así ya que en ocasiones los representantes caen en acciones de manipulación y otras. En las sociedades industriales avanzadas la fragmentación de las identidades sociales exige por parte de los representantes un rol activo en la formación de voluntades colectivas, rol que los aleja de considerarse mero espejo de intereses preconstituidos en la sociedad civil. “Entonces sus ambigüedades internas, la indecidibilidad entre los varios movimientos que son posibles en su interior, transforman a la relación de representación en el 4 campo de batalla hegemónica entre una multiplicidad de decisiones posibles. Esto no quiere decir que en cualquier momento todo lo que es lógicamente posible se vuelva, automáticamente, una posibilidad política real” (DPH: 67). La deconstrucción como intervención opera en clave que desenlaza los nudos entre límites históricos y lógicos y reinscribe los casos que aparecían como desviados en la estructura lógica de la representación. El segundo aspecto es el rol de la decisión en un análisis deconstructivo. La decisión no se puede basar en nada externo a ella. El momento de la decisión es uno de urgencia y precipitación, dice Laclau parafraseando a Derrida. La decisión, que no es la consecuencia de algún modo histórico o teórico, ni de una deliberación, es, contrariamente interruptora de toda deliberación (jurídica, ética, política, cognitiva) que la anteceda. Por ello tiene razón Kierkegaard cuando afirma que la instancia de la decisión es una locura. Excede todo lo que algún programa de cálculo pueda contener. Lo indecidible no es la tensión entre dos decisiones sino una experiencia, la de aquello que ajeno al cálculo y la regla, está obligado a la decisión imposible y a tener presente las reglas y la ley. Entonces Laclau pregunta por alguna línea mediadora entre la universalidad de la regla y la singularidad de la decisión, pero este tema lo desarrollo en otro apartado. I-Lo social y lo político en clave desarticulatoria de las nociones tradicionales de la sociedad y la política y de la lógica pregnante en el sentido común de los cientistas sociales La autopercepción que las sociedades tienen de sí mismas cambia históricamente. Desde la crisis teórica de las ciencias sociales a fin de los años 80 del siglo XX ese cambio fue catastrófico, y por su impacto, parece asemejarse al que se gestara en los orígenes de la modernidad. El grado de desarrollo de la teoría social y de la teoría política pareció alcanzar su límite hasta generar la imagen de una banalización de la percepción tradicional. El hecho por ejemplo de que al aumento de la intervención humana en el mundo y en la sociedad se genere un efecto contrario a su control -por el crecimiento de la incertidumbre en forma exponencial- evidencia la inconmensurabilidad del cambio; además éste es acompañado con la experiencia de desasosiego por parte del cientista social. Percibimos esto en forma tangible no sólo en las catástrofes naturales, en los desastres nucleares, y especialmente en la relación entre lo social y lo político. Y ello porque “la sociedad” tal como la teoría tradicional la presentaba no puede ahora seguir siendo legítima, como portando cierto orden, como autosustentando una esencia pasible de ser inteligida. Se configuran a la luz o aparecen como fenómenos, ciertos entramados de dominaciones que parecen ser más complejos de lo que permitía vislumbrar el modelo de dominio elaborado por la crítica marxista al sistema capitalista. Ciertos modos de organización de acciones humanas que se gestan parecen cuestionar las distinciones clásicas entre lo social y lo político, y sus modos de aparición en el marco de la sociedad civil se bifurcan y confrontan precisamente allí, en las esferas de aparición donde emergen. Ello ha movido a ciertos autores al cultivo de expectativas –no siempre cumplidas- sobre una fuerza emancipatoria renovada de los nuevos movimientos sociales, cuya consigna gira sobre una pretendida resurrección de la sociedad civil. Paralelamente, en un terreno teórico surgen planteos que proponen un desplazamiento de las maneras de pensar el poder y lo social. Es el caso de Ernesto Laclau, cuya producción parte del discurso clásico de la filosofía y se articula entre el postestructuralismo foucaultiano y el psicoanálisis lacaniano, a la vez que enlaza con tradiciones como la de la teoría política de la democracia en Castoriadis y en Lefort. O 5 mejor, su producción se articula en la intersección de una serie de rutas teóricas que trama una red compleja difícilmente definible4. Discurso es una categoría central en la reflexión de Ernesto Laclau; discurso no se entiende simplemente como lo que se relaciona con el habla y la escritura sino como lo que se refiere a todo tipo de práctica significativa. Y como toda práctica es significativa, la noción de discurso se superpone con la noción de lo social, lo cual se aclara con un ejemplo inspirado por Wittgenstein y discutido por Laclau y Mouffe en Hegemonía y estrategia socialista5. Supongamos que estoy construyendo una pared con otros obreros y en un momento pido a uno de esos ellos que me pase un ladrillo y acto seguido lo pongo en la pared. El primer acto de “pedir un ladrillo” es uno lingüístico mientras el segundo acto de “poner el ladrillo en la pared” es extralingüístico. Sin embargo los dos actos son parte de una operación global dotada de sentido que es la construcción de la pared. Si el hecho de construir la pared incluye elementos lingüísticos y extralingüísticos la operación total no puede ser ni lingüística ni extralingüística, sino algo más, y ese algo más que consiste en un sentido global, es precisamente lo que entendemos por discurso. La noción de discurso así definida está próxima a la noción de juegos del lenguaje de Wittgenstein, que incluye tanto palabras como acciones (HyES-b: 146-8). ¿Cómo abordamos un sistema de significación? Para analizar un sistema tal hemos de usar categorías lingüísticas, que son categorías que no se refieren a lo lingüístico en sentido estricto sino a la significación en sentido amplio. Para Laclau la historia intelectual del siglo XX surge en torno a tres ilusiones de inmediatez o de acceso inmediato a las cosas, la ilusión del referente, la ilusión del fenómeno y la ilusión del signo. Ellas dieron lugar a las tres corrientes de pensamiento más importantes del siglo, la filosofía analítica, la fenomenología y el estructuralismo. La historia de estas corrientes es similar porque en algún momento cada una de estas ilusiones de inmediatez se disuelve y tiene que operar el tránsito hacia alguna forma de mediación discursiva, concebida como aquello que trasciende toda posibilidad de dar directamente con el objeto. Con la filosofía analítica la ilusión de inmediatez fue el referente, y el atomismo lógico de Russell la forma más alta de ese atomismo, con la idea de que un lenguaje tiene sentido sólo si los términos se refieren en cierto punto a un objeto que no está mediado por nada; esta ilusión se disuelve con Wittgenstein. Con la fenomenología se ve un desarrollo semejante ya que la máxima husserliana de “ir a las cosas mismas” sugiere una relación no mediada por el objeto. El sujeto trascendental tiene un rol constitutivo que no aparece mediado por nada exterior a sí, y sin embargo, esta noción de sujeto trascendental como fuente absoluta encuentra su disolución con la analítica existencial de Heidegger. Finalmente el estructuralismo gestiona una noción primaria que es la de unidad indisociable del signo, o la relación entre significante y significado. La ilusión es la noción de signo como algo inequívocamente unívoco e indisociable de los términos de una relación. Sin embargo, 4 Con J. C. Gorlier cursamos seminarios en la Facultad de Filosofía (Universidad del Salvador) a mitad de los años setenta, compartiendo mi bibliografía sobre filosofía de la liberación antes de su radicación en Estados Unidos. En junio de 1995 Gorlier asistió a la Sociedad Filosófica Buenos Aires como Visiting Professor para disertar, con debate abierto, sobre ideas y propuestas de Ernesto Laclau. En base a la desgrabación de la exposición e intervenciones de los participantes, la Sociedad Filosófica elaboró el texto que publicó al año siguiente: “Análisis discursivo, dislocación, imaginario social. Una exploración en la producción reciente de E. Laclau” en Cuadernos de Investigación de la Sociedad Filosófica Buenos Aires –SOFIBA-, N° 2, Septiembre 1996: 157-179. En buena parte de esta presentación me baso en cuestiones y argumentos que discutimos en esa oportunidad. 5 E. Laclau, Ch. Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia (Hegemony and socialist strategy. Towards a radical democratic politics, 1985), traducción de E. Laclau, con Prefacio a la Segunda Edición en Español, FCE, Buenos Aires, 2004 (HyES-b). 6 la crítica post estructuralista plantea distintas lógicas del significante que conducen a una noción de discurso que rompe con la concepción apriorística del primer estructuralismo. Todo para ubicar al estructuralismo en su evolución interna y para ver la manera en que la categoría de discurso adquiere el grado de universalidad y rompe con su ligazón regional estricta con el habla y la escritura. En la historia del estructuralismo podemos ver tres instancias, un primer momento con un modelo original que está en la obra de Saussure y donde el estructuralismo es lingüístico, un segundo momento que insiste en la dimensión formal del análisis del lenguaje y en la conexión de las lógicas estructurales a la sustancia fónica y donde la noción de signo comienza a hacer eclosión dando lugar al giro semiológico dominante en los estructuralismos sesentista y setentista, y una tercera instancia que es el abandono de las tesis anteriores para pasar a otra cosa: se opera la transición al post estructuralismo donde lo que prima es la crítica de la unicidad en la relación significante-significado. Esta somera presentación de contexto teórico tiende la rampa de ingreso al tópico del significante vacío. Dice Ernesto Laclau que “un significante vacío es, en el sentido estricto del término, un significante sin significado. Esta definición, es también, sin embargo, la enunciación de un problema. Porque ¿cómo es posible que un significante no esté unido a ningún significado y continúe siendo, a pesar de todo, parte integral de un sistema de significación?”… “La única posibilidad de que una sucesión de sonidos estuviera desprendida de todo vínculo con un significado determinado y que continuara siendo, sin embargo, un significante, sería que a través de la subversión del signo que la posibilidad de un significante vacío implica, se realizara algo que es un requerimiento interno del proceso de significación como tal”6 (EyD: 69-70). Cuando Laclau pesquisa por esa posibilidad recorre respuestas tentativas hasta dar con la que considera adecuada: un significante vacío surge si la significación tiene una “imposibilidad estructural”, y si ésta puede significarse a sí sólo en clave distorsiva o interruptiva de la estructura del signo. “Es decir, que los límites de la significación sólo pueden anunciarse a sí mismos como imposibilidad de realizar aquello que está en el interior de esos límites” (EyD: 70). Desde Saussure sabemos que la lengua es un sistema de diferencias, que las identidades lingüísticas son relacionales y que en cada acto de significación se juega la totalidad de la lengua. Por otro lado, como Laclau aprueba la afirmación hegeliana de que pensar los límites de algo implica pensar lo que está allende esos límites, se encuentra con la paradoja de que “aquello que constituye la condición de posibilidad de un sistema significativo –sus límites- es también aquello que constituye su condición de imposibilidad –un bloqueo en la expansión continua del proceso de significación-“(EyD: 71). Una consecuencia importante de lo anterior es que los límites suponen una exclusión y por tanto son no-neutrales, ya que lo contrario (neutralidad de los límites) implicaría que ellos fueran continuos al interior y al exterior del sistema y que estos dos lados fueran diferentes. Con la exclusión en cambio estamos ante una no-neutralidad que indica límites auténticos y ellos son siempre antagónicos. La lógica de los límites excluyentes extiende efectos necesarios a los dos lados del límite y ello es como la plataforma de acceso a los significantes vacíos. Recorro los efectos. El primero es que el límite excluyente introduce una “ambivalencia esencial” 6 E. Laclau, “¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política?”, en E. Laclau, Emancipación y Diferencia [Emancipatio(s)], Ariel, Argentina, 1996: 69-86 (EyD). 7 en el sistema de diferencias. Cada elemento tiene identidad por ser diferente de otros elementos. Todas las diferencias son equivalentes entre sí porque lo que comparten es el interior de la frontera. En ese caso la identidad de cada elemento está constitutivamente dividida porque por un lado, cada diferencia se expresa como tal, pero por otro lado, cada diferencia también se cancela como diferencia porque entra en una relación de equivalencia con el resto de las diferencias (EyD: 72). Un sistema constituido a través de la exclusión radical detiene la lógica diferencial: lo excluido del sistema, funda a éste en un acto que se extiende allende sus diferencias constitutivas y las revela como equivalentes de la positividad o del ser mismo y esto anuncia la posibilidad de un significante vacío (un significante de la “cancelación de toda diferencia”). El segundo efecto se ve cuando la condición que exige la operación anterior es reducir a pura negatividad lo que está allende la frontera de exclusión (como amenaza). Cuando ese allende pasa a ser significante de la amenaza (pura negatividad) hay límites y hay sistema (orden objetivo). Las varias categorías excluidas para ser significantes de lo excluido, han de cancelar sus diferencias al entrar a una cadena de equivalencias de lo que el sistema demoniza, para significarse a sí mismo. Aquí se abre la posibilidad de un significante vacío a través de esta lógica donde las diferencias se absorben en cadenas equivalenciales (EyD: 73-4). El tercer efecto es cuando la sistematicidad del sistema o su reverso, la negatividad de lo excluido, requiere la producción de significantes vacíos para significarse a sí mismo, ya que no hay una forma directa de hacerlo. Como nos encontramos en los límites de la significación podremos significar sólo subvirtiendo el proceso de significación. Para la teoría psicoanalítica, el inconsciente no es representable directamente sino que encuentra representación mediante la distorsión/subversión del proceso de significación. Todos los medios de representación son diferenciales, por eso si el carácter diferencial de las unidades significativas se subvierte (o si las unidades significantes se desligan de significados particulares) es posible la significación. Sólo el privilegiar la dimensión de equivalencia hasta anular la dimensión diferencial hace que el sistema se pueda significar como totalidad (EyD: 74-5). Hay dos puntos importantes, uno es que la sistematicidad del sistema representado con significantes vacíos es un ser no realizado fácticamente, y además es constitutivamente inalcanzable. “Estamos frente a una falla constitutiva, a un objeto imposible que como en Kant, se muestra a través de la imposibilidad de su representación adecuada” (EyD: 76). No es una imposibilidad sin lugar propio sino de una imposibilidad positiva real a la que apunta el significante vacío. Con la determinación de cuál es un significante adecuado y no otro, el que en ciertas circunstancias será el que cumpla esa función significativa, Laclau introduce el tema de la política en relación con el significante vacío e ilustra con la hegemonía, tema que desarrollo en otro punto. Si bien en Hegemonía y estrategia socialista se critica la noción prediscursiva de sujeto y se prefiere la noción de posiciones de sujeto (HyES-b:155-ss), Laclau sabe que la categoría de sujeto no puede ser erradicada de una teoría de lo social desde una nueva lógica cuyo método sea la deconstrucción. El problema de la relación entre indecidibilidad y decisión puede abordarse desde el sujeto7 y con este tema Laclau introduce la necesidad de dos dimensiones que determinan su status, la simulación (identificación) y irrealizabilidad (necesidad). La 7 E. Laclau, Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (New Reflections on the Revolution of Our Time, Londres 1990), trad. E. Laclau, Nueva Visión, Buenos Aires, 2000: 47-ss. (NR). 