54. El conjunto funerario medieval y postmedieval de Santa María

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Cæsaraugusta, 78. 2007, pp.: 739-748
ISSN: 0007-9502
El conjunto funerario medieval
y postmedieval de Santa María de la Encina
(Burguillos del Cerro, Badajoz)
Víctor M. GIBELLO BRAVO
La intervención arqueológica efectuada se inscribe en el marco de la restauración del edificio religioso de Santa María de la Encina, restauración que forma parte
del programa de intervenciones desarrollado por la Oficina de Gestión Alba Plata,
órgano dependiente de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura encargada de la ejecución del Proyecto Alba Plata.
Desde un punto de vista histórico, y centrándonos en la cronología objeto
de esta comunicación, la zona es conquistada a los musulmanes en 1238 por parte de
mesnadas castellanoleonesas; poco después Fernando III confirma la posesión de la
villa a la Orden del Temple. Un privilegio de Alfonso X, fechado en Sevilla el 8 de
marzo de 1283, hace referencia a este hecho, e indica cómo las localidades de Burguillos y Alconchel ya fueron donadas tiempo atrás a la orden de los templarios por
el rey Alfonso IX de León. De este modo, las hoy tierras de Burguillos entran a formar parte de las posesiones de la Orden del Temple junto con Cheles, Higuera de
Vargas, Jerez de los Caballeros, Villanueva del Fresno, Valencia de Mombuey,
Zahínos, Oliva, Fregenal, Higuera la Real, Bodonal, Valencia del Ventoso, La
Atalaya, Valverde de Burguillos, Alconchel, Táliga y, poco después, Olivenza para
conformar el extenso bayliato de Jerez.
Ante la repentina disolución de la Orden en 1312 a instancias del Papa
Clemente V, Burguillos es donada al reino de Portugal por breves años, para, una vez
vuelta a la corona castellana como tierra de realengo, ser entregada a diversos miembros de la nobleza lo largo del siglo XIV. En 1394 la villa es concedida por Enrique III
a Diego López de Zúñiga, permaneciendo en manos de esta familia, más tarde Zúñiga
y Béjar, hasta la abolición del régimen señorial, acaecida en el siglo XIX.
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Burguillos del Cerro es un municipio de la provincia de Badajoz, asentado en
la comarca agraria de Jerez de los Caballeros y en el partido judicial de Zafra. El término de esta localidad, desde un punto de vista patrimonial, se caracteriza por su
singular riqueza, tanto monumental como arqueológica.
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La iglesia de Santa María de la Encina se emplaza sobre un pequeño espacio
amesetado, en la ladera del cerro que corona el castillo, cerro que domina la villa y
su término. A fines del siglo XIV o inicios del XV, ocupando un área funeraria posiblemente vinculada con un edificio cultual más antiguo no localizado aún, se decide construir una iglesia de advocación mariana con cabecera cuadrangular a la que
se unen la sacristía y una sola nave. El testero, de mayor anchura y altura que la
nave, resultó sumamente macizo, hermético, tan sólo abierto por dos singulares
ventanas geminadas y una puerta que comunica con la sacristía, adosada en el lienzo S. del ábside.
Un edificio sufre a lo largo de su vida útil múltiples reformas motivadas por la
aparición de nuevas necesidades, para su mantenimiento en buen estado funcional,
ante el cambio en los gustos estéticos, por variaciones de uso, etc.; Santa María de
la Encina no podía ser una excepción. A lo largo de los cuatro siglos en los que en
la iglesia se ofreció culto, el edificio evoluciona notablemente; partiendo de un
esquema arquitectónico simple, el inmueble va enriqueciéndose y modificándose
con el paso de los años hasta llegar a lo que en la actualidad conocemos, una obra
bien diferente de la original, en la que sobresalen tres naves separadas por magníficas arquerías apuntadas asentadas sobre pilares, de fines del XV, y magnífica espadaña a los pies del templo, obra del siglo XVI.
Los siglos XIX y XX marcan respectivamente la conversión del edificio religioso
en cementerio, ante la construcción de una nueva iglesia parroquial y el abandono
del mismo, ya sin funcionalidad alguna, por ello en la primera centuria son numerosas las obras de adaptación al nuevo uso, mientras que en el segundo son habituales las tareas relacionadas con la rapiña de materiales empleados en otros inmuebles de la villa y los destrozos indiscriminados, confiriéndole el aspecto definitivo de
ruina característico hasta la intervención acometida en 1999.
