Segóbriga, Alarcón y Monasterio de Uclés

Anuncio
Pág. 14
CRÓNICA VIAJERA
RUTA CONQUENSE
(Segóbriga, Alarcón y Monasterio de Uclés)
Enrique Boyano Redondo
En ésta excursión empezamos, por cuestiones de tipo práctico, visitando las ruinas romanas de Segóbriga, a la
que llegamos sobre las diez de la mañana, con una proyección que nos trasladó a la época de máximo esplendor
entre los siglos I y III d.C., cuando dejó de ser una ciudad estipendiaria, que pagaba tributo a Roma, y se convirtió
en población de ciudadanos romanos de pleno derecho, en tiempos del emperador Augusto. A continuación, tras
un breve paseo, y ya acompañados por el guía, ver las excavaciones realizadas hasta el momento, que representan
un 20 por 100 del total, pudiendo admirar el teatro con mas de dos mil localidades, las termas públicas, el foro, la
basílica, los templos, la casa del procurador minero, Caio Iulio Silvano y un poco alejado de allí el circo , del que
apenas quedan restos.
La explicación de que existiera una ciudad así, está en una especie de piedra mágica: la que llamaban lapis
specularis (piedra especular); espejuelo o yeso cristalizado, translúcido, que cortado en finas láminas, casi
trasparentes, se usaba para ventanas a modo de cristal y como confluían calzadas que la unían con otras
ciudades, sobre todo con Cartago Nova, el mineral era llevado hasta allí para ser exportado en naves a otros
confines del Imperio.
Los hallazgos arqueológicos indican que en el siglo III aún existían en Segóbriga importantes élites que vivían en
la ciudad, pero en el siglo IV ya se encuentran abandonados sus principales monumentos, prueba de su inexorable
decadencia y de su progresiva conversión
en un centro rural.
Como no habíamos efectuado ninguna
parada durante el trayecto, algunos
aprovecharon para coger al vuelo un café
de las máquinas que se encuentran en la
entrada.
Subimos de nuevo al autocar para
dirigirnos a nuestro próximo destino:
Alarcón, situado a 87 kilómetros de
Cuenca, en un excepcional enclave,
dominado por su castillo. Alfonso VIII la
conquistó a los musulmanes en el año
1184 y la entregó a la orden de Santiago
Su término se encuentra asentado en un
promontorio regado por el rio Júcar que
forma el embalse conocido como pantano
de Alarcón.
CRÓNICA VIAJERA
Pág. 15
En la antigua iglesia de San Juan Bautista, en el año 1994 el joven pintor
español Jesús Mateo inició el proyecto de cubrir la totalidad del antiguo edificio
con un conjunto de pinturas murales, contando con el patrocinio oficial de la
UNESCO desde 1997 por su alto valor artístico mundial y que es visitada al
año por unas 40.000 personas. Visitamos también la iglesia de Santa María,
templo que en la actualidad cumple las funciones de parroquia. Se erigió a
principios del siglo XVI en estilo plateresco con bóveda de tracería al estilo
gótico. La portada es de mediados de ese mismo siglo y se debe a Esteban
Jamete de Orleáns, el mismo que debió realizar el retablo con escenas de la
Virgen y la sacristía.
Y ya el almuerzo, en un coqueto hotel desde cuya terraza contemplamos
unas bonitas vistas, y donde dimos cuenta de ricos manjares y descansamos
para iniciar la última parte del recorrido, haciendo antes a la salida del pueblo
una breve parada para hacer fotos a la japonesa, del bello pueblo amurallado
que acabábamos de abandonar.
Y llegamos al Monasterio de Uclés, apretados de tiempo, debido a la mala
señalización y con la fatalidad de que el guía del monasterio se había tenido que ir de entierro, pero gracias a
que fue con nosotros Mariano Mijares, nos hizo una breve, pero docta explicación del mismo. El monasterio se
enclava dentro de la fortaleza de Uclés (siglo XII) que tenía una extensión grandiosa: un kilómetro cuadrado de
superficie rodeado de murallas, bastiones, contrafuertes y torres almenadas.
Se construyó el nuevo edificio en el siglo XVI en estilo renacentista aunque la fachada sur, y más conocida del
monasterio, es barroca. Su autor es Pedro de Ribera. Tiene 2 grandes puertas decoradas con conchas veneras
sobre cruces de Santiago. La fachada está ornamentada con armaduras, yelmos, banderas y una escultura de
medio cuerpo del Apóstol. Atravesando el zaguán se llega a un patio de doble claustro. Hay un aljibe de brocal
barroco en piedra con un escudo de la Orden de Santiago. El refectorio tiene un artesonado labrado en madera
de pino con 36 casetones que representan a los caballeros de la Orden, presidido por el emperador Carlos V. La
sacristía es de dos naves en ángulo recto. Tiene dos
ventanales decorados con esculturas. En la iglesia,
levantada por Francisco de Mora, encontramos una
nave con crucero y varias capillas laterales del siglo
XVI comunicadas entre sí mediante pequeñas puertas
de medio punto. Hay que destacar el retablo mayor,
que tiene un cuadro de Francisco Ricci, y los restos
del Maestre D. Rodrigo y su hijo Jorge Manrique, autor
de «Coplas a la muerte de mi padre». La escalera
principal, por la que se accede desde el patio a la
segunda planta, es regia y elegante.
Antes de emprender el viaje de vuelta, alguien dijo
que había una tienda en el Monasterio, donde se
podían degustar y comprar productos típicos de la
zona, cosa que algunos hicimos, para contento del
vendedor, por lo que nos invitó a volver cuando quisiéramos, cosa que haremos los que frecuentamos la carretera
de Valencia, llamados como cantos de sirena por la silueta del monasterio en lo alto de la colina.
Y sin mas, llegamos a Madrid, sobre las ocho de la tarde.
Descargar