8 primera es una operación que implica una distancia entre mi carencia de ser y lo que proveerá lo que falta en tal sentido, y la acción de “adquisición adventicia de ser” se denomina identificación. La identificación significa, en la teoría psicoanalítica, que como el sujeto está autodeterminado parcialmente, y como lo que expresa es lo que le falta de ser, sólo podrá “adquirir ser” mediante procesos de identificación (DPH: 74-5). La identificación como dimensión inherente a la decisión se visibiliza más en la medida que no podamos establecer criterios para elegir aquello con lo que hemos de identificarnos o, como en Descartes, cuando no encontramos criterios creíbles. En cuanto a la otra dimensión, si la sistematicidad que un sistema necesita es al mismo tiempo irrealizable -tal como en Kant que un objeto se muestra mediante la imposibilidad de su representación- tal irrealizabilidad no equivale a eliminar su necesidad, y ello tiene algo de espectral. “Si hay necesidad de identificación, es porque no hay identidad en primer lugar. Pero, en ese caso, aquello con lo cual me identifico no es solamente su propio contenido particular: es también uno de los nombres de mi completitud ausente, el reverso de mi carencia original” (DPH: 76). Laclau está seguro de que no es posible eliminar la categoría de sujeto. Llamamos sujeto al agente de la decisión, aun cuando sea imposible la concepción de un sujeto libre y de una conciencia idéntica a sí, aun cuando ese agente no es una subjetividad plenamente constituida. Así el paso de universalidad de la regla a la singularidad de la decisión y viceversa ha de ser asegurado por dos cosas, en primer lugar por la escisión de la decisión (contenido concreto-orientación a asumir la completitud ausente del sujeto) y en segundo lugar por el movimiento en dirección opuesta, los contextos que limitan la indecidibilidad estructural también limitan el espectro de contenidos que pueden asumir el rol de representación universal (DPH: 78). Si lo político se concibe como institución de lo social, este momento instituyente se identifica con la relación indecidibilidad/decisión. “El tema central de la deconstrucción es el de la producción político-discursiva de la sociedad” (DPH: 79). Ello puede ilustrarse con la hegemonía y la democracia. La completitud ausente en la estructura de una comunidad ha de ser representada por uno de sus contenidos parciales como un grupo o una clase. “Esta relación por la que un elemento particular asume la tarea imposible de representación universal es lo que llamo relación hegemónica” (DPH: 79). La política es posible por la escisión constitutiva en la relación singularidad-universalidad o por la tendencia de un significante a eludir una unión fija con un significado y a mantener sin embargo, una relación fantasmal con ese significado. Este proceso puede describirse en términos husserlianos como reactivación o la génesis de condiciones que permiten que “la raíz política contingente de lo social se revele a sí misma”. Y la contingencia de lo social habilita a la lógica hegemónica a desarrollar su potencial de dislocación y reconstrucción. Con respecto a la democracia, si partimos de una teoría de la democracia tal como está desarrollada, la deconstrucción contribuye a radicalizar sus tendencias y debates. Como aceptamos que la relación entre completitud de la comunidad y formas singulares que la encarnan, es contingente, si la completitud cree encontrar su encarnación justa y verdadera, no habrá competencia democrática entre fuerzas que pujen por ser tal completitud. Si existe una sola forma posible capaz de asumir esa representación, la noción de elección se vuelve superflua. “Pero si… la completitud siempre reactiva la brecha entre la universalidad vacía –aunque necesaria- y los cuerpos que la encarnan, la democracia, como práctica ambigua que intenta llenar esa brecha y a la vez mantenerla siempre abierta, habría encontrado sus condiciones de posibilidad. Indecidibilidad y decisión son los nombres de una tensión inerradicable y constitutiva que hace posible una sociedad política” (DPH: 80-1). 9 II-El tópico del cambio en derredor del poder-efecto de sociedad, de la hegemonía-contrahegemonía, de posiciones de sujeto, de la contingencia estructural y del antagonismo como núcleo de lo político El título del libro que publica Ernesto Laclau como editor The making of the political identities8 puede traducirse como “El hacer de las identidades políticas” y parece involucrar un doble sentido del hacer: como lo que distintos grupos hacen y también como lo que va haciendo a los grupos, en una palabra, como un hacer y un hacerse. Para Laclau hoy “estamos viviendo en el epicentro de la mayor mutación histórica; el sentido del cambio sin embargo, es difícil de determinar y uno se pregunta hasta qué punto los problemas para encontrar una definición del cambio no son ellos mismos los mejores indicadores de (cómo cambia) lo que está cambiando” (MoPI: I). La aparición de la idea del poder político como principio de organización de la sociedad se une a Maquiavelo y Hobbes y ello con el proceso de secularización, en virtud del cual el principio de organización es intrasocial. Con la modernidad se plantea la exigencia creciente de buscar y encontrar ese principio dentro de la sociedad misma (principio no trascendente). El poder central del gobierno es el que produce el efecto que llamamos sociedad. El poder soberano es causa, la sociedad es el efecto; cuanto más absoluto es el poder, más determinado es el efecto sociedad. Si el poder es absoluto y uno, la sociedad aparece no como efecto sino como emanación y ello retrotrae al otro extremo donde la indiferenciación en la relación causa-efecto equivale a la perspectiva emanantista del Uno como en Plotino. ¿Cuándo se vuelve superfluo el poder? ¿En qué situación se inviste de levedad? En un estado despótico ya que no hay división entre el déspota y los súbditos (y la sociedad es división para Laclau); si el déspota es todo y los súbditos nada, el poder se inviste de levedad. “We are witnessing a proliferation of particularistic political identities, none of which tries to ground its legitimacy and its action in a mission predetermined by universal history –whether that be the misión of a universal class, or the notion of a privileged race, or an abstract principle” (MoPI: I). Vale decir que quedaron atrás los proyectos de la filosofía del idealismo absoluto y del paradigma de la praxis, colocando como foco de legitimación de la identidad política la trama de una historia reflexiva que marchaba al paso de la historia sagrada o la postulación de una clase universal homogénea que reivindicaba para sí la reversión de su negatividad. Hoy en cambio no hay fundamento, tampoco legitimación de la acción. La noción de poder sólo tiene sentido si aquéllos sobre los que el poder se ejerce pueden constituir un contra-poder, sólo si el poder existe como amenaza sobre grupos determinados y éstos pueden confrontarlo mediante algún tipo de organización. El poder es relación, y en ese sentido, suponemos un término o polo de la relación como foco desde donde se consuma la dispersión de su ejercicio, siendo el otro término o polo el campo influido por aquél y que puede/debe resistirse. Dice Laclau que “en una situación de poder total, el concepto de poder pierde sentido. Pero lo que existe no es un poder total sino de una diversidad de centros de poder limitados. Sin embargo su limitación no cierra los centros sobre sí mismos y el efecto sociedad no desaparece. Permanece presente como lo que está ausente, como una falla que distorsiona todas las identidades sociales”. En la tradición del pensamiento político moderno se registra por un lado, el deslumbramiento ante el poder del estado soberano, como principio de organización y 8 E. Laclau (Editor), The Making of Political Identities, Verso, London, 1994 (MoPI). 