Los Consejos Evangélicos

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Los Consejos Evangélicos
Por: Hna. Margarita Maria Igriczi-Nagi, OSsS
Los tres consejos evangélicos a los cuales,
aquellos en la vida consagrada, se adhieren
por el voto, son: pobreza, castidad y
obediencia. Estos son consejos dados por
Jesucristo Nuestro Señor en los Evangelios.
La práctica de estos consejos, permite a los
consagrados, obtener la perfección con mayor
facilidad que aquellos quienes no los
observan. Los votos consagran la observancia
de los consejos como un acto de religión y
aseguran, para los religiosos, la asistencia
divina.
En contraste a los preceptos, que obligan
a los católicos, no pueden ser ignorados sin
caer en pecado, los consejos no son
obligatorios para todos los fieles, sin
embargo, el seguirlos puede y debe ser una
decisión voluntaria.
Primero veamos lo que son los preceptos
Por virtud del bautismo, que libera al alma
del pecado original, todos los católicos
bautizados se convierten en ciudadanos
potenciales del cielo. Pero, la entrada al cielo,
no se nos asegura automáticamente, sino que
depende de la voluntad del individuo el
mantener, en su alma, la gracia santificante.
Uno responde al don de la gracia practicando
las virtudes y rechazando el pecado, ya sea no
cometiendo pecado o si se comete entonces
liberarnos, de él, a través del sacramento de la
confesión. Lo que podemos o no podemos
hacer está definido en los preceptos dados por
Dios a Moisés en el Monte Sinaí y los seis
preceptos de la Iglesia Católica. Es posible
alcanzar el cielo guardando los preceptos pero
en los Evangelios, Nuestro Señor, quien reta a
un seguimiento más radical, llama a algunos a
abrazar la vida religiosa.
Las almas que responden con generosidad
al llamado para consagrarse a Dios al abrazar
la vida religiosa, se comprometen a luchar por
la perfección. Ellos profesan, por los votos, la
práctica de los consejos evangélicos: pobreza,
castidad y obediencia. Pero, la práctica de los
consejos evangélicos puede ser abrazada por
todos, aun por aquellos que no han abrazado
la vida consagrada. Entre estos, se encuentran
aquellos que no están vinculados por un voto
para vivir los tres consejos evangélicos, pero
que viven uno o más de éstos al animarse a
luchar, enérgicamente, por la perfección
mientras viven en este mundo. Ellos están en
libertad de vivir algunos de los consejos por
algún tiempo o dejar de hacerlo sin cometer
pecado; los religiosos no pueden hacer esto.
Sus votos los obligan a un esfuerzo continuo
por la fidelidad. El lugar donde viven les
ayuda a vivir sus votos, así como toda la
gracia que se les da al comprometerse al
seguimiento de Cristo más de cerca y seguir
sus huellas.
En esencia, este estilo de vida es una
cuestión de un amor profundo que anima a la
persona a, voluntariamente, dejar las riquezas
del mundo para ser pobre como Cristo, quien
nació en un pesebre y quien no tuvo un hogar
permanente al comenzar su apostolado. El
religioso deja los gozos y el confort de la vida
familiar y los apegos personales para vivir
como Cristo, quien en lugar del bienestar de
un hogar, al ser adulto, eligió formar
comunidad con sus apóstoles.
Los religiosos también renuncian a su
voluntad al elegir obedecer las reglas de sus
propios institutos y las directivas de un
Superior en imitación de Cristo quien fue
obediente a Dios Padre hasta la muerte.
Este amor del religioso, es un amor basado
en la confianza, confianza de que Dios provee
lo necesario para cubrir todas sus necesidades
corporales y espirituales. Es imposible
ganarle a Dios en generosidad, por eso al
renunciar a algunas cosas, el religioso gana
mucho más – la promesa de la vida eterna y el
paso por esta vida terrena con paz y gozo…
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