Los miedos que crecen bajo las sábanas

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Los miedos que crecen bajo las sábanas
La falta de recursos para encarar frustraciones o pérdidas puede derivar en temores
irracionales a los mosquitos, el microondas o las tormentas
Algunas personas evitan rellenar las botellas de agua por miedo a que esta se contamine con
compuestos tóxicos del plástico. Hay quien ve un mosquito y da un respingo, quien huye del
microondas como si fuera un aparato infernal y quien mira los envases de plástico desde la
distancia por temor a ser contaminado. También hay quien colecciona unos cuantos de estos
miedos y se siente, pese a la ausencia de peligro real, permanentemente amenazado. "Con
esos pequeños temores pasa a veces como con las gotitas de mercurio, que cuando uno las
une acaban haciendo una gota un poco más grande. Y es entonces cuando hay que
explorarlos", apunta José Luis López Atienza, psiquiatra del Centro de salud mental de UribeKosta y del Centro de Psiquiatría Analítica y Psicoterapia de Bilbao.
Por si fuera poco con su miedo, quien lo padece tiene que lidiar a veces con la incomprensión
de los demás. "Un observador se puede sorprender de que alguien que ve una hormiga
desarrolle una respuesta de pánico. El hecho en sí es insignificante. El peligro es irreal, pero si
hay una respuesta así, hay que pensar que para esa persona eso está representando algo
mucho más fuerte y habría que escarbar un poquito más en ello", aconseja este profesional.
Miedo conservador o irracional
Enseñar a no ser osado ni fóbico
El miedo en sí mismo, aclara López Atienza, "no es necesariamente malo, porque tiene un
sentido conservador". Otra cosa son los temores irracionales, que suelen echar raíces en la
infancia. "Esos miedos surgen porque uno no ha sido aprovisionado de recursos para encarar
frustraciones o pérdidas en la vida y pueden estar representados en tonterías, como que uno
no se atreve a salir a la calle porque teme encontrarse con el vecino", pone como ejemplo este
profesional. Los progenitores son claves para que un niño "aprenda a enfrentarse a lo
desconocido sin ser un osado, ni todo lo contrario, alguien fóbico, que por cualquier cosa
empiece ya a imaginarse lo peor". De hecho, advierte, "los padres que están en estado de
alerta constante, no cojas eso, no abras la puerta, no te asomes a la ventana, abonan y cultivan
los miedos de los hijos, que no han sido ayudados a no llenar la cabeza de fantasmas terribles".
Rechazo a las nuevas tecnologías
Lo desconocido genera temor
Si por algunos fuera, vivirían ajenos a las nuevas tecnologías. "Todo lo nuevo siempre genera
temor porque es lo desconocido y pensamos que ahí nos vamos a acabar, vamos a
desaparecer", subraya este psiquiatra. Pero tiene solución. "Este miedo se va corrigiendo
acompañando emocionalmente a estas personas a realizar experiencias nuevas frente a lo
temido".
Precisamente el hecho de ir pudiendo encarar situaciones nuevas es uno de los indicadores de
mejoría en las personas que sufren estos temores. Y al revés. Cuando están muy fijadas en sus
inseguridades, quieren tenerlo todo bajo control. "No se salen ni un ápice de llevar una vida
metódica, rigurosa. Si se les cambia algo de lo cotidiano, entran en una inseguridad y en un
estado de enfado y de temor".
Para correr la cortina que impide avanzar hacia lo desconocido, el empujoncito del entorno es
fundamental. "Cuando se van generando relaciones de compañía y de confianza en la pareja,
la familia o los amigos, se encaran mucho mejor todos esos procesos. Por eso nosotros
trabajamos mucho los miedos, las fobias y las inseguridades en grupos", asegura López
Atienza.
El duelo deja secuelas
Miedo a nuestra propia muerte
Los duelos vienen acompañados no solo de dolor y tristeza por la pérdida de un ser querido,
también de miedo e inseguridad. "Cuando se te muere alguien, los estadíos posteriores a esos
momentos van dejando un lastre de pequeños miedos que tienen que ver con la inseguridad
con la que uno se siente. Es como que quien muere se ha llevado una parte de nosotros con él
y nos deja en un estado de indefensión, de vacío. Ese hueco que queda ahí nos generaría
miedo a seguir viviendo y también a nuestra propia muerte, porque eso nos recuerda que
todos somos finitos", explica el psiquiatra.
Enfermedad grave o accidente
El miedo se apodera de la mente
Las noticias inesperadas y potencialmente graves también hacen aflorar los temores. "Cuando
nos dicen que un ser querido tiene una enfermedad grave, como un cáncer, o que ha tenido
un accidente y está en estado crítico, el miedo se apodera de la mente: desaparecerá, se va a
morir, cuánto va a durar... Las situaciones traumáticas siempre nos dejan la cabeza llena de
fantasmas y los fantasmas son como los terrores nocturnos, pensamos que nos va a pasar algo
muy grave".
Superado el susto inicial, la persona va recapacitando y sobreponiéndose. "Pasamos a otra
fase, en la que vamos aceptando la realidad y vamos viendo que a lo mejor no es tan terrible
como en un primer momento pensábamos, porque la realidad suele ser más benévola y menos
cruel que la imaginación que desarrollamos bajo el efecto del miedo", indica el experto.
Interés en infundir miedo
Atemorizar para manipular
Además de los miedos que le asaltan a uno en el ámbito familiar, hay otros que se sufren de
forma colectiva y que en ocasiones son promovidos por las altas esferas para tener a la
población bajo control. "Cuando hablamos del manejo de grupos humanos, sí que hay
intereses en muchos momentos de infundir un temor, a veces un pánico", certifica este
profesional. El poder económico, político, religioso o cultural siempre genera, sostiene López
Atienza, estados de dependencia. "Parece que los seres humanos tuviésemos que vivir siempre
en una dependencia total de personas, entidades o estamentos a los que necesitamos mucho.
Estos estamentos se van a encargar de alimentar esa dependencia y hacernos pensar que sin
ellos no podremos existir. Tú me necesitas porque yo soy poderoso. Entonces, tendrás que
someterte. Hay una relación entre miedo y sometimiento", remarca.
Ataques de pánico
Taquicardia y falta de aire
Las personas tratan de convivir con sus miedos más livianos. Solo cuando estos les incapacitan
para llevar una vida normal acuden a la consulta del psiquiatra. "Si dan el paso, es que ese
miedo ya empieza a ser preocupante y les invalida. El miedo a volar, a los espacios abiertos,
cerrados u oscuros, el miedo a las tormentas... Cuando todo esto empieza a ser más constante
y problemático, la gente viene", reitera este psiquiatra.
En los casos más extremos, señala, el miedo desencadena cuadros patológicos, que se
expresan a través de crisis de angustia o ataques de pánico. "En el ataque de pánico todo el
organismo reacciona como si realmente uno estuviese en una situación límite de vida, frente a
un verdugo que le va a matar", equipara López Atienza, antes de detallar los síntomas.
"Empieza una taquicardia, sudoración, empieza el sistema nervioso vegetativo a funcionar, hay
un dolor en el pecho, falta de aire... Es como que uno se está acercando casi a la muerte".
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