Viernes 22 de noviembre de 2013 | Biblioteca del Instituto

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Viernes 22 de noviembre de 2013 | Biblioteca del Instituto Cervantes 18:00 horas
Club de poesía VERSO LIBRE: LEOPOLDO PANERO
Coordina Gabriele Morelli
POESÍAS DE LEOPOLDO PANERO
Camino del Guadarrama
nieve fina de febrero,
y a la orilla de la tarde
el pino verde en el viento.
¡Nieve delgada del monte,
rodada en los ventisqueros;
mi amiga, mi dulce amiga,
te ve con sus ojos negros!
Te ve con sus ojos claros;
te ve como yo te veo,
camino del Guadarrama,
siempre tan cerca y tan lejos.
Camino del Guadarrama,
la flor azul del romero
y en la penumbra del bosque
las aguas claras corriendo.
¡Las aguas claras un día
se volvieron turbias luego,
y el viento cortó los tallos
silenciosos del recuerdo!
Camino del Guadarrama,
camino largo del sueño,
entre el frescor de la nieve
te busco, mas no te encuentro.
El viento cortó los tallos
de la esperanza en silencio,
y van mis pies caminando
sin encontrar el sendero.
Camino del Guadarrama,
la triste altura del cielo,
y entre el rumor de las hojas
la soledad en mi pecho.
¡El viento cortó los tallos
y brota tu aroma dentro!
Camino del Guadarrama
tengo esta pena que tengo.
La estancia vacía
Despacio, muy despacio, van las horas
juntando las palabras de mi canto.
Las horas muertas tras las horas vivas
caminan y caminan en la sombra.
Despacio, muy despacio, el viento mueve
su dulce libertad. Y Dios escucha
palabras y palabras y palabras.
Cerca, como al azar, el alma rozan,
lo mismo que en la calle, de repente,
al abrirse una puerta o tras los muros,
escuchamos rumor de ocultas voces
junto a la luz sagrada que silencia
la sombra levantada por el viento.
Y es éste mi recinto. Tras el alma
van juntando las horas su hora eterna.
Pero alguien, de repente, leve mano,
con profundo sigilo y pulso suave,
abre mi corazón y el viento lleva
hacia la oscura orilla mis palabras.
Estoy solo en la estancia, que se vela
de misteriosa claridad vacía,
igual que el alma contemplando dentro
su propia soledad, su umbral de sombra.
Y es éste mi recinto. En lueñe hondura
el cielo palidece como el agua
en las rocas someras. Lejos, lejos,
tenue, profundamente, comprobamos
la voluntad de Dios en las estrellas.
Señor, ésta es mi casa y mi costumbre.
Lejos, sin fin, Te siento. Tras los muros
se adivina el olor de las montañas
y el olor de los siglos, y la virgen
soledad de los astros ensombrece
apenas Tu hermosura. Poco a poco
brota como el rocío el pensamiento
que en mi ser Te contiene. [...]
Escrito a cada instante
A Pedro Laín Entralgo.
Para inventar a Dios, nuestra palabra
busca, dentro del pecho,
su propia semejanza y no la encuentra,
como las olas de la mar tranquila,
una tras otra, iguales,
quieren la exactitud de lo infinito
medir, al par que cantan...
Y Su nombre sin letras,
escrito a cada instante por la espuma,
se borra a cada instante
mecido por la música del agua;
y un eco queda sólo en las orillas.
¿Qué número infinito
nos cuenta el corazón?
Cada latido
otra vez es más dulce, y otra y otra;
otra vez ciegamente desde dentro
va a pronunciar Su nombre.
Y otra vez se ensombrece el pensamiento,
y la voz no le encuentra.
Dentro del pecho está.
Tus hijos somos,
aunque jamás sepamos
decirte la palabra exacta y Tuya,
que repite en el alma el dulce y fijo
girar de las estrellas.
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Ciudad sin nombre
A Gerardo Diego.
Como en una ciudad sin nombre,
mi corazón va pensando y amando.
Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.
Por qué te quiero si no existes.
Recuerdo vagamente los días juveniles,
cuando la muerte daba a mis pasos una sombra alegre,
cuando mis lágrimas tenían un sabor semejante a la dicha,
cuando apoyado tan temprano en el umbral de mi dolor,
aspiraba la hermosura que venía no sé de dónde,
como un caballo al galope sobre la llanura silenciosa
[de mi corazón,
y piafando, arrancándoseme de la mano que acariciaba
[su leve torso de paloma,
escapaba no sé hacia dónde tampoco,
alejándose siempre más de mi alma!
¡Ah, quién pudiera todavía,
ahora, todavía, en este momento de dolor,
oír el susurro leve de aquel golpe ávido,
resonando a la orilla del río,
al pie de las murallas dolorosas y grises,
entre los chopos que latían junto al roce del agua!
¡Quién pudiera, sobre su lomo plateado,
apartarse de ti para siempre, tristeza mía,
olvidarse de ti para siempre, ciudad hermosa y quieta,
[tristeza mía!
Aprendo de la vida
Aprendo de la vida,
del humo del cigarro,
del eco de la rosa o la puerta,
de la charla del amigo callado,
y del vino que en la garganta se templa
mientras la claridad aún se oculta.
Aprendo a ser rosa,
conversación sencilla,
pétalo de humo suelto,
vida,
palabra última.
Aprendo solo, muero solo
(como todas las cosas que padecen),
y salgo de la vida
desnudo,
repitiendo en el silencio mi alma.
[Descubrirte es pensar en el rocío]
Descubrirte es pensar en el rocío
Temblar la carne viva en un oro infalible.
Sentir, como tus brazos, en mi cuello
dos resplandores lentos de agua y bronce que empieza.
Frente a mi está el destino color de roca viva,
que con tus pies descalzos
va formando un laúd de cristal y de arena
cuyas cuerdas de nieve estremece tu sangre.
La palabra que dicen mis labios sin metal.
Las mejillas azules de esta niebla divina.
Tu beso
como una sola ascua pura elaborada por la aurora.
Todo eres tú: honda carne
que me inunda de oro.
Descubrirte es pensar en el rocío:
Es abrir con el pecho esa negra pregunta..
Es desterrarme lejos
cuando todos los astros caben fuera del hombre.
-------------------------------Epitafio
Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.
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