DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO (B) Homilía del P. Manel Gasch, monje de Montserrat 9 de agosto de 2015 1 Re 19,4-8 / Ef 4,30-5,2 / Jn 6,41-51 ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Esta frase queridos hermanos y hermanas nos sitúa ante algo importante en el evangelio de hoy. Lo que vemos, lo que reconocemos en cualquier momento de nuestra vida y de nuestro entorno puede entenderse a niveles muy diferentes. ¿Hay alguien que se equivoque en la valoración de Jesús? No se equivoca Jesús cuando dice que ha bajado del cielo y tampoco se equivocan los judíos que murmuran, y que sólo ven en Él al hijo de José y de una mujer que ellos conocen. En el evangelio de Juan encontramos a menudo estos saltos en los que una realidad de otro nivel se hace presente en el relato y una realidad cotidiana toma todo un sentido mucho más profundo. Así el evangelio de Juan aplica a Jesús las palabras de camino, de vida, de verdad, de buen pastor, de pan bajado del cielo y tantas otras que quieren decir algo más que su sentido literal. Continuando con el evangelio del domingo pasado, el evangelio nos volvió a hablar hoy de Jesús como el pan vivo bajado del cielo. Y eso, ¿qué significa para nosotros? En la primera lectura hemos visto como el pan es necesario para avanzar en el camino que hace el profeta Elías. Comer pan y beber agua permiten continuar. Y de eso no tenemos ninguna duda. ¡Cuántas cosas hacemos las personas humanas para asegurarnos el pan! ¿Cuántas veces el conseguir el pan necesario para comer lleva a situaciones trágicas: esta última semana hemos visto y leído el drama de los inmigrantes hundidos y rescatados del mar, porque se lo habían jugado todo para tener la posibilidad de vivir, sencillamente, de vivir en su dimensión más primaria y biológica. Como hombres y mujeres de cultura occidental por los que la vida comprende muchísimas más necesidades que la de comer, también somos testigos de tantas cosas bien y mal hechas para asegurarse satisfacer todas estas necesidades. Ya que hablamos del pan necesario para la vida, el evangelio nos puede ser un buen estímulo para juzgar algo todas estas necesidades creadas por nuestra sociedad y confrontarlas con el anhelo de pan y de vida que tienen muchos hermanos nuestros. Pero el discurso sobre el pan, tan necesario para la vida, más allá del aspecto solidario nos puede ayudar a pensar y a entender qué puede significar que Jesús se presente como pan vivo bajado del cielo. En el contexto del evangelista Juan se trataba precisamente de presentar un personaje histórico, Jesús de Nazaret, como alguien que recupera y hace crecer dimensiones humanas insospechadas. Dimensiones espirituales. Dimensiones de Dios en el interior de cada uno. Se trataba de convencer de que el personaje central del Evangelio, era realmente un camino hacia Dios. Un mediador. Y si profundizamos el texto vemos que en el fondo, no lo hace de una manera tan complicada: utiliza la vista: yo he visto a Dios y os lo puedo hacer ver a vosotros y yo soy pan, el alimento básico. Alimento para todas estas otras dimensiones que abre Dios en las personas y que se resumen en la posibilidad de una vida eterna, de una vida diferente que se puede empezar a saborear aquí y que se perfeccionará sólo en el más allá de Dios. El evangelio de Juan nos quiere decir que la persona y las palabras de Jesús de Nazaret, el pan vivo, vienen a llevar a la plenitud todas las capacidades de relación con Dios, que son propias de la naturaleza humana, pero que necesitan alimentarse, como lo necesitan todas las capacidades biológicas de los hombres y las mujeres. La eucaristía presente desde la primera comunidad cristiana es la síntesis perfecta porque toma el pan, el pan real que se come, que comían los judíos y por la oración de la Iglesia lo presenta como el cuerpo de Cristo, es decir como este Jesús que ha bajado del cielo, convirtiéndose de este modo en la comunión máxima entre él y nosotros, como el pan vivo que realmente alimenta nuestra vida espiritual, que nos acerca a Jesús y que nos ayuda a avanzar en los caminos de nuestra vida cristiana llamada a ser siempre solidaria, como lo es la eucaristía. Sólo desde este punto de vista, sólo de esta comunión, nos atrevemos a enfrentarnos al reto de la segunda lectura de hoy, sed imitadores de Dios: no en el sentido de creernos como él, éste sería el pecado de soberbia más grande que encontramos en la escritura, sino en el sentido de ser capaces de amar como él y de perdonar como él. Y es que la vida espiritual, la vida interior, la comunión con Dios, se dirigen necesariamente a ello: a ser más capaces de amar y de perdonar, a vivir amando como Jesucristo nos amó. Podemos quejarnos de muchas cosas, pero no podemos quejarnos de que el reto que nos propone Dios, el reto del amor y del perdón, no sea alentador y estimulante y no nos exija ir mucho más allá de nosotros mismos. Confiemos siempre que la fuerza de la Eucaristía nos ayude.