10 de inteligibilidad de lo social. Por otro lado, trasunta la conciencia, característica de la modernidad, del poder como poder fallado, como antagonizado, como pasible de ser resistido. Ello se relaciona con los efectos de dislocación de la expansión capitalista que disuelve las relaciones comunitarias mediante relaciones de mercado, y en términos macro, se liga también al proceso de secularización. La secularización, que no es un tópico del campo de las ideas religiosas, impacta en lo social al socavar el lecho de legitimación del poder. El poder tiene sentido como noción cuando hay una diversidad de centros de poder, cuando estos son internamente inestables, fallados, y cuando se dan en una situación de equilibrio inestable, con identidades dislocadas constituidas provisoriamente a partir de la articulación de elementos que tienen distintos orígenes. Se puede también acceder al tema del poder y lo social a través de las formas de poder y la organización de las relaciones sociales en otras épocas. Las sociedades llamadas “sin historia” aparecen ante nosotros como sociedades donde el espacio político parece no existir: las formas de organización de lo social se erigen (en apariencia) como los principios de las jerarquías del poder, por ejemplo las estructuras de parentesco. Si radicalizamos el análisis hemos de aceptar que debajo de esas estructuras del parentesco se tiende una trama de actos de poder. El discurso de los antropólogos dice que las relaciones de parentesco son un hecho universal, pero en cada cultura adopta formas distintas. Es decir, hay discontinuidad entre impulso natural y respuesta cultural, indicada por la diversidad de respuestas ensayadas por las distintas culturas. Si hay discontinuidad, es porque una forma de parentesco dada es resultado de la sedimentación de una inclusión excluyente, es decir la alternativa seleccionada deja afuera otras alternativas. La sedimentación de esas “suturas arbitrarias” está a la base de las relaciones llamadas sociales. El poder tiende a ocultarse, el poder se orienta a borrar su presencia, a convertirse en natural, a sedimentar en sentido común la raíz arbitraria de la sutura9, del orden impuesto, En palabras de Laclau, “la sociedad es el efecto del poder convertido en 'objetividad'”. Tanto el poder como las identidades tienen un afuera constitutivo y una falla interna. Es insostenible la base de las teorías sociológica y política tradicionales consolidada en torno a la idea de un centro de poder auto-fundante tanto como la de un sujeto autónomo. En la sociedad moderna los patrones de fusión de lo social y lo político se dislocan. Pero a la vez que se da esta dinámica, también aparecen espacios donde se ensaya suspender las formas de poder sedimentada en la estructura de las relaciones sociales y la concepción de un poder descensional desde el estado. La peculiaridad de esta dinámica por la cual lo político se erige como principio de organización de lo social contrasta con la de la sociedad premoderna. Los nuevos espacios de exploración social producen un efecto de vaciamiento tanto del poder institucionalizado en estadogobierno como de la trama de opresiones. Damos con ello con una perspectiva no liberal de aproximación a nociones como sociedad civil y cultura política, perspectiva donde los espacios se crean por grupos que confrontan, dialogan y negocian, en un proceso que es inseparable de la formación de nuevas identidades y relaciones sociales. La idea es que cada vez debería tornarse más difícil circunscribir lo político a la política, a un nivel dentro de lo social. Si el poder trasunta todas las relaciones sociales, lo político debería convertirse en el principio de organización de nuevas relaciones sociales. 9 Término tomado del psicoanálisis se usa “para designar la producción del sujeto sobre la base de la cadena de su discurso”. “La sutura nombra la relación del sujeto a la cadena de su discurso;… él figura ahí como el elemento que está ausente, en la forma de un sustituto. Porque si bien está allí como lo que falta, no está pura y simplemente ausente. Sutura, por extensión –la relación general de 'falta' a la estructura de la que es un elemento en la medida en que implica la posición de un tomar-el-lugar de”. (HyES-b: 77). 11 Para Laclau la idea de cambio en términos de revolución es una perimida ya que ahora la historia se concibe como conflicto, y deja en el camino las notas de necesidad y trama tal como era concebida por el marxismo tradicional. Para la comprensión del cambio social y político se requiere la comprensión previa de la lógica que subyace a lo social y político. A lo primero que alienta Laclau es al abandono de la estructura de interpretación tradicional incorporada en el sentido común de los cientistas sociales por la cual éstos se asientan en la convicción de que la sociedad porta alguna esencia inteligible en función de la cual podemos quedarnos con la idea de sociedad. En apariencia, parece que estuviéramos frente a una entidad simple, por su claridad y distinción. Sin embargo, si durante décadas los scholars de ciencias sociales y humanidades, gestionaron un discurso mecánico y acrítico que generó la imagen de una sociedad como la entidad descripta, hemos de revertir este mecanicismo o detenernos y advertir que no salimos aún de esquemas premodernos. Abordar el tema del poder en el sentido indicado supone activar al menos dos perspectivas, por un lado la de Foucault, desde la cual el poder es lo que estructura relaciones sociales que no están basadas en consenso racional ni en lazos naturales. Los vínculos denominados sociales no pueden remitirse a causas naturales ni sustentarse en un consenso construido a partir de intercambios entre individuos libres, iguales y racionales. El poder es el cemento de lazos que llamamos sociales. Usamos el término poder para involucrar la sedimentación y naturalización, el devenir social de ciertos lazos intrínsecamente arbitrarios, que plasman determinados patrones de dominación. Por otro lado, tenemos la perspectiva de Lefort, más próxima a la teoría política, la democracia y las formas de legitimidad del poder como centro de gobierno. Para Lefort el poder es inseparable de sus representaciones, de las formas a través de las cuales el poder se legitima. Estas representaciones a su vez se conectan a la formación de relaciones sociales e identidades colectivas. Pero no se trata de un movimiento de arriba hacia abajo, como si el poder se irradiara o descendiera desde un centro llamado político. Se trata de una serie compleja de mutuas remisiones a través de las cuales, “el poder produce la sociedad que lo produce”. Una de las objeciones que se ha realizado a las conclusiones de la propuesta de Laclau es que ha realizado un desvío a través de una lógica de la carencia. ¿En qué se funda esta objeción? En primer lugar en reducir a Laclau a craso divulgador de la deconstrucción y en segundo lugar en una valoración apriorística, o la consideración de que una lógica del exceso es mejor que una de la carencia. El mismo Laclau afirma que la deconstrucción puede enriquecerse mediante cruzamientos con otras tradiciones teóricas y ello es cierto en parte, porque se trata de discutir acerca de si el lacanismo es una tradición efectivamente enriquecedora del deconstructivismo. Veamos el tema de la carencia. En Hegemonía y estrategia socialista Laclau y Mouffe parten de la crisis teórica del marxismo generada por la “riqueza y la pluralidad de las luchas sociales contemporáneas” y cuya salida puede intentarse desde el análisis de las transformaciones del concepto de hegemonía, concebido como una lógica de lo social, e irreductible a un tipo de relación política acomodable a las categorías de la teoría marxista clásica. Por eso encaran la genealogica del concepto reconociendo que éste no surgió sino “para definir un hiato que se había abierto en la cadena de la necesidad histórica. 'Hegemonía' hará alusión a una totalidad ausente y a los diversos intentos de recomposición y rearticulación que, superando esta ausencia originaria, permitieran dar un sentido a las luchas y dotar a las fuerzas históricas de una positividad plena” (HyES-b: 31). Por otro lado, y a propósito de la saga del concepto de hegemonía, Laclau y Mouffe intentan expresar esa ausencia –en su presencia- con la transposición de sutura al campo político. “Las prácticas hegemónicas son suturantes en la medida en que su campo de acción está determinado por la apertura de lo social, 12 por el carácter finalmente no-fijo de todo significante. Esta falta originaria es precisamente lo que las prácticas hegemónicas intentan llenar” (HyES-b: 77). Y ello puede ligarse a la contingencia. En New reflections on the revolution of our time, se usa contingencia pero no como lo opuesto a necesidad. Afirmar que las relaciones sociales y las identidades son contingentes equivale a afirmar que ellas no están suturadas, o sea que la identidad 'trabajador' no designa una esencia supra-histórica, y la relación de choque en la relación trabajadores-patrones no es expresión de un movimiento objetivo más profundo. El conflicto permite visualizar la contingencia de las identidades y su base de indecidibilidad. Que algo sea Indecidible significa aquí que no hay ni absoluta determinación ni absoluta contingencia sino un desplazamiento de la frontera entre lo determinado y lo contingente. Y para finalizar nuestro recorrido por la lógica de la carencia volvemos a tema del significante sin significado. Laclau afirma que lo social no se fija en las formas instituidas de una sociedad y por eso mismo, lo social existe como un esfuerzo por producir lo imposible. Como vimos, en la extensión del modelo lingüístico al campo de las ciencias humanas predominó el efecto de sistematicidad y el estructuralismo degeneró así en esencialismo hasta que el