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La intervención arqueológica desarrollada en la iglesia de Santa María de la
Encina de Burguillos del Cerro, se centró en la realización de sondeos puntuales de
diferente amplitud en lugares concretos tanto del interior del templo como de su
periferia más próxima. Si bien lo idóneo hubiera sido excavar la totalidad del edificio cultual así como sondeos puntuales en el exterior del mismo, hubimos de acometer unos trabajos mucho menos ambiciosos, condicionados por los inevitables
problemas presupuestarios y por estar la intervención arqueológica inserta en un
proceso de restauración general del inmueble.
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Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, hubimos de seleccionar zonas
puntuales en las que intervenir, unas con criterios puramente arqueológicos y otras
motivadas por necesidades de la obra a la que nos adaptamos. Así, llevamos a cabo
sondeos en la cabecera de la iglesia, en sus naves, sacristía y una amplia zona excavada en área abierta junto al lienzo norte del testero. Del mismo modo, las tareas
tradicionalmente admitidas como propias de la Arqueología desarrolladas sobre el
subsuelo se vieron acompañadas de otras labores arqueológicas, pero esta vez efectuadas sobre los alzados murarios; nos estamos refiriendo a la lectura paramental
cuya factura proporcionó datos de sumo interés para poder interpretar con coherencia buena parte de las estructuras del edificio.
La ejecución de la excavación arqueológica, pese a sus limitaciones espaciales,
y la lectura de paramentos aportaron datos de gran interés que nos han permitido
conocer tanto el proceso constructivo de la iglesia, como la evolución en las costumbres funerarias habidas en Burguillos del Cerro durante siete siglos, desde los
Después de la conquista cristiana de Burguillos del Cerro, los repobladores
norteños reorganizaron completamente la vida del lugar, dotando la villa de centros de culto cristianos, de los que posiblemente carecería. En este proceso de asentamiento de la nueva sociedad, organización económica y religión, de una nueva
cultura en suma, parejo de aquel otro que no pretendía sino erradicar la precedente, ha de inscribirse la construcción de al menos una iglesia en la cual pudiera celebrarse culto. Sabemos por fuentes documentales de la existencia en Burguillos de
un templo al menos desde 1252, pero desconocemos qué advocación tendría; en la
localidad existieron desde época medieval hasta fines del siglo XVIII dos parroquias,
por tanto, la información puede ser relacionada con cualquiera de ellas.
Contrariamente a lo que sucede con el edificio dedicado a Santa María, que carece
de elementos fechables en el siglo XIII, la iglesia de San Juan Bautista presenta, al
menos desde una perspectiva hipotética que esperamos pueda confirmarse en intervenciones futuras, partes de su estructura en las que vislumbramos una cronología
perfectamente vinculable con tiempos inmediatamente postconquista; entre ellos el
lienzo E. de su cabecera, profundamente trasformado a fines del XV o inicios del
XVI con una reforma general del edificio.
La intervención arqueológica realizada en Santa María de la Encina permitió
que fueran desechadas antiguas teorías que sostenían el pasado templario del edificio del siglo XIII por tanto, no siendo documentado resto alguno de cultura material que nos permitiera corroborar las antiguas afirmaciones. Sin embargo, y pese a
que en las fábricas del templo no existan restos materiales plenomedievales, sí estamos en disposición de confirmar la presencia en la zona en la que se alza el inmueble de una necrópolis cuya datación centramos en el siglo XIII (después de 1238).
El templo bajomedieval de Santa María se alza sobre un amplio espacio funerario previo cuya extensión no hemos podido precisar al tener la excavación realizada unas dimensiones muy limitadas, pero que ocupa una amplia superficie mucho
mayor que la del edificio gótico. Desconocemos la ubicación de la iglesia con la que
se relaciona el cementerio, quizás se trate de la antigua parroquia de Santa María elevada inmediatamente después de la conquista, pues la advocación del templo se
encuentra entre las habituales del Temple, Orden que elevó numerosos oratorios
marianos. Aunque no estemos en disposición de establecer la posición exacta del
santuario original, sí podemos afirmar con rotundidad que no ocupó el mismo espacio físico, ya que carecemos de restos constructivos de ese momento histórico y en
tanto que la existencia de enterramientos en el lugar niega esta posibilidad.