post-estructuralismo derrumbó la teoría del signo. Se trata ahora de precisar la noción de articulación: aunque las identidades son relacionales, el sistema de relaciones no se fija en un conjunto de diferencias, ya que el discurso es distorsionado por una discursividad que lo excede. De allí que el paso de elementos a momentos, como no se puede completar, determina a los elementos como “significantes flotantes que no logran su articulación en una cadena discursiva”; de allí que ésta, por la polisemia, se desarticule (HyES-b: 154). En el caso del significante vacío, Laclau afirma que en un clima represivo toda movilización por otro objetivo parcial se percibe no sólo como dirigida al blanco específico sino también como un acto de oposición al sistema y ello establece un lazo entre todas las luchas; “todas ellas son vistas como equivalentes en su confrontación con el régimen represivo. Lo que establece su unidad no es, por consiguiente, algo que ellas compartan, sino algo negativo: su oposición a un enemigo común”. Vale decir que la función de los significantes vacíos es “renunciar a su identidad diferencial a los efectos de representar la identidad puramente equivalencial como algo perteneciente al orden de las diferencias” (EyD: 78-ss). Para finalizar este apartado algo sobre el postmarxismo (Cuadro N° 1): dos motivos conducen a los autores a su ubicación en esta corriente. “Hemos introducido con Chantal (Mouffe) el término postmarxismo no para afirmar que el marxismo como teoría social y teoría de la historia esté simplemente perdido sino para afirmar, al contrario, que el desarrollo de un conjunto de lógicas y discursos teóricos originariamente elaborados al interior del marxismo nos obligan a ir más allá de Marx. Ciertos supuestos del pensamiento de Marx hoy no pueden ser mantenidos. Pero este proceso de reelaboración se produce a partir del mismo marxismo y es en cierta medida un movimiento interno del propio pensamiento marxista”10 (PM: 11). Y esta definición de postmarxismo pone en foco el concepto de historia que, a partir de Hegel, está presente en las teorías que derivan de Marx, dialécticas o no. Laclau propone proyectar la idea de historia del marxismo más allá del marxismo ya que este modelo, junto con la tradición de otras filosofías de la historia, encierra la idea de que la historia posee un contenido subyacente último, que es de carácter racional, y que puede ser aprehendido intelectualmente en conceptos. Esta concepción, hoy perimida, da paso a la concepción que toma la historia como “conjunto de los hechos pasados” pero sin alguna razón para articular en un todo estructural ese “conjunto de los hechos pasados”, sin razón para creer que es pasible de aprehenderse racionalmente. 10 E. Laclau: Entrevista, “Del post-Marxismo al radicalismo democrático”, Materiales para el Debate Contemporáneo, CLAEH, Santiago de Chile, 1986 (PM). 13 Pero hay aún un segundo motivo que ubica a Ernesto Laclau y a Chantal Mouffe en un terreno postmarxista, que es el se liga al hecho de que la categoría “totalidad”, que aparece desplazada del campo de la historia, tampoco pueda ser sostenida para un nivel de análisis de la sociedad. La idea de que el conjunto de los hechos sociales tiene una estructura unificada y que es inteligible constituye un principio que perdió legitimidad, y por tanto debe dejarse (PM: 12). III-El futuro de la democracia de América latina, la alternativa de su radicalización, el populismo en el centro de las identidades políticas Recordemos que para Laclau el poder tiene sentido como noción cuando hay una diversidad de centros de poder, y cuando inestables, fallados, y se dan en una situación de equilibrio inestable, con identidades dislocadas constituidas provisoriamente a partir de la articulación de elementos con orígenes heterogéneos. Esta situación es como el retrato de la cotidianidad latinoamericana, con regímenes inestables e identidades híbridas. Sin embargo, hoy Laclau es optimista respecto al futuro de la democracia en América latina, especialmente en la América del sur y ello se liga a efectos combinados de lo que denomina “cierto pesimismo histórico” y “la crisis del jacobinismo” (PM: 41). “Durante los años sesenta y setenta dominó la idea que, de alguna manera, un take-off de las economías latinoamericanas era posible en la medida en que se implementaría desde el estado una política económica que sería la panacea para todos los males. Desde un nacionalismo militar autarquizante hasta el liberalismo de los Chicago boys, hemos visto variados candidatos a ocupar este papel del estado que, paradójicamente, caracterizaba no sólo a intervencionistas sino también a los sustentadores del más agresivo monetarismo, se acompañaba la afirmación de la necesidad de concentrar el poder en una élite cuyo despotismo ilustrado implementaría los cambios necesarios”. Hoy se ha quebrado esa confianza en curas milagrosas y cada vez son menos los sectores que confiarían su destino a élites salvadoras. “Esto hace posible… estabilizar sistemas institucionales pluralistas. Desde el punto de vista de la izquierda se trata de consolidar el marco institucional democrático y profundizar el proceso democrático a través de un proceso de auto-organización de las masas” (PM: 41). Es en este marco donde es posible una pluralidad de espacios discursivos y donde “la indeterminación de la democracia y el carácter pragmático de la construcción del poder, adquieren toda su relevancia” (ib.) En el siglo XXI no podemos ya partir de estructuras estables como si una unidad portara su carácter de desarrollada o no desarrollada en una situación fija. El sistema mismo que está supuesto como el horizonte a partir del cual configuramos la aparición de tales estructuras no tiene tampoco notas permanentes. Tanto el sistema como lo que aparece en él están atravesados por la contingencialidad, cualidad que vuelve superflua la idea de necesidad que pensaran tanto Hegel como Marx en clave de hilo de Ariadna que encadena la historia. Tampoco hay la historia, ni procesos históricos determinados, ya que son la historicidad y la facticidad jugadas en una idea, las que marcan los procesos. Por otro lado, si la visión de un curso linealmente desarrollado era la convicción de estos autores estructurales, idealista uno y materialista el otro aunque unidos por la dialéctica de las formas, es ahora un desarrollo tan “desigual y combinado” dicen Laclau y Mouffe, que su lógica es inasible con la lógica de dos valores. En todo caso la dispersión se percibe en su ser estallante y obliga a cada paso, a la renovación de los significados en los que se entienden sus partes. La sociedad como una unidad estructural inteligible, pasible de ser comprendida en clave cognoscitiva clara, aparece ahora como algo a realizar, como la tarea de una lógica cuyas operaciones contingentes traza esbozos y dibuja diseños de identidades 14 colectivas provisorias, de posiciones de sujeto móviles y con fronteras inestables. Esto significa que la centralidad ontológica y la universalidad de los sujetos involucrados con el concepto tradicional de clase, pertenecen a un pasado que quiere ser reinterpretado en clave de heurística. Y todavía más, que quiere permanecer inconcluso. Si el desarrollo así concebido apunta hacia alguna dirección es a una “radicalización de la democracia”, afirmación ésta que en un punto choca con la mirada de Jürgen Habermas, y ello en lo que tiene de crítica al racionalismo y al universalismo. Explico. Uno de los puntos de partida de Laclau y Mouffe en Hegemonía y Estrategia Socialista (HyES-b) es la crítica al esencialismo filosófico desde varias tradiciones, desde Wittgenstein y su renuencia a la determinación de un sentido fuera de los juegos del lenguaje, desde la facticidad del ser en Heidegger y desde la crítica postestructuralista a la fijación de la relación significante/significado en la construcción del signo. Por otro lado, el proyecto de Laclau y Mouffe de refundar el socialismo exige la genealógica de la idea de hegemonía tal como ella arqueológicamente se construyera antes de Gramsci, desde Rosa de Luxemburgo pasando por la ortodoxia más dura del debate de la izquierda en la II Internacional. Esta genealógica coloca en primer plano la dimensión del universalismo, referido al carácter de un sujeto unitario que es también fundante. Ahora bien, es Chantal Mouffe11 la que en una publicación posterior cree que “radicalizar la democracia” no implica abandonar el camino de cumplimiento del proyecto de la ilustración ya que, si distinguimos entre los supuestos epistemológicos y los supuestos políticos de la ilustración, vemos que son bien diferentes. La autofundamentación que caracteriza el supuesto epistemológico de aquel proyecto, y que es el modo como Habermas cree que se da el racionalismo (del sujeto, de sus condiciones de diálogo) no es moderna, es el gesto medieval de lo social por liberarse de lo teológico. Por otro lado la autoafirmación que caracteriza el supuesto político de la ilustración constituye un gesto moderno y se comporta en forma autónoma respecto del supuesto epistemológico. Para Mouffe entonces la razón debe liberarse de una ilusión, la ilusión de autofundamentación. Debe reconocer sus límites y aceptar el pluralismo; en la medida que la razón admita la imposibilidad de control total, de una armonía apriorística y se libere de su sesgo premoderno, podrá radicalizar la democracia. Considerar la desencialización de la filosofía y la desuniversalización del sujeto entonces, no atenta contra la democracia y sus pliegues racionales, ya que la crítica del supuesto epistemológico de la ilustración es independiente del supuesto político de autoafirmación. El desarrollo en esta concepción presenta los procesos deconstructivos de las luchas contemporáneas que el “desarrollo desigual y combinado” del capitalismo tardío ha instalado en el Cono Sur y permite por otro lado la configuración de la hegemonía como nueva lógica de constitución de lo social, capaz de restituir los fragmentos sociales dispersos a raíz de la desigualdad del desarrollo. Ello significa entonces, cito a los autores: “que la hegemonía, como lógica de la facticidad y la historicidad que no se liga, por tanto, a ninguna 'ley necesaria de la historia', sólo puede ser concebida sobre la base de una crítica de toda perspectiva esencialista acerca de la constitución de las identidades colectivas” (HyES-b). Laclau advirtió la indeterminabilidad y ambigüedad de las identidades sociales y políticas desde sus escritos tempranos. “La noción de sobredeterminación, por ejemplo, me llevó a estudiar la ambigüedad inherente a toda identidad social y política”. El concepto procede del psicoanálisis; para Freud hay sobredeterminación cuando el sentido de una identidad aparece subvertido por la pluralidad de otros 11 Mouffe, Ch. “Por una política de identidad democrática”, conferencia impartida en el seminario “Globalización y diferenciación cultural”, marzo de 1999, MACBA-CCCB, publicada en Antagonismes. Casos d'estudi en http://www.macba.es/antagonismos/castellano/09, último acceso 21/05/2006. 15 sentidos que se incorporan al mismo. Hay dos formas de sobredeterminación, siendo la primera de ellas la represión de un deseo mediante un desplazamiento de su verdadero objeto hacia otro que guarda con el primero una relación de contigüidad; esta sobredeterminación crea un sentido segundo que deforma el sentido originario. La segunda otra forma de sobredeterminación es la condensación, en la que ciertos contenidos aparecen como puntos de confluencia de una serie de dimensiones simbólicas (PM: 9). Fracciono esta última parte en dos: planteo la atribución de identidades políticas a los sujetos colectivos desde un marco que por encima de los tradicionales que enfrentan lo social a lo político, comprenda lo político en lo social diluyendo las fijas fronteras anteriores y signifique lo social desde lo político y luego hago una somera referencia a movimientos sociales. Como la lógica de las identidades políticas constituye procesos constructivos complejos, Ernesto Laclau12 propone un punto de partida capaz de tomar como unidad de análisis político un fenómeno también complejo que tradicionalmente mereciera condena ética por parte de la academia, el populismo. Generada menos por simple retórica expositiva que por una revisión del discurso de la teoría sociológica y política en sus textos, esta elección deja de lado la tentación de comenzar por el grupo tanto como la de por alguna abstracción conceptual del tipo de las suministradas por el primer funcionalismo o el segundo estructuralismo. En la medida en que la unidad de un grupo se configura en el cruce de una articulación de demandas, y debido a que aquella articulación no apunta a ninguna totalidad unificada, Ernesto Laclau justifica su intervención con la apelación al populismo como un modo de construir lo político. Como una categoría de análisis, el populismo, en la sociología y en la teoría política no fue ni descriptivo ni normativo sino que intentó abordar una multiplicidad de movimientos políticos desde una supuesta esencialidad y con una serie de rasgos invariantes. Vale decir que la proliferación de estudios sobre el campo lejos de agregar reflexión teórica que aportara precisión al concepto sumó ensayísticas y miradas casuísticas ampliatorias de las folklóricas nacionales, y ello pareció colocar al análisis político en una impotencia teórica donde populismo era el obstáculo. Pero es precisamente en este punto donde la tradición de la teoría social se revela limitada, cuando tiene que abordar la cuestión del modo en que los agentes sociales totalizan el conjunto de su experiencia. Por ello el populismo, tan improductivo como aparece en la tradición del pensamiento social donde lo que hay para decir es lo que le falta o lo que le sobra, es incapaz de implementar lógica alguna si no se trastoca la mirada para que el concepto sea propositivo, potenciado como expresividad y como estructurante de la acción política. En una palabra creo que Laclau coloca al populismo como un concepto heurístico capaz él mismo de exponer los límites y nudos axiales de la política actual al postular que la in-derivabilidad teórica sobre el fenómeno se debe acaso a limitaciones en las herramientas ontológicas disponibles para análisis político, acaso al exceso de experiencia que hace que los actores totalicen su intervención y la preserven allende toda conceptualización. Si bien Laclau usa retórica como lo vacuo en lo irreflexivo de cierta tradición también la usa en otra dirección: no como lo superfluo del lenguaje que dejara intocados sus contenidos sino como mecanismos discursivos que son instrumentos de la racionalidad práctica implicada. Desde este punto de vista, imprecisión y vacío en los símbolos políticos se vuelven productivos. Los juegos del lenguaje involucran 12 E. Laclau, La razón populista (The Populist Reason 2004), trad. Soledad Laclau, FCE, Buenos Aires, 2005 (RP). 16 intercambios lingüísticos no menos que las acciones en las que se imbrican, por lo cual todo discurso como “totalidad estructurada”, articula elementos también extralingüísticos. Por ello la separación entre una fuerza política y su ideología se vuelve superflua y transforma en excéntrico nuestro foco que es ahora la especificación de la ruta de secuencias discursivas por las que un movimiento consuma su acción política global. El populismo, menos ligado a un élan social incontrolable que a cierta representación en la que interviene el espacio de poder de un contexto social acotado, menos relacionado con un tipo de organización ideológica que con la dimensión de una específica cultura política, no admite identificación con la clase como entidad social decisiva, y sospecha ante la condena ética con que la teoría política tradicional se expedía sobre su carácter pretendiendo con ello clausurar la discusión. La imposibilidad de definir esta idea compleja es porque sus intentos fueron tales que exigieron como principio la exclusión a priori de su lógica política, con lo que la diferencia específica inalcanzada nos alejaba de lo positivo. Valga ahora una estrategia, la de reorientar las preguntas sobre “los qué” del populismo hacia “los de qué”, ya que ésta parece ser la salida: porque toda respuesta a “los qué” retrotrae al esencialismo racionalista de la teoría tradicional y, porque pesquisar “los de qué” rompe el aislamiento y sustituye entidades por relaciones y ahora habilita a preguntar de qué es expresión el populismo, por ejemplo. Y podemos también encarar una historia crítica de las fases constitutivas y disolutorias de las fronteras de la normalidad y la patología y dar entonces con el locus donde se inscribieran parte de las interpretaciones del populismo como algo anormal y aberrante y todo para desembozar la operación del proyecto discursivo cuyo fin era la denigración de lo popular como masivo y lo masivo como popular. Admitir que lo racional no pierde su carácter por el atravesamiento de lo afectivo es aceptar que la matriz afectiva constituye el lazo social y no mera cualidad de la acción política informe y deforme. Aquí es donde