La necrópolis más antigua, de la que hemos documentado 31 enterramientos,
18 de los cuales presentaban restos óseos, es datada entre el segundo tercio del
siglo XIII y mediados del XIV; las características que la definen son las que a continuación presentamos:
El conjunto funerario medieval y postmedieval de Santa María de la Encina (Burguillos del Cerro, Badajoz)
Necrópolis plenomedieval
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tiempos de la conquista cristiana (segundo tercio del siglo XIII) hasta la construcción del cementerio actualmente en uso (1886) en la periferia urbana. En el presente artículo nos centraremos en el segundo de los aspectos mencionados.
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— Apertura de fosas excavadas en la roca bien del tipo antropomorfo o bien
del tipo «bañera».
— Cubierta de las fosas con lajas de pizarra.
— Relleno de sepulturas con la propia tierra removida en la apertura de las
fosas.
— Orientación tanto de difuntos como de fosas oeste-este (cabeza-pies).
— Posición de decúbito supino con brazos doblados bien sobre el pecho bien
sobre el vientre.
— Frecuente reutilización de las sepulturas, lo que conlleva mover el finado
hasta el fondo de la fosa o bien exhumarlo para depositarlo en un osario.
— Inhumación ocasional de dos cuerpos en una misma fosa en momentos
diferentes, hecho que provoca que el primer difunto sea descolocado o que el finado más reciente ofrezca una posición extraña, no concordante con la disposición
convencional repetida en todos ellos, al tener que adaptarse tanto al primero como
a las dimensiones de la fosa.
— Escasa presencia de marcadores de enterramiento (estelas o piedras hincadas) a excepción de casos puntuales. Este hecho puede ser justificado de dos modos:
bien por el reempleo de estos marcadores en etapas posteriores, con lo cual su
ausencia sería fruto del expolio; o bien, por tratarse de elementos relacionados con
el estatus social y/o económico, por lo que estarían sólo al alcance de unos pocos
individuos de la localidad y no de la mayoría de la población.
— Inexistencia de ajuares acompañando al difunto.
— Inhumación de los muertos desnudos, posiblemente en el interior de un
lienzo o sudario.
— Ausencia generalizada de ataúdes, depositándose los difuntos sobre el
fondo de la fosa excavada en la roca en todos y cada uno de los casos en los que
hemos trabajado.
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Necrópolis bajomedieval
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La primitiva necrópolis es profundamente alterada con la construcción de la
iglesia de Santa María, siendo parte del espacio ocupado por aquélla rebajado para
la instalación del inmueble. De este modo, algunos de los enterramientos son destrozados, cimentaciones del edificio y expolios de algunos de los materiales que los
conforman se encargan de la eliminación de un amplio sector del cementerio. La
elevación de la iglesia, cuya construcción asentamos con solidez entre la última
década del siglo XIV y las dos primeras del XV, supone la destrucción de buena parte
del cementerio del siglo XIII, como pudimos documentar tanto en los sondeos interiores como exteriores realizados, pero también lleva aparejada la conformación de
un nuevo camposanto en el entorno del edificio, siendo éste el característico
cementerio parroquial propio de tiempos bajomedievales. La totalidad de enterramientos de este momento se sitúan en el amplio espacio excavado junto al lienzo norte de la cabecera del templo, en ningún caso en el interior de éste. Con esta
fase se corresponden 12 enterramientos que en líneas generales ofrecen unos comunes caracteres que los diferencian de los precedentes:
— Las tumbas se cubren con un pobre relleno en el que abundan los materiales de construcción muy fragmentados.
— Las sepulturas no presentan restos de cubrición distintas al relleno que las
colmata si exceptuamos la reutilización como lápida en una de ellas de una gran
losa de granito en la que destacaba una cruz en relieve y de un encachado de piedras en otra; las restantes ofrecen un alomamiento en su parte superior realizado
con el mismo relleno que colmata las fosas.
— Destaca la utilización de piedras amorfas hincadas junto a la tumba, en la
cabecera, y en ocasiones en zona de los pies o en el lateral, y la reutilización de estelas discoideas pertenecientes a enterramientos precedentes.
— Los difuntos se inhuman desnudos, quizás envueltos en un sudario, y sin
ataúd.
— La posición de los cadáveres es similar a la ya señalada para los difuntos
más antiguos, aunque sobresale la extraña postura de algunos de ellos, posiblemente fruto de la deposición poco cuidadosa del finado en la fosa o del transporte al cementerio del mismo desde el lugar del velatorio.
— Frente a las inhumaciones del XIII, conservadas en buenas condiciones, los
restos óseos del siglo XV se hallaban realmente en mal estado, fruto quizás de esta
inicial falta de cubierta de las tumbas y de la proximidad a la superficie.