lo que había sido reducido a desvío y expulsado del canon vuelve para colocarse en el centro de una teoría que quiera dar cuenta no ya de la masa sino de toda acción política. El lugar del populismo se revela como el lugar de articulación de demandas que no son incorporadas de manera institucional y que, como insatisfechas puedan generar una identidad popular que las unifique en torno a un nombre, ya que la acción de nombrar da unidad al conjunto que nombra. Las condiciones de esta lógica política se separan en la imposibilidad del sistema de absorber cada una de las demandas en tanto que demandas singulares, y en la articulación de estas demandas singulares insatisfechas en una cadena equivalencial que las comprenda, conformándose en esta operación una identidad política determinada y, concomitantemente, una frontera social antagónica. Podemos pensar entonces si la vaguedad teórica y la imprecisión conceptual no equivalen a una configuración de la experiencia que, en tanto tal, es inasible porque ella misma es vaga e imprecisa además de distinta en cada caso. Alejado del cliché que lo concibe como el resplandor de la armonía o la idealidad de un diálogo para el consenso, lo político no puede sancionar la prepotencia de la experiencia. Lo político se transforma y empuja su concepto hacia contenidos que no tenía. Se tensiona entre dos puntas que sacan chispas, lo que fue expulsado de su canon y su propio pasado. En los nuevos movimientos sociales, los grupos captan el antagonismo como el momento de una experiencia del propio poder y de la contingencia de la propia identidad. La existencia de conflictos es arcaica; a través de antagonismos, los conflictos antiguos o recientes entran en el campo de la historicidad. A través de nuevas luchas, entre las cuales la lucha obrera ocupó un lugar relevante, múltiples 17 conflictos abandonaron el espacio de lo inmediato y pusieron al descubierto su facticidad histórica. Para Laclau el problema de la revolución es que intenta ir más allá de las identidades constituidas. No hay revolución que pueda ser total, ya que una revolución puede a lo sumo articular algunos antagonismos pero deja sin embargo un cúmulo de relaciones de subordinación intactas. Lo nuevo es la conciencia creciente de la contingencia radical que afecta al modelo, porque hay otros modelos que forman parte de su exterior constitutivo y las fronteras se desplazan porque son inestables. Contingente en Laclau, se extiende más allá de lo que acota la entrada del término en cualquier diccionario técnico de filosofía, ya que no es meramente algo que no sea necesario, además no tiene connotación de algo menos digno. Acaso la contingencia tenga una dignidad superior a la que se sustentaba en la era metafísica. Politizar la realidad no supone ponerla en manos de la contingencia, sino que las decisiones políticas se toman en base a un arrastre o sedimentación del poder social que se va transmitiendo. Tomo decisiones políticas pero eso no supone que esas decisiones son libres y puedo crear al “hombre del mañana” como rezaban las consignas de los utopistas. Las decisiones políticas vienen inscriptas en una historia de las decisiones políticas. Esto puede conceptualizarse en términos de hegemonía en la tradición que Ernesto Laclau retoma a partir de Gramsci. Si bien se tienen en cuenta estos problemas, una cosa es la hegemonía y otra el poder del sistema. Si se habla del poder del sistema se está suponiendo una esencialidad que pre-determina todas las condiciones y en cambio si se habla de poder hegemónico se trata de la articulación de un sistema de creencias, de costumbres y de fuerzas que el poder dominante esta usufructuando. Pero eso mismo da la posibilidad de poder operar en contra de ese poder y eventualmente de instaurar una contra-hegemonía; para ello he de tener en cuenta la historia del anti-poder-13. La contra-hegemonía no es algo que pueda surgir como mera contingencia. Aunque la contingencia sólo posibilita la lucha, no da ninguna garantía de que esa lucha pueda articularse con otras. Pregunta con efecto-cierre para una presentación inconclusa ¿Para qué sirven los cuadros? Desde la filosofía como tarea “incómoda y obstinada”, “sin criterios unívocos ni pruebas concluyentes” (Horkheimer) he realizado una microanalítica para esquematizar en clave comparativa una desagregación audaz de los supuestos filosóficos que sustentan algunos juicios de Laclau y de Laclau-Mouffe tanto para realzar la posición del post-marxismo como para exponer la encrucijada del pensamiento de la izquierda. Cuadro N° 1 La idea de post-marxismo es bastante difusa y acaso en ello radique su productividad. Respecto del marxismo clásico como tradición y como “el propio pasado” de los autores, su discurso racionalista se asienta sobre una epistemología normativa (quizá también prescriptiva) y el supuesto filosófico es un dualismo cognoscitivo (esencialista) 13 Bien que con el propósito de desarticular la filosofía moderna de la historia cuyo centro de fuerza era el poder de la historia y para proponer un ensamble que posthegelianamente, y en reversa colocara la historia del poder como su foco, propuse el tema de la contrahistoria, apostando a la posibilidad de asir el acontecimiento aún donde su registro lo ausentara para, desde su presente vacío construir una historia otra, más próxima en su relato al modo bíblico que al romano hegemónico y cuyo signo marcara la presencia de quienes no siempre se tomaron en cuenta en 'la' historia. Cfr. S. Barbosa, Contrahistoria y poder. Teorías, ejes y registros informales, Leviatán, Buenos Aires, 1999. 18 propio del realismo que admite que el conocimiento es una facultad que aprehende aquello que “objetivamente” se encuentra afuera de la potencia intelectual y que tiene cualidades aprehensibles (“la sociedad” o la “clase” se suponen como entidades unívocas y cerradas). Bien que en las primeras de las Tesis, Marx/Engels instauran que lo rescatable del idealismo es la trascendentalidad (subjetividad productora de todo lo cognoscible o concepción del conocimiento post-giro copernicano), sabemos que en la teoría clásica hay contradicciones. En el post-marxismo de Laclau ya no hay discurso sino superficies discursivas y una epistemología (re)constructiva cuyo supuesto filosófico es el enfoque deconstructivo que explicamos en el primer punto de esta presentación. Con respecto a la concepción de historia, el marxismo tradicional pone en primer plano la universalidad y especialmente la trama (web, plot) de la historia, no importando aquí si ello se pueda llamar historicismo (como denominara Popper al marxismo agregando confusión al debate); y como se atribuye a la historia el fin de desmalezar el campo hasta dar con algún sentido subyacente, el supuesto filosófico es el de un esencialismo que, escindido en un dualismo cognoscitivo desmerece la apariencia y excava más allá de ella como para dar con algo oculto y “fundante”. En el postmarxismo de Laclau-Mouffe ya no se concibe “la historia” sino una teoría de la historia que es difícilmente isolable de los procesos sociales y políticos con los que se da y a la vez que ella genera, y el supuesto es la aceptación de la historicidad como dimensión del ser (como Dasein), como facticidad continua, como formando unidad con el tiempo y la temporalidad. La politización de las relaciones sociales disuelve la “metafísica de la presencia” (que se limitaba al hecho de que las cosas fueran así) y ello revela la ausencia de fundamento último y la carencia de principios de una institución dada de lo social, quedando al desnudo la historicidad del ser a través de los antagonismos. La historia está llamada a politizarse cada vez más y a convertirse en las historiaS en plural, en la medida en que los nuevos antagonismos que se sumen a los existentes seguirán confrontando la sedimentación de lo arbitrario. Así como en la concepción tradicional el ingreso a la historia es por el apriori de su curso (evolucionante) en el post-marxismo es por el conflicto. La noción de sujeto para el marxismo es la de algo unívoco, fijo y clausurado, lo que permite extender estos atributos a “la clase” y considerarla además con centralidad ontológica. El supuesto es aquí el de un universal sin fisuras que involucra a la clase. Contrariamente para el post-marxismo de Laclau hay posiciones de sujeto que, como cambian, se reorientan y crean sus propios exteriores constitutivos en cada caso específico, no pueden extenderse a lo que la tradición denominara clase. Como las posiciones de sujeto, tampoco las identidades colectivas son fijas, ni están previamente determinadas como columbarios en los que los individuos puedan elegir insertarse, sino que están en construcción y destrucción permanente, y realizan el tránsito de unas identificaciones a otras según el movimiento satisfacción-demanda que se opere en cada momento. Las identidades, tanto como el poder, tienen un afuera constitutivo y una falla interna. El supuesto filosófico aquí es que las posiciones de sujeto y las identidades colectivas pertenecen a una lógica de lo social que activa operaciones suplementarias y contingentes. (Aclaro que con respecto al sujeto, Laclau afirma que no es posible eliminar esta categoría; y llama sujeto al agente de la decisión, aun cuando sea imposible la concepción de un sujeto libre y de una conciencia idéntica a sí, aun cuando ese agente no es una subjetividad plenamente constituida; pero en todo caso tal categoría se configura en función de la activación del enfoque deconstructivo y a la hora de superar la dimensión que instaura la relación indecidibilidad-decisión). Con respecto a la lectura por parte del comunismo, de un capitalismo cuyo desarrollo es poco agrietado y a la autopercepción del comunismo en clave de sociedad 19 transparente y que ha llegado al consenso, el supuesto filosófico es una ilusión, un velo de Maya que ve homogeneidad donde previamente la puso, diría Nietzsche. El post-marxismo en cambio, nota desequilibrio y mezcla en el capitalismo y percibe el antagonismo como fundamental para lo político, en el sentido que en muchos casos, si no está hay que crearlo, y a la vez admite un pluralismo agonal; el supuesto que atribuye contenido verosímil a esta afirmación es que a la sociedad le es inherente la división y la diferencia. El imaginario político del marxismo clásico pone a la clase en primer plano y ve el cambio en clave de revolución o instancia fundamental en el tránsito de un tipo de sociedad a otro. La historia tiene leyes y la política genera una sociedad racional y transparente, inteligible a partir de la dinámica entre clases; finalmente concibe una voluntad colectiva que genera la punta para trastocar el orden. A este cuadro perfecto le falta el corrimiento de los velos, ya que esa voluntad se considera homogénea desde una operación fictiva/ilusoria que atribuye y no deriva cualidad. El supuesto filosófico de este cúmulo de afirmaciones es la concepción de una estasis en la que no hay dinámica, movimiento ni desplazamiento, no hay conflicto ni antagonismo y ello ¿qué es sino el fin de la política? Para el post-marxismo según vimos, la clase trastoca en posiciones de sujeto, la historia pierde la necesidad dejando paso a la contingencia y la revolución pierde legitimidad reconociendo la ampliación del campo de articulaciones contingentes. Lo político es el principio de organización de nuevas relaciones sociales (porque lo social está atravesado por el poder y por las identidades que el poder va gestando). No hay una voluntad que haga punta para el cambio, hay luchas dispersas pensables desde la expansión de la lógica social implícita en el concepto de hegemonía. Desde esta lógica se puede repensar la tarea de la izquierda que supone probar los límites de la democracia con su radicalización. El supuesto de esta trama de ideas y convicciones es que lo político es antagonismo y el antagonismo es necesario para la formación de las identidades. Cuadro N° 2 Este esquema que focaliza la encrucijada del pensamiento de la izquierda no agrega mucho más que el cuadro anterior, ya que solamente se han dispuesto las nociones y categorías en otros juegos visuales. Finalmente creo que la respuesta a la pregunta de este último punto sólo puede ser legítima si la responde el lector. 20 Cuadro N° 1 Desagregación de los supuestos filosóficos del marxismo tradicional y del postmarxismo Marxismo Tradicional Postmarxismo Tipo de Discurso Diversas superficies discursivas. Discurso racionalista. Constituye una tradición: “Es nuestro pasado” Epistemología constructivista Epistemología normativa Supuesto: esencialismo gnoseológico Supuesto: enfoque deconstructivo al interior de categorías marxistas. Concepción de Historia Teoría de la historia como parte de una lógica Universal, sujeta a leyes: necesidad de lo social. Se entra a la historia a través del histórica. conflicto, mediante la experiencia de grupos Aspiración monista a rescatar a través de sus categorías el sentido subyacente de la que asumen su poder instituyente y contrahistoria. Se entra en la historia como instituyente. evolución y no como conflicto. Supuesto: metafísica de la presencia Supuesto: historicidad (Heidegger) Subjetividades, Sujetos y Clases Posiciones de Sujeto Subjetividades fijas No hay Clases. Identidades Colectivas. Centralidad ontológica de la clase obrera Supuesto: universalidad de los sujetos Supuesto: lógica de lo social con operaciones suplementarias y contingentes Comunismo - Capitalismo -Desarrollo “desigual y combinado” del -Visión del curso histórico del desarrollo capitalista Capitalismo tardío -Comunismo, sociedad transparente sin -Pluralismo agonal (todos los antagonismos antagonismos pueden expresarse) Supuesto: (ilusión de) atribución de homogeneidad Supuesto: sin diferencia no hay sociedad Imaginario político 1-Posiciones de sujetos 1-Centralidad ontológica de clase obrera 2-Revolución como momento fundamental en el tránsito de un tipo de sociedad a otro. Leyes de la historia conceptualmente explicitables. Política, acto fundacional que reconstituye la sociedad como orden racional y transparente. Sociedad como estructura inteligible a partir de la dinámica de clases. 2-Expansión del campo de articulaciones contingentes. Retracción del horizonte de la teoría de la categoría necesidad histórica. Lo social está atravesado por la dinámica del poder, por la representación social del poder y por las identidades colectivas que el poder gesta. 3-(Ilusión de) posibilidad de voluntad colectiva homogénea que vuelve inútil el momento de la política. 3-Luchas contemporáneas pensables desde la expansión de la lógica social implícita en el concepto de Hegemonía. Esta lógica permite pensar una nueva política para la izquierda, fundada en la radicalización de la democracia. Supuesto: el antagonismo como centro de lo Supuesto: la política como negación del conflicto político y como constitutivo de identidades Fuente: E. Laclau y Ch. Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia (Hegemony an socialist strategy. Towards a radical democratic politics 1985 Londres), trad. E. Laclau, con Prefacio a la Segunda Edición en Español, FCE, Buenos Aires, 2004. 21 Cuadro N° 2 Encrucijada –crisis teórica- del pensamiento de la izquierda según Laclau y Mouffe Evolución de las nociones contenidas en el ideario tradicional y posmoderno Socialismo tradicional, su “imaginario” político 1-Sujeto, Posiciones Centralidad ontológica de la clase obrera Supuesto: sujetos universales 2-Historia, Historicidad Revolución: momento fundamental en tránsito de una sociedad a otra Supuesto: Historia en singular (la sociedad, estructura inteligible a partir de posiciones de clase, reconstruíble como orden racional desde un acto político fundacional: racionalismo) Ilusión de voluntad colectiva homogénea que vuelve inútil lo político Pensamiento deconstructivo y reconstructivo desde transformaciones históricas: proliferación de luchas, carácter multifacético Sujetos descentrados, constituidos a través de la unidad relativa, débilmente integrada de pluralidad de posiciones de sujeto Supuesto: crisis de noción cartesiana de sujeto que las CCHH atribuían a los agentes sociales Historias en plural (crítica del esencialismo en constitución de identidades colectivas) Posiciones de sujeto de agentes son unidades precarias (constante rearticulación hegemónica) Supuesto: lógica de facticidad e historicidad no es ley necesaria de la historia Extensión de conflictividad social a terreno con potencial para sociedades más libres, democráticas, igualitarias Supuesto: redefinición de lo Supuesto: voluntad unificada y homogénea, hay consenso. político que exige el conflicto Lo político se vuelve y el antagonismo, no el superfluo ¿fin de lo político? consenso Fuente: E. Laclau y Ch. Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia (Hegemony an socialist strategy. Towards a radical democratic politics 1985 Londres), trad. E. Laclau, con Prefacio a Segunda Edición en Español, FCE, Buenos Aires, 2004. 3-Consenso, Conflicto 22 BIBLIOGRAFÍA SELECTA DE LA OBRA DE ERNESTO LACLAU - Laclau, E. 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