— Se perpetúa en esta fase la costumbre de utilizar las sepulturas para enterrar
a más de un individuo; del mismo modo se aprecia el vaciado de algunas fosas para
incluir otro difunto, desplazando los huesos anteriores hacia el fondo de las mismas
o bien eliminándolos, y conservando tan sólo el cráneo del finado más antiguo.
Conjunto funerario de la Edad Moderna
Entre fines del siglo XV e inicios del siglo XVI, Santa María de la Encina sufre
una profunda transformación que da al traste con su configuración original, se
amplían las naves, que pasan de una a tres, se modifica el campanario y cambia el
ornato interior. De este modo la iglesia se remoza, construyéndose las hoy características arcadas apuntadas que separan unas naves de otras.
El conjunto funerario medieval y postmedieval de Santa María de la Encina (Burguillos del Cerro, Badajoz)
— Las fosas se excavan en tierra, no en roca, su forma es de «bañera» a excepción de un caso al que hemos de considerar retardatario o al menos de transición
entre ambos conjuntos en el que percibimos una traza antropomorfa.
Entre los años que dan inicio al siglo XVI y 1797 la iglesia va alojando en su
subsuelo sucesivos enterramientos; la limitación de espacio conduce a la construcción de tres osarios, cada uno de ellos con más capacidad que su predecesor, en los
que depositar los huesos de los difuntos más antiguos movidos para enterrar los más
recientes. Las numerosas remociones frecuentemente realizadas bajo el pavimento
del templo producen un relleno inconsistente bajo él, relleno caracterizado por la
muy alta presencia de material óseo muy fragmentado, así como la constante reparación del solado.
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Aunque desde inicios del siglo XVI comienzan a realizarse inhumaciones en el
interior de Santa María, aún existe la memoria a fines de la década de los años 30
de esa centuria del cementerio existente en torno a la iglesia, como manifiesta la
documentación histórica consultada.
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De este período hemos localizado escasos enterramientos, entre otras razones
por no haberse excavado la totalidad del edificio, enterramientos que estaban en
pésimas condiciones de conservación. La frecuente excavación de fosas de inhumación no hacía sino alterar las inhumaciones previas a las cuales se desarticulaba sin
miramientos, este irremediable caos es puesto de manifiesto en las recomendaciones de las autoridades eclesiásticas que trataban que para los difuntos no se utilizaran ataúdes, pues esto provocaba un daño mayor al ser necesarias sepulturas mayores, instándoles a que una vez llegados a la iglesia se sacaran los finados de sus cajones y se depositaran en tierra.
De igual modo, la destrucción se produjo tras el abandono del templo con la
rapiña de su solado y con la nueva utilización funeraria a lo largo del XIX.
Pertenecientes a este tercer momento hemos localizado 5 enterramientos, de los cuales cuatro de ellos en la cabecera de la iglesia, lugar especialmente destacado por la
proximidad al altar mayor, estaban totalmente destrozados y por tanto nos ofrecieron una ínfima información, y uno más sito en la capilla abierta en el lado del
Evangelio, siendo éste un claro enterramiento privilegiado. El individuo allí inhumado no es otro que Hernando de Castañeda, importante personaje de principios
del siglo XVI que llegó a detentar el cargo de Corregidor de la villa. Su posición social
y económica preeminente le permitió la construcción de una capilla funeraria privada adosada a la iglesia en el muro del Evangelio. La datación del enterramiento aparece precisada por el año en el que feneció Castañeda, 1522, recogida en la interesante losa de mármol blanco que cubría el sepulcro, losa que de modo epigráfico no
sólo reseñaba la fecha de la defunción, sino también el nombre del finado y el escudo nobiliario de su familia. A pesar de que este enterramiento tiene peculiaridades
no extensibles al resto de enterramientos de la Edad Moderna, posee características
comunes a éstos, siendo en parte un modelo que puede definir el conjunto ante el
pésimo estado de conservación de los restantes: la fosa se excava en sentido W-E, sin
una conformación aparente que no sea la necesaria para introducir en tierra el muerto en su ataúd o bien sólo su cuerpo; desconocemos si los difuntos serían enterrados
en un lienzo, según modelos pretéritos o bien vestidos, en cualquier caso no hemos
localizado restos que nos permitan suponer una posible vestimenta; los cuerpos son
colocados en decúbito supino, como viene siendo habitual en enterramientos cristianos, con los brazos doblados y cruzados sobre el vientre.
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Cementerio del siglo XIX
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La necesidad de construir un nuevo templo que sustituyera al ya antiguo edificio de Santa María venía apreciándose en la localidad desde inicios del siglo XVIII.
Entre otras razones, ha de citarse la evolución urbanística de la localidad. El pueblo
se extiende hacia el llano circundante, quedando la iglesia en una posición periférica e incómoda para los fieles. Las autoridades religiosas y civiles deciden iniciar las
obras del nuevo templo en 1747, alargándose las obras hasta 1795. Abandonado el
templo, el uso al que fue destinado el edificio no fue otro que el de cementerio, uso
afortunado si tenemos en cuanta que se planteó la posibilidad de derribo del
inmueble para aprovechar sus restos como material constructivo y que no hacía
sino continuar una larga tradición funeraria en el lugar. Entre 1797-1800 (abandono de culto en el templo) y 1886 (construcción del cementerio municipal aún hoy
La tradición romana de hacer una diferenciación tajante entre el ámbito de los
vivos y el de los muertos se respeta hasta tiempos altomedievales. En torno a
los siglos V-VI, los cementerios comienzan a adentrarse en el espacio urbano; la ciudad de los difuntos se instala en el interior de la ciudad de los vivos, al amparo o
de la mano de enterramientos privilegiados como son los de santos, beatos, altos
dignatarios eclesiásticos, en torno a los cuales desea inhumarse el resto de la cristiandad local, pues la cercanía de aquéllos les dignificará y santificará hasta el día
del Juicio. Pese a que el proceso tiene sus inicios en momentos tempranos, su desarrollo resulta lento y gradual, a la par que las mentalidades funerarias van evolucionando y la ideología religiosa se estabiliza modificando profundamente la sociedad y la cultura en las que se inscribe. Esta primera fase de la evolución de las necrópolis cristianas finaliza cuando está perfectamente asumida la asociación entre iglesia parroquial y cementerio. Entre fines de la Edad Media e inicios de la Edad
Moderna un nuevo cambio en los usos funerarios convierte el interior de los templos en lugares de enterramiento.
La segunda fase en esta evolución, última hasta nuestros días, provocará la expulsión de los cementerios del entorno urbano de la mano de las nuevas teorías
sanitarias esgrimidas por el estado de fines del XIX; así, los muertos vuelven a la periferia de la ciudad, como en los tiempos de la romanidad, en esta ocasión no por
motivaciones de orden ideológico sino por razonamientos relacionados con la
salud y la higiene tan en boga en ese momento histórico. Esta evolución general
expresada con esquematismo se percibe el todo el Occidente cristiano, la localidad
pacense de Burguillos del Cerro no es una excepción en el modelo expuesto.
El conjunto funerario medieval y postmedieval de Santa María de la Encina (Burguillos del Cerro, Badajoz)
Conclusión
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en uso) se abre una nueva etapa funeraria cuyas características definidoras se diferencian de modo claro con respecto a las anteriores. Se efectúan en el progresivamente desmantelado edificio enterramientos de dos tipos bien diferenciados: de un
lado, nos encontramos con tradicionales inhumaciones en el subsuelo de la antigua
iglesia en las que los difuntos son depositados en el interior de ataúdes, perfectamente vestidos y con la típica disposición oeste-este, brazos cruzados sobre el
pecho, etc., estas inhumaciones inciden en la definitiva eliminación de los ya escasos restos de pavimentación existente; de otro, tenemos un amplísimo grupo de
enterramientos tipo nicho. Los nichos ofrecen una estructura rectangular o trapezoidal en planta, se construyen con ladrillo y mampostería, en ocasiones presentan
pavimento y en otras éste no es sino la cubierta del nicho situado más abajo; las
cubriciones ofrecen diversas formas (apuntada, abovedada, etc.) en algunos casos
con una simple decoración a modo de resalte en sus bordes. Los nichos no muestran una disposición convencional en el terreno, pues se adaptan a los lienzos del
edificio aprovechando la cabecera, capillas, naves, etc., en algunos casos, teniendo
en cuenta el deterioro sufrido en el tejado de la iglesia (buena parte de sus vigas y
de sus tejas se emplearon en otras edificaciones de la localidad), estos enterramientos se agrupan bajo tejadillos construidos para protegerlos. Ninguno de estos
enterramientos contemporáneos en nicho mostró resto óseo alguno, por el contrario todos y cada uno de ellos presentaban claras muestras de haber sido abiertos y
vaciados.
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FIG. 1. Enterramiento plenomedieval.
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FIG. 2. Reutilización de fosas de inhumación.
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FIG. 3. Aspecto general de excavación.
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